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TRADUCCIÓN

Arnulpho se levanta sobresaltado. Rápidamente, él veste visteel gabán, pone la cabeza


el sueste, a los hombros, una capa, a más, para los fríos de allá, lanza una mirada de adiós para
toda la casa y… ¡Oh! Estupenda aflicción de despedida. ¡Pobre Lavinia! Que combate terrible
para no llorar. De rodillas, los dos, delante de la imagen de la virgen, rezan una oración
contricta contrita. Después un largo abrazo mudo, la bendición, más una bendición y… ¡a
camino, pequeño Arnulpho!

Ellos van siguiendo por estrechísimos valles de hierbas perfumadas, a la luce indecisa
de las estrellas que mueren. Balen ovejas errantes. Más tristeza, mayor melancolía.

¡Y el mar que, de lejos, llama!

En la playa, antes de tomar el remo que le reservan en la chalupa, Arnulpho, de pie, habla
trémulamente:

- ¡Madre, piede por mí! Piede Pide por mí al patrono de los que caminan en las aguas
para que me ilumine en esa tierra sin luz para donde voy a partir y donde tantos no
volverán jamás. El buen Dios escucha más. Madre, piépídele por mí.

Lavinia contempla cariñosamente al el hijo y, besándolo por la última vez, le murmura


al oído:
- ¡Parte! Luz no le faltará. Yo me quedo en la obscuridad, todavía así… luz no le faltará.
¡Va!
Confiad en Dios y en tu madre. Siegue mía mirada. Mi alma cuidará de usted. ¡Parte!
¡Adiós!
Y la chalupa desaparece.
A la tarde, a la hora en que las palomas vuelven, el mar extenso y vacío, sin un
soplo/movimiento brigue más, llora en la playa lamentosamiente lamentosamente.
¡Silencio extremo! ¡Extrema soledad!
Por toda la parte el lucho vino del hielo. Bancos blanquísimos deslizan silenciosos por
las aguas largas. Bambean, oscilan, tremen obeliscos hyálicos hálicos, rolan después
estrupidantes y van, de acá y de allá, mar abajo, fluctuando sin bulla. Se estiran por las
lages claras las sombras enmarañadas de los mastros mástiles de los navíos presos.
Granisa a carambina, la briga pelea uiva suena.
Noche blanca.
Mudos, los pescadores despliegan apruman las líneas, debruzados a la amurada. De
cuando en cuando uno canta.
Pero empieza a obumbrarse el cielo cardado – es la borrasca polar, la gemebunda
tormenta glacial que llega. ¡Treva instantánea!
Las procellarías gritan en la desolada friuúra y, de espacio a espacio, estala formidanda
la aza colosal de un albatros (gaivota) que pasa.
¡Luces! Toda la maruja corre a buscar lámpadas lámparas.
Y el brigue la palea aparece esbarra acá y allí y va de bloco en bloco, llevado por las
avalanches avalanchas.
Insubmisa Insumisa la tempestad árctica asobía sopla y ruge, rompiendo los paños, los
mastros mástiles y la peleay el brigue, llevado por los hielos, corre, galga los
vbagajones por donde golpean y rolan triturándose los brutos peñascos de hielo. Una
voz grita el nombre del pequeño engajado.

RESUMEN

El autor del texto, Agustín Monzón, describe un momento histórico en que


España dejó de ser Hispania. En 1640, Gaspar de Guzmán, el conde-duque de Olivares,
anunció que la majestad española, Felipe IV, había ganado un gran ducado y muchas
tierras. En otras palabras, el rey español se había se tornado el rey de Portugal. Sin
embargo, en febrero de 1668, Gaspar de Haro y Guzmán, el hijo de un sobrino de
Gaspar de Guzmán, declaró la independencia de Portugal, por medio del Tratado de
Lisboa.
El Tratado de Lisboa puso fin a los 88 años desde que Felipe II había reunido las
coronas de los tres reinos que se repartían la península ibérica. El rey español
restableció la unidad de esas tierras, tras más de cuatro siglos de independencia de
Portugal. En el año de 1580, Felipe II hizo valer sus derechos al trono luso, con el apoyo
del clero creo y de la nobleza. Hubo entonces la coronación de un rey extranjero, en
una capital ajena de Lisboa. Sin embargo, años después, ocurrió el movimiento
llamado de Restauración portuguesa.
Las políticas españolas fueron consideradas violaciones por parte de la nobleza
lusa, principalmente las políticas centralistas del conde-duque de Olivares. Además,
durante la Guerra de los Treinta Años, la corona española aumentó las obligaciones
fiscales de los súditos súbditos lusos. La rebelión de los catalanes entonces se sumó a
las diversas guerras que la monarquía hispánica enfrentaba.
Las guerras en Portugal solo permitieron la conquista de plazas menores en la
frontera, como Olivenza, pero Portugal logró su independencia. En la década de 1660,
Felipe IV inició una operación para la reconquista militar de Portugal. Portugal llevó
años de negociaciones para que consiguiese su independencia. La regente Mariana de
Austria, a finales de 1667, decidió negociar la Paz, garantida por el documento firmado
en febrero de 1668.

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