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Ortografía y Producción de textos 2

APLICANDO LO APRENDIDO

Lee los siguientes textos empleando las cualidades de la voz adecuadamente.

El caballo perdido
Paulo Coelho

Hace muchos años, en una pobre aldea china, vivía un labrador con su hijo. Su
único bien material, aparte de la tierra y de la pequeña casa de paja, era un caballo
que había heredado de su padre. Un buen día el caballo se escapó, dejando al
hombre sin animal para labrar la tierra.

Sus vecinos, que lo respetaban mucho por su


honestidad y diligencia, acudieron a su casa para
decirle lo mucho que lamentaban lo ocurrido. Él les
agradeció la visita, pero preguntó: - ¿Cómo podéis
saber que lo que ocurrió ha sido una desgracia en mi
vida?
Alguien comentó en voz baja con un amigo: "Él no
quiere aceptar la realidad, dejemos que piense lo que
quiera, con tal de que no se entristezca por lo
ocurrido".
Y los vecinos se marcharon, fingiendo estar de acuerdo
con lo que habían escuchado.

Una semana después, el caballo retornó al establo, pero no venía solo: traía una
hermosa yegua como compañía. Al saber eso, los habitantes de la aldea,
alborozados porque sólo ahora entendían la respuesta que el hombre les había
dado, retornaron a casa del labrador, para felicitarlo por su suerte.
-Antes tenías sólo un caballo, y ahora tienes dos. ¡Felicitaciones! -dijeron.
-Muchas gracias por la visita y por vuestra solidaridad -respondió el labrador-.
¿Pero cómo podéis saber que lo que ocurrió es una bendición en mi vida?
Desconcertados, y pensando que el hombre se estaba volviendo loco, los vecinos
se marcharon, comentando por el camino: "¿Será posible que este hombre no
entienda que Dios le ha enviado un regalo?". Pasado un mes, el hijo del labrador
decidió domesticar la yegua. Pero el animal saltó de una manera inesperada, y el
muchacho tuvo una mala caída, rompiéndose una pierna.

Docente: Sergio Anibal Cañi Loza


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Los vecinos retornaron a la casa del labrador, llevando obsequios
para el joven herido. El alcalde de la aldea, solemnemente,
presentó sus condolencias al padre, diciendo que todos estaban
muy tristes por lo que había sucedido.

El hombre agradeció la visita y el cariño de todos. Pero preguntó:


- ¿Cómo podéis vosotros saber si lo ocurrido ha sido una desgracia
en mi vida? Esta frase dejó a todos estupefactos, pues nadie puede
tener la menor duda de que el accidente de un hijo es una
verdadera tragedia. Al salir de la casa del labrador, comentaban entre sí:
"Realmente se ha vuelto loco, su único hijo se puede quedar cojo para siempre y
aún duda que lo ocurrido es una desgracia".

Transcurrieron algunos meses y Japón le declaró la guerra a China. Los emisarios


del emperador recorrieron todo el país en busca de jóvenes saludables para ser
enviados al frente de batalla. Al llegar a la aldea, reclutaron a todos los jóvenes,
excepto al hijo del labrador, quien tenía la pierna rota.

Ninguno de los muchachos regresó vivo. El hijo se recuperó, los dos animales
dieron crías que fueron vendidas y rindieron un buen dinero. El labrador pasó a
visitar a sus vecinos para consolarlos y ayudarlos, ya que se habían mostrado
solidarios con él en todos los momentos. Siempre que alguno de ellos se quejaba,
el labrador decía: "¿Cómo sabes si esto es una desgracia?" Si alguien se alegraba
mucho, él preguntaba: "¿Cómo sabes si eso es una bendición?" Y los hombres de
aquella aldea entendieron que, más allá de las apariencias, la vida tiene otros
significados.

Docente: Sergio Anibal Cañi Loza


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Algo muy grave va a suceder en este pueblo
Gabriel García Márquez

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora


vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está
sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación.
Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:

- No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo


muy grave va a sucederle a este pueblo.

Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de


vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el
momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:

- Te apuesto un peso a que no la haces.

Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le


preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:

- Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi


madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está
con su mamá o una nieta o, en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:

- Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.

- ¿Y por qué es un tonto?

- Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima, preocupado


con la idea de que su mamá amaneció hoy con la sensación de que algo muy
grave va a suceder en este pueblo.

Entonces le dice su madre:

- No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.

La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:

- Véndame una libra de carne.

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Y en el momento que se la están cortando, agrega:

- Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo
mejor es estar preparado.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de
carne, le dice:

- Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a
pasar, y se están preparando y comprando cosas.

Entonces la vieja responde:

- Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.

Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en
media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el
rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que
pase algo.

Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como
siempre. Alguien dice:

- ¿Se han dado cuenta del calor que está haciendo?

- ¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados
con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a
pedazos.)

- Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.

- Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.

- Sí, pero no tanto calor como ahora.

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

- Hay un pajarito en la plaza.

Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.

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- Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

- Sí, pero nunca a esta hora.

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están
desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

- Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la
calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:

- Si este se atreve, pues nosotros también nos vamos.

Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales,


todo.

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:

- Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y


entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en


medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

- Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

Docente: Sergio Anibal Cañi Loza


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Aracné y la diosa Atenea


Adaptación

Cuentan los viejos relatos inventados en la antigüedad que


hace mucho, muchísimo tiempo, vivía en una lejana ciudad
una muchacha que se llamaba Aracné. Esta muchacha
trabajaba en un taller haciendo tapices y ella misma hilaba
la lana, la coloreaba y hacía los tejidos. Sus tapices llegaron a
tener tanta fama por su belleza que de todos los lugares
acudían personas para admirarlos y todos comentaban que
parecían estar realizados por la misma Atenea, diosa de las
tejedoras y las bordadoras.

A Aracné aquellos comentarios no le gustaban. Pensaba que sus obras eran


perfectas y no quería que se la comparara ni siquiera con una diosa. Y
especialmente le molestaba que algunas personas pensaran que debía su arte a
las enseñanzas de la propia diosa. Por ese motivo, un día desafió a Atenea a tejer
un tapiz.

-Diosa Atenea –gritó Aracné-, atrévete a competir conmigo tejiendo un tapiz. Así
todo el mundo podrá ver quién de las dos teje mejor. La diosa Atenea sentía
realmente aprecio por Aracné y no quería hacerle daño. Por eso tomó la figura de
una anciana bondadosa y se presentó ante la joven para solicitar que fuera
más modesta.

-Aracné, ¿por qué ofendes a mi diosa? –le dijo en tono cariñoso-. Confórmate con
ser la mejor tejedora del mundo y no trates de igualarte a los dioses.
-Calla, vieja tonta –respondió Aracné airada-. Si Atenea no se presenta ante mí, es
que no se siente capaz de competir conmigo.

En aquel mismo instante, la vieja desapareció y en su lugar quedó la


diosa Atenea dispuesta aceptar el desafió. Atenea y Aracné pusieron rápidamente
manos a la obra. Las dos tomaron unos hilos de seda y empezaron a confeccionar
unos maravillosos tapices en los que representaban a diversos personajes. Pasado
el tiempo, las dos habían acabado su labor.

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Atenea representó en su tapiz a los doce dioses del Olimpo, y en cada una bordó
una escena en la que mostraban los castigos reservados a los seres humanos que
se atrevían a desafiar a los dioses.

En cambio, Aracné confeccionó un magnífico tapiz en el que se veía al mismo dios


Júpiter, padre de Atenea y jefe de todos los dioses, convertido en una vulgar
serpiente.

Cuando Atenea vio que Aracné se burlaba del dios Júpiter, no pudo reprimir su ira
y, cogiendo el tapiz de Aracné, lo rasgó en mil pedazos mientras decía:
-Te castigaré para que en adelante aprendas a respetar a los dioses.

Asustada por la ira de Atenea, Aracné quiso huir entre la gente. Pero Atenea la
agarró por el pelo, la elevó del suelo y le dijo:
-Te condeno a vivir para siempre suspendida en el aire, tejiendo y tejiendo sin
cesar.

Y al instante, Aracné quedó convertida en una araña que, desde entonces,


continúa tejiendo su tela sin parar.

Docente: Sergio Anibal Cañi Loza

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