CASO 1: Son las dos de la madrugada, puerta de urgencias de un hospital cualquiera
de una ciudad cualquiera. Un grupo de jóvenes de 17 años entran muy asustados con su amigo Carlos, se encuentra muy mal. Han estado de fiesta, pero no es normal, nunca lo habían visto así, ha bebido dos cervezas y saben que él aguanta muchos más. No se sujeta en pie, se cae, deben llevarlo entre varios, apenas le entienden cuando habla y entre balbuceos sólo consiguen adivinar que le duele mucho la cabeza. Lo mandan a casa, diagnóstico: está borracho. A la mañana siguiente Carlos no se levanta de la cama, algo anormal porque, aunque salga de fiesta él no falta a la práctica con su equipo de pelota, los padres lo saben. Lo llaman, insisten y Carlos sigue sin poder articular palabra, asustados al ver el estado de su hijo lo llevan de nuevo al hospital, no sólo no está mejor, ha empeorado. Diagnóstico: Carlos no estaba borracho, sufrió un accidente cerebro vascular, un ictus. Su vida y la de su familia ya no será la misma, deberán aprender a convivir con un daño cerebral adquirido.
CASO 2: Juan de 42 años, es un hombre extrovertido y un responsable padre de dos
niños de 10 y 8 años, está felizmente casado y ha tenido éxito con sus negocios de hostelería. Es verano y como cada año Juan vuelve a su pueblo unos días. Allí, se reencuentra con sus amigos de la infancia y como siempre él y sus amigos van a darse un baño al río con sus hijos. Juan trata de sorprender a sus hijos y se lanza de cabeza al agua desde un saliente de la montaña que hace como una especie de trampolín natural. Lo tiene todo controlado, lo conoce bien y no es la primera vez que lo hace, pero la mala fortuna hace que le falle un brazo y se golpea fuertemente en la cabeza. Al ver que no sale a flote sus amigos se lanzan a buscarlo, está inconsciente, no lo dudan y lo trasladan al hospital rápidamente. Por el camino recupera la consciencia, pero parece confuso y no sabe bien qué está pasando. Diagnóstico: Traumatismo craneoencefálico.
CASO 3: Emma es una alegre niña de 8 años, en el colegio no tiene problemas, es
muy sociable, tiene amigos y saca muy buenas notas. Son las cinco y media de la tarde y como cada día Emma va al parque. Está jugando con sus amiguitas mientras las madres, atentas de los niños, hablan de sus cosas, pero de pronto, la madre de Emma da un grito y sale corriendo. La niña ha caído desde arriba del tobogán y se ha dado un fuerte golpe en la cabeza, llora desconsolada. La madre duda en si llevarla o no a urgencias, pero como parece que se calma pronto y quiere seguir jugando finalmente no van. No le ha pasado nada, solo ha sido un susto, un gran chichón en la frente, del que presumirá en el cole, y que desaparecerá en unos días. Ahora, Emma tiene doce años y su rendimiento académico ha caído en picado, posiblemente repita curso. Los padres preocupados deciden llevarla a un centro del que les han hablado, especializado en trastornos del neurodesarrollo, para que le realicen una evaluación neuropsicológica que pueda aclararles por qué el rendimiento de Emma, que era una niña brillante, ha ido descendiendo cada vez más, aunque su esfuerzo es mayor. Diagnóstico: Emma presenta un trastorno disejecutivo consecuencia de aquel golpe en el parque y que ahora muestra sus consecuencias años después.