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lenguaje sencillo que utiliza el autor, pero a la vez bien elaborado, fácil de
comprender, con términos que personalmente lo adentran a ese mundo, un mundo
autoritario, donde vemos claramente al profesor más odiado, estereotipo de ciertos
abusos de poder en algunas escuelas.
Aquí vemos también el comportamiento de algunos docentes que hasta en la
actualidad podemos ver, comportamientos que no son acordes y que de una u
otra manera atemorizan al estudiante, y de ahí vemos cómo esto afecta en el
desarrollo de los niños y niñas, ya que desde ahí ellos crecen con timidez y llenos
de grandes miedos, es una lectura que nos deja bastantes reflexiones, sobre todo
en nuestro rol como docentes, donde debemos ser formadores, mas no
instructores, dejando que nuestros estudiantes sean seres activos y partícipes de
cada una de las circunstancias que se viven en las aulas de clase, conocer por
ejemplo su contexto familiar, aprender a escucharlos, aprender a animarlos y ser
una voz de aliento para ellos.
También otro aspecto para destacar es el colocarles apodos a todos los
estudiantes, es ahí donde despoja a los niños de sus nombres originales, de sus
identidades, para intimidarlos y hacerlos sentir inferiores, como lo dije
anteriormente creo que nosotros debemos concienciarnos y tratar de conocer
cada uno de los contextos de los estudiantes y ser un guía en la construcción de
sus aprendizajes, mas no educar con terror, sino marcar huellas imborrables en la
vida de cada uno.
-¡Qué es esto! -gritó-. ¡Qué diablos! ¡Qué me les pasa, nenés! Tienen
todos un Uno, una estaca en los corazones, papitos. Ya perdieron historia
este mes. (Pág. 21)