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Bautismo

 del  Señor                                                    Prelatura  de  Juli  


(10.01.2021)                                                                                                                                                                                Mons.  Ciro  Quispe  

EL BAUTISMO DEL SEÑOR


(Mc 1,7-13)

En aquel tiempo, Juan proclamaba: 7 «Detrás de mí viene el que es más


fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus
sandalias. 8 Yo les he bautizado con agua, pero él les bautizará con Espíritu
Santo.» 9 Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Gali-
lea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. 10 En cuanto salió del agua vio
que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él.
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Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me
complazco».

Terminó el tiempo navideño e inicia el tiempo ordinario. Las dos semanas, en los
cuales la liturgia rememora los misterios del nacimiento de Jesús y la salvación del
hombre, parecen muy breves y veloces. Hace ya algunas décadas, el famoso biblista
Carlo María Martini proponía extender el tiempo navideño un par de domingos más. Y
no estaría mal. Hoy más que nunca necesitamos reflexionar sobre una de las condicio-
nes insoslayables de nuestras vidas: Somos inmigrantes de alguna manera o fugitivos,
pues sobrevivimos en esta tierra, muchas veces como extranjeros, tal como lo experi-
mentamos varias veces no solo a nivel geográfico sino también existencial. ¿Quién lo-
gró una plena empatía entre su ubigeo y su existencia? También Jesús, el hijo de Dios,
no fue ajeno a esta situación humana, muy humana. Él y su familia pasaron un buen
tiempo como inmigrantes, refugiados e incompletos, con la mirada puesta en volver, en
volver a la tierra de origen. El otro misterio para reflexionar, que podría acompañar esta
prolongación navideña, debería tratar sobre la cotidianeidad. Tema de mucha actuali-
dad. Varios filósofos y pensadores comienzan a interrogarse e interpelarnos sobre el
sentido de la cotidianeidad o normalidad, como se escucha aquí y allá. ¿Cómo volver a
la normalidad después de la pandemia? Es la pregunta que hoy resuena por todas partes.
Otros levantan la voz inmediatamente cuestionando: ¿qué es la normalidad o qué es la
cotidianeidad? También la Sagrada Familia lo vivió y lo experimentó. Durante sus trein-
ta años de vida oculta y misteriosa, Jesús experimentó vivencias de la cotidianeidad:
necesidad del trabajo, convivencia social, problemas familiares, compromisos que cum-
plir, dolores que afrontar como su adolescencia, la muerte de su padre y la viudez de su
madre, etc. Hoy debemos enfrentarnos, con un nuevo espíritu, a la cotidianeidad que
parece a una vorágine que nos engulle inmisericorde entre el aburrimiento y la monoto-
nía. De ahí, las múltiples alternativas propuestas en los medios de comunicación, que
van desde el cumplimiento estricto de ciertas cábalas hasta el ejercicio del sudoku para
no perder la memoria.

Juan, el bautista
Para comprender mejor nuestra efímera existencia, debemos mirar de acerca la vida
de Juan, poco analizada y poco discutida. Aunque sabemos poco de él, hay pocas notas
esporádicas entre los evangelios, sin embargo los detalles con los cuales lo presentan
son valiosos. Vivió en el desierto toda su vida y vistió casi como pordiosero, sin embar-
go nadie dice que sufrió soledad, abandono o aburrimiento, mucho menos que vivió
como un pobre hombre irrealizado. Todo lo contrario. Algo similar, lo constato en el
altiplano o en el llamado Perú profundo. Si bien no estamos en el desierto, existen simi-

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Bautismo  del  Señor                                                    Prelatura  de  Juli  
(10.01.2021)                                                                                                                                                                                Mons.  Ciro  Quispe  

litudes. He visto señoras y caballeros, algunos adultos y otros ancianos, conviviendo


cotidianamente con el silencio. Pero a diferencia de las personas de las ciudades, que se
van codeando con centenares de personas a su paso, éstas no sufren soledad ni depre-
sión… Porque curiosamente no viven en soledad ni lo sienten. La naturaleza, así como
sus animales cercanos, las plantas, las flores y la chacra, forman parte de su cotidianei-
dad real y vivencial. Y si a esta situación le añadimos lo que vivía el Bautista, una rela-
ción humana profunda con el otro, con Jesús, y otra relación igual de profunda, con
Dios, quizás hayamos encontrado la cábala que tanto necesitamos para nuestras existen-
cias sedientas de vida.

Bautizo con agua y bautizo Espíritu Santo


A pesar de vivir en un lugar tan desértico e inhóspito, como es el valle del Jordán, la
relación del israelita con el agua es singular. Su existencia y su final se halla marcada
por el agua, por la poca agua que hay en estos lugares. Como pueblo su origen se re-
monta a las aguas del mar Rojo; del mismo modo, para lograr el perdón de sus pecados,
necesitaban de mucha agua para las exigentes purificaciones. El agua ejercía este poder.
Como sucede en la mentalidad de mucha gente de hoy que cree que los objetos (talis-
manes, piedras de cuarzo, uvas o prendas de colores) poseen un poder propio y determi-
nante. Esto es humano, demasiado humano, como lo dijo el Bautista. Una cosa es
bautizarse con agua y otra cosa con el Espíritu de Jesús. La diferencia es abismal.
Que los objetivos mágicos posean un influjo en las personas, lo podemos discutir;
pero la fuerza del Espíritu, va más allá de cualquier discusión. Que la piedra de cuarzo
te transmita energía, podríamos elucubrar, pero que el Espíritu de un amigo tuyo, de un
familiar tuyo, de un maestro, de un héroe o de un santo, no haga efecto va más allá de
cualquier discusión. He visto a jóvenes entusiasmados de vivir según el espíritu de san
Francisco, de santo Domingo, de san Ignacio, de don Bosco. Y no se trata de un Espíritu
pasajero sino de un Espíritu que permanece y da fruto en la vida de una persona. A eso
se refiere el Bautista en este domingo. Ser bautizado con agua, eso lo podemos experi-
mentar en cualquier momento de nuestra existencia. Solo necesitamos un Bautista. Pero
ser bautizado en la fuerza del Espíritu de Jesús, que no se trata de un espíritu cualquiera
o especial, sino de un Espíritu que a la vez es Santo, envuelve muchas otras cosas o de-
bería. Implica adquirir el compromiso de vivir según el Espíritu renovador de Jesús,
según el Espíritu del Buen Samaritano, de aquel que come con justos e injustos, que
camina con ricos y pobres, que abraza a santos y pecadores, que vista familias y hospe-
da personas, que busca la verdad por encima de todo, que transmite vida porque prome-
tió vida y vida en abundancia (Jn 10,10). Hay gente que va detrás de otros espíritus (y
muchas veces esos espíritus respiran cólera, resentimiento, odio, venganza), pero si te
convence la vida del Maestro, el estilo del Galileo, no puedes no pedir sino su Espíritu,
que es además Santo. Y Él, más que gustoso, anhela transmitírtelo.

El bautizo de Jesús
La experiencia del Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, también es la nuestra.
Un día, tal como lo acabamos de escuchar-reflexionar-rezar en el evangelio, el Carpinte-
ro de Galilea vivió la experiencia mística perfecta. A partir de su relación humana pro-
funda con el Bautista, pudo mostrar su relación profunda con la divinidad. Aquel día, el
Espíritu de Dios se unió al Espíritu del hombre (10) a plenitud. Y el poder de aquella
unió lo constataremos cada domingo, tal como el evangelio de Marcos (durante este
año) nos lo irá desvelando. Pedir el Espíritu de Jesús es vivir con el mismo poder que él

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Bautismo  del  Señor                                                    Prelatura  de  Juli  
(10.01.2021)                                                                                                                                                                                Mons.  Ciro  Quispe  

vivió. Así lo ha dicho, en palabras claras, el evangelista Juan: «Pero a todos los que la
recibieron, le dio el poder de ser hijos de Dios», porque lo que «no nació de sangre, ni
de deseo de hombre, nació de Dios» (Jn1,12-13). Este mismo poder lo podemos adquirir
si nos dejamos bautizar por el Espíritu Santo. No es un poder humano sino un poder
divino, el poder de amar y perdonar, el poder de ayudar y consolar.

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