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Mamá se va
Con todo si el dinero en la casa de don Francisco no sobraba,
sin embargo, había allí otra clase de riqueza: el amor y los
hijos. En pocos años de matrimonio, Lucrecia le había regalado
cuatro hijitos: dos varoncitos y dos niñitas. El 8 de octubre de
1520 había tenido el último, Antonio, pero poco después se fue
al cielo llevándose también al recién nacido. Felipe contaba
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entonces sólo con cinco años, su hermana Catalina, siete e
Isabel, dos. En esta situación, papá Francisco decidió darles
otra mamá y se casó con Benita Lenzi-Corazzei, una mujer
afectuosa y alegre, que substituyó muy bien a mamá Lucrecia.
"Pipo bueno"
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venían las felicitaciones a los vencedores con verdadero
espíritu deportivo. Pipo nunca dejó de jugar en toda su vida, ni
siquiera ya mayor cuando en Roma, con sus rapaces,
perturbaba, con los gritos de los chicos, la paz de las calles
romanas.
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vecina que presenció la escena. A los gritos, salió don
Francisco y demás familiares y vieron azorados un montón de
cosas: a Pipo debajo del asno, coronado de coles, lechugas y
cebollas. Una escena en verdad tragicómica. Afortunadamente
más cómica que trágica, gracias a Dios, pues Pipo salió ileso
del percance. Este episodio Pipo lo recordará más de un vez,
considerándolo un verdadero milagro del buen Dios, a quien
siempre le dio las gracias.
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"Alaben al Señor, pueblos todos, todas las naciones de la tierra
denle gloria; porque grande es su amor por nosotros y su
fidelidad dura para siempre".
Los salmos son la parte más poética de la Biblia. Aunque Pipo
todavía no podía comprender plenamente todo el significado,
sin embargo le parecía que recitaba la poesía más armoniosa y
la oración más bella.
Un empujón a Catalina
Pero, un buen día, mientras Pipo e Isabel salmodiaban juntos,
Catalina, la hermana mayor, quiso turbar su oración. Pipo la
soportó por algunos minutos, luego, enfadado, la amenazó:
"Vete, Catalina, o ya verás". Dicho y hecho, con un violento
empujón la tiró al suelo. Catalina se puso a llorar. Doña Benita
y don Francisco oyeron los lamentos y fueron corriendo a ver
de qué se trataba. El padre reprendió bruscamente a su hijo:
"Pipo, ¿no te da vergüenza lo que hiciste? ¡Que no vuelva a
suceder, eh!".
Mortíficado y arrepentido, Pipo le pidió perdón a Catalina, luego
siguió salmodiando con Isabel. Después de muchos años,
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