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Francisco de Miranda
y Canarias

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Francisco de Miranda
y Canarias

Manuel Hernández González

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Colección dirigida por: Manuel Hernández González
Coordinación: Vanessa Rodríguez Breijo
Directora de arte: Rosa Cigala García
Control de edición: Ricardo A. Guerra Palmero

Francisco de Miranda y Canarias


Manuel Hernández González

Primera edición en Ediciones Idea: 2007


© De la edición:
Ediciones Idea, 2007
© Del texto:
Manuel Hernández González, 2007
Ediciones Idea
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ISBN: 978-84-8382-203-6
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almacenada o transmitida en manera alguna ni por medio alguno, ya sea eléc-
trico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo y
expreso del editor.

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Índice

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Introducción................................................................................... 11
Francisco de Miranda y Canarias ............................................... 17
Una familia de inmigrantes ............................................................ 19
Sebastián de Miranda y Francisca Rodríguez
de Espinosa ...................................................................................... 25
Los vínculos isleños de los Miranda de la generación
del Precursor .................................................................................... 33
Sus enlaces con «mantuanos» canarios ....................................... 38
Una influencia ideológica isleña clave en su pensamiento:
Juan Perdomo Bethencourt y sus estudios en Caracas ............ 53
Los Gálvez, una vinculación decisiva con las Islas
y con su familia en la etapa crucial de la guerra
de las Trece Colonias ...................................................................... 61
La invasión de 1806 y Francisco Caballero Sarmiento ............ 78
La vivencia canaria de la emancipación ...................................... 83
La solicitud de Miranda ............................................................... 104
La caída de Puerto Cabello, la detención de Miranda
por Monteverde y el pasaporte de los Rivas y Bolívar ........... 142
Bibliografía .................................................................................. 153
Bibliografía de la época ................................................................ 155
Bibliografía general ....................................................................... 158

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Introducción

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Francisco de Miranda es un personaje de relieve en la historia
universal. Era hijo de un mercader y capitán de milicias isleño
que fue afrentado por su origen social y étnico por la oligarquía
caraqueña, hasta el punto que su padre se quedó en la miseria
para comprarle el título de capitán de los ejércitos y proporcio-
narle los estudios de ese género en Madrid. Se incorporó al
ejército expedicionario español en la Guerra de Independencia
de los Estados Unidos, en el que triunfó en la batalla de Pensa-
cola y en la conquista de Bahamas y realizó una exitosa misión
en Jamaica, en la que obtuvo información militar y cartográfica
de primer orden para su invasión. Acusado por los Gálvez
falsamente de vender La Habana a los ingleses y de enriquecer-
se con el contrabando, decidió romper con España ante su
condena de diez años en el presidio de Orán y la pérdida de su
carrera. Desde entonces dedicó su vida a luchar por la inde-
pendencia de la América española hasta el punto que mereció
el sobrenombre del Precursor. Recorrió Inglaterra, Alemania,
Dinamarca, Turquía y Rusia, donde fue ascendido a coronel
por Catalina la Grande y protegido de la persecución que co-
ntra él efectuaba la Corte española. Al estallar la Revolución
Francesa intervino de lleno en ella, ganando las batallas de
Valmy y Bruselas como general, por lo que fue el único no
francés que figura en el Arco del Triunfo de París. Tras escapar

13
de la guillotina, en 1890 regresó a Londres, desde donde siguió
gestionando el apoyo del gobierno británico para sus proyectos
emancipadores. En 1806 se decidió a invadir Venezuela para
hacerlos fructificar, pero, vigilado de cerca por el Gobierno
español, que siguió con espías todos sus movimientos, y sin
contar con la adhesión de las elites venezolanas, su movimiento
insurreccional se frustró prácticamente al arribar a las aguas de
la Vela de Coro, por lo que tuvo que salir huyendo. Con la
proclamación de la Junta Suprema de Caracas en 1810 regresó
a su tierra natal, aunque sin la plena autorización de ese orga-
nismo. Participó de lleno en el proceso, aunque sin lograr la
adhesión de la oligarquía mantuana, que seguía vilipendiándolo,
como antaño hizo con su padre. Por su experiencia militar y
ante el avance de las tropas realistas de Monteverde, fue desig-
nado Generalísimo de los Ejércitos y Dictador. Tras la caída de
la plaza de Puerto Cabello decidió capitular con Monteverde en
términos favorables para las vidas de los republicanos. Pero fue
entregado como preso por Miguel Peña, Simón Bolívar y el
comandante de La Guaira De las Casas al autoproclamado
capitán general de Venezuela, que no respetó los términos del
convenio. De esa forma comenzó su periplo por las cárceles
americanas que le condujo a su prisión final en la fortaleza
gaditana de La Carraca, donde falleció en 1816.
Este trabajo tiene como objetivo estudiar las estrechas rela-
ciones que a lo largo de su vida sostuvo el Precursor de la
Emancipación Americana con las Islas Canarias, que contribu-
yen a explicar no pocos aspectos de su personalidad y de su tra-
yectoria vital. Cuando Francisco de Miranda se carteaba con su
familia habla de noticias de Islas. Islas no es una definición gené-
rica; para él, pues, como para muchos venezolanos, al igual que
isleño es sinónimo de canario, las Islas a secas eran las Canarias,
el archipiélago de sus ancestros, en donde residían dos de sus

14
hermanos. Para sus paisanos, al igual que para los cubanos, los
puertorriqueños o los dominicanos, las únicas islas y los únicos
isleños por antonomasia en un mar de islas como era el Caribe
eran los del archipiélago canario. La ligazón del Precursor de la
emancipación americana con Canarias nace de sus propios
ancestros, tanto por la vía paterna como por la materna; se
desarrolla en el profundo tejido de relaciones de parentesco y
de etnia que se desenvuelven en su Caracas natal durante los
años que vivió en ella; permanece viva en la correspondencia
con su familia; y se sigue reforzando en las relaciones que en-
tabla en su nueva etapa americana en la Guerra de las Trece
Colonias, en la que se vuelven a establecer los lazos que unían
a los miembros de su linaje con personajes de su infancia y
juventud como los hermanos Carlos Pozo y Sucre, casado y
con hijos en Santa Cruz de Tenerife, y José, primos hermanos
de Antonio José de Sucre y entenados del alcalde palmero de
Caracas José Fierro de Santa Cruz, y que hace de testigo suyo
en Cuba, donde trabajaba como ingeniero o se integra en la
Sociedad en pro de la independencia que constituye en París.
Vínculos que vuelven a reforzarse con todas sus contradiccio-
nes en sus empresas insurreccionales en 1806 en la invasión de
Coro, cuando recibe la oposición de su propia parentela, que
recauda fondos pidiendo su cabeza, o cuando en la Venezuela
republicana, en la que ejerce como presidente, ve estallar todas
las tensiones sociales que hacen fracasar la Primera República,
en las que verá el protagonismo de los canarios, inclusive de
algunos a los que estaba vinculado por la sangre y que le con-
ducirán precisamente bajo el mando de un lagunero, Domingo
Monteverde y Rivas, hacia la prisión gaditana de La Carraca en
la que acabará sus días. A lo largo de estas páginas trataremos
de analizar esas conexiones que sin duda constituyeron parte
de su formación y de su cosmos vital.

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Francisco de Miranda y Canarias1

1 Este trabajo forma parte del proyecto HUM2006-00454/HIST del MEC.

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Una familia de inmigrantes
Para entender el peso de lo canario en la formación de Fran-
cisco de Miranda debemos plantear, en primer lugar, que procedía
de una familia en la que un número considerable de sus miem-
bros estuvo marcado por la emigración desde las Canarias. No
sólo fue el hecho de que su padre fuera natural de ese Archipié-
lago, sino que en sus relaciones familiares y de grupo el peso de
ese linaje y la telaraña de vínculos de parentesco y de procedencia
social y étnica que se tejieron en torno a ella contribuyen a expli-
car muchas de sus inquietudes y el trasfondo social que marcó y
condicionó su trayectoria vital y la actitud hacia él de las clases
rectoras de la sociedad caraqueña. Nació en el seno de un sector
de la comunidad isleña de procedencia marítima, que veía en el
tráfico mercantil su posibilidad de ascender en la esfera social a
través de alianzas y negocios entre sus miembros. Su procedencia
y su afán por sobresalir le generó considerables tensiones con la
elite tradicional, que desconfiaba de ese grupo y que no quería
admitirlo en su seno y mucho menos que quisiera situarse por
encima de ella en la escala jerárquica del poder civil y militar de
la colonia. Las estrechas conexiones comerciales y étnicas entre
Venezuela y Canarias durante el siglo XVIII son ampliamente
conocidas. La migración fue de tal calibre que llegó a ser como

19
mínimo entre 1710 y 1729 el 75,8% de los contrayentes blancos
inmigrantes de Caracas, cifra que mantendrá todavía en un 72,4%
entre 1739-1749, y que sólo se reducirá a un 50,2% entre los años
1750-1769, cuando las posibilidades de acceso a la tierra disminuí-
an y se veían obligados a adentrarse hacia el interior. Un porcenta-
je que mantendrán hasta la emancipación2. Es mayor si unimos
los casados en el Archipiélago y su abrumadora mayoría, cercana
al 100%, en las parroquias rurales de Baruta, La Vega o San Die-
go. H. Poundex y F. Meyer dirían sobre ello en 1814 que «entre
los blancos, los canarios se distinguen por su carácter industrioso y
se dedican a la agricultura, el comercio al detal y a la cría de gana-
do. Su número es mucho mayor que el de los españoles»3 .
Bervegal, factor de la Compañía Guipuzcoana, analizó cer-
teramente su comportamiento étnico y familiar:

Se conoce en la provincia por el nombre de isleño no


sólo a los nacidos en las Canarias y trasladados a Cara-
cas, sino también a los hijos, nietos y posteriores genera-
ciones que llegaron muchos años antes. Entre los unos
como entre los otros tantos agricultores como vagabun-
dos y transeúntes, de los cuales sólo unos pocos son
comerciantes, que van en los buques con aceite y aguar-
diente y regresan con cacao. Me es imposible decir su
número, aun de manera aproximada. Entiendo que exis-
ten allí unas mil familias, pero puedo estar grandemente
equivocado en este cálculo. De éstas, muy pocas tienen

2 MACÍAS HERNÁNDEZ, A. M.: La migración canaria, 1500-1980, Colombres, 1992,

p. 75. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M.: Los canarios en la Venezuela colonial (1670-


1810), Tenerife, 1998.
3 POUNDEX, H. y MAYER, F.: «Memoria para contribuir a la historia de la revolu-

ción de la Capitanía General de Caracas desde la abdicación de Caros IV hasta el mes


de agosto de 1814», reproducida en Tres Testigos europeos de la I República, introducción de
Ramón Escobar Salom, Caracas, 1974, p. 105.

20
relación o parentesco con los del país, porque acostum-
bran casarse entre sí mismos4.

Los Miranda fueron una familia, como tendremos ocasión de


ver, que se podría definir en la categoría que Bervegal calificaba
como vagabundos; aquellos isleños que no se dedican al cultivo
de la tierra y que buscan en los centros comerciales su medio
de vida, no como comerciantes, sino, más modestamente, co-
mo almaceneros, pulperos y contrabandistas. De ellos diría que
su número nunca puede ser determinado, pero que «crece y
decrece en proporción al provecho que se encuentra en el co-
mercio ilícito». Mal vistos por la generalidad «a causa de los
escándalos, muertes y daños que ocasiona tal casta de hombres
perdidos, defraudan grandes sumas al real tesoro y por lo co-
mún son perniciosos como sujetos rebeldes e insubordina-
dos»5. Algunas claves y valoraciones de la personalidad de tal
sector canario en Venezuela, y de la familia de Miranda en
particular, podrían explicarse en el papel desempañado por este
grupo social en el devenir histórico del país.
El llamado comercio al por menor tuvo una importancia
fundamental dentro de la estructura socioeconómica de Caracas.
Ello era debido al carácter reducido del mercado, en lenta expan-
sión, lo que explica que, cuando la acumulación de capital fue
posible, como aconteció con los grandes comerciantes, el dinero
fue dirigido hacia el comercio exterior o hacia la inversión agríco-
la. En 1797 había en Caracas 62 tiendas de mercería, 91 pulperías
y 83 bodegas, la mayoría detentadas por isleños6. Depons diría al

4 HUSSEY, R.: La Compañía de Caracas, 1728-1784, Caracas, 1962, p. 126.


5 Ibídem, p. 126.
6 MC KINLEY, M.: Pre-revolutionary Caracas. Politics, Economy and Society, 1777-1811,

Cambridge, 1985, pp. 72-73.

21
respecto que «todo el menudeo de las mercancías secas se halla
en manos de isleños de Canarias»7.
Gabriel de Miranda, abuelo del Precursor de la Independencia,
era un modesto marino dedicado al comercio interinsular, sin
ninguna instrucción, pues no sabía tan siquiera firmar. Su delicada
posición económica le obligó a lo largo de su vida a realizar nu-
merosos viajes en el tráfico interinsular, sin llegar a alcanzar una
estabilidad económica. Había nacido el 6 de noviembre de 1686 en
el Puerto de la Cruz, importante centro portuario tinerfeño especia-
lizado en el comercio vinícola con Inglaterra y los Estados Uni-
dos. El 4 de enero de 1736 se vio obligado a vender al calafate Feli-
pe Martín «la mitad de un barco de vela de gavia, que tengo mío
propio» por 2.500 reales8. En ese mismo año cede a Pascual de
Vera, su cuñado, su legítima paterna, consistente en dos casas terre-
ras en el barrio popular de la Ranilla, por la suma de 700 reales9.
Casado con Gabriela Ravelo, había tenido una numerosa des-
cendencia, diez hijos. De ellos, seis eran hembras y cuatro varones.
El primogénito, Nicolás, fue el primero en emigrar a Venezuela,
con anterioridad a 1760. Marchó solo, dejando desamparada a su
mujer, Agustina Fernández, y a sus dos hijas. A la muerte de la
madre, los hijos, faltos de recursos, vendieron inmediatamente la
casa terrera con alto que perteneció a sus padres. El alcalde del
Puerto dictaminó su absoluta pobreza, puesto que «sus maridos
desde su ausencia no les socorren con los alimentos precisos para
nuestra manutención y la de cuatro hijos que tenemos cada una,
estando con suma pobreza». La venta de esa casa proporciona a la
familia 5.104 reales, de los cuales debían descontarse 400 para el

7 DEPONS, F.: «Fragmentos del cultivo y comercio de las provincias dc Caracas,

conforme están descritos en la historia», en CISNEROS, J., Descripción exacta de la


provincia de Venezuela, Caracas, 1951, p. 150.
8 Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife (A.H.P.T.). Leg. 3.823.
9 Ibídem.

22
funeral de su madre y para las deudas pendientes que todavía
estaban contraídas por Gabriel de Miranda10.
Nicolás de Miranda falleció en La Guaira el 2 de octubre de
1767, dejando a su mujer y a sus hijas Agustina y María de Jesús
como herederas. Por su testamento ante el escribano José Rafael
Lemos, dejó la mitad de su caudal por gananciales a su mujer y la
otra mitad a sus hijas. Significativamente son albaceas de Nicolás
dos personajes que tendrán gran influencia familiar y profesional
en los Miranda en Venezuela, el isleño Bartolomé López Méndez
y el vasco Francisco Antonio de Arrieta.
Valentín, el cuarto de los hijos y último de los varones,
marchó por primera vez a Venezuela en 176011. Disconforme
con su casamiento, se olvidó de su mujer. Allí residió muchos
años hasta que por una requisitoria lo prendieron «y como tal
vino a esta isla, por cuyas causas ha mirado la citada Isabel a
los parientes de su marido con repugnancia»12.
Luisa, una de las hijas, por su parte, casó en el Puerto con
Matías Barrada Páez, en 1743, siendo testigo el padre del Precur-
sor. El segundo de sus vástagos, Matías Barrada, emigró a Vene-
zuela en 1791 y se estableció en Carúpano (Estado Sucre). Al
parecer sus negocios en ese lugar fueron prósperos y pudo al-
canzar una respetable fortuna. Murió en Venezuela en la Guerra
de la Independencia «degollado por los insurgentes»13. Sin em-
bargo, su mujer no recibió las remesas necesarias para su subsis-
tencia, por lo que se vio obligada a recurrir al alcalde el 28 de
abril de 1809 para vender una parte de la herencia de su padre14.

10 A.H.P.T. Leg. 3.833.


11 A.H.P.T. Leg. 3.831.
12 Archivo del Obispado de Tenerife. A.O.T. Expediente de Palabra de Casamiento

de Valentín de Miranda.
13 ROSA OLIVERA, L. de la: «El Brigadier Barrada o la lealtad», en Anuario de Es-

tudios Atlánticos (AEA), Nº13, Madrid-Las Palmas, 1967, p. 215.


14 A.H.P.T. Leg. 3.860.

23
Su hijo Isidro marchó también a ese país «a buscar fortuna entre
los años de 1805 a 1808 y a ver a su padre»15, participando acti-
vamente después en la Guerra de Independencia en el bando
realista. Aunque posiblemente Isidro emigró a Venezuela unos
años antes, este pariente de Francisco de Miranda llegó a conver-
tirse en uno de los prototipos de los militares realistas en Améri-
ca, siendo el jefe de la expedición con que el gobierno español
pretendió en 1829 reconquistar México. Fue un fehaciente testi-
monio de un importante sector de los inmigrantes isleños que
apoyaron en Venezuela la causa españolista, pues, según sus
propias palabras, «más de diez mil han muerto en Venezuela,
donde en gran número estaban establecidos, y los que han esca-
pado han vuelto al país»16 .
Otra de las hijas de Gabriel de Miranda fue María Manuela, que
contrajo matrimonio, el 13 de agosto de 1747 en el Puerto de la
Cruz, con José Lorenzo Beza o Baeza. Dedicado también al comer-
cio interinsular, se embarcó también para Caracas en 176117. El 15
de diciembre de 1762 María Manuela pide al alcalde mayor de La
Orotava la autorización de la venta de medio barco para hacer
frente a su subsistencia, puesto que su esposo, «ausente en Vene-
zuela, con el motivo de las presentes guerras no le ha enviado los
suplementos correspondientes para su manutención y la de dos
hijos»18. En Venezuela José Baeza debió de tener serios apuros
económicos, puesto que el 20 de abril de 1767 el comerciante
maltés residente en Santa Cruz de Tenerife José Carbona da po-
der a los comerciantes isleños establecidos en Caracas Francisco y
Lorenzo López de Vergara para que cobren 1.202 reales y medio

15 ÁLVAREZ RIXO, J. A.: Descripción histórica del Puerto de la Orotava. Manuscrito, Ar-

chivo Herederos de Alvarez Rixo (A.H.A.R.)


16 ROSA OLIVERA, L. de la, op. cit., p. 215.
17 A.H.P.T. Leg. 3.831.
18 A.H.P.T. Leg. 3.832.

24
que les adeudaba19. Angustiosa fue la vida de María Manuela y de
sus hijos en el Puerto de la Cruz. El 11 de julio de 1774 firma un
documento por el que se obliga a pagar a María Gutiérrez de Vera
18 pesos y 6 reales de plata que la susodicha le había prestado en
diferentes ocasiones para su manutención y decencia. Confiesa que
en numerosas ocasiones su marido no le socorrió, pero que ahora
está presta a pasar a la Provincia de Caracas a dar con su marido,
por lo que él se convierte en deudor de la antedicha, «como obliga-
do a su manutención y de sus hijos. Más tarde expone que le debe
seis pesos más. Dos días después refrenda una deuda de 180 pesos
que tenía recibidos de Francisca López de Vergara, que les habían
ayudado a sobrevivir», pues, «aunque la ha mandado socorros por
lo calamitoso de los tiempos no le alcanzaba a los diarios alimentos
y su marido es responsable»20. Aunque no disponemos de testimo-
nio, por esas afirmaciones pensamos que debió emigrar a Venezuela.
Vicenta contrajo matrimonio con Joaquín Fonte el 21 de junio
de 1750. Era el capitán del barco Santiago, que había fabricado su
suegro. Ambos cónyuges emigraron tempranamente a Venezuela,
entre los años 1755 y 1759, pues María Concepción Ravelo dice
en su primer testamento que ya residían en Caracas. Fonte, origi-
nario de la isla de El Hierro, declaró en Caracas sobre la situación
de su hermano Sebastián el 28 de noviembre de 1792. Vicenta fue
la hermana a quien este último empeñó sus cubiertos de plata.

Sebastián de Miranda y Francisca


Rodríguez de Espinosa
El padre del Precursor nació en el Puerto de la Cruz el 12 de
septiembre de 1721. Con apenas 22 o 23 años, posiblemente en

19 A.H.P.T. Leg. 3.834.


20 A.H.P.T. Leg. 3.839.

25
1744 o 1745, marchó a Venezuela. Se integró en una comunidad
isleña, en su mayoría analfabeta, que en Caracas y La Guaira
vivía de actividades que eran consideradas despreciables por la
elite. Picón Salas afirmaba al respecto que «la tosquedad de
modales, su ignorancia y falta de cortesía era lo que los patri-
cios criollos satirizaban, por sobre otra cosa, de los inmigrantes
canarios»21. Un contemporáneo, el regente Heredia, diría de
ellos que «son comúnmente reputados en Venezuela el sinóni-
mo de la ignorancia, barbarie y rusticidad»22.
Ese carácter diferenciado, desde los puntos de vista étnico y
social, explica la endogamia de origen y de grupo que le es
característica. Una política de ayuda mutua y de solidaridad en
los negocios en aquellos que se consideran unidos por una
misma comunidad de intereses y una misma procedencia expli-
ca ese expresivo cariz de enemistad de clase y de etnia, que se
podría apreciar tan claramente en la trayectoria de Sebastián de
Miranda. En la política de enlaces matrimoniales se puede ob-
servar esa estrategia. Las nupcias, el padrinazgo, el compadraz-
go, potencian esa solidaridad de grupo y permiten su ascenso
social. Su identidad se expresa en el culto a la Virgen de Cande-
laria. Sebastián participó «en la parroquial de Nuestra Señora
de la Candelaria» en la fiesta del 2 de febrero, la principal festi-
vidad de esta sagrada Señora», en la que

todos los nacionales de las Islas Canarias le tributan cul-


tos y en reconocimiento de ser su patrona y protectora
le festejan con una marcha que forma una compañía
completa con elección de sus oficiales que hace una jun-
ta con licencia de los señores gobernadores.

21 PICÓN SALAS, M.: Miranda, Buenos Aires, 1946, p. 16.


22 HEREDIA, J. F.: Memorias, Caracas, 1986, p. 61.

26
Como un isleño que quiere destacar y que tiene posibilidades
económicas para ello, Sebastián de Miranda ocupará los cargos de
capitán y de teniente de esa marcha en 1752 y 1751 respectivamen-
te23. Otro rasgo religioso derivado de sus ancestros y de su proce-
dencia marinera portuense, es su devoción a la Virgen del Rosa-
rio. En su alegato de limpieza de sangre hablará de la pertenencia de
su padre a su Hermandad, de la que fue hermano mayor. Sus
herederos conservaron su cuadro, que según la tradición pertene-
cería a su mujer, Francisca Antonia Rodríguez de Espinosa24.
Los negocios como mercader le fueron bien y pudo alcan-
zar una posición desahogada. Su ascenso dentro de las milicias
isleñas, otra expresión más de la identidad canaria en Venezue-
la, lo ejemplifica. Entre 1764 y 1769 fue su capitán, invirtiendo
sumas en el uniforme de los soldados más pobres25. En 1769
se reorganizan las milicias caraqueñas no por criterios de pro-
cedencia, sino de color de la piel. Al ser propuesto como capi-
tán de una compañía de blancos voluntarios estalla el conflicto.
El Cabildo de Caracas, representante de la oligarquía criolla,
acusa al capitán general, el 17 de abril de ese año, de arrebatarle
la facultad de nombrar los oficiales del nuevo batallón y de
postergar en los cargos a patricios nobles al nombrar «sujetos
de tan baja esfera que causa vergüenza el nombrarlos, y entre
otros a don Sebastián de Miranda»26. En su sesión de 22 de
mayo de 1769 enjuicia críticamente la nueva actitud del gober-
nador frente «a la nobleza del país» al dar grados y empleos a
personas de baja esfera como el tinerfeño Miranda, que «aún

23 GRISANTI, A.: El proceso contra Sebastián de Miranda, padre del precursor de la Indepen-

dencia Continental, Caracas, 1950a, p. 63.


24 Ibídem, pp. 13-14.
25 Ibídem, p. 89.
26 Ibídem, p. 15.

27
tiene en su casa tienda en que barea y fábrica de pan, que su
mujer hace y vende por menor»27.
En la sociedad del Antiguo Régimen existe una identifica-
ción que obedece a prejuicios socio-raciales hacia el molinero.
Adujo en su defensa que el ejercicio de un «oficio vil», como
era el de amasar pan, tiene en América diferentes motivaciones:

en estos países no son tales panaderías, porque aquí las


señoras y otras familias hacen trabajar a los criados en
estos y otros ejercicios como sus esclavos para ayuda de
los gastos de la casa y familia [...] y otros ejercicios case-
ros para que no estén ociosos dichos esclavos, y no por
eso no tales panaderos, por ser este país muy distinto de
los de Europa28.

Se le achaca por un lado su origen humilde, y por otro su


oficio con venta abierta. No era un comerciante, sino un mer-
cader que despachaba personalmente:

venido a esta ciudad Sebastián, y no pudiendo su con-


dición proporcionarle luego decente profesión, tomó la
de mercader de calle o cajonero, y se casó con una mu-
jer de baja esfera y que ha tenido y tiene una tía casada
con un mulato carpintero y un hermano casado con
una mulata, de donde inferirá Vuestra Majestad sus
conexiones, como de haber sido actual mercader de
tienda Sebastián, que lugar tenga éste, y que viso haga
el pueblo, en el cual no ha dejado de correr hasta alguna
voz opuesta su blanca limpieza, bien que la creemos,

27 SUÁREZ, S. G.: Las fuerzas armadas venezolanas en la colonia, Caracas, 1979, p. 141.
28 GRISANTI, A., 1950a, op. cit., p. 23.

28
sino que le reputamos blanco, y hombre de buena fe, lo
que no le negamos29 .

La vaga acusación de mulato o pardo, que no era común hacia los


isleños, estaba muy extendida entre la elite. El ejercicio de profe-
siones consideradas como viles redundaba e influía en esa estima-
ción. Algunas investigaciones realizadas en Venezuela demuestran
que los párrocos registraban a los isleños o hijos de éstos en los
registros eclesiásticos como pardos. La Real Cédula de 8 de mayo
de 1790 obligaba a los eclesiásticos a inscribir a los isleños de
Canarias, siendo notoriamente blancos, en los libros de «mulatos,
zambos, negros y gente de servicio»30. Fue bastante habitual esa
referencia a su mestizaje, a su dudosa limpieza de sangre. Su con-
sideración como pueblo criollo, su estimación como gente ruda e
inculta, el carácter mulato de una parte de ellos, la mayor «oscuri-
dad» de su piel frente a la «blancura» de vascos y cántabros, su
fácil adaptación e identificación con el medio venezolano y los
oficios que solían ejercer tendían a reforzar esa generalización.
Pocos años después de su llegada a Venezuela, el 24 de abril
de 1749, Sebastián de Miranda contrajo matrimonio en la cate-
dral de Caracas con Francisca Rodríguez de Espinosa, hija de
Antonio Rodríguez, oriundo de Portugal, y de Catalina Espinosa,
natural de Canarias. El Cabildo caraqueño había acusado, como
se ha indicado, a Francisca Rodríguez de Espinosa de «ser mujer
de baja esfera, y que ha tenido y tiene una tía casada con un
mulato carpintero y un hermano casado con una mulata»31. Su

29 Ibídem, pp. 141-142.


30 Véase al respecto VALLENILLA LANZ, L.: Críticas de sinceridad y exactitud, Caracas,
1921, pp. 251-253. Del mismo autor, Cesarismo democrático, Caracas, 1964, p. 17. VEGAS
ROLANDO, N.: «Domingo Monteverde y Rivas. La influencia canaria y los oríge-
nes de la ‘Guerra a muerte’», en Boletín de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela,
Nº 61, Caracas, 1978, p. 512.
31 El informe fue reproducido por SUÁREZ, S. G., op. cit., p. 141.

29
esposa tenía sus ancestros también en el Puerto de la Cruz y
era su pariente lejana. La portuense María Francisca Espinosa,
su bisabuela, era hija de Diego Fernández de Espinosa y de
María Francisca Ravelo, por lo que estaba emparentada con su
padre. Había casado con Francisco González del Quinto, natu-
ral del Realejo Bajo. Viuda y con cinco hijos, cuatro de ellos
mujeres, emprendió viaje a Caracas con todos ellos (Francisca,
Catalina, Josefa María y Andrés), aunque una arraigó en Santo
Domingo. Su hija Catalina, abuela del Precursor, casó en el pri-
mer matrimonio con su paisano Cayetano de Vera, con el que
tuvo un hijo que llegó a la edad adulta, Francisco José. En se-
gundas lo hizo con el portugués Antonio Rodríguez, de cuya
unión nacieron tres varones y dos hembras, una de ellas Fran-
cisca, la madre de Miranda. En Tenerife sólo poseía una casa que
vendió para pagar su transporte y el de sus hijos. A ninguno de
ellos le dio cosa alguna de dote. Era dueña de la casa donde mo-
raba y una tienda contigua en el barrio de Santa Rosalía, gravadas
con un censo de 800 pesos al convento de San Francisco; tam-
bién de una negra nacional comprada al asiento inglés y una
negrita, su hija, a quienes dio la libertad. Contaba con un sobrino
en la provincia, Tomás Espinosa, que le debía algunos pesos.
Una de sus hijas, Francisca González del Quinto, había casado
con Tomás García y no había tenido descendencia. Poseía la casa
gravada con un censo en Santa Rosalía y una negra con su hija de
dos años que heredaría de su madre. Tenía cuantiosas deudas32.
Sebastián de Miranda ocupó el cargo que antes había de-
sempeñado Santiago de Ponte Mijares, «sujeto de conocido
espíritu, valor, celo e industria y muy amante de Vuestra Majes-
tad y su Real servicio». Ante él, el portuense había prestado otro

32 Registro Principal de Caracas (R.P.C.) Escribanías. Francisco Areste y Reyna, 28 de

junio de 1743 y 28 de octubre de 1745. Ibídem. Areste y Reyna, 11 de febrero de 1728.

30
servicio que «el de simple y nada ameritado alistado, como cada
uno de cuantos negros y mulatos hay en la tierra». Sería un bajo
concepto de Caracas el que se tomara «como si fuera más ser un
plebeyo isleño de Canarias e hijo de un barquero allá, y ser cajonero
y mercader aquí, que ser aquí mismo caballero, Noble, Cruzado y
aun Titulado»33. Fue la ofensa pública lo que más irritó a la elite:

como ver en un acto solemnísimo, en día festivo, en una


tarde clara, en una Plaza Mayor, en presencia de la No-
bleza, que toda estaba junta, y a la cara de los oficios y el
Pueblo adocenados los Títulos y Nobles con Miranda y
pospuestos a él algunos.

Les preocupaba «la impresión que esto podía hacer y haría en los
ánimos de tantos plebeyos y los efectos que de ella podía seguirse»34.
La acusación se extendió a su promotor, el letrado José de
la Guardia, originario de Tacoronte (Tenerife), quien había
ejercido tal labor por indicación expresa del capitán general
Solano y Bote35 . Según los mantuanos era

abogado de literatura muy ordinaria y hombre de crianza


y esfera aún más ordinaria, isleño de una de las Canarias
por naturaleza e hijo de uno que fue en esta ciudad pulpe-
ro. Circunstancias, que, puestas en un genio conocida-
mente altivo le hacen como éste mucho tiempo advertido,
hombre de inclinaciones opuestas al decente esplendor
de la Gente Noble, y la han hecho muy odioso o mal re-
cibido en esta ciudad.

33 SUÁREZ, S. G., op. cit., pp. 144-146.


34 Ibídem, p. 142.
35 Ibídem, p. 149.

31
Por esa dignidad «preferirá en el asiento» al Cabildo y por ello

juzga quizá poder atentar contra la Nobleza cuanto quisie-


ra y lograr desairarla y hacerla ver que con sólo ser isleño
y favorecido del gobernador, tiene más para la estimación
de su calidad aunque tan baja, que la primera Nobleza y
las honras con que distingue a ésta la Real autoridad36 .

Sebastián pidió, el 22 de abril de 1769, su retiro del nuevo


batallón por insinuación del capitán general ante la abierta hos-
tilidad mantuana. Ese mismo día se le concedió con todas las
gracias y preeminencias, entre las que se encontraba la de usar
el uniforme del batallón, el bastón y las insignias de mando. El
Cabildo reunió también con esa decisión, alegando que no
había servido ni un solo día. No debía hacer uso de esas insig-
nias, pues de esa forma se le castigaría con un mes de cárcel. Si
reincidiese, se le sancionaría la con dos meses y se le quitaría
«el bastón y uniforme que, deshecho, se venderá por piezas y
su producto se aplicará a la manutención de los presos»37. La
presión era contumaz. Se le obligó a renunciar a su tienda. En
su defensa remitió el monarca un memorial que fue contestado
el 12 de septiembre de 1770. Se resolvió ratificar el retiro y las
preeminencias, imponiendo perpetuo silencio sobre la indaga-
ción de su calidad y origen. Fue un duro golpe para la oligar-
quía caraqueña, una humillación que no olvidará jamás. Esa
decisión real influirá de forma decisiva en la carrera de su hijo.
La reacción inmediata de su padre fue vengar en él las afrentas
recibidas. Apenas dos meses después de la llegada de esa provi-
sión, su hijo Francisco marchó a Madrid a alistarse en el ejército

36 Ibídem, pp. 144-145.


37 GRISANTI, A., 1950a, op. cit., p. 17.

32
español. Su padre no reparó en gastos y compró el título de
capitán. No le importó que su hacienda quedara deshecha. Su
vástago debía materializar de forma definitiva la nobleza de su
linaje, vilipendiada por los mantuanos. Por eso extremó su celo
y se hizo otorgar un árbol genealógico por el cronista y rey de
armas numerario de su Majestad, don Ramón de Zazo y Ortega38.

Los vínculos isleños de los Miranda


de la generación del Precursor
En la sociedad del Antiguo Régimen los vínculos de padri-
nazgo y compadrazgo ligaban a quienes los contraían. El pa-
drino de bautismo de Francisco fue un clérigo isleño, el realeje-
ro Tomás Bautista de Melo. Miembro de la burguesía agraria
del Realejo de Abajo buscó en Venezuela las oportunidades
que en la isla no había podido alcanzar. En 1733 marchó a La
Guaira como capellán de un barco39 . El obispo Díaz Mondo-
ñedo en su Relación Reservada de 1768 le atribuyó 56 años.
Dijo de él que era «de regular vida y costumbres, mediana lite-
ratura y buena índole, oriundo de las Islas Canarias, y años ha
residido en este Obispado [...] Tiene poco más de 25 años de
sacerdote»40. Fue el clérigo más e íntimo de la familia. Ofició
las ceremonias de casamiento de Sebastián de Miranda y de
Francisca Antonia Rodríguez, y de la mayoría de sus hijos. No
sólo era el cura que los casó o el padrino del Precursor. En
todas las urgencias religiosas familiares era el sacerdote escogi-
do, como acaeció el 13 de marzo de 1769, cuando hubo que
bautizar privadamente en la casa a otra de las hermanas del

38 Ibídem, p. 41.
39 A.H.P.T. Leg. 3.821.
40 GARCÍA, L.: Miranda y el Antiguo Régimen español, Caracas, 1961, pp. 107-108.

33
Precursor, Josefa Antonia de la Luz, que había nacido ese mis-
mo día41. Originario del Realejo de Abajo, era hijo de Domingo
Pérez Vento y de Feliciana García de Melo. Había heredado en
el Realejo de Abajo una capellanía de su tío, clérigo y bachiller
del mismo nombre y apellido. En su infancia y juventud residió
en casa de este último, donde «ha estudiado y está estudiando
con el ánimo de servir a Dios Nuestro Señor y su Madre Santí-
sima en el estado eclesiástico». Al no poseer capellanía para su
ordenación, su tío dispuso el 19 de abril de 1721, además de
heredar la disfrutada por él hasta su muerte, instituir otra de
ocho misas rezadas a Nuestra Señora del Rosario por su ánima
y las de Diego Luis de Acosta y Jacobina Pérez, sus tíos en la
iglesia de la Concepción de ese lugar, cargada sobre una suerte
de viña malvasía de una fanegada en Tigaiga, heredada por su
hermana Jacobina Pérez de los citados sus tíos, que redituaba
regularmente tres pipas de vino. Pero el sobrino no la ejerció
como tal por haber emigrado a Venezuela, donde residió por
más de 40 años en Caracas, donde falleció de edad muy avan-
zada, después de 1780, siendo enterrado en la parroquia de San
Pablo. Eso señalaron los testigos que expresaron que vivía con
su hermana Ana Melo, tal y como expresan el portuense Agus-
tín Guirola y el realejero de Abajo Juan Fernández Ruiz del
Álamo, emigrantes a Caracas. El ramblero Diego Bautista Per-
domo precisó que, estando allí,

vio que salía una gran procesión de la iglesia de San Pa-


blo con mucho aparato, y preguntando a los vecinos, le
respondieron que era la Majestad que llevaban a Don

41 GRISANTI, A.: El Precursor Miranda y su familia. Primera biografía de la familia de Mi-

randa, Caracas, 1950b, p. 256.

34
Tomás de Melo, clérigo, presbítero muy viejo, que el tes-
tigo cerró su tienda y casa y se fue a acompañarla.

Tras su fallecimiento presenció en esa parroquia «la procesión


de su entierro», acto que ratificó también su paisano Blas Lo-
renzo Barroso por ser vecino inmediato a la casa de la susodi-
cha. El icodense Francisco Díaz Oramas, que vivía en la sala baja
de la casa de Ana de Melo, donde tenía su canastilla, también
pudo comprobarla. En la parroquia no constaba el 30 de abril de
1792 la colación de la capellanía y mucho «menos haberse servi-
do misa alguna»42, lo que era un ejemplo más de ese amplio
elenco de clérigos de menores isleños que dejaron sus escasas
rentas en las Islas y cruzaron el Atlántico en busca de mayor
fortuna en tierras como las venezolanas, donde un a amplia red
de parientes y amigos les daría cobijo y ayudaría en sus prime-
ros pasos.
El padrino de confirmación de Miranda fue también otro
isleño, miembro de la elite mercantil arraigada en Caracas, el
lagunero Lorenzo Rossell Lugo, capitán de buque de su co-
mercio, que fue contador de la Real Hacienda y juez real de la
provincia. Había sido testigo de las nupcias paternas43. Colabo-
ró con la Guipuzcoana y jugó un destacado papel en la integra-
ción entre los mantuanos y los vascos después de la Rebelión
de 1749. Fue donante del Cristo a la columna de la parroquia
de Altagracia. Se desposó por poderes con la orotavense Anto-
nia Benítez Alzola, sin descendencia. Fue albacea y heredero de
ella su sobrino Juan Benítez de Lugo44.

42 Archivo del Obispado de Tenerife (A.O.T.). Leg. 142. Capellanía de Tomás Bautis-

ta de Melo.
43 Archivo del General Miranda, tomo I. Caracas, 1929, p. 2.
44 Copia de testamento de Antonia en A.H.P.T. Leg.152. 23 de febrero de 1808.

35
Los Miranda desarrollaron sus días en un ambiente social
en el que sus relaciones se efectuaban básicamente con una
comunidad unida por sólidos lazos de paisanaje y espíritu de
grupo. Era normal que los numerosos hijos del matrimonio
enlazasen con personas de ese mismo espectro social y étnico,
vinculados al mundo del comercio. Su hija Ana Antonia con-
trajo matrimonio con un comerciante isleño, natural de Santa
Cruz de Tenerife, Antonio José de Almeida Rosales, el 19 de
enero de 1772. Fue el yerno preferido de Sebastián de Miranda,
como hace constar Francisco de Arrieta en una carta a Francis-
co de Miranda: «Yo no le debo más que baldones, allá amarte-
lado con Almeida y sus gentes»45. Fue capitán del comercio
canario-venezolano. En 1766 fue maestre del navío Santísimo
Sacramento (alias el Santiago)46. En 1778 fue administrador del
Nuestra Señora de la Soledad (Fénix). Se sabe que su mujer navegó
con él para las Islas y en 1779 residía en Santa Cruz de Teneri-
fe. Marchó con ella otro de los hermanos del precursor, Javier;
quien moriría célibe en su juventud. Almeida murió prematura-
mente. Testó en 1786 en Caracas ante el escribano Aramburu47.
Ana Antonia ya era viuda en 1791. En una carta, su hermana
Rosa, el 25 de febrero de 1779, le dice que Ana se encuentra
en Tenerife «buena con sus cuatro hijos, pero con muchas
ganas de venir a su tierra (no se parece en esto a ti)»48. Por lo
menos dos de sus hijos nacieron en esa localidad canaria, Bar-
tolomé Antonio y Ventura. El primero nació en ella el 23 de
agosto de 1776. Sus abuelos paternos eran Simplicio de Almeida

45 GRISANTI, A., 1950b, op. cit., p. 62.


46 ORTIZ DE LA TABLA Y DUCASSE, J.: «Comercio colonial canario, siglo XVIII.
Nuevo índice para su cuantificación: la contabilidad del Colegio de San Telmo, 1708-1776»,
en II Coloquio de Historia Canario-Americana (CHCA) (1977), Las Palmas, 1979, p. 18.
47 MC KINLEY, M., op. cit., p. 232.
48 MIRANDA, F.: Colombeia, tomo II, Caracas, 1978-2007, p. 538.

36
y María Candelaria Isnaldo y maternos Sebastián de Miranda y
Francisca Rodríguez Espinosa. Fue su padrino uno de los más
significados comerciantes canarios: José Candelaria Rodríguez
Carta, alguacil mayor del Santo Oficio, natural y vecino de
Santa Cruz49. Ventura, pasó a Venezuela y casó en San Carlos
Cojedes en 1797 con María Josefa Petronila González Bautista.
La segunda hija, Rosa Agustina, se casó en primera nupcias
con Francisco Antonio de Arrieta, un vasco estrechamente vin-
culado al comercio canario-americano. Era mucho mayor que
ella. Había realizado con anterioridad empresas mercantiles con
su padre y había sido padrino de uno de sus hijos, Francisco
Antonio Gabriel, muerto prematuramente. Tuvo estrecha rela-
ción con el Precursor. En su diario de navegación a Cádiz da
las gracias «a mi buen hermano y amigo Arrieta, el mejor hom-
bre del mundo bajo un aspecto rudo»50. Años más tarde, en
1785, le pidió una ayuda financiera de 2.000 pesos, pues había
perdido el dinero en una embarcación de La Habana51. Murió
entre 1785 y 1790. Paradójicamente, estaba vinculado familiar y
políticamente a dos contradictores de su cuñado en la etapa
decisiva de su ruptura con España en la Perla de las Antillas.
Por un lado, fue asistente del concuño de Bernardo Gálvez, el
capitán general de Venezuela, Luis de Unzaga, que reemplaza-
ría a su protector Cagigal en la de La Habana y que se encarga-
ría precisamente de su frustrada detención; y por otro, pariente
de uno de sus más enconados enemigos, Juan Ignacio Urriza,
el intendente habanero que sería premiado con un ministerio
en el Consejo de Indias por su resuelta denuncia del Precursor
como contrabandista contumaz en la misión de Jamaica. En su

49 Archivo Parroquial de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife, Libro 7º de

bautismos.
50 Archivo del General Miranda, tomo I, p. 33.
51 Ibídem, tomo VII, p. 95.

37
carta de 16 de junio de 1782 asevera que un isleño, el alférez Ver-
de, que se había trasladado a La Habana, le había dicho algo sobre

tu tropiezo con el intendente. Él es mi pariente, pero un


encogimiento irregular de mí, no he labrado su corres-
pondencia; él tiene fama en la familia y con todos, el bri-
gadier Crame, con quien tuve mucha amistad, me asegu-
ró que en su clase no había hallado mejor, entre infinitos
que ha tratado. Yo considero que ya sea tarde, pero con
todo me parecería que te lo insinuases52.

Sobre su relación con Unzaga reconoce que

yo era el primer asistente cuando se asomaron estos rui-


dos e intentamos primores y los hubiéramos hecho con
otro general; pero, en fin, enviamos gente hasta Mérida y
allí están; el otro año de solo regidor fui diputado al ge-
neral y sin nadie consentirme con frases galanas, y puede
que en Madrid se piense que somos levantados, pero ya
tendrán documentos y muy formales de lo contrario53.

Rosa Agustina, al enviudar, contrajo segundas nupcias en 1793


con José María Fernández, teniente del Batallón veterano de
Puerto Cabello54.

Sus enlaces con «mantuanos» canarios


El quinto vástago fue Micaela Antonia. Se casó en primera
nupcias el 21 de octubre de 1773 con Marcos de Orea y Machado

52 Ibídem, tomo II, p. 540.


53 Ibídem, tomo II, pp. 540-541.
54 GRISANTI, A., 1950b, op. cit., p. 62.

38
de la Guerra, un comerciante tinerfeño ligado al tráfico cana-
rio-venezolano. Su abuelo, Alejandro García de Orea, natural
de Villamayor, arzobispado de Toledo, vino a Tenerife como
administrador de la Hacienda de los Príncipes, una rica y
extensa propiedad de los absentistas herederos del conquista-
dor de Tenerife, Alonso Fernández de Lugo, los Condes de
Torrealba. Su conversión en una familia nobiliaria la confir-
maría con el casamiento de su hijo Pedro con María de las
Nieves Machado y Guerra, hija del regidor Gonzalo de Machado
y de María Pilar de la Guerra, acaecido el 27 de abril de 1746.
Pedro se encaminó hacia el comercio canario-americano. Sus
primeras actividades en ese sentido consistieron en su traslado
como comerciante a La Guaira en 1759, en el navío San Juan
Bautista. Capitán y dueño de El Diamante, viaja a La Habana en
176355. Tuvo un pleito sobre quién tenía privilegio de comer-
ciar con La Guaira con Cristóbal Bandama, propietario de La
Perla. Su hijo Marcos continuó con su profesión. En mayo de
1765 hace su primer viaje a La Habana en El Bien Común. El 3
de junio de 1767 su padre le emancipa y le convierte por tanto
en persona libre para otorgar cualquier tipo de instrumento,
pese a no tener 25 años. El 15 de junio de ese año se embarca
para La Guaira en el Nuestra Señora de Candelaria (la Asesora)56. Al
año siguiente ya figura como capitán de El Diamante. El 3 de
agosto de 1774 aparece como residente en la provincia de Ca-
racas57. Emprende nuevos viajes de ida y vuelta entre Tenerife y
Caracas en ese año y en 177558. Bien pronto fallecería, aunque
desconocemos con certeza la fecha, posiblemente antes de 1780,

55 MORALES PADRÓN, F.: «El último capitán general de Venezuela: Francisco

Tomás Morales», en III CHCA, tomo II, Las Palmas, 1980, p. 138.
56 A.H.P.T. Leg. 3.834.
57 A.H.P.T. Leg. 3.839.
58 Ibídem.

39
a consecuencia de una dilatada enfermedad, de la que ya hacía
mención en las cartas que se han conservado dirigidas al Pre-
cursor, en las que se puede apreciar su estrecha amistad. Su
familiaridad y afecto estaban patentes en ellas, mostrando su
concepción ideológica: «Micaela dice que ya descubrió V.M.
la flojera que con el trato moruno se la ha vuelto a pegar, que
lo quiere a V.M., mucho cuantas cosas se pueden decir, me-
nos escribir». La trama familiar, con sus parentescos de san-
gre y espirituales era ineludible:

José María, no obstante su montuosidad, pasó bien la


viruela; Rosa y Arrieta cada vez más gorditos; a su co-
madre la tengo ahora por vecina, está buena y cada vez
mejor moza; le entregué la que V.M. me dirigió y se
mostró agradecida. De su marido no sé nada59.

Universo familiar que se expresa en lo inmediato y en la re-


ferencia isleña, a los parientes que quedan en el Archipiélago;
«Todos están buenos y de Islas sabemos lo mismo»60. Miranda
tarda cada vez más en contestar y Orea le recrimina:

No sabe V.M. bien el cuidado con que nos tiene,


pues, habiendo llegado el San Miguel y el San Joaquín,
ambos de Cádiz y no haber tenido carta de V.M. esta-
mos sin saber a qué atribuirlo, así nunca deje de hacerlo,
pues de lo contrario perderá el juicio su madre, que no
la convencen razones y siempre piensa lo peor61.

59 Archivo del General Miranda, tomo V, op. cit., p. 168.


60 Ibídem, p. 163.
61 Ibídem, p. 168.

40
En los Orea se puede apreciar el distanciamiento, la desconfianza
y la hostilidad con la que la trayectoria posterior de Miranda es
observada por la elite mantuana, de la que ellos creían formar
parte. Gonzalo se trasladó a Caracas en 177762. Ejerció la misma
carrera comercial que su hermano Marcos. Formó compañía
inicialmente con otro isleño, Tomás Muñoz, natural de Icod
(Tenerife), al que estaba vinculado por razones de afinidad y
procedencia, puesto que su padre, Diego Muñoz, era natural de
Santiesteban, en la provincia de Jaén y, como Alejandro de
Orea, había emigrado a Tenerife para hacerse cargo de la ad-
ministración de haciendas de propietarios absentistas; contrajo
matrimonio con la lagunera Juana María Naranjo63. La compa-
ñía fue capitalizada en 80.000 pesos en 178564. Debido a su pro-
yección exterior, Gonzalo se establecería en Cádiz, y Muñoz
llevaría la gestión desde Caracas. Por su prematura muerte, en
1796, la ejercería su sobrino, el también icodense Fernando Key
y Muñoz. Era la quinta más importante del país y se dedicaba al
comercio de exportación hacia la Península.
Fernando Key, cuyo hermano Santiago fue diputado por
Canarias en las Cortes de Cádiz, en las que defendió posiciones
absolutistas, es uno de los más cualificados representantes del
grupo social de los llamados hacendados-comerciantes, que
efectuaban conjuntamente sus actividades como propietarios
con el tráfico comercial de cierta entidad. Emigrado a Vene-
zuela desde muy joven fue prior del Real Consulado de Caracas
en 1799 y miembro de la Junta Suprema de 1810, en la que de-
sempeñó el cargo de ministro de Hacienda. Siguió fiel a los ideales

62 A.H.P.T. Leg. 3.841.


63 FERNÁNDEZ DE BETHENCOURT, F.: Nobiliario de Canarias, tomo III, La
Laguna, 1952-1959, p. 440.
64 MC KINLEY, M., op. cit., p. 67.

41
independentistas y desempeñó hasta su muerte importantes
cargos dentro de la administración estatal venezolana65.

65 En las décadas anteriores a la emancipación venezolana, el joven Fernando Key

pudo prosperar rápidamente con el capital proporcionado por sus expansivos negocios
en la compañía Muñoz y Orea, convirtiéndose pronto en hacendado, como da cuenta
su plantación e ingenio azucarero de las Adjuntas, en la cercanía de Caracas, por el que
Humboldt pasó y del que habla sobre sus barracones llenos de esclavos. Prueba de su
estimación social es su cargo de regidor vitalicio del Ayuntamiento. Por su elevada
fortuna se integró en el Consulado caraqueño como comerciante, para lo que era
necesario poseer más de 30.000 ducados de capital. Sus conocimientos mercantiles le
llevaron bien pronto a ascender en fama y estimación dentro de la elite social. En 1797
fue elegido quinto consiliario del Consulado por el voto de 26 hacendados y 26 comer-
ciantes, en 1799 cónsul 2º y en 1800 cónsul 1º. Por su prestigio fue nombrado asesor
del ingeniero José Mariano Aloy en la construcción de la casa consular. En 1805 sería
uno de los promotores de la Casa de Bolsa y Recreo de los comerciantes de Caracas.
Con la invasión napoleónica de España, ante la inestabilidad social y política que se
derivaba de la falta de autoridad legítima en la Monarquía, se convirtió con sus paisa-
nos Juan y Pedro Eduardo en uno de los firmantes de la representación de los mantua-
nos caraqueños en favor de una junta gubernativa autónoma. Partidario de la libertad
de comercio y opuesto al monopolio español que sancionaba las Cortes de Cádiz,
apoyó, como la gran mayoría de sus paisanos, el movimiento insurreccional indepen-
dentista. Formó parte de esa elite mercantil canaria que se mantuvo fiel a la emancipa-
ción, a pesar de las acusaciones que vertieron contra su persona sus adversarios y del
ambiente opuesto que reinó entre los de origen más humilde por el claro contenido
oligárquico de la Primera República de Venezuela. Participó en el golpe de estado de 19
de abril de 1810 y fue designado como primer ministro de Hacienda de la Venezuela
independiente, cargo con el que respondía a su prestigio financiero y a la notoria fama
entre los comerciantes y hacendados venezolanos. Como el icodense Matías Sopranis,
regidor del primer Ayuntamiento republicano de Caracas, que moriría prisionero en las
cárceles de La Guaira por sus ideas republicanas, sufrió la hostilidad de la restauración
monárquica. Desempeñó altos cargos de la administración republicana durante la guerra y
se mantuvo fiel a la causa independentista. Con la crisis subsiguiente a la guerra, su casa
de comercio quebró entre 1815 y 1819, por lo que se vio envuelto en un ruidoso pleito
con Gonzalo Orea y su primo Tomás Muñoz, que le llevaría a la ruina y que todavía
estaba vigente en 1842. Falleció en Caracas en 1845 en la más completa miseria, soste-
nido por su hijo Salvador. En su testamento pide a sus hijos que «si quisieren hacer
algo sea únicamente sufragios por su alma, prescindiendo de pompas mundanas»,
expresivo de su ideología ilustrada. Confiesa que, «aunque poseía en años pasados una
fortuna opulenta, con la guerra y demás trastornos del país me encuentro ahora reduci-
do a la pobreza suma, pues todos mis bienes los entregué a mis acreedores y están
sujetos al concurso, habiéndome quedado exclusivamente dependiente de la piedad de
mis hijos, los cuales me han atendido con su propio peculio hasta la fecha, especial-
mente de mi hijo Salvador, al que soy deudor de grandes cantidades».

42
Tomás Muñoz tuvo dos hijos, Josefa Muñoz y Ayala, casa-
da con el isleño, natural también del Puerto de la Cruz, Casiano
de Medranda y Orea, hijo de José Medranda Caraveo y de Ana
de Orea y Machado, miembro de la citada familia de los Orea,
y Tomás Muñoz y Ayala, general de los ejércitos independen-
tistas. Casiano Medranda emigró a Venezuela en 1806 cuando
contaba con 21 años de edad. Su padre,

por el grande amor que profesa y por desear mucho su


prosperidad, conociendo que es bastante capaz para go-
bernarse y administrar sus bienes, he deliberado emanci-
parle, y para que tenga efecto, hallándose el expresado
su hijo en Cádiz, de su poder a Gonzalo de Orea66,

su cuñado. Pertenecía a un sector social en ascenso y que imi-


taba las costumbres y actitudes nobiliarias de la elite, ideas a las
que seguiría siendo fiel su hijo Casiano. El 14 de junio de 1813
José Medranda dio poder a Tomás de Muñoz y Ayala para que
se representase en el padrinazgo de «la criatura que está próxi-
ma a nacer de dicho matrimonio y no pudiendo concurrir per-
sonalmente por la larga distancia»67.
Casiano Medranda tendrá un activo papel en la I República
venezolana. Fue uno de los canarios firmantes de los manifies-
tos de apoyo a la independencia y se le nombró por la Junta
revolucionaria para que visitase el almirantazgo inglés en las
Bermudas y lograse su adhesión a esta causa68. En unión de Fran-
cisco Talavera formó una compañía de comercio en La Guaira

66 A.H.P.T. Leg. 3.857.


67 A.H.P.T. Leg. 3.863.
68 Sobre esa misión, véase VILLANUEVA, C.: Historia diplomática de la I República en

Venezuela, Caracas, 1967.

43
para la gestión de las almonedas públicas69. Falleció en el cam-
po de batalla como capitán del ejército insurgente el 10 de
septiembre de 181370. Como su tío Telesforo, era un perfecto
conocedor del inglés, puesto que, como era habitual en los isle-
ños de su esfera social, estudió en Inglaterra. En él coexistían los
mismos prejuicios sociales y el mismo rechazo hacia Miranda.
Miguel José Sanz, en una carta reservada a Miranda, fechada el
12 de mayo, diría sobre él: «Dicen que va a Londres y que este
gobierno consulta al federal... El Medranda Vd. lo conoce. La
mayor desgracia de un país es la mala elección de los agentes
del gobierno»71. El desacuerdo con su gestión y las acusaciones
de corrupción eran constantes. Juan Paz del Castillo, hijo de un
emigrante isleño, diría a Miranda, el 5 de julio de ese año, que fue
encarcelado «y después de tres días de encierro alegó todos sus
servicios y buen patriotismo; hoy se ha puesto en libertad y le he
dicho que su prisión era por revolucionario, y que se marchase al
ejército»72. El 22 de mayo diría Patricio Padrón a Miranda:

Al amigo Medranda lo han hecho presentar hoy en la


contaduría, para que de razón de los caudales que se le
han hecho para el pagamento de los pertrechos que trajo
un barco americano; no sé como saldrá de este lance, y
corre la noticia de que es llamado por Vd. ¡Quiera Dios
que así sea! para que afloje el sudor de tanto pobre73.

Los Orea se habían distanciarlo de Miranda con bastante


anterioridad a esas fechas. Se convirtieron en las personas que

69 Gaceta de Caracas, 21 de enero de 1812.


70 Gaceta de Caracas, 3 de enero de 1814.
71 Archivo del general Miranda, tomo XXIV, p. 12.
72 Ibídem, p. 287.
73 Ibídem, p. 307.

44
más elevadas derramas proporcionaron contra la invasión de
Miranda en 1806. En la lista de donativos publicada en la Gaceta
de Caracas en abril y mayo de 1809, Key, por sí y por la casa de
Muñoz y Orea, dan 1.000 pesos, cantidad infinitamente supe-
rior a la de los demás, y Telesforo de Orea 500.
Gonzalo de Orea puede ser considerado como un cualifica-
do prototipo del comerciante-hacendado. Era miembro de la
Orden de Santiago y, conjuntamente con su compañía de co-
mercio, poseía una hacienda. En Cádiz contrajo nupcias con
Francisca de Luna y Médicis, de la burguesía comercial gadita-
na74. Su compañía aumentó su influencia y poder económico
con la incorporación de dos comerciantes de origen isleño,
también vinculados a la familia Miranda, Isidoro y Luis López
Méndez, con los que formaron la sociedad Muñoz y López. Sin
embargo, entre 1796 y 1802, su gestión financiera sufrió graves
quebrantos, situación que se repitió a fines del 1804. Los tras-
tornos políticos posteriores llevaron a la quiebra de la compa-
ñía en 180875. Fue un activo representante del bando realista en
Venezuela. Sin embargo, por sus relaciones familiares, contaba
con la amistad de numerosos partidarios de la independencia.
El mismo Luis López Méndez escribió a su mujer, Josefa Ro-
dríguez Núñez de Miranda, el 28 de octubre de 1811 desde
Londres, donde se hallaba como representante de la I Repúbli-
ca junto con Bolívar y Andrés Bello, para pedir a Inglaterra su
reconocimiento, preocupado, entre otras causas por el

Mucho tiempo ha me aseguraron aquí que habría muer-


to Don Gonzalo de Orea. Yo lo he dudado, porque tú
nada me has dicho, y espero que me digas acerca de esto,

74 A.H.P.T. Leg. 3.870.


75 Archivo General de Indias (A.G.I.), Sección Caracas, Leg. 901.

45
y también me informes todos los sujetos que han sido
ahorcados y los que están presos76.

En junio de 1812 se ordenó por parte de Miranda la detención


de Gonzalo de Orea. Miguel José Sanz y el Marqués de Casa-
León intercedieron por su persona. Sanz, también hijo de isle-
ños77, diría sobre él que respondía de su persona:

Seguramente tendrá Vd. fundamentos para este proce-


der; pero si el retiro en que se halla este hombre y la ur-
gente necesidad de su persona en la hacienda, pueden
suspender el efecto de esta providencia, me alegraría in-
finito, pues ha muchísimos años que tengo amistad con
él y su conducta es irreprensible. Jamás le he oído cosa
que pueda embarazar nuestro sistema, y su edad y cir-
cunstancias no le permitirían entrar en semejantes com-
promisos; está enfermo y desea su quietud78.

El abuelo de Sanz, Miguel, fue también administrador de Los


Príncipes entre 1709 y 1733, siendo antecesor de su abuelo
Alejandro79. Casa León refirió que llegó preso de su hacienda.
Tras su ruina,

es un anciano que ha venido buscando un asilo a esta


provincia en donde le quedaba por resto de su fortuna
una hacienda de caña en donde se ha metido sin que de

76 Reproducido en RENGIFO, D.: La unidad regional Caracas-La Guaira-Valles, Cara-

cas, 1983, p. 284.


77 Su padre, Francisco Antonio Sanz fue subteniente del regimiento de Los Realejos

(Tenerife). Pasó a Venezuela y se estableció en Valencia. Véase, FERNÁNDEZ, D. W.:


Diccionario biográfico Canario-americano, Tenerife, 1989, pp. 269-270.
78 Archivo del general Miranda, tomo XXIV, p. 32.
79 CAMACHO PÉREZ GALDÓS, G.: La Hacienda de los Príncipes, Tenerife, 1955, p. 21.

46
palabra ni de hecho se la haya notado nada contra el sis-
tema. Si acaso le han hecho a Vd. algún informe contra
él, espero que suspenda Vd. el juicio y la orden de su
prisión, pues responde de Orea

Miranda, que lo conocía manifiestamente con anterioridad,


diría de él que

lo ha creído siempre el jefe de todos los isleños de esta


provincia, pero si Vd. responde por él, suspéndase el
efecto de la orden de su prisión, pero le hago presente
que Vd. me respondió por doña Josefa María Rojas y
resultó ser la mayor enemiga del sistema que abrigaba
Venezuela80.

A pesar de la libertad concedida, denunció al Precursor y le


pidió su detención a Monteverde81. Precisamente formaría
parte de la Junta de Secuestros y Proscripciones, el poderoso
valladar represivo realista, siendo uno de sus más activos
miembros82. Falleció en Caracas el 24 de septiembre de 1816.
No pudo ser enterrado, tal y como quería, con el hábito de
Santiago, sino con el de La Merced, por no hallarse ninguno en
Caracas83.
En su hermano Telesforo se puede apreciar con claridad las
concepciones ideológicas y culturales del grupo social que
promovió la independencia en 1810 y que tan sólo unos años
antes, en 1806, se había opuesto activamente a la invasión.

80 Archivo del General Miranda, tomo XXIV, pp. 125-126.


81 MUÑOZ, G.: Monteverde. Cuatro años de historia patria, 1812-1816, tomo I, Caracas,
1987, p. 278.
82 Ibídem, pp. 375-376.
83 A.H.P.T. Leg. 3.870.

47
Había nacido en el Puerto de la Cruz el 11 de enero de 1766.
Marchó a Venezuela en unión de su hermano Marcos y allí
fundó una casa de comercio84. Tras la Independencia fue de-
signado representante del gobierno en los Estados Unidos,
para impulsar el reconocimiento y el apoyo de Norteamérica a
la causa insurgente. Caballero Sarmiento, un comerciante que
actuaba como agente del Gobierno español en Filadelfia y que
había residido una docena de años en Caracas, se entrevistó
con él y éste le proporcionó unas ideas que nos pueden ayudar
a entender su posición y la de un importante sector de los gru-
pos sociales dominantes caraqueños85. Le relató que la rebelión
la habían comenzado los blancos, recelosos de las consecuen-
cias de una insurrección negra similar a la haitiana ante la au-
sencia de poder legítimo en la metrópoli, «y animados por va-
rios criollos de Caracas». Expresó sobre ese peligro que

desearía que vinieran cinco o seis mil hombres de cual-


quiera nación que fuesen, aunque fuesen franceses, a su-
jetar a los mulatos y a salvar sus vidas y propiedades,
pues preveen funestísimas consecuencias si los negros
piden su libertad y se unen con ellos, como es de prever.

Su desconfianza hacia Miranda era patente:

Por un paisano suyo a quien trata con intimidad he sabi-


do que Miranda está en el día despreciado de su Patria,
que ha tratado de ganar al clero y le ha salido mal, y que

84 ASCANIO BUROZ, N.: «Rasgos biográficos de don Telesforo de Orea», en Boletín

de la Academia de la Historia de Venezuela, tomo 35, Caracas, 1952.


85 Sobre Caballero Sarmiento, véase HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M.: «Francisco

Caballero Sarmiento, un empresario al servicio de la contrarrevolución en Venezuela,


1806-1819», Revista de Indias, Nº 192, Madrid, 1991b, pp. 375-396.

48
su genio enredador hace sospechar que, aunque parece
no se mezcla en nada trata de ganar a los mulatos, y que
cuanto menos se piense habrá otra contrarrevolución86.

Sus dudas eran comunes entre la elite. Era consciente de


que no quedaba otro remedio que tomar el poder para evitar lo
que consideraban males mayores. Diría al respecto:

Desengáñese, la Península a la hora de ésta está someti-


da a Bonaparte y España no puede resistir su contienda
con Francia por falta de medios y recursos para seguir la
guerra, pues necesitaría a lo menos 200 millones de du-
ros anuales, y éstos no pueden suplirlos las colonias87.

El tinerfeño no

ha hecho misterio de confesar que la desconfianza es tal


en Caracas, sobre todo contra Miranda, que le tienen
cercado de espías, que la miseria es grande, y que si la
alianza con Santa Fe no llega a tener efecto, debe necesa-
riamente nacer una anarquía y guerra civil que destruya
aquel hermoso país irremisiblemente, pero habla de Santa
Fe como de un país decidido a la independencia, que tiene
mayores recursos y que la sostendrá en sus apuros88.

En 1829, sería cónsul de la Gran Colombia en Filadelfia, ciu-


dad en la que moriría en 1837.

86 Archivo Histórico Nacional (A.H.N.), Sección Estado. Leg. 5.637.


87 A.H.N. Sección Estado. Leg. 5.636.
88 A.H.N. Sección Estado Leg. 5.637.

49
Tras el fallecimiento de Marcos de Orea, Micaela contrae
segundas nupcias en 1782 con Diego Mateo Rodríguez Núñez,
receptor del Santo Oficio y hacendado. Era hijo de un isleño
que había hecho fortuna en Caracas, Mateo Rodríguez Fajardo,
natural de Icod, y de María Manuela Núñez de Aguiar Villavi-
cencio, hija de dos canarios de La Laguna, José Núñez de
Aguiar y María López Pérez de Villavicencio89. A comienzos
de 1790 la fortuna de Rodríguez Núñez estaba estimada en
torno a los 200.000 pesos. Aunque debía 20.000 en créditos
activos, sus haciendas estaban valoradas en 56.000 y sus dos
casas en la ciudad en 20.090. Arrieta diría sobre su boda al
Precursor:

Aunque tú no lo mereces, no supo mi afecto dilatarte la


noticia de los inexplicables gustos con que nos hallamos
por el casamiento de Micaela, que se celebró el 12 a la
noche; se portó tu padre con un refresco magnífico, y
hubo baile, como de tálamo circunspecto, sin más que
parientes, como que hasta los tocadores fueron tu primo
Patricio, el primo del novio, el abogado Mora Hilario, y
el hermano de Orea, don Gonzalo, la flauta; después
hubo soberbia cena en casa del novio; de él no dudo te
acuerdes, pues vivía en casa de su abuelo Núñez... Él es
gallardo mozo, de bellísimo ingenio y de unto caudal
que desde luego tendrá lo que los dos Echeverrías; las
dificultades que ha vencido son inexplicables, pues esta-
ba para casarse con una prima suya, hija única del abo-
gado Orellana, rica, bonita y virtuosa, y había sacadas las

89 ITURRIZA GUILLÉN, C. (ed.): Matrimonios y velaciones de españoles y criollos blancos de

la Catedral de Caracas (1615-1731), Caracas, 1974.


90 MC KINLEY, M., op. cit., p. 91.

50
dispensas; y el primor es que todos los parientes conten-
tos y extraordinariamente gentiles91.

El primo del novio, José Hilario Mora y el mismo Orellana,


pertenececían a esa pléyade de parientes unidos por su afinidad
e identidad de origen. Era hijo de Juan Antonio de Mora y de
Isabel García, naturales de Buenavista (Tenerife) y emparenta-
dos con los López Méndez92. Fue regidor perpetuo del ayun-
tamiento caraqueño, y más tarde miembro de la Junta Suprema
que proclamó la independencia. En 1795 su primo Luis López
Méndez fue elegido alcalde ordinario de la ciudad. Los capitu-
lares protestaron porque los regidores Isidoro López Méndez y
José Hilario Mora eran hermano y primo suyos. Estos dos
últimos serían precisamente firmantes del informe, de 28 de
noviembre de 1796, en el que el Cabildo caraqueño criticaba el
apoyo de la Audiencia a los pardos. Exigían la limpieza de san-
gre en los cargos y querían mantener la hegemonía de la oligar-
quía frente al avance del mestizaje entre los blancos de orilla y
los pardos, que podrían legalizar su situación y acceder en
igualdad de derechos con los blancos gracias a tales gracias93.
Josefa María Rodríguez Núñez de Miranda continuó la polí-
tica familiar y se casó con Luis López Méndez el 8 de diciem-
bre de 1800. Era hijo de Bartolomé López Méndez, natural de
San Pedro de Daute, Garachico (Tenerife). Su padre fue factor
de la Compañía Guipuzcoana y con lazos con Sebastián de
Miranda, por «la mucha amistad y comunicación que ha tenido

91 GRISANTI, A., 1950b, op. cit., pp. 67-68.


92 El 4 de junio de 1750 Juan Antonio Mora contrajo matrimonio con Isabel García
en la Catedral de Caracas. Véase ITURRIZA GUILLÉN, C. (ed.), op. cit..
93 Véase al respecto, CORTÉS, S.: «El régimen de ‘las gracias al sacar’», en Venezuela

durante el periodo hispánico, 2 tomos, Caracas, 1978. LÓPEZ BOHÓRQUEZ, A. E.: Los
Ministros de la Audiencia de Caracas (1786-1810), Caracas, 1984.

51
y tiene»94. Había contraído matrimonio el 26 de diciembre de
1742 con Petrona María Núñez de Aguiar, natural de Santa
Cruz de Tenerife, tía de Diego Rodríguez Núñez, por lo que
Luis era primo segundo de su mujer.
De los doce hijos de Bartolomé, tres se dedicaron a la carrera
eclesiástica: José Francisco fue doctor en Teología y Cánones y
canónigo de la Catedral de Caracas; Dionisio Antonio en Teolo-
gía y Cánones; y Silvestre José prefecto del colegio de San Felipe
Neri. Este último fue uno de los que aprobaron la entrega de las
joyas de las iglesias caraqueñas para la defensa de la independen-
cia venezolana95. Isidro Antonio y Luis formaron una compañía,
asociándose más tarde con los Orea y los Muñoz. Era en 1795
una de las diez más grandes de Venezuela, con un capital estima-
do en tomo a los 100.000 pesos en la década de 180096. Isidro
Antonio contrajo nupcias con su prima, la citada Josefa Narcisa
Orellana Núñez. Regidor perpetuo, fue miembro de la corpora-
ción que declaró reo de alta traición a Miranda, en el que también
estaba presente José Hilario Mora. Ofreció pagar 30.000 pesos
por su cabeza a raíz de la invasión de 180697. Fue vocal de la
Junta Suprema y representante de Caracas en la Asamblea Cons-
tituyente de 1811, siendo firmante del acta del 5 de julio y activo
contrincante del Precursor. Luis fue alcalde ordinario en 1797.
Como su hermano, se sumó al movimiento independentista y
fue enviado a Londres con Simón Bolívar y Andrés Bello para
gestionar el reconocimiento de la independencia por el gobierno
británico. En consonancia con esa política matrimonial, se des-
posó el 20 de noviembre de 1785 con su pariente María Francisca

94 Archivo del General Miranda, tomo I, p. 7.


95 ITURRIZA GUILLÉN, C.: Algunas familias caraqueñas, tomo II, Caracas, 1955, pp.
469-470.
96 MC KINLEY, M., op. cit., pp. 71 y 91.
97 MUÑOZ, G., op. cit., tomo I, p. 135.

52
Dacosta Romero, hija del comerciante palmero Jerónimo Dacos-
ta y de su prima María Micaela Núñez de Aguiar, y por segunda
vez con la referida Josefa María Rodríguez Núñez de Miranda.

Una influencia ideológica isleña clave en su


pensamiento: Juan Perdomo Bethencourt
y sus estudios en Caracas
Juan Perdomo Bethencourt fue un médico tinerfeño que re-
volucionó la medicina venezolana. Introdujo la inoculación de la
viruela, fue teniente corregidor de La Victoria de Aragua, defen-
dió desde 1780 abiertamente la independencia del país y fue
procesado por la Inquisición por su defensa de las ideas ilustra-
das. Vivió su infancia en la localidad natal del padre del Precur-
sor y fue el facultativo de la familia. Marcos Orea en una misiva a
su cuñado puso sus esperanzas de curación en él: «A mí todavía
no me dejan los males, aunque ya me voy alentando, y espero
acabar de conseguirlo con la venida de Perdomo a esta ciudad,
que fue anoche»98. En 1776 afirmó que ya está «fuerte, que con
un paseo que tomamos de dos meses he convalecido, y cuasi
vuelvo a mi antiguo ser»99. Relató al príncipe de Broglie, uno de
los expedicionarios franceses que residieron en 1783 en Vene-
zuela, que de la forma que «habla de la independencia de América
del Norte, de manera que hace creer que él contribuirá volunta-
riamente a una revolución semejante en la América meridional.
Hasta parece que la ve inevitable». Berthier dijo sobre él que

le pareció ingenioso y alegre, además de ilustrado y bien


leído. Mostró su preocupación a causa de la superstición

98 Archivo del General Miranda, tomo V, p. 163.


99 Ibídem, p. 168.

53
y tiranía que ejercen los españoles sobre este continente.
Yo creo que él sería una figura relevante si algún día re-
ventara una revolución para lograr la independencia de
esta colonia100.

El Conde de Segur habla de él como

verdadero Demócrito que se burlaba de la superstición,


ponía en ridículo la inepcia de los gobernantes y nos
aseguraba riendo que una revolución semejante a la de
los Estados Unidos era inevitable y próxima. Aquí, de-
cía, la Inquisición no hace, es verdad, autos de fe, no en-
ciende hogueras, pero se dedica a extinguir la luz.

Su análisis de la realidad venezolana le lleva a decir que «ya los


criollos indignados no llaman a los españoles sino forasteros, es
decir extranjeros. Esto basta sin duda para probar que la metró-
poli y sus colonias no vivirán largo tiempo en buena inteligen-
cia»101. Sin duda, sus conversaciones con el galeno fueron un
buen campo de cultivo para ese intercambio de ideas que asumiría
el joven Miranda. Años más tarde, en Kiev, al encontrarse al
Conde de Segur, éste le relataría que «atravesó desde Puerto Cabe-
llo a Caracas por tierra, habiendo conocido en los Valles de Ara-
gua al médico Juan Perdomo». Alborozado, el Precursor exclamó:
«¡Qué casualidad de venir a encontrar sujetos que hubiesen estado
en mi casa! Me informó cuán disgustados estaban en aquella pro-
vincia con la conducta de Ávalos, don José de Gálvez, etc.»102.

100 Véase al respecto, HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M.: Ciencia e Ilustración en Cana-

rias y Venezuela. Juan Perdomo Bethencourt, Tenerife, 1997.


101 SEGUR, C.: «‘Viaje a Venezuela y Trinidad’. Notas de Joaquín Gabaldón Már-

quez», en Revista Nacional de Cultura, Nº 64, Caracas, 1947, pp. 143-162.


102 MIRANDA, F., op. cit., tomo V, p. 117.

54
Las primeras letras las aprendió Miranda de manos de un
religioso, el padre Francisco Santaella. Él mismo lo especifica
cuando observó en Suiza

varios niños con una cinta y medalla de plata al pecho y


supe eran premios distribuidos en las escuelas de leer,
etc. para animarles a la aplicación. Coteje esto con la
conducta de mi maestro, el padre Santaella, don Narciso
López y el doctor don Francisco José de Urbina, el Pa-
dre Lindo, Belázquez, etc.103

Ildefonso Leal señala que se trataba del franciscano Fran-


cisco Santaella, que dictó clases en el convento caraqueño
hasta que se trasladó a Puerto Rico, en calidad de regente de
la Cátedra de Gramática en 1759104. Bien pudiera tratarse de
uno de los numerosos frailes isleños que emigraron sin per-
miso a tierras venezolanas, o nacido en el seno de un linaje de
origen. Pero lo que no cabe duda es su origen por ser Santae-
lla un apellido de origen portugués común en el norte de
Tenerife, área de procedencia de los Miranda, lo que estaría
en perfecta coherencia con el ambiente «canario» en que des-
arrolló sus pasos el Precursor. Por esa misma época hemos
localizado en la ciudad del Ávila dos familias de esa designa-
ción: la del orotavense Juan González Santaella y Bernarda
Peraza Abad y la de los icodenses Bartolomé Francisco Delga-
do y Josefa Luis Santaella, transportados en 1803 con sus dos
hijos. Liquidaron sus bienes para trasladarse. Contaban en
Caracas con su suegro y su cuñado. Recibieron un préstamo de

103MIRANDA, F., 1986, op. cit., pp. 454-455.


104LEAL, I.: «Francisco de Miranda. Sus estudios en Caracas», en Boletín de la Acade-
mia Nacional de la Historia, Nº 354, Caracas, 2006, p. 29.

55
100 pesos del mercader ramblero Antonio Temudo para iniciar
sus primeros pasos105.
La formación universitaria de Miranda ha sido abordada
por Leal y por Fernández Heres106. En estas páginas sólo des-
tacaremos las relaciones que establece en ella con la comunidad
isleña. En primer lugar llama la atención la certificación de sus
estudios por dos personalidades estrechamente ligadas a la
familia: Bartolomé López Méndez, cuyos hijos enlazarán con
parientes del Precursor, y el presbítero y catedrático Domingo
Pérez Velásquez, que fue su profesor en las aulas universitarias.
El primero registra ante el notario José Tomás Punzel, el 3 de
enero de 1761 que le constaba «por la mucha amistad y comu-
nicación que ha tenido y tuene en la casa de don Sebastián de
Miranda» que «ha sido instruido y aplicado por los dichos sus
padres a las primeras letras y estudio de Artes, que el testigo lo
ha visto asistir diariamente a las Aulas en el colegio seminario,
dando muestras de su aplicación, buen genio y conducta»107.
Bartolomé formó parte de la amplia cohorte de garachiquenses
procedentes del barrio de San Pedro de Daute, cuyas tierras
fueron en buena parte arrasadas por la erupción volcánica de
1706, que se trasladaron a Venezuela. Los hermanos Bartolomé y
Sebastián López Méndez lo hicieron conjuntamente con otros
paisanos, tales como Amaro Martín de Paredes, su mujer Fran-
cisca Díaz de Figueroa y su familia o Pedro Luis Henríquez108.

105 R.P.C.E. Aramburu, 6 de mayo de 1785. Ascanio, 16 de junio de 1806.


106 De este último es «La clásica y temprana educación de Francisco de Miranda», en
Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Nº 354, Caracas, 2006, pp. 41-69.
107 Archivo del General Miranda, tomo I, p. 7.
108 Amaro Martín de Paredes y Francisca Díaz de Figueroa emigraron con sus siete

hijos a Caracas. Uno de ellos María Josefa casó en 1720 con su convecino Ángel
Francisco Laderas. Uno de ellos, Juan de Vega, será presbítero y otro, José, se embarcó
para Nueva España, falleciendo en Veracruz. Su tienda de mercaderías estaba valorada
en 4.000 pesos. Su hijo Amaro continuó con esa mercería. Testamento de Francisca en
Gregorio del Portillo, 4 de noviembre de 1745. Pedro Luis Henríquez, padrino de Juan

56
Bartolomé contrajo nupcias con Petronila Núñez Villavi-
cencio. Fue heredero de su cuñado, el mercader lagunero Jacin-
to Núnez Villavicencio. Tuvieron 15 hijos, de los que dos mu-
rieron en la juventud y cinco en la pubertad. Su estrategia
familiar es un clásico exponente de un linaje que quiere ascen-
der. Cuatro de sus hijos fueron clérigos, aunque uno, Luis,
tuvo sólo hábito talar. Para ellos constituyó una capellanía de
3.000 pesos de principal, 1.500 dejados por Mateo Rodríguez
Fajardo y 1.500 propios suyos, y crea otra de 3.000 para su hijo
Luis si se ordenase y después sus descendientes. Poseía una
hacienda de cacao en Yare y cuatro casas tiendas en el centro
de Caracas. Había constituido compañía de mercaderías con su
sobrino Diego Rodríguez Núñez. Aportó a ella 38.859 pesos y
Núñez 32.139. Con motivo de su muerte en 1780 se disolvió,
dando utilidades por valor de 52.713 pesos. Su liquidación
ocasionó un largo y costoso pleito. Sus hijos Luis e Isidoro,
alcaldes, síndicos y regidores de Caracas y significados comer-
ciantes y miembros de la elite mantuana que impulsó la inde-
pendencia, constituyeron una de las compañías más impor-
tantes de Caracas en unión con el lagunero Tomás Muñoz, el
realejero Gonzalo de Orea y el icodense Fernando Key y Muñoz.
La suya se estimaba en 100.000 pesos en la primera década del
XIX. Todos ellos enlazaron en un puzzle endogámico de mer-
caderes isleños de considerables dimensiones con los Miranda,

Pedro López, contrajo dos nupcias en Caracas, la primera con la tacorontera Francisca
Gutiérrez en 1720 y la segunda con la lagunera Teresa Rodríguez Olivera. En la prime-
ra tuvo tres hijos. Sólo una, Clara, casada con Bernabé Rodríguez, llegó a tomar estado.
En el segundo tuvo sólo una. La tacorontera era hija de una familia isleña emigrante,
cuyas tres hijas efectuaron sus matrimonios con isleños. Pedro fue pulpero en sus
inicios, incrementó más tarde sus tiendas, llegando a contar con más de 10, la más
valiosa era la que regentaba, estimado su caudal en 5.000 pesos. Las restantes las
alquilaba, percibiendo de renta 50 pesos mensuales. R.P.C.T., 1757. Testamento de 18
de junio de 1752.

57
Orea, Muñoz, Mora, Orellana, que demuestra hasta qué punto
sus estrategias familiares estaban firmemente arraigadas. José
Sebastián López Méndez, hermano de Bartolomé, había casado
en 1720 en Caracas con la silense Catalina González Borges,
con diez hijos, sólo fallecido uno de tierna edad. De ellos dos
fueron carmelitas y uno franciscano. Gastó en la profesión de
sus hijas 4.400 pesos. Desposó respectivamente a sus hijas
Feliciana y Juana con sus paisanos Andrés de la Peña y Anto-
nio Hernández Martínez, cuya mercería después de su muerte
administró su hermano Diego y, después del dicho, su paisano
Fernando Peraza, a medias. Poseía varias tiendas y fue fiador
de sus compatriotas Pablo Alfaro, oficial real de Puerto Cabe-
llo, y de José Cala en su registro a Veracruz. Dejó una capella-
nía de 2.000 pesos de principal a su nieto109.
Domingo Pérez Velásquez certificó también su «frecuente
comunicación que tiene en la casa del que le presenta» idénti-
cos datos a los proporcionados por el anterior110. Formaba
parte de una extensa familia originaria de El Tanque (Tenerife),
los Pérez Velásquez, en la que se puede apreciar la persistencia
de sus cadenas a través del siglo XVIII. La mayoría se dedicaron
al comercio, aunque hubo entre ellos campesinos, como acaeció
con Marcos. Pedro Pérez Velázquez, casado con María Félix
Montesinos con dos hijos fallecidos de tierna edad, poseía cuatro
tiendas, dos en la calle que va a la plazuela de San Pablo hacia
oriente, otra en la calle de La Palma y otra junto a la escribanía de
Areste. Dejó sus bienes a partes iguales entre sus hermanos
Juan José, Bartolomé, Domingo, Antonio y Antonia y consti-
tuyó dos capellanías, una de 3.000 pesos a su sobrino Domingo

109 Archivo Academia de la Historia de Caracas (A.A.H.) Civiles, 1793. Testamento

de Bartolomé en R.P.C.E. Juan Domingo Fernández, 1 de marzo de 1778. Sebastián en


R.P.C.E. Juan Domingo Fernández, 15 de mayo de 1783
110 Archivo del General Miranda, tomo I, pp. 6-7.

58
González, hijo de Bartolomé González Velázquez y la otra de
1.000 al Dr. Domingo Velázquez. Sus hermanos Bartolomé y
Domingo Pérez Velázquez siguieron mancomunadamente con
ese ejercicio mercantil. Regentaban dos casas tiendas heredadas
de su hermano en la calle de La Palma y en la situada a oriente
de San Pablo, donde tenían una tienda de mercería y una bode-
ga. Poseían una casa de alto y bajo en la calle de la Caleta en La
Guaira gravada con una capellanía de 5.800 pesos, que habían
convertido en mercería administrada por su pariente y paisano
José Manso, con el que tuvieron al respecto un largo pleito.
Para hacer frente a ese tributo tenía tres casas tiendas y un
canecito en tierras de particulares hipotecadas en el camino que
va de Maiquetía a La Guaira. Domingo contrajo nupcias con la
portuense Josefa Beza, con la que tuvo una hija, María de la
Soledad del Carmen. Al casarse su tienda de mercería valdría
10.000 pesos. Con ellos se inició en los negocios su sobrino
Domingo Alejandro Pérez111. Este hecho hace sumamente
complejo el descifrar la trama familiar, porque emplean tanto el
apellido Pérez Velázquez como González Velázquez en el
segundo de los casos. Se complica aún más si cabe con el repe-
tir todos ellos los nombres de Pedro, Domingo y Bartolomé,
sólo diferenciándose por emplear González Velázquez y Ve-
lázquez. Así aparecen en 1786 en la Junta de erección del Con-
sulado como tales mercaderes Pedro Velázquez y Pedro Pérez
Velázquez. Fue una familia que llegó a contar con un comer-
ciante, Domingo Alejandro Pérez, hijo de un hermano no emi-
grado. El citado Domingo Velázquez fue presbítero, catedráti-
co de la Universidad y boticario en una mercería, que antes fue

111 Pedro en R.P.C.T., 1776. Bartolomé y Domingo en R.P.C.E. Aramburu, 8 de julio de

1779. Bartolomé en Texera, 19 de septiembre de 1788 y 12 de octubre de 1793 y Domingo


en 9 de junio y 8 de julio de 1806. Codicilo en Juan José Tirado, 21 de junio de 1815.

59
de sus tíos en la esquina que hoy conserva su nombre en la
Avenida Lecuna. Fue muchos años catedrático de latinidad y se
doctoró en Teología en 1750. Ese linaje enlazó con el del taco-
rontero José Hernández Sanabria, emigrado en 1715, que desis-
tió de participar en la fundación de Panaquire. Era el prototipo
del mercader que invierte sus capitales en la compra de hacien-
das de cacao conjuntamente con su suegro. Se desposó preci-
samente con una hija de su paisano Domingo Velázquez, con
la que tuvo seis hijos, entre ellos el rector de la Universidad de
Caracas, Tomás Hernández Sanabria. Aportó al matrimonio
3.600 pesos en efectos. Fue propietario de tres tiendas, dos
haciendas de cacao, una de 40.000 árboles y 51 esclavos com-
prada mancomunadamente con su suegro y otra en Ocumare
de la Costa112.
Uno de los profesores de Miranda pertenece a ese ambiente
isleño y le retrae, como Perdomo, a la tierra de su padre. Fue el
doctor Gabriel José de Lindo, vicario general del Obispado,
graduado de bachiller en Teología en 1757 y en Leyes en 1758,
licenciado y doctor en Teología en 1757 y en 1761, que fue
entre 1807 y 1808 rector de la Universidad. Desempeñó la
cátedra de Latinidad de menores en abril de 1759 y la de filoso-
fía de seglares en julio de 1761113. El natural del Puerto de la
Cruz Gabriel Rodríguez Lindo, perteneciente a una influyente
familia de su burguesía comercial, casado con su sobrina Bea-
triz Lindo, sin descendencia, estudió Medicina en las Universi-
dades de Roma y París. Poseía una notable biblioteca especiali-
zada. Emigrado en 1699, se trasladó con él más tarde su
sobrino y cuñado Antonio, padre del provisor Gabriel José

112 R.P.C.T., 1780.


113 FERNÁNDEZ HERES, R., op. cit., p. 48.

60
Lindo114. Antonio, mercader, era hijo de José Lindo y Constan-
za Rodríguez Lindo y fue sepultado en la Candelaria. Casado
con Juana Fernández del Rincón, tuvo dos hijos varones, José
Antonio y Gabriel José. Llevó al matrimonio 1.000 pesos en
diferentes géneros de mercaderías y su mujer 100. Poseía varias
casas de su morada en el barrio de la Candelaria. Dejó como
albaceas, al testar el 2 de septiembre de 1736, a su paisano el
canónigo herreño Ángel de la Barreda y a su cuñado el clérigo
tonsurado Miguel Fernández del Álamo. Deja a su mujer como
tutora de sus hijos por ser menores de 14 años115.
Finalmente, debemos señalar dentro de ese ambiente cana-
rio en que estaba inserto que compartió las aulas universitarias
con dos canarios, Juan de Ávila y Francisco de Zurita, eso sin
contar el amplio porcentaje de descendientes de isleños que
convivieron con él en tal centro universitario, entre los que
debemos señalar a alguien que más tarde se vinculará a su fami-
lia, como el ya referido José Hilario Mora, regidor del ayunta-
miento caraqueño y uno de los miembros de la elite mantuana
que protagonizó la emancipación116.

Los Gálvez, una vinculación decisiva con


las Islas y con su familia en la etapa crucial
de la Guerra de las Trece Colonias
Los Gálvez, la todopoderosa familia que regía los destinos
americanos desde la Presidencia del Consejo de Indias por parte
de José, y en la que su sobrino Bernardo se había convertido en

114 Gabriel era propietario de 10 esclavos y 3 cuadras y media de tierra concedidas

por el Cabildo al otro lado del Anauco R.P.C.E. Areste y Reyna. 23 de junio de 1730.
115 R.P.C.T., 1736.
116 LEAL, I., op. cit., p. 36.

61
el jefe del ejército expedicionario español en la Guerra de In-
dependencia de los Estados Unidos, conspirarán activamente
para desterrar a Francisco de Miranda de la carrera militar y
acusarle de traidor a España y de contrabandista. Celoso de los
éxitos de Miranda en Pensacola, la misión secreta para obtener
noticias militares sobre Jamaica para invadirla y en la conquista
de Bahamas, ejecutará órdenes reales para detenerle. El Precur-
sor escapará de su cerco y romperá de esa forma definitiva-
mente sus vínculos con La Corona117. Miranda salió desde
Cádiz en el ejército expedicionario español que iba a participar
en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Desde
el momento que sale desde Cádiz en el ejército de operaciones
hasta el momento que decide fugarse de la isla y dirigirse a los
Estados Unidos de América, tras haber fracasado en su deten-
ción el capitán general de La Habana Unzaga, concuño de
Bernardo de Gálvez y paradójicamente jefe del cuñado de Mi-
randa, Francisco de Arrieta, le persigue la sombra de los Gál-
vez, que inevitablemente, como veremos, le retrae por todos
los lados a sus vínculos familiares y a la tierra de su padre. En
esos años interviene en la toma de Pensacola dentro del ejérci-
to de Cagigal, que fue vital para conducir a la victoria a Bernar-
do de Gálvez, realiza su exitosa misión secreta en Jamaica para
obtener precisas informaciones cartográficas y militares para la
invasión de esa isla y conquista Providencia en Las Bahamas
con tal efectividad, que cae la plaza sin un solo muerto y con el
mínimo coste. Sus capitulaciones servirían de espoleta acusado-
ra contra la exaltada toma de Pensacola de Bernardo de Gál-
vez, que permitió encumbrarle a la jefatura del ejército expedi-
cionario y al título de Conde de Gálvez gracias al poder de su

117 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M.: Francisco de Miranda y su ruptura con España,

Tenerife, 2006.

62
todopoderoso tío José de Gálvez, presidente del Consejo de
Indias. La publicación de la victoria en el Cabo Francés llevó al
jefe de operaciones, que les había dejado sin recursos para
frustrarla, a decidir con el apoyo de su tío la condena tanto de
él como de su edecán y protector, el natural de Santiago de
Cuba Juan Manuel de Cagigal, capitán general de la Perla de las
Antillas, dos militares criollos que trataban de mitigar su rápida
ascensión a la gloria.
José de Gálvez levantó frente a tales éxitos una compleja te-
laraña jurídica contra ellos. Una conjunción de procesos de
diferente naturaleza, pero con un objetivo esencial: obstaculizar
toda posibilidad de defensa por parte del único que podía de-
senmarañar esa madeja. A través de un procedimiento como el
de las reales órdenes reservadas, con datos visiblemente falsos
de los que eran plenamente conscientes, sin derecho a defensa,
y bajo la orden de remisión y encarcelamiento en España, se
condena a Miranda por haber supuestamente vendido las forta-
lezas de La Habana a un general inglés por ser entusiasta de los
británicos y por haber utilizado un canje de prisioneros para
conducir a Cuba un masivo contrabando de barcos y de efectos.
Paradójicamente, fue un pariente de su cuñado Francisco de
Arrieta, el navarro Urriza, como intendente de la isla, el que se
enfrenta con Miranda y le condena como contrabandista tras su
expedición a Jamaica. Por tal gesto fue ascendido más tarde
por Gálvez a ministro del Consejo de Indias, donde se convir-
tió en un valladar más contra el cuñado de su primo en los
procesos judiciales que iniciaría en Madrid Cagigal. Este militar
criollo era consciente de la falsedad de esos cargos y no proce-
dió a detener a su edecán, ni tampoco el jefe del ejército de
operaciones, Bernardo de Gálvez, que sabía de lo efectiva que
había sido su expedición secreta y quería servirse de la docu-
mentación aportada por éste. Cuando ya tiene todos esos datos

63
es cuando decidió detenerle y llevarle preso ante Cagigal para
que éste, siguiendo las fulminantes órdenes reales, lo condujese
bajo registro hacia España. Pero el santiaguero se negó y lo
llevó con él a la expedición de las Bahamas, donde además se
encargó exitosamente de las capitulaciones, cuyos términos, en
contraste con los calamitosos de Gálvez en Pensacola, que no
se le ocurrió otra cosa que permitirles a los británicos su mar-
cha a las Trece Colonias –lo que ofendió gravemente a sus
aliados angloamericanos–, fueron oportunamente destacados
por amigos de Miranda, probablemente de su puño y letra en la
prensa de Cabo Francés (actual Cabo Haitiano en Haití), con-
vertida en capital de esas operaciones bélicas. A su regreso, fue
destituido como capitán general y sustituido por un concuño de
Bernardo de Gálvez, que debía proceder a la detención de Mi-
randa, pero, éste, plenamente consciente ya de que se iba a apli-
car contra él todo el poder despótico de los Gálvez, tras su frus-
trada detención, logró salir de la isla y romper con ello los lazos
que le unían con la monarquía y con su carrera en el ejército.
Es en ese punto donde toda la artillería de los procesos y las
reales órdenes reservadas se entabla por parte de José de Gál-
vez y su linaje, donde incluso su hermano Miguel era consejero
de Guerra. Marginaron a Cagigal de su defensa e intervención,
como si no se tratase del protagonista e inculpado por haber
protegido al caraqueño. Se nombra a un protegido, Uruñuela,
que es aupado primero a la Regencia de Guatemala y más tarde
al Consejo de Indias, para juzgarlo por la venta de las fortalezas
de La Habana y por el contrabando jamaicano. En los dos juicios
se le impide intervenir a Cagigal, al que se le ordena ir a Cádiz,
donde Antonio de Gálvez, hermano de José, como comandan-
te de la bahía se encargará de detenerlo sin juicio, embargarle
su barco y bienes y condenarlo a una prisión de más cuatro
años en el castillo de Santa Catalina. Como era notoriamente

64
falsa la imputación de la información a Campbell sobre las
fortalezas, por no hallarse ni tan siquiera en La Habana, se
tiene que declararle inocente. Pero en la de contrabando, se le
condena a la inhabilitación militar y a diez años de presidio.
Eso a sabiendas de cuál era la misión secreta y su efectividad.
Incluso se llega a declarar por uno de los implicados, Herrera,
que habían operado por órdenes reales que permitían al capitán
general de la isla financiarse con contrabando, como se había
ejecutado por los anteriores capitanes generales y cuyas causas
favorables se habían visto en esa misma época con aprobación
de José de Gálvez. Por su parte, a Cagigal se le procesó por su
juicio de residencia por el mismo Uruñuela, demostrándose su
inocencia e incluso por la conquista de Providencia en un es-
perpéntico proceso sobre una victoria en la que intervino el
premiado jefe de la Marina, laureado como Marqués del Soco-
rro por su ayuda a Gálvez en Pensacola, cuando éste se había
burlado de la Marina y cogido un buque corsario para empren-
derla él solo, y cuando fue por orden de Cagigal cuando pudo
intervenir la Marina como auxilio al ejército dirigido por él para
que la aventura personal de Bernardo de Gálvez pudiera tener
éxito. Un proceso que sólo pudo ganar después de la muerte
en 1787 de José de Gálvez.
Cuando esa red despótica, que permitió colocar a todo el li-
naje en los más altos cargos de la nación a esa familia y a toda
su camarilla, con la muerte del Marqués de Sonora, precedida
de la de su hermano Matías y de su sobrino Bernardo, se eclip-
só parcialmente fue cuando Cagigal pudo proceder a su defen-
sa en Madrid. Pero ella se veía obstaculizada por la continuidad
de esa camarilla que le negaba una y otra vez el acceso a la
documentación considerada reservada. En esa coyuntura, donde
un ministro de la Casa de Contratación solicitó a Cuba las reales
órdenes que permitían a los capitanes generales conceder esos

65
privilegios en las misiones militares, cuando su capitán general,
uno de los procesados en el asunto, José de Espoleta, envía, ya
muerto José de Gálvez, tal documentación, a la que nunca se
podrá acceder desde el Consejo, es cuando pudo emprender su
defensa. Pero no tenía recursos económicos para pagar aboga-
dos, tenía miedo a la influencia de esa camarilla y a la del conde
de Floridablanca, cuyo hermano fue el nuevo presidente. Con
la caída de éste en 1792 solicita a Godoy su reincorporación al
ejército y ser juzgado por un consejo de generales, lo primero
lo consigue participando exitosamente en Cataluña en la Gue-
rra de la Revolución, y después, tras la paz, ejerciendo de capi-
tán general de Valencia, pero en lo segundo se le dice que debe
ser juzgado primero por el Consejo de Indias. Se daba la cir-
cunstancia de que los restantes implicados se hallaban en se-
gunda instancia, mientras que Cagigal se hallaba todavía sin ser
juzgado. Pero el nombramiento del canario Antonio Porlier
como presidente tras la caída de Moñino, y la muerte de sus
opositores dentro de él, Urriza y Uruñuela, condujo finalmente
en 1799 a una sentencia por la que fueron declarados inocentes
Miranda y Cagigal y posibilitados a resarcirse frente a los que
habían protagonizado tal proceso. El cubano invitó a regresar a
España al caraqueño, pero él, ya inserto en proyectos emanci-
padores, no retornará118.
Ese linaje le retornará sus vínculos familiares con Canarias. El
abuelo de los Orea, Alejandro, había sido administrador de la
Hacienda de los Príncipes, una extensa y rica propiedad pertene-
ciente a los herederos del conquistador de Tenerife, Alonso Fer-
nández de Lugo. El padre de Bernardo de Gálvez, Matías, el futu-
ro virrey de México, había sido mayordomo de otra colindante, la
de la Gorvorana, de la que eran dueños los absentistas marqueses

118 Véase ibídem.

66
de Guadalcázar. Residió en la isla entre 1757 y 1778. El ilustrado
canario Lope de la Guerra puntualizó sobre su gestión que

era persona que estaba bien querida en la isla, y que,


después de su venida a ella, se comenzó a su imitación a
plantar las parras de barra, lo que antes se hacía con mu-
cho trabajo y costo, el primero lagar que se fabricó de
piedra fue por su dirección en dicha hacienda de la Gor-
vorana, y en esta ocasión (1775) ha traído sarmientos de
buena calidad de uvas, para que se produzcan en estas
islas, y también un telar de medias, que es el primero que
entra en ellas119.

Bernardo pasó en esa hacienda su niñez, entre los 5 y los 19


años, y se relacionó muy estrechamente con los Orea, con los que
se educó y dio sus primeros pasos en la vida. Cuando las tensio-
nes con los Gálvez se hicieron cada vez más evidentes, el 25 de
febrero de 1782 su cuñado Francisco de Arrieta le comunicó al
Precursor que «ese señor Gálvez era criado con los Orea, no te
dejes de insinuar, que al difunto don Marcos lo amaba y los seño-
res viejos, el señor don Matías le escribía de hijo y muy tiernamente
y aun el señor ministro con el mayor agrado»120. Era una mues-
tra de la extensa correspondencia entablada entre ambas fami-
lias, hasta el punto de que se intercambiaban cartas incluso con
José de Gálvez.
Cuando la situación de Miranda se tornó todavía más difícil,
una nueva misiva de Arrieta, fechada el 16 de junio de 1782, le
recordó que «te previne y te vuelvo a prevenir que ese señor

119 GUERRA Y PEÑA, L. A.: Memorias. Tenerife en la segunda mitad del siglo XVIII, Ed.

y notas de Enrique Romeu Palazuelos, Las Palmas, 2002, p. 365.


120 MIRANDA, F., op. cit., tomo II, p. 535.

67
Gálvez se crió en casa de Orea desde los cinco años hasta los
19 y que los quiere mucho, con que insinúate». Consciente de
la gravedad de las imputaciones se encargará de que «Gonzalo
(Orea) le escriba con este alférez (el citado Verde) y que le pida
por ti»121.
La influencia familiar en la Corte le permitió a Matías de
Gálvez utilizar el recurso humano del Archipiélago para pro-
yectar la ascensión tanto de él como de su hijo Bernardo, al
conducir familias a Guatemala y sobre todo a Luisiana, donde
su vástago había sido designado gobernador. La orden de le-
vantar el batallón llegó a Santa Cruz de Tenerife el 18 de octu-
bre de 1777, cuando ya Bernardo, desde el año anterior, era su
coronel y capitán general. Entre 1777 y 1783 se embarcan para
ese territorio 4.312 personas, de las cuales arribarán definitiva-
mente a ese territorio norteamericano sobre los 2.000, pues se
debían descontar las masivas deserciones en Cuba y Venezuela
tras la declaración de guerra por España en 1779, y los falleci-
dos en las travesías. Gilbert C. Din estima que sobre un 45%
de los emigrantes procedía de Tenerife, cerca de un 40% de
Gran Canaria y las cifras restantes pertenecían a inmigrantes de
La Gomera, Lanzarote y La Palma122. Otro autor, Miguel Moli-
na Martínez, suponía más alta la participación de Tenerife, pero
ello se debe a que no incluía en esas cifras los 393 gomeros123.
Se da la circunstancia de que desde mediados de 1779 las sali-
das se paralizaron por la Guerra de Independencia norteameri-
cana, reanudándose, pero ya con escasa intensidad en 1783.

121 Archivo del General Miranda, tomo II, p. 540.


122 DIN, G. C.: The Canary Islanders of Louisiana, Baton Rouge, 1988, p. 17.
123 MOLINA MARTÍNEZ, M.: «La participación de Canarias en la formación y re-

clutamiento de Luisiana», en IV Coloquio de Historia Canario-Americana, tomo II, Las


Palmas, 1982, p. 143.

68
Esta política poblacionista estaba directamente inspirada por
la personalidad y la obra de Matías de Gálvez. Su carrera militar
se aceleró cuando pasó de capitán de milicias a castellano de Paso
Alto en 1775. Con el nombramiento de José de Gálvez a fines de
1776 como presidente del Consejo de Indias, su ascensión sería
ya fulgurante. En 1777 se le dio el recién creado cargo de tenien-
te del Rey en las Islas. En 1777 se le nombró coronel y en 1778
segundo comandante general de Guatemala; y finalmente en 1782
teniente general y virrey de México. Como comenta Francisco
María de León, esa fulgurante sucesión de nombramientos se
debió a que su hermano José se hallaba por entonces «en la cús-
pide del valimiento [...] Tal es por lo regular el aumento rápido,
debido al favor en todos tiempos y bajo todas las formas de go-
bierno»124. Guerra y Peña reseñó su arribada en 1775 al puerto de
Santa Cruz de Tenerife desde Málaga provisto del nombramiento
por el Rey de castellano de Paso Alto. Comentó que

alcanzó dicho gobierno con la protección de sus herma-


nos don Miguel de Gálvez, consejero de Guerra y don
José de Gálvez, de Indias y quedaron excluidos muchos
patricios que, desde que murió Blas Hernández ocurrie-
ron con memorias a hacer presentes sus méritos y los de
sus nobles ascendientes. Trajo consigo dicho Gálvez a
su mujer y a un sobrino y sobrina125.

Lope de la Guerra narró cómo después de haber celebrado


por todo lo alto unos saraos en su casa santacrucera durante

124 LEÓN Y XUÁREZ DE LA GUARDIA, F. M.: Historia de las Islas Canarias (1776-

1868), edición y notas de Marcos Guimerá Peraza. Tenerife, 1977, p. 5. Sobre la estan-
cia de Gálvez en Tenerife, véase ROMEU PALAZUELOS, E.: «Matías de Gálvez, agri-
cultor, artillero y virrey», en III Jornadas de Artillería de Indias, Tenerife, 1988, pp. 91-116.
125 GUERRA Y PEÑA. L.A., op. cit., pp. 364-365.

69
los carnavales en el día de San Matías, el 24 de febrero de 1778,
el 20 de abril llegó una embarcación de Cádiz con su destino
«para pasar a Honduras a encargos del servicio del Rey y exa-
minar el sitio en que se haya de fundar la nueva ciudad de Gua-
temala por haberse hundido la antigua el año de 1773». El 25
dejó la isla acompañado de su mujer, una sobrina y demás fa-
milia. Llevó consigo al vecino de La Laguna y oficial de milicias
Manuel de Bustamante. Le sustituyó en la recluta de Luisiana,
que estaba a su cargo, el capitán de ingenieros Andrés Amat de
Tortosa126.
Matías con anterioridad había sido administrador de la adua-
na del Puerto de la Cruz en 1771 y más tarde de la Renta de
Tabacos, cargo en el que fue sustituido por su hermano Antonio,
tras su nombramiento como teniente del Rey. Lope de la Guerra
recoge la arribada de este último a Santa Cruz de Tenerife el 8 de
enero de 1777127. Más adelante relata cómo, tras ella,

comenzó luego con proyectos y sin más licencia que la


del comandante general, que discurrió le podía favorecer
en la Corte, se volvió a España en una embarcación de
guerra, que salió el 22 de mayo del mismo año. Luego
que sus hermanos supieron su llegada y el poco funda-
mento con que se había ido, lo volvieron a enviar para
acá, pero, habiéndose embarcado, cayó la embarcación
en mano de moros y lo llevaron al puerto de Salé.

Una vez libre, la embarcación siguió su viaje a la isla, a donde


llegó el 23 de diciembre. Mas

126 Ibídem, pp. 449 y 451-452.


127 Ibídem, pp. 408-409.

70
él que se quedó diciendo que era para tomar satisfacción
del agravio hecho al pabellón español; de allí se volvió a
la Península, hizo presente éste y otros méritos y se le
dio el empleo de comandante interino del resguardo de
rentas reales de la bahía de Cádiz y poco después se le
dio en propiedad128.

Como consecuencia precisamente de ese nombramiento, una


vez más, se tropezaría Cagigal con un Gálvez, que le encarcela-
ría sin juicio durante cuatro años en una fortaleza gaditana.
Precisamente el éxito de la recluta de Luisiana sería uno de
los argumentos sobre los que giraría su encumbramiento. Era
consciente de las posibilidades que ofrecían las Islas en una
época de crisis, a la que acudirían prestos muchos isleños
cuando se les ofrecía la oportunidad de trasladarse a América
de forma gratuita y con el aliciente de recibir 90 reales de ve-
llón de sueldo, la mitad al principio y el resto en el momento
de la arribada. Además se le abonaban cuatro reales diarios
hasta la salida del barco. La mayoría de los canarios no sabían
dónde estaba, ni que futuro se les podía ofrecer, pero pesaría
sobre ellos más que nada el ansia por encontrar la Arcadia Pro-
metida. En este sentido Francisco Javier de Izurriaga, fiscal de la
Audiencia de Canarias, señala que

el achaque dominante en Canarias es el de pasar a la


América [...] Sólo este principio y el que sin más recurso
que el de la Providencia solían hasta aquí marchar con-
tentos, podrá V.S. inferir el efecto que causará el enviar-
les con una peseta diaria desde que se alistan, el admitir
casados, de prometérseles para allá tierras en propiedad

128 Ibídem, p. 458.

71
para su cultivo y goce y la conducción sin costo alguno
de ellos, sus mujeres y sus hijos [...] Me han asegurado
que acuden como moscas a alistarse y que si no fuera
por desearse la talla un poco dispuesta, habría alistadas
100 familias en toda esta isla y en negocio de 8 días129.

Efectivamente, el propósito de la recluta era doble, por un


lado militar, formar un regimiento, y por otro poblador, a tra-
vés de la migración de familias. Este último carácter sería el
preponderante. Aunque en un principio se dio cierta importan-
cia a los solteros para la formación del batallón, finalmente se
optó por privilegiar los casados. De ahí que hasta 1779 predo-
minasen los hombres y las mujeres casados, 444 y 641 frente a
los hombres solteros, 156. Completaban las familias hasta esa
fecha 133 mozos, 292 niñas y 341 niños130. Se miró en la reclu-
ta también la talla, la edad, y el origen socio-racial, prohibiendo
la incorporación de mulatos y de personas penitenciadas o
empleadas en oficios considerados indignos, como molineros o
carniceros. Esa discriminación llevaría a decir al fiscal que de
esa forma sólo quedarían en las Islas «los viejos que no reciben
y los mulatos que también desprecian»131.
La recluta de Luisiana se creó en unos momentos de inten-
sa migración en la isla de Tenerife. Tendría que haber sido
contestada por las clases dominantes por los graves riesgos que
traería por la despoblación de la isla. Sin embargo, significati-
vamente, sólo recibió la oposición del máximo valladar de la
inmigración, el comandante general, el Marqués de Tabalosos,

129 A.H.N. Consejos. Leg. 2.685, Nº 25. Véase al respecto, HERNÁNDEZ GON-

ZÁLEZ, M.: La emigración canaria a América entre el libre comercio y la emancipación (1765-
1824), Tenerife, 1996.
130 MOLINA MARTÍNEZ, M., op. cit., p. 152.
131 A.H.N. Consejos. Leg. 2.685.

72
que se opuso abiertamente a ella. La razón es bien clara, como
manifestó Urtusáustegui

éste lo hacía no tanto por el bien y la utilidad del común


de las Islas, cuanto por ser negocio encargado a un her-
mano a quien no profesaba afecto alguno por otro her-
mano y para el regimiento de un hijo, de lo que podría
resultar a todos tres un mérito grande.

Lope de la Guerra señaló al respecto que lo contradijo «dicien-


do que si los Gálvez querían hacer su fortuna a cuenta del Rey,
no lo permitiría, ni libraría dinero de la tesorería a este fin»132.
Pero su pugna se estrellaría lógicamente contra el poder de esa
camarilla en la Corte. Tomás de Nava subrayó que el coman-
dante general tenía razón, pero que su actitud contrastaba con
«la indolencia y el disimulo que usaba en orden a los pasajeros
de nuestras embarcaciones del comercio», por lo que «semejan-
te oposición no dimanaba de celo por el Real Servicio, ni por el
bien público de la Provincia, sino de odio contra el teniente del
Rey y de otras miras personales»133.
Paradójicamente, el Cabildo de Tenerife, enfrentado con el
comandante general, por ir en su contra, bendice la recluta.
Llegó hasta tal punto que, como consta en el acta de 10 de
noviembre de 1777, Juan Porlier afirmó que

le parecía providencia del Altísimo para el honor de es-


tas islas el establecimiento de isleños en la Luisiana, con
que tendrían el honor de guardar la puerta del Reino de
México, como el que ya tiene desde el año de 28 de

132 GUERRA Y PEÑA. L. A., op. cit., pp. 364-365.


133 A.H.N. Consejos. Leg. 2.685.

73
guardar el otro Reino, de que es puerta Montevideo con
el establecimiento de estos isleños134.

Tal actitud la enjuició Nava con ecuanimidad. Para el Ca-


bildo, Matías Gálvez, residente en Tenerife por espacio de 20
años, había recibido general estimación y su hermano José
había aprobado importantes reivindicaciones del Cabildo. Fren-
te a esa política favorecedora, el comandante general «había per-
seguido y desterrado a los regidores y cometido otras violencias
consecuentes al plan de hacerse absoluto y formidable». Para él
la actitud capitular era reflejo de los principios inconstantes por
los que se gobierna, por lo que obró con manifiesta inconse-
cuencia, «pues pocos días antes había acordado se solicitase la
suspensión de la Recluta para el regimiento fijo de La Habana
por el grave perjuicio que resultaba a la isla de la emigración de
sus naturales»135.
Esa contradicción era algo característico de las clases domi-
nantes canarias. En los propios encargados de la recluta las con-
tradicciones bullen a flor de piel. Tres de ellos se niegan a poner-
la en ejecución. Antonio José Eduardo, miembro de una familia
de la burguesía comercial isleña estrechamente relacionada con el
comercio y la emigración canario-americana, no la efectuó en La
Laguna. Igual actitud muestra en Güímar Bernardo de Torres,
significativo miembro de la burguesía agraria de esa localidad; y
el administrador del señorío de Adeje, Francisco del Castillo
Santelices, en su ámbito territorial, el cual, tras reclutar unas po-
cas familias, decide concluirla. Pero otros la impulsan, como lo
hace en La Orotava Marcos de Urtusáustegui, hijo de Juan An-
tonio, uno de sus máximos contradictores.

134 Ibídem.
135 Ibídem.

74
Esa deserción explica que desde Santa Cruz se embarque el
mayor número de la isla, el 34,5%, sencillamente porque desde
La Laguna o de Güímar no se hizo. Además, este puerto recogió
inscritos tanto de otras islas, como La Gomera, como de otros
pagos de Tenerife136. El propio reclutamiento de La Orotava
incorporó gente de La Gomera, como confirma su alcalde mayor
Ignacio Antonio Benavides: «se hallan acuartelados en esta villa
200 personas poco más o menos, naturales de La Gomera donde
por fama pública corre han quedado muchas casa yermas»137.
Los emigrantes canarios en Luisiana dieron pie a tres pobla-
ciones, que tuvieron una vida plagada de dificultades en un
medio hostil, para ellos desconocido. Aunque en principio los
700 primeros fueron llevados allí como reclutas para el nuevo
batallón del regimiento fijo de Luisiana, finalmente se encami-
naron a la formación de cuatro poblaciones: San Bernardo,
relativamente cerca de Nueva Orleans, Barataria, al otro lado
del Mississippi; Galveztown, en la confluencia del río Amite y
el bayú Manchac y Valenzuela en el bayú Lafourche, dos de
ellas con denominaciones que homenajeaban a Bernardo de
Gálvez, que completó la recluta con un pequeño aporte de
malagueños que dieron pie a Nueva Iberia.
Barataria y Galveztown fracasaron bastante pronto. La
primera a causa de dos huracanes en 1779 y 1780. La segunda
por su mala situación geográfica, que traía consigo rápidas
inundaciones y prolongadas sequías. La insalubridad del terre-
no llevó en ambas a la emigración de la población. En la pri-
mera se dispersó por San Bernardo y Nueva Orleans. En la
segunda, salvo algunas familias que permanecieron cultivando
la tierra en sus proximidades, la mayoría se trasladó hacia la

136 MOLINA MARTÍNEZ, M., op. cit., pp. 142-144.


137 Archivo Municipal de La Laguna (A.M.L.L.). Sign. S-III-36.

75
entonces llamada Florida Occidental, una franja territorial que
siguió siendo española hasta 1810, cuando la Luisiana fue de-
vuelta a Francia y Napoleón la vendió a los Estados Unidos.
Estos colonos emigraron a lo que luego sería la capital del ac-
tual estado de Luisiana, Baton Rouge, donde una parte de la
localidad continuó con el nombre de Spanish Town durante el
siglo XIX.
Las otras dos localidades formadas por canarios fueron
San Bernardo, que hoy continúa llamándose así, y Valenzuela.
En él ya existían con anterioridad inmigrantes acadianos
franceses, por lo que la integración cultural fue más rápida. Los
canarios se hicieron bilingües y aprendieron el francés. Sus
señas de identidad se fueron perdiendo y sus apellidos se
afrancesaron. Rodríguez se convirtió en Rodrigue, Plasencia en
Plaisance, Acosta en D’Acoste y Campos en Campeaux. El
auge del azúcar en los años 20 del siglo XIX transformó por
completo el área, retirándose estos pequeños agricultores a
áreas marginales. El cultivo de la caña de azúcar sólo era facti-
ble para los hacendados por las exigencias en tierras, esclavos,
animales y capital.
Sólo en San Bernardo es donde la herencia cultural canaria se
ha preservando hasta la actualidad, en torno al bayú denominado
Terre-aux-Boeufs (Tierra de Bueyes). La endogamia interna de la
comunidad isleña, que se mantuvo en cierto grado hasta fechas
bastante recientes, permitió la continuidad de las costumbres y
el idioma, un español con caracteres arcaicos, el dialecto que
hablaban los canarios del siglo XVIII transformado por la
evolución histórica. Agricultores en su mayoría, vendían vege-
tales que transportaban con sus carros de bueyes a Nueva Or-
leans. Pero también había pescadores que vivían de la abun-
dancia de mariscos que caracteriza a la zona por ser toda ella de
marismas y pantanos; oficio en el que destacaron y del que no

76
pocos viven aún hoy. Complemento importante fue también la
caza, bien del venado, de la nutria o del armiño.
La Costa de los Mosquitos, en Centroamérica, era un área
de alto contenido estratégico que estaba envuelta en una per-
manente lucha por su control entre Gran Bretaña y España.
Tras la paz con Inglaterra en 1783, firmada a la finalización de
la Guerra de las Trece Colonias, por ese tratado se garantizaba
a España la plena soberanía sobre ese territorio. José de Gálvez
pensaba que sólo se confirmaría su dominio por España si era
colonizada por españoles. En 1786 se decide finalmente a rea-
lizar esta empresa. Se pretendía con ella la fundación de pe-
queñas localidades en Black River (Río Tinto), Cabo Gracias a
Dios, Bluefields y en la desembocadura del Río San Juan.
Una parte de los inmigrantes sería reclutada en Galicia y el
resto en las Islas Canarias. La expedición total sería de unos
1.298 colonos, procediendo 306 del Archipiélago. Desde Santa
Cruz de Tenerife saldría en la primavera de 1787 el buque La
Sacra Familia, cuyo capitán era el mallorquín afincado en Tene-
rife Gabriel Serra. En el contrato se especificaba que estaba
obligado a llevar 60 familias. Estaba obligado a hacer un enta-
rimado en la bodega del buque con catres y divisiones para la
separación de ambos sexos y niños. Cobraría 30 pesos por cada
persona, fuera grande o menor, abonándose en Guatemala por
«el aumento de la moneda y proporciones»138.
El plan previsto fracasó en líneas generales. En Black River
la colonización de los canarios fue bastante precaria por la
hostilidad de los zambos y los misquitos. Sólo fructificaría en
Trujillo. Tenía un clima mejor y mayores posibilidades para el
asentamiento. Su crecimiento fue relativamente importante tras

138 FLOY, T. S.: The Anglo-Spanish Struggle for Mosquitia, Nuevo México, 1967, pp. 168-

169. El contrato con Gabriel Serra en A.H.P.T., Leg. 1.295, 20 de abril de 1787.

77
la llegada de los colonos. Antes de su llegada era apenas un
puerto insignificante. Un viajero que desembarcó allí en 1803
refirió que nunca había visto tierras tan bien cultivadas y prós-
peras. Otra parte de los inmigrantes fundarían en 1788 el lugar
de Macuelizo en el interior139.
El objetivo inicial no se alcanzó. La colonización costera era
muy insegura al este de Trujillo. Además, el suelo era muy
pobre y la tasa de mortalidad muy elevada. Los inmigrantes se
expandieron por el interior o hacia otras partes del Imperio. Pero
la costa seguía desprotegida y era muy costosa su defensa140.

La invasión de 1806 y Francisco


Caballero Sarmiento
Francisco Caballero Sarmiento, un comerciante portugués
que había vivido más de una década en la localidad natal de
su padre, el Puerto de la Cruz, y al que unían vínculos de
toda índole con su familia paterna y con los enlaces matri-
moniales de sus hermanas, fue un personaje clave en las tra-
mas políticas y mercantiles de la Venezuela de principios del
siglo XIX141. Afincado desde muy temprana edad en Filadelfia
se puede considerar el prototipo de una generación de empre-
sarios norteamericanos que supieron aprovechar las contradic-
ciones y deficiencias del régimen mercantil español. Desde
1787 se instaló en uno de sus eslabones más débiles, centro de
un relativamente importante comercio con los Estados Unidos,
y desde donde planeó su introducción en el rico mercado de la
América Española. Sus relaciones con la elite norteamericana

139 FLOY, T. S., op. cit., p. 170.


140 Ibídem, pp. 170-171.
141 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M., 1991b, op. cit., pp. 375-396.

78
eran notables. Casado con Catalina Craig, sus cuñados eran dos
significativos comerciantes de Filadelfia y Baltimore, respecti-
vamente, John Craig y Robert Oliver. Una hija del primero
había contraído nupcias con Nicholas Biddle, el director del
segundo banco de los Estados Unidos y destacado político e
intelectual norteamericano, cuyo hijo se casó con una nieta de
Sarmiento. Asimismo, su hija Juliana se casó con Eduardo
Barry, heredero de la fortuna de su tío del mismo nombre y
apellido, introductor en régimen cuasi monopolístico de los
esclavos negros en Venezuela, y primo de John, el editor en
Londres de las célebres Noticias secretas de América, de Jorge Juan
y Ulloa. Convertido más tarde en comerciante en la Caracas de
la emancipación y en cónsul de la Gran Colombia en Filadelfia,
desde donde efectuó una activa obra en lengua española de
difusión de la causa independentista, el republicanismo, el libe-
ralismo y la masonería142.
Caballero Sarmiento durante sus años de residencia en Ca-
narias había tratado que sus actividades comerciales adoptaran
prácticas monopolistas. Su cambio de acción se orientó hacia la
política de concesión de gracias y privilegios. Uno de sus pun-
tos cardinales fue el entablar relaciones con la burocracia espa-
ñola. Allí conoció al cuñado de Godoy, el Marqués de Branci-
forte, comandante general del Archipiélago y futuro virrey de
México. Su directa implicación con éste y con el embajador
español Marqués de Casa Irujo hizo posible que compatibiliza-
se su cargo como alto funcionario de Hacienda y comisionado
para la liquidación y cobranza de las deudas del Real Erario en
el llamado comercio de neutrales con sus negocios. Fruto de

142 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M.: «Masonería norteamericana y emancipación

en Hispanoamérica: la obra del canario Eduardo Barry», en Anuario de Estudios Atlánti-


cos, Nº 37, Madrid-Las Palmas, 1992, pp. 337-360.

79
todo ello fue su régimen privilegiado en Venezuela, con conce-
siones de privilegios como los de introducción de 100.000
barriles en ese país. Esa estrecha vinculación entre negocios y
política llevó al portugués a involucrarse directamente en el
fracaso de la invasión de Miranda de 1806, escogiendo para
ello incluso a un espía que había conocido en el Puerto de la
Cruz, el veneciano José Covachich. Éste había sido retenido en
esa localidad portuaria por un impago de deuda de la compañía
de Berbenisto a Francisco Vilches, por lo que se ordenó al
gobernador de armas, curiosamente el icodense José Medranda
Caraveo, padre de Casiano Medranda, su detención y la prohi-
bición expresa de no salir de ese puerto143.
La invasión mirandina puso sobre el tapete el poder eco-
nómico del comerciante portugués y mostró la debilidad de los
poderes establecidos para hacer frente a la situación. El Mar-
qués de Casa Irujo, que operaba en estrecha conexión con
Sarmiento, proporcionó al capitán general Guevara Vasconce-
los una exacta noticia de sus movimientos. Para hacer frente a
tales amenazas, la máxima autoridad militar, como él mismo
confesó:

necesitando despachar un buque a la parte de la isla de


Santo Domingo que tiranizaba el negro Desalines, don-
de debía completarse el cargamento para averiguar su
fuerza, designios y apoyos con que contaba en este país
y otras noticias, constándome la generosidad y ardiente
amor del capitán de milicias de Canarias don Francisco
Caballero Sarmiento le llamé y, proponiéndosele si po-
dría aprontarme un barco para que saliese inmediata-
mente a dicha isla, sin vacilar un instante me allanó en el

143 A.H.P.T. Protocolos notariales. Leg. 3.852.

80
momento una goleta muy velera que había en La Guaira
sin descargar, compró a este fin sin ninguna necesidad
su cargamento que, por ser de pertrechos navales, no era
fácil darle salida en la estación actual, lo descargó, enlas-
tró y alistó con tal esmero que a las 24 horas dio vela.
En la oscuridad que ofrecía la elección de sujeto de con-
fianza y reserva que pasase a este buque a practicar las
citadas observaciones me facilitó también bajo una
cuantiosa y voluntaria responsabilidad a un sujeto que
llevó este encargo a mi satisfacción y cuya actividad pro-
dujo muy notorias ventajas a la tranquilidad pública144.

Asimismo expuso que los gastos de toda esta expedición,


que cifraba en 6.000 pesos, corrieron a cargo de Sarmiento,
que, «estimulado de la indigencia del Real Erario, de su celo y
distinguido amor a Su Majestad, le hizo generosa donación de
ellos». Por Real Despacho, dado a 11 de octubre de 1807, se le
concedió el grado de teniente coronel de Milicias145. Lógica-
mente su solicitud iba dirigida a obtener privilegios para la
introducción de efectos, como consecuencia de tales donativos
y servicios. El espía que puso al mando de ese buque era el
referido Cobachich, que trabajaba a como empleado suyo y
estaba alojado en su propia casa. Cumplió a la perfección la
misión informativa que se le había encomendado. Por tales
servicios se le dio el título de comisario de Guerra de los Reales
Ejércitos146. Había aprendido la lección de su jefe y solicitó
«algún privilegio de introducción libre de géneros en la misma
Provincia de Venezuela, donde ha contraído tan relevantes

144 A.H.N. Estado. Leg. 5.551.


145 Ibídem.
146 GARCÍA CHUECOS, H.: Relatos y comentarios sobre temas de historia venezolana, Cara-

cas, 1967, pp. 244-247.

81
méritos y libre extracción de una determinada cantidad de gra-
nos». Hizo alusión a que había gastado una imaginaria cantidad
de dinero en la expedición, que cifró en 29.350 pesos, por lo
que se enfrentó con el portugués, poniendo por testigo al Mar-
qués de Casa Irujo. Mas, como éste último expuso, en una
carta dirigida al veneciano, «bien dice el refrán de que la codicia
rompe el saco. Usted a fuerza de ganar dinero, no sólo quiere
deshonrarse, sino que pretende deshonrarme»147. El mismo
Miranda tuvo constancia de la influencia de tales dádivas dadas
por Caballero. Al respecto, comentaba el 3 de julio de 1809 que

Un tal Sarmiento (portugués) al Indio obediente de Cu-


raçao, digno agente de asesinos y envenenadores y otros
de esta laya habían dado muchas recompensas en dinero
y honores por los servicios de espionaje que habían
practicado cuando yo estuve por la costa, y ellos tem-
blaban de miedo; que el genovés Bachichi, que estuvo
en Jacquemel, y un... [sic] habían también recibido estas
infames recompensas148.

El fracaso de la invasión demostró que las clases dominan-


tes venezolanas no habían optado todavía por la causa inde-
pendentista por el recelo que tenían a Miranda y su política
liberal, y porque pensaban que el poder español, pese a su debi-
lidad, podía seguir garantizándoles una cierta estabilidad social
en una sociedad angustiada porque los pardos repitiesen algo
parecido a lo que los esclavos hicieron en la revolución haitia-
na. De ahí que no fuera casual su apoyo masivo en forma de
donativos para impedirla. En las listas publicadas durante los

147 A.H.N. Estado. Legs. 5.544 y 5.545.


148 Archivo del General Miranda, tomo XXII, pp. 382-383.

82
meses de abril y mayo de 1809 aparece Sarmiento con 500
pesos. Significativamente el mayor correspondía a Fernando
Key y Muñoz y la Casa de Muñoz y Orea con 1.000.

La vivencia canaria de la Emancipación


Con el inicio de la Emancipación venezolana las relaciones
de Francisco de Miranda con la numerosa comunidad isleña de
Venezuela, con la que estaba unido por vínculos de consangui-
nidad, vuelven a plantearse y con ella su origen social y étnico
en su convivencia con la elite mantuana que había promovido
la ruptura con España. Ya vimos cómo la vivió en su propia
familia con los casos de Gonzalo y Telesforo de Orea, Fernan-
do Key, Casiano Medranda o Luis López Méndez, parientes
políticos de sus hermanas sobre los que tuvo que decidir inclu-
so en aspectos delicados. Era despreciado por esa clase dirigen-
te y esa disidencia se expresaba en su propia familia, como
hemos visto. Había tenido un ejemplo notorio apenas cuatro
años antes, en 1806, señalado con anterioridad, cuando intentó
la invasión del país y contó con la animadversión de ese mismo
grupo social que ahora había protagonizado el levantamiento
en circunstancias políticas bien diferentes y que había recauda-
do gruesas sumas de dinero por su cabeza en colecta pública.
Controvertidos y polémicos debates se han originado sobre
el carácter de la independencia venezolana, los sectores socio-
políticos en lucha y sus reales motivaciones. Como en todos
estos procesos, indudablemente no existen causas unívocas. La
complejidad de su trama histórica es un hecho indiscutible. En
estas cortas páginas trataremos sólo reflexionar sobre cuál fue el
papel de la comunidad isleña en su evolución. Los canarios
apoyaron en un principio los cambios políticos promovidos
por la elite mantuana caraqueña. Todos los sectores sociales de

83
origen canario coincidían con la oligarquía criolla en su oposi-
ción al monopolio comercial español y a los privilegios conce-
didos por Godoy a algunos comerciantes norteamericanos, que
habían llegado a controlar gracias a exenciones aduaneras más
del 50% del comercio exterior de la provincia.
La fuerte conmoción que supuso para Venezuela la inva-
sión napoleónica de España les llevó a tomar el poder político
para evitar que el poder se les fuera de las manos. El miedo a
una rebelión similar a la haitiana les pesaba como una losa. El
conglomerado étnico y social del país distaba mucho de ser
homogéneo. Las noticias que venían de la Península eran cada
vez más pesimistas sobre la marcha de los acontecimientos. De
esta forma éstos se precipitaron y desembocaron en la procla-
mación de la Junta Suprema de Caracas el 19 de abril de 1810 y
la destitución del comandante general Emparán.
Sólo cuatro años antes, la oligarquía caraqueña se había
opuesto con vehemencia a la invasión de Miranda. En tan poco
tiempo la situación había cambiado radicalmente. Las clases do-
minantes tenían recelos de los funcionarios españoles y de la polí-
tica de la Monarquía. Eran manifiestamente opuestas a las trabas a
la generalización del comercio libre y criticaban severamente la
política gubernamental en la concesión de privilegios comerciales
desproporcionados a la casa comercial norteamericana Craig-
Caballero Sarmiento. Pero esa conciencia de identidad de inter-
eses diferenciada y esa exigencia de libertad de comercio no les
hubiera impulsado por sí solas a afrontar en esos momentos la
ruptura sin el impacto de la destrucción del imperio español
con la ocupación de la Península.
El miedo a la insurrección, a la descomposición del orden so-
cial fue sin duda uno de los factores que animó a la oligarquía
caraqueña a tomar el poder político. Un representante de ella,
vinculado familiarmente con Miranda, el portuense Telesforo de

84
Orea, que fue comisionado por la Junta para solicitar la ayuda de
los Estados Unidos al nuevo Gobierno, refería que la rebelión la
habían comenzado los blancos, recelosos por las consecuencias
de una similar a la haitiana. El miedo a los pardos y a los blancos
de orilla, el factor desestabilizador de la sociedad venezolana, que
odiaban de forma visceral la hegemonía y prepotencia de las
clases dominantes, les llevó a la toma del poder. Orea señaló que

desearía que vinieran cinco o seis mil hombres de cual-


quier nación que fuesen, aunque fuesen franceses, a su-
jetar los mulatos y salvar sus vidas y propiedades, pues
preveen funestísimas consecuencias si los negros piden
su libertad y se unen a ellos.

El pesimismo sobre lo que ocurre en la Península es patente:

Desengáñese, la Península a la hora de ésta está someti-


da a Bonaparte y España no puede resistir su contienda
con Francia por falta de medios y recursos para seguir la
guerra, pues necesitaría a lo menos 200 millones de du-
ros anuales, y éstos no pueden suplirlos las colonias149.

Desde esa perspectiva criollos y canarios coincidían en su


rechazo al poder monopolista tal y como había sido ejercido
por España y la burocracia godoísta. Eran partidarios del libre
comercio. Pero les separaban los diferentes intereses sociales.
La oligarquía mantuana tenía puntos de vista sobre el poder
político y la propiedad de la tierra contrapuestos frente a los
blancos de orilla y los pardos. Esa divergencia sociopolítica exis-
tía en igual medida en la comunidad isleña. La disparidad de

149 A.H.N. Estado. Legs. 5.636 y 5.637.

85
puntos de vista y percepción de la realidad entre los de extrac-
ción social baja y los que integraban la oligarquía criolla era tan
irresoluble como la que separaba a los nativos del país. La pro-
pia evolución de los acontecimientos la iba a demostrar con
claridad.
Ya desde los primeros movimientos desarrollados por la oli-
garquía criolla exigiendo la convocatoria de una Junta se puede
apreciar la presencia e involucración de los isleños. En la llamada
conjuración de Matos, en julio de 1808, este hacendado margari-
teño establecido en Caracas declara: «Amigo ha llegado ya el
tiempo de que los Americanos gocemos de nuestra libertad; en la
presente ocasión es necesario que salgamos de todos los españo-
les y quedarnos sólo los criollos y los isleños porque éstos son
buenos»150. La hostilidad hacia los privilegios godoístas y las
autoridades españolas reconocidos por la Junta Central de
Sevilla era bien patente. Esa diferenciación entre españoles e
isleños demuestra sus intereses diferenciados frente a los co-
merciantes españoles. Eran partidarios de la profundización en
el libre comercio, contrarios a las trabas de su monopolización
por los españoles. La política de la Junta Central y de la Regen-
cia, dominada por los intereses mercantiles gaditanos y opuesta
a todo lo que significase apertura comercial contribuía una vez
más a exacerbar los ánimos.
Varios meses después, en noviembre, acontece la llamada
conjuración para la constitución de una Junta Gubernativa,
también conocida por el nombre de la Conspiración de los
Mantuanos. Cuarenta y cinco firmas de significados mantuanos
respaldaban la petición. Entre ellos tres isleños, Fernando Key
y Muñoz, tan vinculado al entorno familiar mirandino, y los

150 LECUNA, V.: «La Conjuración de Matos», en Boletín de la Academia Nacional de La

Historia, Nº 56, Caracas, 1931, p. 389.

86
hermanos Pedro y Juan Eduardo. En el expediente que se
abrió contra la misma aparecen las declaraciones de varios
comerciantes canarios: Francisco Báez de Orta, Salvador Gon-
zález, Fernando Key Muñoz, Antonio Soublette y Antonio
Díaz Flores151.
Los desacuerdos con la política de la Regencia fueron cre-
ciendo al tiempo que las noticias sobre la evolución de los
acontecimientos en la Península eran cada día más intranquiliza-
dores. Los acontecimientos se precipitaron y sobrevino la depo-
sición del capitán general y la proclamación de la Junta Suprema
Conservadora de los Derechos de Fernando VII, de la que for-
mó parte como ministro de Hacienda Fernando Key Muñoz.
Los canarios apoyaron la ruptura con la Regencia y se su-
maron al proceso impulsado por la oligarquía caraqueña. Álva-
rez Rixo señalaba al respecto que,

cuando los caraqueños en 19 de abril del año 1810


constituyeron su Junta Gubernativa conservadora (de-
cían) de los derechos del señor Rey Don Fernando
VII, los muchos isleños canarios que había domicilia-
dos fueron en un principio considerados por los crio-
llos como otros tales, puesto que nacieron en las Islas
Canarias, provincia separada de la Península. Y los
mismos isleños, hombres sencillos y faltos de instruc-
ción, los más de los cuales sólo habían ido a Caracas
para agenciar algo con que poder regresar a su patria,
no recelaron superchería en los primeros procedimien-
tos del nuevo gobierno. Pero luego que, reunido el
Congreso de las Provincias o ciudades de Venezuela en
2 de marzo de 1811, vieron que los criollos patriotas,

151 Conjuración en Caracas para la formación de una Junta Gubernativa, Caracas, 1949.

87
además de sus proclamas y declaraciones equívocas
llamaron para ser directores de sus manejos y reformas
a algunos tránsfugas o reos de infidencia, quienes se
hallaban guarnecidos en las islas Antillas extranjeras,
conocieron claramente es tramoya estudiada para se-
pararse del todo de España, erigiéndose Venezuela en
país independiente, proyecto que los leales canarios
reprobaban152.

A pesar de su simplismo, esta interpretación tiene algo de


fundamento. Los canarios para los americanos eran criollos,
pertenecían a «una provincia separada de la Península por
los mares». Sus intereses, en principio, no tenían nada que
ver con la lealtad a la Corona, ni con los intereses monopo-
listas del Estado español en materia comercial. Es más, en su
propia tierra, sus clases dominantes defendían la libertad de
comercio. Lo que realmente iba a oponer a los canarios de
clase baja era su contraposición de intereses con la oligarquía
caraqueña.
Debemos de tener en cuenta que el proyecto político de la
oligarquía mantuana consistía en la formación de un gobierno
federal, unas elecciones restringidas a los propietarios y la con-
vocatoria de un Congreso en Caracas al que acudieron las siete
provincias unidas que aceptaron la creación de la Junta Supre-
ma: Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y
Trujillo. Este Congreso procedió a la declaración de la indepen-
dencia el 5 de julio de 1811.
La unanimidad de partida no existía, pues las oligarquías de
locales de Guayana, Coro y Maracaibo no aceptaron la junta y

152 ÁLVAREZ RIXO, J. A.: Anécdotas referentes a la sublevación de las Américas en cuyos

sucesos sufrieron y figuraron muchos canarios, Manuscrito, A.H.A.R.

88
se mantuvieron fieles a la Regencia. Tal era la hostilidad que se
evidencia en ellas frente el poder omnímodo de los mantuanos.
Pero no era sólo un rechazo de parte del territorio de la Capi-
tanía General de Caracas. La política de la Primera República
respondía a los intereses de los sectores oligárquicos: consoli-
dación de la gran propiedad agropecuaria, supresión de la
trata y continuidad de la esclavitud, libertad de comercio,
sufragio censitario, estímulo de la colonización. Las Orde-
nanzas de los Llanos de 1811 mostraron abiertamente su
interés en hacerse con los pastos ganaderos y restringir el
libre acceso a los mismos por parte de los llaneros. La desa-
fección de los isleños de orilla, además de por componentes
emocionales y religiosos, vendría fundamentalmente por su
latente disgusto ante su prepotencia. En el campo y la ciudad
existía la misma enemistad que antaño, el mismo odio larvado
por el acaparamiento de tierras y la imposibilidad de acceder
a los cargos públicos.
En un principio, por tanto, los canarios se integraron den-
tro del proceso revolucionario. Baralt señala que

habían tomado parte activa en la revolución. Los más ri-


cos de entre ellos ofrecieron donativos al gobierno, lo
sirvieron con esmero y espontaneidad, solicitaron y ob-
tuvieron el título de acendrados patriotas y ocuparon
empleos distinguidos en el congreso, en los ministerios
en los tribunales y en las juntas153.

Se puede apreciar ese apoyo en la representación efectuada por


115 isleños avecindados en La Guaira. En ella se ofrecen a

153 BARALT, R. M. y DÍAZ, R.: Resumen de la historia de Venezuela, tomo I, Curaçao,

1887, p. 122.

89
sacrificar «nuestros intereses y nuestras vidas en la justísima
defensa de nuestra Santa Religión Católica y los derechos de
nuestro muy amado Soberano Rey el Sr. Fernando VII y de la
muy noble Patria de Venezuela». El propósito que les anima es
considerar justificada la instauración de la Junta como «el más
legítimo, equitativo y benéfico gobierno», que «nos defiende y
ampara en segura paz y tranquilidad, libres de la opresión y
violencia». Encabeza esta representación José Luis Cabrera y
aparece un amplio elenco de miembros de todas las categorías
mercantiles, excepto los que se pueden considerar como co-
merciantes propiamente dichos. Las excepciones serían Salva-
dor Eduardo, Esteban Molowny y Juan Andrés Salazar. Los
demás eran mercaderes, dependientes, capitanes de buque, mari-
neros, artesanos, pulperos, arrieros, etc.154
Pocos días después, el 27 de octubre, se imprime una repre-
sentación de canarios residentes en Caracas. Viene avalada por
134 firmas, aunque lamentablemente sólo aparecen los nom-
bres de los cuatro primeros. Evidentemente sus promotores
eran cuatro cualificados miembros de la oligarquía de proce-
dencia isleña: Fernando Key, Casiano de Medranda, Telesforo
de Orea y Salvador Eduardo. En el manifiesto dicen hablar en su
propio nombre y en «el de los demás naturales de Islas Canarias
que residen felizmente en la actual época en esta provincia».
Sostienen que las providencias del Gobierno son sabias, que su
establecimiento emana del Derecho Natural, producto del
«prudente juicio, oportunidad y madurez con que en las cir-
cunstancias más apuradas y peligrosas ha sabido establecer la
tranquilidad general del Pueblo». Invocan que les anima el
patriotismo y juran

154 Gaceta de Caracas, 2 de noviembre de 1810.

90
que ellos pertenecen absolutamente a la Patria que los
sostiene y a la Suprema Junta que digna y legítimamente
representa los Derechos del más desgraciado de los Sobe-
ranos [...] Éstos son los sentimientos generales de todos
los naturales de Islas Canarias, que en la regeneración po-
lítica de Venezuela tuvieron la fortuna de encontrarse en
esta capital.

Se consideran acendrados patriotas y están dispuestos a servir a la


Junta, «bien para disponer sus personas cuando la exija la seguri-
dad del País y de las provincias confederadas; o bien de sus pro-
piedades conforme convenga a las intenciones del Gobierno»155.
Pero, pocos días después de la proclamación de la Repúbli-
ca, acontece la llamada Insurrección de los isleños en la Sabana
de los Teques en las inmediaciones de Caracas. Era la confir-
mación de que las deserciones comenzaban a crecer entre los
isleños de las clases bajas, que la decepción y el desánimo cun-
día. Un realista furibundo como José Domingo Díaz refiere
que los promotores eran el mercader canario Juan Díaz Flores,
hermano del ya citado Antonio, que siempre se mantuvo fiel a
la causa republicana, y un caraqueño José María Sánchez. En su
opinión

la impaciencia o la ignorancia hicieron dar el grito mucho


tiempo antes del que estaba designado, y de un modo el
más necio torpe y brutal. A las tres de la tarde del 11 de
julio sesenta individuos naturales de las Islas Canarias se
reunieron en Los Teques montados en sus mulas, arma-
dos de trabucos, cubiertos sus pechos con hojas de lata y
gritando ¡Viva el Rey y mueran los traidores!

155 Gaceta de Caracas, 9 de noviembre de 1810.

91
Tremolaban una bandera en que estaban pintados la Virgen del
Rosario y Fernando VII. La rebelión fue pronto sofocada por
haber sido delatada por uno de sus organizadores. Sus cabeci-
llas detenidos y conducidos a las cárceles. Juzgados en tres días,
fueron fusilados 16 de ellos y colgados en la horca156. Francisco
Javier Yanes reconoce que sus «cadáveres fueron destrozados,
a usanza española, y puestos sus despojos en varios puntos de
la ciudad»157.
Uno de los promotores, pariente de Díaz Flores, Francisco
de Azpurúa, contradice a Díaz al señalar que los isleños no
fueron los directores sino sólo los ejecutores, que detrás estaba
el clero y un sector de la elite local. Entiende que la represión
se cebó sobre los cabecillas, y particularmente sobre Díaz Flo-
res, al que descuartizaron «para aterrar con las reliquias de su
cuerpo a todos los compatriotas de Canarias, de que se com-
ponía una gran parte del vecindario de Caracas»158.
Álvarez Rixo, por su parte, sostiene que

no tenían jefes inteligentes que pudiesen corresponder a


su leal intención, la cual descubierta y acometidos los isle-
ños por los numerosos revolucionarios fanáticos, estimu-
lados más bien por el aliciente de saquear los caudales que
habían agenciado los canarios con su industria y econo-
mía, que inteligenciados de lo que significaban las conve-
niencias civiles que sus corifeos proclamaban ganaron el

156 DÍAZ, J. D.: Recuerdos de la rebelión de Caracas, Caracas, 1961, p. 92.


157 YANES, F. J.: Relación documentada de los principales sucesos ocurridos en Venezuela desde
que se declaró Estado independiente hasta el año de 1821, tomo I, Caracas, 1943, p. 4.
158 AZPURÚA, R.: «Breves observaciones a los recuerdos que sobre la rebelión de

Caracas acaba de publicar en esta corte el señor José Domingo Díaz», en Materiales para
el estudio de la ideología realista de la Independencia, Anuario de Historia, Nº 4-5-6, tomo II,
Caracas, 1967-1969, pp. 1.107-1.108.

92
punto y cometieron horribles iniquidades con los isleños
que pillaron, cuyo relato horroriza. Su sangre no quedó
del todo sin vengar159.

El punto de vista contrario de Rafael Baralt y Ramón Díaz, este


último curiosamente sobrino de Juan Díaz Flores, sostiene que
fue una conspiración torpe por lo precipitada. Pero señalan
algunas precisiones de interés sobre los canarios. Aseveran que
la mayoría estaba bien hallada en el país con familia. Fueron al
principio muy adictos, pero se desengañaron «en los medios
que se emplearon para reparar el mal de los primeros derro-
ches, y temiendo por sus bienes, amenazados de onerosas de-
rramas, empezaron a desear el restablecimiento del gobierno
antiguo». Pero fracasaron porque «eran generalmente ignoran-
tes y debían quedar rezagados en la marcha nuevamente em-
prendida, supersticiosos». La ironía no deja de tener una peyo-
rativa carga social: «Estaban caballeros en mulas, armados de
trabucos y sables»160.
Baralt y Díaz estaban exponiendo los reales condicionantes
de la actitud de «estos rudos isleños»: tenían miedo a las onerosas
contribuciones del gobierno. Por su ignorancia, se les incitaba a
la rebelión y a la proclamación del antiguo orden. Pero ese es
un juicio que nos debe llevar al quid de la cuestión, la descon-
fianza de las clases bajas crecía hacia la política gubernamental,
potenciada, o no, por los clérigos o por los españoles. Esos
isleños se rebelaron de forma ingenua. Se les trató de reprimir
simbólicamente con la barbarie del descuartizamiento. La pro-
clama del Gobierno es contundente:

159 ÁLVAREZ RIXO, J. A., Anécdotas...


160 BARALT, R. M. y DÍAZ, R., op. cit., tomo 2, p. 86.

93
Hombres vendidos a déspotas tanto más despreciables
cuanto son la hez y la execración de las naciones, han
hecho en esta tarde un esfuerzo que para siempre va a
librarnos de su odiosa presencia y del espectáculo abo-
minable de su estupidez y envilecimiento161.

Pero eso no hizo sino propalar la llama del odio que se ex-
tendería como la pólvora. Álvarez Rixo lo sentenció con estas
trágicas palabras: «su sangre no quedó del todo sin vengar».
Los odios larvados estallan en la Primera República. Rencores
diversos, de todos los disconformes con el nuevo orden, inco-
nexos, sin ideas claras, que son no sólo de isleños de orilla, sino
también de pardos, de mulatos, de esclavos...
Pocos días después, el 12 de julio, una representación de 60
isleños vecinos de Caracas trató de desmarcarse de la acusación
general que se les hacía de desafectos a la independencia. Expre-
saron que se sentían consternados por la rebelión. Pensaban que
estos paisanos que delinquieron contra el gobierno lo hicieron
«seducidos y engañados por los descontentos, que les habrán
hecho creer que se trataba de despojarles de sus intereses».
Habían sido embaucados por los reales impulsores del movi-
miento que les anunciaban que sus bienes habían sido confis-
cados. Subrayaron que aún así,

no siendo esto motivo justo para que por una regla gene-
ral se comprenda a todo el paisanaje, tampoco debe serlo
para que bajo ese concepto nos veamos a cada instante in-
sultados del pueblo, como ya lo han hecho con algunos y
tememos justamente que lo ejecute con los demás.

161 BLANCO, J. F. y AZPURÚA, R.: Documentos para la historia de la vida pública del

Libertador de Colombia, Perú y Bolivia, 14 vols., Caracas, 1875-1877, p. 161.

94
Entendían que no habían maquinado jamás contra el Gobier-
no, pero algunos de ellos habían dejado sus casas e intereses
por temor a las vejaciones e injurias. Pedían al ejecutivo que
se les garantizase protección, pues estaban a favor de la Re-
pública y eran buenos ciudadanos. Prácticamente la totalidad
de los firmantes eran mercaderes y pequeños propietarios.
Excepto el santacrucero Esteban Molowny, que era comerciante,
todos los demás han adquirido una cierta estabilidad económica
partiendo de un origen humilde o de modestos niveles económi-
cos en las Islas. Entre ellos, Gonzalo Lima Quintero, el herreño
que se estableció en Chacao, padre del doctor Ángel Quintero,
diputado por Caracas en las constituyentes de 1830 y del médico
Tomás Quintero, ni tan siquiera sabía firmar. Es bien significati-
vo que este manifiesto fuera sólo refrendado por este sector
social, sin que apareciera una sola firma de los de más alta esfera.
El objetivo era notorio, desligarse de «la masa ignorante»162.
El Gobierno decretó un día después que tenía reiteradas
pruebas de su «afectuosa sinceridad», pero que debía castigar a
los delincuentes, sea cual sea el país en el que hubieran nacido.
Les expresó que había tomado providencias para que «vivan
seguros de la situación que merece su conducta» y que si así lo
hacen pueden tranquilizarse y continuar sus honestas ocupa-
ciones bajo la especial protección del Gobierno, que castigará
con la mayor severidad a quienes los insulten o ultrajen163.
Es significativo que, mientras que los canarios de origen inferior
apoyarían a partir de entonces la contrarrevolución, los integrados
en la oligarquía mantuana optaron por la independencia. Las ex-
cepciones fueron siempre posteriores a ella, en las que no están
ajenos los afanes de ascenso y el resentimiento, como acaeció en

162 Gaceta de Caracas, 16 de julio de 1811.


163 Ibídem.

95
dos independentistas contumaces como Vicente y Antonio Gó-
mez. El segundo había emigrado a Venezuela en 1801 con sus
padres y hermanos, acabando los estudios de Medicina en 1807.
Era hijo de uno de los más cualificados representantes de la Ilus-
tración canaria, José Antonio Gómez, y se significó en Venezuela
por sus convicciones liberales. Fue miembro de la Junta Central
de la Vacuna y realizó un estudio sociológico-médico sobre las
calenturas de los Valles de Aragua en mayo de 1808. Apoyó en un
principio la independencia, viéndose envuelto en la conspiración
de Maracay. En esa etapa publicó su «Ensayo político contra las
reflexiones de Burke», en el que desde una perspectiva republica-
na y roussoniana, dejaba entrever el punto de vista de la oligarquía
criolla en materia religiosa, tendente a la consolidación de un
Estado social y étnicamente heterogéneo con el catolicismo como
religión de Estado. En esa época de identificación republicana, su
hermano Vicente fue diputado republicano. Pero, resentido, pre-
sumiblemente porque no le dieron el cargo de representante de
Venezuela en Londres, fue acusado de ser incitador de la revuelta
de Los Teques y se exilió. A su regreso fue secretario de Monte-
verde, considerándose que fue uno de los mayores culpables de la
represión por él desarrollada. Finalizó su vida bajo la protección
del gobernador inglés en la isla de Trinidad. Hijo del ilustrado
granadino José Antonio Gómez y de una grancanaria, emigró con
sus padres y hermanos en 1801. Su padre había sido contador y
notario en Canarias, donde ocupó cargos públicos y escribió
varias obras de corte reformista. En Caracas fue administrador
del Hospital de San Pablo. Antonio, tras estudiar en el Seminario
Conciliar de Las Palmas, el núcleo por excelencia del catolicismo
ilustrado, acabó sus estudios médicos en Caracas en 1807164.

164 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M.: «Entre dos generaciones: de la obra ilustrada

de José Antonio Gómez en Canarias a la realista de su hijo Antonio en la Venezuela de

96
Vinculaciones familiares llevaron a Fernando Monteverde
Molina a apoyar a su primo Domingo en la contrarrevolución,
pero siguió más tarde vinculado a la clase dirigente que protagoni-
zó la emancipación. Curiosamente, su hermano José, que residió
por espacio de tres años en Venezuela, ejemplifica palpablemente
las relaciones entre los ilustrados isleños y los venezolanos.
Fernando residía en ese país desde 1790, donde enlazó con una
hija de isleños, Elena Benítez de Lugo. Hacendado, fue miem-
bro de la Junta de secuestros de su primo Domingo Montever-
de. Su hija Elena casó en 1824 con Andrés de Navarte y Pi-
mentel, presidente de la República. José fue comerciante en
Santa Cruz de Tenerife, miembro de la Real Sociedad Econó-
mica de Amigos del País de La Laguna, autor de textos sobre la
mejora de los vinos canarios y de una célebre relación sobre la
defensa de la plaza en la que desarrollaba su actividad durante
la frustrada invasión de Nelson de 1797. En calidad de protec-
tor de las escuelas de esa Real Sociedad envió, el 1 de enero de
1794, un memorial al Ayuntamiento de Caracas, en el cual
informaba haber recibido del Rey una importante colección de
libros para la enseñanza de las primeras letras. Al sentir particu-
lar inclinación por esa ciudad por las «muy lisonjeras satisfaccio-
nes» que recibió en ella durante su estancia, le mandó un ejem-
plar de cada obra, con doce silabarios o cartillas a imitación de las
reales escuelas de San Isidro de Madrid y San Ildefonso del Es-
corial. Ese material fue primordial por su utilidad pedagógica
para la escuela pública caraqueña dirigida por Simón Rodrí-
guez165. Debemos de tener en cuenta que eran primos de uno de
los ilustrados canarios de mayor proyección exterior, Estanislao
de Lugo y Molina, director del centro ilustrado español por

la Independencia», en IX CHCA, tomo II, Las Palmas, 1990, pp. 961-982.


165 RUIZ, G. A.: Simón Rodríguez, maestro de primeras letras, Caracas, 1990.

97
antonomasia, los Reales Estudios de San Isidro, marido de la
célebre Condesa de Montijo y futuro consejero de Estado de
Bonaparte.
Disputas mercantiles fueron los móviles de Gonzalo de
Orea, con estrechas relaciones mercantiles con Cádiz y casado
allí. Sin embargo, su hermano Telesforo siguió, como hemos
señalado, fiel a la República y murió como su representante en
los Estados Unidos. Pero luego, como hemos visto en Monte-
verde, se integrarían con facilidad en el universo de la oligar-
quía republicana. Les unía el espíritu de casta y se identificaban
con los mismos intereses.
El comerciante lagunero Pedro Eduardo especificaba con
clarividencia por qué apoyó la independencia en una carta a un
paisano, residente en Las Palmas:

Yo era feliz en 1810, tenía mucho que perder y nada que


ganar, pero reventó la revolución como un efecto del
desmoronamiento del Imperio Español bajo la corrupción
y la invasión de Bonaparte y por instigación de los ingle-
ses a quienes todo por acá se sujetaba desde aquel tiem-
po y en el caso de elegir era pensador y no máquina co-
mo casi todos nuestros desgraciados compatriotas que
se hallaban aquí y elegí sin titubear el partido que dicta-
ban la razón y la política; mejor y más seguro era ir sin
volver la cabeza atrás [...] Además no me creí ni creo es-
pañol, como isleño me considero colono como los ame-
ricanos, y en cuanto a mis mayores me considero inglés,
si hubiera sido español no estaría aquí166.

166 Biblioteca Municipal de La Orotava. Carta a Felipe Massieu. Caracas, 18 de enero

de 1839.

98
Cuando estalló la rebelión de los isleños, en 1811, el ayun-
tamiento de Caracas y el tribunal de policía caraqueño estaba
copado por canarios partidarios de la independencia: Casiano
Medranda, Pedro Eduardo, José Melo Navarrete, Onofre Vasa-
llo y Matías Sopranis, como regidores, y Domingo Ascanio,
que sería secretario de Bolívar, como corregidor167. El hijo de
Antonio Díaz Flores, Pablo Pérez Díaz y hermano del histo-
riador Ramón Díaz, futuro ministro de la República, ocupó
también el cargo de regidor. Alguno fue acusado por conspira-
ción como Fernando Key Muñoz, pero en el proceso se de-
mostró su inocencia168. Casiano Medranda, sobrino del cuñado
de Miranda Marcos de Orea, que murió en el campo de batalla
como capitán del ejército venezolano, fue miembro de la So-
ciedad Patriótica y escribió una memoria panegírica de la inde-
pendencia y de la labor de esa sociedad republicana en su órga-
no de expresión, el Patriota de Venezuela169. Había representado
a la República en la visita que efectuó a las Bermudas para que
el almirantazgo inglés apoyara las reivindicaciones caraqueñas.
Será precisamente un isleño, el mercader santacrucero Ro-
dulfo Vasallo, el que, como diputado director de obras públicas
de Caracas, por representación del Poder Ejecutivo, acabara
con uno de los símbolos más afrentosos contra los canarios
que promovieron la rebelión contra la Guipuzcoana, la lápida
que se erigió en la demolida casa del herreño Juan Francisco de
León en el barrio «isleño» de La Candelaria. En su exhorto expli-
ca que solicitó al Gobierno y obtuvo su consentimiento para

demoler con toda solemnidad el poste de ignominia que


a mediados del siglo próximo pasado hizo levantar el

167 Véase Actas del Cabildo de Caracas, tomos 1º y 2º, Caracas, 1971.
168 Gaceta de Caracas, 26 de febrero de 1811.
169 Reproducido en Testimonios de la época emancipadora, Caracas, 1956, pp. 362-363.

99
sistema de opresión y tiranía en un solar que está frente
al templo de Nuestra Señora de Candelaria, y en donde
tenía su casa habitación el magnánimo Juan Francisco de
León para manchar inicuamente la memoria de éste co-
mo caudillo de los valerosos varones que en aquel enton-
ces pretendieron sacudir el duro yugo mercantil con que la
avaricia y despotismo de los Reyes de España estancaron
el comercio de estas Provincias por medio de la Compa-
ñía Guipuzcoana, cuyos privilegios exclusivos hicieron
gemir a los venezolanos por más de cuarenta años170.

En el Congreso posterior a la independencia Vicente Gó-


mez representaba a San Carlos y José Luis Cabrera en el Cons-
tituyente a Guanarito. El médico grancanario, del que hablare-
mos más adelante, fue uno de los más fieles exponentes de la
ideología liberal en el Parlamento. Fue precisamente él quien
inició el debate que concluyó días después con la declaración
de Independencia. Señaló que

en cuanto a Fernando VII no debe imputarnos a noso-


tros esta resolución, la Regencia que lo representa es
quien nos ha conducido a ella, bloqueándonos, atacán-
donos, amotinándonos y haciéndonos cuanta guerra está
a su alcance. Cuando ella respetaba nuestro talismán, justo
era que respetásemos el suyo; pero declarados insurgen-
tes, tenemos que ser independientes para borrar esa no-
ta. Ahora tendremos existencia propia, aunque no de
grande estatura, y cesarán las maquinaciones y otros ma-
les fomentados por la ambigüedad, aprovechemos, pues,
la ocasión que se nos presenta, antes que no podamos

170 Gaceta de Caracas, 20 de septiembre de 1811.

100
volver a conseguirla, y nos expongamos a la execración
de nuestra posteridad; se acabó el tiempo de los cálculos
y entró el de la actividad y energía; seamos, pues, inde-
pendientes, pues queremos y debemos serlo.

Defendió en el parlamento la profundización en la revolución


liberal, tratando de eliminar los privilegios nobiliarios. Repro-
chó el uso del título de Castilla «al señor Ascanio (proponien-
do) que se aboliesen en los oficios estos títulos en Venezuela,
independiente de Castilla, y todos los que no fuesen propios de
un gobierno democrático»171.
A la par que se acrecientan las protestas contra el Gobierno
republicano, acontece la insurrección de Valencia, en la que,
junto a los pardos, intervienen isleños. Al mismo tiempo se
sucede una riada de donativos de canarios a la República. El
comerciante Juan Andrés Salazar, al que luego se le expropia-
rá su almacén en La Guaira por la II República, da 300 pesos
y 200 pares de zapatos; el mercader José Toribio Espinosa
400 pesos y «reproduce la oferta que ha hecho antes de todos
sus bienes», petición que reitera más tarde al consignar 400
pesos en plata para el mantenimiento de la tropa de reserva. En
la Victoria de 30 donativos que se realizan «la mitad poco más
o menos de estos individuos son naturales de las Islas Cana-
rias». El corregidor, el granadillero Juan de la Cruz Mena, espe-
cifica que «todos han contribuido graciosamente con donativos
voluntarios para el servicio del Estado en esta y otra ocasión,
sin haber manifestado el menor disgusto con nuestro actual
gobierno»172.

171 Libro de actas del Supremo Congreso de Venezuela, tomo I, Caracas, 1959, p. 185, tomo

II, p. 161.
172 Gaceta de Caracas, 26 de julio de 1811.

101
En la Gaceta del 9 de agosto una representación del comer-
cio de Venezuela para el desarrollo de compañías de agricultura
es firmada por Pedro Eduardo, José Gabriel García, Salvador
González, Antonio Díaz Flores y Fernando Key. En la del día
17, de 20 donativos del pueblo de Cagua, 11 son de isleños,
sufragados bien en casabe o en moneda. No se sabe si tales
cesiones eran realmente voluntarias o producto del miedo. En
la Gaceta del 20 de septiembre, tres nuevos isleños se suman:
un vecino de Tucuta, José Sánchez, labrador, con más de 30
años de residencia en Caracas dona al Estado 100 pesos en
metálico; el mercader y orfebre Marcial Bermudez, 14; Blas Be-
tancourt, teniente de la cuarta compañía de urbanos de Cocorote
ratifica la oferta de una casa en aquel pueblo y diez pesos men-
suales por el tiempo de dos años para el ejército. El 1 de no-
viembre cinco isleños de Guatire dan también cortos donativos.
Posiblemente otros muchos más, pero en los de muchos pue-
blos no se expresa su procedencia.
En la Gaceta de 15 de octubre de 1811, en nombre del pue-
blo de San Carlos, de arraigada presencia isleña, José Leal Gon-
zález, canario y teniente justicia mayor de la localidad, el vasco
Domingo de Olavarría y el también isleño Vicente Gómez, ad-
ministrador de la renta de tabaco y poco tiempo después diputa-
do en el Congreso, firman un manifiesto en que expresan la
conducta patriótica de San Carlos, dando además cada uno, junto
con otros ciudadanos de esa villa, 100 pesos. Lo esperpéntico de
este hecho es que pocos meses después será esta villa uno de los
bastiones de Monteverde en su rápida carrera hacia la conquista
de Caracas y los firmantes se integrarán en sus filas.
Con 60 años de edad Francisco de Miranda retornó a su pa-
tria el 10 de diciembre de 1810. Pocos meses antes una delega-
ción había sido enviada a Inglaterra para estrechar lazos con el
Gobierno británico y establecer acuerdos comerciales, formada

102
por Simón Bolívar, Andrés Bello y su cuñado Luis López Mén-
dez. Miranda colaboró estrechamente con ella para facilitar sus
conexiones y solicitó el permiso a la Junta Suprema venezolana
para regresar y participar activamente en tales acontecimientos.
No le será fácil obtener su autorización, a pesar del informe
favorable de su delegación, firmado por su pariente político, así
como de una carta de Bello a Roscio en el mismo sentido. Para
el gobierno británico autorizarle la salida podía interpretarse
como un apoyo a los insurrectos en un momento en que Ingla-
terra era aliada de España tras la invasión napoleónica. Pese a
la presión del embajador español, permitirá finalmente su em-
barque en una nave inglesa en dirección a Curaçao. No había
recibido, sin embargo, respuesta de las nuevas autoridades
caraqueñas. Al atracar siguió solicitando permiso. Tal era el mie-
do mezclado con el odio que entre los mantuanos revestía un
revolucionario como Miranda, al que cuatro años antes unáni-
memente habían pedido su cabeza y recaudado donativos para
facilitar su ejecución. Seguía siendo el hijo del mercader isleño
que años antes les había afrentado al pretender estar por encima
de ellos como capitán de milicias. Uno de los copresidentes de la
Junta, el hacendado José Llamozas, había sido precisamente
miembro del Cabildo caraqueño en el momento de la invasión
mirandina. Lo mismo cabe decir de Valentín Rivas y Nicolás
Anzola e Hilario Mora. Rivas, Anzola y José Luis Escalona fue-
ron comisionados ante el capitán general Casas por el Cabido
para suplicarle la cantidad en que debía tasarse la cabeza del trai-
dor Miranda, suma, afirma en su acuerdo, que debía darse «en
remuneración y premio de la persona o personas, bien sea de
nuestra nación o de otra, que realicen la aprehensión del traidor
Miranda vivo o muerto y se verifique la referida asignación»173.

173 MUÑOZ, G. E., op. cit., tomo I, p. 135.

103
La solicitud de Miranda causó tales discusiones en la Junta que
el canónigo Cortés de Madariaga amenazaba con irse del país si
el Precursor era autorizado a entrar. Mas, ante la gran manifes-
tación popular que lo recibió en La Guaira, este organismo
decide finalmente concederle la aquiescencia174.

La solicitud de Miranda
Entre los miembros de la Junta se encontraba precisamente
un hijo de canarios, vinculado familiarmente a los Rivas y a
Monteverde, amén de los tres hermanos Rivas (Valentín, regi-
dor del ayuntamiento caraqueño y padre del secretario de Bolí-
var Francisco Rivas Galindo, José Félix y el presbítero Francis-
co José). Se trata nada menos que su ministro de Gracia y
Justicia Nicolás Anzola. Su padre, de idéntico nombre y apellido,
natural de Icod de los Vinos, había sido teniente Justicia Mayor
de Chaguaramas, donde se hallaba el extenso hato de Belén de
Blas Paz Castillo, un hacendado de Granadilla, que fue alcalde y
regidor caraqueño, cuyo hijo fue también un destacado dirigente
de la Primera República. Rivas y él lo designaron como tal por su
parentesco con el regidor caraqueño, originario de El Sauzal
(Tenerife) y primo hermano de Monteverde y suyo, Marcos Ri-
vas175. Se da la paradoja que Domingo Monteverde y Rivas, los
Rivas Herrera, tíos del Libertador José Félix Ribas, y Nicolás
Anzola eran descendientes del capitán general de Venezuela, el
icodense Marcos Betancourt y Castro. Parientes de las hermanas
de Miranda e hijos de isleños fueron también otros miembros de
la Junta: Hilario Mora y Luis López Méndez.

174 BOHÓRQUEZ MORÁN, C.: Francisco de Miranda. Precursor de las independencias de la

América Latina, 3º ed. en español, Caracas, 2006, pp. 306-309.


175 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M., 1998, op. cit.

104
Unas estrechas relaciones que explican no pocos de sus
comportamientos y relaciones en estos momentos trascenden-
tales de la historia venezolana, como tendremos ocasión de ver.
En la primera de ellas, fechada en Caracas el 17 de julio de
1775, Marcos de Orea nos muestra su abolengo nobiliario, con
una carga genuinamente racista, algo por lo demás común en
los Orea, como veremos. Se muestra portavoz de un grupo
social oligárquico despreciativo con las etnias consideradas
como inferiores; hablar de «la canalla moruna» en las batallas
libradas en Melilla por Francisco de Miranda y de desear que
prosperase su carrera militar, censura la conducta del goberna-
dor Agüero por haber arrestado a Marcos Rivas por haberse
negado a dar satisfacción a un mulato:

Esto cada vez peor, y si Dios no nos muda a este gober-


nador, nos comeremos los dedos. En este navío remite a
don Marcos de Rivas bajo partida de registro por haber
preso a un mulato, oficial en la cárcel, y no querer darle
satisfacción, con que veremos las resultas y de esto fuera
empezar y no acabar.

En esta carta nos demuestra una vez la solidaridad interna en-


tre los isleños y el proceso de ennoblecimiento y diferenciación
social y racial que se da entre los que aspiran a distinguirse entre
la generalidad en la sociedad venezolana. Marcos de Rivas Be-
thencourt es un testimonio fehaciente de ese proceso. Su padre
Roberto de Rivas, nacido en Garachico el 5 de febrero de 1676,
fue marino y se dedicó al comercio entre Canarias y las Indias,
llegando a ser capitán de corso en las Antillas. Contrajo matri-
monio en su pueblo natal en 1720 con Francisca Lutgarda de
Bethencourt, hija del ya referido Marcos de Betancourt y Castro.
En 1718 obtuvo certificación de su nobleza y blasones y en 1728

105
fundó mayorazgo de sus bienes en su hacienda de El Sauzal. Su
hijo, por su parte, llegó a ser regidor del Cabildo caraqueño y a
constituir una considerable fortuna. Dedicado a la trata, en 1776,
llegó a introducir en Venezuela 500 esclavos. Su familia, entre
1744 y 1746, llegó a contar con dos haciendas de cacao de 840
hectáreas176. Junto con su hermano Francisco Valentín Rivas fue
cargador en el tráfico canario-venezolano en sus inicios hasta que
los dos decidieron establecerse en el país del Orinoco. Francisco
sólo tuvo un hijo de su matrimonio con María Jacinta Garabán,
el abogado Roberto Rivas. Marcos tuvo 12 hijos con la mantuana
Petronila Herrera y Mariñas. Mercader en sus orígenes, adquirió
varias haciendas en Chacao y Maycara. Ejecutó entre su prole
una calculada política de casamientos y de dedicación al conven-
to y el sacerdocio, para lo que les deja patrimonios para ordenar-
se y para ingresar en el convento. Sus hijos ocuparon un papel
esencial en la Emancipación177. Entre su numerosa descendencia
destacaron Juan Nepomuceno, que fue alcalde de Caracas y el
general y prócer de la Independencia José Félix, significativamen-
te, Marcos era hermano de la madre de Domingo Monteverde y
Rivas178 y tres de sus hijos se casaron con las hermanas de
Concepción Palacios, madre de Simón Bolívar179.

176 BRITO FIGUEROA, F.: La estructura económica de Venezuela colonial, Caracas, 1981,

pp. 123 y 161.


177 Al casarse disponía de 40.000 pesos. Obtuvo permiso para introducir 500 esclavos.

Era dueño de una hacienda en Chacao y otra en Macayra con 19.000 árboles. Hizo prome-
sa de dar el 1,5% de sus ganancias al cuadro de la Candelaria de Santo Domingo de La
Orotava y el 1% a las ánimas del purgatorio de Tenerife, distribuyendo por diversos
conventos ese porcentaje. Entre ellos, en el convento de San Francisco de Santa Cruz, «en
la capilla de la Candelaria, que es del mayorazgo de su casa, donde están enterrados sus
padres». Registro Principal de Caracas. Escribanías. Aramburu, 4 de febrero de 1793.
178 Sobre la genealogía de los Rivas, véase ITURRIZA GUILLÉN, C., 1967, op. cit.,

tomo II, pp. 765-775.


179 Véase al respecto GRISANTI, A.: Los Rivas Herrera, tíos de Bolívar y primos de Monte-

verde, Caracas, 1961.

106
Las cartas de Roscio son documentos de gran interés para
entender la desconfianza con que fue visto por la elite a su
arribada a Caracas. Ese abogado había contribuido como ella a
financiar su rechazo en la invasión de 1806. Los prejuicios
sociales siguen estando presentes en la visión que tienen de él y
de su grupo social. Ése fue el caso del desprecio que ésta tenía
hacia los mercaderes o sus hijos, los blancos de orilla, el mismo
miedo que latía hacia los pardos, que eran vistos como contra-
rios al orden social hegemónico que querían seguir desempe-
ñando. Después de instalado el Poder Ejecutivo y del arresto
de varios pardos en junta privada en la que trataron sobre «ma-
terias de gobierno y de la igualdad ilimitadas», se les acusó de
poseer una proclama incendiaria que se le atribuyó al Precursor.
En su carta a Bello de 9 de junio de 1811 señaló que, después
de ese suceso, éste «se retiró a Catia, en la casa de Padrón,
donde ya antes había vivido algunos días y recibido un banquete
político del mismo propietario de la casa, que parece tenía con él
alguna relación de parentesco». Ese Padrón era el mercader cana-
rio Antonio Padrón Gutiérrez, que había firmado el 12 de julio
de 1811 una representación firmada por 60 paisanos en la que
trataban de desmarcarse de la acusación general de ser desafectos
a la emancipación180. Era vecino de La Guaira. Durante la guerra
militó en las filas republicanas, por lo que sufrió prisión entre
1817 y 1820. Juró fidelidad a la República de Colombia en Bar-
celona en 1821. Más adelante relata el letrado que

un isleño que le recibió en La Guaira le acompañó hasta


Caracas, le notó luego que hablaba mal del gobierno de los
Estados Unidos de América, y que, en el tránsito de La
Venta y de otros puntos, que exigían mejoras y reparos, se

180 Gaceta de Caracas, 11 de julio de 1811.

107
jactaba de que él todo lo compondría, como si ya tuviese en
su mano el timón de la nueva República de Venezuela181.

El 29 de junio de 1810 una misiva del abogado caraqueño a


Bello muestra las tensiones evidentes de esos años en las que se
vieron implicados los isleños e hijos de isleños y demuestra la
conflictividad reinante:

Diré a usted de que provino la suspensión de Llamosas y


Key, mancomunados con Anzola y Sosa. Muchos militares
europeos, y no europeos de los de primer orden, estimu-
lados del rencor y odio con que miran el gobierno de re-
gencia, soñaron que los cuatro individuos nominados
eran inclinados a ella y que tratarían de su reconocimien-
to. Esta sola idea bastó para conmoverlos y proponer
una terrible acusación contra esos cuatro. Se retiraron a
sus haciendas, mientras se averiguaba si había algo de
verdad en el denuncio y acusación, pero, lejos de haber,
resultan justificados en este punto, y son tres enemigos
de regencia, y cuanto huela a regencia como el de más182.

Sosa era hijo del grancanario Domingo Sosa, que había nacido
en Las Palmas el 8 de agosto de 1725, y había sido teniente
corregidor, juez de Comisos y administrador de la Real Hacienda
de Choroní y era de ideas ilustradas, poseía una excelente bi-
blioteca con el Teatro Crítico Universal y las Cartas eruditas de Fei-
jóo, una Filosofía moral y tres tomos del Hombre Feliz y un Idioma
de la Naturaleza entre otros. El referido fue su hijo Félix José,

181 ROSCIO, J. G.: Obras, tomo III, compilación de Pedro Grases, Caracas, 1953, pp.

26 y 28.
182 Ibídem, tomo III, p. 16.

108
prócer de la Independencia. Su hacienda era de 27.000 árboles
y de 13 esclavos. Casado con una guaireña, tuvo 12 hijos que
llegaron a adultos183.
Los prejuicios sociales que él irradiaba se pueden apreciar
en dos colaboradores suyos pertenecientes a su mismo cosmos
social, José Ventura Santana y José Luis Cabrera, con significa-
tivos paralelismos biográficos con ellos. El primero, que fue
ministro de Gracia y Justicia bajo su mandato y exiliado en
Saint Thomas, era hijo del expósito grancanario Marcos Santa-
na. Éste había tenido compañía con su paisano Fermín Medi-
na, ingresando en ella 30.000 pesos y Medina su trabajo por el
tercio de las ganancias. En su testamento tenía confianza en él
que, aunque desconocía cuál era su capital real, no pide se le
moleste ni apremie. Fue expulsado del gremio de comerciantes
por administrar tienda propia suya. Dejó 20.000 pesos al cuidado
de su albacea y heredero Fermín Medina para que reditúen en la
educación de dos expósitos que había criado, Juana Josefa y el
citado José Ventura, y otros 2.000 a la grancanaria Gregoria de
Nis por el afecto que le tenía184. Cabrera vivió con su madre en
Las Palmas, mientras que su padre Francisco Hernández Ca-
brera, diputado del común de su ciudad natal, se embarcó para
Caracas, donde fue mercader. José Luis, nacido en 1767, tras
haber sido familiar del obispo Herrera, emigró en 1785. Se
tituló en 1790. Libre de las influencias aristotélicas, escribió
varias obras de investigación médica. Se identificó con el repu-
blicanismo más radical. Implicado en la conspiración de Gual y
España, representó a Guanarito en el primer congreso consti-
tuyente de Venezuela, firmando la independencia. Diputado de

183 Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (A.H.P.L.P.). Leg. 1.879. Expediente

de limpieza de sangre, 9 de febrero de 1784. BOTELLO, O.: Choroní. Costa del Mar
Abajo, Choroní, 1992, pp. 95-110.
184 R.P.C. Testamentarías, 1778 y R.P.C. Escribanías, Aramburu, 30 de junio de 1792.

109
la III República, votó a favor de la segregación de la Gran Co-
lombia185. Fue uno de los más fieles exponentes de la ideología
liberal en el Parlamento.

Fue precisamente él quien inició el debate que concluyó


días después con la declaración de Independencia. Sos-
tuvo que en cuanto a Fernando VII no debe imputarnos
a nosotros esta resolución, la Regencia que lo representa
es quien nos ha conducido a ella, bloqueándonos, ata-
cándonos, amotinándonos y haciéndonos cuanta guerra
está a su alcance. Cuando ella respetaba nuestro talismán,
justo era que respetásemos el suyo; pero declarados insur-
gentes, tenemos que ser independientes para borrar esa
nota. Ahora tendremos existencia propia, aunque no de
grande estatura, y cesarán las maquinaciones y otros ma-
les fomentados por la ambigüedad, aprovechemos, pues,
la ocasión que se nos presenta, antes que no podamos
volver a conseguirla, y nos expongamos a la execración de
nuestra posteridad; se acabó el tiempo de los cálculos y
entró el de la actividad y energía; seamos, pues, indepen-
dientes, pues queremos y debemos serlo.

La insurrección de Valencia fue un síntoma de lo que estaba


acaeciendo en Venezuela. La Primera República, exclusivista y
oligárquica, dividida y fragmentada, con un ejecutivo fuerte enca-
bezado por Miranda e incapaz de timonear la creciente inflación,
con una emisión continua de papel moneda, se estaba quedando
sin base social. Valencia cayó con severas pérdidas en ambos
bandos. Pero los adeptos de la contrarrevolución crecían a cada
paso entre los descontentos por la creciente depresión económica

185 A.H.P.L.P., Leg. 1.879, 15 de septiembre de 1785.

110
y la política antipopular del Gobierno. Su propia debilidad en
imponer su hegemonía en toda la antigua Capitanía General de
Venezuela era una muestra de su escasa capacidad de atrac-
ción sobre las oligarquías locales disidentes de Guayana, Ma-
racaibo y Coro. Un vasco, Juan Bautista de Arrilaga, manifes-
taba con evidente razón, abordando la desmedida avaricia de
tierras de la oligarquía caraqueña, que sólo le habían secundado
en su empresa quienes de ellos dependían: «así ha acreditado la
experiencia que los señores de los terrenos en cuestión han
sido los principales autores de la revolución de Caracas y que la
mayor parte de sus inquilinos les han seguido en tan depravada
empresa»186.
Odios y tensiones sociopolíticas que llevaron a los isleños
José Acosta y Francisco Antonio Vera a denunciar al oligarca
José Félix Rivas por la explotación de que eran objeto en sus
haciendas. El primero era mayordomo de su finca e ingenio de
caña de Guarenas. Alegaba que trabajó nueve meses en ella sin
sueldo, con «servicios de esclavo». Solicitó que se le abonasen
tales salarios, «atendida la miseria que me hallo y la persecución
que sufrí por el concepto de ser canario europeo». En similares
términos se manifestó Francisco Antonio Vera, que trabajaba
con su mujer en una hacienda de café y limones del susodicho
en Chacao, no devengándose los salarios por cuanto «a todos
nos tenía por esclavos»187.
La correspondencia de Miranda da cuenta de sus relaciones
con la comunidad isleña en esos años, en los que aborda temas
delicados de índole personal, como los de los parientes políti-
cos de sus hermanas Casiano Medranda y Telesforo y Gonzalo

186 Reproducido en Materiales para el estudio de la ideología realista de la Independencia, to-

mos IV-V-VI, 2 vols., AIAH, Caracas, 1967-1969, p. 95.


187 Reproducido en ibídem, pp. 139-141.

111
de Orea, pero también la evolución del comportamiento hacia
la revolución emancipadora de éstos en el medio rural. El 12 de
mayo de 1812 José Cortes Madariaga le transmitió que

ahora que son las cinco de la tarde se ha dado aviso por


algunas personas que los isleños se están reuniendo en
Tipe para sorprendernos. Todos los cantones se han
alarmado inmediatamente y ocurrido a las armas los ciu-
dadanos con su acostumbrada energía. Se ha sorprendi-
do a uno por la calle con una lanza y a otro con un par de
sacos de pólvora. Quedan arrestados. Acaba también de
arrestarse a otro con un par de pistolas por el puente de
la Pastora188.

En abril de ese año Francisco Paúl le escribió comunicándole


que «Ascanio informará a Vd. la necesidad de quitar de San
Juan de los Morros a un isleño que sirve la administración de
justicia y es enemigo de nuestro sistema, comprobado con una
porción de hechos indiferentes, que aun lo hacen criminal»189.
El Precursor pasó buena parte de su estancia caraqueña du-
rante la Primera República en la casa del comerciante icodense
Matías Sopranis, sita en la plazoleta de San Pablo, según refleja
Manuel Landaeta Rosales. Allí efectuó reuniones periódicas
con los dirigentes de la política local de la ciudad, reuniones en
las que se discutía abiertamente la ruptura total con España.
Esa mansión fue el centro de una tertulia que Marcos Sopranis,
su mujer Margarita Sanoja y los hijos de ésta, entre los que se
encontraba Vicente Salias, el célebre médico, dirigente republi-
cano y miembro de la sociedad patriótica, al que se le atribuye

188 Archivo del General Miranda, tomo XXIV, p. 191.


189 Ibídem, tomo XXIV, p. 205.

112
la letra del Himno Nacional de Venezuela, celebraban sema-
nalmente. Miranda siguió como su huésped hasta fines de
1811, cuando se cambió al domicilio del padre José Manuel
Martel, capellán de la iglesia de las Mercedes, situado en la
esquina de Salas, en el que se encontraba cuando acaeció el
terremoto de 1812190.
Matías Sopranis fue uno de los más ricos y significados co-
merciantes de Caracas durante la segunda mitad del XVIII.
Defendió con ahínco el proceso independentista, por lo que
fue regidor del primer ayuntamiento republicano de Caracas y
murió en 1814 encarcelado por los realistas en el presidio de La
Guaira. Dejó como testimonio de su amor por su pueblo natal
en 1792 una hermosa custodia de plata sobredorada que en la
actualidad se conserva en la parroquia de San Marcos.
Sopranis formó parte del cosmos de la migración icodense
a Venezuela. Había nacido en Icod en torno a 1747. Sus pa-
dres, José González Yanes y Ana Sopranis de Montesdeoca,
pertenecían a los grupos sociales intermedios de la sociedad
icodense. Eran pequeños propietarios que invertían algunas
sumas de dinero en el comercio canario-americano. Un herma-
no de su madre, Melchor, había sido capellán de un buque de
la Carrera de Indias y otro escribano de su pueblo natal. La
colonia icodense en Venezuela era bastante numerosa y entre
ella destacaba un importante sector mercantil, que controlaba
en buena medida actividades como la pulpería, la mercería o la
bodega. Por ello era bastante común que personas con algún
capital o con pequeños lotes de tierras que hipotecar se lanza-
ran a la aventura americana, teniendo como primer incitador la
venta de algunas medias de seda, productos de contrabando y
aguardiente. De los hijos del matrimonio González Sopranis

190 FORTIQUÉ, J. R.: Vicente Salias, Los Teques, 1985, pp. 71-72.

113
tenemos constancia de que, junto con Matías, emigró Melchor
Antonio y Nicolás a tierras americanas. El primero, clérigo,
había sido mayordomo y beneficiado interino de la parroquia
de San Marcos y se trasladó como capellán de buque a La
Guaira en 1776. Por su parte, Nicolás, dedicado al comercio
viajó a La Habana (1761), Caracas (1762) y Londres (1766).
Tras vivir varios años en la ciudad del Ávila, se estableció en
Santa Cruz de Tenerife, donde ejerció como comerciante. Co-
mo prueba de su posición social contrajo matrimonio con Ma-
ría Elena Russell, hija del acaudalado mercader irlandés Tho-
mas Russell. En ese puerto tinerfeño llegaría a ser alcalde.
Matías Sopranis comenzó como pequeño mercader en Ca-
racas, para alcanzar una sólida posición en la órbita comercial y
ser bastante pronto comerciante, inscribiéndose como tal en el
Real Consulado de Caracas. Téngase en cuenta que para tal
acto debía de demostrar poseer capital por valor de más de
30.000 pesos, lo que era una cantidad muy elevada en su tiem-
po. El rango de comerciante estaba equiparado al de hacenda-
do y presentaba tal ribete nobiliario que tenía expresamente
prohibido llevar almacenes directamente. Matías participó acti-
vamente en un amplio número de negocios en la expansiva
sociedad caraqueña del último tercio del siglo XVIII. Financió
el pasaje de numerosos icodenses que deseaban emigrar a tie-
rras venezolanas y protegió con sus influencias a no pocos de
ellos, entre los que destacaba su pariente Agustín Sopranis,
acusado de destierro de la provincia por abandono en su ciu-
dad natal de su mujer. Un amor por su pueblo que mostró en
1792 con la donación a su parroquia de una espléndida custo-
dia de plata sobredorada.
Se opuso activamente al monopolio gaditano del comercio
venezolano, lo que le llevó a distanciarse de los sectores mer-
cantiles españoles vinculados al puerto andaluz. Fue consciente

114
de las elevadas posibilidades que ofrecía un cultivo hasta en-
tonces desconocido en Venezuela como el café, y arrendó una
hacienda para ese fin en la muy apta zona de San Antonio de
los Altos, donde se cultivaba el mejor café venezolano. San
Antonio era un pueblo fundado por emigrantes isleños en 1683
y tenía como característica la propiedad comunal de sus tierras
entre sus fundadores, por lo que sólo pudo arrendar la hacien-
da en el municipio que hoy lleva el nombre de sus entenados.
El café se expande en la última década del XVIII en Venezue-
la, beneficiado más si cabe con la destrucción de la importante
economía cafetalera del sur de Haití con las rebeliones de los
esclavos que darían pie al futuro estado independiente.
Matías había casado con una viuda valenciana de origen
icodense, Margarita Sanoja, que había tenido doce hijos de su
primer matrimonio con Francisco Salias. Margarita, con la
escasa herencia de su marido, se hallaba imposibilitada para
alimentar a tan elevada prole, por lo que fue esencial para su
supervivencia el casamiento con Matías. Éste protegió y tuvo
gran cariño a esa numerosa descendencia de entenados, hasta el
punto que los dejó como herederos en última instancia de todos
sus bienes. En su matrimonio tuvieron además dos hijas, Merce-
des y Rosa, que murieron en su infancia. Supo inculcar en ellos el
pensamiento ilustrado y liberal que le caracterizó y las ideas
emancipadoras de las que todos participaron. Los cinco varones
participarán como militares en las tropas independentistas. Uno
de ellos, Francisco, fue edecán de Miranda. Juan participó en
numerosas batallas hasta su fusilamiento en 1816. Vicente, médi-
co y poeta, al que se le atribuye el Himno Nacional de Venezue-
la, que ya había conspirado en la rebelión de Gual y España de
1797, fue también fusilado por Boves en 1814.
Cuando acontece el proceso emancipador en Venezuela,
Matías se integra en él como la gran mayoría de hacendados y

115
comerciantes isleños. Fue regidor del primer ayuntamiento
republicano de Caracas, que es monopolizado en su mayor
parte por canarios y del que es corregidor el orotavense Do-
mingo Ascanio Franchi Alfaro. Comparte ese origen con los
santacruceros Onofre y Rodulfo Basallo como el isorense José
Melo Navarrete, con el lagunero Pedro Eduardo, con el por-
tuense Casiano Medranda, con su paisano Fernando Key y con
el citado Ascanio.
Cuando la contrarrevolución encabezada por su paisano, el
lagunero Domingo Monteverde, toma, en 1812, la capital vene-
zolana, es protegido como los demás compatriotas que se habían
significado por su apoyo a la causa independentista. Pero con
la nueva insurrección realista que en 1814 lleva a Boves a la
segunda toma de Caracas, se le incautan sus bienes por el Go-
bierno y le encarcela en La Guaira, donde, víctima de la pre-
sión, muere en su presidio ese mismo año. Su mujer, para sal-
var una parte de ellos, reconoce muchos años después que
aumentó su dote hasta 8.000 pesos, ya que era misérrima. Mar-
garita de Sanoja se había distinguido por la tertulias de su man-
sión caraqueña de la plaza de San Pablo. Su fallecimiento a la
avanzada edad de 92 años, el 12 de septiembre de 1844, mere-
ció el reconocimiento de El Venezolano en una extensa nota
necrológica, que dijo sobre ella y de Matías:

A esta venerable matrona debe la República triunfos in-


mortales y en gran parte su existencia. La señora Sanoja,
su esposo en segundas nupcias y sus numerosos hijos y
varones, todos se consagraron a la República desde el 19
de abril. Falleció su esposo el honrado comerciante, buen
ciudadano, patriota eminente, Matías Sopranis, aherrojado
en una mazmorra bajo el peso de los hierros con que lo
oprimió la tiranía española [...] La señora Sanoja con sus

116
cuatro hijas abandonaron el país a la entrada de las ar-
mas españolas, anduvieron vagando en países extranjeros
hasta que la Providencia las restituyó a sus hogares. Sólo
encontraron miserables restos de sus cuantiosos bienes.
La casa de Sanoja era el punto de reunión de los Padres
de la Independencia [...] Ha sido madre, la más tierna y
cariñosa y un modelo de virtudes morales y cristianas.

En definitiva un testimonio del prestigio y la fama entre sus


contemporáneos.
Su viuda relató en su testamentaría de 1823 que su cónyuge
había otorgado en los años de 1812 o 1813 un testamento
donde ella y los hijos de su primer matrimonio quedaban insti-
tuidos como herederos. En su escrito refirió que

tuvo a bien reservar en su poder la insinuada memoria


testamental llevándola consigo entre los demás papeles y
libros de su giro mercantil, cuando por la entrada de las
armas del gobierno español, se vio en la estrecha necesi-
dad de emigrar en unión mía y de todos los demás mis
hijos del primer consorcio, embarcándose en el puerto
de La Guaira con dirección a una de las colonias extran-
jeras. Por desgracia fue apresado el buque que nos con-
ducía por un corsario español y conducídonos al puerto
de la Vela de Coro, en donde fuimos tirados en la mayor
inhumanidad, despojándonos de cuantos papeles llevaba
el insinuado mi marido Sopranis, entre los que fue in-
cluida su memoria testamental; y después de crueles tra-
tamientos fue conducido mi marido al puerto de La
Guaira y sepultado en las bóvedas donde murió desdi-
chadamente, quedando yo y mis hijas en la ciudad de
Coro, en donde fuimos mejor tratados, hasta que por

117
una particular Providencia del cielo, pudimos regresar-
nos a esta ciudad.

En su solicitud pedía que se le reconociese la propiedad de su


mansión de la plaza de San Pablo, que poseía desde que con-
trajo su primer matrimonio, valorada en tres mil pesos, pero
que por reedificaciones posteriores realizadas en el segundo
había aumentado considerablemente su valor, alcanzando casi
la suma de once mil reales191.
Estrecha fue la amistad de esa familia con Francisco de Mi-
randa, hasta el punto que cuando éste fue designado para diri-
gir el ejército seleccionó a tres de los hermanos Salias (Francis-
co, Juan y Matías) para tenerlos a su lado como edecanes, pero
especialmente con Vicente, redactor del Patriota de Venezuela y
de la Gaceta de Caracas, al que la Junta Suprema le encomendó
una misión diplomática en Curaçao y Jamaica y que fue secre-
tario de Hacienda en 1811. Tal fue la confianza con este último
que depositó en él valiosísimos documentos. El 31 de mayo de
1815 una relación del general Pablo Morillo al secretario de Es-
tado al tratar sobre las Actas celebradas en Caracas desde el 19
de abril de 1810 hasta el 30 de julio de 1812, decía que el Archi-
vo del Poder Ejecutivo Federal estaba en manos de Miranda en
la ciudad de La Victoria, quien remitió parte de él a La Guaira y
que otra parte pasó a Caracas a la casa de Vicente Salias192.
Fruto de esa larga amistad es una cuantiosa corresponden-
cia entre Vicente y el Precursor, publicada por el Marqués de
Rojas en París en 1844 y cuya primera carta está fechada el 1 de
mayo de 1812. El facultativo se le dirige como «apasionado
amigo y conciudadano». Toda ella es una viva muestra de su

191 R.P.C. Testamentarías. Matías Sopranis, 1823.


192 FORTIQUÉ, J. R., op. cit., p. 72.

118
estrecha compenetración y de las relaciones de Miranda con la
familia. En la del 16 de mayo de 1812 su madre, su esposa
Carmita y sus hijas «ofrecen a Vd. sus respetos»193. El 27 le
precisa que «mi familia ha visto con placer que Juancito llena
los deberes de soldado de la patria. Se acuerda de Vd. siempre
con ternura y entusiasmo y yo quedo como siempre su más
apasionado amigo»194. El 21 de junio le llama «salvador de
Venezuela» e implora a la Providencia que la victoria no le
abandone jamás y le conserve la vida195. Salias nos ofrece en
tales misivas algunas opiniones de interés sobre los canarios,
que nos pueden ayudar a comprender las valoraciones que se
desprenden de su actuación y comportamiento durante la Pri-
mera República ante sus ojos. El 14 de mayo le expuso que
solicitase al gobierno que «le mande todos los hombres sospe-
chosos, pues tenemos muchos isleños y europeos enemigos,
como hay otros útiles y decididos por nuestra causa», como
acontecía con su propio padrastro196. Sobre una insurrección
que se temió el domingo de Pascua le señaló el 23 que

el suceso no fue de consideración y sólo el efecto del pa-


triotismo de estos habitantes, que está bastantemente exci-
tado después de la nominación de Vd. y de los esfuerzos
que hago casi diariamente en los cantones para acabar con
el fanatismo que los tenía acobardados. No hubo nada
más que un papel que se encontró a un isleño en que de-
cían debían reunirse, y esto produjo el alarma general, yo
conduje algunos al gobierno precautelativamente197.

193 Archivo del General Miranda, tomo XXIV, pp. 164-165.


194 Ibídem, tomo XXIV, p. 169.
195 Ibídem, tomo XXIV, p. 171.
196 Ibídem, tomo XXIV, p. 163.
197 Ibídem, tomo XXIV, p. 166.

119
El 21 vuelve a reflejar que «aquí sí hay muchos isleños enemi-
gos y con los que es preciso acabar, pero yo creo que Ribas
va a limpiar esto». Sigue teniendo recelos sobre los que apo-
yan la emancipación. El 22 de junio le comunica que le había
dicho Rivas

que hoy saldrán para este cuartel más de 500 hombres y


se continúan las reclutas de gente, de suerte que ahora
irán diariamente cuantas se cojan. Muchos van conten-
tos, pero algunos isleños que también van deben celarse,
porque esta maldita gente se ha declarado la más tenaz
contra nosotros. Los considero perjudiciales en el ejérci-
to y aquí temibles por la debilidad en que vamos que-
dando. ¿Cómo salir de esta canalla mi general?198

A la oposición de las oligarquías regionales le siguió la de


los sectores sociales disidentes de la política mantuana: pardos,
negros e isleños de orilla. Pulperos, arrendatarios y mayordo-
mos de haciendas oligárquicas, que eran en su mayoría de ori-
gen, luego convertidos en dirigentes y partícipes de la rebelión,
se opusieron a la República por su política recaudatoria y afren-
tosa con sus intereses. El Cabildo caraqueño tuvo una política
manifiestamente hostil a los pulperos. Les prohibió, bajo multa
de 25 pesos y ocho días de prisión, el interceptar abastos para
el consumo, les obligó a mantener siempre en la pulpería 10
fanegas de maíz y 10 pesos de casabe para ser incautados en
cualquier momento por la Hacienda. Les incorporó al ámbito
de un tribunal especial de policía y les obligó a entregar al ejér-
cito los alimentos que necesitase para sus subsistencias. Sus-
cripciones constantes, extorsiones y saqueos les depauperaron

198 Ibídem, tomo XXIV, p. 172.

120
y les llevaron a apoyar la insurrección y ser sus más decididos
partidarios. Precisamente la victoria de Monteverde les llevó a
mejorar considerablemente en su situación, reabriéndoles las
pulperías que el Gobierno había decretado su cierre, dándoles
nuevas licencias y derogando los aranceles de precios republi-
canos199. En Los Llanos la conversión o no de algunos de ellos
muy influyentes a la causa emancipadora se convertía en un
testimonio de preocupación. En una carta fechada en Camata-
gua el 23 de mayo de 1812 el citado Ascanio le transmitirá al
Precursor sus dudas sobre el comportamiento del canario Ber-
nardo Marrero:

con fecha de 24 del que corre le escribí a Vd. del Calva-


rio y le incluí la copia que ahora duplico porque temo
que no llegue a sus manos. Con estos temores y juzgan-
do que pudieran abrirme las cartas traté en ellas a D.
Bernardo Marrero de buen patriota. Pero por el informe
que Castillo (Juan) me había hecho de este hombre y lo
que observé el día que estuve con él, me parece que es
uno de los más enemigos de nuestro sistema. Él me re-
cibió con tanta frialdad que no sólo me negó un caballo
que pedí, por venir mi mula coja, sino que ni aún llegó la
comisión, porque impuesto de ella verbalmente me dijo
que el poder de la Unión le tenía dada comisión al Mar-
qués del Toro para que pusiese los hombres a caballo y
que a él no se le había hecho saber el nombramiento de
generalísimo en Vd; pero, aunque esto era así todo esta-
ba obstruido con la toma de Calabozo, pues tenía su
gente acuartelada, aunque sin armas; averigüé la gente
que tenía y sólo eran 24 hombres, creo que con lanzas y le

199 CASTELLANOS, R. R.: Historia de la pulpería en Venezuela, Caracas, 1988, pp. 77-81.

121
vi con toda su familia en la mayor tranquilidad; me dijo
que estábamos perdidos por el mal gobierno que no to-
mó más medidas de defensa en aquel pueblo que la de
decir que él era comandante de caballería. Se quejó del
tropel de los Linares y de Mier y Terán, haciendo ver
que los perjuicios los había sufrido su caudal. Le contes-
té que el gobierno había tomado otro aspecto, que esta-
ba en manos de Ud., que los enemigos ocuparían los
pueblos tomados por poco tiempo, pues no podían con-
servarlos, que el valor, los profundos conocimientos y
virtudes de Vd iban a restituirnos la libertad y con ella
los intereses y contestó muy fríamente diciendo que su
nombramiento había sido muy tarde; tuvimos muchas
conversaciones que sabrá Vd. que en mi concepto es
nuestro mayor enemigo.

A su salida recibió Marrero una libranza de tres mil pesos o más


que Moreno desde Orinoco había girado contra él a favor del
ciudadano Isidoro Quintero, otro hijo de isleños. Finalizó la
misiva con una postdata en la que pormenorizó que «el teniente
del pueblo de Barbacoa, entre éste y El Sombrero, nombrado
Salvador González (isleño) se ha pasado al enemigo con algunos
hombres que sedujo y su sucesor lo ha comunicado hoy»200. Juan
Castillo es el prócer Juan Paz Castillo, hijo del hacendado isleño
Blas Paz Castillo201. Éste, como su hermano Tomás, pertenecían
a la burguesía agraria granadillera. Se desposaron los dos con las

200Ibídem, tomo XXIV, pp. 319-391.


201Tomás, con un hijo como heredero, aportó al matrimonio 32.000 pesos en los hatos de
Belén y San Telmo. Blas tuvo siete hijos, entre ellos el célebre general Juan Paz Castillo.
Tenía una hacienda de caña con 32 esclavos con el título de Candelaria en el Pao. Tomás en
R.P.C.E. Tirado, 21 de noviembre de 1809. Blas en A.A.H. Civiles, 1804. Testamentaría.
Archivo del General Miranda, tomo XXIV, pp. 319-321.

122
hijas del teniente justicia mayor de Guarenas, Antonio Díaz
Padrón, célebre por su papel en la rebelión de Juan Francisco
de León. Los dos eran grandes hacendados ganaderos y de-
sempeñaron puestos capitales en el Juzgado de Tierras de Los
Llanos. Con su influencia y la de Marcos Rivas posibilitaron el
nombramiento de varios paisanos suyos en Tenientazgos cla-
ves al respecto en Los Llanos. En este sector oriental de Los
Llanos centrales, El Calvario, en un llano cerca del río San
Antonio, es más elevado el de blancos, 457 de un total de 1.342
en 1800. En él reside y testa en 1812 el arafero Bernardo Ma-
rrero de Ledesma, uno de los mayores propietarios de la pro-
vincia y constructor de su parroquia202. No todos los llaneros
isleños en esa época se «cambiaron de mando», hubo algunos
que se mantuvieron fieles como en Chaguaramas el grancana-
rio Juan María Serpa y Gil, casado con una lugareña y con cua-
tro hijos adultos, que murió ajusticiado por el Gobierno realista
en 1813. Poseía dos leguas de tierra contiguas al hato y casa don-
de residía comprado a los Cuevas y los Morenos, dos de los
propietarios de la región, gravadas con 500 pesos. Tres años
antes había comprado con Cayetano González 800 becerros.

202 Había sido mayordomo de su parroquia, cuya iglesia había fabricado desde sus cimien-

tos a sus expensas y para la que deja 1.500 pesos para la realización de su retablo mayor,
algunos ornamentos y un tabique. Casado con Juana Lorenza de Soto, con seis hijos, una
concepcionista y uno doctor, Bernardo Antonio Marrero. Las obligaciones que le debían
eran de 68.800 pesos, pide que se no apremie a los pobres y a los que «son conocidos», si
deben menos de 10 se les perdonen. Cuenta con un pariente, Juan Bautista Marrero, vecino
de San Juan de Payara, donde falleció, y con un hermano, Pedro, del que fue heredero y
albacea. Juan Bautista recibió al emigrar en 1783 de los Madan mil pesos (A.H.P.T. Leg.
1.294). Sus propiedades eran muy cuantiosas. En un hato nombrado La Peña, entre los ríos
Manapire y Orinoco, compuesto de 45 leguas, incluidas las doce de la posesión Santa
Feliciana, cuenta con 3.500 animales y 15 esclavos. En otro 80.000 reses, una cría de burros y
42 esclavos. Testamento reproducido en PÉREZ, V. S.: Arafo. Retazos históricos, perfiles y
semblantes, Arafo, 1986, pp. 255-258 y RODRÍGUEZ DELGADO, O.: «Don Bernardo
Bautista Marrero de Ledesma (1745-1812?), importante hacendado venezolano», en El Día,
28 de mayo de 1995.

123
González puso el dinero y él los transportó desde Apure. Se
obligaba a pagarle la mitad de su valor, 1.200 pesos203.
Pero no todo eran recuerdos malos, también con aire de
nostalgia se cartea con un clérigo de origen canario, el padre
José Manuel Martel, con el que residió en su casa, como hemos
señalado,

en el tiempo del Congreso se formó una compañía de a


caballo para ir a reconocer estas picas y caminos anti-
guos de los bodegueros (por los que se ascendía desde la
costa a Caracas por el Ávila) con el fin de taparlas, según
se dijo entonces, el que hacía cabeza en esta compañía es
el isleño dueño de la casa de Galipán, en la que Vd. es-
tuvo y desde donde vio las playas de Macuto204.

La llegada a Coro de un marino profesional canario, de ori-


gen oligárquico y curiosamente primo de los Rivas, que había
participado en la batalla de Trafalgar, Domingo Monteverde y
Rivas, sirvió de aglutinador de este heterogéneo movimiento de
intereses bastante diversos, pero unido por su firme rechazo a
la Primera República. El lagunero desafió la autoridad española
y se autoproclamó capitán general de Venezuela frente a la
voluntad de la Regencia. Se convertiría por tanto en el ejecutor
de los puntos de vista de sectores sociopolíticos que vivían y se
identificaban con Venezuela, no en el refrendador de las órde-
nes que venían de Cádiz. Creará un poder propio, enfrentado
con las instituciones del Antiguo Régimen y con los represen-
tantes de las Cortes Gaditanas. Este movimiento, complejo y
heterogéneo, que ha sido venido en llamar la conquista canaria

203 R.P.C.E., León de Urbina, 30 de septiembre de 1813.


204 Archivo del General Miranda, tomo XXIV, p. 311.

124
de forma despectiva por Carraciollo Parra Pérez, se aglutinó en
torno a ese caudillo, que convirtió a Coro en la base de su pro-
grama contrarrevolucionario. Apoyado por el clero y por nu-
merosos individuos de los sectores populares, condujo a una
rápida ocupación del área controlada por la Primera República
y obligó a Miranda a capitular205. Hasta el terremoto de Caracas
de 26 de marzo de 1811 parecía estar de parte de la contrarre-
volución, dando la razón a los clérigos realistas que invocaban
el carácter sacrílego y demoníaco de la revolución.
Los canarios pasan a convertirse con Monteverde en la co-
lumna vertebral del nuevo orden. La restauración realista no
podía entregar el poder a la antigua elite, que en su inmensa
mayoría había apoyado la causa republicana. El marino se apo-
ya en los canarios hostiles a la República y ellos se sirven de él.
Eran en su mayoría de origen social bajo, y algunos oportunis-
tas que se le incorporan por aspirar a puestos altos, como Vi-
cente Gómez, que es nombrado administrador general de la
renta de tabaco, o críticos por circunstancias personales a la na-
ciente República como Gonzalo de Orea o Fernando Montever-
de. Monteverde conocía muy bien el verdadero origen de su
apellido. Los canarios eran un sector social lo suficientemente
minoritario como para que el ejercicio de su poder no creara
serias fricciones tanto con las autoridades españolas como frente
a los demás grupos étnicos. Controvertido ha sido el tratamiento
que ha dado la historiografía venezolana hacia «la conquista
canaria». Parra Pérez sostiene que a la llegada de Monteverde,

convertido en ídolo de sus paisanos, cambió por com-


pleto el aspecto de las cosas. Los ardientes revolucionarios

205 Véase las reflexiones de LYNCH, J.: «Inmigrantes canarios en Venezuela (1700-

1800: entre la elite y las masas», en VII C.H.C.A., Las Palmas, 1990, pp. 19-21.

125
se convirtieron en endiablados realistas y principales
sostenedores de un régimen de venganzas y pillaje. Mi-
yares los denuncia entonces como monopolizadores de
los empleos públicos [...] Una de las características de la
situación y que indica cómo Monteverde no obedecía
más ley que su capricho, es que al entregar los puestos a
los canarios no tuvo para nada en cuenta que éstos
hubieran sido republicanos o realistas: lo esencial en
aquel momento era que diesen pruebas de ser «monte-
verdistas». Tal obcecación se aprecia en sus expresiones
que teoriza sobre que fue el creador del personalismo en
Venezuela y por eso tenía que apoyarse en los rebeldes.
Sus sostenedores eran, según Ceballos, «los que con las
armas vociferaban poco antes el odio irreconciliable al
gobierno español»206.

Coincidimos con Lynch en que ese análisis procede de una


visión resentida sobre los protagonistas de la contrarrevolu-
ción. Lo que ponían en tela de juicio era su origen social, al
cual despreciaban con vehemencia207. Un análisis más ecuáni-
me del proceso nos permite apreciar algunos de sus rasgos. Es
significativo que sus mayores y más despiadados críticos sean
las autoridades españolas. El regente Heredia, que despreciaba
a los isleños de orilla, dijo de Francisco de Miranda que había
nacido de «una familia obscena» y los calificó con los conoci-
dos epítetos de cerriles, ignorantes, bárbaros y rústicos208. Ur-
quinaona, el comisionado de la Regencia para pacificar Vene-
zuela, los llamó traidores por incitar la República y bastos y

206 PARRA PÉREZ, C. Historia de la Primera República de Venezuela, tomo II, Caracas,

1959, p. 487.
207 LYNCH, J., op. cit., p. 20.
208 HEREDIA, J. F.: Memorias, Caracas, 1986, pp. 41 y 61.

126
groseros. El vasco Olavarría señalaba «la decidida protección
del señor capitán general a los idiotas isleños sus paisanos»209.
Los epítetos sobre su ignorancia y estupidez serían eternos.
No cabe duda que Monteverde se comportaba con rasgos
de un auténtico caudillo, que se valió de los canarios para con-
solidar su poder y que ellos se valieron de él ocupando los
cargos públicos. Urquinaona refiere que éstos,

a pesar de su conducta escandalosa en los primeros y úl-


timos cargos de aquel gobierno tumultuario, supieron
después aprovecharse de la estupidez de su paisano Mon-
teverde para vilipendiar no sólo a los que lisonjearon con
sus servicios y humillaciones, sino a los europeos y ameri-
canos por no haber transigido con los sediciosos.

Colocó en su opinión a

los isleños más rústicos, ignorantes y codiciosos, que


empeñados en resarcir lo que había perdido o dejado de
ganar durante la revolución, cometían todo género de
tropelías con los americanos y aun con los españoles eu-
ropeos que detestaban su soez predominio.

El general Miyares, a quien Monteverde usurpó el cargo, se


reafirma en similar apreciación: «nombraba en todos los pue-
blos, cabildos y justicias de sus paisanos los isleños»210. Cajigal
manifiesta que no temiesen los delincuentes porque Montever-
de les otorgará el poder. Con él al mando «a todo isleño, sin

209 URQUINAONA, P.: «Memorias», en Materiales para el estudio de la ideología realista de

la Independencia, tomo I, AIAH, Caracas, 1967-1969, pp. 253-254.


210 Ibídem, pp. 254-255.

127
causa ni indagaciones de su conducta se le emplea, protege y
auxilia». Los acusa de querellantes por sentirse españoles sólo
cuando triunfó su paisano:

En este ramo de sostener querellas es innegable que son


generosísimos y hasta pródigos los tales africanos (en
tiempo de la independencia de Venezuela), españoles ce-
losos cuando Monteverde entraba en los pueblos de su
residencia211.

Es cierto que se aprovecharon del ejercicio del poder que


les había brindado Monteverde para mostrar sus rencores y sus
ansias de venganza hacia las clases altas o para escalar en todos
los estamentos del poder. Se convirtieron en oficiales del ejérci-
to, magistrados de justicia y acapararon la Junta de Secuestros,
encargada de confiscar las propiedades de los republicanos. Era
una viva muestra de todos los odios larvados en la época colo-
nial y exacerbados durante la republicana.
La represión fue ejercida fundamentalmente por los herma-
nos Gómez y el mercader isleño Gabriel García. Significativa-
mente los tres habían colaborado con la Primera República.
Heredia señala que «hubo depredaciones y ultrajes que no lo
exigía la necesidad sino la infame avaricia o el deseo de la ven-
ganza que animaba a los isleños zafios y a los zambos que eran
los principales comisionados». Para el Regente, «el más temible
de los exaltados por el ascendiente que tenía en Monteverde, era
el isleño don Antonio Gómez [...] De golpe le nombró conta-
dor mayor interino con todo el sueldo»212. Repletaron las cárce-
les de Caracas con todos aquellos que consideraban partidarios

211 CAJIGAL, J. M.: Memorias, Caracas, 1960, pp. 84, 97 y 98.


212 HEREDIA, J. F., op. cit., pp. 92 y 109.

128
del régimen republicano. Pero en no poca medida influyeron
razones personales, como la venganza que los Gómez ejecutaron
contra José Ventura Santana, comerciante expósito de origen
canario, del cual eran acreedores y les había cobrado con apre-
mio una fuerte suma que les había prestado anteriormente213.
Urquinaona acusa de trato de favor a los canarios que parti-
ciparon activamente en la Primera República: «No hay en las
listas isleño sospechoso y peligroso que en el termómetro de su
paisano Gómez suba hasta la primera clase, sin embargo de
que los proscriptores europeos lo coloquen en ella». Rodulfo
Vasallo, Tomás Molowny y Pedro Eduardo eran insurgentes de
primera categoría, sin embargo contra ellos no hubo proceso.
Lo mismo aconteció con los que tenían relaciones familiares
con Monteverde. El caso más significativo fue el pasaporte
entregado por este capitán general a Simón Bolívar por su pa-
rentesco con sus primos, los Rivas214, episodio al que nos refe-
riremos más adelante.
El comisionado estima que su conducta «trasluce el descon-
tento general nacido de las infracciones y la altanería de los
isleños de Canarias cuyo soez predominio hacía desear la llega-
da de los insurgentes de Santa Fe»215. Es cierto que «el poder
canario» secundado por peninsulares fieles a la Corona estaba
cavando su propia fosa y abriendo la puesta en 1813 a la II Re-
pública venezolana. Pero no lo es menos que la contrarrevolu-
ción no podía tener otra apoyatura, porque no podía funda-
mentarse en la oligarquía mantuana ni dejar la puerta abierta a
los zambos o a los pardos. Lo que si es cierto es que no podía
tener proyección de futuro.

213 MUÑOZ, G. E., op. cit., tomo I, p. 432.


214 URQUINAONA, P., op. cit., p. 307.
215 Ibídem, p. 303.

129
Monteverde se enfrentó con las autoridades legales, se ene-
mistó con la Audiencia, que trataba de limitar su poder absolu-
to, creó instituciones paralelas que desafiaban el orden estable-
cido como la Junta especial compuesta por cinco canarios,
ocho peninsulares y cuatro criollos y no llegó a poner en prác-
tica la Constitución de Cádiz. No sacó beneficios económicos,
pero se apoyó en los canarios para consolidar su poder perso-
nal. Heredia los acusó de haber inundado el país de odios contra
los españoles, que prepararon «con esta división entre el corto
número de blancos la tiranía de las gentes de color que ha de
ser el triste y necesario resultado de esas ocurrencias»216.
Álvarez Rixo sostiene que Monteverde se comportó como
un soberano absoluto que trataba a sus súbditos como grume-
tes. A sus paisanos les había oído decir que «entre las costum-
bres que introdujo fue que no oía ni despechaba asunto ningu-
no sino de las 10 o las 11 de la mañana hasta las dos de la
tarde. Recibía a las gentes con sequedad y altivez»217. Su paisa-
no y pariente, el diputado Fernando Llarena, en el debate que
su autoproclamación suscitó en las Cortes de Cádiz señala que
era injusto que se le diese a Miyares una capitanía general «cuan-
do ha estado quieto en Puerto Rico, lejos del humo de la pólvo-
ra. Señor, ¿dónde estamos? ¿Miyares con sus manos lavadas se
ha de calzar un mando que Monteverde se ha conquistado?»218.
Su ejercicio del poder estaba condenado a morir. Era difícil
sostener un experimento de esa naturaleza con un apoyo social
cada vez más reducido. A todas luces guerra social y restaura-
ción del antiguo orden eran mensajes bastante contradictorios.
Rebeliones de esclavos y de pardos canalizan proyecciones de

216 Cit. por PARRA PÉREZ, C., 1959, op. cit., tomo II, p. 501.
217 ÁLVAREZ RIXO, J. A., Anécdotas...
218 Diario de las Cortes de Cádiz, sesión de 6 de abril de 1813.

130
contenido ideológico difuso, pero eran claras en sus consignas
y en su rechazo al poder establecido. Buscaban la libertad en la
misma medida que odiaban a la oligarquía. Por ello tampoco la
II República que le sucedió tenía porvenir. Seguía siendo in-
flexible en la defensa de los intereses mantuanos. Los secto-
res populares veían a los republicanos como sus antiguos
amos. La guerra social seguía siendo inevitable. De ahí el
papel que desempeñarán los llaneros en la segunda ofensiva
realista contra Caracas, en la que destacaban Boves, Yáñez y
Francisco Tomás Morales.
La tensión y el odio étnico-social se incrementó en la Vene-
zuela de 1813 y con ella una intensa escala de muertos en la
que sería la guerra más sangrienta de cuantas sacudieron el
corazón de la América española. Se calcula en un tercio de la
población las pérdidas demográficas que deparó la Guerra.
La Declaración de la Guerra a Muerte por Bolívar, en la que
diferencia entre españoles y canarios porque considera a éstos
últimos como criollos, trataba de afirmar un programa unitario
que uniera a los venezolanos por encima de las diferencias
sociales y étnicas: el americanismo. Intentaba involucrar a los
criollos frente a los españoles y canarios en una auténtica gue-
rra de exterminio que sería brutal por ambas partes.
Los llaneros en una actitud a caballo entre el odio racial y el
afán de recompensas continuaron fieles a la causa realista. Bo-
ves actuaba realmente motivado por objetivos militares. Querían
el ganado, al igual que los canarios que se integraban en sus
filas y se identificaron con esa lucha porque querían obtener las
tierras que arrebatarían a la oligarquía criolla. Se ha discutido
mucho si los líderes llaneros eran repartidores de las propieda-
des que arrebataban a los blancos para dárselas a los pardos. Las
reflexiones de Carrera Damas sobre el asturiano se orientan a
desmitificar a esos caudillos. Pensamos que los llaneros realistas

131
no tenían un programa político decidido, sólo les unía su odio
visceral hacia la oligarquía y el afán de recompensa. Boves
repartía como caudillo el botín, pero no planteaba la abolición
de la sociedad clasista. Era una lucha social pasional y violenta,
pero no contenía una orientación política decidida. Se disputa
más «en contra que a favor de». Eran realistas porque en la
República no tenían nada que ganar.
Los líderes realistas isleños (Pascual Martínez, Pedro Gon-
zález Fuentes, José Yáñez, Francisco Rosete, Salvador Gorrín,
Pascual Martínez, Francisco Tomás Morales...) tenían todos
ellos en común su procedencia social. Pertenecían a los estratos
más bajos de la sociedad venezolana. No era ninguno de ellos
militar profesional, prácticamente eran simples milicianos cuan-
do comenzó la guerra. Otros cabecillas de la contrarrevolución
han sido considerados isleños, como Sebastián de la Calzada o
Eusebio Antoñanzas. Pero el primero es gaditano y el segundo
de Calahorra219. Eran todos ellos emigrantes llegados a Vene-
zuela a principios de la centuria. Un artículo de la Gaceta de
Caracas de 1814 los llamó, en ese sentido, «los canarios que de
malojeros pasaron a oficiales».
La barbarie, la violencia era desenfrenada por ambas partes.
Se fusilaba sin piedad al enemigo en un simbolismo despiadado
en el que se descuartizaban los restos. El insurgente Briceño
pedía la muerte de todos los españoles y canarios y llegó a pe-
dir dinero por sus cabezas220. El odio étnico se hace patente
cuando se cantaban canciones como ésta, cuando los canarios
iban conducidos a los patíbulos221:

219 Archivo General Militar Segovia. Expedientes de Sebastián de la Calzada y Euse-

bio Antoñanzas.
220 AUSTRIA, J.: Bosquejo de la Historia militar de Venezuela, tomo II, Caracas, 1960, p. 14.
221 MACHADO, J. E.: Centón lírico, Caracas, 1976, p. 66.

132
Bárbaros isleños,
brutos criminales,
haced testamento
de vuestros caudales.

La consideración de rústicos, pulperos y bodegueros parece


siempre presente en los canarios. En la Gaceta de Caracas de 14
de diciembre de 1813 se expone que en la batalla de Araure
murieron

los canarios Esteban Padrón, Manso, Betancourt y otros


muchos tenderos y bodegueros de los que emigraron de
esta capital. La barbarie no tiene bandera ni etnia. El ca-
nario Bartolomé Trujillo presentó a Rosete a su hijo para
que lo asesinase porque era patriota222.

Entre los líderes realistas, uno de los más significativos era


José Yáñez. Oriundo de La Guancha, procedía de una familia
de pequeños propietarios. Emigró a Venezuela sobre 1805.
Sobre él diría Muñoz que

no era hombre de esclarecido linaje ni de antecedentes


honrosos en Venezuela. Oscuro dependiente de una
tienda de mercería en Caracas, nativo de Canarias, llegó
a La Guaira en 1805 si más equipaje que las ropas que
vestía, si bien con el alma llena de ambición de oro y de
riquezas. La revolución de 1810 le hizo variar de carrera
y fue a hacerse soldado en Barinas [...] después que
Monteverde había ocupado a Caracas223.

222 Gaceta de Caracas, 28 de febrero de 1814.


223 MUÑOZ, G. E., op. cit., tomo II, p. 293.

133
Sobran los comentarios. Austria dice que demostró bastante
capacidad y valor «en comparación de los mil otros guerrilleros
que quisieron mejorar su triste condición, so pretexto de de-
fensores de la causa del rey de España»224.
Una de las acusaciones que se efectuaba contra estos caudi-
llos era que no tenían nada que ver con un ejército convencio-
nal. La subordinación y la jerarquía militares, tal y como era
entendida en el ejército, no existía en la realidad. Los ejércitos
sólo obedecían a su caudillo. Por eso Yáñez lo recomponía por
su prestigio personal. Heredia decía que «reconoció a lo menos
de palabra la autoridad del capitán general, aunque siempre
hizo cuanto se le antojó en punto a robo y matanzas». En
Araure, tras ser derrotados por las disciplinadas tropas de Bolí-
var, el Regente exclamaba que

la mayor parte de los cuerpos de Apure no tenían orden


ni concierto, y se llamaban de caballería porque se com-
ponían de hombres montados a caballo casi en pelo, y
aunque se dijese que mandaba Ceballos, esto era sólo en
el nombre, haciendo cada cual lo que le daba la gana225.

Su solo nombre sembraba el pánico en las filas republicanas. Sus


ejércitos estaban «formados por cuadrillas de salteadores que
infestaban aquellos lugares, y de los que por estos u otros crímenes
se hallaban en las cárceles o condenados a trabajos públicos»226.
Se convirtió en uno de los símbolos míticos de la contrarrevo-
lución, siendo en ocasiones considerado muerto por los republi-
canos: «sólo una fuga, la más precipitada, pudo salvar la vida a

224 AUSTRIA, J., op. cit., tomo I, p. 173.


225 HEREDIA, J. F., op. cit., p. 158.
226 Gaceta de Caracas, 20 de diciembre de 1813.

134
un monstruo tan criminal y detestable, pero no perdemos la
esperanza de que pague sus atrocidades»227. Y las pagó, demos-
trando con su muerte el valor simbólico que tiene en una gue-
rra tan brutal el descuartizamiento de los cadáveres. Eso acae-
ció en Ospino. Austria señala que «el vecindario de Ospino se
apoderó en el campo de su cadáver y lo descuartizó, colocando
sus miembros en diversos puntos de sus inmediaciones»228. Sin
embargo sus soldados se niegan aceptarlo, tal era el soporte
emocional del hecho de esparcir los restos. Manuel González y
José González de Ara, orotavenses, soldado y capitán en una
división del ejército de Boves, declararon que «murió de un bala-
zo y viéndole sus enemigos en tierra cayeron sobre él, cortándole
la cabeza para llevársela, cuya acción impidió su ejército porque
redoblaron sobre el enemigo»229. Logró reunir en varias ocasio-
nes en torno a 1.500 y 2.000 llaneros que lo hicieron uno de los
más temibles caudillos de la contrarrevolución venezolana,
llegando a derrotar a los republicanos en Guasdalito y Barinas.
Pascual Martínez fue otro canario dirigente del ejército realis-
ta. Pasará a la historia por las atrocidades que ejecutó cuando
fue nombrado por Monteverde gobernador de la isla de Marga-
rita. Tanto Francisco Javier Yanes como Urquinaona coinciden
en la sangrienta represión que efectuó sobre los isleños. Preci-
samente murió allí fusilado a resultas de una rebelión que lo
condenó a la pena capital. El primero lo llama digno sucesor de
Lope de Aguirre. Urquinaona señala que en la época anterior a
la insurrección de 1810 se hallaba como sargento de guarnición
en Margarita «casado con una isleña de su clase»230.

227 Gaceta de Caracas, 27 de enero de 1814.


228 AUSTRIA, J., op. cit., tomo II, p. 172.
229 A.H.P.T. Leg. 3.519, 23 de agosto de 1813.
230 YANES, F. J.: Historia de Margarita, Caracas, 1943, p. 15. URQUINAONA, P., op.

cit., p. 301.

135
Las características de los dirigentes isleños de la contrarre-
volución eran similares. Salvador Gorrín era un modesto emi-
grante tinerfeño, natural de Santiago del Teide, que se estable-
ció como pulpero en Ocumare de la Costa, integrándose como
tantos otros en la marea bélica de la época. Cajigal decía de él que

sus hechos eran escandalosos, dirigiéndose contra las


propiedades grandes o pequeñas de los habitantes; les
hirió en lo más delicado que conoce el hombre [...] Si
mientras que Gorrín dilapidaba al propietario y perse-
guía al infeliz, hubiese dirigido sus miras contra los in-
surgentes que había dispersado, ni éstos se hubieran
apoderado de Caucara ni batido luego a Tomaseti con
tanto descrédito de las armas del Rey231.

Pero si hubo un dirigente isleño sobre el que se tejió la ma-


rea de la destrucción, el saqueo y la insurrección de los esclavos
ese fue Rosete. Como Gorrín era pulpero. Baralt dice que An-
toñanzas lo encontró

con una miserable pulpería en el pueblo de Taguay, sos-


teniéndose más que de su industria de la beneficencia de
los vecino [...] Desde entonces nuestro pulpero, depo-
niendo el exterior torpe con que se encubría su fingida
humildad, no pensó ya sino en distinguirse por su celo
en la persecución de los patriotas232.

Se le acusó de marcar con hierro candente con una P en señal


de oprobio233. Pero la imputación que los hacendados criollos

231 CAJIGAL, J. M., op. cit., pp. 211-212.


232 Reproduce un artículo de la Gaceta de Caracas, 17 de enero de 1814.
233 Gaceta de Caracas, 24 de febrero de 1814.

136
plantearon con crudeza sobre él es que fue bajo las órdenes de
Boves a levantar la esclavitud en Ocumare: «Más de tres mil
esclavos fueron forzados a seguir a este otro español, y a pesar
de la extrema repugnancia que tenían para seguirle fueron for-
zados a ello». Con «la pretendida libertad» los incorpora a sus
ejércitos. La liberación de los esclavos con objetivos militares
fue una de las cosas que más repugnaron los oligarcas, aunque
ellos ofrecieron la libertad a los esclavos que se incorporaban al
suyo. Claro está que los republicanos eran los propietarios y les
interesaba una incorporación controlada. Lo de Rosete era un
saqueo para ellos. La literatura republicana llega a decir que
muchos esclavos prefirieron el hambre y la sed a ser soldados
realistas. Era un símbolo de «esa fiel esclavitud» que exhorta-
ban los oligarcas234.
Pero sin duda, el más singular de los llaneros isleños fue el
lugarteniente de Boves y último capitán general de Venezuela,
Francisco Tomás Morales. Modesto salinero en el Carrizal de
Ingenio, en Gran Canaria, emigró como tantos isleños de
humilde cuna a Venezuela a labrarse un porvenir. Sobre sus
orígenes, una vez más los epítetos son clamorosos. Baralt dice:
«El canario Morales, rastrero y bajo desde los principios, había
comenzado por soldado y asistente del teniente coronel espa-
ñol don Gaspar de Cagigal», frase que copia de Heredia. Parra
Pérez dice de él que era «antiguo vendedor de pescado frito en
Píritu y llamado a terrible notoriedad en los años siguientes»235.
No era, por tanto, como todos los anteriores, un militar
profesional. El mando del capitán general Montalvo en Vene-
zuela en 1815 fue siempre nominal, porque Morales, como los

234 Gaceta de Caracas, 23 de mayo de 1814.


235 BARALT, R. M. y DÍAZ, R., op. cit., tomo II, p. 177. PARRA PÉREZ, C., 1959, op.
cit., tomo I, p. 365.

137
anteriores, ejercía la autoridad por su cuenta. Había mandado
fusilar, según Heredia, a siete capitanes de su ejército por estar
inclinados al reconocimiento de la autoridad. «Envió las siete
cabezas al gobernador militar de Caracas para que las fijase en
parajes públicos»236. Cajigal reafirma que la insubordinación, la
no aceptación de la jerarquía, el no sometimiento a los superio-
res es una constante en Morales. Yanes dice de él que sus atro-
cidades llevaron a extremos deleznables, como el que aconteció
con el canario Tomás Losada en Cariaco. Partidario de la inde-
pendencia había huido de Caracas y se había refugiado en esa
localidad: «mandó matarlos a todos y que le llevasen el dinero y
efectos que encontrasen en su posada»237.
La restauración del absolutismo en España en 1814 posibili-
tó el envío en 1815 de una fuerza expedicionaria al mando de
Pablo Morillo constituida por diez mil soldados que ocupa
Maracaibo y entra en Caracas. Se dirigió hacia Nueva Granada,
que reconquistó en octubre de 1816. Con estos refuerzos la
Guerra de Independencia venezolana dejó de ser por vez pri-
mera una guerra social interna, una guerra civil, para introducir
un elemento foráneo. Morillo necesitaba con urgencia recursos
económicos y para ello recurrió a la subasta de tierras de los
dirigentes republicanos. De esa forma, más de las dos terceras
partes de las familias oligárquicas venezolanas vieron vendidas
sus propiedades y las autoridades españolas rompían de forma
definitiva con los garantes del antiguo orden social. Pero a la
larga se quedarían sin la base social que garantizase la continui-
dad del dominio colonial en América.
El gobierno español trató de consolidar su hegemonía en el
país a través del ejército expedicionario, con lo que trataba de

236 HEREDIA, J. F., op. cit., p. 197.


237 YANES, F. J., 1943, op. cit., tomo I, p. 232.

138
convertirlo en el baluarte para restaurar la estructura social
colonial. Por vez primera la jerarquía y la subordinación debe-
rían ser los principios militares. Pero ello les fue distanciando
de los llaneros y de los isleños. Para ellos eran unos recién
llegados, parásitos sin ninguna conexión ni raíces en Venezuela,
cuyo único interés era amasar fortuna y abandonar el país. La
deserción paulatina de los canarios en el ejército realista se hace
más evidente. Uno de ellos será el futuro general grancanario
Blas Cerdeña, que se integraría en las filas republicanas dejando
el batallón Numancia y participando en la guerra hasta la con-
quista del Perú, país en donde se estableció y ocupó diversos
cargos políticos hasta su muerte en Lima. Incluso los que se
mantuvieron fieles como Morales tuvieron numerosos enfren-
tamientos con los militares profesionales.
Las tropas que habían luchado por el Rey fueron menos-
preciadas y consideradas de segunda fila. Mientras tanto, en los
republicanos se opera un cambio que será decisivo. El objetivo
de Bolívar era organizar un ejército sobre la base de la igualdad
legal y la americanidad, que posibilitara a los pardos un cierto
acceso al poder a través de la milicia. Gracias a ello un amplio
número de llaneros, decepcionados con la marginación con
que habían sido tratados por los nuevos dirigentes militares
españoles, se integran en el ejército republicano. Agrupados
en torno a un caudillo de origen isleño y de procedencia so-
cial baja, José Antonio Páez, son conquistados por las pro-
mesas de Bolívar de darle parte de las tierras tomadas al ene-
migo y garantizarles su parte en las de propiedad nacional. Ese
cambio de actitud de los republicanos fue esencial para el éxito
final de la causa independentista.
Morales, en su interpretación de este proceso, sostiene que
el ejército anterior a la llegada de Morillo no eran tropas desor-
denadas sino batallones arrojados y valientes. Con Morillo se

139
hizo la guerra con más mérito y regularidad y con ascensos
regulados a ordenanza238. Álvarez Rixo, que bebe directamente
de los testimonios de sus paisanos, entre ellos del propio Mora-
les, al que trató y con el que habló sobre la contienda, apunta
que la tropa peninsular, bien vestida y equipada «con aquel
garbo que es peculiar a los españoles de raza pura» contrastaba
con los pobreza de los del país, descalzos y con trajes rotos. En
su opinión, Morillo cometió la imprudencia de «considerar a
los criollos sólo por su mezquino aspecto», sin atender a su
mayor mérito para una guerra en tierra para la que los españo-
les no estaban preparados. La marginación y la altanería con
que los militares profesionales miraban a los criollos hizo que

en poco tiempo se vio que estos hombres despreciados,


afiliados después en las filas patriotas supieron y pudie-
ron ir destrozando a los ufanos e indiscretos soldados
del general Morillo, al paso que radicando el odio contra
los incorregibles españoles239.

Un canario partidario de la independencia, el majorero Agus-


tín Peraza Bethencourt, sostuvo que, después que

los isleños dieron entrada el año de 12 a los españoles


que debían respetar el resto de sus familias no compa-
triotas; son perseguidas atribuyéndose a sí mismos las
glorias; sus intereses usurpados, el saqueo y el ultraje sus
operaciones. Corren los isleños con estos motivos en
turbas a las banderas de la República; las relaciones que

238 MORALES, F. T.: «Relación histórica de las operaciones del ejército expedicionario de

Costa firme», en Materiales para el estudio de la ideología realista de la Independencia, tomo I, AIAH,
Caracas, 1967-1969, pp. 1.144-1.147.
239 ÁLVAREZ RIXO, J. A., Anécdotas...

140
los une con las familias del país y sus generales ha borra-
do en éstos los procedimientos anteriores con que viola-
ron el juramento prestado de la independencia, único
requisito que exigía la República de nuestros compatrio-
tas originarios, considerándoseles como canarios, pues la
circunstancia apuntada les eximía de las presiones que
por ley general se deben ejecutar en los españoles240.

En los años finales de la década segunda del siglo y en la de


los veinte la aceptación del nuevo orden por parte de los cana-
rios se hizo cada día más patente. En El Correo del Orinoco, en la
Gaceta de Colombia y en documentación oficial, aparecen mu-
chos de ellos inscribiéndose con la nacionalidad americana.
Otros tantos fallecieron en la cruel guerra de exterminio que
sufrió Venezuela, unos pocos regresaron a las Islas, otros se
dispersaron por Cuba y Puerto Rico. En el Congreso de An-
gostura Onofre Vasallo sigue representando la voz de los isle-
ños republicanos. Agustín Castro, Antonio Rosales y Antonio
Padrón son capitanes de buque que colaboran activamente con
los republicanos en la guerra, bien a través del corso, como el
primero, o bien auxiliando a las tropas y transportándolas co-
mo los segundos. De ahí su reintegración en la sociedad vene-
zolana como emigrantes no iba más que un paso. En 1831
Páez como presidente de la recién creada República de Vene-
zuela promociona su emigración, pero sólo quiere mano de
obra barata para la agricultura. Como especificará un cónsul
británico, «la verdad es que los inmigrantes son bienvenidos,
no tanto por su condición de colonos como por el papel que
puedan jugar sustituyendo la decadencia gradual de la mano de

240 PAZ, M. y BRITO, O.: «Canarias y la emancipación americana: el manifiesto insurre-

cional de Agustín Peraza Bethencourt», en Tebeto, Nº 3, Puerto del Rosario, 1990, p. 70.

141
obra esclava»241. Con ello se abre una nueva época en la histo-
ria de la emigración canaria a América.

La caída de Puerto Cabello, la detención


de Miranda por Monteverde y el pasaporte
de los Rivas y Bolívar
Por su experiencia militar Miranda se convertirá en la figura
central de la defensa de la naciente República contra los ata-
ques contrarrevolucionarios. Pocos días después de la declara-
ción de Independencia fue encargado para dirigir los ejércitos
republicanos que sitiaron Valencia. Vence en esa contienda,
pero las pérdidas humanas fueron considerables. La actitud
hacia él de los criollos no se modifica. Al plantear su intención
de continuar la campaña en Coro y Maracaibo, el Congreso le
retira el mando del ejército y le ordena el regreso a Caracas
para que justifique su actuación en Valencia. Al ocupar Monte-
verde Carora, el 23 de marzo de 1812, se decidió a extender la
campaña de reconquista hacia el resto del territorio. El 7 de
abril se apoderó de Barquisimeto. A fines de ese mes, el go-
bierno republicano se reconoció incapaz de detener su avance y
decidió tomar medidas de emergencia, ordenó que los diversos
cuerpos de milicias fueran puestos bajo un único mando, ya
que hasta entonces seguía vigente el sistema de milicias de la
colonia. El espíritu de clase siguió siendo dominante porque se
le propuso el cargo al Marqués del Toro, pero, al declinar éste,
que ya había sido jefe del ejército, el ofrecimiento, no quedó más
remedio que elegir a Miranda el 23 de abril primero como Gene-
ralísimo y un mes más tarde como Dictador de la República.

241 Cit. en LYNCH, J., op. cit., p. 27.

142
Pero, como refleja Carmen Bohórquez, el panorama que surgió
a partir de entonces fue el del estallido de todos los antagonis-
mos acumulados desde el 19 de abril de 1810 con deserciones e
indisciplinas, con la profundización de los conflictos entre
ciudades y provincias y entre etnias y clases sociales. Las elites
dirigentes seguían desconfiando del Precursor y sintiendo ani-
madversión hacia él, acrecentada por la asunción en su persona
de tales poderes absolutos. Los esclavos de Barlovento y de los
Valles del Tuy, alentados y estimulados por los realistas, acen-
túan la imagen de anarquía y de odio social.
En esa coyuntura acontece un hecho crucial. La pérdida de
la plaza fuerte de Puerto Cabello, que se encontraba bajo la
responsabilidad de Bolívar, se convirtió en un hecho decisivo.
La batalla duró seis días. A las tres de la mañana del 30 de junio
de 1812 el Libertador le comunicó a Miranda que los presos
que estaban en el castillo se habían sublevado gracias a la trai-
ción de un oficial. Todos los pertrechos estaban en esa fortale-
za salvo 16.000 cartuchos que se quedaron fuera. Desde tal
fortín la ciudad era bombardeada. El jefe militar fue hecho
preso. La orden de deserción provino de un canario, el gara-
chiquense Francisco Fernández Vinony242, un comerciante que
hasta entonces se había mantenido fiel a la República. Al pare-
cer seducido por las ofertas de los prisioneros, levantó el puen-
te, cañoneó la urbe y ordenó disparar a quien se acercase. Bolí-
var sostuvo que

las causas que tuvo, según las conjeturas, el subteniente Vi-


nony para vender la fortaleza, fue el de hallarse quebrado

242 Natural de Garachico, fue subteniente del escuadrón de caballería de Caracas,

luego subteniente del de Aragua. Cayó prisionero en Boyacá y fue mandado a ahorcar
por el propio Libertador.

143
de los fondos de su compañía, por una parte, y la seduc-
ción de mando o riqueza que esperaba ese traidor por
recompensa de su felonía, luego que los reos de Estado
estuviesen en libertad y su paisano Monteverde se apo-
deraba de la plaza243.

Éste último por otra parte conocía su familia. Por eso cita
correctamente su apellido como Bignoni, tal y como lo de-
nominaban originariamente sus ascendientes italianos. Lo
premió con el cargo de comandante general del resguardo de
Yaracuy244.
Bolívar se sintió impotente, ya que no contaba con cañones
para contestar ese fuego. Pretendió dominar la crisis con una
orden de rendición, que no fue acatada. El bombardeo aterró a
los habitantes de la ciudad, que decidieron abandonarla. El 4 se
inició desde el exterior un ataque a Puerto Cabello, primero
desde el camino de Valencia y luego desde El Palito. No había
agua potable y las fuerzas leales se limitaban a cuarenta hom-
bres. El 5 volvió a intentar el ataque del castillo, pero fue inútil.
El 6 capituló y a duras penas pudo escapar por el mar. El Li-
bertador, deprimido, se sumergió en «una especie de enajena-
miento moral», después de pasar doce noches sin dormir, se-
gún él mismo refirió a Miranda. El mismo día le comunicó que
estaba lleno de vergüenza, se sentía «alocado» después de haber
perdido «la mejor plaza del Estado». No quería ver la cara del
Precursor, pero le advierte que «no soy culpable, pero soy des-
graciado»245. Miranda se sintió derrotado al conocerlo: «Vene-
zuela está herida de muerte», le refirió a Pedro. Desde entonces

243 MUÑOZ, G. E., op. cit., tomo I, pp. 181-182.


244 Ibídem, tomo I, p. 175.
245 ROJAS., J. M.: El General Miranda, París, 1884, pp. 648-649.

144
se inició para él la batalla final246. Le permite alcanzar a Monte-
verde la supremacía militar y sembró en el Precursor la deses-
peranza. Sólo quedaba para él una salida, la capitulación.
El 24 de julio de 1812 pacta esa capitulación con el marino
lagunero. Según los acuerdos establecidos, éste debía permitir a
los patriotas que deseasen abandonar el país su marcha. Se
comprometía a no ejercer represalias. Pero nada de eso se
cumplió. El capitán Francisco Mármol refirió que tan pronto
como llegaron a Caracas, algunos sectores exigieron la deten-
ción del Generalísimo, entre ellos

la del señor Orea y los ruego de muchos españoles que


eran adictos, por lo que se resolvió el general a man-
dar un aviso a La Guaira para el detenimiento de Mi-
randa y de cuantos de importancia en la complicidad le
acompañaban247.

Al decidirse el Precursor a embarcarse para el exterior desde La


Guaira, el 30 de julio, es arrestado por un puñado de jóvenes
oficiales entre los que se encontraban Manuel María Casas248,
Miguel Peña249 y Simón Bolívar. Entre ellos el Libertador parecía

246 BOHÓRQUEZ MORÁN, C., op. cit., pp. 306-309. POLANCO ALCÁNTARA,

T.: Simón Bolívar, 5ª ed., Caracas, 2000, pp. 183-195.


247 Cit. en MUÑOZ, G. E., op. cit., tomo I, p. 278.
248 El caraqueño Manuel María de las Casas había sido capitán de la compañía de

granaderos mandada por el coronel José Félix Ribas. En mayo de 1812 fue nombrado
por Miranda comandante militar del puerto de La Guaira. Con ocasión de la capitula-
ción de éste recibió órdenes de Monteverde de no dejar salir a los republicanos. Des-
pués de la detención del Precursor quedó autorizado por el nuevo capitán general para
permanecer en su hacienda. Llegó a ser con los realistas justicia mayor de Petare.
VV.AA.: Diccionario de Historia de Venezuela, tomo I, Caracas, 1988, p. 610.
249 Miguel Peña era hijo del comerciante canario Ramón Peña Garmendia, establecido

en Valencia y casado con Ramona Páez López, de idéntico origen. Peña Páez (1781-
1833) se doctoró por la Universidad de Caracas y fue asesor jurídico de la comisión de
España para discutir con Inglaterra el destino definitivo de la isla de Trinidad (1808);

145
el más exaltado, pretendiendo fusilarlo por haber capitulado
con el enemigo y por querer abandonar el país. Otros, como
Casas, buscaban lisonjearse con el vencedor. Compartimos la
opinión de la profesora Bohórquez de que se buscaba un chivo
expiatorio y el arresto de Miranda venía a ser la puerta de esca-
pe más segura. En todo caso, Monteverde estaba convencido
de que los tres oficiales habían actuado inspirados por el mis-
mo sentimiento. Por ello estima que debían ser recompensados
por tal arresto. Se les perdonaba en virtud de tal gesto su pasa-
do insurgente. Los dos anteriores fueron colocados bajo su
protección, mientras que al segundo se le dio pasaporte para el
extranjero250. En su carta a la Regencia hizo constar «el perdón
de su extravío y aún tenerse en consideración sus acciones,
según la utilidad que haya resultado de ellas al servicio de S.M.»
De las Casas, Peña y Bolívar. Confiesa el lagunero que

en el momento que pisé esta ciudad, di las órdenes más


perentorias para la detención de aquéllos en La Guaira
pero afortunadamente cuando llegaron, aunque dirigidas
con la mayor rapidez ya Casas con el consejo de Peña y
por medio de Bolívar había puesto en prisiones a Mi-
randa y asegurado a todos los colegas que se encontra-
ban allí. Operación en que Casas expuso su vida, que
hubiese perdido si hubiese eludido su orden, del mismo
modo que habrían corrido un riesgo Peña y Bolívar. Ca-
sas completó su obra del modo más satisfactorio251.

miembro fundador de la Sociedad Patriótica (1810), auditor de guerra de los ejércitos


de la Primera República y comandante de los Valles de Aragua en 1812. Fue diputado
al Congreso de Cúcuta de 1827 y presidente del Congreso que en 1830 separó a Vene-
zuela de la Gran Colombia. En el gobierno de Páez fue ministro de Interior y Justicia.
250 Cit. en BOHÓRQUEZ MORÁN, C. L., op. cit., p. 310.
251 MUÑOZ, G. E., op. cit., tomo I, pp. 292-293.

146
Una carta de su cuñado y amigo Coto Paul confirmaba el odio
larvado que tenían esas familias ligadas por intereses sociales,
políticos y económicos desde la segunda mitad del siglo XVIII
como los Paz Castillo y los Rivas, y que bien habían mostrado
ante el Precursor en su actitud ante la invasión de 1806: «En el
caso de no ser posible su venida, ni libertarnos de los yugos de
los Ribas, Castillos, Menas, etc., me llame Ud. al ejército con
una compañía de cien hombres, que formé yo mismo hace dos
meses»252.
De las Casas, al acatar la orden de Monteverde, contradecía
los términos de la capitulación, ya que el nuevo capitán general
no tenía autoridad sobre el jefe de las fuerzas republicanas. El
Precursor debía ser respetado y gozaba de inmunidad. Bolívar
trató de liberarse de las flaquezas de su actuación y la historio-
grafía «bolivariana» y sus propios testimonios de muchos años
después trataron de exonerarlo de responsabilidad y culpar en
exclusiva a De las Casas de los hechos, que se mantuvo hasta
su muerte desde entonces en el bando realista. Lo mismo trató
de hacer Peña. Significativamente, muchos años después, en
1843, los descendientes del comandante de La Guaira, entre los
que se encontraban su hijo Manuel Vicente, importante diri-
gente de la Guerra Federal, ejercieron esa misma actitud excul-
patoria253. Miguel Peña viajó a Caracas, donde pudo vivir sin
problemas, incorporándose al año siguiente en Aragua a la
nueva guerra en el bando republicano, mientras que Bolívar
pudo regresar a su ciudad natal sin ser hecho prisionero y resi-
dió en la casa del Marqués de Casa León.

252 Ibídem, p. 155.


253 Textos impresos en el siglo XIX, reeditados en CASAS BRICEÑO, A.: El año 12.
Sucesos ulteriores a la prisión de Miranda. Conducta del Coronel de Las Casas, Caracas, 1928.
Defensa documentada de la conducta del comandante de La Guaira Sr. Manuel María de las Casas
en la prisión del General Miranda, Caracas, 1965.

147
Monteverde «muy curiosamente» explicó dos veces a su go-
bierno por la expedición de ese pasaporte. En su despacho de
26 de agosto de 1812 manifestó que

no podía olvidar los interesantes servicios de Casas (haber


puesto en prisión a Miranda), ni el de Bolívar y Peña (ser
el medio usado para esa prisión) y en virtud de ello no se
han tocado sus personas, dando solamente al segundo sus
pasaportes para el extranjero, pues su influencia y co-
nexiones podían ser peligrosas en esas circunstancias.

La segunda fue el 20 de enero de 1813, donde aclaró que no


quiso fusilar a Miranda, como había sido su intención y accedió
«para disimular» y con «dolor» dar pasaporte a tres o cuatro «a
pesar de mis temores»254. Sin embargo, esta última tiene más
de justificación a posteriori por haber dejado libre a tal cualifi-
cado dirigente de la insurrección que otra cuestión. Polanco
Alcántara se pregunta por el hecho de que si Bolívar era tan
peligroso por qué se le deja salir con absoluta libertad. Mani-
fiesta que era posible que fueran los consejos de Casa León e
Iturbe en su favor los que le decidieron «no tocar su persona».
El propio Libertador, muchos años después, en una carta al
presidente del Congreso General de Colombia, fechada en
Trujillo el 26 de agosto de 1821 y publicada en la Gaceta de
Colombia de 24 de noviembre de 1822, narra que

yo fui presentado a Monteverde por un hombre tan ge-


neroso como yo era desgraciado. Con este discurso se
me presentó don Francisco de Iturbe al vencedor; aquí es-
tá el comandante de Puerto Cabello don Simón Bolívar

254 Reprod. en POLANCO ALCÁNTARA, T., op. cit., pp. 201-202.

148
por quien he ofrecido mi garantía. Si a él le toca alguna
pena yo la sufro, mi vida está por la suya.

El historiador venezolano sostiene que «con toda evidencia lo


que le permitió salir del país fue un golpe de suerte, facilitado por
la confusión del momento, la influencia de Iturbe y el momentá-
neo deseo de Monteverde de dar sensación de magnanimidad»255.
Pero, evidentemente, tales juicios no tienen la menor con-
sistencia. ¿Qué conexiones y relaciones tenía ese comerciante
con Monteverde que justificasen que tan importante dirigente
de la revolución fuera libertado de toda responsabilidad, al
tiempo que a otros muchos de menor relieve se les enviase
presos a España como Juan Paz Castillo, o se les encarcelase en
las mazmorras de la fortalezas de La Guaira o Puerto Cabello?
Sólo Grisanti en el folleto citado se percató de que las relacio-
nes de Bolívar con Monteverde serían la real explicación de ese
pasaporte. Porque en la vorágine de fijarse en la detención de
Miranda se ha pasado por alto otro hecho crucial de varios
parientes suyos, personajes claves en la revolución que, o salie-
ron con pasaporte suyo al extranjero en la misma goleta desde
la que partió el Libertador rumbo a Curaçao, o antes, o tuvie-
ron tranquilo acomodo en la Caracas gobernada por Montever-
de. El 27 de agosto de 1812 se embarcó con su sobrino Simón
su tío José Félix Rivas y su secretario personal incluso, en la
fortaleza de Puerto Cabello y pariente Francisco Rivas Galindo,
hijo de Valentín, el regidor caraqueño, que había jugado un
papel decisivo en la actuación del cabildo caraqueño ante la
invasión de Miranda y en la Junta de 1810256. Con anterioridad

255 Ibídem, p. 202.


256 Rivas Galindo publicó una proclama revolucionaria poco después de los sucesos
del 19 de abril de 1810. Fue secretario de Bolívar desde la ocupación de Puerto Cabe-
llo. Viajó a Chile, donde ocupó un cargo en su gobierno republicano en 1818. Tras

149
lo había hecho en otro barco Marcos, hermano de José Félix y
de Valentín. Nadie se había preguntado el porqué de ese trato
de favor a tan caracterizados dirigentes. Evidentemente, la
respuesta está en su parentesco con los Rivas, el mismo que
había actuado a favor de Bolívar para darle la libertad. La carta
de la comunicación de la salida de La Guaira de 28 de agosto de
1812 de Francisco Cervériz a Monteverde no deja lugar a dudas:

Ayer a las nueve de la mañana se dio a la vela para Cura-


çao la goleta española Jesús, María y Josef con los indivi-
duos que la fletaron, a saber: Don José Félix Ribas, el
Dr. Vicente Tejera, Don Manuel Díaz Casado, Don Si-
món Bolívar y un sobrino de Ribas, nombrado Francis-
co, que venía incluso en el pasaporte que S.E. dio257.

Esto último no da lugar a dudas.


Por una parte Juan Nepomuceno Ribas, hermano de José
Félix y tío de Bolívar por su casamiento con María de Jesús
Palacios, hermana de su madre. Implicado en la llamada Cons-
piración de los Mantuanos, en 1810, participó junto con su
hermano José Félix por medio del que exigían la expulsión de
españoles y canarios, por lo que fueron expulsados del país.
Retornados en noviembre de 1811, cumplió las funciones de
intendente del ejército de Miranda. Tal confianza tenía con su
tío Simón Bolívar que le escribe antes de embarcarse para que
reclame su equipaje con mil quinientos pesos en plata y mil
seiscientas onzas de igual metal. Desde Curaçao le vuelve a
escribir el 8 de octubre de 1812 para encarecerle que entregase

viajar por Europa y el Cercano Oriente, retornó a Caracas, donde se casó con su prima
en segundo grado Clemencia Tovar, hija de Martín Tovar. AA.VV. Diccionario de Histo-
ria de Venezuela, tomo III, p. 122.
257 MUÑOZ, G. E., op. cit., tomo I, p. 318.

150
a «M. Camacho mil pesos» que éste le entregaría en esa isla,
«pero con la expresa condición de que Ud. me ha de fiar [...]
con amistad y consideración de su sobrino Bolívar». Juan Ne-
pomuceno curiosamente se había quejado a su primo Monte-
verde de su sobrino Simón a raíz de la llamada Guerra a Muer-
te de 1813. En su misiva le manifiesta su sorpresa de que «no
he podido dejar de compadecerme la situación de Ud. y de
horrorizarme la conducta sanguinaria que observa Bolívar con
los europeos y buenos criollos», quejándose de que el Liberta-
dor no hubiera correspondido a la generosidad con que le trató
cuando cayó en sus manos y le concedió la libertad258. Su otro
hermano, el presbítero Francisco José de Ribas, firmó el acta
del 19 de abril de 1810, donde jugó un papel decisivo. Pudo
vivir tranquilamente en la capital venezolana hasta que en 1813
las tropas de Bolívar entraron en Caracas y el Libertador pro-
puso al obispo Narciso Coll y Prat su nombramiento como su
secretario.
Sobre las relaciones familiares entre José Félix y su primo
Domingo Monteverde y Rivas, da buena cuenta esta carta re-
producida por Landaeta Rosales y Grisanti:

Al Señor Domingo de Monteverde. Caracas y agosto 5


de 1812. Mi apreciado primo y señor: El deseo de acre-
ditar mi inculpable conducta con respecto a las prisiones
de los europeos, me obliga a molestar a Ud., suplicándole
se sirva devolverme el Manifiesto que tuve el honor de
poner en sus manos con el decreto para su impresión, a
fin de que a la mayor brevedad llegue a noticias de to-
dos, reservando Ud. en su poder los documentos origi-
nales a que se contrae; no doy este paso personalmente

258 GRISANTI. A., 1961, op. cit., p. 9.

151
por hallarme con calenturas dos días hace, pero, me re-
pito con la mayor complacencia y consideración su más
sincero y apasionado Sor. Q.b.s.m. José Félix Ribas259.

Este testimonio se une al anterior de Juan Nepomuceno, que


nos ilustra sobre la atmósfera familiar reinante entre esos pa-
rientes. Como resultado no sólo su primo le dio la libertad,
sino que le dio carta de recomendación para el gobernador
inglés de Curaçao. Al respecto, precisa Grisanti que la Revolu-
ción de Independencia «no fue sólo una guerra civil, sino tam-
bién ‘una guerra de familia’»260. Como he demostrado, la tra-
yectoria vital de Francisco de Miranda en relación con las
relaciones sociales y étnicas desarrolladas por él y su familia en
la sociedad caraqueña es clave. Con este trabajo hemos querido
contribuir, desde esa perspectiva, a analizar cómo toda esa
entretejida telaraña de conexiones puede ayudar a comprender
no pocas claves de los procesos sociopolíticos de la Emancipa-
ción que sin ellas que darían difuminados.

259 Ibídem, p. 18.


260 Ibídem, p. 19.

152
Bibliografía

153
154
Bibliografía de la época
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de la Primera República, 2 vols., Caracas, 1960.
ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA: Las prime-
ras misiones diplomáticas de Venezuela, 2 vols., Caracas, 1961.
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Actas del Cabildo de Caracas (Republicanas y Monárquicas), 3
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sobre la rebelión de Caracas acaba de publicar en esta corte el
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155
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