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Francisco de Miranda
y Canarias
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Francisco de Miranda
y Canarias
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Colección dirigida por: Manuel Hernández González
Coordinación: Vanessa Rodríguez Breijo
Directora de arte: Rosa Cigala García
Control de edición: Ricardo A. Guerra Palmero
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Índice
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Introducción................................................................................... 11
Francisco de Miranda y Canarias ............................................... 17
Una familia de inmigrantes ............................................................ 19
Sebastián de Miranda y Francisca Rodríguez
de Espinosa ...................................................................................... 25
Los vínculos isleños de los Miranda de la generación
del Precursor .................................................................................... 33
Sus enlaces con «mantuanos» canarios ....................................... 38
Una influencia ideológica isleña clave en su pensamiento:
Juan Perdomo Bethencourt y sus estudios en Caracas ............ 53
Los Gálvez, una vinculación decisiva con las Islas
y con su familia en la etapa crucial de la guerra
de las Trece Colonias ...................................................................... 61
La invasión de 1806 y Francisco Caballero Sarmiento ............ 78
La vivencia canaria de la emancipación ...................................... 83
La solicitud de Miranda ............................................................... 104
La caída de Puerto Cabello, la detención de Miranda
por Monteverde y el pasaporte de los Rivas y Bolívar ........... 142
Bibliografía .................................................................................. 153
Bibliografía de la época ................................................................ 155
Bibliografía general ....................................................................... 158
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Introducción
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Francisco de Miranda es un personaje de relieve en la historia
universal. Era hijo de un mercader y capitán de milicias isleño
que fue afrentado por su origen social y étnico por la oligarquía
caraqueña, hasta el punto que su padre se quedó en la miseria
para comprarle el título de capitán de los ejércitos y proporcio-
narle los estudios de ese género en Madrid. Se incorporó al
ejército expedicionario español en la Guerra de Independencia
de los Estados Unidos, en el que triunfó en la batalla de Pensa-
cola y en la conquista de Bahamas y realizó una exitosa misión
en Jamaica, en la que obtuvo información militar y cartográfica
de primer orden para su invasión. Acusado por los Gálvez
falsamente de vender La Habana a los ingleses y de enriquecer-
se con el contrabando, decidió romper con España ante su
condena de diez años en el presidio de Orán y la pérdida de su
carrera. Desde entonces dedicó su vida a luchar por la inde-
pendencia de la América española hasta el punto que mereció
el sobrenombre del Precursor. Recorrió Inglaterra, Alemania,
Dinamarca, Turquía y Rusia, donde fue ascendido a coronel
por Catalina la Grande y protegido de la persecución que co-
ntra él efectuaba la Corte española. Al estallar la Revolución
Francesa intervino de lleno en ella, ganando las batallas de
Valmy y Bruselas como general, por lo que fue el único no
francés que figura en el Arco del Triunfo de París. Tras escapar
13
de la guillotina, en 1890 regresó a Londres, desde donde siguió
gestionando el apoyo del gobierno británico para sus proyectos
emancipadores. En 1806 se decidió a invadir Venezuela para
hacerlos fructificar, pero, vigilado de cerca por el Gobierno
español, que siguió con espías todos sus movimientos, y sin
contar con la adhesión de las elites venezolanas, su movimiento
insurreccional se frustró prácticamente al arribar a las aguas de
la Vela de Coro, por lo que tuvo que salir huyendo. Con la
proclamación de la Junta Suprema de Caracas en 1810 regresó
a su tierra natal, aunque sin la plena autorización de ese orga-
nismo. Participó de lleno en el proceso, aunque sin lograr la
adhesión de la oligarquía mantuana, que seguía vilipendiándolo,
como antaño hizo con su padre. Por su experiencia militar y
ante el avance de las tropas realistas de Monteverde, fue desig-
nado Generalísimo de los Ejércitos y Dictador. Tras la caída de
la plaza de Puerto Cabello decidió capitular con Monteverde en
términos favorables para las vidas de los republicanos. Pero fue
entregado como preso por Miguel Peña, Simón Bolívar y el
comandante de La Guaira De las Casas al autoproclamado
capitán general de Venezuela, que no respetó los términos del
convenio. De esa forma comenzó su periplo por las cárceles
americanas que le condujo a su prisión final en la fortaleza
gaditana de La Carraca, donde falleció en 1816.
Este trabajo tiene como objetivo estudiar las estrechas rela-
ciones que a lo largo de su vida sostuvo el Precursor de la
Emancipación Americana con las Islas Canarias, que contribu-
yen a explicar no pocos aspectos de su personalidad y de su tra-
yectoria vital. Cuando Francisco de Miranda se carteaba con su
familia habla de noticias de Islas. Islas no es una definición gené-
rica; para él, pues, como para muchos venezolanos, al igual que
isleño es sinónimo de canario, las Islas a secas eran las Canarias,
el archipiélago de sus ancestros, en donde residían dos de sus
14
hermanos. Para sus paisanos, al igual que para los cubanos, los
puertorriqueños o los dominicanos, las únicas islas y los únicos
isleños por antonomasia en un mar de islas como era el Caribe
eran los del archipiélago canario. La ligazón del Precursor de la
emancipación americana con Canarias nace de sus propios
ancestros, tanto por la vía paterna como por la materna; se
desarrolla en el profundo tejido de relaciones de parentesco y
de etnia que se desenvuelven en su Caracas natal durante los
años que vivió en ella; permanece viva en la correspondencia
con su familia; y se sigue reforzando en las relaciones que en-
tabla en su nueva etapa americana en la Guerra de las Trece
Colonias, en la que se vuelven a establecer los lazos que unían
a los miembros de su linaje con personajes de su infancia y
juventud como los hermanos Carlos Pozo y Sucre, casado y
con hijos en Santa Cruz de Tenerife, y José, primos hermanos
de Antonio José de Sucre y entenados del alcalde palmero de
Caracas José Fierro de Santa Cruz, y que hace de testigo suyo
en Cuba, donde trabajaba como ingeniero o se integra en la
Sociedad en pro de la independencia que constituye en París.
Vínculos que vuelven a reforzarse con todas sus contradiccio-
nes en sus empresas insurreccionales en 1806 en la invasión de
Coro, cuando recibe la oposición de su propia parentela, que
recauda fondos pidiendo su cabeza, o cuando en la Venezuela
republicana, en la que ejerce como presidente, ve estallar todas
las tensiones sociales que hacen fracasar la Primera República,
en las que verá el protagonismo de los canarios, inclusive de
algunos a los que estaba vinculado por la sangre y que le con-
ducirán precisamente bajo el mando de un lagunero, Domingo
Monteverde y Rivas, hacia la prisión gaditana de La Carraca en
la que acabará sus días. A lo largo de estas páginas trataremos
de analizar esas conexiones que sin duda constituyeron parte
de su formación y de su cosmos vital.
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Francisco de Miranda y Canarias1
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Una familia de inmigrantes
Para entender el peso de lo canario en la formación de Fran-
cisco de Miranda debemos plantear, en primer lugar, que procedía
de una familia en la que un número considerable de sus miem-
bros estuvo marcado por la emigración desde las Canarias. No
sólo fue el hecho de que su padre fuera natural de ese Archipié-
lago, sino que en sus relaciones familiares y de grupo el peso de
ese linaje y la telaraña de vínculos de parentesco y de procedencia
social y étnica que se tejieron en torno a ella contribuyen a expli-
car muchas de sus inquietudes y el trasfondo social que marcó y
condicionó su trayectoria vital y la actitud hacia él de las clases
rectoras de la sociedad caraqueña. Nació en el seno de un sector
de la comunidad isleña de procedencia marítima, que veía en el
tráfico mercantil su posibilidad de ascender en la esfera social a
través de alianzas y negocios entre sus miembros. Su procedencia
y su afán por sobresalir le generó considerables tensiones con la
elite tradicional, que desconfiaba de ese grupo y que no quería
admitirlo en su seno y mucho menos que quisiera situarse por
encima de ella en la escala jerárquica del poder civil y militar de
la colonia. Las estrechas conexiones comerciales y étnicas entre
Venezuela y Canarias durante el siglo XVIII son ampliamente
conocidas. La migración fue de tal calibre que llegó a ser como
19
mínimo entre 1710 y 1729 el 75,8% de los contrayentes blancos
inmigrantes de Caracas, cifra que mantendrá todavía en un 72,4%
entre 1739-1749, y que sólo se reducirá a un 50,2% entre los años
1750-1769, cuando las posibilidades de acceso a la tierra disminuí-
an y se veían obligados a adentrarse hacia el interior. Un porcenta-
je que mantendrán hasta la emancipación2. Es mayor si unimos
los casados en el Archipiélago y su abrumadora mayoría, cercana
al 100%, en las parroquias rurales de Baruta, La Vega o San Die-
go. H. Poundex y F. Meyer dirían sobre ello en 1814 que «entre
los blancos, los canarios se distinguen por su carácter industrioso y
se dedican a la agricultura, el comercio al detal y a la cría de gana-
do. Su número es mucho mayor que el de los españoles»3 .
Bervegal, factor de la Compañía Guipuzcoana, analizó cer-
teramente su comportamiento étnico y familiar:
20
relación o parentesco con los del país, porque acostum-
bran casarse entre sí mismos4.
21
respecto que «todo el menudeo de las mercancías secas se halla
en manos de isleños de Canarias»7.
Gabriel de Miranda, abuelo del Precursor de la Independencia,
era un modesto marino dedicado al comercio interinsular, sin
ninguna instrucción, pues no sabía tan siquiera firmar. Su delicada
posición económica le obligó a lo largo de su vida a realizar nu-
merosos viajes en el tráfico interinsular, sin llegar a alcanzar una
estabilidad económica. Había nacido el 6 de noviembre de 1686 en
el Puerto de la Cruz, importante centro portuario tinerfeño especia-
lizado en el comercio vinícola con Inglaterra y los Estados Uni-
dos. El 4 de enero de 1736 se vio obligado a vender al calafate Feli-
pe Martín «la mitad de un barco de vela de gavia, que tengo mío
propio» por 2.500 reales8. En ese mismo año cede a Pascual de
Vera, su cuñado, su legítima paterna, consistente en dos casas terre-
ras en el barrio popular de la Ranilla, por la suma de 700 reales9.
Casado con Gabriela Ravelo, había tenido una numerosa des-
cendencia, diez hijos. De ellos, seis eran hembras y cuatro varones.
El primogénito, Nicolás, fue el primero en emigrar a Venezuela,
con anterioridad a 1760. Marchó solo, dejando desamparada a su
mujer, Agustina Fernández, y a sus dos hijas. A la muerte de la
madre, los hijos, faltos de recursos, vendieron inmediatamente la
casa terrera con alto que perteneció a sus padres. El alcalde del
Puerto dictaminó su absoluta pobreza, puesto que «sus maridos
desde su ausencia no les socorren con los alimentos precisos para
nuestra manutención y la de cuatro hijos que tenemos cada una,
estando con suma pobreza». La venta de esa casa proporciona a la
familia 5.104 reales, de los cuales debían descontarse 400 para el
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funeral de su madre y para las deudas pendientes que todavía
estaban contraídas por Gabriel de Miranda10.
Nicolás de Miranda falleció en La Guaira el 2 de octubre de
1767, dejando a su mujer y a sus hijas Agustina y María de Jesús
como herederas. Por su testamento ante el escribano José Rafael
Lemos, dejó la mitad de su caudal por gananciales a su mujer y la
otra mitad a sus hijas. Significativamente son albaceas de Nicolás
dos personajes que tendrán gran influencia familiar y profesional
en los Miranda en Venezuela, el isleño Bartolomé López Méndez
y el vasco Francisco Antonio de Arrieta.
Valentín, el cuarto de los hijos y último de los varones,
marchó por primera vez a Venezuela en 176011. Disconforme
con su casamiento, se olvidó de su mujer. Allí residió muchos
años hasta que por una requisitoria lo prendieron «y como tal
vino a esta isla, por cuyas causas ha mirado la citada Isabel a
los parientes de su marido con repugnancia»12.
Luisa, una de las hijas, por su parte, casó en el Puerto con
Matías Barrada Páez, en 1743, siendo testigo el padre del Precur-
sor. El segundo de sus vástagos, Matías Barrada, emigró a Vene-
zuela en 1791 y se estableció en Carúpano (Estado Sucre). Al
parecer sus negocios en ese lugar fueron prósperos y pudo al-
canzar una respetable fortuna. Murió en Venezuela en la Guerra
de la Independencia «degollado por los insurgentes»13. Sin em-
bargo, su mujer no recibió las remesas necesarias para su subsis-
tencia, por lo que se vio obligada a recurrir al alcalde el 28 de
abril de 1809 para vender una parte de la herencia de su padre14.
de Valentín de Miranda.
13 ROSA OLIVERA, L. de la: «El Brigadier Barrada o la lealtad», en Anuario de Es-
23
Su hijo Isidro marchó también a ese país «a buscar fortuna entre
los años de 1805 a 1808 y a ver a su padre»15, participando acti-
vamente después en la Guerra de Independencia en el bando
realista. Aunque posiblemente Isidro emigró a Venezuela unos
años antes, este pariente de Francisco de Miranda llegó a conver-
tirse en uno de los prototipos de los militares realistas en Améri-
ca, siendo el jefe de la expedición con que el gobierno español
pretendió en 1829 reconquistar México. Fue un fehaciente testi-
monio de un importante sector de los inmigrantes isleños que
apoyaron en Venezuela la causa españolista, pues, según sus
propias palabras, «más de diez mil han muerto en Venezuela,
donde en gran número estaban establecidos, y los que han esca-
pado han vuelto al país»16 .
Otra de las hijas de Gabriel de Miranda fue María Manuela, que
contrajo matrimonio, el 13 de agosto de 1747 en el Puerto de la
Cruz, con José Lorenzo Beza o Baeza. Dedicado también al comer-
cio interinsular, se embarcó también para Caracas en 176117. El 15
de diciembre de 1762 María Manuela pide al alcalde mayor de La
Orotava la autorización de la venta de medio barco para hacer
frente a su subsistencia, puesto que su esposo, «ausente en Vene-
zuela, con el motivo de las presentes guerras no le ha enviado los
suplementos correspondientes para su manutención y la de dos
hijos»18. En Venezuela José Baeza debió de tener serios apuros
económicos, puesto que el 20 de abril de 1767 el comerciante
maltés residente en Santa Cruz de Tenerife José Carbona da po-
der a los comerciantes isleños establecidos en Caracas Francisco y
Lorenzo López de Vergara para que cobren 1.202 reales y medio
15 ÁLVAREZ RIXO, J. A.: Descripción histórica del Puerto de la Orotava. Manuscrito, Ar-
24
que les adeudaba19. Angustiosa fue la vida de María Manuela y de
sus hijos en el Puerto de la Cruz. El 11 de julio de 1774 firma un
documento por el que se obliga a pagar a María Gutiérrez de Vera
18 pesos y 6 reales de plata que la susodicha le había prestado en
diferentes ocasiones para su manutención y decencia. Confiesa que
en numerosas ocasiones su marido no le socorrió, pero que ahora
está presta a pasar a la Provincia de Caracas a dar con su marido,
por lo que él se convierte en deudor de la antedicha, «como obliga-
do a su manutención y de sus hijos. Más tarde expone que le debe
seis pesos más. Dos días después refrenda una deuda de 180 pesos
que tenía recibidos de Francisca López de Vergara, que les habían
ayudado a sobrevivir», pues, «aunque la ha mandado socorros por
lo calamitoso de los tiempos no le alcanzaba a los diarios alimentos
y su marido es responsable»20. Aunque no disponemos de testimo-
nio, por esas afirmaciones pensamos que debió emigrar a Venezuela.
Vicenta contrajo matrimonio con Joaquín Fonte el 21 de junio
de 1750. Era el capitán del barco Santiago, que había fabricado su
suegro. Ambos cónyuges emigraron tempranamente a Venezuela,
entre los años 1755 y 1759, pues María Concepción Ravelo dice
en su primer testamento que ya residían en Caracas. Fonte, origi-
nario de la isla de El Hierro, declaró en Caracas sobre la situación
de su hermano Sebastián el 28 de noviembre de 1792. Vicenta fue
la hermana a quien este último empeñó sus cubiertos de plata.
25
1744 o 1745, marchó a Venezuela. Se integró en una comunidad
isleña, en su mayoría analfabeta, que en Caracas y La Guaira
vivía de actividades que eran consideradas despreciables por la
elite. Picón Salas afirmaba al respecto que «la tosquedad de
modales, su ignorancia y falta de cortesía era lo que los patri-
cios criollos satirizaban, por sobre otra cosa, de los inmigrantes
canarios»21. Un contemporáneo, el regente Heredia, diría de
ellos que «son comúnmente reputados en Venezuela el sinóni-
mo de la ignorancia, barbarie y rusticidad»22.
Ese carácter diferenciado, desde los puntos de vista étnico y
social, explica la endogamia de origen y de grupo que le es
característica. Una política de ayuda mutua y de solidaridad en
los negocios en aquellos que se consideran unidos por una
misma comunidad de intereses y una misma procedencia expli-
ca ese expresivo cariz de enemistad de clase y de etnia, que se
podría apreciar tan claramente en la trayectoria de Sebastián de
Miranda. En la política de enlaces matrimoniales se puede ob-
servar esa estrategia. Las nupcias, el padrinazgo, el compadraz-
go, potencian esa solidaridad de grupo y permiten su ascenso
social. Su identidad se expresa en el culto a la Virgen de Cande-
laria. Sebastián participó «en la parroquial de Nuestra Señora
de la Candelaria» en la fiesta del 2 de febrero, la principal festi-
vidad de esta sagrada Señora», en la que
26
Como un isleño que quiere destacar y que tiene posibilidades
económicas para ello, Sebastián de Miranda ocupará los cargos de
capitán y de teniente de esa marcha en 1752 y 1751 respectivamen-
te23. Otro rasgo religioso derivado de sus ancestros y de su proce-
dencia marinera portuense, es su devoción a la Virgen del Rosa-
rio. En su alegato de limpieza de sangre hablará de la pertenencia de
su padre a su Hermandad, de la que fue hermano mayor. Sus
herederos conservaron su cuadro, que según la tradición pertene-
cería a su mujer, Francisca Antonia Rodríguez de Espinosa24.
Los negocios como mercader le fueron bien y pudo alcan-
zar una posición desahogada. Su ascenso dentro de las milicias
isleñas, otra expresión más de la identidad canaria en Venezue-
la, lo ejemplifica. Entre 1764 y 1769 fue su capitán, invirtiendo
sumas en el uniforme de los soldados más pobres25. En 1769
se reorganizan las milicias caraqueñas no por criterios de pro-
cedencia, sino de color de la piel. Al ser propuesto como capi-
tán de una compañía de blancos voluntarios estalla el conflicto.
El Cabildo de Caracas, representante de la oligarquía criolla,
acusa al capitán general, el 17 de abril de ese año, de arrebatarle
la facultad de nombrar los oficiales del nuevo batallón y de
postergar en los cargos a patricios nobles al nombrar «sujetos
de tan baja esfera que causa vergüenza el nombrarlos, y entre
otros a don Sebastián de Miranda»26. En su sesión de 22 de
mayo de 1769 enjuicia críticamente la nueva actitud del gober-
nador frente «a la nobleza del país» al dar grados y empleos a
personas de baja esfera como el tinerfeño Miranda, que «aún
23 GRISANTI, A.: El proceso contra Sebastián de Miranda, padre del precursor de la Indepen-
27
tiene en su casa tienda en que barea y fábrica de pan, que su
mujer hace y vende por menor»27.
En la sociedad del Antiguo Régimen existe una identifica-
ción que obedece a prejuicios socio-raciales hacia el molinero.
Adujo en su defensa que el ejercicio de un «oficio vil», como
era el de amasar pan, tiene en América diferentes motivaciones:
27 SUÁREZ, S. G.: Las fuerzas armadas venezolanas en la colonia, Caracas, 1979, p. 141.
28 GRISANTI, A., 1950a, op. cit., p. 23.
28
sino que le reputamos blanco, y hombre de buena fe, lo
que no le negamos29 .
29
esposa tenía sus ancestros también en el Puerto de la Cruz y
era su pariente lejana. La portuense María Francisca Espinosa,
su bisabuela, era hija de Diego Fernández de Espinosa y de
María Francisca Ravelo, por lo que estaba emparentada con su
padre. Había casado con Francisco González del Quinto, natu-
ral del Realejo Bajo. Viuda y con cinco hijos, cuatro de ellos
mujeres, emprendió viaje a Caracas con todos ellos (Francisca,
Catalina, Josefa María y Andrés), aunque una arraigó en Santo
Domingo. Su hija Catalina, abuela del Precursor, casó en el pri-
mer matrimonio con su paisano Cayetano de Vera, con el que
tuvo un hijo que llegó a la edad adulta, Francisco José. En se-
gundas lo hizo con el portugués Antonio Rodríguez, de cuya
unión nacieron tres varones y dos hembras, una de ellas Fran-
cisca, la madre de Miranda. En Tenerife sólo poseía una casa que
vendió para pagar su transporte y el de sus hijos. A ninguno de
ellos le dio cosa alguna de dote. Era dueña de la casa donde mo-
raba y una tienda contigua en el barrio de Santa Rosalía, gravadas
con un censo de 800 pesos al convento de San Francisco; tam-
bién de una negra nacional comprada al asiento inglés y una
negrita, su hija, a quienes dio la libertad. Contaba con un sobrino
en la provincia, Tomás Espinosa, que le debía algunos pesos.
Una de sus hijas, Francisca González del Quinto, había casado
con Tomás García y no había tenido descendencia. Poseía la casa
gravada con un censo en Santa Rosalía y una negra con su hija de
dos años que heredaría de su madre. Tenía cuantiosas deudas32.
Sebastián de Miranda ocupó el cargo que antes había de-
sempeñado Santiago de Ponte Mijares, «sujeto de conocido
espíritu, valor, celo e industria y muy amante de Vuestra Majes-
tad y su Real servicio». Ante él, el portuense había prestado otro
30
servicio que «el de simple y nada ameritado alistado, como cada
uno de cuantos negros y mulatos hay en la tierra». Sería un bajo
concepto de Caracas el que se tomara «como si fuera más ser un
plebeyo isleño de Canarias e hijo de un barquero allá, y ser cajonero
y mercader aquí, que ser aquí mismo caballero, Noble, Cruzado y
aun Titulado»33. Fue la ofensa pública lo que más irritó a la elite:
Les preocupaba «la impresión que esto podía hacer y haría en los
ánimos de tantos plebeyos y los efectos que de ella podía seguirse»34.
La acusación se extendió a su promotor, el letrado José de
la Guardia, originario de Tacoronte (Tenerife), quien había
ejercido tal labor por indicación expresa del capitán general
Solano y Bote35 . Según los mantuanos era
31
Por esa dignidad «preferirá en el asiento» al Cabildo y por ello
32
español. Su padre no reparó en gastos y compró el título de
capitán. No le importó que su hacienda quedara deshecha. Su
vástago debía materializar de forma definitiva la nobleza de su
linaje, vilipendiada por los mantuanos. Por eso extremó su celo
y se hizo otorgar un árbol genealógico por el cronista y rey de
armas numerario de su Majestad, don Ramón de Zazo y Ortega38.
38 Ibídem, p. 41.
39 A.H.P.T. Leg. 3.821.
40 GARCÍA, L.: Miranda y el Antiguo Régimen español, Caracas, 1961, pp. 107-108.
33
Precursor, Josefa Antonia de la Luz, que había nacido ese mis-
mo día41. Originario del Realejo de Abajo, era hijo de Domingo
Pérez Vento y de Feliciana García de Melo. Había heredado en
el Realejo de Abajo una capellanía de su tío, clérigo y bachiller
del mismo nombre y apellido. En su infancia y juventud residió
en casa de este último, donde «ha estudiado y está estudiando
con el ánimo de servir a Dios Nuestro Señor y su Madre Santí-
sima en el estado eclesiástico». Al no poseer capellanía para su
ordenación, su tío dispuso el 19 de abril de 1721, además de
heredar la disfrutada por él hasta su muerte, instituir otra de
ocho misas rezadas a Nuestra Señora del Rosario por su ánima
y las de Diego Luis de Acosta y Jacobina Pérez, sus tíos en la
iglesia de la Concepción de ese lugar, cargada sobre una suerte
de viña malvasía de una fanegada en Tigaiga, heredada por su
hermana Jacobina Pérez de los citados sus tíos, que redituaba
regularmente tres pipas de vino. Pero el sobrino no la ejerció
como tal por haber emigrado a Venezuela, donde residió por
más de 40 años en Caracas, donde falleció de edad muy avan-
zada, después de 1780, siendo enterrado en la parroquia de San
Pablo. Eso señalaron los testigos que expresaron que vivía con
su hermana Ana Melo, tal y como expresan el portuense Agus-
tín Guirola y el realejero de Abajo Juan Fernández Ruiz del
Álamo, emigrantes a Caracas. El ramblero Diego Bautista Per-
domo precisó que, estando allí,
34
Tomás de Melo, clérigo, presbítero muy viejo, que el tes-
tigo cerró su tienda y casa y se fue a acompañarla.
42 Archivo del Obispado de Tenerife (A.O.T.). Leg. 142. Capellanía de Tomás Bautis-
ta de Melo.
43 Archivo del General Miranda, tomo I. Caracas, 1929, p. 2.
44 Copia de testamento de Antonia en A.H.P.T. Leg.152. 23 de febrero de 1808.
35
Los Miranda desarrollaron sus días en un ambiente social
en el que sus relaciones se efectuaban básicamente con una
comunidad unida por sólidos lazos de paisanaje y espíritu de
grupo. Era normal que los numerosos hijos del matrimonio
enlazasen con personas de ese mismo espectro social y étnico,
vinculados al mundo del comercio. Su hija Ana Antonia con-
trajo matrimonio con un comerciante isleño, natural de Santa
Cruz de Tenerife, Antonio José de Almeida Rosales, el 19 de
enero de 1772. Fue el yerno preferido de Sebastián de Miranda,
como hace constar Francisco de Arrieta en una carta a Francis-
co de Miranda: «Yo no le debo más que baldones, allá amarte-
lado con Almeida y sus gentes»45. Fue capitán del comercio
canario-venezolano. En 1766 fue maestre del navío Santísimo
Sacramento (alias el Santiago)46. En 1778 fue administrador del
Nuestra Señora de la Soledad (Fénix). Se sabe que su mujer navegó
con él para las Islas y en 1779 residía en Santa Cruz de Teneri-
fe. Marchó con ella otro de los hermanos del precursor, Javier;
quien moriría célibe en su juventud. Almeida murió prematura-
mente. Testó en 1786 en Caracas ante el escribano Aramburu47.
Ana Antonia ya era viuda en 1791. En una carta, su hermana
Rosa, el 25 de febrero de 1779, le dice que Ana se encuentra
en Tenerife «buena con sus cuatro hijos, pero con muchas
ganas de venir a su tierra (no se parece en esto a ti)»48. Por lo
menos dos de sus hijos nacieron en esa localidad canaria, Bar-
tolomé Antonio y Ventura. El primero nació en ella el 23 de
agosto de 1776. Sus abuelos paternos eran Simplicio de Almeida
36
y María Candelaria Isnaldo y maternos Sebastián de Miranda y
Francisca Rodríguez Espinosa. Fue su padrino uno de los más
significados comerciantes canarios: José Candelaria Rodríguez
Carta, alguacil mayor del Santo Oficio, natural y vecino de
Santa Cruz49. Ventura, pasó a Venezuela y casó en San Carlos
Cojedes en 1797 con María Josefa Petronila González Bautista.
La segunda hija, Rosa Agustina, se casó en primera nupcias
con Francisco Antonio de Arrieta, un vasco estrechamente vin-
culado al comercio canario-americano. Era mucho mayor que
ella. Había realizado con anterioridad empresas mercantiles con
su padre y había sido padrino de uno de sus hijos, Francisco
Antonio Gabriel, muerto prematuramente. Tuvo estrecha rela-
ción con el Precursor. En su diario de navegación a Cádiz da
las gracias «a mi buen hermano y amigo Arrieta, el mejor hom-
bre del mundo bajo un aspecto rudo»50. Años más tarde, en
1785, le pidió una ayuda financiera de 2.000 pesos, pues había
perdido el dinero en una embarcación de La Habana51. Murió
entre 1785 y 1790. Paradójicamente, estaba vinculado familiar y
políticamente a dos contradictores de su cuñado en la etapa
decisiva de su ruptura con España en la Perla de las Antillas.
Por un lado, fue asistente del concuño de Bernardo Gálvez, el
capitán general de Venezuela, Luis de Unzaga, que reemplaza-
ría a su protector Cagigal en la de La Habana y que se encarga-
ría precisamente de su frustrada detención; y por otro, pariente
de uno de sus más enconados enemigos, Juan Ignacio Urriza,
el intendente habanero que sería premiado con un ministerio
en el Consejo de Indias por su resuelta denuncia del Precursor
como contrabandista contumaz en la misión de Jamaica. En su
bautismos.
50 Archivo del General Miranda, tomo I, p. 33.
51 Ibídem, tomo VII, p. 95.
37
carta de 16 de junio de 1782 asevera que un isleño, el alférez Ver-
de, que se había trasladado a La Habana, le había dicho algo sobre
38
de la Guerra, un comerciante tinerfeño ligado al tráfico cana-
rio-venezolano. Su abuelo, Alejandro García de Orea, natural
de Villamayor, arzobispado de Toledo, vino a Tenerife como
administrador de la Hacienda de los Príncipes, una rica y
extensa propiedad de los absentistas herederos del conquista-
dor de Tenerife, Alonso Fernández de Lugo, los Condes de
Torrealba. Su conversión en una familia nobiliaria la confir-
maría con el casamiento de su hijo Pedro con María de las
Nieves Machado y Guerra, hija del regidor Gonzalo de Machado
y de María Pilar de la Guerra, acaecido el 27 de abril de 1746.
Pedro se encaminó hacia el comercio canario-americano. Sus
primeras actividades en ese sentido consistieron en su traslado
como comerciante a La Guaira en 1759, en el navío San Juan
Bautista. Capitán y dueño de El Diamante, viaja a La Habana en
176355. Tuvo un pleito sobre quién tenía privilegio de comer-
ciar con La Guaira con Cristóbal Bandama, propietario de La
Perla. Su hijo Marcos continuó con su profesión. En mayo de
1765 hace su primer viaje a La Habana en El Bien Común. El 3
de junio de 1767 su padre le emancipa y le convierte por tanto
en persona libre para otorgar cualquier tipo de instrumento,
pese a no tener 25 años. El 15 de junio de ese año se embarca
para La Guaira en el Nuestra Señora de Candelaria (la Asesora)56. Al
año siguiente ya figura como capitán de El Diamante. El 3 de
agosto de 1774 aparece como residente en la provincia de Ca-
racas57. Emprende nuevos viajes de ida y vuelta entre Tenerife y
Caracas en ese año y en 177558. Bien pronto fallecería, aunque
desconocemos con certeza la fecha, posiblemente antes de 1780,
Tomás Morales», en III CHCA, tomo II, Las Palmas, 1980, p. 138.
56 A.H.P.T. Leg. 3.834.
57 A.H.P.T. Leg. 3.839.
58 Ibídem.
39
a consecuencia de una dilatada enfermedad, de la que ya hacía
mención en las cartas que se han conservado dirigidas al Pre-
cursor, en las que se puede apreciar su estrecha amistad. Su
familiaridad y afecto estaban patentes en ellas, mostrando su
concepción ideológica: «Micaela dice que ya descubrió V.M.
la flojera que con el trato moruno se la ha vuelto a pegar, que
lo quiere a V.M., mucho cuantas cosas se pueden decir, me-
nos escribir». La trama familiar, con sus parentescos de san-
gre y espirituales era ineludible:
40
En los Orea se puede apreciar el distanciamiento, la desconfianza
y la hostilidad con la que la trayectoria posterior de Miranda es
observada por la elite mantuana, de la que ellos creían formar
parte. Gonzalo se trasladó a Caracas en 177762. Ejerció la misma
carrera comercial que su hermano Marcos. Formó compañía
inicialmente con otro isleño, Tomás Muñoz, natural de Icod
(Tenerife), al que estaba vinculado por razones de afinidad y
procedencia, puesto que su padre, Diego Muñoz, era natural de
Santiesteban, en la provincia de Jaén y, como Alejandro de
Orea, había emigrado a Tenerife para hacerse cargo de la ad-
ministración de haciendas de propietarios absentistas; contrajo
matrimonio con la lagunera Juana María Naranjo63. La compa-
ñía fue capitalizada en 80.000 pesos en 178564. Debido a su pro-
yección exterior, Gonzalo se establecería en Cádiz, y Muñoz
llevaría la gestión desde Caracas. Por su prematura muerte, en
1796, la ejercería su sobrino, el también icodense Fernando Key
y Muñoz. Era la quinta más importante del país y se dedicaba al
comercio de exportación hacia la Península.
Fernando Key, cuyo hermano Santiago fue diputado por
Canarias en las Cortes de Cádiz, en las que defendió posiciones
absolutistas, es uno de los más cualificados representantes del
grupo social de los llamados hacendados-comerciantes, que
efectuaban conjuntamente sus actividades como propietarios
con el tráfico comercial de cierta entidad. Emigrado a Vene-
zuela desde muy joven fue prior del Real Consulado de Caracas
en 1799 y miembro de la Junta Suprema de 1810, en la que de-
sempeñó el cargo de ministro de Hacienda. Siguió fiel a los ideales
41
independentistas y desempeñó hasta su muerte importantes
cargos dentro de la administración estatal venezolana65.
pudo prosperar rápidamente con el capital proporcionado por sus expansivos negocios
en la compañía Muñoz y Orea, convirtiéndose pronto en hacendado, como da cuenta
su plantación e ingenio azucarero de las Adjuntas, en la cercanía de Caracas, por el que
Humboldt pasó y del que habla sobre sus barracones llenos de esclavos. Prueba de su
estimación social es su cargo de regidor vitalicio del Ayuntamiento. Por su elevada
fortuna se integró en el Consulado caraqueño como comerciante, para lo que era
necesario poseer más de 30.000 ducados de capital. Sus conocimientos mercantiles le
llevaron bien pronto a ascender en fama y estimación dentro de la elite social. En 1797
fue elegido quinto consiliario del Consulado por el voto de 26 hacendados y 26 comer-
ciantes, en 1799 cónsul 2º y en 1800 cónsul 1º. Por su prestigio fue nombrado asesor
del ingeniero José Mariano Aloy en la construcción de la casa consular. En 1805 sería
uno de los promotores de la Casa de Bolsa y Recreo de los comerciantes de Caracas.
Con la invasión napoleónica de España, ante la inestabilidad social y política que se
derivaba de la falta de autoridad legítima en la Monarquía, se convirtió con sus paisa-
nos Juan y Pedro Eduardo en uno de los firmantes de la representación de los mantua-
nos caraqueños en favor de una junta gubernativa autónoma. Partidario de la libertad
de comercio y opuesto al monopolio español que sancionaba las Cortes de Cádiz,
apoyó, como la gran mayoría de sus paisanos, el movimiento insurreccional indepen-
dentista. Formó parte de esa elite mercantil canaria que se mantuvo fiel a la emancipa-
ción, a pesar de las acusaciones que vertieron contra su persona sus adversarios y del
ambiente opuesto que reinó entre los de origen más humilde por el claro contenido
oligárquico de la Primera República de Venezuela. Participó en el golpe de estado de 19
de abril de 1810 y fue designado como primer ministro de Hacienda de la Venezuela
independiente, cargo con el que respondía a su prestigio financiero y a la notoria fama
entre los comerciantes y hacendados venezolanos. Como el icodense Matías Sopranis,
regidor del primer Ayuntamiento republicano de Caracas, que moriría prisionero en las
cárceles de La Guaira por sus ideas republicanas, sufrió la hostilidad de la restauración
monárquica. Desempeñó altos cargos de la administración republicana durante la guerra y
se mantuvo fiel a la causa independentista. Con la crisis subsiguiente a la guerra, su casa
de comercio quebró entre 1815 y 1819, por lo que se vio envuelto en un ruidoso pleito
con Gonzalo Orea y su primo Tomás Muñoz, que le llevaría a la ruina y que todavía
estaba vigente en 1842. Falleció en Caracas en 1845 en la más completa miseria, soste-
nido por su hijo Salvador. En su testamento pide a sus hijos que «si quisieren hacer
algo sea únicamente sufragios por su alma, prescindiendo de pompas mundanas»,
expresivo de su ideología ilustrada. Confiesa que, «aunque poseía en años pasados una
fortuna opulenta, con la guerra y demás trastornos del país me encuentro ahora reduci-
do a la pobreza suma, pues todos mis bienes los entregué a mis acreedores y están
sujetos al concurso, habiéndome quedado exclusivamente dependiente de la piedad de
mis hijos, los cuales me han atendido con su propio peculio hasta la fecha, especial-
mente de mi hijo Salvador, al que soy deudor de grandes cantidades».
42
Tomás Muñoz tuvo dos hijos, Josefa Muñoz y Ayala, casa-
da con el isleño, natural también del Puerto de la Cruz, Casiano
de Medranda y Orea, hijo de José Medranda Caraveo y de Ana
de Orea y Machado, miembro de la citada familia de los Orea,
y Tomás Muñoz y Ayala, general de los ejércitos independen-
tistas. Casiano Medranda emigró a Venezuela en 1806 cuando
contaba con 21 años de edad. Su padre,
43
para la gestión de las almonedas públicas69. Falleció en el cam-
po de batalla como capitán del ejército insurgente el 10 de
septiembre de 181370. Como su tío Telesforo, era un perfecto
conocedor del inglés, puesto que, como era habitual en los isle-
ños de su esfera social, estudió en Inglaterra. En él coexistían los
mismos prejuicios sociales y el mismo rechazo hacia Miranda.
Miguel José Sanz, en una carta reservada a Miranda, fechada el
12 de mayo, diría sobre él: «Dicen que va a Londres y que este
gobierno consulta al federal... El Medranda Vd. lo conoce. La
mayor desgracia de un país es la mala elección de los agentes
del gobierno»71. El desacuerdo con su gestión y las acusaciones
de corrupción eran constantes. Juan Paz del Castillo, hijo de un
emigrante isleño, diría a Miranda, el 5 de julio de ese año, que fue
encarcelado «y después de tres días de encierro alegó todos sus
servicios y buen patriotismo; hoy se ha puesto en libertad y le he
dicho que su prisión era por revolucionario, y que se marchase al
ejército»72. El 22 de mayo diría Patricio Padrón a Miranda:
44
más elevadas derramas proporcionaron contra la invasión de
Miranda en 1806. En la lista de donativos publicada en la Gaceta
de Caracas en abril y mayo de 1809, Key, por sí y por la casa de
Muñoz y Orea, dan 1.000 pesos, cantidad infinitamente supe-
rior a la de los demás, y Telesforo de Orea 500.
Gonzalo de Orea puede ser considerado como un cualifica-
do prototipo del comerciante-hacendado. Era miembro de la
Orden de Santiago y, conjuntamente con su compañía de co-
mercio, poseía una hacienda. En Cádiz contrajo nupcias con
Francisca de Luna y Médicis, de la burguesía comercial gadita-
na74. Su compañía aumentó su influencia y poder económico
con la incorporación de dos comerciantes de origen isleño,
también vinculados a la familia Miranda, Isidoro y Luis López
Méndez, con los que formaron la sociedad Muñoz y López. Sin
embargo, entre 1796 y 1802, su gestión financiera sufrió graves
quebrantos, situación que se repitió a fines del 1804. Los tras-
tornos políticos posteriores llevaron a la quiebra de la compa-
ñía en 180875. Fue un activo representante del bando realista en
Venezuela. Sin embargo, por sus relaciones familiares, contaba
con la amistad de numerosos partidarios de la independencia.
El mismo Luis López Méndez escribió a su mujer, Josefa Ro-
dríguez Núñez de Miranda, el 28 de octubre de 1811 desde
Londres, donde se hallaba como representante de la I Repúbli-
ca junto con Bolívar y Andrés Bello, para pedir a Inglaterra su
reconocimiento, preocupado, entre otras causas por el
45
y también me informes todos los sujetos que han sido
ahorcados y los que están presos76.
46
palabra ni de hecho se la haya notado nada contra el sis-
tema. Si acaso le han hecho a Vd. algún informe contra
él, espero que suspenda Vd. el juicio y la orden de su
prisión, pues responde de Orea
47
Había nacido en el Puerto de la Cruz el 11 de enero de 1766.
Marchó a Venezuela en unión de su hermano Marcos y allí
fundó una casa de comercio84. Tras la Independencia fue de-
signado representante del gobierno en los Estados Unidos,
para impulsar el reconocimiento y el apoyo de Norteamérica a
la causa insurgente. Caballero Sarmiento, un comerciante que
actuaba como agente del Gobierno español en Filadelfia y que
había residido una docena de años en Caracas, se entrevistó
con él y éste le proporcionó unas ideas que nos pueden ayudar
a entender su posición y la de un importante sector de los gru-
pos sociales dominantes caraqueños85. Le relató que la rebelión
la habían comenzado los blancos, recelosos de las consecuen-
cias de una insurrección negra similar a la haitiana ante la au-
sencia de poder legítimo en la metrópoli, «y animados por va-
rios criollos de Caracas». Expresó sobre ese peligro que
48
su genio enredador hace sospechar que, aunque parece
no se mezcla en nada trata de ganar a los mulatos, y que
cuanto menos se piense habrá otra contrarrevolución86.
El tinerfeño no
49
Tras el fallecimiento de Marcos de Orea, Micaela contrae
segundas nupcias en 1782 con Diego Mateo Rodríguez Núñez,
receptor del Santo Oficio y hacendado. Era hijo de un isleño
que había hecho fortuna en Caracas, Mateo Rodríguez Fajardo,
natural de Icod, y de María Manuela Núñez de Aguiar Villavi-
cencio, hija de dos canarios de La Laguna, José Núñez de
Aguiar y María López Pérez de Villavicencio89. A comienzos
de 1790 la fortuna de Rodríguez Núñez estaba estimada en
torno a los 200.000 pesos. Aunque debía 20.000 en créditos
activos, sus haciendas estaban valoradas en 56.000 y sus dos
casas en la ciudad en 20.090. Arrieta diría sobre su boda al
Precursor:
50
dispensas; y el primor es que todos los parientes conten-
tos y extraordinariamente gentiles91.
durante el periodo hispánico, 2 tomos, Caracas, 1978. LÓPEZ BOHÓRQUEZ, A. E.: Los
Ministros de la Audiencia de Caracas (1786-1810), Caracas, 1984.
51
y tiene»94. Había contraído matrimonio el 26 de diciembre de
1742 con Petrona María Núñez de Aguiar, natural de Santa
Cruz de Tenerife, tía de Diego Rodríguez Núñez, por lo que
Luis era primo segundo de su mujer.
De los doce hijos de Bartolomé, tres se dedicaron a la carrera
eclesiástica: José Francisco fue doctor en Teología y Cánones y
canónigo de la Catedral de Caracas; Dionisio Antonio en Teolo-
gía y Cánones; y Silvestre José prefecto del colegio de San Felipe
Neri. Este último fue uno de los que aprobaron la entrega de las
joyas de las iglesias caraqueñas para la defensa de la independen-
cia venezolana95. Isidro Antonio y Luis formaron una compañía,
asociándose más tarde con los Orea y los Muñoz. Era en 1795
una de las diez más grandes de Venezuela, con un capital estima-
do en tomo a los 100.000 pesos en la década de 180096. Isidro
Antonio contrajo nupcias con su prima, la citada Josefa Narcisa
Orellana Núñez. Regidor perpetuo, fue miembro de la corpora-
ción que declaró reo de alta traición a Miranda, en el que también
estaba presente José Hilario Mora. Ofreció pagar 30.000 pesos
por su cabeza a raíz de la invasión de 180697. Fue vocal de la
Junta Suprema y representante de Caracas en la Asamblea Cons-
tituyente de 1811, siendo firmante del acta del 5 de julio y activo
contrincante del Precursor. Luis fue alcalde ordinario en 1797.
Como su hermano, se sumó al movimiento independentista y
fue enviado a Londres con Simón Bolívar y Andrés Bello para
gestionar el reconocimiento de la independencia por el gobierno
británico. En consonancia con esa política matrimonial, se des-
posó el 20 de noviembre de 1785 con su pariente María Francisca
52
Dacosta Romero, hija del comerciante palmero Jerónimo Dacos-
ta y de su prima María Micaela Núñez de Aguiar, y por segunda
vez con la referida Josefa María Rodríguez Núñez de Miranda.
53
y tiranía que ejercen los españoles sobre este continente.
Yo creo que él sería una figura relevante si algún día re-
ventara una revolución para lograr la independencia de
esta colonia100.
54
Las primeras letras las aprendió Miranda de manos de un
religioso, el padre Francisco Santaella. Él mismo lo especifica
cuando observó en Suiza
55
100 pesos del mercader ramblero Antonio Temudo para iniciar
sus primeros pasos105.
La formación universitaria de Miranda ha sido abordada
por Leal y por Fernández Heres106. En estas páginas sólo des-
tacaremos las relaciones que establece en ella con la comunidad
isleña. En primer lugar llama la atención la certificación de sus
estudios por dos personalidades estrechamente ligadas a la
familia: Bartolomé López Méndez, cuyos hijos enlazarán con
parientes del Precursor, y el presbítero y catedrático Domingo
Pérez Velásquez, que fue su profesor en las aulas universitarias.
El primero registra ante el notario José Tomás Punzel, el 3 de
enero de 1761 que le constaba «por la mucha amistad y comu-
nicación que ha tenido y tuene en la casa de don Sebastián de
Miranda» que «ha sido instruido y aplicado por los dichos sus
padres a las primeras letras y estudio de Artes, que el testigo lo
ha visto asistir diariamente a las Aulas en el colegio seminario,
dando muestras de su aplicación, buen genio y conducta»107.
Bartolomé formó parte de la amplia cohorte de garachiquenses
procedentes del barrio de San Pedro de Daute, cuyas tierras
fueron en buena parte arrasadas por la erupción volcánica de
1706, que se trasladaron a Venezuela. Los hermanos Bartolomé y
Sebastián López Méndez lo hicieron conjuntamente con otros
paisanos, tales como Amaro Martín de Paredes, su mujer Fran-
cisca Díaz de Figueroa y su familia o Pedro Luis Henríquez108.
hijos a Caracas. Uno de ellos María Josefa casó en 1720 con su convecino Ángel
Francisco Laderas. Uno de ellos, Juan de Vega, será presbítero y otro, José, se embarcó
para Nueva España, falleciendo en Veracruz. Su tienda de mercaderías estaba valorada
en 4.000 pesos. Su hijo Amaro continuó con esa mercería. Testamento de Francisca en
Gregorio del Portillo, 4 de noviembre de 1745. Pedro Luis Henríquez, padrino de Juan
56
Bartolomé contrajo nupcias con Petronila Núñez Villavi-
cencio. Fue heredero de su cuñado, el mercader lagunero Jacin-
to Núnez Villavicencio. Tuvieron 15 hijos, de los que dos mu-
rieron en la juventud y cinco en la pubertad. Su estrategia
familiar es un clásico exponente de un linaje que quiere ascen-
der. Cuatro de sus hijos fueron clérigos, aunque uno, Luis,
tuvo sólo hábito talar. Para ellos constituyó una capellanía de
3.000 pesos de principal, 1.500 dejados por Mateo Rodríguez
Fajardo y 1.500 propios suyos, y crea otra de 3.000 para su hijo
Luis si se ordenase y después sus descendientes. Poseía una
hacienda de cacao en Yare y cuatro casas tiendas en el centro
de Caracas. Había constituido compañía de mercaderías con su
sobrino Diego Rodríguez Núñez. Aportó a ella 38.859 pesos y
Núñez 32.139. Con motivo de su muerte en 1780 se disolvió,
dando utilidades por valor de 52.713 pesos. Su liquidación
ocasionó un largo y costoso pleito. Sus hijos Luis e Isidoro,
alcaldes, síndicos y regidores de Caracas y significados comer-
ciantes y miembros de la elite mantuana que impulsó la inde-
pendencia, constituyeron una de las compañías más impor-
tantes de Caracas en unión con el lagunero Tomás Muñoz, el
realejero Gonzalo de Orea y el icodense Fernando Key y Muñoz.
La suya se estimaba en 100.000 pesos en la primera década del
XIX. Todos ellos enlazaron en un puzzle endogámico de mer-
caderes isleños de considerables dimensiones con los Miranda,
Pedro López, contrajo dos nupcias en Caracas, la primera con la tacorontera Francisca
Gutiérrez en 1720 y la segunda con la lagunera Teresa Rodríguez Olivera. En la prime-
ra tuvo tres hijos. Sólo una, Clara, casada con Bernabé Rodríguez, llegó a tomar estado.
En el segundo tuvo sólo una. La tacorontera era hija de una familia isleña emigrante,
cuyas tres hijas efectuaron sus matrimonios con isleños. Pedro fue pulpero en sus
inicios, incrementó más tarde sus tiendas, llegando a contar con más de 10, la más
valiosa era la que regentaba, estimado su caudal en 5.000 pesos. Las restantes las
alquilaba, percibiendo de renta 50 pesos mensuales. R.P.C.T., 1757. Testamento de 18
de junio de 1752.
57
Orea, Muñoz, Mora, Orellana, que demuestra hasta qué punto
sus estrategias familiares estaban firmemente arraigadas. José
Sebastián López Méndez, hermano de Bartolomé, había casado
en 1720 en Caracas con la silense Catalina González Borges,
con diez hijos, sólo fallecido uno de tierna edad. De ellos dos
fueron carmelitas y uno franciscano. Gastó en la profesión de
sus hijas 4.400 pesos. Desposó respectivamente a sus hijas
Feliciana y Juana con sus paisanos Andrés de la Peña y Anto-
nio Hernández Martínez, cuya mercería después de su muerte
administró su hermano Diego y, después del dicho, su paisano
Fernando Peraza, a medias. Poseía varias tiendas y fue fiador
de sus compatriotas Pablo Alfaro, oficial real de Puerto Cabe-
llo, y de José Cala en su registro a Veracruz. Dejó una capella-
nía de 2.000 pesos de principal a su nieto109.
Domingo Pérez Velásquez certificó también su «frecuente
comunicación que tiene en la casa del que le presenta» idénti-
cos datos a los proporcionados por el anterior110. Formaba
parte de una extensa familia originaria de El Tanque (Tenerife),
los Pérez Velásquez, en la que se puede apreciar la persistencia
de sus cadenas a través del siglo XVIII. La mayoría se dedicaron
al comercio, aunque hubo entre ellos campesinos, como acaeció
con Marcos. Pedro Pérez Velázquez, casado con María Félix
Montesinos con dos hijos fallecidos de tierna edad, poseía cuatro
tiendas, dos en la calle que va a la plazuela de San Pablo hacia
oriente, otra en la calle de La Palma y otra junto a la escribanía de
Areste. Dejó sus bienes a partes iguales entre sus hermanos
Juan José, Bartolomé, Domingo, Antonio y Antonia y consti-
tuyó dos capellanías, una de 3.000 pesos a su sobrino Domingo
58
González, hijo de Bartolomé González Velázquez y la otra de
1.000 al Dr. Domingo Velázquez. Sus hermanos Bartolomé y
Domingo Pérez Velázquez siguieron mancomunadamente con
ese ejercicio mercantil. Regentaban dos casas tiendas heredadas
de su hermano en la calle de La Palma y en la situada a oriente
de San Pablo, donde tenían una tienda de mercería y una bode-
ga. Poseían una casa de alto y bajo en la calle de la Caleta en La
Guaira gravada con una capellanía de 5.800 pesos, que habían
convertido en mercería administrada por su pariente y paisano
José Manso, con el que tuvieron al respecto un largo pleito.
Para hacer frente a ese tributo tenía tres casas tiendas y un
canecito en tierras de particulares hipotecadas en el camino que
va de Maiquetía a La Guaira. Domingo contrajo nupcias con la
portuense Josefa Beza, con la que tuvo una hija, María de la
Soledad del Carmen. Al casarse su tienda de mercería valdría
10.000 pesos. Con ellos se inició en los negocios su sobrino
Domingo Alejandro Pérez111. Este hecho hace sumamente
complejo el descifrar la trama familiar, porque emplean tanto el
apellido Pérez Velázquez como González Velázquez en el
segundo de los casos. Se complica aún más si cabe con el repe-
tir todos ellos los nombres de Pedro, Domingo y Bartolomé,
sólo diferenciándose por emplear González Velázquez y Ve-
lázquez. Así aparecen en 1786 en la Junta de erección del Con-
sulado como tales mercaderes Pedro Velázquez y Pedro Pérez
Velázquez. Fue una familia que llegó a contar con un comer-
ciante, Domingo Alejandro Pérez, hijo de un hermano no emi-
grado. El citado Domingo Velázquez fue presbítero, catedráti-
co de la Universidad y boticario en una mercería, que antes fue
59
de sus tíos en la esquina que hoy conserva su nombre en la
Avenida Lecuna. Fue muchos años catedrático de latinidad y se
doctoró en Teología en 1750. Ese linaje enlazó con el del taco-
rontero José Hernández Sanabria, emigrado en 1715, que desis-
tió de participar en la fundación de Panaquire. Era el prototipo
del mercader que invierte sus capitales en la compra de hacien-
das de cacao conjuntamente con su suegro. Se desposó preci-
samente con una hija de su paisano Domingo Velázquez, con
la que tuvo seis hijos, entre ellos el rector de la Universidad de
Caracas, Tomás Hernández Sanabria. Aportó al matrimonio
3.600 pesos en efectos. Fue propietario de tres tiendas, dos
haciendas de cacao, una de 40.000 árboles y 51 esclavos com-
prada mancomunadamente con su suegro y otra en Ocumare
de la Costa112.
Uno de los profesores de Miranda pertenece a ese ambiente
isleño y le retrae, como Perdomo, a la tierra de su padre. Fue el
doctor Gabriel José de Lindo, vicario general del Obispado,
graduado de bachiller en Teología en 1757 y en Leyes en 1758,
licenciado y doctor en Teología en 1757 y en 1761, que fue
entre 1807 y 1808 rector de la Universidad. Desempeñó la
cátedra de Latinidad de menores en abril de 1759 y la de filoso-
fía de seglares en julio de 1761113. El natural del Puerto de la
Cruz Gabriel Rodríguez Lindo, perteneciente a una influyente
familia de su burguesía comercial, casado con su sobrina Bea-
triz Lindo, sin descendencia, estudió Medicina en las Universi-
dades de Roma y París. Poseía una notable biblioteca especiali-
zada. Emigrado en 1699, se trasladó con él más tarde su
sobrino y cuñado Antonio, padre del provisor Gabriel José
60
Lindo114. Antonio, mercader, era hijo de José Lindo y Constan-
za Rodríguez Lindo y fue sepultado en la Candelaria. Casado
con Juana Fernández del Rincón, tuvo dos hijos varones, José
Antonio y Gabriel José. Llevó al matrimonio 1.000 pesos en
diferentes géneros de mercaderías y su mujer 100. Poseía varias
casas de su morada en el barrio de la Candelaria. Dejó como
albaceas, al testar el 2 de septiembre de 1736, a su paisano el
canónigo herreño Ángel de la Barreda y a su cuñado el clérigo
tonsurado Miguel Fernández del Álamo. Deja a su mujer como
tutora de sus hijos por ser menores de 14 años115.
Finalmente, debemos señalar dentro de ese ambiente cana-
rio en que estaba inserto que compartió las aulas universitarias
con dos canarios, Juan de Ávila y Francisco de Zurita, eso sin
contar el amplio porcentaje de descendientes de isleños que
convivieron con él en tal centro universitario, entre los que
debemos señalar a alguien que más tarde se vinculará a su fami-
lia, como el ya referido José Hilario Mora, regidor del ayunta-
miento caraqueño y uno de los miembros de la elite mantuana
que protagonizó la emancipación116.
por el Cabildo al otro lado del Anauco R.P.C.E. Areste y Reyna. 23 de junio de 1730.
115 R.P.C.T., 1736.
116 LEAL, I., op. cit., p. 36.
61
el jefe del ejército expedicionario español en la Guerra de In-
dependencia de los Estados Unidos, conspirarán activamente
para desterrar a Francisco de Miranda de la carrera militar y
acusarle de traidor a España y de contrabandista. Celoso de los
éxitos de Miranda en Pensacola, la misión secreta para obtener
noticias militares sobre Jamaica para invadirla y en la conquista
de Bahamas, ejecutará órdenes reales para detenerle. El Precur-
sor escapará de su cerco y romperá de esa forma definitiva-
mente sus vínculos con La Corona117. Miranda salió desde
Cádiz en el ejército expedicionario español que iba a participar
en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Desde
el momento que sale desde Cádiz en el ejército de operaciones
hasta el momento que decide fugarse de la isla y dirigirse a los
Estados Unidos de América, tras haber fracasado en su deten-
ción el capitán general de La Habana Unzaga, concuño de
Bernardo de Gálvez y paradójicamente jefe del cuñado de Mi-
randa, Francisco de Arrieta, le persigue la sombra de los Gál-
vez, que inevitablemente, como veremos, le retrae por todos
los lados a sus vínculos familiares y a la tierra de su padre. En
esos años interviene en la toma de Pensacola dentro del ejérci-
to de Cagigal, que fue vital para conducir a la victoria a Bernar-
do de Gálvez, realiza su exitosa misión secreta en Jamaica para
obtener precisas informaciones cartográficas y militares para la
invasión de esa isla y conquista Providencia en Las Bahamas
con tal efectividad, que cae la plaza sin un solo muerto y con el
mínimo coste. Sus capitulaciones servirían de espoleta acusado-
ra contra la exaltada toma de Pensacola de Bernardo de Gál-
vez, que permitió encumbrarle a la jefatura del ejército expedi-
cionario y al título de Conde de Gálvez gracias al poder de su
Tenerife, 2006.
62
todopoderoso tío José de Gálvez, presidente del Consejo de
Indias. La publicación de la victoria en el Cabo Francés llevó al
jefe de operaciones, que les había dejado sin recursos para
frustrarla, a decidir con el apoyo de su tío la condena tanto de
él como de su edecán y protector, el natural de Santiago de
Cuba Juan Manuel de Cagigal, capitán general de la Perla de las
Antillas, dos militares criollos que trataban de mitigar su rápida
ascensión a la gloria.
José de Gálvez levantó frente a tales éxitos una compleja te-
laraña jurídica contra ellos. Una conjunción de procesos de
diferente naturaleza, pero con un objetivo esencial: obstaculizar
toda posibilidad de defensa por parte del único que podía de-
senmarañar esa madeja. A través de un procedimiento como el
de las reales órdenes reservadas, con datos visiblemente falsos
de los que eran plenamente conscientes, sin derecho a defensa,
y bajo la orden de remisión y encarcelamiento en España, se
condena a Miranda por haber supuestamente vendido las forta-
lezas de La Habana a un general inglés por ser entusiasta de los
británicos y por haber utilizado un canje de prisioneros para
conducir a Cuba un masivo contrabando de barcos y de efectos.
Paradójicamente, fue un pariente de su cuñado Francisco de
Arrieta, el navarro Urriza, como intendente de la isla, el que se
enfrenta con Miranda y le condena como contrabandista tras su
expedición a Jamaica. Por tal gesto fue ascendido más tarde
por Gálvez a ministro del Consejo de Indias, donde se convir-
tió en un valladar más contra el cuñado de su primo en los
procesos judiciales que iniciaría en Madrid Cagigal. Este militar
criollo era consciente de la falsedad de esos cargos y no proce-
dió a detener a su edecán, ni tampoco el jefe del ejército de
operaciones, Bernardo de Gálvez, que sabía de lo efectiva que
había sido su expedición secreta y quería servirse de la docu-
mentación aportada por éste. Cuando ya tiene todos esos datos
63
es cuando decidió detenerle y llevarle preso ante Cagigal para
que éste, siguiendo las fulminantes órdenes reales, lo condujese
bajo registro hacia España. Pero el santiaguero se negó y lo
llevó con él a la expedición de las Bahamas, donde además se
encargó exitosamente de las capitulaciones, cuyos términos, en
contraste con los calamitosos de Gálvez en Pensacola, que no
se le ocurrió otra cosa que permitirles a los británicos su mar-
cha a las Trece Colonias –lo que ofendió gravemente a sus
aliados angloamericanos–, fueron oportunamente destacados
por amigos de Miranda, probablemente de su puño y letra en la
prensa de Cabo Francés (actual Cabo Haitiano en Haití), con-
vertida en capital de esas operaciones bélicas. A su regreso, fue
destituido como capitán general y sustituido por un concuño de
Bernardo de Gálvez, que debía proceder a la detención de Mi-
randa, pero, éste, plenamente consciente ya de que se iba a apli-
car contra él todo el poder despótico de los Gálvez, tras su frus-
trada detención, logró salir de la isla y romper con ello los lazos
que le unían con la monarquía y con su carrera en el ejército.
Es en ese punto donde toda la artillería de los procesos y las
reales órdenes reservadas se entabla por parte de José de Gál-
vez y su linaje, donde incluso su hermano Miguel era consejero
de Guerra. Marginaron a Cagigal de su defensa e intervención,
como si no se tratase del protagonista e inculpado por haber
protegido al caraqueño. Se nombra a un protegido, Uruñuela,
que es aupado primero a la Regencia de Guatemala y más tarde
al Consejo de Indias, para juzgarlo por la venta de las fortalezas
de La Habana y por el contrabando jamaicano. En los dos juicios
se le impide intervenir a Cagigal, al que se le ordena ir a Cádiz,
donde Antonio de Gálvez, hermano de José, como comandan-
te de la bahía se encargará de detenerlo sin juicio, embargarle
su barco y bienes y condenarlo a una prisión de más cuatro
años en el castillo de Santa Catalina. Como era notoriamente
64
falsa la imputación de la información a Campbell sobre las
fortalezas, por no hallarse ni tan siquiera en La Habana, se
tiene que declararle inocente. Pero en la de contrabando, se le
condena a la inhabilitación militar y a diez años de presidio.
Eso a sabiendas de cuál era la misión secreta y su efectividad.
Incluso se llega a declarar por uno de los implicados, Herrera,
que habían operado por órdenes reales que permitían al capitán
general de la isla financiarse con contrabando, como se había
ejecutado por los anteriores capitanes generales y cuyas causas
favorables se habían visto en esa misma época con aprobación
de José de Gálvez. Por su parte, a Cagigal se le procesó por su
juicio de residencia por el mismo Uruñuela, demostrándose su
inocencia e incluso por la conquista de Providencia en un es-
perpéntico proceso sobre una victoria en la que intervino el
premiado jefe de la Marina, laureado como Marqués del Soco-
rro por su ayuda a Gálvez en Pensacola, cuando éste se había
burlado de la Marina y cogido un buque corsario para empren-
derla él solo, y cuando fue por orden de Cagigal cuando pudo
intervenir la Marina como auxilio al ejército dirigido por él para
que la aventura personal de Bernardo de Gálvez pudiera tener
éxito. Un proceso que sólo pudo ganar después de la muerte
en 1787 de José de Gálvez.
Cuando esa red despótica, que permitió colocar a todo el li-
naje en los más altos cargos de la nación a esa familia y a toda
su camarilla, con la muerte del Marqués de Sonora, precedida
de la de su hermano Matías y de su sobrino Bernardo, se eclip-
só parcialmente fue cuando Cagigal pudo proceder a su defen-
sa en Madrid. Pero ella se veía obstaculizada por la continuidad
de esa camarilla que le negaba una y otra vez el acceso a la
documentación considerada reservada. En esa coyuntura, donde
un ministro de la Casa de Contratación solicitó a Cuba las reales
órdenes que permitían a los capitanes generales conceder esos
65
privilegios en las misiones militares, cuando su capitán general,
uno de los procesados en el asunto, José de Espoleta, envía, ya
muerto José de Gálvez, tal documentación, a la que nunca se
podrá acceder desde el Consejo, es cuando pudo emprender su
defensa. Pero no tenía recursos económicos para pagar aboga-
dos, tenía miedo a la influencia de esa camarilla y a la del conde
de Floridablanca, cuyo hermano fue el nuevo presidente. Con
la caída de éste en 1792 solicita a Godoy su reincorporación al
ejército y ser juzgado por un consejo de generales, lo primero
lo consigue participando exitosamente en Cataluña en la Gue-
rra de la Revolución, y después, tras la paz, ejerciendo de capi-
tán general de Valencia, pero en lo segundo se le dice que debe
ser juzgado primero por el Consejo de Indias. Se daba la cir-
cunstancia de que los restantes implicados se hallaban en se-
gunda instancia, mientras que Cagigal se hallaba todavía sin ser
juzgado. Pero el nombramiento del canario Antonio Porlier
como presidente tras la caída de Moñino, y la muerte de sus
opositores dentro de él, Urriza y Uruñuela, condujo finalmente
en 1799 a una sentencia por la que fueron declarados inocentes
Miranda y Cagigal y posibilitados a resarcirse frente a los que
habían protagonizado tal proceso. El cubano invitó a regresar a
España al caraqueño, pero él, ya inserto en proyectos emanci-
padores, no retornará118.
Ese linaje le retornará sus vínculos familiares con Canarias. El
abuelo de los Orea, Alejandro, había sido administrador de la
Hacienda de los Príncipes, una extensa y rica propiedad pertene-
ciente a los herederos del conquistador de Tenerife, Alonso Fer-
nández de Lugo. El padre de Bernardo de Gálvez, Matías, el futu-
ro virrey de México, había sido mayordomo de otra colindante, la
de la Gorvorana, de la que eran dueños los absentistas marqueses
66
de Guadalcázar. Residió en la isla entre 1757 y 1778. El ilustrado
canario Lope de la Guerra puntualizó sobre su gestión que
119 GUERRA Y PEÑA, L. A.: Memorias. Tenerife en la segunda mitad del siglo XVIII, Ed.
67
Gálvez se crió en casa de Orea desde los cinco años hasta los
19 y que los quiere mucho, con que insinúate». Consciente de
la gravedad de las imputaciones se encargará de que «Gonzalo
(Orea) le escriba con este alférez (el citado Verde) y que le pida
por ti»121.
La influencia familiar en la Corte le permitió a Matías de
Gálvez utilizar el recurso humano del Archipiélago para pro-
yectar la ascensión tanto de él como de su hijo Bernardo, al
conducir familias a Guatemala y sobre todo a Luisiana, donde
su vástago había sido designado gobernador. La orden de le-
vantar el batallón llegó a Santa Cruz de Tenerife el 18 de octu-
bre de 1777, cuando ya Bernardo, desde el año anterior, era su
coronel y capitán general. Entre 1777 y 1783 se embarcan para
ese territorio 4.312 personas, de las cuales arribarán definitiva-
mente a ese territorio norteamericano sobre los 2.000, pues se
debían descontar las masivas deserciones en Cuba y Venezuela
tras la declaración de guerra por España en 1779, y los falleci-
dos en las travesías. Gilbert C. Din estima que sobre un 45%
de los emigrantes procedía de Tenerife, cerca de un 40% de
Gran Canaria y las cifras restantes pertenecían a inmigrantes de
La Gomera, Lanzarote y La Palma122. Otro autor, Miguel Moli-
na Martínez, suponía más alta la participación de Tenerife, pero
ello se debe a que no incluía en esas cifras los 393 gomeros123.
Se da la circunstancia de que desde mediados de 1779 las sali-
das se paralizaron por la Guerra de Independencia norteameri-
cana, reanudándose, pero ya con escasa intensidad en 1783.
68
Esta política poblacionista estaba directamente inspirada por
la personalidad y la obra de Matías de Gálvez. Su carrera militar
se aceleró cuando pasó de capitán de milicias a castellano de Paso
Alto en 1775. Con el nombramiento de José de Gálvez a fines de
1776 como presidente del Consejo de Indias, su ascensión sería
ya fulgurante. En 1777 se le dio el recién creado cargo de tenien-
te del Rey en las Islas. En 1777 se le nombró coronel y en 1778
segundo comandante general de Guatemala; y finalmente en 1782
teniente general y virrey de México. Como comenta Francisco
María de León, esa fulgurante sucesión de nombramientos se
debió a que su hermano José se hallaba por entonces «en la cús-
pide del valimiento [...] Tal es por lo regular el aumento rápido,
debido al favor en todos tiempos y bajo todas las formas de go-
bierno»124. Guerra y Peña reseñó su arribada en 1775 al puerto de
Santa Cruz de Tenerife desde Málaga provisto del nombramiento
por el Rey de castellano de Paso Alto. Comentó que
124 LEÓN Y XUÁREZ DE LA GUARDIA, F. M.: Historia de las Islas Canarias (1776-
1868), edición y notas de Marcos Guimerá Peraza. Tenerife, 1977, p. 5. Sobre la estan-
cia de Gálvez en Tenerife, véase ROMEU PALAZUELOS, E.: «Matías de Gálvez, agri-
cultor, artillero y virrey», en III Jornadas de Artillería de Indias, Tenerife, 1988, pp. 91-116.
125 GUERRA Y PEÑA. L.A., op. cit., pp. 364-365.
69
los carnavales en el día de San Matías, el 24 de febrero de 1778,
el 20 de abril llegó una embarcación de Cádiz con su destino
«para pasar a Honduras a encargos del servicio del Rey y exa-
minar el sitio en que se haya de fundar la nueva ciudad de Gua-
temala por haberse hundido la antigua el año de 1773». El 25
dejó la isla acompañado de su mujer, una sobrina y demás fa-
milia. Llevó consigo al vecino de La Laguna y oficial de milicias
Manuel de Bustamante. Le sustituyó en la recluta de Luisiana,
que estaba a su cargo, el capitán de ingenieros Andrés Amat de
Tortosa126.
Matías con anterioridad había sido administrador de la adua-
na del Puerto de la Cruz en 1771 y más tarde de la Renta de
Tabacos, cargo en el que fue sustituido por su hermano Antonio,
tras su nombramiento como teniente del Rey. Lope de la Guerra
recoge la arribada de este último a Santa Cruz de Tenerife el 8 de
enero de 1777127. Más adelante relata cómo, tras ella,
70
él que se quedó diciendo que era para tomar satisfacción
del agravio hecho al pabellón español; de allí se volvió a
la Península, hizo presente éste y otros méritos y se le
dio el empleo de comandante interino del resguardo de
rentas reales de la bahía de Cádiz y poco después se le
dio en propiedad128.
71
para su cultivo y goce y la conducción sin costo alguno
de ellos, sus mujeres y sus hijos [...] Me han asegurado
que acuden como moscas a alistarse y que si no fuera
por desearse la talla un poco dispuesta, habría alistadas
100 familias en toda esta isla y en negocio de 8 días129.
129 A.H.N. Consejos. Leg. 2.685, Nº 25. Véase al respecto, HERNÁNDEZ GON-
ZÁLEZ, M.: La emigración canaria a América entre el libre comercio y la emancipación (1765-
1824), Tenerife, 1996.
130 MOLINA MARTÍNEZ, M., op. cit., p. 152.
131 A.H.N. Consejos. Leg. 2.685.
72
que se opuso abiertamente a ella. La razón es bien clara, como
manifestó Urtusáustegui
73
guardar el otro Reino, de que es puerta Montevideo con
el establecimiento de estos isleños134.
134 Ibídem.
135 Ibídem.
74
Esa deserción explica que desde Santa Cruz se embarque el
mayor número de la isla, el 34,5%, sencillamente porque desde
La Laguna o de Güímar no se hizo. Además, este puerto recogió
inscritos tanto de otras islas, como La Gomera, como de otros
pagos de Tenerife136. El propio reclutamiento de La Orotava
incorporó gente de La Gomera, como confirma su alcalde mayor
Ignacio Antonio Benavides: «se hallan acuartelados en esta villa
200 personas poco más o menos, naturales de La Gomera donde
por fama pública corre han quedado muchas casa yermas»137.
Los emigrantes canarios en Luisiana dieron pie a tres pobla-
ciones, que tuvieron una vida plagada de dificultades en un
medio hostil, para ellos desconocido. Aunque en principio los
700 primeros fueron llevados allí como reclutas para el nuevo
batallón del regimiento fijo de Luisiana, finalmente se encami-
naron a la formación de cuatro poblaciones: San Bernardo,
relativamente cerca de Nueva Orleans, Barataria, al otro lado
del Mississippi; Galveztown, en la confluencia del río Amite y
el bayú Manchac y Valenzuela en el bayú Lafourche, dos de
ellas con denominaciones que homenajeaban a Bernardo de
Gálvez, que completó la recluta con un pequeño aporte de
malagueños que dieron pie a Nueva Iberia.
Barataria y Galveztown fracasaron bastante pronto. La
primera a causa de dos huracanes en 1779 y 1780. La segunda
por su mala situación geográfica, que traía consigo rápidas
inundaciones y prolongadas sequías. La insalubridad del terre-
no llevó en ambas a la emigración de la población. En la pri-
mera se dispersó por San Bernardo y Nueva Orleans. En la
segunda, salvo algunas familias que permanecieron cultivando
la tierra en sus proximidades, la mayoría se trasladó hacia la
75
entonces llamada Florida Occidental, una franja territorial que
siguió siendo española hasta 1810, cuando la Luisiana fue de-
vuelta a Francia y Napoleón la vendió a los Estados Unidos.
Estos colonos emigraron a lo que luego sería la capital del ac-
tual estado de Luisiana, Baton Rouge, donde una parte de la
localidad continuó con el nombre de Spanish Town durante el
siglo XIX.
Las otras dos localidades formadas por canarios fueron
San Bernardo, que hoy continúa llamándose así, y Valenzuela.
En él ya existían con anterioridad inmigrantes acadianos
franceses, por lo que la integración cultural fue más rápida. Los
canarios se hicieron bilingües y aprendieron el francés. Sus
señas de identidad se fueron perdiendo y sus apellidos se
afrancesaron. Rodríguez se convirtió en Rodrigue, Plasencia en
Plaisance, Acosta en D’Acoste y Campos en Campeaux. El
auge del azúcar en los años 20 del siglo XIX transformó por
completo el área, retirándose estos pequeños agricultores a
áreas marginales. El cultivo de la caña de azúcar sólo era facti-
ble para los hacendados por las exigencias en tierras, esclavos,
animales y capital.
Sólo en San Bernardo es donde la herencia cultural canaria se
ha preservando hasta la actualidad, en torno al bayú denominado
Terre-aux-Boeufs (Tierra de Bueyes). La endogamia interna de la
comunidad isleña, que se mantuvo en cierto grado hasta fechas
bastante recientes, permitió la continuidad de las costumbres y
el idioma, un español con caracteres arcaicos, el dialecto que
hablaban los canarios del siglo XVIII transformado por la
evolución histórica. Agricultores en su mayoría, vendían vege-
tales que transportaban con sus carros de bueyes a Nueva Or-
leans. Pero también había pescadores que vivían de la abun-
dancia de mariscos que caracteriza a la zona por ser toda ella de
marismas y pantanos; oficio en el que destacaron y del que no
76
pocos viven aún hoy. Complemento importante fue también la
caza, bien del venado, de la nutria o del armiño.
La Costa de los Mosquitos, en Centroamérica, era un área
de alto contenido estratégico que estaba envuelta en una per-
manente lucha por su control entre Gran Bretaña y España.
Tras la paz con Inglaterra en 1783, firmada a la finalización de
la Guerra de las Trece Colonias, por ese tratado se garantizaba
a España la plena soberanía sobre ese territorio. José de Gálvez
pensaba que sólo se confirmaría su dominio por España si era
colonizada por españoles. En 1786 se decide finalmente a rea-
lizar esta empresa. Se pretendía con ella la fundación de pe-
queñas localidades en Black River (Río Tinto), Cabo Gracias a
Dios, Bluefields y en la desembocadura del Río San Juan.
Una parte de los inmigrantes sería reclutada en Galicia y el
resto en las Islas Canarias. La expedición total sería de unos
1.298 colonos, procediendo 306 del Archipiélago. Desde Santa
Cruz de Tenerife saldría en la primavera de 1787 el buque La
Sacra Familia, cuyo capitán era el mallorquín afincado en Tene-
rife Gabriel Serra. En el contrato se especificaba que estaba
obligado a llevar 60 familias. Estaba obligado a hacer un enta-
rimado en la bodega del buque con catres y divisiones para la
separación de ambos sexos y niños. Cobraría 30 pesos por cada
persona, fuera grande o menor, abonándose en Guatemala por
«el aumento de la moneda y proporciones»138.
El plan previsto fracasó en líneas generales. En Black River
la colonización de los canarios fue bastante precaria por la
hostilidad de los zambos y los misquitos. Sólo fructificaría en
Trujillo. Tenía un clima mejor y mayores posibilidades para el
asentamiento. Su crecimiento fue relativamente importante tras
138 FLOY, T. S.: The Anglo-Spanish Struggle for Mosquitia, Nuevo México, 1967, pp. 168-
169. El contrato con Gabriel Serra en A.H.P.T., Leg. 1.295, 20 de abril de 1787.
77
la llegada de los colonos. Antes de su llegada era apenas un
puerto insignificante. Un viajero que desembarcó allí en 1803
refirió que nunca había visto tierras tan bien cultivadas y prós-
peras. Otra parte de los inmigrantes fundarían en 1788 el lugar
de Macuelizo en el interior139.
El objetivo inicial no se alcanzó. La colonización costera era
muy insegura al este de Trujillo. Además, el suelo era muy
pobre y la tasa de mortalidad muy elevada. Los inmigrantes se
expandieron por el interior o hacia otras partes del Imperio. Pero
la costa seguía desprotegida y era muy costosa su defensa140.
78
eran notables. Casado con Catalina Craig, sus cuñados eran dos
significativos comerciantes de Filadelfia y Baltimore, respecti-
vamente, John Craig y Robert Oliver. Una hija del primero
había contraído nupcias con Nicholas Biddle, el director del
segundo banco de los Estados Unidos y destacado político e
intelectual norteamericano, cuyo hijo se casó con una nieta de
Sarmiento. Asimismo, su hija Juliana se casó con Eduardo
Barry, heredero de la fortuna de su tío del mismo nombre y
apellido, introductor en régimen cuasi monopolístico de los
esclavos negros en Venezuela, y primo de John, el editor en
Londres de las célebres Noticias secretas de América, de Jorge Juan
y Ulloa. Convertido más tarde en comerciante en la Caracas de
la emancipación y en cónsul de la Gran Colombia en Filadelfia,
desde donde efectuó una activa obra en lengua española de
difusión de la causa independentista, el republicanismo, el libe-
ralismo y la masonería142.
Caballero Sarmiento durante sus años de residencia en Ca-
narias había tratado que sus actividades comerciales adoptaran
prácticas monopolistas. Su cambio de acción se orientó hacia la
política de concesión de gracias y privilegios. Uno de sus pun-
tos cardinales fue el entablar relaciones con la burocracia espa-
ñola. Allí conoció al cuñado de Godoy, el Marqués de Branci-
forte, comandante general del Archipiélago y futuro virrey de
México. Su directa implicación con éste y con el embajador
español Marqués de Casa Irujo hizo posible que compatibiliza-
se su cargo como alto funcionario de Hacienda y comisionado
para la liquidación y cobranza de las deudas del Real Erario en
el llamado comercio de neutrales con sus negocios. Fruto de
79
todo ello fue su régimen privilegiado en Venezuela, con conce-
siones de privilegios como los de introducción de 100.000
barriles en ese país. Esa estrecha vinculación entre negocios y
política llevó al portugués a involucrarse directamente en el
fracaso de la invasión de Miranda de 1806, escogiendo para
ello incluso a un espía que había conocido en el Puerto de la
Cruz, el veneciano José Covachich. Éste había sido retenido en
esa localidad portuaria por un impago de deuda de la compañía
de Berbenisto a Francisco Vilches, por lo que se ordenó al
gobernador de armas, curiosamente el icodense José Medranda
Caraveo, padre de Casiano Medranda, su detención y la prohi-
bición expresa de no salir de ese puerto143.
La invasión mirandina puso sobre el tapete el poder eco-
nómico del comerciante portugués y mostró la debilidad de los
poderes establecidos para hacer frente a la situación. El Mar-
qués de Casa Irujo, que operaba en estrecha conexión con
Sarmiento, proporcionó al capitán general Guevara Vasconce-
los una exacta noticia de sus movimientos. Para hacer frente a
tales amenazas, la máxima autoridad militar, como él mismo
confesó:
80
momento una goleta muy velera que había en La Guaira
sin descargar, compró a este fin sin ninguna necesidad
su cargamento que, por ser de pertrechos navales, no era
fácil darle salida en la estación actual, lo descargó, enlas-
tró y alistó con tal esmero que a las 24 horas dio vela.
En la oscuridad que ofrecía la elección de sujeto de con-
fianza y reserva que pasase a este buque a practicar las
citadas observaciones me facilitó también bajo una
cuantiosa y voluntaria responsabilidad a un sujeto que
llevó este encargo a mi satisfacción y cuya actividad pro-
dujo muy notorias ventajas a la tranquilidad pública144.
81
méritos y libre extracción de una determinada cantidad de gra-
nos». Hizo alusión a que había gastado una imaginaria cantidad
de dinero en la expedición, que cifró en 29.350 pesos, por lo
que se enfrentó con el portugués, poniendo por testigo al Mar-
qués de Casa Irujo. Mas, como éste último expuso, en una
carta dirigida al veneciano, «bien dice el refrán de que la codicia
rompe el saco. Usted a fuerza de ganar dinero, no sólo quiere
deshonrarse, sino que pretende deshonrarme»147. El mismo
Miranda tuvo constancia de la influencia de tales dádivas dadas
por Caballero. Al respecto, comentaba el 3 de julio de 1809 que
82
meses de abril y mayo de 1809 aparece Sarmiento con 500
pesos. Significativamente el mayor correspondía a Fernando
Key y Muñoz y la Casa de Muñoz y Orea con 1.000.
83
origen canario coincidían con la oligarquía criolla en su oposi-
ción al monopolio comercial español y a los privilegios conce-
didos por Godoy a algunos comerciantes norteamericanos, que
habían llegado a controlar gracias a exenciones aduaneras más
del 50% del comercio exterior de la provincia.
La fuerte conmoción que supuso para Venezuela la inva-
sión napoleónica de España les llevó a tomar el poder político
para evitar que el poder se les fuera de las manos. El miedo a
una rebelión similar a la haitiana les pesaba como una losa. El
conglomerado étnico y social del país distaba mucho de ser
homogéneo. Las noticias que venían de la Península eran cada
vez más pesimistas sobre la marcha de los acontecimientos. De
esta forma éstos se precipitaron y desembocaron en la procla-
mación de la Junta Suprema de Caracas el 19 de abril de 1810 y
la destitución del comandante general Emparán.
Sólo cuatro años antes, la oligarquía caraqueña se había
opuesto con vehemencia a la invasión de Miranda. En tan poco
tiempo la situación había cambiado radicalmente. Las clases do-
minantes tenían recelos de los funcionarios españoles y de la polí-
tica de la Monarquía. Eran manifiestamente opuestas a las trabas a
la generalización del comercio libre y criticaban severamente la
política gubernamental en la concesión de privilegios comerciales
desproporcionados a la casa comercial norteamericana Craig-
Caballero Sarmiento. Pero esa conciencia de identidad de inter-
eses diferenciada y esa exigencia de libertad de comercio no les
hubiera impulsado por sí solas a afrontar en esos momentos la
ruptura sin el impacto de la destrucción del imperio español
con la ocupación de la Península.
El miedo a la insurrección, a la descomposición del orden so-
cial fue sin duda uno de los factores que animó a la oligarquía
caraqueña a tomar el poder político. Un representante de ella,
vinculado familiarmente con Miranda, el portuense Telesforo de
84
Orea, que fue comisionado por la Junta para solicitar la ayuda de
los Estados Unidos al nuevo Gobierno, refería que la rebelión la
habían comenzado los blancos, recelosos por las consecuencias
de una similar a la haitiana. El miedo a los pardos y a los blancos
de orilla, el factor desestabilizador de la sociedad venezolana, que
odiaban de forma visceral la hegemonía y prepotencia de las
clases dominantes, les llevó a la toma del poder. Orea señaló que
85
puntos de vista y percepción de la realidad entre los de extrac-
ción social baja y los que integraban la oligarquía criolla era tan
irresoluble como la que separaba a los nativos del país. La pro-
pia evolución de los acontecimientos la iba a demostrar con
claridad.
Ya desde los primeros movimientos desarrollados por la oli-
garquía criolla exigiendo la convocatoria de una Junta se puede
apreciar la presencia e involucración de los isleños. En la llamada
conjuración de Matos, en julio de 1808, este hacendado margari-
teño establecido en Caracas declara: «Amigo ha llegado ya el
tiempo de que los Americanos gocemos de nuestra libertad; en la
presente ocasión es necesario que salgamos de todos los españo-
les y quedarnos sólo los criollos y los isleños porque éstos son
buenos»150. La hostilidad hacia los privilegios godoístas y las
autoridades españolas reconocidos por la Junta Central de
Sevilla era bien patente. Esa diferenciación entre españoles e
isleños demuestra sus intereses diferenciados frente a los co-
merciantes españoles. Eran partidarios de la profundización en
el libre comercio, contrarios a las trabas de su monopolización
por los españoles. La política de la Junta Central y de la Regen-
cia, dominada por los intereses mercantiles gaditanos y opuesta
a todo lo que significase apertura comercial contribuía una vez
más a exacerbar los ánimos.
Varios meses después, en noviembre, acontece la llamada
conjuración para la constitución de una Junta Gubernativa,
también conocida por el nombre de la Conspiración de los
Mantuanos. Cuarenta y cinco firmas de significados mantuanos
respaldaban la petición. Entre ellos tres isleños, Fernando Key
y Muñoz, tan vinculado al entorno familiar mirandino, y los
86
hermanos Pedro y Juan Eduardo. En el expediente que se
abrió contra la misma aparecen las declaraciones de varios
comerciantes canarios: Francisco Báez de Orta, Salvador Gon-
zález, Fernando Key Muñoz, Antonio Soublette y Antonio
Díaz Flores151.
Los desacuerdos con la política de la Regencia fueron cre-
ciendo al tiempo que las noticias sobre la evolución de los
acontecimientos en la Península eran cada día más intranquiliza-
dores. Los acontecimientos se precipitaron y sobrevino la depo-
sición del capitán general y la proclamación de la Junta Suprema
Conservadora de los Derechos de Fernando VII, de la que for-
mó parte como ministro de Hacienda Fernando Key Muñoz.
Los canarios apoyaron la ruptura con la Regencia y se su-
maron al proceso impulsado por la oligarquía caraqueña. Álva-
rez Rixo señalaba al respecto que,
151 Conjuración en Caracas para la formación de una Junta Gubernativa, Caracas, 1949.
87
además de sus proclamas y declaraciones equívocas
llamaron para ser directores de sus manejos y reformas
a algunos tránsfugas o reos de infidencia, quienes se
hallaban guarnecidos en las islas Antillas extranjeras,
conocieron claramente es tramoya estudiada para se-
pararse del todo de España, erigiéndose Venezuela en
país independiente, proyecto que los leales canarios
reprobaban152.
152 ÁLVAREZ RIXO, J. A.: Anécdotas referentes a la sublevación de las Américas en cuyos
88
se mantuvieron fieles a la Regencia. Tal era la hostilidad que se
evidencia en ellas frente el poder omnímodo de los mantuanos.
Pero no era sólo un rechazo de parte del territorio de la Capi-
tanía General de Caracas. La política de la Primera República
respondía a los intereses de los sectores oligárquicos: consoli-
dación de la gran propiedad agropecuaria, supresión de la
trata y continuidad de la esclavitud, libertad de comercio,
sufragio censitario, estímulo de la colonización. Las Orde-
nanzas de los Llanos de 1811 mostraron abiertamente su
interés en hacerse con los pastos ganaderos y restringir el
libre acceso a los mismos por parte de los llaneros. La desa-
fección de los isleños de orilla, además de por componentes
emocionales y religiosos, vendría fundamentalmente por su
latente disgusto ante su prepotencia. En el campo y la ciudad
existía la misma enemistad que antaño, el mismo odio larvado
por el acaparamiento de tierras y la imposibilidad de acceder
a los cargos públicos.
En un principio, por tanto, los canarios se integraron den-
tro del proceso revolucionario. Baralt señala que
1887, p. 122.
89
sacrificar «nuestros intereses y nuestras vidas en la justísima
defensa de nuestra Santa Religión Católica y los derechos de
nuestro muy amado Soberano Rey el Sr. Fernando VII y de la
muy noble Patria de Venezuela». El propósito que les anima es
considerar justificada la instauración de la Junta como «el más
legítimo, equitativo y benéfico gobierno», que «nos defiende y
ampara en segura paz y tranquilidad, libres de la opresión y
violencia». Encabeza esta representación José Luis Cabrera y
aparece un amplio elenco de miembros de todas las categorías
mercantiles, excepto los que se pueden considerar como co-
merciantes propiamente dichos. Las excepciones serían Salva-
dor Eduardo, Esteban Molowny y Juan Andrés Salazar. Los
demás eran mercaderes, dependientes, capitanes de buque, mari-
neros, artesanos, pulperos, arrieros, etc.154
Pocos días después, el 27 de octubre, se imprime una repre-
sentación de canarios residentes en Caracas. Viene avalada por
134 firmas, aunque lamentablemente sólo aparecen los nom-
bres de los cuatro primeros. Evidentemente sus promotores
eran cuatro cualificados miembros de la oligarquía de proce-
dencia isleña: Fernando Key, Casiano de Medranda, Telesforo
de Orea y Salvador Eduardo. En el manifiesto dicen hablar en su
propio nombre y en «el de los demás naturales de Islas Canarias
que residen felizmente en la actual época en esta provincia».
Sostienen que las providencias del Gobierno son sabias, que su
establecimiento emana del Derecho Natural, producto del
«prudente juicio, oportunidad y madurez con que en las cir-
cunstancias más apuradas y peligrosas ha sabido establecer la
tranquilidad general del Pueblo». Invocan que les anima el
patriotismo y juran
90
que ellos pertenecen absolutamente a la Patria que los
sostiene y a la Suprema Junta que digna y legítimamente
representa los Derechos del más desgraciado de los Sobe-
ranos [...] Éstos son los sentimientos generales de todos
los naturales de Islas Canarias, que en la regeneración po-
lítica de Venezuela tuvieron la fortuna de encontrarse en
esta capital.
91
Tremolaban una bandera en que estaban pintados la Virgen del
Rosario y Fernando VII. La rebelión fue pronto sofocada por
haber sido delatada por uno de sus organizadores. Sus cabeci-
llas detenidos y conducidos a las cárceles. Juzgados en tres días,
fueron fusilados 16 de ellos y colgados en la horca156. Francisco
Javier Yanes reconoce que sus «cadáveres fueron destrozados,
a usanza española, y puestos sus despojos en varios puntos de
la ciudad»157.
Uno de los promotores, pariente de Díaz Flores, Francisco
de Azpurúa, contradice a Díaz al señalar que los isleños no
fueron los directores sino sólo los ejecutores, que detrás estaba
el clero y un sector de la elite local. Entiende que la represión
se cebó sobre los cabecillas, y particularmente sobre Díaz Flo-
res, al que descuartizaron «para aterrar con las reliquias de su
cuerpo a todos los compatriotas de Canarias, de que se com-
ponía una gran parte del vecindario de Caracas»158.
Álvarez Rixo, por su parte, sostiene que
Caracas acaba de publicar en esta corte el señor José Domingo Díaz», en Materiales para
el estudio de la ideología realista de la Independencia, Anuario de Historia, Nº 4-5-6, tomo II,
Caracas, 1967-1969, pp. 1.107-1.108.
92
punto y cometieron horribles iniquidades con los isleños
que pillaron, cuyo relato horroriza. Su sangre no quedó
del todo sin vengar159.
93
Hombres vendidos a déspotas tanto más despreciables
cuanto son la hez y la execración de las naciones, han
hecho en esta tarde un esfuerzo que para siempre va a
librarnos de su odiosa presencia y del espectáculo abo-
minable de su estupidez y envilecimiento161.
Pero eso no hizo sino propalar la llama del odio que se ex-
tendería como la pólvora. Álvarez Rixo lo sentenció con estas
trágicas palabras: «su sangre no quedó del todo sin vengar».
Los odios larvados estallan en la Primera República. Rencores
diversos, de todos los disconformes con el nuevo orden, inco-
nexos, sin ideas claras, que son no sólo de isleños de orilla, sino
también de pardos, de mulatos, de esclavos...
Pocos días después, el 12 de julio, una representación de 60
isleños vecinos de Caracas trató de desmarcarse de la acusación
general que se les hacía de desafectos a la independencia. Expre-
saron que se sentían consternados por la rebelión. Pensaban que
estos paisanos que delinquieron contra el gobierno lo hicieron
«seducidos y engañados por los descontentos, que les habrán
hecho creer que se trataba de despojarles de sus intereses».
Habían sido embaucados por los reales impulsores del movi-
miento que les anunciaban que sus bienes habían sido confis-
cados. Subrayaron que aún así,
no siendo esto motivo justo para que por una regla gene-
ral se comprenda a todo el paisanaje, tampoco debe serlo
para que bajo ese concepto nos veamos a cada instante in-
sultados del pueblo, como ya lo han hecho con algunos y
tememos justamente que lo ejecute con los demás.
161 BLANCO, J. F. y AZPURÚA, R.: Documentos para la historia de la vida pública del
94
Entendían que no habían maquinado jamás contra el Gobier-
no, pero algunos de ellos habían dejado sus casas e intereses
por temor a las vejaciones e injurias. Pedían al ejecutivo que
se les garantizase protección, pues estaban a favor de la Re-
pública y eran buenos ciudadanos. Prácticamente la totalidad
de los firmantes eran mercaderes y pequeños propietarios.
Excepto el santacrucero Esteban Molowny, que era comerciante,
todos los demás han adquirido una cierta estabilidad económica
partiendo de un origen humilde o de modestos niveles económi-
cos en las Islas. Entre ellos, Gonzalo Lima Quintero, el herreño
que se estableció en Chacao, padre del doctor Ángel Quintero,
diputado por Caracas en las constituyentes de 1830 y del médico
Tomás Quintero, ni tan siquiera sabía firmar. Es bien significati-
vo que este manifiesto fuera sólo refrendado por este sector
social, sin que apareciera una sola firma de los de más alta esfera.
El objetivo era notorio, desligarse de «la masa ignorante»162.
El Gobierno decretó un día después que tenía reiteradas
pruebas de su «afectuosa sinceridad», pero que debía castigar a
los delincuentes, sea cual sea el país en el que hubieran nacido.
Les expresó que había tomado providencias para que «vivan
seguros de la situación que merece su conducta» y que si así lo
hacen pueden tranquilizarse y continuar sus honestas ocupa-
ciones bajo la especial protección del Gobierno, que castigará
con la mayor severidad a quienes los insulten o ultrajen163.
Es significativo que, mientras que los canarios de origen inferior
apoyarían a partir de entonces la contrarrevolución, los integrados
en la oligarquía mantuana optaron por la independencia. Las ex-
cepciones fueron siempre posteriores a ella, en las que no están
ajenos los afanes de ascenso y el resentimiento, como acaeció en
95
dos independentistas contumaces como Vicente y Antonio Gó-
mez. El segundo había emigrado a Venezuela en 1801 con sus
padres y hermanos, acabando los estudios de Medicina en 1807.
Era hijo de uno de los más cualificados representantes de la Ilus-
tración canaria, José Antonio Gómez, y se significó en Venezuela
por sus convicciones liberales. Fue miembro de la Junta Central
de la Vacuna y realizó un estudio sociológico-médico sobre las
calenturas de los Valles de Aragua en mayo de 1808. Apoyó en un
principio la independencia, viéndose envuelto en la conspiración
de Maracay. En esa etapa publicó su «Ensayo político contra las
reflexiones de Burke», en el que desde una perspectiva republica-
na y roussoniana, dejaba entrever el punto de vista de la oligarquía
criolla en materia religiosa, tendente a la consolidación de un
Estado social y étnicamente heterogéneo con el catolicismo como
religión de Estado. En esa época de identificación republicana, su
hermano Vicente fue diputado republicano. Pero, resentido, pre-
sumiblemente porque no le dieron el cargo de representante de
Venezuela en Londres, fue acusado de ser incitador de la revuelta
de Los Teques y se exilió. A su regreso fue secretario de Monte-
verde, considerándose que fue uno de los mayores culpables de la
represión por él desarrollada. Finalizó su vida bajo la protección
del gobernador inglés en la isla de Trinidad. Hijo del ilustrado
granadino José Antonio Gómez y de una grancanaria, emigró con
sus padres y hermanos en 1801. Su padre había sido contador y
notario en Canarias, donde ocupó cargos públicos y escribió
varias obras de corte reformista. En Caracas fue administrador
del Hospital de San Pablo. Antonio, tras estudiar en el Seminario
Conciliar de Las Palmas, el núcleo por excelencia del catolicismo
ilustrado, acabó sus estudios médicos en Caracas en 1807164.
96
Vinculaciones familiares llevaron a Fernando Monteverde
Molina a apoyar a su primo Domingo en la contrarrevolución,
pero siguió más tarde vinculado a la clase dirigente que protagoni-
zó la emancipación. Curiosamente, su hermano José, que residió
por espacio de tres años en Venezuela, ejemplifica palpablemente
las relaciones entre los ilustrados isleños y los venezolanos.
Fernando residía en ese país desde 1790, donde enlazó con una
hija de isleños, Elena Benítez de Lugo. Hacendado, fue miem-
bro de la Junta de secuestros de su primo Domingo Montever-
de. Su hija Elena casó en 1824 con Andrés de Navarte y Pi-
mentel, presidente de la República. José fue comerciante en
Santa Cruz de Tenerife, miembro de la Real Sociedad Econó-
mica de Amigos del País de La Laguna, autor de textos sobre la
mejora de los vinos canarios y de una célebre relación sobre la
defensa de la plaza en la que desarrollaba su actividad durante
la frustrada invasión de Nelson de 1797. En calidad de protec-
tor de las escuelas de esa Real Sociedad envió, el 1 de enero de
1794, un memorial al Ayuntamiento de Caracas, en el cual
informaba haber recibido del Rey una importante colección de
libros para la enseñanza de las primeras letras. Al sentir particu-
lar inclinación por esa ciudad por las «muy lisonjeras satisfaccio-
nes» que recibió en ella durante su estancia, le mandó un ejem-
plar de cada obra, con doce silabarios o cartillas a imitación de las
reales escuelas de San Isidro de Madrid y San Ildefonso del Es-
corial. Ese material fue primordial por su utilidad pedagógica
para la escuela pública caraqueña dirigida por Simón Rodrí-
guez165. Debemos de tener en cuenta que eran primos de uno de
los ilustrados canarios de mayor proyección exterior, Estanislao
de Lugo y Molina, director del centro ilustrado español por
97
antonomasia, los Reales Estudios de San Isidro, marido de la
célebre Condesa de Montijo y futuro consejero de Estado de
Bonaparte.
Disputas mercantiles fueron los móviles de Gonzalo de
Orea, con estrechas relaciones mercantiles con Cádiz y casado
allí. Sin embargo, su hermano Telesforo siguió, como hemos
señalado, fiel a la República y murió como su representante en
los Estados Unidos. Pero luego, como hemos visto en Monte-
verde, se integrarían con facilidad en el universo de la oligar-
quía republicana. Les unía el espíritu de casta y se identificaban
con los mismos intereses.
El comerciante lagunero Pedro Eduardo especificaba con
clarividencia por qué apoyó la independencia en una carta a un
paisano, residente en Las Palmas:
de 1839.
98
Cuando estalló la rebelión de los isleños, en 1811, el ayun-
tamiento de Caracas y el tribunal de policía caraqueño estaba
copado por canarios partidarios de la independencia: Casiano
Medranda, Pedro Eduardo, José Melo Navarrete, Onofre Vasa-
llo y Matías Sopranis, como regidores, y Domingo Ascanio,
que sería secretario de Bolívar, como corregidor167. El hijo de
Antonio Díaz Flores, Pablo Pérez Díaz y hermano del histo-
riador Ramón Díaz, futuro ministro de la República, ocupó
también el cargo de regidor. Alguno fue acusado por conspira-
ción como Fernando Key Muñoz, pero en el proceso se de-
mostró su inocencia168. Casiano Medranda, sobrino del cuñado
de Miranda Marcos de Orea, que murió en el campo de batalla
como capitán del ejército venezolano, fue miembro de la So-
ciedad Patriótica y escribió una memoria panegírica de la inde-
pendencia y de la labor de esa sociedad republicana en su órga-
no de expresión, el Patriota de Venezuela169. Había representado
a la República en la visita que efectuó a las Bermudas para que
el almirantazgo inglés apoyara las reivindicaciones caraqueñas.
Será precisamente un isleño, el mercader santacrucero Ro-
dulfo Vasallo, el que, como diputado director de obras públicas
de Caracas, por representación del Poder Ejecutivo, acabara
con uno de los símbolos más afrentosos contra los canarios
que promovieron la rebelión contra la Guipuzcoana, la lápida
que se erigió en la demolida casa del herreño Juan Francisco de
León en el barrio «isleño» de La Candelaria. En su exhorto expli-
ca que solicitó al Gobierno y obtuvo su consentimiento para
167 Véase Actas del Cabildo de Caracas, tomos 1º y 2º, Caracas, 1971.
168 Gaceta de Caracas, 26 de febrero de 1811.
169 Reproducido en Testimonios de la época emancipadora, Caracas, 1956, pp. 362-363.
99
sistema de opresión y tiranía en un solar que está frente
al templo de Nuestra Señora de Candelaria, y en donde
tenía su casa habitación el magnánimo Juan Francisco de
León para manchar inicuamente la memoria de éste co-
mo caudillo de los valerosos varones que en aquel enton-
ces pretendieron sacudir el duro yugo mercantil con que la
avaricia y despotismo de los Reyes de España estancaron
el comercio de estas Provincias por medio de la Compa-
ñía Guipuzcoana, cuyos privilegios exclusivos hicieron
gemir a los venezolanos por más de cuarenta años170.
100
volver a conseguirla, y nos expongamos a la execración
de nuestra posteridad; se acabó el tiempo de los cálculos
y entró el de la actividad y energía; seamos, pues, inde-
pendientes, pues queremos y debemos serlo.
171 Libro de actas del Supremo Congreso de Venezuela, tomo I, Caracas, 1959, p. 185, tomo
II, p. 161.
172 Gaceta de Caracas, 26 de julio de 1811.
101
En la Gaceta del 9 de agosto una representación del comer-
cio de Venezuela para el desarrollo de compañías de agricultura
es firmada por Pedro Eduardo, José Gabriel García, Salvador
González, Antonio Díaz Flores y Fernando Key. En la del día
17, de 20 donativos del pueblo de Cagua, 11 son de isleños,
sufragados bien en casabe o en moneda. No se sabe si tales
cesiones eran realmente voluntarias o producto del miedo. En
la Gaceta del 20 de septiembre, tres nuevos isleños se suman:
un vecino de Tucuta, José Sánchez, labrador, con más de 30
años de residencia en Caracas dona al Estado 100 pesos en
metálico; el mercader y orfebre Marcial Bermudez, 14; Blas Be-
tancourt, teniente de la cuarta compañía de urbanos de Cocorote
ratifica la oferta de una casa en aquel pueblo y diez pesos men-
suales por el tiempo de dos años para el ejército. El 1 de no-
viembre cinco isleños de Guatire dan también cortos donativos.
Posiblemente otros muchos más, pero en los de muchos pue-
blos no se expresa su procedencia.
En la Gaceta de 15 de octubre de 1811, en nombre del pue-
blo de San Carlos, de arraigada presencia isleña, José Leal Gon-
zález, canario y teniente justicia mayor de la localidad, el vasco
Domingo de Olavarría y el también isleño Vicente Gómez, ad-
ministrador de la renta de tabaco y poco tiempo después diputa-
do en el Congreso, firman un manifiesto en que expresan la
conducta patriótica de San Carlos, dando además cada uno, junto
con otros ciudadanos de esa villa, 100 pesos. Lo esperpéntico de
este hecho es que pocos meses después será esta villa uno de los
bastiones de Monteverde en su rápida carrera hacia la conquista
de Caracas y los firmantes se integrarán en sus filas.
Con 60 años de edad Francisco de Miranda retornó a su pa-
tria el 10 de diciembre de 1810. Pocos meses antes una delega-
ción había sido enviada a Inglaterra para estrechar lazos con el
Gobierno británico y establecer acuerdos comerciales, formada
102
por Simón Bolívar, Andrés Bello y su cuñado Luis López Mén-
dez. Miranda colaboró estrechamente con ella para facilitar sus
conexiones y solicitó el permiso a la Junta Suprema venezolana
para regresar y participar activamente en tales acontecimientos.
No le será fácil obtener su autorización, a pesar del informe
favorable de su delegación, firmado por su pariente político, así
como de una carta de Bello a Roscio en el mismo sentido. Para
el gobierno británico autorizarle la salida podía interpretarse
como un apoyo a los insurrectos en un momento en que Ingla-
terra era aliada de España tras la invasión napoleónica. Pese a
la presión del embajador español, permitirá finalmente su em-
barque en una nave inglesa en dirección a Curaçao. No había
recibido, sin embargo, respuesta de las nuevas autoridades
caraqueñas. Al atracar siguió solicitando permiso. Tal era el mie-
do mezclado con el odio que entre los mantuanos revestía un
revolucionario como Miranda, al que cuatro años antes unáni-
memente habían pedido su cabeza y recaudado donativos para
facilitar su ejecución. Seguía siendo el hijo del mercader isleño
que años antes les había afrentado al pretender estar por encima
de ellos como capitán de milicias. Uno de los copresidentes de la
Junta, el hacendado José Llamozas, había sido precisamente
miembro del Cabildo caraqueño en el momento de la invasión
mirandina. Lo mismo cabe decir de Valentín Rivas y Nicolás
Anzola e Hilario Mora. Rivas, Anzola y José Luis Escalona fue-
ron comisionados ante el capitán general Casas por el Cabido
para suplicarle la cantidad en que debía tasarse la cabeza del trai-
dor Miranda, suma, afirma en su acuerdo, que debía darse «en
remuneración y premio de la persona o personas, bien sea de
nuestra nación o de otra, que realicen la aprehensión del traidor
Miranda vivo o muerto y se verifique la referida asignación»173.
103
La solicitud de Miranda causó tales discusiones en la Junta que
el canónigo Cortés de Madariaga amenazaba con irse del país si
el Precursor era autorizado a entrar. Mas, ante la gran manifes-
tación popular que lo recibió en La Guaira, este organismo
decide finalmente concederle la aquiescencia174.
La solicitud de Miranda
Entre los miembros de la Junta se encontraba precisamente
un hijo de canarios, vinculado familiarmente a los Rivas y a
Monteverde, amén de los tres hermanos Rivas (Valentín, regi-
dor del ayuntamiento caraqueño y padre del secretario de Bolí-
var Francisco Rivas Galindo, José Félix y el presbítero Francis-
co José). Se trata nada menos que su ministro de Gracia y
Justicia Nicolás Anzola. Su padre, de idéntico nombre y apellido,
natural de Icod de los Vinos, había sido teniente Justicia Mayor
de Chaguaramas, donde se hallaba el extenso hato de Belén de
Blas Paz Castillo, un hacendado de Granadilla, que fue alcalde y
regidor caraqueño, cuyo hijo fue también un destacado dirigente
de la Primera República. Rivas y él lo designaron como tal por su
parentesco con el regidor caraqueño, originario de El Sauzal
(Tenerife) y primo hermano de Monteverde y suyo, Marcos Ri-
vas175. Se da la paradoja que Domingo Monteverde y Rivas, los
Rivas Herrera, tíos del Libertador José Félix Ribas, y Nicolás
Anzola eran descendientes del capitán general de Venezuela, el
icodense Marcos Betancourt y Castro. Parientes de las hermanas
de Miranda e hijos de isleños fueron también otros miembros de
la Junta: Hilario Mora y Luis López Méndez.
104
Unas estrechas relaciones que explican no pocos de sus
comportamientos y relaciones en estos momentos trascenden-
tales de la historia venezolana, como tendremos ocasión de ver.
En la primera de ellas, fechada en Caracas el 17 de julio de
1775, Marcos de Orea nos muestra su abolengo nobiliario, con
una carga genuinamente racista, algo por lo demás común en
los Orea, como veremos. Se muestra portavoz de un grupo
social oligárquico despreciativo con las etnias consideradas
como inferiores; hablar de «la canalla moruna» en las batallas
libradas en Melilla por Francisco de Miranda y de desear que
prosperase su carrera militar, censura la conducta del goberna-
dor Agüero por haber arrestado a Marcos Rivas por haberse
negado a dar satisfacción a un mulato:
105
fundó mayorazgo de sus bienes en su hacienda de El Sauzal. Su
hijo, por su parte, llegó a ser regidor del Cabildo caraqueño y a
constituir una considerable fortuna. Dedicado a la trata, en 1776,
llegó a introducir en Venezuela 500 esclavos. Su familia, entre
1744 y 1746, llegó a contar con dos haciendas de cacao de 840
hectáreas176. Junto con su hermano Francisco Valentín Rivas fue
cargador en el tráfico canario-venezolano en sus inicios hasta que
los dos decidieron establecerse en el país del Orinoco. Francisco
sólo tuvo un hijo de su matrimonio con María Jacinta Garabán,
el abogado Roberto Rivas. Marcos tuvo 12 hijos con la mantuana
Petronila Herrera y Mariñas. Mercader en sus orígenes, adquirió
varias haciendas en Chacao y Maycara. Ejecutó entre su prole
una calculada política de casamientos y de dedicación al conven-
to y el sacerdocio, para lo que les deja patrimonios para ordenar-
se y para ingresar en el convento. Sus hijos ocuparon un papel
esencial en la Emancipación177. Entre su numerosa descendencia
destacaron Juan Nepomuceno, que fue alcalde de Caracas y el
general y prócer de la Independencia José Félix, significativamen-
te, Marcos era hermano de la madre de Domingo Monteverde y
Rivas178 y tres de sus hijos se casaron con las hermanas de
Concepción Palacios, madre de Simón Bolívar179.
176 BRITO FIGUEROA, F.: La estructura económica de Venezuela colonial, Caracas, 1981,
Era dueño de una hacienda en Chacao y otra en Macayra con 19.000 árboles. Hizo prome-
sa de dar el 1,5% de sus ganancias al cuadro de la Candelaria de Santo Domingo de La
Orotava y el 1% a las ánimas del purgatorio de Tenerife, distribuyendo por diversos
conventos ese porcentaje. Entre ellos, en el convento de San Francisco de Santa Cruz, «en
la capilla de la Candelaria, que es del mayorazgo de su casa, donde están enterrados sus
padres». Registro Principal de Caracas. Escribanías. Aramburu, 4 de febrero de 1793.
178 Sobre la genealogía de los Rivas, véase ITURRIZA GUILLÉN, C., 1967, op. cit.,
106
Las cartas de Roscio son documentos de gran interés para
entender la desconfianza con que fue visto por la elite a su
arribada a Caracas. Ese abogado había contribuido como ella a
financiar su rechazo en la invasión de 1806. Los prejuicios
sociales siguen estando presentes en la visión que tienen de él y
de su grupo social. Ése fue el caso del desprecio que ésta tenía
hacia los mercaderes o sus hijos, los blancos de orilla, el mismo
miedo que latía hacia los pardos, que eran vistos como contra-
rios al orden social hegemónico que querían seguir desempe-
ñando. Después de instalado el Poder Ejecutivo y del arresto
de varios pardos en junta privada en la que trataron sobre «ma-
terias de gobierno y de la igualdad ilimitadas», se les acusó de
poseer una proclama incendiaria que se le atribuyó al Precursor.
En su carta a Bello de 9 de junio de 1811 señaló que, después
de ese suceso, éste «se retiró a Catia, en la casa de Padrón,
donde ya antes había vivido algunos días y recibido un banquete
político del mismo propietario de la casa, que parece tenía con él
alguna relación de parentesco». Ese Padrón era el mercader cana-
rio Antonio Padrón Gutiérrez, que había firmado el 12 de julio
de 1811 una representación firmada por 60 paisanos en la que
trataban de desmarcarse de la acusación general de ser desafectos
a la emancipación180. Era vecino de La Guaira. Durante la guerra
militó en las filas republicanas, por lo que sufrió prisión entre
1817 y 1820. Juró fidelidad a la República de Colombia en Bar-
celona en 1821. Más adelante relata el letrado que
107
jactaba de que él todo lo compondría, como si ya tuviese en
su mano el timón de la nueva República de Venezuela181.
Sosa era hijo del grancanario Domingo Sosa, que había nacido
en Las Palmas el 8 de agosto de 1725, y había sido teniente
corregidor, juez de Comisos y administrador de la Real Hacienda
de Choroní y era de ideas ilustradas, poseía una excelente bi-
blioteca con el Teatro Crítico Universal y las Cartas eruditas de Fei-
jóo, una Filosofía moral y tres tomos del Hombre Feliz y un Idioma
de la Naturaleza entre otros. El referido fue su hijo Félix José,
181 ROSCIO, J. G.: Obras, tomo III, compilación de Pedro Grases, Caracas, 1953, pp.
26 y 28.
182 Ibídem, tomo III, p. 16.
108
prócer de la Independencia. Su hacienda era de 27.000 árboles
y de 13 esclavos. Casado con una guaireña, tuvo 12 hijos que
llegaron a adultos183.
Los prejuicios sociales que él irradiaba se pueden apreciar
en dos colaboradores suyos pertenecientes a su mismo cosmos
social, José Ventura Santana y José Luis Cabrera, con significa-
tivos paralelismos biográficos con ellos. El primero, que fue
ministro de Gracia y Justicia bajo su mandato y exiliado en
Saint Thomas, era hijo del expósito grancanario Marcos Santa-
na. Éste había tenido compañía con su paisano Fermín Medi-
na, ingresando en ella 30.000 pesos y Medina su trabajo por el
tercio de las ganancias. En su testamento tenía confianza en él
que, aunque desconocía cuál era su capital real, no pide se le
moleste ni apremie. Fue expulsado del gremio de comerciantes
por administrar tienda propia suya. Dejó 20.000 pesos al cuidado
de su albacea y heredero Fermín Medina para que reditúen en la
educación de dos expósitos que había criado, Juana Josefa y el
citado José Ventura, y otros 2.000 a la grancanaria Gregoria de
Nis por el afecto que le tenía184. Cabrera vivió con su madre en
Las Palmas, mientras que su padre Francisco Hernández Ca-
brera, diputado del común de su ciudad natal, se embarcó para
Caracas, donde fue mercader. José Luis, nacido en 1767, tras
haber sido familiar del obispo Herrera, emigró en 1785. Se
tituló en 1790. Libre de las influencias aristotélicas, escribió
varias obras de investigación médica. Se identificó con el repu-
blicanismo más radical. Implicado en la conspiración de Gual y
España, representó a Guanarito en el primer congreso consti-
tuyente de Venezuela, firmando la independencia. Diputado de
183 Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (A.H.P.L.P.). Leg. 1.879. Expediente
de limpieza de sangre, 9 de febrero de 1784. BOTELLO, O.: Choroní. Costa del Mar
Abajo, Choroní, 1992, pp. 95-110.
184 R.P.C. Testamentarías, 1778 y R.P.C. Escribanías, Aramburu, 30 de junio de 1792.
109
la III República, votó a favor de la segregación de la Gran Co-
lombia185. Fue uno de los más fieles exponentes de la ideología
liberal en el Parlamento.
110
y la política antipopular del Gobierno. Su propia debilidad en
imponer su hegemonía en toda la antigua Capitanía General de
Venezuela era una muestra de su escasa capacidad de atrac-
ción sobre las oligarquías locales disidentes de Guayana, Ma-
racaibo y Coro. Un vasco, Juan Bautista de Arrilaga, manifes-
taba con evidente razón, abordando la desmedida avaricia de
tierras de la oligarquía caraqueña, que sólo le habían secundado
en su empresa quienes de ellos dependían: «así ha acreditado la
experiencia que los señores de los terrenos en cuestión han
sido los principales autores de la revolución de Caracas y que la
mayor parte de sus inquilinos les han seguido en tan depravada
empresa»186.
Odios y tensiones sociopolíticas que llevaron a los isleños
José Acosta y Francisco Antonio Vera a denunciar al oligarca
José Félix Rivas por la explotación de que eran objeto en sus
haciendas. El primero era mayordomo de su finca e ingenio de
caña de Guarenas. Alegaba que trabajó nueve meses en ella sin
sueldo, con «servicios de esclavo». Solicitó que se le abonasen
tales salarios, «atendida la miseria que me hallo y la persecución
que sufrí por el concepto de ser canario europeo». En similares
términos se manifestó Francisco Antonio Vera, que trabajaba
con su mujer en una hacienda de café y limones del susodicho
en Chacao, no devengándose los salarios por cuanto «a todos
nos tenía por esclavos»187.
La correspondencia de Miranda da cuenta de sus relaciones
con la comunidad isleña en esos años, en los que aborda temas
delicados de índole personal, como los de los parientes políti-
cos de sus hermanas Casiano Medranda y Telesforo y Gonzalo
111
de Orea, pero también la evolución del comportamiento hacia
la revolución emancipadora de éstos en el medio rural. El 12 de
mayo de 1812 José Cortes Madariaga le transmitió que
112
la letra del Himno Nacional de Venezuela, celebraban sema-
nalmente. Miranda siguió como su huésped hasta fines de
1811, cuando se cambió al domicilio del padre José Manuel
Martel, capellán de la iglesia de las Mercedes, situado en la
esquina de Salas, en el que se encontraba cuando acaeció el
terremoto de 1812190.
Matías Sopranis fue uno de los más ricos y significados co-
merciantes de Caracas durante la segunda mitad del XVIII.
Defendió con ahínco el proceso independentista, por lo que
fue regidor del primer ayuntamiento republicano de Caracas y
murió en 1814 encarcelado por los realistas en el presidio de La
Guaira. Dejó como testimonio de su amor por su pueblo natal
en 1792 una hermosa custodia de plata sobredorada que en la
actualidad se conserva en la parroquia de San Marcos.
Sopranis formó parte del cosmos de la migración icodense
a Venezuela. Había nacido en Icod en torno a 1747. Sus pa-
dres, José González Yanes y Ana Sopranis de Montesdeoca,
pertenecían a los grupos sociales intermedios de la sociedad
icodense. Eran pequeños propietarios que invertían algunas
sumas de dinero en el comercio canario-americano. Un herma-
no de su madre, Melchor, había sido capellán de un buque de
la Carrera de Indias y otro escribano de su pueblo natal. La
colonia icodense en Venezuela era bastante numerosa y entre
ella destacaba un importante sector mercantil, que controlaba
en buena medida actividades como la pulpería, la mercería o la
bodega. Por ello era bastante común que personas con algún
capital o con pequeños lotes de tierras que hipotecar se lanza-
ran a la aventura americana, teniendo como primer incitador la
venta de algunas medias de seda, productos de contrabando y
aguardiente. De los hijos del matrimonio González Sopranis
190 FORTIQUÉ, J. R.: Vicente Salias, Los Teques, 1985, pp. 71-72.
113
tenemos constancia de que, junto con Matías, emigró Melchor
Antonio y Nicolás a tierras americanas. El primero, clérigo,
había sido mayordomo y beneficiado interino de la parroquia
de San Marcos y se trasladó como capellán de buque a La
Guaira en 1776. Por su parte, Nicolás, dedicado al comercio
viajó a La Habana (1761), Caracas (1762) y Londres (1766).
Tras vivir varios años en la ciudad del Ávila, se estableció en
Santa Cruz de Tenerife, donde ejerció como comerciante. Co-
mo prueba de su posición social contrajo matrimonio con Ma-
ría Elena Russell, hija del acaudalado mercader irlandés Tho-
mas Russell. En ese puerto tinerfeño llegaría a ser alcalde.
Matías Sopranis comenzó como pequeño mercader en Ca-
racas, para alcanzar una sólida posición en la órbita comercial y
ser bastante pronto comerciante, inscribiéndose como tal en el
Real Consulado de Caracas. Téngase en cuenta que para tal
acto debía de demostrar poseer capital por valor de más de
30.000 pesos, lo que era una cantidad muy elevada en su tiem-
po. El rango de comerciante estaba equiparado al de hacenda-
do y presentaba tal ribete nobiliario que tenía expresamente
prohibido llevar almacenes directamente. Matías participó acti-
vamente en un amplio número de negocios en la expansiva
sociedad caraqueña del último tercio del siglo XVIII. Financió
el pasaje de numerosos icodenses que deseaban emigrar a tie-
rras venezolanas y protegió con sus influencias a no pocos de
ellos, entre los que destacaba su pariente Agustín Sopranis,
acusado de destierro de la provincia por abandono en su ciu-
dad natal de su mujer. Un amor por su pueblo que mostró en
1792 con la donación a su parroquia de una espléndida custo-
dia de plata sobredorada.
Se opuso activamente al monopolio gaditano del comercio
venezolano, lo que le llevó a distanciarse de los sectores mer-
cantiles españoles vinculados al puerto andaluz. Fue consciente
114
de las elevadas posibilidades que ofrecía un cultivo hasta en-
tonces desconocido en Venezuela como el café, y arrendó una
hacienda para ese fin en la muy apta zona de San Antonio de
los Altos, donde se cultivaba el mejor café venezolano. San
Antonio era un pueblo fundado por emigrantes isleños en 1683
y tenía como característica la propiedad comunal de sus tierras
entre sus fundadores, por lo que sólo pudo arrendar la hacien-
da en el municipio que hoy lleva el nombre de sus entenados.
El café se expande en la última década del XVIII en Venezue-
la, beneficiado más si cabe con la destrucción de la importante
economía cafetalera del sur de Haití con las rebeliones de los
esclavos que darían pie al futuro estado independiente.
Matías había casado con una viuda valenciana de origen
icodense, Margarita Sanoja, que había tenido doce hijos de su
primer matrimonio con Francisco Salias. Margarita, con la
escasa herencia de su marido, se hallaba imposibilitada para
alimentar a tan elevada prole, por lo que fue esencial para su
supervivencia el casamiento con Matías. Éste protegió y tuvo
gran cariño a esa numerosa descendencia de entenados, hasta el
punto que los dejó como herederos en última instancia de todos
sus bienes. En su matrimonio tuvieron además dos hijas, Merce-
des y Rosa, que murieron en su infancia. Supo inculcar en ellos el
pensamiento ilustrado y liberal que le caracterizó y las ideas
emancipadoras de las que todos participaron. Los cinco varones
participarán como militares en las tropas independentistas. Uno
de ellos, Francisco, fue edecán de Miranda. Juan participó en
numerosas batallas hasta su fusilamiento en 1816. Vicente, médi-
co y poeta, al que se le atribuye el Himno Nacional de Venezue-
la, que ya había conspirado en la rebelión de Gual y España de
1797, fue también fusilado por Boves en 1814.
Cuando acontece el proceso emancipador en Venezuela,
Matías se integra en él como la gran mayoría de hacendados y
115
comerciantes isleños. Fue regidor del primer ayuntamiento
republicano de Caracas, que es monopolizado en su mayor
parte por canarios y del que es corregidor el orotavense Do-
mingo Ascanio Franchi Alfaro. Comparte ese origen con los
santacruceros Onofre y Rodulfo Basallo como el isorense José
Melo Navarrete, con el lagunero Pedro Eduardo, con el por-
tuense Casiano Medranda, con su paisano Fernando Key y con
el citado Ascanio.
Cuando la contrarrevolución encabezada por su paisano, el
lagunero Domingo Monteverde, toma, en 1812, la capital vene-
zolana, es protegido como los demás compatriotas que se habían
significado por su apoyo a la causa independentista. Pero con
la nueva insurrección realista que en 1814 lleva a Boves a la
segunda toma de Caracas, se le incautan sus bienes por el Go-
bierno y le encarcela en La Guaira, donde, víctima de la pre-
sión, muere en su presidio ese mismo año. Su mujer, para sal-
var una parte de ellos, reconoce muchos años después que
aumentó su dote hasta 8.000 pesos, ya que era misérrima. Mar-
garita de Sanoja se había distinguido por la tertulias de su man-
sión caraqueña de la plaza de San Pablo. Su fallecimiento a la
avanzada edad de 92 años, el 12 de septiembre de 1844, mere-
ció el reconocimiento de El Venezolano en una extensa nota
necrológica, que dijo sobre ella y de Matías:
116
cuatro hijas abandonaron el país a la entrada de las ar-
mas españolas, anduvieron vagando en países extranjeros
hasta que la Providencia las restituyó a sus hogares. Sólo
encontraron miserables restos de sus cuantiosos bienes.
La casa de Sanoja era el punto de reunión de los Padres
de la Independencia [...] Ha sido madre, la más tierna y
cariñosa y un modelo de virtudes morales y cristianas.
117
una particular Providencia del cielo, pudimos regresar-
nos a esta ciudad.
118
estrecha compenetración y de las relaciones de Miranda con la
familia. En la del 16 de mayo de 1812 su madre, su esposa
Carmita y sus hijas «ofrecen a Vd. sus respetos»193. El 27 le
precisa que «mi familia ha visto con placer que Juancito llena
los deberes de soldado de la patria. Se acuerda de Vd. siempre
con ternura y entusiasmo y yo quedo como siempre su más
apasionado amigo»194. El 21 de junio le llama «salvador de
Venezuela» e implora a la Providencia que la victoria no le
abandone jamás y le conserve la vida195. Salias nos ofrece en
tales misivas algunas opiniones de interés sobre los canarios,
que nos pueden ayudar a comprender las valoraciones que se
desprenden de su actuación y comportamiento durante la Pri-
mera República ante sus ojos. El 14 de mayo le expuso que
solicitase al gobierno que «le mande todos los hombres sospe-
chosos, pues tenemos muchos isleños y europeos enemigos,
como hay otros útiles y decididos por nuestra causa», como
acontecía con su propio padrastro196. Sobre una insurrección
que se temió el domingo de Pascua le señaló el 23 que
119
El 21 vuelve a reflejar que «aquí sí hay muchos isleños enemi-
gos y con los que es preciso acabar, pero yo creo que Ribas
va a limpiar esto». Sigue teniendo recelos sobre los que apo-
yan la emancipación. El 22 de junio le comunica que le había
dicho Rivas
120
y les llevaron a apoyar la insurrección y ser sus más decididos
partidarios. Precisamente la victoria de Monteverde les llevó a
mejorar considerablemente en su situación, reabriéndoles las
pulperías que el Gobierno había decretado su cierre, dándoles
nuevas licencias y derogando los aranceles de precios republi-
canos199. En Los Llanos la conversión o no de algunos de ellos
muy influyentes a la causa emancipadora se convertía en un
testimonio de preocupación. En una carta fechada en Camata-
gua el 23 de mayo de 1812 el citado Ascanio le transmitirá al
Precursor sus dudas sobre el comportamiento del canario Ber-
nardo Marrero:
199 CASTELLANOS, R. R.: Historia de la pulpería en Venezuela, Caracas, 1988, pp. 77-81.
121
vi con toda su familia en la mayor tranquilidad; me dijo
que estábamos perdidos por el mal gobierno que no to-
mó más medidas de defensa en aquel pueblo que la de
decir que él era comandante de caballería. Se quejó del
tropel de los Linares y de Mier y Terán, haciendo ver
que los perjuicios los había sufrido su caudal. Le contes-
té que el gobierno había tomado otro aspecto, que esta-
ba en manos de Ud., que los enemigos ocuparían los
pueblos tomados por poco tiempo, pues no podían con-
servarlos, que el valor, los profundos conocimientos y
virtudes de Vd iban a restituirnos la libertad y con ella
los intereses y contestó muy fríamente diciendo que su
nombramiento había sido muy tarde; tuvimos muchas
conversaciones que sabrá Vd. que en mi concepto es
nuestro mayor enemigo.
122
hijas del teniente justicia mayor de Guarenas, Antonio Díaz
Padrón, célebre por su papel en la rebelión de Juan Francisco
de León. Los dos eran grandes hacendados ganaderos y de-
sempeñaron puestos capitales en el Juzgado de Tierras de Los
Llanos. Con su influencia y la de Marcos Rivas posibilitaron el
nombramiento de varios paisanos suyos en Tenientazgos cla-
ves al respecto en Los Llanos. En este sector oriental de Los
Llanos centrales, El Calvario, en un llano cerca del río San
Antonio, es más elevado el de blancos, 457 de un total de 1.342
en 1800. En él reside y testa en 1812 el arafero Bernardo Ma-
rrero de Ledesma, uno de los mayores propietarios de la pro-
vincia y constructor de su parroquia202. No todos los llaneros
isleños en esa época se «cambiaron de mando», hubo algunos
que se mantuvieron fieles como en Chaguaramas el grancana-
rio Juan María Serpa y Gil, casado con una lugareña y con cua-
tro hijos adultos, que murió ajusticiado por el Gobierno realista
en 1813. Poseía dos leguas de tierra contiguas al hato y casa don-
de residía comprado a los Cuevas y los Morenos, dos de los
propietarios de la región, gravadas con 500 pesos. Tres años
antes había comprado con Cayetano González 800 becerros.
202 Había sido mayordomo de su parroquia, cuya iglesia había fabricado desde sus cimien-
tos a sus expensas y para la que deja 1.500 pesos para la realización de su retablo mayor,
algunos ornamentos y un tabique. Casado con Juana Lorenza de Soto, con seis hijos, una
concepcionista y uno doctor, Bernardo Antonio Marrero. Las obligaciones que le debían
eran de 68.800 pesos, pide que se no apremie a los pobres y a los que «son conocidos», si
deben menos de 10 se les perdonen. Cuenta con un pariente, Juan Bautista Marrero, vecino
de San Juan de Payara, donde falleció, y con un hermano, Pedro, del que fue heredero y
albacea. Juan Bautista recibió al emigrar en 1783 de los Madan mil pesos (A.H.P.T. Leg.
1.294). Sus propiedades eran muy cuantiosas. En un hato nombrado La Peña, entre los ríos
Manapire y Orinoco, compuesto de 45 leguas, incluidas las doce de la posesión Santa
Feliciana, cuenta con 3.500 animales y 15 esclavos. En otro 80.000 reses, una cría de burros y
42 esclavos. Testamento reproducido en PÉREZ, V. S.: Arafo. Retazos históricos, perfiles y
semblantes, Arafo, 1986, pp. 255-258 y RODRÍGUEZ DELGADO, O.: «Don Bernardo
Bautista Marrero de Ledesma (1745-1812?), importante hacendado venezolano», en El Día,
28 de mayo de 1995.
123
González puso el dinero y él los transportó desde Apure. Se
obligaba a pagarle la mitad de su valor, 1.200 pesos203.
Pero no todo eran recuerdos malos, también con aire de
nostalgia se cartea con un clérigo de origen canario, el padre
José Manuel Martel, con el que residió en su casa, como hemos
señalado,
124
de forma despectiva por Carraciollo Parra Pérez, se aglutinó en
torno a ese caudillo, que convirtió a Coro en la base de su pro-
grama contrarrevolucionario. Apoyado por el clero y por nu-
merosos individuos de los sectores populares, condujo a una
rápida ocupación del área controlada por la Primera República
y obligó a Miranda a capitular205. Hasta el terremoto de Caracas
de 26 de marzo de 1811 parecía estar de parte de la contrarre-
volución, dando la razón a los clérigos realistas que invocaban
el carácter sacrílego y demoníaco de la revolución.
Los canarios pasan a convertirse con Monteverde en la co-
lumna vertebral del nuevo orden. La restauración realista no
podía entregar el poder a la antigua elite, que en su inmensa
mayoría había apoyado la causa republicana. El marino se apo-
ya en los canarios hostiles a la República y ellos se sirven de él.
Eran en su mayoría de origen social bajo, y algunos oportunis-
tas que se le incorporan por aspirar a puestos altos, como Vi-
cente Gómez, que es nombrado administrador general de la
renta de tabaco, o críticos por circunstancias personales a la na-
ciente República como Gonzalo de Orea o Fernando Montever-
de. Monteverde conocía muy bien el verdadero origen de su
apellido. Los canarios eran un sector social lo suficientemente
minoritario como para que el ejercicio de su poder no creara
serias fricciones tanto con las autoridades españolas como frente
a los demás grupos étnicos. Controvertido ha sido el tratamiento
que ha dado la historiografía venezolana hacia «la conquista
canaria». Parra Pérez sostiene que a la llegada de Monteverde,
205 Véase las reflexiones de LYNCH, J.: «Inmigrantes canarios en Venezuela (1700-
1800: entre la elite y las masas», en VII C.H.C.A., Las Palmas, 1990, pp. 19-21.
125
se convirtieron en endiablados realistas y principales
sostenedores de un régimen de venganzas y pillaje. Mi-
yares los denuncia entonces como monopolizadores de
los empleos públicos [...] Una de las características de la
situación y que indica cómo Monteverde no obedecía
más ley que su capricho, es que al entregar los puestos a
los canarios no tuvo para nada en cuenta que éstos
hubieran sido republicanos o realistas: lo esencial en
aquel momento era que diesen pruebas de ser «monte-
verdistas». Tal obcecación se aprecia en sus expresiones
que teoriza sobre que fue el creador del personalismo en
Venezuela y por eso tenía que apoyarse en los rebeldes.
Sus sostenedores eran, según Ceballos, «los que con las
armas vociferaban poco antes el odio irreconciliable al
gobierno español»206.
206 PARRA PÉREZ, C. Historia de la Primera República de Venezuela, tomo II, Caracas,
1959, p. 487.
207 LYNCH, J., op. cit., p. 20.
208 HEREDIA, J. F.: Memorias, Caracas, 1986, pp. 41 y 61.
126
groseros. El vasco Olavarría señalaba «la decidida protección
del señor capitán general a los idiotas isleños sus paisanos»209.
Los epítetos sobre su ignorancia y estupidez serían eternos.
No cabe duda que Monteverde se comportaba con rasgos
de un auténtico caudillo, que se valió de los canarios para con-
solidar su poder y que ellos se valieron de él ocupando los
cargos públicos. Urquinaona refiere que éstos,
Colocó en su opinión a
127
causa ni indagaciones de su conducta se le emplea, protege y
auxilia». Los acusa de querellantes por sentirse españoles sólo
cuando triunfó su paisano:
128
del régimen republicano. Pero en no poca medida influyeron
razones personales, como la venganza que los Gómez ejecutaron
contra José Ventura Santana, comerciante expósito de origen
canario, del cual eran acreedores y les había cobrado con apre-
mio una fuerte suma que les había prestado anteriormente213.
Urquinaona acusa de trato de favor a los canarios que parti-
ciparon activamente en la Primera República: «No hay en las
listas isleño sospechoso y peligroso que en el termómetro de su
paisano Gómez suba hasta la primera clase, sin embargo de
que los proscriptores europeos lo coloquen en ella». Rodulfo
Vasallo, Tomás Molowny y Pedro Eduardo eran insurgentes de
primera categoría, sin embargo contra ellos no hubo proceso.
Lo mismo aconteció con los que tenían relaciones familiares
con Monteverde. El caso más significativo fue el pasaporte
entregado por este capitán general a Simón Bolívar por su pa-
rentesco con sus primos, los Rivas214, episodio al que nos refe-
riremos más adelante.
El comisionado estima que su conducta «trasluce el descon-
tento general nacido de las infracciones y la altanería de los
isleños de Canarias cuyo soez predominio hacía desear la llega-
da de los insurgentes de Santa Fe»215. Es cierto que «el poder
canario» secundado por peninsulares fieles a la Corona estaba
cavando su propia fosa y abriendo la puesta en 1813 a la II Re-
pública venezolana. Pero no lo es menos que la contrarrevolu-
ción no podía tener otra apoyatura, porque no podía funda-
mentarse en la oligarquía mantuana ni dejar la puerta abierta a
los zambos o a los pardos. Lo que si es cierto es que no podía
tener proyección de futuro.
129
Monteverde se enfrentó con las autoridades legales, se ene-
mistó con la Audiencia, que trataba de limitar su poder absolu-
to, creó instituciones paralelas que desafiaban el orden estable-
cido como la Junta especial compuesta por cinco canarios,
ocho peninsulares y cuatro criollos y no llegó a poner en prác-
tica la Constitución de Cádiz. No sacó beneficios económicos,
pero se apoyó en los canarios para consolidar su poder perso-
nal. Heredia los acusó de haber inundado el país de odios contra
los españoles, que prepararon «con esta división entre el corto
número de blancos la tiranía de las gentes de color que ha de
ser el triste y necesario resultado de esas ocurrencias»216.
Álvarez Rixo sostiene que Monteverde se comportó como
un soberano absoluto que trataba a sus súbditos como grume-
tes. A sus paisanos les había oído decir que «entre las costum-
bres que introdujo fue que no oía ni despechaba asunto ningu-
no sino de las 10 o las 11 de la mañana hasta las dos de la
tarde. Recibía a las gentes con sequedad y altivez»217. Su paisa-
no y pariente, el diputado Fernando Llarena, en el debate que
su autoproclamación suscitó en las Cortes de Cádiz señala que
era injusto que se le diese a Miyares una capitanía general «cuan-
do ha estado quieto en Puerto Rico, lejos del humo de la pólvo-
ra. Señor, ¿dónde estamos? ¿Miyares con sus manos lavadas se
ha de calzar un mando que Monteverde se ha conquistado?»218.
Su ejercicio del poder estaba condenado a morir. Era difícil
sostener un experimento de esa naturaleza con un apoyo social
cada vez más reducido. A todas luces guerra social y restaura-
ción del antiguo orden eran mensajes bastante contradictorios.
Rebeliones de esclavos y de pardos canalizan proyecciones de
216 Cit. por PARRA PÉREZ, C., 1959, op. cit., tomo II, p. 501.
217 ÁLVAREZ RIXO, J. A., Anécdotas...
218 Diario de las Cortes de Cádiz, sesión de 6 de abril de 1813.
130
contenido ideológico difuso, pero eran claras en sus consignas
y en su rechazo al poder establecido. Buscaban la libertad en la
misma medida que odiaban a la oligarquía. Por ello tampoco la
II República que le sucedió tenía porvenir. Seguía siendo in-
flexible en la defensa de los intereses mantuanos. Los secto-
res populares veían a los republicanos como sus antiguos
amos. La guerra social seguía siendo inevitable. De ahí el
papel que desempeñarán los llaneros en la segunda ofensiva
realista contra Caracas, en la que destacaban Boves, Yáñez y
Francisco Tomás Morales.
La tensión y el odio étnico-social se incrementó en la Vene-
zuela de 1813 y con ella una intensa escala de muertos en la
que sería la guerra más sangrienta de cuantas sacudieron el
corazón de la América española. Se calcula en un tercio de la
población las pérdidas demográficas que deparó la Guerra.
La Declaración de la Guerra a Muerte por Bolívar, en la que
diferencia entre españoles y canarios porque considera a éstos
últimos como criollos, trataba de afirmar un programa unitario
que uniera a los venezolanos por encima de las diferencias
sociales y étnicas: el americanismo. Intentaba involucrar a los
criollos frente a los españoles y canarios en una auténtica gue-
rra de exterminio que sería brutal por ambas partes.
Los llaneros en una actitud a caballo entre el odio racial y el
afán de recompensas continuaron fieles a la causa realista. Bo-
ves actuaba realmente motivado por objetivos militares. Querían
el ganado, al igual que los canarios que se integraban en sus
filas y se identificaron con esa lucha porque querían obtener las
tierras que arrebatarían a la oligarquía criolla. Se ha discutido
mucho si los líderes llaneros eran repartidores de las propieda-
des que arrebataban a los blancos para dárselas a los pardos. Las
reflexiones de Carrera Damas sobre el asturiano se orientan a
desmitificar a esos caudillos. Pensamos que los llaneros realistas
131
no tenían un programa político decidido, sólo les unía su odio
visceral hacia la oligarquía y el afán de recompensa. Boves
repartía como caudillo el botín, pero no planteaba la abolición
de la sociedad clasista. Era una lucha social pasional y violenta,
pero no contenía una orientación política decidida. Se disputa
más «en contra que a favor de». Eran realistas porque en la
República no tenían nada que ganar.
Los líderes realistas isleños (Pascual Martínez, Pedro Gon-
zález Fuentes, José Yáñez, Francisco Rosete, Salvador Gorrín,
Pascual Martínez, Francisco Tomás Morales...) tenían todos
ellos en común su procedencia social. Pertenecían a los estratos
más bajos de la sociedad venezolana. No era ninguno de ellos
militar profesional, prácticamente eran simples milicianos cuan-
do comenzó la guerra. Otros cabecillas de la contrarrevolución
han sido considerados isleños, como Sebastián de la Calzada o
Eusebio Antoñanzas. Pero el primero es gaditano y el segundo
de Calahorra219. Eran todos ellos emigrantes llegados a Vene-
zuela a principios de la centuria. Un artículo de la Gaceta de
Caracas de 1814 los llamó, en ese sentido, «los canarios que de
malojeros pasaron a oficiales».
La barbarie, la violencia era desenfrenada por ambas partes.
Se fusilaba sin piedad al enemigo en un simbolismo despiadado
en el que se descuartizaban los restos. El insurgente Briceño
pedía la muerte de todos los españoles y canarios y llegó a pe-
dir dinero por sus cabezas220. El odio étnico se hace patente
cuando se cantaban canciones como ésta, cuando los canarios
iban conducidos a los patíbulos221:
bio Antoñanzas.
220 AUSTRIA, J.: Bosquejo de la Historia militar de Venezuela, tomo II, Caracas, 1960, p. 14.
221 MACHADO, J. E.: Centón lírico, Caracas, 1976, p. 66.
132
Bárbaros isleños,
brutos criminales,
haced testamento
de vuestros caudales.
133
Sobran los comentarios. Austria dice que demostró bastante
capacidad y valor «en comparación de los mil otros guerrilleros
que quisieron mejorar su triste condición, so pretexto de de-
fensores de la causa del rey de España»224.
Una de las acusaciones que se efectuaba contra estos caudi-
llos era que no tenían nada que ver con un ejército convencio-
nal. La subordinación y la jerarquía militares, tal y como era
entendida en el ejército, no existía en la realidad. Los ejércitos
sólo obedecían a su caudillo. Por eso Yáñez lo recomponía por
su prestigio personal. Heredia decía que «reconoció a lo menos
de palabra la autoridad del capitán general, aunque siempre
hizo cuanto se le antojó en punto a robo y matanzas». En
Araure, tras ser derrotados por las disciplinadas tropas de Bolí-
var, el Regente exclamaba que
134
un monstruo tan criminal y detestable, pero no perdemos la
esperanza de que pague sus atrocidades»227. Y las pagó, demos-
trando con su muerte el valor simbólico que tiene en una gue-
rra tan brutal el descuartizamiento de los cadáveres. Eso acae-
ció en Ospino. Austria señala que «el vecindario de Ospino se
apoderó en el campo de su cadáver y lo descuartizó, colocando
sus miembros en diversos puntos de sus inmediaciones»228. Sin
embargo sus soldados se niegan aceptarlo, tal era el soporte
emocional del hecho de esparcir los restos. Manuel González y
José González de Ara, orotavenses, soldado y capitán en una
división del ejército de Boves, declararon que «murió de un bala-
zo y viéndole sus enemigos en tierra cayeron sobre él, cortándole
la cabeza para llevársela, cuya acción impidió su ejército porque
redoblaron sobre el enemigo»229. Logró reunir en varias ocasio-
nes en torno a 1.500 y 2.000 llaneros que lo hicieron uno de los
más temibles caudillos de la contrarrevolución venezolana,
llegando a derrotar a los republicanos en Guasdalito y Barinas.
Pascual Martínez fue otro canario dirigente del ejército realis-
ta. Pasará a la historia por las atrocidades que ejecutó cuando
fue nombrado por Monteverde gobernador de la isla de Marga-
rita. Tanto Francisco Javier Yanes como Urquinaona coinciden
en la sangrienta represión que efectuó sobre los isleños. Preci-
samente murió allí fusilado a resultas de una rebelión que lo
condenó a la pena capital. El primero lo llama digno sucesor de
Lope de Aguirre. Urquinaona señala que en la época anterior a
la insurrección de 1810 se hallaba como sargento de guarnición
en Margarita «casado con una isleña de su clase»230.
cit., p. 301.
135
Las características de los dirigentes isleños de la contrarre-
volución eran similares. Salvador Gorrín era un modesto emi-
grante tinerfeño, natural de Santiago del Teide, que se estable-
ció como pulpero en Ocumare de la Costa, integrándose como
tantos otros en la marea bélica de la época. Cajigal decía de él que
136
plantearon con crudeza sobre él es que fue bajo las órdenes de
Boves a levantar la esclavitud en Ocumare: «Más de tres mil
esclavos fueron forzados a seguir a este otro español, y a pesar
de la extrema repugnancia que tenían para seguirle fueron for-
zados a ello». Con «la pretendida libertad» los incorpora a sus
ejércitos. La liberación de los esclavos con objetivos militares
fue una de las cosas que más repugnaron los oligarcas, aunque
ellos ofrecieron la libertad a los esclavos que se incorporaban al
suyo. Claro está que los republicanos eran los propietarios y les
interesaba una incorporación controlada. Lo de Rosete era un
saqueo para ellos. La literatura republicana llega a decir que
muchos esclavos prefirieron el hambre y la sed a ser soldados
realistas. Era un símbolo de «esa fiel esclavitud» que exhorta-
ban los oligarcas234.
Pero sin duda, el más singular de los llaneros isleños fue el
lugarteniente de Boves y último capitán general de Venezuela,
Francisco Tomás Morales. Modesto salinero en el Carrizal de
Ingenio, en Gran Canaria, emigró como tantos isleños de
humilde cuna a Venezuela a labrarse un porvenir. Sobre sus
orígenes, una vez más los epítetos son clamorosos. Baralt dice:
«El canario Morales, rastrero y bajo desde los principios, había
comenzado por soldado y asistente del teniente coronel espa-
ñol don Gaspar de Cagigal», frase que copia de Heredia. Parra
Pérez dice de él que era «antiguo vendedor de pescado frito en
Píritu y llamado a terrible notoriedad en los años siguientes»235.
No era, por tanto, como todos los anteriores, un militar
profesional. El mando del capitán general Montalvo en Vene-
zuela en 1815 fue siempre nominal, porque Morales, como los
137
anteriores, ejercía la autoridad por su cuenta. Había mandado
fusilar, según Heredia, a siete capitanes de su ejército por estar
inclinados al reconocimiento de la autoridad. «Envió las siete
cabezas al gobernador militar de Caracas para que las fijase en
parajes públicos»236. Cajigal reafirma que la insubordinación, la
no aceptación de la jerarquía, el no sometimiento a los superio-
res es una constante en Morales. Yanes dice de él que sus atro-
cidades llevaron a extremos deleznables, como el que aconteció
con el canario Tomás Losada en Cariaco. Partidario de la inde-
pendencia había huido de Caracas y se había refugiado en esa
localidad: «mandó matarlos a todos y que le llevasen el dinero y
efectos que encontrasen en su posada»237.
La restauración del absolutismo en España en 1814 posibili-
tó el envío en 1815 de una fuerza expedicionaria al mando de
Pablo Morillo constituida por diez mil soldados que ocupa
Maracaibo y entra en Caracas. Se dirigió hacia Nueva Granada,
que reconquistó en octubre de 1816. Con estos refuerzos la
Guerra de Independencia venezolana dejó de ser por vez pri-
mera una guerra social interna, una guerra civil, para introducir
un elemento foráneo. Morillo necesitaba con urgencia recursos
económicos y para ello recurrió a la subasta de tierras de los
dirigentes republicanos. De esa forma, más de las dos terceras
partes de las familias oligárquicas venezolanas vieron vendidas
sus propiedades y las autoridades españolas rompían de forma
definitiva con los garantes del antiguo orden social. Pero a la
larga se quedarían sin la base social que garantizase la continui-
dad del dominio colonial en América.
El gobierno español trató de consolidar su hegemonía en el
país a través del ejército expedicionario, con lo que trataba de
138
convertirlo en el baluarte para restaurar la estructura social
colonial. Por vez primera la jerarquía y la subordinación debe-
rían ser los principios militares. Pero ello les fue distanciando
de los llaneros y de los isleños. Para ellos eran unos recién
llegados, parásitos sin ninguna conexión ni raíces en Venezuela,
cuyo único interés era amasar fortuna y abandonar el país. La
deserción paulatina de los canarios en el ejército realista se hace
más evidente. Uno de ellos será el futuro general grancanario
Blas Cerdeña, que se integraría en las filas republicanas dejando
el batallón Numancia y participando en la guerra hasta la con-
quista del Perú, país en donde se estableció y ocupó diversos
cargos políticos hasta su muerte en Lima. Incluso los que se
mantuvieron fieles como Morales tuvieron numerosos enfren-
tamientos con los militares profesionales.
Las tropas que habían luchado por el Rey fueron menos-
preciadas y consideradas de segunda fila. Mientras tanto, en los
republicanos se opera un cambio que será decisivo. El objetivo
de Bolívar era organizar un ejército sobre la base de la igualdad
legal y la americanidad, que posibilitara a los pardos un cierto
acceso al poder a través de la milicia. Gracias a ello un amplio
número de llaneros, decepcionados con la marginación con
que habían sido tratados por los nuevos dirigentes militares
españoles, se integran en el ejército republicano. Agrupados
en torno a un caudillo de origen isleño y de procedencia so-
cial baja, José Antonio Páez, son conquistados por las pro-
mesas de Bolívar de darle parte de las tierras tomadas al ene-
migo y garantizarles su parte en las de propiedad nacional. Ese
cambio de actitud de los republicanos fue esencial para el éxito
final de la causa independentista.
Morales, en su interpretación de este proceso, sostiene que
el ejército anterior a la llegada de Morillo no eran tropas desor-
denadas sino batallones arrojados y valientes. Con Morillo se
139
hizo la guerra con más mérito y regularidad y con ascensos
regulados a ordenanza238. Álvarez Rixo, que bebe directamente
de los testimonios de sus paisanos, entre ellos del propio Mora-
les, al que trató y con el que habló sobre la contienda, apunta
que la tropa peninsular, bien vestida y equipada «con aquel
garbo que es peculiar a los españoles de raza pura» contrastaba
con los pobreza de los del país, descalzos y con trajes rotos. En
su opinión, Morillo cometió la imprudencia de «considerar a
los criollos sólo por su mezquino aspecto», sin atender a su
mayor mérito para una guerra en tierra para la que los españo-
les no estaban preparados. La marginación y la altanería con
que los militares profesionales miraban a los criollos hizo que
238 MORALES, F. T.: «Relación histórica de las operaciones del ejército expedicionario de
Costa firme», en Materiales para el estudio de la ideología realista de la Independencia, tomo I, AIAH,
Caracas, 1967-1969, pp. 1.144-1.147.
239 ÁLVAREZ RIXO, J. A., Anécdotas...
140
los une con las familias del país y sus generales ha borra-
do en éstos los procedimientos anteriores con que viola-
ron el juramento prestado de la independencia, único
requisito que exigía la República de nuestros compatrio-
tas originarios, considerándoseles como canarios, pues la
circunstancia apuntada les eximía de las presiones que
por ley general se deben ejecutar en los españoles240.
cional de Agustín Peraza Bethencourt», en Tebeto, Nº 3, Puerto del Rosario, 1990, p. 70.
141
obra esclava»241. Con ello se abre una nueva época en la histo-
ria de la emigración canaria a América.
142
Pero, como refleja Carmen Bohórquez, el panorama que surgió
a partir de entonces fue el del estallido de todos los antagonis-
mos acumulados desde el 19 de abril de 1810 con deserciones e
indisciplinas, con la profundización de los conflictos entre
ciudades y provincias y entre etnias y clases sociales. Las elites
dirigentes seguían desconfiando del Precursor y sintiendo ani-
madversión hacia él, acrecentada por la asunción en su persona
de tales poderes absolutos. Los esclavos de Barlovento y de los
Valles del Tuy, alentados y estimulados por los realistas, acen-
túan la imagen de anarquía y de odio social.
En esa coyuntura acontece un hecho crucial. La pérdida de
la plaza fuerte de Puerto Cabello, que se encontraba bajo la
responsabilidad de Bolívar, se convirtió en un hecho decisivo.
La batalla duró seis días. A las tres de la mañana del 30 de junio
de 1812 el Libertador le comunicó a Miranda que los presos
que estaban en el castillo se habían sublevado gracias a la trai-
ción de un oficial. Todos los pertrechos estaban en esa fortale-
za salvo 16.000 cartuchos que se quedaron fuera. Desde tal
fortín la ciudad era bombardeada. El jefe militar fue hecho
preso. La orden de deserción provino de un canario, el gara-
chiquense Francisco Fernández Vinony242, un comerciante que
hasta entonces se había mantenido fiel a la República. Al pare-
cer seducido por las ofertas de los prisioneros, levantó el puen-
te, cañoneó la urbe y ordenó disparar a quien se acercase. Bolí-
var sostuvo que
luego subteniente del de Aragua. Cayó prisionero en Boyacá y fue mandado a ahorcar
por el propio Libertador.
143
de los fondos de su compañía, por una parte, y la seduc-
ción de mando o riqueza que esperaba ese traidor por
recompensa de su felonía, luego que los reos de Estado
estuviesen en libertad y su paisano Monteverde se apo-
deraba de la plaza243.
Éste último por otra parte conocía su familia. Por eso cita
correctamente su apellido como Bignoni, tal y como lo de-
nominaban originariamente sus ascendientes italianos. Lo
premió con el cargo de comandante general del resguardo de
Yaracuy244.
Bolívar se sintió impotente, ya que no contaba con cañones
para contestar ese fuego. Pretendió dominar la crisis con una
orden de rendición, que no fue acatada. El bombardeo aterró a
los habitantes de la ciudad, que decidieron abandonarla. El 4 se
inició desde el exterior un ataque a Puerto Cabello, primero
desde el camino de Valencia y luego desde El Palito. No había
agua potable y las fuerzas leales se limitaban a cuarenta hom-
bres. El 5 volvió a intentar el ataque del castillo, pero fue inútil.
El 6 capituló y a duras penas pudo escapar por el mar. El Li-
bertador, deprimido, se sumergió en «una especie de enajena-
miento moral», después de pasar doce noches sin dormir, se-
gún él mismo refirió a Miranda. El mismo día le comunicó que
estaba lleno de vergüenza, se sentía «alocado» después de haber
perdido «la mejor plaza del Estado». No quería ver la cara del
Precursor, pero le advierte que «no soy culpable, pero soy des-
graciado»245. Miranda se sintió derrotado al conocerlo: «Vene-
zuela está herida de muerte», le refirió a Pedro. Desde entonces
144
se inició para él la batalla final246. Le permite alcanzar a Monte-
verde la supremacía militar y sembró en el Precursor la deses-
peranza. Sólo quedaba para él una salida, la capitulación.
El 24 de julio de 1812 pacta esa capitulación con el marino
lagunero. Según los acuerdos establecidos, éste debía permitir a
los patriotas que deseasen abandonar el país su marcha. Se
comprometía a no ejercer represalias. Pero nada de eso se
cumplió. El capitán Francisco Mármol refirió que tan pronto
como llegaron a Caracas, algunos sectores exigieron la deten-
ción del Generalísimo, entre ellos
246 BOHÓRQUEZ MORÁN, C., op. cit., pp. 306-309. POLANCO ALCÁNTARA,
granaderos mandada por el coronel José Félix Ribas. En mayo de 1812 fue nombrado
por Miranda comandante militar del puerto de La Guaira. Con ocasión de la capitula-
ción de éste recibió órdenes de Monteverde de no dejar salir a los republicanos. Des-
pués de la detención del Precursor quedó autorizado por el nuevo capitán general para
permanecer en su hacienda. Llegó a ser con los realistas justicia mayor de Petare.
VV.AA.: Diccionario de Historia de Venezuela, tomo I, Caracas, 1988, p. 610.
249 Miguel Peña era hijo del comerciante canario Ramón Peña Garmendia, establecido
en Valencia y casado con Ramona Páez López, de idéntico origen. Peña Páez (1781-
1833) se doctoró por la Universidad de Caracas y fue asesor jurídico de la comisión de
España para discutir con Inglaterra el destino definitivo de la isla de Trinidad (1808);
145
el más exaltado, pretendiendo fusilarlo por haber capitulado
con el enemigo y por querer abandonar el país. Otros, como
Casas, buscaban lisonjearse con el vencedor. Compartimos la
opinión de la profesora Bohórquez de que se buscaba un chivo
expiatorio y el arresto de Miranda venía a ser la puerta de esca-
pe más segura. En todo caso, Monteverde estaba convencido
de que los tres oficiales habían actuado inspirados por el mis-
mo sentimiento. Por ello estima que debían ser recompensados
por tal arresto. Se les perdonaba en virtud de tal gesto su pasa-
do insurgente. Los dos anteriores fueron colocados bajo su
protección, mientras que al segundo se le dio pasaporte para el
extranjero250. En su carta a la Regencia hizo constar «el perdón
de su extravío y aún tenerse en consideración sus acciones,
según la utilidad que haya resultado de ellas al servicio de S.M.»
De las Casas, Peña y Bolívar. Confiesa el lagunero que
146
Una carta de su cuñado y amigo Coto Paul confirmaba el odio
larvado que tenían esas familias ligadas por intereses sociales,
políticos y económicos desde la segunda mitad del siglo XVIII
como los Paz Castillo y los Rivas, y que bien habían mostrado
ante el Precursor en su actitud ante la invasión de 1806: «En el
caso de no ser posible su venida, ni libertarnos de los yugos de
los Ribas, Castillos, Menas, etc., me llame Ud. al ejército con
una compañía de cien hombres, que formé yo mismo hace dos
meses»252.
De las Casas, al acatar la orden de Monteverde, contradecía
los términos de la capitulación, ya que el nuevo capitán general
no tenía autoridad sobre el jefe de las fuerzas republicanas. El
Precursor debía ser respetado y gozaba de inmunidad. Bolívar
trató de liberarse de las flaquezas de su actuación y la historio-
grafía «bolivariana» y sus propios testimonios de muchos años
después trataron de exonerarlo de responsabilidad y culpar en
exclusiva a De las Casas de los hechos, que se mantuvo hasta
su muerte desde entonces en el bando realista. Lo mismo trató
de hacer Peña. Significativamente, muchos años después, en
1843, los descendientes del comandante de La Guaira, entre los
que se encontraban su hijo Manuel Vicente, importante diri-
gente de la Guerra Federal, ejercieron esa misma actitud excul-
patoria253. Miguel Peña viajó a Caracas, donde pudo vivir sin
problemas, incorporándose al año siguiente en Aragua a la
nueva guerra en el bando republicano, mientras que Bolívar
pudo regresar a su ciudad natal sin ser hecho prisionero y resi-
dió en la casa del Marqués de Casa León.
147
Monteverde «muy curiosamente» explicó dos veces a su go-
bierno por la expedición de ese pasaporte. En su despacho de
26 de agosto de 1812 manifestó que
148
por quien he ofrecido mi garantía. Si a él le toca alguna
pena yo la sufro, mi vida está por la suya.
149
lo había hecho en otro barco Marcos, hermano de José Félix y
de Valentín. Nadie se había preguntado el porqué de ese trato
de favor a tan caracterizados dirigentes. Evidentemente, la
respuesta está en su parentesco con los Rivas, el mismo que
había actuado a favor de Bolívar para darle la libertad. La carta
de la comunicación de la salida de La Guaira de 28 de agosto de
1812 de Francisco Cervériz a Monteverde no deja lugar a dudas:
viajar por Europa y el Cercano Oriente, retornó a Caracas, donde se casó con su prima
en segundo grado Clemencia Tovar, hija de Martín Tovar. AA.VV. Diccionario de Histo-
ria de Venezuela, tomo III, p. 122.
257 MUÑOZ, G. E., op. cit., tomo I, p. 318.
150
a «M. Camacho mil pesos» que éste le entregaría en esa isla,
«pero con la expresa condición de que Ud. me ha de fiar [...]
con amistad y consideración de su sobrino Bolívar». Juan Ne-
pomuceno curiosamente se había quejado a su primo Monte-
verde de su sobrino Simón a raíz de la llamada Guerra a Muer-
te de 1813. En su misiva le manifiesta su sorpresa de que «no
he podido dejar de compadecerme la situación de Ud. y de
horrorizarme la conducta sanguinaria que observa Bolívar con
los europeos y buenos criollos», quejándose de que el Liberta-
dor no hubiera correspondido a la generosidad con que le trató
cuando cayó en sus manos y le concedió la libertad258. Su otro
hermano, el presbítero Francisco José de Ribas, firmó el acta
del 19 de abril de 1810, donde jugó un papel decisivo. Pudo
vivir tranquilamente en la capital venezolana hasta que en 1813
las tropas de Bolívar entraron en Caracas y el Libertador pro-
puso al obispo Narciso Coll y Prat su nombramiento como su
secretario.
Sobre las relaciones familiares entre José Félix y su primo
Domingo Monteverde y Rivas, da buena cuenta esta carta re-
producida por Landaeta Rosales y Grisanti:
151
por hallarme con calenturas dos días hace, pero, me re-
pito con la mayor complacencia y consideración su más
sincero y apasionado Sor. Q.b.s.m. José Félix Ribas259.
152
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