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CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
BASTAN ESTOS PRINCIPIOS PARA REFUTAR A LOS MANIQUEOS
CAPÍTULO III
Todas las cosas son tanto mejores cuanto son más mesuradas, hermosas y
ordenadas, y tanto menos bien encierran cuanto son menos mesuradas,
hermosas y ordenadas. Estas tres cosas, pues: la medida, la forma y el orden-
y paso en silencio otros innumerables bienes que se reducen a éstos-, estas
tres cosas, pues: la medida, la belleza y el orden, son como bienes generales,
que se encuentran en todos los seres creados por Dios, lo mismo en los
espirituales que en los corporales.
Por tanto, Dios está sobre toda medida de la criatura, sobre toda belleza y
sobre todo orden, no con superioridad local o espacial, sino con un poder
inefable y divino, porque de él procede toda medida, toda belleza, todo orden.
Donde se encuentran estas tres cosas en grado alto de perfección, allí hay
grandes bienes; donde la perfección de esas propiedades es inferior,
inferiores son también los bienes; donde faltan, no hay bien alguno. De la
misma manera, donde estas tres cosas son grandes, grandes son las
naturalezas; donde son pequeñas, pequeñas o menguadas son también las
naturalezas, y donde no existen, no existe tampoco la naturaleza.
CAPÍTULO IV
La naturaleza mala es, pues, aquella que está corrompida, porque la que no
está corrompida es buena. Pero, aun así corrompida, es buena en cuanto es
naturaleza; en cuanto que está corrompida, es mala.
CAPÍTULO V
Puede suceder que una naturaleza que ha sido ordenada con mayor
perfección en cuanto a la medida y a la belleza naturales, aun estando
corrompida, sea mejor que otra incorrupta, pero de orden inferior por su
medida y su belleza. Y así ocurre que, por razón de la cualidad que va unida
a la presencia exterior, es más apreciado por los hombres el oro deteriorado
que la plata, aun cuando no esté deteriorada, y es más estimada la plata
deteriorada que el plomo pulido.
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
Dios es para nosotros un bien tan grande, que todo redunda en beneficio de
quien no se separa de él. Del mismo modo, en el orden de las cosas creadas,
la naturaleza racional es un bien tan excelente, que ningún otro bien puede
hacerla dichosa, sino Dios. Los pecadores, que por el pecado salieron del
orden, entran de nuevo en él mediante la pena. Como este orden no es
conforme a su naturaleza, por eso implica la razón de pena o castigo. Se le
denomina justicia, porque es lo que le corresponde a la culpa o falta.
CAPÍTULO VIII
Las demás cosas, que han sido hechas de la nada y que, ciertamente, son
inferiores al espíritu racional, no pueden ser ni felices o dichosas ni infelices.
Pero como son buenas en cuanto a su orden y a su belleza y del sumo Bien,
es decir, de Dios recibieron la existencia y la bondad, por muy pequeña e
insignificante que ésta sea, han sido ordenadas de tal suerte que las más
débiles se subordinan a las más fuertes, las más frágiles a las más duraderas,
las menos potentes a las más poderosas, y así también lo terreno se
armoniza con lo celestial en subordinación de inferior a superior y más
excelente.
Dentro del orden temporal hay una cierta belleza relativa en los seres, que
aparecen y desaparecen. Así, los que perecen o dejan de ser no desfiguran
o perturban la medida, la belleza y orden del conjunto o universales. Sucede
aquí lo mismo que en un discurso bien compuesto y elegante, cuya belleza
resulta de la sucesión armoniosa de las sílabas y de los sonidos que se van
produciendo y desvaneciendo.
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
Como he indicado antes, bastaría para corregir su error que quisieran darse
cuenta -y la verdad les obliga o fuerza a confesarlo- de que el bien no puede
proceder sino de Dios. Es absurdo que los grandes bienes provengan de un
principio y de otro distinto los pequeños; pues unos y otros, grandes y
pequeños, tienen su origen en el sumo y soberano Bien, que es Dios.
CAPÍTULO XIII
Toda vida, sea grande o pequeña; todo poder, sea grande o pequeño; toda
salud, sea grande o pequeña; toda memoria, grande o pequeña; toda fuerza,
grande o pequeña; todo entendimiento, grande o pequeño; toda tranquilidad,
grande o pequeña; toda riqueza, grande o pequeña; todo sentimiento, grande
o pequeño; toda luz, grande o pequeña; toda suavidad, grande o pequeña;
toda medida, grande o pequeña; toda belleza, grande o pequeña; toda paz,
grande o pequeña, y si hay algún otro bien semejante a éstos, y
principalmente los que se encuentran en todas las cosas, lo mismo en las
espirituales que en las corporales; toda medida, toda belleza, todo orden, sea
grande o pequeño; todo ello solamente puede provenir de Dios.
CAPÍTULO XIV
POR QUÉ LOS BIENES INFERIORES RECIBEN NOMBRES OPUESTOS
Entre todos estos bienes hay algunos de orden inferior que se denominan con
nombres opuestos cuando se les compara con los que son de un orden
superior. Así sucede que en relación con la forma humana, que tiene gran
belleza o prestancia, en su comparación la belleza de la mona es deforme.
Lo cual da ocasión a que los ignorantes se equivoquen y juzguen que aquélla
es un bien y ésta un mal, sin fijarse en la medida que es propia y conveniente
al cuerpo de la mona, la proporción de sus miembros, la simetría de las
partes, el cuidado de su conservación y otros detalles que sería prolijo
enumerar o describir.
CAPÍTULO XV
Del mismo modo, las cosas luminosas y las oscuras se consideran como
contrarias, aunque las oscuras no carecen totalmente de alguna luz, porque,
si carecieran en absoluto de toda luz, la ausencia de ésta serían las tinieblas,
como el silencio es la ausencia de todo sonido.
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
Ni tampoco debe decirse que sea mala aquella materia que los antiguos
denominaron hyle. No me refiero precisamente a la materia que Manes, con
loca jactancia y sin saber lo que dice, llama hyle, y que, según él, es la
formadora o creadora de los cuerpos, por lo que justamente se le atribuye
que supone o introduce la existencia de otro Dios, ya que únicamente Dios
puede modelar o crear los cuerpos. Estos, en efecto, no son creados sino
cuando empieza a subsistir en ellos la medida, la belleza y el orden,
cualidades que, por ser buenas, ni existen ni pueden existir sino por Dios.
Pienso que también los maniqueos confiesan esto.
Pero llamo yo hyle a una cierta materia absolutamente informe y sin cualidad
alguna, de la que se forman todas las cualidades que nosotros percibimos
por nuestros sentidos, como lo sostuvieron los antiguos filósofos. Por eso la
selva o bosque se denomina en griego ὕλη, porque es materia apta para que
la trabajen o modelen los artífices, no para que ella produzca de por sí alguna
cosa, sino para que de ella sea hecho algo. No debe decirse, por
consiguiente, que sea mala esa hyle, que de ningún modo puede ser
percibida por nuestros sentidos y que apenas puede concebirse por la
privación absoluta de toda forma.
CAPÍTULO XIX
Todo cambio o mudanza hace no ser a lo que era. Por lo tanto, aquél es
verdaderamente el que es inmutable, y las demás cosas que por él han sido
hechas, de él han recibido el ser, según su medida.
Síguese que el sumo o soberano Ser tan sólo puede tener como opuesto al
no ser, y por eso, así como por él existe todo lo que es bueno, así también
por él existe todo lo que naturalmente es o toda naturaleza, porque todo lo
que naturalmente existe es bueno. Como toda naturaleza es buena y todo
bien procede de Dios, conclúyese que toda naturaleza proviene de Dios.
CAPÍTULO XX
Del mismo modo, tratándose del cuerpo, mejor es la lesión o herida con dolor
que la putrefacción sin dolor, que propiamente se llama corrupción, la cual no
vio, esto es, no padeció el cuerpo muerto del Señor, conforme había sido
predicho en una profecía: No dejarás que tu santo experimente la
corrupción2. Porque el que fuese herido por los clavos y traspasado con la
lanza, ¿quién lo negará?
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
POR QUÉ SE DICE A VECES QUE LA MEDIDA, LA BELLEZA Y EL ORDEN SON MALOS
CAPÍTULO XXIV
SE PRUEBA CON TESTIMONIOS DE LA SAGRADA ESCRITURA QUE DIOS ES
INMUTABLE
Y QUE EL HIJO ES ENGENDRADO Y NO HECHO
CAPÍTULO XXV
AQUELLO DEL EVANGELIO: «NADA HA SIDO HECHO SIN ÉL», MAL ENTENDIDO POR
ALGUNOS
Porque ¿quién querrá hablar con hombres que, al oír lo que he dicho: «Nada
importa», contestaran: «Luego importa algo, porque ese nada es algo»?
Mas los que conservan sano y equilibrado el juicio, clarísimamente ven que
lo mismo se entiende cuando dije: «Nada importa», que se entendería si
hubiera dicho: «No importa nada.» Pero si aquéllos preguntasen a alguno:
«¿Qué has hecho?», y éste les respondiese que nada había hecho,
consecuentemente podrían calumniarle diciéndole: «Luego has hecho algo,
porque nada has hecho, pues ese nada es algo». Pero tienen al mismo Señor,
que pone esta palabra al fin de una sentencia, diciendo: Y en secreto no he
hablado nada10. Lean, por tanto, y callen.
CAPÍTULO XXVI
Como todas las cosas que Dios no engendró de sí, sino que las hizo por su
Verbo, no las hizo de cosas que ya estaban hechas, sino de lo que no existía
de ningún modo, es decir, de la nada, por eso se expresa así el Apóstol: El
cual llama a las cosas que no son para que sean11. Y más claramente está
escrito en el libro de los Macabeos: Ruégote, hijo, que mires al cielo y a la
tierra, y veas cuanto hay en ellos, y entiendas que no existía aquello de lo
cual nos hizo el Señor Dios12. Y también lo que está escrito en los Salmos: El
lo dijo, y todo fue hecho13.
Manifiesto es que no engendró de sí estas cosas, sino que las hizo en virtud
de su palabra y mandato. Mas lo que no hizo de sí, ciertamente que lo hizo
de la nada; pues no existía cosa alguna de la cual pudiera sacarlo, como
abiertamente dice el Apóstol: Porque de él y por él y en él son todas las
cosas14.
CAPÍTULO XXVII
LA EXPRESIÓN «DE ÉL» («EX IPSO») NO ES IDENTICA CON «NACIDO DE ÉL» («DE
IPSO»)
La expresión ex ipso (de él) no significa lo mismo que de ipso (nacido de él).
Todo lo «nacido de él» puede decirse que es «de él». Pero no todo lo que es
«de él» puede con verdad decirse que «ha nacido de él». De él vienen el cielo
y la tierra, puesto que él los hizo. Pero no los sacó de sí mismo, puesto que
no son de su misma sustancia.
CAPÍTULO XXVIII
Por lo tanto, cuando oímos decir que todas las cosas son de él, por él y en
él, debemos entender ciertamente que se refieren a todas las cosas que
naturalmente existen. Pues no existen por él los pecados, que no conservan
la naturaleza, sino que la vician y corrompen.
CAPÍTULO XXIX
A pesar de estar en Dios todas las cosas que ha creado, no pueden los que
pecan mancillarle a él, de cuya sabiduría se dice: Se extiende y lo penetra
todo a causa de su pureza, y en ella nada hay manchado16.
CAPÍTULO XXX
LOS BIENES MÁS IMPERFECTOS Y TERRENOS SON TAMBIÉN OBRA DE DIOS
Que también hizo Dios los bienes inferiores, esto es, los terrenos y caducos,
lo enseña claramente el Apóstol en aquel pasaje en donde, hablando de los
miembros de nuestro cuerpo, dice: De esta suerte, si un miembro es honrado,
todos los otros a una se gozan, y si padece un miembro, todos los miembros
padecen con él; y también dice en el mismo lugar: Dios ha dispuesto los
miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como ha querido y Dios dispuso el
cuerpo dando mayor decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera
escisiones en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual
unos de otros17.
CAPÍTULO XXXI
Y para demostrar que no hay iniquidad en Dios cuando inflige a los pecadores
el castigo merecido, dice así: ¿Qué diremos? ¿Es por ventura Dios injusto al
descargar su cólera?20
Finalmente, con breves palabras advierte en otro lugar que tanto la bondad
como la severidad son obras de Dios, diciendo: Considera, pues, la bondad
y la severidad de Dios: la severidad para con los caídos, para contigo la
bondad si permanecieres en la bondad21.
CAPÍTULO XXXII
De igual manera, porque también el poder de los que hacen dañono procede
sino de Dios, dice la Sabiduría: Por mí reinan los reyes y por mí los tiranos
sujetan la tierra22. Y el Apóstol: No hay potestad sino de Dios23. Y que esto
se hace justamente, está confirmado en el libro de Job: El que hace reinar al
hipócrita a causa de la perversidad del pueblo24. Y del pueblo de Israel dice
el mismo Dios: Yo les he dado un rey en mi cólera25.
No es, pues, injusto que se dé a los malvados la potestad de dañar para que
se pruebe la paciencia de los buenos y sea castigada la iniquidad de los
malos. Y así, por el poder concedido al diablo, fue probado Job para que
apareciera justo26, y Pedro tentado para que no presumiera de sí27, y Pablo
sufrió el aguijón de la carne para que no se ensoberbeciese28, y Judas
condenado para que se ahorcase29.
Por lo tanto, el mismo Dios ha hecho justamente todas estas cosas por el
poder que concedió al demonio; sin embargo, no porque hayan sido
justamente realizadas, sino por la inicua voluntad de dañar del demonio, es
por lo que sufrirá el suplicio eterno al fin de los tiempos, cuando se diga a los
impíos que perseveraron en el asentimiento de su maldad: Id al fuego eterno,
que mi Padre ha preparado para el diablo y para sus ángeles30.
CAPÍTULO XXXIII
LOS ÁNGELES MALOS NO FUERON PERVERTIDOS POR DIOS, SINO POR SU PECADO
Y porque los ángeles rebeldes no fueron creados malos por Dios, sino que
se pervirtieron por el pecado, dice así el apóstol San Pedro en su epístola: Si,
pues. Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en
el tártaro, los entregó a las prisiones tenebrosas, reservándolos para el día
del juicio31. Con lo que prueba San Pedro que aún les espera la pena del
último juicio, de la cual dice el Señor: Id al fuego eterno, que está, preparado
para el diablo y sus ángeles. Aunque ya han recibido en castigo y como cárcel
este infierno, es a saber, la región inferior y caliginosa del aire, el cual, sin
embargo, como también se llama cielo, no el cielo en que están las estrellas,
sino este más bajo, en cuya oscuridad se aglomeran las nubes y vuelan las
aves -de ahí que se pueda hablar del «cielo nublado» y de «aves del cielo» -
, por eso es por lo que el apóstol San Pablo llama espíritu de maldad en los
cielos32 a estos mismos inicuos espíritus, que son envidiosos de nuestro bien
y contra los cuales peleamos viviendo piadosamente. Para que esto no se
entienda de los cielos superiores, dice claramente en otra parte: Conforme al
príncipe del imperio del aire, que ahora obra sobre los hijos de la infidelidad33.
CAPÍTULO XXXIV
No había plantado, pues, Dios un árbol malo en el paraíso, sino que él mismo,
que había prohibido tocarlo, era más perfecto.
CAPÍTULO XXXV
He ahí por qué al árbol, que prohibió tocar, lo llamó el árbol del discernimiento
del bien y del mal35, para que, cuando el hombre lo tocase contra su
prohibición, experimentara la pena del pecado y de este modo conociese la
diferencia que existe entre el bien de la obediencia y el mal de la
desobediencia.
CAPÍTULO XXXVI
NINGUNA CRIATURA DE DIOS ES MALA, SINO QUE EL MAL CONSISTE EN HACER MAL
USO DE ELLA
¿Quién, pues, sería tan necio que llegara a creerse en el deber de vituperar
a una criatura colocada por Dios en el mismo paraíso, puesto que ni las
espinas ni los abrojos, que la tierra produjo, según la voluntad justiciera de
Dios, para hacer más fatigoso el trabajo del pecador, pueden ser rectamente
vituperados? Porque tales hierbas tienen también su medida, su belleza y su
orden, que no dejará de encontrar muy laudables quien discretamente las
considere; pero son cosas malas para aquella naturaleza que era necesario
castigar de este modo a causa de su pecado.
El pecado, pues, consiste en usar mal del bien. Por eso el Apóstol censura o
reprende a los ya condenados por el juicio divino, que adoraron y sirvieron a
la criatura en lugar del Creador36. No condena a la criatura, y el que esto
hiciere haría una injuria al Creador; sino que condena a aquellos que
abusaron de un bien, renunciando o abandonando otro de orden superior.
CAPÍTULO XXXVII
CAPÍTULO XXXVIII
CAPÍTULO XXXIX
El fuego es eterno, pero no del mismo modo que lo es Dios; pues aun cuando
no acabará nunca, tuvo, sin embargo, principio, y Dios no lo ha tenido.
Además, su naturaleza está sometida al cambio, no obstante haber sido
destinado a servir de castigo perpetuo a los pecadores. La verdadera
eternidad es la verdadera inmortalidad, o sea, la suma inmutabilidad, que es
un atributo exclusivo de Dios, el cual es absoluta y esencialmente inmutable.
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
Es preciso admitir también que allí debía existir alguna belleza, porque, de
otro modo, no se hubieran apasionado amorosamente por sus matrimonios
ni sus cuerpos hubieran conservado la proporción armoniosa de los
miembros. Si esto no hubiera existido, no era posible que se hubiera realizado
lo que ellos suponen en sus locos desvaríos.
Y debía haber algún orden, porque sin él no sería posible que unos mandaran
y otros obedecieran, ni los seres vivirían en armonía con sus elementos
respectivos, ni, finalmente, habría conveniencia en la disposición de los
miembros para que pudieran hacer lo que éstos nos cuentan.
Tales son los bienes que Jesucristo reporta no a esta naturaleza creada por
Dios y depravada por el pecado del libre albedrío, sino a la naturaleza, a la
substancia misma de Dios, que es el mismo Dios.
CAPITULO XLII
¡Oh nefanda e inaudita osadía para creer, decir y divulgar de Dios tan
horrenda doctrina! Y pretendiendo defender estos absurdos, se precipitan
ciegamente en afirmaciones más criminales y sostienen que es la mezcla de
la naturaleza mala la que hace que la naturaleza de Dios, que es
esencialmente buena, sufra o padezca grandes males, pues por sí misma no
puede y nunca hubiera podido sufrirlos.
Además, si las almas de la luz son condenadas porque amaron las tinieblas,
injustamente es condenada la raza de las tinieblas, que amó la luz. Y,
ciertamente, los habitantes de las tinieblas amaron la luz desde el principio y
quisieron no apagarla, sino poseerla, aunque violentamente; mas la
naturaleza de la luz pretendió extinguir las tinieblas en la lucha y las amó
después de ser vencida.
CAPÍTULO XLIII
¿Ignoraba Dios por ventura lo que había de suceder a sus miembros, que
llegarían a amar las tinieblas, haciéndose así enemigos de la luz santa, como
Manes afirmó, es decir, no solamente enemigos de su Dios, sino también de
su Padre, del cual habían salido? Pero ¿cómo es posible que se diera en Dios
este mal tan grande de ignorancia antes de que ningún mal de la raza
enemiga se mezclara con su naturaleza? Y si conocía que se realizaría este
mal, o había en él una crueldad eterna, si no se dolía de la futura
contaminación y condenación de su naturaleza, o vivía en continua aflicción,
si se compadecía. Mas ¿de dónde procedía este mal tan grande de vuestro
sumo Bien antes de la mezcla con vuestro sumo Mal?
¿Acaso se complacía Dios con el gozo de una inmensa caridad, porque por
medio de su castigo se preparaba un eterno descanso a los demás
moradores de la luz? Quien comprenda lo absurdo de semejante afirmación,
anatematícela. Si al menos obrara de este modo para no hacerse ella
enemiga de la luz, quizá pudiera ser alabada, no como naturaleza divina, sino
como se elogiaría a un hombre que quisiera padecer algún mal por el bien de
su patria, mal que evidentemente sería temporal y no eterno. Pero ellos dicen
que es eterna la sujeción no de una naturaleza cualquiera, sino de la
naturaleza divina, en el abismo de las tinieblas. Y, en verdad, si la naturaleza
de Dios se alegraba de llegar a amar las tinieblas y hacerse enemiga de la
luz santa, su gozo es el más inicuo, execrable e inefablemente sacrílego.
Mas ¿de dónde podría provenir este mal tan cruel y horrendo antes de que
ningún mal causado por la raza adversaria se mezclara con la naturaleza
divina? ¿Quién tolerará necedad tan perversa e impía cual es atribuir bienes
tan excelentes al sumo Mal y males tan grandes al sumo Bien, que es Dios?
CAPÍTULO XLIV
Es horrible exponer las torpezas tan sacrílegas e inauditas que les enseña
este error, el más nefando, aunque no les convence, acerca de la parte de la
naturaleza de Dios, de la que dicen que se halla mezclada en todas las cosas,
en los cielos, en la tierra, en todos los cuerpos, secos y húmedos; en todas
las semillas de los árboles, de las hierbas, de los hombres y de los animales;
pero que no está presente, como decimos nosotros de Dios, por la potencia
de su divinidad sin ningún otro vínculo para gobernar y regir todas las cosas
puramente, firmemente, incorruptiblemente, sino que se halla ligada, oprimida
y mancillada, y que ha de ser desligada, libertada y purificada no sólo
mediante el curso del sol y de la luna y por las fuerzas de la luz, sino también
por los méritos de sus elegidos.
Esto leen los infelices maniqueos, esto dicen, oyen y creen, y esto es lo que
consta en el libro VII de su Tesoro, como llaman a cierto escrito de Manes,
en el cual figuran esas blasfemias: «Entonces aquel bienaventurado Padre,
quien como lugar de reposo y grandiosas moradas tiene unas luminosas
naves, siguiendo los impulsos de su innata clemencia, le infunde poder a su
propia sustancia vital. Así queda desembarazada y liberada de sus impías
ataduras, estrecheces y opresiones. De esta manera, con una orden invisible
suya transfigura aquellas sus potencias contenidas en la citada nave
luminosa, y las hace obedecer a las potencias enemigas, ordenadas por cada
uno de los giros celestes.
CAPÍTULO XLV
Aseguran los maniqueos que esa misma parte de la naturaleza de Dios que
está mezclada con el mal se purifica por medio de los elegidos, cuando
comen y beben, porque dicen que está sujeta y unida a todos los alimentos
y, al tomarlos en la comida y en la bebida para el sostenimiento del cuerpo,
como si los elegidos fueran santos, por medio de su santidad es desatada,
señalada y libertada.
No advierten estos infelices que no sin razón se les atribuye a ellos lo que en
vano tratan de negar, mientras no condenen sus libros y dejen de ser
maniqueos. Porque si, como afirman, en todas las semillas está ligada y
encerrada una parte de la naturaleza de Dios y es purificada por los elegidos
cuando comen, ¿quién no creerá fundadamente que ellos hacen lo mismo
que leen en su Tesoro que hacen los príncipes de las tinieblas, cuando creen
y no dudan afirmar que sus cuerpos proceden de la raza de las tinieblas y
que en ellos está ligada y sujeta aquella sustancia vital, que es una parte de
Dios? Y si ésta ha de ser libertada y purificada al comer, como les obliga a
confesar su funesto error, ¿quién no verá, quién no se horrorizará de las
muchas y nefandas torpezas que de sus doctrinas se siguen?
CAPÍTULO XLVI
Sostienen los maniqueos que Adán, el primer hombre, fue creado por algunos
príncipes de las tinieblas, que lo sujetaron para que no huyera de ellos su luz.
Escribió Manes en la carta que llaman del Fundamento cómo el príncipe de
las tinieblas, a quien llaman padre del primer hombre, hubiera hablado y se
hubiera dirigido a los demás príncipes de las tinieblas compañeros suyos:
«Con inicuas invenciones dice a los que estaban presentes: ¿Que os parece
de esta gran luz que nace? Mirad cómo se conmueve el polo y quebranta una
verdadera multitud de potestades. Por eso es conveniente que comience
preguntándoos por la luz que conserváis en vuestras fuerzas, pues así os
representaré la imagen de aquel gran sol que ha aparecido en toda su gloria,
y mediante esa imagen podremos reinar cuando algún día seamos librados
de la morada de las tinieblas.
Todos los oyentes, después de una madura deliberación, juzgaron que era
muy justo asentir a lo que se les pedía. No confiaban, además, en que habían
de conservar siempre la misma luz, y acordaron ofrecérsela a su Príncipe,
esperando que por este pacto llegarían a reinar.
Como entre los que estaban reunidos era frecuente la promiscuidad sexual
de hombres y mujeres, los empujó a unirse entre sí, en cuyo coito unos
fecundaron y las otras concibieron. Los recién nacidos eran semejantes a sus
progenitores, recibiendo mucho más vigor que sus padres, como
primogénitos que eran. El príncipe, tomándolos, se llenó de gozo, como si
fuera el mejor regalo. Y así como vemos suceder hoy todavía, que la
naturaleza del mal, creadora de los cuerpos, los configura, tomando de ahí
fuerzas, de igual modo el citado príncipe, recibiendo la descendencia de sus
compañeros dotada de la sensibilidad, la prudencia y la luz de sus padres,
que les viene por generación, comienza a comérsela.
Una vez repuestas enormes fuerzas por un tal manjar, que no solamente
contenía fortaleza, sino astucia y sentido de la depravación en mucha mayor
cantidad, heredada de la feroz raza de sus padres, hizo llamar a su lado a su
propia esposa, brotada de su misma estirpe, y tras haber tenido con ella
comercio carnal, fue sembrando, como los demás, la abundancia de males
que había devorado. Añadió él una cierta influencia de su pensamiento y de
su poder para que fuese su espíritu el modelador y diseñador de todos os
seres que él había difundido. Su compañera recibía todo esto como suele
acoger la semilla una tierra perfectamente cultivada. Efectivamente, en su
seno se iban conformando y entretejiendo las imágenes de todas las
potestades celestes y terrenales, para que todo ser que fuera formado
recibiera su semejanza, es decir, la plenitud del universo»
CAPÍTULO XLVII
De hecho, se dice que algunos han confesado ante un tribunal que hacían y
practicaban estas cosas en la Paflagonia y en la Galia, como se lo he oído
contar en Roma a un católico. Y habiéndoseles preguntado por la autoridad
del libro en que ellos se apoyaban, citaron el Tesoro, al que ya he aludido
anteriormente. Y cuando se les objetan estas cosas, suelen contestar que un
enemigo suyo del número de los elegidos se separó de ellos y formó un cisma
y fundó y propagó esta herejía tan inmunda.
Por lo cual es manifiesto que, si hay algunos que no cometen tales torpezas,
los que las practican lo hacen apoyándose en las prescripciones de sus libros.
Arrójenlos y háganlos desaparecer, si es cierto que aborrecen las impurezas
que se ven obligados a perpetrar cuando los conservan, y si, conservándolos,
no las cometen, procuren vivir con mayor decencia aun en contra de lo
prescrito en sus libros.
Pero ¿cómo se conducen cuando se les dice: o purificad la luz de todas las
semillas que os sea posible, para que no os excuséis de admitir lo que
afirmáis que no cometéis, o anatematizad a Manes, que os enseña que en
todas las semillas hay una parte de la naturaleza de Dios y que es
encadenada por el acto de la generación, y que lo que hay de luz, esto es, de
la misma parte de la naturaleza de Dios, es purificado por el acto de la
manducación, cuando llega a ser comida o alimento de los elegidos? ¿Veis
lo que os aconseja y todavía dudáis en condenarlo? ¿Cómo se conducen -
pregunto de nuevo- cuando se les dice esto? ¿A qué tergiversaciones no
recurren cuando o anatematizan doctrina tan impía o cometen las torpezas,
en cuya comparación los males intolerables anteriormente especificados, que
ellos atribuyen a la naturaleza de Dios y que pueden compendiarse en la
necesidad de hacer la guerra, en que o bien estaba imperturbable en una
ignorancia absoluta o estaba inquieta y agitada por un dolor y angustia
perpetuos, temiendo que llegara el momento de sufrir la corrupción de la
mezcla y la sujeción de la condenación eterna, y, finalmente, en que,
declarada la guerra, la naturaleza de Dios fue hecha prisionera, subyugada y
mancillada, y después de una victoria ficticia ha de ser encerrada para
siempre en el globo horrible y separada de la felicidad de que disfrutaba al
principio, todos esos males, que en sí mismos considerados son repelentes,
parecen tolerables en comparación de las abominaciones descritas?
CAPÍTULO XLVIII
Haz, Señor, que todos, sea por el sacramento de tu santo bautismo o por el
sacrificio del espíritu compungido y del corazón contrito y humillado, por el
dolor de la verdadera penitencia, merezcan recibir el perdón de todas sus
blasfemias y pecados, con los que, sin saber lo que hacían, te ofendieron.
Pues tan eficaces son, Señor, tu misericordia y tu poder y la verdad de tu
bautismo y pueden tanto las llaves del reino de los cielos confiadas a tu santa
Iglesia, que no se debe desesperar de la conversión de todos aquellos que,
mientras viven en la tierra, sufriéndolos tu paciencia y conociendo ellos
mismos cuán grande es el mal de sentir y decir de ti tales blasfemias, se
mantienen todavía en su maligna profesión por la costumbre o por la
adquisición de alguna comodidad temporal y terrena; y haz que,
amonestados por los suaves avisos de tu gracia, se refugien en el seno de tu
bondad inefable y antepongan a todos los halagos de la vida carnal el bien
de la vida celestial y eterna.