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l alma del negro

bajo el socialismo

un texto poco conocido

de César Aira

El 5 de febrero de 2001, apareció en la sección de Cultura de Milenio Semanal, en México, este


texto. Los editores de aquella publicación eran Cecilia Jarero y Gerardo Villadelángel, que es quien
nos ha facilitado el texto. Pertenece a una sección, La perversión de la mirada, en la que Gerardo
Villadelángel invitaba a los autores a elegir una fotografía y escribir un texto a partir de su
elección. César Aira eligió una de las imágenes míticas de Walker Evans, Citizen in Downtown, La
Habana, 1933. Es por eso que acompañamos el texto con la fotografía al completo, para que le
lector pueda apreciar esta particular simbiosis.

¡Ese negro! Salido de una pesadilla, pero no de una pesadilla cualquiera. De la pesadilla
“experiencia”. Si lo encontráramos por ahí, tendríamos motivos de preocupación porque es
evidente que sabe a qué atenerse. En esa cara, en esa actitud, no queda un solo átomo de
inocencia. Es joven, y viejo, no tiene edad. Todos vamos tras la utopía de llegar a ser adultos, pero
cuando vemos al que llegó, y podría darnos lecciones, retrocedemos espantados. En este caso
basta con retroceder un paso, hasta donde está el chico que lee el diario. Pero es solo una
postergación de la condena. El chico va a transformarse en el negro, en veinte o treinta años de
combate con la adversidad capitalista. Al cambio de color solo le agrega el matiz sobrenatural que
tiene todo pacto con el destino. A cambio de la inocencia perdida le darán un bellísimo traje
blanco, y entonces no va a necesitar leer el diario (¿qué dicen los diarios que un hombre con
experiencia no sepa ya?), le bastará con alzarse como imagen y decir más que mil palabras, figura
pavorosa en el catálogo de las especies, como Adulto, sombrío y amenazante.

Nos tranquiliza un poco advertir que es solo una foto, que miramos hechizados. Como en toda
obra de arte, su encanto está en la dialéctica de forma y contenido. Este último puede leerse en
una plétora documental que es asombroso que quepa en tan poca superficie: “leer” no es una
metáfora porque están las tapas de las revistas, el titular de los diarios; el negro, necesariamente,
debe de estar relacionado con el negocio del vicio. La Habana exhibe intacta su esplendor
arquitectónico: el edificio que se ve al fondo es reconocible. Como documento, la foto es un
ejemplo de manual, el ejemplo de máxima: se le puede poner fecha (día y hora) y se la puede
ubicar en el espacio. Hoy día podríamos encontrar el lugar preciso, porque los cubanos se tomaron
el trabajo de no cambiar nada. Y lo explica casi todo sobre la vida cubana de los años treinta. El
cuadro son los cuentos de Lino Novás Calvo, donde habían negros como ése, y chicos como ése, y
señores como los que se ven más allá; y el mismo Lino está presente, pues años después sería
director de una de las revistas que se ven en el puesto, Bohemia.
Pero en el aspecto formal, que en realidad vemos antes y del que nos cuesta arrancarnos, la
dialéctica da un salto vertiginoso. Porque es el formato de una foto de moda en uno de sus trucos
favoritos: el modelo de punta en blanco y de alta costura sobre el fondo de nativos
desharrapados… Salvo que aquí ha pasado algo que pervierte la forma y derrama el contenido.

Por lo pronto, esa misma dialéctica se repite, tematizada, en el negro: todo en él, en su gesto, en
su mirada, señala a la atención; podría ser su estatua alegórica (como El pensador de Rodin que se
ve allá arriba; él es el acento); parece estar oyendo algo o acechándolo con un sentido extra,
animal, implacable; en todo caso no hay que temer que se le escape nada. Pero al mismo tiempo
se propone como un objeto deliberado de la atención; está haciendo imagen, fascinante,
inescapable, demasiado blanco, demasiado negro, demasiado bello, demasiado feo…

Y en un tercer estadio, la dialéctica de la foto, y la de su protagonista, se consuma en la Historia.


Walker Evans, el más baudeleriano de los fotógrafos que exploraron la vulgaridad norteamericana,
estuvo en Cuba en 1933, y fijó este vértigo de peligro. Treinta años después, vino el socialismo, el
hombre se acogió a la ilusión de lo humano y las almas, blancas o negras, dejaron de buscar su
estado adulto por el camino de la experiencia.

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