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Adalberto Urbina2
George Scharzenberger señala que “la personalidad internacional significa la capacidad para ser
titular de derechos y obligaciones según el Derecho Internacional. Cualquier entidad que posea
personalidad internacional es una persona internacional o un sujeto del Derecho Internacional, a
diferencia de un mero objeto del Derecho Internacional.”3 Lo que caracterizaría a los objetos del
Derecho Internacional es su falta de personalidad internacional. Entre ellos estarían los trenes, carros,
barcos, lagos, ríos, mares, peces, etc.
Es posible recoger las dos teorías radicales en lo relativo a los sujetos del Derecho
Internacional, del siguiente modo:
La teoría clásica: Según la cual los únicos sujetos del Derecho Internacional Público - D.I.P. son
los Estados, ya que este Derecho regula exclusivamente las relaciones entre ellos.
La teoría de la Escuela Realista o Sociológica (Politis, Scelle): Los únicos sujetos del -D.I.P -
son los individuos, pues son ellos los verdaderos destinatarios de toda norma jurídica.
La postura clásica se reflejaba aún a principios del siglo XX en las obras de los doctrinarios. Así,
para la época, en la primera edición de su obra Derecho Internacional, Lassa Oppenheim afirmaba
que éste era un “Derecho entre Estados única y exclusivamente”. En 1927, la Corte Permanente de
Justicia Internacional, en el asunto Lotus, se refería al Derecho Internacional como él que rige las
relaciones entre “Estados independientes” (PCIJ, Reports, Series A, Nº 10). Es preciso puntualizar que
la tesis que considera a los Estados como los únicos sujetos de este derecho debe vincularse
cronológicamente con el nacimiento de los Estados nacionales y la elaboración clara del concepto de
soberanía que surgieron en Europa después de la disolución de las estructuras medievales. Sin
embargo, aún en el Derecho Internacional Clásico se reconocían, quizá a modo excepcional, al lado de
los Estados, a algunos otros entes como titulares de un cierto grado de subjetividad internacional (la
Santa Sede, la Orden de Malta o los beligerantes). El reduccionismo a ultranza de los sujetos del D.I.P.
es un producto del positivismo jurídico, con su radical separación entre el orden internacional y los
ordenamientos jurídicos internos.
A finales del siglo XIX, el surgimiento de ciertas estructuras institucionales (comisiones fluviales,
uniones administrativas) que darían luego origen a las primeras organizaciones internacionales,
representaba un cuestionamiento a la posición radical. Después de la segunda Guerra Mundial se
acentuaría esta tendencia expansionista en la sociedad internacional. Ya en la octava edición de la
citada obra de Oppenheim, editada por Hersch Lauterpacht en 1955, se señalaba que los sujetos del
Derecho Internacional eran “fundamentalmente” los Estados, abriendo así el espectro de los sujetos a
nuevas posibilidades. En la medida en que la subjetividad ha ido desligándose del concepto de
1
Adalberto Urbina, “El individuo en la evolución de las fuentes del derecho internacional de los derechos
humanos” (2007) Boletín No. 3 Centro de Estudios de Derechos Humanos-Universidad Central de
Venezuela 191-200.
2
Especialista en Derecho y Políticas Internacionales UCV, Profesor de Derecho Internacional Público y de Derechos Humanos UCV.
UCAB y UNIMET. Coordinador de Investigación del Centro de Estudios de Derechos Humanos UCV.
3
A Manual of International Law, 6 ed., Londres, 1976
La propia Corte Internacional de Justicia en su Opinión Consultiva sobre las Reparaciones por
daños sufridos al servicio de las Naciones Unidas (1949) constataba que “En un sistema jurídico, los
sujetos no son necesariamente idénticos en cuanto a su naturaleza o a la extensión de sus derechos; y
su naturaleza depende de las necesidades de la comunidad. El desarrollo del Derecho Internacional, en
el curso de su historia, se ha visto influido por las exigencias de la vida internacional, y el crecimiento
progresivo de las actividades colectiva de los Estados ha hecho ya surgir ejemplos de acción ejercida
en el plano internacional por ciertas entidades que no son Estados” (ICJ, Reports, 1962).
En la actualidad, si bien los Estados conservan su carácter de sujetos originarios, es posible hablar
de la existencia de una pluralidad y heterogeneidad de sujetos en el Derecho Internacional. Así pues,
apartando las posiciones extremas, la evolución del Derecho Internacional muestra los cambios en
torno a los perfiles de la subjetividad internacional y específicamente, en lo atinente a la posición que
ha ocupado el individuo en este ordenamiento jurídico:
En la evolución del Derecho Internacional se pueden apreciar las dos fases distintas, en cuanto se
refiere a la posición del individuo como sujeto de este derecho. La primera corresponde a la etapa del
Derecho Internacional Clásico o Tradicional, ya mencionada, que va desde sus orígenes hasta el
término de la Segunda Guerra Mundial; la segunda fase es el reflejo de las transformaciones
experimentadas por el Derecho Internacional, especialmente a partir del término de la Segunda Guerra
Mundial.
En la etapa del Derecho Internacional Clásico el individuo no es considerado como sujeto del
D.I.P, sino que, en la dicotomía entre sujeto y objeto de Derecho, éste sería más bien, un objeto de
reglamentación internacional. Durante todo este período los tratadistas sostienen como verdad
absoluta que los únicos sujetos del Derecho Internacional son los Estados, y en ello radicaría
precisamente la diferencia esencial entre el Derecho Internacional y el Derecho Interno.
Esta posición, como ya se ha dicho, fue evolucionando paulatinamente hasta llegar a admitir que el
Derecho Internacional, además de regular la conducta de los Estados, se ocuparía también de los otros
entes distintos de aquellos, aunque siempre va a prevalecer en ellos una connotación gubernamental o
intergubernamental. De esta manera, ya a finales del siglo XIX y comienzos del XX, comienza a
aceptarse a las Organizaciones Internacionales como sujetos del Derecho Internacional. Sin embargo,
sigue negándose al individuo toda posibilidad de ser destinatario directo de derechos y obligaciones.
Algunas normas internacionales que lo afectaban, tales como las referidas a la protección de minorías,
o la Doctrina del Standard Mínimo Internacional para el tratamiento de extranjeros, no constituían una
excepción a la regla, ni iban en contradicción con la idea de que las obligaciones internacionales eran
sólo asumidas por los Estados y que de la violación de las mismas se derivaba responsabilidad nada
más que para ellos.
• Crímenes de Guerra propiamente dichos: asesinatos, malos tratos o deportación para trabajos
forzados u otros fines de las poblaciones civiles de los territorios ocupados, asesinatos o malos tratos a
los prisioneros de guerra, ejecución de rehenes, saqueos de bienes públicos o privados, destrucción de
ciudades o pueblos sin motivo, devastaciones no justificadas por exigencias militares.
La obediencia debida (órdenes de los superiores militares) o el cumplimiento del Derecho Interno
(actuar por encargo del gobierno), no eximían de responsabilidad al individuo, pero podían constituir
atenuantes.
Los principios que sustentaron los juicios de Nüremberg fueron confirmados por la Asamblea
General de la O.N.U. mediante la Resolución 95 (1) de 11 de diciembre de 1946.
La Declaración Universal de Derechos Humanos: Este vacío sería llenado pocos años después
por la Declaración Universal de Derechos Humanos, instrumento adoptado por la Asamblea General
de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Aunque el contenido de esta Declaración será
bastante vago y genérico, debido a las discrepancias que surgieron entre sus redactores, tiene la virtud
de precisar los derechos que constituyen el catálogo de Derechos Humanos. Entre ellos están el
derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad (Artículo 1), la prohibición de la esclavitud y la
servidumbre (Artículo 2), la prohibición de la tortura y los tratos o penas crueles, inhumanos o
degradantes (Artículo 3), el derecho al reconocimiento de la personalidad jurídica (artículo 4), la
igualdad ante la ley (Artículo 5), el derecho a un juicio justo (Artículo 11), el derecho a la intimidad y
la vida privada (Artículo 12), el derecho al libre tránsito (Artículo 13), el derecho a buscar asilo y
disfrutar de él (Artículo 14), el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión (Artículo
18), el derecho a la libertad de opinión y de expresión (Artículo 19), el derecho a la libertad de reunión
y asociación pacíficas (Artículo 20), los derechos de participación política (Artículo 21), el derecho al
trabajo (Artículo 23), el derecho a la educación (Artículo 26), etc. La Declaración Universal, que no es
un tratado y la cual, en su momento, fue adoptada como “un ideal común por el que todos los pueblos
y naciones deben esforzarse” (Preámbulo), es considerada en la actualidad como un instrumento
vinculante. La Doctrina acepta hoy el carácter de Ius Cogens que tiene el contenido de la Declaración,
es decir, su naturaleza de norma imperativa del Derecho Internacional General, aceptada así por la
comunidad de Estados en su conjunto y que no admite norma en contrario.
La capacidad procesal del individuo surgiría primero en Europa, al margen del Sistema de
Naciones Unidas, con la adopción, en 1950, por parte de los Estados miembros del Consejo de
Europa, de la Convención Europea de Derechos Humanos (“Convenio de Roma para la protección de
los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales”). En ella se establece un catálogo reducido de
derechos humanos (unos 10 de los mencionados en la Declaración Universal), que lo Estados partes
no solamente reconocen, sino que se comprometen a respetar internacionalmente. Igualmente se crean
mecanismos y procedimientos internacionales que estarán abiertos al individuo, cumpliendo con
ciertos requisitos, de tal forma que éste pudiera disfrutar de cierta capacidad procesal y hacer valer sus
derechos ante instancias internacionales (en ese entonces la instancia ante la que podía acudir era la
hoy extinta Comisión Europea de Derechos Humanos, actualmente el individuo, en virtud del
Protocolo XI de la Convención, puede demandar directamente al Estado ante la Corte Europea de
Derechos Humanos).
En conclusión, se puede afirmar que actualmente, el individuo es sujeto del Derecho Internacional,
en tanto que es titular de derechos y obligaciones, y en cuanto que goza de una cierta capacidad
procesal internacional, claramente consagrada en las fuentes del Derecho de los Derechos Humanos,
limitada, pero real y efectiva.