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Terminó el tiempo navideño e inicia el tiempo ordinario. Las dos semanas, en los
cuales la liturgia rememora los misterios del nacimiento de Jesús y la salvación del
hombre, parecen muy breves y veloces. Hace ya algunas décadas, el famoso biblista
Carlo María Martini proponía extender el tiempo navideño un par de domingos más. Y
no estaría mal. Hoy más que nunca necesitamos reflexionar sobre una de las condicio-
nes insoslayables de nuestras vidas: Somos inmigrantes de alguna manera o fugitivos,
pues sobrevivimos en esta tierra, muchas veces como extranjeros, tal como lo experi-
mentamos varias veces no solo a nivel geográfico sino también existencial. ¿Quién lo-
gró una plena empatía entre su ubigeo y su existencia? También Jesús, el hijo de Dios,
no fue ajeno a esta situación humana, muy humana. Él y su familia pasaron un buen
tiempo como inmigrantes, refugiados e incompletos, con la mirada puesta en volver, en
volver a la tierra de origen. El otro misterio para reflexionar, que podría acompañar esta
prolongación navideña, debería tratar sobre la cotidianeidad. Tema de mucha actuali-
dad. Varios filósofos y pensadores comienzan a interrogarse e interpelarnos sobre el
sentido de la cotidianeidad o normalidad, como se escucha aquí y allá. ¿Cómo volver a
la normalidad después de la pandemia? Es la pregunta que hoy resuena por todas partes.
Otros levantan la voz inmediatamente cuestionando: ¿qué es la normalidad o qué es la
cotidianeidad? También la Sagrada Familia lo vivió y lo experimentó. Durante sus trein-
ta años de vida oculta y misteriosa, Jesús experimentó vivencias de la cotidianeidad:
necesidad del trabajo, convivencia social, problemas familiares, compromisos que cum-
plir, dolores que afrontar como su adolescencia, la muerte de su padre y la viudez de su
madre, etc. Hoy debemos enfrentarnos, con un nuevo espíritu, a la cotidianeidad que
parece a una vorágine que nos engulle inmisericorde entre el aburrimiento y la monoto-
nía. De ahí, las múltiples alternativas propuestas en los medios de comunicación, que
van desde el cumplimiento estricto de ciertas cábalas hasta el ejercicio del sudoku para
no perder la memoria.
Juan, el bautista
Para comprender mejor nuestra efímera existencia, debemos mirar de acerca la vida
de Juan, poco analizada y poco discutida. Aunque sabemos poco de él, hay pocas notas
esporádicas entre los evangelios, sin embargo los detalles con los cuales lo presentan
son valiosos. Vivió en el desierto toda su vida y vistió casi como pordiosero, sin embar-
go nadie dice que sufrió soledad, abandono o aburrimiento, mucho menos que vivió
como un pobre hombre irrealizado. Todo lo contrario. Algo similar, lo constato en el
altiplano o en el llamado Perú profundo. Si bien no estamos en el desierto, existen simi-
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Bautismo
del
Señor
Prelatura
de
Juli
(10.01.2021)
Mons.
Ciro
Quispe
El bautizo de Jesús
La experiencia del Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, también es la nuestra.
Un día, tal como lo acabamos de escuchar-reflexionar-rezar en el evangelio, el Carpinte-
ro de Galilea vivió la experiencia mística perfecta. A partir de su relación humana pro-
funda con el Bautista, pudo mostrar su relación profunda con la divinidad. Aquel día, el
Espíritu de Dios se unió al Espíritu del hombre (10) a plenitud. Y el poder de aquella
unió lo constataremos cada domingo, tal como el evangelio de Marcos (durante este
año) nos lo irá desvelando. Pedir el Espíritu de Jesús es vivir con el mismo poder que él
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Bautismo
del
Señor
Prelatura
de
Juli
(10.01.2021)
Mons.
Ciro
Quispe
vivió. Así lo ha dicho, en palabras claras, el evangelista Juan: «Pero a todos los que la
recibieron, le dio el poder de ser hijos de Dios», porque lo que «no nació de sangre, ni
de deseo de hombre, nació de Dios» (Jn1,12-13). Este mismo poder lo podemos adquirir
si nos dejamos bautizar por el Espíritu Santo. No es un poder humano sino un poder
divino, el poder de amar y perdonar, el poder de ayudar y consolar.
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