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Diario de América Latina

Inmigrantes sin papeles: México sólo ve la paja en ojo ajeno

Joaquim Ibarz | 05/05/2010

En estos días en México viene a la memoria el conocido refrán de que se ve la paja en el ojo
ajeno y no la viga en el propio. Se ha planteado como una gesta nacional la cruzada contra la ley
de emigración de Arizona que considera al inmigrante indocumentado como delincuente.
Resulta que en este país se trata al centroamericano sin papeles con más dureza que al mexicano
indocumentado en Estados Unidos. Aquí no sólo se le detiene y se le expulsa, sino que se
vulneran sistemáticamente sus derechos humanos; además, son víctimas de robos, extorsiones,
violaciones.

Si hay un país de América que vive en


medio de grandes paradojas y tremendas contradicciones es México. Su situación geográfica le
da una notable singularidad. Al norte, 3.200 kilómetros de frontera con la primera potencia del
mundo. Al sur, más de 1.000 kilómetros lo conectan con los más pobres del continente. El
gobierno de Felipe Calderón se queja de que Estados Unidos no legaliza a millones de
mexicanos sin papeles; sin embargo, los centroamericanos indocumentados sufren en el territorio
mexicano robos y malos tratos por parte de la policía de emigración, de agentes federales,
municipales, estatales… Además, los inmigrantes son sistemáticamente atacados por bandas de
delincuentes que los secuestran, violan o asesinan. ¿Qué hacen los funcionarios mexicanos? En
el mejor de los casos ignoran los hechos; en el peor, participan en los asaltos.

Cuando era presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, José Luis Soberanes dijo
que “una de las más tristes insuficiencias nacionales ante el fenómeno migratorio es la
incongruencia de exigir en la frontera norte respeto a los derechos de los indocumentados
mexicanos sin ser capaces nosotros de brindarlo en la frontera sur”.

En plena campaña de boicots y sanciones contra Arizona por aprobar una ley que criminaliza al
indocumentado y permite detenciones sin orden judicial, la Comisión Nacional de Derechos
Humanos (CNDH) y Amnistía Internacional (AI) han denunciado el mal trato que en México se
infringe al inmigrante centroamericano.

“Víctimas invisibles: emigrantes en movimiento en México”

Amnistía Internacional acaba de hacer público el informe “Víctimas invisibles: emigrantes en


movimiento en México”, que denuncia abusos, agresiones e incluso asesinatos. El documento de
la organización humanitaria está basado en entrevistas con afectados, autoridades y defensores de
derechos humanos. Según AI, México es, desde hace tiempo, un infierno para el emigrante
centroamericano que tiene que cruzar su territorio en el camino hacia el norte.

AI denuncia un panorama escalofriante para los indocumentados que cruzan por México. Y
subraya que, por lo general, los abusos quedan impunes. AI demanda al gobierno de Calderón ser
congruente en su posición en temas migratorios y le pide que resuelva el problema de los abusos
cometidos en territorio nacional en contra de centroamericanos, tal como lo hace en defensa de
sus connacionales que residen en Arizona.

El Gobierno federal, el Congreso, los partidos, los gobernadores, los alcaldes, la opinión pública
y la publicada descalifican a Arizona por aprobar una ley que tachan de racista. Pero no dicen
una palabra sobre los abusos a los latinoamericanos que pasan por el país.

Las denuncias de AI y de la CNDH no pueden ser más directas y oportunas. Las dos
organizaciones humanitarias coinciden en que la mayor parte de los inmigrantes extranjeros que
cruzan desde México hacia EE.UU. son víctimas de abusos cometidos por policías y soldados. El
informe de AI critica la impunidad que disfrutan los extorsionadores. Según AI, nada exime a las
autoridades mexicanas de llevar ante la justicia a los responsables de abusos contra los sin
papeles, ya sean funcionarios o particulares.

“Las autoridades federales y estatales han eludido en forma sistemática su deber de investigar de
forma inmediata y efectiva los abusos contra emigrantes”, destaca AI.
“Es un panorama escalofriante. Los emigrantes pueden sufrir secuestros, extorsiones,
detenciones arbitrarias y agresiones de parte de las autoridades en un viaje de terror”, declara el
británico Rupert Knox, investigador sobre México de AI.

9.758 secuestros de inmigrantes en 2009 (67.7 por día)

En 2009, la CNDH documentó que entre septiembre de 2008 y febrero de 2009, se registraron
9.758 secuestros de inmigrantes (67.7 por día). En el 10 % de los casos hubo complicidad de
autoridades. Según la CNDH, para liberar a los cautivos los delincuentes exigen entre 1.300 y
4.000 euros a los familiares de las víctimas, que radican en EE.UU. o en sus países de origen.
Pese a esta denuncia tan contundente de la CNDH, las autoridades no adoptaron ninguna medida
efectiva para combatir a los criminales.

La CNDH señala que algunos policías se han vinculado con el crimen organizado para
“secuestrar, golpear, violar, prostituir, extorsionar y asesinar impunemente a inmigrantes” que
pasan por México.

El sacerdote jesuita Pedro Pantoja, director del refugio “Belén, Posada del Migrante”, adscrito a
la diócesis de Saltillo, en el norte de México, comenta que “vivimos una tragedia doble, pues
recibimos a los que ya fueron secuestrados y a los que no van a poder cruzar la frontera, porque
está totalmente controlada por bandas criminales”.

El comentarista Raymundo Riva Palacio opina que en México se aplica una doble moral al
denunciar que en Arizona se violan los derechos humanos de los connacionales, sin exigir con la
misma contundencia que se ponga fin a la violación de los derechos humanos de indocumentados
centroamericanos en todos los estados de la República.

“Culpamos a otros sin mirar lo que hacemos de forma bastante más salvaje y grotesca. Les
gritamos que discriminan, que son déspotas, mal nacidos y exterminadores del multiculturalismo.
Gritamos con la fuerza de nuestro pulmón para esconder cuán hipócritas somos y lo infame de
nuestra maniquea solidaridad”, subraya Riva Palacio.

Siguiendo la ruta del tren de mercancías que desde Arriaga (estado de Chiapas, en el sur de
México) llega hasta el nudo ferroviario de Lechería, en el extrarradio de la capital mexicana, se
puede comprobar sin esfuerzo que los indocumentados son atacados por bandas y extorsionados
por policías. Las rutas de los ferrocarriles de carga se entrecruzan en Lechería; prácticamente
todos los emigrantes centroamericanos que pretenden llegar en tren a Estados Unidos han de
pasar por esta estación, que se ha transformado en una peligrosa garita migratoria. En Lechería
los sin papeles son el botín de guerra para policías, guardias privados y pandilleros.

Las historias de pillaje contra los indocumentados ya no se circunscriben al sureste mexicano,


ahora se les roba y asalta en el centro del país. Lechería y su zona de operaciones es el punto de
mayor abuso de indocumentados en la zona metropolitana de Ciudad de México. Decenas de
centroamericanos llegan como polizones en trenes procedentes del sur; bajan furtivamente y
esperan el paso de otro ferrocarril que los conduzca hacia el norte. La mayoría permanece dos o
tres días en un sitio inhóspito, a la espera de poder subir a un tren en marcha. Lo primero que
hacen es buscar comida y agua, y un lugar donde dormir, siempre al aire libre, con un plástico
como colchón. Los vecinos no pueden ofrecerles alojamiento, porque los acusarían de polleros
(traficantes de indocumentados). En la medida de sus posibilidades, sí les proporcionan agua y
algunos alimentos.

Luis Valle hizo caso a su amigo Jorge y se puso a correr cuando el tren aún estaba lejos. Antes de
cinco segundos había logrado subir al ferrocarril que empezaba a tomar cierta velocidad.
Empezaba u
n nuevo trayecto de ocho horas, que lo tendría que pasar de pie, entre vagón y vagón; Luis
esperaba superar sin más problemas esta dura etapa en su largo recorrido desde su Nicaragua
natal hasta Miami, su soñado destino final.

“Esos trenes nos acercan hasta Manzanillo, y una vez allí buscamos otros que nos lleven más
arriba”, dice Francisco Ruiz, un salvadoreño de 17 años.

“He agarrado ya seis trenes desde la frontera de Chiapas. No son de largo recorrido. Cuando
llegas a una estación, tienes que esfumarse para evitar la extorsión de los policías. Por eso hay
que subir al tren en marcha. Una noche estuve 12 horas de pie agarrado a una especie de estribos.
La lluvia me ayudó a no dormirme”.

“Uno se juega la vida, pero no hay de otra”

Luis Valle reconoce que es peligroso subir a un tren en marcha. “Uno se juega la vida, pero no
hay de otra. Al vernos, algunos maquinistas aceleran; incluso ríen si alguien cae sobre los rieles.
No tienen conciencia. A veces nos amenazan con tirarnos cabeza abajo”, explica.

Una vez subidos al tren, algunos se acomodan en la escalerilla, otros buscan un espacio en el
techo de La Bestia (así es como llaman al tren de carga). No pueden entrar en los vagones,
porque se cierran herméticamente y morirían asfixiados por falta de aire. La aventura es incierta.
Los indocumentados lo saben. Cuando la locomotora da un pitido anunciando su salida, los
jóvenes indocumentados calientan los músculos para correr, ponerse a la altura del tren, saltar
hacia el vagón y asirse a la escalerilla.

En las cercanías del nudo ferroviario de Lechería –unos 30 kilómetros al norte de Ciudad de
México- hay un continuo trasiego de locomotoras. A las 6.15 de la mañana, cuando comienza a
clarear, se oye un fuerte pitido. Los indocumentados comienzan a moverse, primero caminan y
luego corren unos 100 metros para tomar el impulso que les permita agarrarse a la escalerilla del
vagón.
Los chicos dicen que lo más duro de la travesía no es subir a un tren en marcha, sino enfrentar
las continuas extorsiones de la policía mexicana. Calificados y tratados como delincuentes, los
inmigrantes temen ser detenidos, robados, violados…

La policía y el ejército buscan localizarlos en ferrocarriles, estaciones de autobuses y pensiones


baratas. Deportan a los que ya no disponen de dinero para pagar la extorsión. “Algunos
compañeros han sido asesinados a golpes por la policía, luego tiran sus cuerpos cerca de las vías
para hacer creer que se cayeron de un tren”, afirma Juan, un guatemalteco de 19 años.

Agua y pan

José Sanabria, hondureño, pide agua y pan, porque la policía lo desplumó. “Te encañonan para
obligarte a bajar el pantalón, te desnudan por completo y tiran lejos la ropa. Hasta los testículos
le tocan a uno. Lo registran todo. Nos destrozan los zapatos en busca de doble suela, por si hay
dinero oculto”.

Laura, una chica nicaragüense de 26 años, pide que transmitamos a los gobernantes de México
que los sin papeles merecen que los traten como seres humanos. “No hacemos daño a nadie. El
indocumentado centroamericano comparte el mismo drama que el indocumentado mexicano.
Todos buscamos ganarnos la vida honradamente en Estados Unidos. Unos y otros dejamos atrás
querencias; delante está el desafío de sortear controles y hallar trabajo, cobijo y seguridad para
vivir en paz y enviar remesas a la familia que dejamos atrás. En México nos sentimos muy
indefensos. La policía no pide documentos, busca pura feria. “Móchate el dinero, porque si no te
deportamos”, es lo único que nos dicen”, explica Laura.

En las cercanías de Lechería los jóvenes centroamericanos se ocultan en lugares inmundos para
esconderse de la policía. José Ramos, un adolescente de El Salvador, dice que “después de que la
policía te vacía los bolsillos, te gritan: “vete de aquí”". La extorsión, el robo, el atraco o como se
le quiera llamar, es metódico. No hay emigrante que se libre. En cada puesto de control, en cada
estación de tren, hay que pagar la correspondiente mordida. Los agentes abusan de los más
pobres entre los pobres –estos muchachos apenas llevan encima el equivalente a 15 euros,
incluso menos–, gente joven que no dispone de recursos para pagar polleros, que a cambio de
una alta cifra de dólares los conducen al otro lado de la frontera norteamericana.

Muchos mexicanos están indignados por el mal trato que en su país se propina a los inmigrantes
latinoamericanos. De hecho, cada ciudadano también sufre los abusos de una policía corrupta.
Luis Pedroza, nombre supuesto de un maestro de Tultitlán (municipio en el que se encuentra la
estación de Lechería), señala: “Los policías son culpables de la extorsión que sufren los
centroamericanos, pero aún lo son más las autoridades que toleran esta corrupción”.

La estación ferroviaria de Lechería y su zona de operaciones es el punto de mayor concentración


de indocumentados en la zona metropolitana de Ciudad de México. Los centroamericanos llegan
como polizones en trenes procedentes del sur y esperan el paso de un ferrocarril que los
conduzca al norte. La mayoría permanecen dos o tres días en la zona.

Todos se quedan cerca de las vías del tren, les da miedo desperdigarse. “Nosotros les prestamos
colchones o les regalamos plásticos grandes. Aquí la mayoría los apoya, les da ropa, agua y
comida”, explica Mariana Jiménez, una vecina de Tultitlán.

“Estamos hartos de que la policía abuse de estos chicos tan pobres y tan indefensos. Los
apoyamos en lo que podemos. La policía los atrapa sólo por tener la piel más oscura, como si los
mexicanos fuéramos todos güeritos (blancos). Y ahora se quejan de que en Arizona la policía
para a la gente de piel oscura. ¡Qué hipocresía!”, afirma Juana Salterio, una trabajadora de la
Ford que reside en Tultitlán.

Apenas a media hora de Ciudad de México

Tultitlán no está en las lejanas selvas de Chiapas, en los intrincados bosques de Veracruz o en la
inaccesible sierra de Oaxaca. Se encuentra apenas a media hora de Ciudad de México, junto a
una moderna factoría de Ford. Mientras México exige un trato humano para sus compatriotas en
Estados Unidos, su gobierno es incapaz de garantizar esos mismos derechos a los
indocumentados centroamericanos.

A Roberto M., oficial de la policía municipal de Tultitlán, le indigna la extorsión que sufren los
centroamericanos. “Muchos compañeros les sacan la lana (dinero). Así los tratan en todos lados.
Uno no puede hacer nada”, comenta.

Ministros, gobernadores, generales, altos funcionarios, nadie puede alegar ignorancia sobre el
maltrato a los indocumentados. Desde hace años, la prensa y la televisión mexicana denuncian
con la mayor crudeza las extorsiones; sin embargo, las críticas no causan ningún efecto ni
provocan la menor reacción. El diario capitalino La Jornada destaca en el editorial “Deuda con
emigrantes de Centroamérica”: “Extorsiones, robos y agresiones son prácticas habituales en todo
el territorio nacional, fenómeno que ya es del conocimiento de los propios centroamericanos: en
su trayecto hacia el sueño americano saben que algunos peligros que deben sortear son los
retenes policíacos y los operativos del Instituto Nacional de Migración”.

Mientras los mexicanos protagonizan en Estados Unidos multitudinarias marchas para reclamar
derechos y mejor trato para los indocumentados, a los latinoamericanos que entran al país sin
papeles les aguarda un vía crucis de sufrimientos. México se queja de las vejaciones que la
policía fronteriza estadounidense infringe a los nacionales. Para cualquier hondureño,
nicaragüense, guatemalteco o salvadoreño, toparse con un agente mexicano es lo peor que les
puede suceder en su largo camino hasta la frontera norteamericana. “En Estados Unidos te
agarran, te detienen y te deportan; en México, te agarran, te roban, te golpean y, si eres mujer, te
violan”, se lament
a el hondureño Pedro Valdés, de 23 años, que pretende llegar hasta Dallas.
AI: seis de cada diez mujeres sufren violencia sexual

Amnistía Internacional recuerda que uno de cada 12 inmigrantes de los que pasan por México es
menor de edad; seis de cada 10 mujeres “sufren violencia sexual”,

“A las chicas nos agarran nada más para violarnos. Nos obligan a desnudarnos, dicen que nos
van a hacer una revisión en busca de drogas, pero sólo pretenden abusar de nosotras”, dice con
rabia Eva Sanchís, una nicaragüense que quiere llegar a Chicago, donde le espera una hermana.

El guatemalteco Félix Galva, de 23 años, que se oculta en un maloliente descampado a la espera


de que pase un tren, dice que la policía les roba de forma rutinaria. En los 15 días que lleva en
México ha tenido que pagar nueve mordidas (sobornos). Lo extorsionaron desde que entró en el
país. “Cruzamos desde Guatemala por el río Suchiate. Al entrar en Chiapas ya nos esperaban los
soldados, que nos dijeron: “Por aquí no pasas a menos que nos dejes algo”. En Tapachula tomé
un tren de carga para subir hacia el norte. Después me subí a otro, y a otro. Hasta seis, para llegar
acá. Los abusos son parte de las reglas. Tuve que pagar a cada policía que me detuvo. No me
piden papeles, sólo dinero. El despojo no termina nunca, en cada parada nos exigen, hasta que
me quedé sin nada. Ahora tengo que mendigar para comer”, señala Galva.

Estudios de varias instituciones humanitarias muestran que el 100% de los salvadoreños que
cruzan por México son víctimas de maltrato; en su mayoría, sufren robos, extorsiones, golpes,
detenciones arbitrarias y abuso sexual. Los datos más concisos sobre los padecimientos de los
centroamericanos que cruzan sin documentos por territorio mexicano los aporta la organización
de emigrantes El Rescate, de Los Ángeles. El informe de la Relatora Especial para los Derechos
Humanos de los Emigrantes de la ONU, Gabriela Rodríguez, señala que en México existe “un
clima generalizado de hostigamiento y aprovechamiento de la vulnerabilidad del emigrante”;
también denuncia los frecuentes abusos por parte de policías.

El muro de la Tortilla se franquea con dinero

México sigue una política migratoria cada vez más restrictiva. Las medidas de control
implementadas por Estados Unidos en la frontera norte las reproduce México, en especial en la
frontera sur, donde se intensifican los operativos de detención y expulsión de extranjeros
indocumentados.

Tras los atentados del 11-S, México empezó a erigir en su frontera con Guatemala el llamado
muro de la Tortilla, más virtual que real. Washington presiona para que en la frontera sur de
México se frene la emigración de latinoamericanos indocumentados que intentan llegar a Estados
Unidos. Con la corrupción generalizada de la policía, por el muro de la tortilla se abren grandes
boquetes con el simple pago de un puñado de dólares.

México, con una población de unos 109 millones de habitantes, en el 2005 otorgó la ciudadanía a
2.243 extranjeros y legalizó a unos 15.000 inmigrantes. Los extranjeros apenas representan el 0,5
% de la población (en Estados Unidos son el 12%). El número de indocumentados detenidos en
México casi se duplicó entre el 2002 (138.061) y el 2005 (240.269). Según un informe de la
ONG Sin Fronteras, en 2009 la cifra de indocumentados detenidos por el Instituto Nacional de
Migración (INM) para ser repatriados a sus países descendió a 70.000. La mayoría de los
detenidos en territorio mexicano es de origen guatemalteco (45,1%), hondureño (32,8%) y
salvadoreño (14,6%).

Tendencia a la baja de indocumentados detenidos

La cifra de indocumentados detenidos en 2009 supone un descenso en comparación con los


94.500 que se registraron en 2008. Las estadísticas confirman la tendencia a la baja desde 2005,
año en el que se interceptaron a 240.000 sin papeles. Un 93.8% de los detenidos fue deportado o
repatriado; tan sólo una mínima parte pudo regularizar su situación.

“De Nadie”, un documental sobre los malos tratos a los centroamericanos

Indignado por las injusticias que veía a su alrededor, Tin Dirdamal (Monterrey, 1982), trabajador
voluntario social en Veracruz, tomó una cámara y, sin saber bien qué hacía, comenzó a filmar las
historias de abusos que sufren los centroamericanos de paso por México, rumbo al norte. El
resultado, el conmovedor documental De nadie, elegido para participar en el festival de cine
Sundance . La película muestra cómo muchos emigrantes son robados, torturados, violados y
asesinados por distintos grupos: desde agentes mexicanos de emigración y policías, hasta las
mafias de traficantes y maras salvadoreñas, así como por los empleados de los trenes en los que
los sin papeles se trasladan hacia el norte en busca de una vida mejor para ellos y sus familias.
Tin Dirdamal rodó el documental para dejar testimonio de los malos tratos que sufren los
indocumentados. Con 5.000 euros y una cámara de vídeo, este joven que jamás había hecho cine,
contó de manera directa, sencilla, la pesadilla que viven la mayoría de los centroamericanos al
cruzar México: el tren, la migra, la policía; y el asomo de esperanza representado por las mujeres
de La Patrona, un pueblo conocido por dar comida a los migrantes mientras el tren va en marcha.

“Conocí a una mujer que viajaba con sus dos hijas: habían sido violadas siete veces. Tomaban
pastillas anticonceptivas y seguían intentado llegar a la frontera. No tienen opción, es esto o
morir de hambre en sus países”, explica Dirdamal.

El cineasta mexicano Walter Doehner, director de “El viaje de Teo”, una película sobre la
emigración a Estados Unidos que tiene a un niño como protagonista, declara a La Vanguardia
que en el actual conflicto migratorio con Arizona los culpables no son los norteamericanos.

“Los culpables somos nosotros, los mexicanos, por no saber crear los puestos de trabajo en
nuestro propio país que evitaría que la gente tenga que emigrar. En mi película reflejo que ahora
emigran hasta los niños. La emigración no es la solución para un país, la emigración supone un
fracaso colectivo, el fracaso del Estado que es incapaz de dar trabajo a la gente”, señala Walter
Doehner. “¿Por qué nos quejamos de las leyes de otro país y no impulsamos leyes acá que
favorezcan crear empleo para que los mexicanos no tengan que emigrar a Arizona?”, se pregunta
el cineasta.

Diplomáticos de países centroamericanos han criticado los abusos que sufren en México sus
connacionales que cruzan por el país. El embajador de Guatemala demandó un mejor trato,
señalando que es más fácil conseguir un visado para viajar a Estados Unidos que para viajar a
México. Otro tanto dicen los hondureños y nicaragüenses… Siendo ministro de Agricultura de
Nicaragua, Genaro Muñiz dijo que México “ha convertido todo su territorio en una frontera para
nosotros”. Irónicamente, Muñiz consideró que la frontera norteamericana “comienza en Chiapas
y termina en el río Bravo, o sea, que la verdadera frontera no son los Estados Unidos de América,
sino los Estados Unidos Mexicanos”

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