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¡El rey, el Rey tiene la culpa!

-Hamlet
"No juzgarás, . . . . ." San Mateo 7:1

¿QUIÉN TUVO LA CULPA? Por: Charles I. Gragg


El siguiente prólogo fue escrito por Stanley F. Telle, quien era miembro
del personal docente (1935 - 1963) y Decano de la Escuela de
Administración de Negocios para Graduados, (1955 - 1962) de la
Universidad de Harvard. En la actualidad (1964) es vicepresidente de la
Putnam management Co., Inc.
Los Editores

Este ensayo inconcluso fue encontrado entre los documentos del desaparecido Charles I.
Gragg, profesor de Administración de Negocios de Harvard.
El profesor Gragg fue uno de los mejores educadores que jamás he conocido. Literalmente
centenares de alumnos del Programa de Estudios Superiores de administración de
Negocios de la Universidad de Harvard recordarán la impresión que les causó. Mis propios
recuerdos de él convergen alrededor de los años de la Segunda Guerra Mundial durante los
cuales tuvimos una relación personal muy estrecha.
Lo que me interesa de manera especial acerca del breve ensayo "¿Quién tuvo la culpa?" es
la forma que caracteriza por completo la manera de enseñar de Chuck Gragg. Él siempre
creyó en el gran valor del enfoque tangencial, el gran valor que tiene el estimular al
alumno a reflexionar independientemente respecto al punto en cuestión. Algunas veces lo
lograba haciendo afirmaciones extraordinariamente agresivas que estimulaban un esfuerzo
frenético para refutarlo. Algunas veces lo hacía en forma más sutil, mediante declaraciones
o descripciones que al parecer, no tenían relación con el tema central, pero que resultaban
cada vez más pertinentes a medida que el alumno iba pensando más.
Los editores me han sugerido que señale en pocas palabras la relación que tiene con los
negocios el ensayo de Chuck "¿Quién tuvo la culpa?". Yo creo que a Chuck le habría
molestado este pedido al principio, después habría sonreído. Habría sonreído porque
siempre estaba preparado para ser malinterpretado. De hecho, una de las lecciones más
útiles que aprendí de él es que todo administrador, ya sea en el mundo de los negocios o en
otra actividad, siempre debe suponer que será malinterpretado.
Creo que Chuck habría pensado que el valor principal de una artículo como éste para los
hombres de negocios, estaría en el estímulo que ofrece para reflexionar, a cada uno por sí sólo,
en la importancia de estas observaciones en cuanto a la forma de comportarse en los negocios.
En realidad no me sorprendería si la idea original de Chuck acerca de grado en que el
rendimiento personal se ve disminuido por la concentración en tales preguntas, se desarrolló
observando la forma en que se comportan las personas en los negocios. Entonces, habría
pensado que para un público formado por hombres de negocios habría sido más intrigante un
ambiente diferente (por ejemplo el de Hamlet). Habría sentido que si exponía sus convicciones
en un ambiente de negocios para un público del mismo medio, inevitablemente se despertaría
tanta resistencia inicial, que habría sido imposible el pensamiento libre y amplio.
De manera que yo tampoco diré más. Compartiré la confianza de Chuck en que un público
tan inteligente y perceptivo como el compuesto por los lectores del Harvard Business
Review no necesita más aclaración que esa.
SFT

La obra teatral de misterio Hamlet y el joven príncipe Hamlet han ofrecido una
fascinación poderosa sobre toda clase de personas, una fascinación cuyo análisis y
explicación han causado gran dificultad a eruditos literarios y psicólogos. A mi me parece
que el elemento esencial que mantiene el interés en la trama es la preocupación de Hamlet
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con la pregunta "¿Quién tuvo la culpa?". Esa es una pregunta que parece preocuparnos a
todos nosotros, al menos en el mundo occidental.
UNA PREGUNTA SIN RESPUESTA
Debe comprenderse que hacer la pregunta "¿Quién tuvo la culpa?" es muy diferente a
preguntar "¿Quien lo hizo?", tal como lo hacen los tribunales y la mayoría de los escritores
comunes de obras de misterio. "¿Quién lo hizo?" y "¿Qué ocurrió?" son preguntas simples
y directas para las que generalmente se pueden encontrar respuestas correctas. Pero
"¿Quién tuvo la culpa?" es una pregunta profundamente complicada, esencialmente
imposible de contestar y que no puede formularse sin peligro. Es una pregunta
profundamente inquietante que en el mejor de los casos produce pérdida de tiempo y que
con mucha frecuencia ocasiona tragedias. Consideremos a Hamlet:
Hamlet afronta una situación trágica. Su padre, el Rey, ha muerto. Su madre se ha casado
con el tío de Hamlet, el nuevo Rey, el reino está amenazado por la invasión. Lo sensato
sería que el hijo guardara luto por su padre y alistara las defensas. La pregunta apropiada
es: ¿Qué puedo hacer para mejorar la situación? En lugar de esto, Hamlet se atormenta y
atormenta a todos los que lo rodean con sus frenéticos esfuerzo por satisfacer su deseo de
culpar a alguien.
Al final, Laertes grita: "¡El Rey, el Rey tiene la culpa!" tenemos la respuesta pero para
entonces, Hamlet y virtualmente todos los demás están muertos o agonizando, culpables o
inocentes por igual. El reino, pensamos, está en manos del enemigo, aunque este es un
asunto un tanto indefinido. Es bastante natural que dadas las circunstancias, nadie le preste
mucha atención cuando la pregunta formulada se refiere a la culpabilidad, ya no queda
lugar para pensar en cosas prácticas y acciones constructivas.
El impulso de echar la culpa a alguien parece ser obsesionante. Se posesiona del
inquiridor, como sucedió con Hamlet, incluyendo todo lo demás. Se vincula con toda la
culpabilidad de todas las épocas. Se vincula con la culpabilidad personal del inquiridor y
trastorna su razón en su lucha por escapar de sus auto-acusaciones y echar la culpa a otro.
No puede perdonarse a sí mismo ni tampoco aceptar todo el peso de la culpabilidad. Debe
pasar por lo menos parte de ella a alguien más. Debe destruirse no sólo a sí mismo sino
también a otros.
Por supuesto, no estoy sugiriendo que Hamlet no debería haberse propuesto descubrir si su
padre, tal como loo sospecha, había sido asesinado por su tío y de ser así, ajusticiarlo.
Pero parea hacerlo necesitaba hacer una pregunta diferente; es decir, "¿Qué ocurrió?". Esa
es una pregunta que tiene posibilidades de contestarse, y, cuando es contestada, se elimina
el camino que conduce a la acción.
ENFOQUES EMOTIVOS Y NEGATIVOS
Sin embargo, existe algo que repele a las personas en el enfoque objetivo de problemas
que tienen complicaciones morales; y algo que les agrada en un enfoque emotivo. Aunque
Hamlet ciertamente era inepto para resolver sus problemas, es un personaje simpático,
interesante y con algo de héroe. Quizás porque sufría. Sin embargo, la emoción adecuada
para responder al sufrimiento es la compasión no la simpatía y siempre es mejor afrontar
en forma racional los problemas, ya sean de carácter moral, científico, comercial o de
cualquier otra índole.
"¿Quién tuvo la culpa?" tiene la debilidad fatal de ser una pregunta negativa. En primer
lugar, se refiere a algo que ya ha sucedido, a algo que no puede deshacerse; y en segundo
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lugar, postula un prejuicio adverso de parte del inquiridor. Algo malo ha sucedido y
alguien debe ser culpable. Pero estamos obsesionados con la pregunta.
Es más probable que los niños pequeños digan "Él tiene la culpa", que "Él lo hizo". Dicen,
"No fue culpa mía", en lugar de decir, "Me caí y se rompió el plato". Los periódicos
preguntan, ""¿Quién tiene la culpa de la delincuencia juvenil?". Perdemos tiempo y
esfuerzo tratando de hallar a quién culpar por nuestro "retraso científico". Todavía no he
leído una novela en la que no se presente el problema de la culpabilidad. En las
conversaciones de la vida diaria aparecen continuamente estas frases: "Eso, por lo menos,
no fue culpa mía", o "Todo fue culpa de ella", o "No lo culpo".
Por cada acontecimiento que es o parece ser desafortunado debemos repartir la culpa.
Cuando hacemos eso, nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que es nuestro
sentido de justicia el que está funcionando y que si estamos aplicando nuestro deseo de
revisar el pasado es para mejorar el futuro.
La pregunta de quién es el culpable es fútil, no solamente porque no puede contestarse
(excepto, por supuesto, en áreas legales tales como las que gobiernan los riesgos en los
seguros de automóviles, en las que se han fijado leyes arbitrarias que rigen la
"culpabilidad" y donde para determinar la culpabilidad técnica, sólo se necesita determinar
quién hizo tal o cual cosa, sino también porque, aún el caso que pudiera contestarse
correctamente, el que pregunta no adelantará un ápice en su investigación. He aquí un
ejemplo:
Supongamos que una ventana de su casa se ha quedado sin cerrojo y que alguien se mete y
se roba mil dólares. "¿Quién tuvo la culpa que la ventana se quedara sin cerrojo?" ¡Qué
pregunta tan inútil! ¿Era costumbre que el último en acostarse cerrara las ventanas? Pues
bien, el último esa noche fue su hijo. Sin embargo, al acostarse usted más temprano esa
noche, olvidó apagar la luz de su estudio y su hijo supuso que usted todavía estaba
levantado. ¿Era responsabilidad de su hijo cerciorarse que ya se había acostado? De ser
así, ¿era de él toda la culpa o era usted parcialmente culpable, tanto por olvidarse de
apagar la luz como por no haber inculcado a su hijo el verdadero sentido de
responsabilidad? ¿O recae esta última responsabilidad en su esposa?
Usted efectúa su investigación con todo cuidado y mide la culpabilidad
concienzudamente. Pero ¿qué ha ganado? ¿Ha mejorado en algo la situación cavilando
acerca de lo ocurrido? Cualquiera que haya sido el problema todavía existe; y cualquier
cosa que pueda hacerse en el presente y en el futuro, todavía queda por hacerse. Para
añadir en otro aspecto negativo, recuerde que su esposa e hijo con toda seguridad, están
haciendo investigaciones concurrentes y pueden no estar de acuerdo con sus conclusiones
en cuanto a grados de culpabilidad.
La pregunta que usted debería haber estado haciendo no es "¿Quién tuvo la culpa de la
desgracia ocurrida?" sino, "Qué puedo hacer para mejorar las cosas en el futuro?" Quizás
debería usted guardar su dinero en un banco; quizás necesite un sistema de alarma contra
ladrones - preguntas como esta última son más provechosas.
DISTORSIÓN DE LA PERCEPCIÓN
La peor característica de la pregunta "¿Quién tuvo la culpa?", no es su absoluta futilidad,
es que la pregunta deforma peligrosamente el punto de vista del inquiridor, obstaculizando
seriamente sus procesos de razonamiento. Y cuanto más importante sea el asunto para él,
cuanto más inteligente y sensible sea, tanto más profundo será el daño que sufrirá. "¿habrá
visto Hamlet el fantasma de su padre de no haber estado cavilando acerca de la pregunta
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de quién tenía la culpa? La mente, al intentar la tarea casi divina de determinar la
culpabilidad, se encuentra así misma en lugares extraños e irreales, absorbida más por
cosas que nunca sucedieron, acosada por emociones de duda, venganza y desesperación, y
muy apartada de los problemas reales que pueden existir.
Igualmente, el punto de vista del acusado tiende a deformarse. Así la situación toma un
giro en espiral. Alguien va a sufrir como resultado. Evidentemente el que pregunta
también sufre. Su atención se aparta de la vida constructiva. Sus sentimientos son caóticos
e infelices. Su relación con quienquiera que encuentre culpable va a sufrir. Puesto que ha
creído necesario atribuir culpabilidad, puede pensar que es su deber tomar contra el
culpable la acción punitiva que esté a su alcance. O bien, puede decidir ser clemente.
Supongamos que decide que él mismo tiene la culpa. ¡Qué pasa entonces? El poder ver las
imperfecciones en nuestra propia actuación con el fin de aprender de ellas es una virtud y
una ventaja. Pero existe una gran diferencia, quizás difícil de captar, entre reconocer las
propias imperfecciones o las de los demás o hacer la pregunta "¿Quién tuvo la culpa?" El
pensar "Cometí un error al alentarlo a estudiar abogacía; de aquí en adelante tendré más
cuidado cuando aconseje a otros", tiene un tono, significado y resultados diferentes del
pensar, "es culpa mía que el muchacho desperdiciara dos años en la Escuela de Abogacía.
De igual modo, "fue un error habernos casado", es bastante diferente de, "Es culpa mía (o
tuya) que nuestro matrimonio haya fracasado". Igualmente "Cometí un error en pensar que
ese caso debía ser operado; deben haber factores de diagnóstico que todavía no
comprendemos", no es lo mismo que decir, "es culpa mía que el hombre haya muerto".
¿Cuál es exactamente la diferencia? La primera forma de declaración representa un intento
de diagnóstico racional y, de este modo, proporciona una base para el mejoramiento
futuro. La segunda es una acusación categórica, ya sea en contra de uno mismo o contra
otro, y no tiende a conducir sino a la negación o a la contraacusación. Encadena la mente
al tema de maldad. "¿Soy yo el malo o lo eres tu?" Concentra la mente en la culpabilidad.
"¿Quién tuvo la culpa?" es una pregunta presuntuosa. El inquiridor debe creer que posee
habilidades y poderes bastante sobrehumanos. Sabe cuando una cosa es mala. Sabe que
cuándo algo malo sucede, alguien tiene la culpa. Tiene el derecho de acusar. En el caso de
Hamlet, éste se siente inclinado a exclamar: "Vivimos unos tiempos desquiciados. Oh, que
maldita suerte la mía, que tenga yo que darles armonía".
Todo esto se aparta bastante de la actitud que tomaría alguien que examina sus acciones
humildemente, acepta la responsabilidad por sus errores y reflexiona sobre la forma de
actuar mejor de allí en adelante.
Considero todavía mas incorrecto decir, que decir "Tu tienes la culpa". El decir "No fue
culpa mía" además de concentrar atención en lo desafortunado de algún acontecimiento,
indica una desconsideración absoluta en todo lo que no afecta a nuestro propio ser y
bienestar. Cuánto mejor sería preguntar, "Podría hacer algo para ayudar?".
LA NECESIDAD DE SER CONSTRUCTIVO
Quizás usted piense ahora, "Pero si pasamos por alto las culpas y dejamos de determinar la
culpabilidad, ¿qué ocurre con el pecado y el arrepentimiento? ¿Qué sucede con la
responsabilidad?
Yo respondería, en primer lugar, que dado el tipo de sociedad que hemos desarrollado y
siendo como somos, nadie debe temer una escasez de culpa o la falta de ocasión para

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arrepentirse. Mi deseo es que nuestro arrepentimiento y culpa estén ligados a nuestras
responsabilidades y no a alguna otra cosa.
Como ya he manifestado, cuando se empieza preguntando quién tuvo la culpa de un error,
se empieza con una catástrofe de mayor o menor grado. Y el resultado de esto tiende a ser
que la culpabilidad que se va a atribuir se mide en base a la dimensión de la catástrofe.
Cuando se perdieron la batalla y el reino, tal como cuenta el viejo proverbio, atribuyendo
la causa a una herradura defectuosa, no cabe duda que lo acontecido constituye una
desgracia para muchas personas. Sin embargo, no creo que el herrero que omitió poner el
clavo a la herradura del caballo deba aceptar la culpa del desastre. Por descuido, falta de
buen criterio o quizás flojera, dejó de poner un clavo a la herradura; y eso fue todo. Quizás
se le acabaron los clavos en el momento crítico.
En el caso de padres e hijos, es particularmente notable la costumbre de distribuir la culpa
proporcionalmente con el grado de la catástrofe. Un niño puede saltar sobre un sofá
muchas veces, sin culpa alguna. Sólo cuando cede un resorte es que se convierte en
villano.
Un amigo mío me contó un incidente de su niñez que todavía le era difícil comprender:
Cuando tenía seis o siete años, tenía la costumbre de llevar consigo un gran oso de juguete
que le servía de compañía y también como objeto útil pero inofensivo para arrojar contra
su hermano menor. No recuerda haber sido reprendido por esa actividad aunque, por
supuesto, puede haberlo sido. Un día mientras estaba en casa de un amigo, arrojó el oso,
tal como acostumbraba hacerlo; pero en esta ocasión su puntería fue tal que el oso dio
contra un candelabro de cristal antiguo, muy valioso y lo rompió. En ese momento, el niño
se convirtió en un malvado y perverso. Se habló de una demanda judicial y de cárcel - del
tremendo costo en dinero para sus padres. Y todo por culpa suya.
Las personas que viven en un ambiente donde parece existir una necesidad de averiguar
quién tiene la culpa de todo lo que ocurre, inevitablemente tienden a perder mucho de su
espontaneidad (por espontaneidad quiero significar la habilidad para reaccionar ante una
situación con todo nuestro ser y con la totalidad de nuestros recursos). Se aprende a tomar
las cosas con calma, para minimizar los riesgos. Se restringen la libertad y la habilidad
para experimentar e innovar sin qué decir de la capacidad para gozar, dado que para
experimentar el goce en toda su plenitud se requiere concentración total.
CONCLUSIÓN
Todas las personas que están en situación de ejercer autoridad sobre otras, ya sean los
padres en el hogar o los jefes en la oficina, pueden escoger entre hacer responsables por
sus acciones, ya sea buenas o malas, a los que están bajo su mando, o hacerlos
responsables sólo por lo que sale mal. Pienso que el jefe o administrador que se decide por
la primera alternativa se encontrará mejor servido de lo que estaría de otro modo. Además,
si aplica este principio tanto en su persona como a los demás, él mismo quedará en libertad
de emplear la plenitud de sus propios recursos y habilidades para dedicarlos al
pensamiento y acción constructivos.

ooo

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