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ANTOLOGÍA DE POESÍA

HISPANOAMERICANA

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Armida Pérez Garrido

• Laura E. Alvarado Figueroa


• Teresa de J. Baños Hernández

INSTITUTO POLITÉCNICO NACIONAL


— M É X I C O —

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PRIMERA EDICIÓN: 2000

D.R. © 2000, INSTITUTO POLITÉCNICO NACIONAL

Dirección de Publicaciones
Tresguerras 27, 06040, México, D. F.
ISBN:
Impreso en México / Printed in Mexico

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P r e s e n t a c i ó n

Esta antología poética fue elaborada por profesores del


área humanística del Centro de Estudios Científicos y Tecno-
lógicos “Cuauhtémoc”, perteneciente al Instituto Politécnico
Nacional, con el doble propósito de presentar a los lectores y
alumnos un acervo de este género literario representativo de
las últimas décadas y, a su vez, fomentar en ellos la búsqueda
continua de creaciones estéticas en el arte de la literatura.
La selección no fue fácil, debido a que implicó dejar fuera
material muy valioso por razones de espacio, sin embargo,
estamos seguros que esta lectura habrá de proporcionar una
visión amplia y precisa sobre este género literario.
Es nuestro deseo que los alumnos al leer el presente tra-
bajo, con ese goce estético que brinda la poesía, lo hagan en
voz alta, declamen y, a través de ello, comuniquen con estilo
propio su sentir personal. Por otra parte, las posibilidades de
análisis son múltiples: la riqueza de vocabulario, la cons-
trucción retórica, la variada rima, el ritmo, el metro y las di-
versas aportaciones de los poetas contemporáneos.
Se presentan todos los temas que al ser humano atañen:
el amor, el dolor, la muerte, la naturaleza, la lucha existencial,
los sentimientos patrios, los inexorables problemas socia-
les, etcétera.
La muestra de diferentes estilos poéticos y corrientes lite-
rarias podrá ser objeto de un interesante estudio.

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“Si acongoja un dolor a los humildes,
o si miran un valle, un monte, un mar,
dicen tal vez: —Dichosos los poetas
porque todo lo pueden.
Y nosotros, los míseros poetas,
temblando ante los vértigos del mar,
vemos la inexpresada maravilla,
y tan sólo podemos suspirar.
(Porfirio Barba Jacob)

In memoriam
Raquel Maldonado Chávez

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P r ó l o g o

Para quien oficia la liturgia de las letras, evocar al


poeta es resucitarlo en la lectura de su poesía. El poeta es el
hombre revolucionario que pretende trasformar la realidad
social y cultural del mundo por medio de la palabra.
La poesía por sí misma no existe ni aun en la copia de las
formas de la naturaleza como pensaban los poetas franceses
del siglo XVIII . Esta es materialización del deseo, del amor, del
gozo, del tormento existencial, del rencor, de la angustia; en
suma, del sentimiento y de lo inexorable del tiempo y de la
muerte. Todo aquello que en la existencia es latido y apasio-
namiento toma forma en el lenguaje poético.
La poesía no tiene como fin explicar nada, ya que es parte
del hombre, se desprende de este y lo trasciende; se trasfor-
ma al fusionarse en la experiencia del lector, si lo hay. La
poesía alienta la actividad espiritual del ser humano revir-
tiendo la vanalidad.
La palabra antología —anthologia, del griego anthos: flor, y
legein: escoger— significa, como su nombre lo indica, recolec-
tar flores y, en sentido literario, según el Novísimo diccionario
de la lengua castellana, coleccionar, escoger las mejores obras
literarias, en este caso poesías, para hacer un libro.
Sinónimos de antología son las palabras: guirnaldas, coro-
nas, florilegio, iris, joyel, relicario; o las frases: sarta de per-
las, hebra de luceros, abanico de plumas, redoma de olores,
jardín encantado, luz de aurora, brillo del rocío... y demás con

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que la han distinguido los poetas de todos los tiempos, sin-
gularizándose los bardos de la literatura árabe, quienes la
llamaron con las formas más bellas del lenguaje oriental, ta-
les como: corona de suspiros, celeste hurí, pebetero de aro-
mas, reguero de estrellas, tesoro del emir, esencia de sándalo,
santuario del fuego, voces de la alhambra y cajita de mirra.
Ejemplos de estas magníficas obras fueron la recopilación de
la Antología gramatical árabe, que realizó el inspirado poeta Sil-
vestre Sacy, y la compuesta en cien capítulos, Amaruca
takasura, del cantor de origen hindú Amarva.
El tiempo ha sido noble con este género literario conser-
vando en su historia el testimonio de numerosas antologías
poéticas, por ejemplo:
A fines del siglo II a. de C. el célebre Meleagro de Gadara,
de origen Sirio, escribió la primera anthologia griega, en la que
junto con sus poesías recopiló versos de cuarenta y siete
autores, tanto contemporáneos como anteriores a él, dándo-
le el título de Corona.
Constantino Cefalas a su vez, a principios del siglo X, la repro-
dujo con el título de Anthologia inédita codicis palatini, encerrando
más de setecientos epigramas contenidos en tres mil versos;
otros más la retomaron sucesivamente: Filipo de Tesalónica (se-
gunda mitad del siglo I d. de C.), Estrabón de Sardes, contempo-
ráneo de Séptimo Severo, y el historiador Agatías de Myrina, por
los años de 527-565, cuyos originales se perdieron.
De esta anthologia inédita sacó, a su vez, el monje griego
Máximo Planudius la edición grecolatina de Didot a fines del
siglo XIII. En la Biblioteca palatina de Heidelberg, en el año de
1616, Soumasie halló la de Constantino Cefalas. Varios erudi-
tos en la materia como: Fabricio, Joe, Scaliger, C. Binet, Meyer
y Riese, sucesivamente desde el siglo XVI , dieron forma a la
Anthologia latina, recopilación tomada de distintas fuentes.

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La antología poética en general tiene gran importancia di-
dáctica, ya que su contenido, en prosa o versos, expone regu-
larmente y con método los principios, reglas y preceptos del
arte poético, resultando su compilación y lectura útil y con-
veniente para la enseñanza, y por selección de lo más bello
de este género, interesante y recreativa.
La definición etimológica de la palabra antología, ya mencio-
nada y que se traduce como ramo de bellas flores, no es solo una
imagen literaria, sino la más acertada y correcta traducción.
La Enciclopedia ilustrada cumbre señala como introductor de
esta forma literaria en España a don Fernando III, quien nos
dejó un hermoso ejemplar en su colección Flores de filosofía.
En este género literario, cultivado posteriormente con fre-
cuencia, destacan entre otros autores: don Juan Alonso de Baena
con su Cancionero general, don Fernando Pérez de Guzmán con
Floresta de filósofos y los miembros de la Biblioteca de autores
españoles, quienes recolectaron una verdadera Guirnalda de ca-
pullos. Como ejemplo de Discurso sobre las flores podemos citar
dentro del Parnaso hispano a la colección que incluye desde los
orígenes de la poesía hasta Garcilaso de la Vega, publicada en
Madrid por la Bilioteca clásica Hernando y prologada por
Menéndez y Pelayo, a la cual se le dio el título de Antología de
poetas castellanos, esta tiene continuidad con la de Ramón
Menéndez Pidal, editada a principios del presente siglo.
Sin embargo, valiosas opiniones nos dicen que las nota-
bles colecciones de san Fernando Baena, Martínez de Burgos,
Hernando del Castillo Pérez de Guzmán, Esteban de Nájera,
Pedro Espinosa, duque de Riva, Quintana, Durán, Alfay,
Fontanella, Pedro de Serafí, Balaguer, etc., son por su forma
literaria trozos escogidos de obras en prosa y verso que no
deben ser incluidas para su estudio dentro de este género,
aun cuando tienen títulos como: Trozos selectos, Romancero,

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Corona poética, Florilegio, La renaixensa, Llibre d’or y llibres de
la patria y La fe y el amor. Cabe señalar también que en la Edad
Media y el Renacimiento la literatura castellana no reconoce
con el nombre específico de antología a ninguna colección
selecta de obras poéticas.
Hechas estas anotaciones no podemos dejar de citar por
su belleza y contenido didáctico dentro de la literatura hispa-
na las compilaciones de Pérez Ballesteros, Aldao y Carre, para
la poesía gallega, y la de Fayos, para la catalana.
Capítulo aparte, es imprescindible aludir la poesía contem-
poránea del siglo XX y las diversas influencias que esta reci-
bió de las vanguardias europeas como el surrealismo,
dadaísmo y expresionismo, entre otras; de la portentosa Ge-
neración del 27 y; de las dos guerras mundiales, las cuales
ejercieron una influencia determinante en la actividad poéti-
ca, marcando el fin de una forma de ver el mundo, destruyen-
do literalmente sus fundamentos y llevando de manera radical
al hombre-poeta a replantear su propia realidad.
En el caso particular de México, en las útlimas décadas, se
han editado varias antologías, entre ellas: la de Carlos
Monsiváis, editada por el Fondo de Cultura Económica; la de
Homero Aridjis, editada por Siglo XXI; la de José Emilio
Pacheco, editada en la colección Clásicos de la Literatura
Mexicana y; la de Lepoldo Ayala, editada por el IPN .

Es menester de esta antología destacar la explosiva veta


latinoamericana, cuya influencia no solo constituyó un nue-
vo aliento de mode
rnidad, sino una absoluta y renovada fuente de expresión
en el panorama internacional. Borges, Neruda, Octavio Paz,
Jaime sabines, León Felipe, Miguel Hernández son algunos
de los poetas que permiten ponderar en toda su magnitud la
providente aportación poética de las últimas décadas genera-
da en lengua hispana.
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D e l m i r a A g u s t i n i

Nace en Montevideo, Uruguay, en 1914 y muere en el


año de 1986. Es considerada por unos autores como poeta
posmodernista, lo cierto es que se expone a la condena so-
cial por ser una de las primeras poetisas hispanoamericanas
que habla del amor físico con tal vehemencia como ningún
poeta hispano se había atrevido antes.
Rubén Darío escribe: “Es la primera vez que en lengua cas-
tellana aparece un alma femenina, con el orgullo de la verdad
de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su
exaltación divina”.
Según Rodríguez Monegal en Sexo y poesía en el novecientos,
1986, Delmira Agustini se enamoró del escritor antimperialista
argentino Manuel Ugarte. Sin embargo, en 1913 se casó con
Enrique Job Reyes, un hombre totalmente ajeno a la vida inte-
lectual que ella llevaba. A los pocos días se divorció. Y Delmira
regresa en una relación discreta con Manuel Ugarte, siendo sor-
prendida por Job Reyes, quien la asesina y luego se suicida.
En manuales y antologías se suele incluir a Delmira
Agustini en el apartado de posmodernismo. El término no tiene
razón de subsistir, pues se basa en la ya refutada creencia de
que a la manera de Prosas profanas es todo el modernismo.
Hoy es sabido que este movimiento literario fue mucho más
amplio y vivificante y entre las cosas nuevas a las que ayudó
a cobrar existencia se encuentra la poesía no solo femenina
sino feminista.

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E x p l o s i ó n

¡Si la vida es amor, bendita sea!


¡Quiero más vida para amar! Hoy siento
que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul del sentimiento.

Mi corazón moría, triste y lento...


Hoy abre en luz como una flor febea;
¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!

Hoy partió hacia la noche, triste, fría,


rotas las alas de mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor
en la sombra lejana se deslíe...
¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!

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A m o r

Yo lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;


hablaba el impreciso lenguaje del torrente;
era un mar desbordado de locura y de fuego,
rodando por la vida como un extraño riego.

Luego soñélo triste, como un gran sol poniente


que dobla ante la noche la cabeza de fuego;
después rió, y en su boca tan tierna como un ruego,
sonaba sus cristales el alma de la fuente.

Y hoy sueño que es vibrante, y suave, y riente, y triste,


que todas las tinieblas y todo el iris viste;
que, frágil como un ídolo y eterno como Dios,
sobre la vida toda su majestad levanta:
y el beso cae ardiendo a perfumar su planta
como una flor de ruego deshojada por dos...

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E l c i s n e

Pupila azul de mi parque


es el sensitivo espejo
de un lago claro, muy claro!...
Tan claro que a veces creo
que en su cristalina página
se imprime mi pensamiento.

Flor del aire, flor del agua


alma del lago es un cisne
con dos pupilas humanas,
grave y gentil como un príncipe;
alas lirio, remos rosa...
Pico en fuego, cuello triste
y orgulloso, y la blancura
y la suavidad de un cisne...

El ave cándida y grave


tiene un maléfico encanto:
—clavel vestido de lirio,
trasciende a llama y milagro!...
sus alas blancas me turban
como dos cálidos brazos;
ningunos labios ardieron
como su pico en mis manos;
ninguna testa ha caído
tan lánguida en mi regazo;

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ninguna carne tan viva,
ha padecido o gozado:
viborean en sus venas
filtros dos veces humanos!

Del rubí de la lujuria


su testa está coronada:
y va arrastrando el deseo
en una cauda rosada...

Agua le doy en mis manos


y él parece beber fuego;
y yo parezco ofrecerle
todo el vaso de mi cuerpo...

Y vive tanto en mis sueños,


y ahonda tanto en mi carne,
que a veces pienso si el cisne
con sus dos alas fugaces,
sus raros ojos humanos
y el rojo pico quemante,
es sólo un cisne en mi lago
o es en mi vida un amante...

Al margen del lago claro


yo le interrogo en silencio...
y el silencio es una rosa

sobre su pico de fuego...


Pero en su carne me habla
y yo en mi carne le entiendo.
—A veces ¡toda!, soy alma;
y a veces ¡toda!, soy cuerpo.—

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Y vive tanto en mis sueños,
y ahonda tanto en mi carne,
que a veces pienso si el cisne
con sus dos alas fugaces,
sus raros ojos humanos
y el rojo pico quemante,
es sólo un cisne en mi lago
o es en mi vida un amante...

Al margen del lago claro


yo le interrogo en silencio...
y el silencio es una rosa
sobre su pico de fuego...
Pero en su carne me habla
y yo en mi carne le entiendo.
—A veces ¡toda!, soy alma;
y a veces ¡toda!, soy cuerpo.—
Hunde el pico en mi regazo
y se queda como muerto...

Y en la cristalina página,
en el sensitivo espejo
del lago que algunas veces
refleja mi pensamiento,
el cisne asusta de rojo,
y, yo de blanca doy miedo!

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P l e g a r i a

Eros: ¿acaso no sentiste nunca


piedad de las estatuas?
Se dirían crisálidas de piedra
de yo no sé qué formidable raza
en una eterna espera inenarrable.
Los cráteres dormidos de sus bocas
dan la ceniza negra del Silencio;
mana de las columnas de sus hombros
la mortaja copiosa de la Calma,
y fluye de sus órbitas la noche;
víctimas del Futuro o del Misterio,
en capullos terribles y magníficos
esperan a la Vida o a la Muerte.
Eros: ¿acaso no sentiste nunca
piedad de las estatuas?

Piedad para las vidas


que no doran a fuego tus bonanzas,
ni riegan o desgajan tus tormentas;
piedad para los cuerpos revestidos
del armiño solemne de la Calma,
y las frentes en luz que sobrellevan
grandes lirios marmóreos de pureza,
pesados y glaciales como témpanos,
piedad para las manos enguantadas

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de hielo, que no arrancan
los frutos deleitosos de la Carne
ni las flores fantásticas del alma;
piedad para los ojos que aletean
espirituales párpados:
escamas de misterio,
negros talones de visiones rosas...
¡Nunca ven nada por mirar tan lejos!
Piedad para las pulcras cabelleras
“místicas aureolas”
peinadas como lagos
que nunca airea el abanico negro,
negro y enorme de la tempestad;
piedad para los ínclitos espíritus
tallados en diamante;
altos, claros, extáticos
pararrayos de cúpulas morales;
piedad para los labios como engarces
celestes, donde fulge
invisible la perla de la Hostia;
“labios que nunca fueron,
que no apresaron nunca
un vampiro de fuego
con más sed y más hambre que un abismo”.
Piedad para los sexos sacrosantos
que acorazan de una
hoja de viña astral la Castidad;
piedad para las plantas imantadas
de eternidad, que arrastran
por el enerno azur
las sandalias quemantes de sus llagas;
piedad, piedad, piedad

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para todas las vidas que defiende
de tus maravillosas intemperies
el mirador enhiesto del Orgullo:
apúntales tus sales o tus rayos...

Eros: ¡acaso no sentiste nunca


piedad de las estatuas?...

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G u a d a l u p e A m o r

Nació en 1920 en la ciudad de México. Poetisa contem-


poránea que ha hecho célebre su nombre literario de Pita Amor.
Entre la pléyade de la lírica femenina actual ocupa un lugar
especial.
Su forma y estilo poético señalan un retorno a las normas
clásicas de vigorosa métrica castellana, clásica y moderna; al
mismo tiempo, la esencia de su poesía es un misticismo ator-
mentado que salpica de destellos narcisistas.
Espoleada por inquietudes subjetivas y estados de ánimo
que revelan preocupaciones filosóficas, en sus versos trata
de levantar una punta del velo de misterios para asomarse a
lo desconocido y penetrar a sus más recónditos secretos. Para
establecer sus antecedentes poéticos habría que acudir a los
místicos del siglo de oro español y remontarse hasta Sor Juana
Inés de la Cruz.
Su temática es recurrente a los problemas vitales del espíri-
tu: el ansia de llegar a Dios, la soledad, la angustia que produce
el vivir cotidiano, la muerte que se traduce en la nada, en el
polvo, todos ellos vertidos en una forma directa y, en ocasio-
nes, brutal y hasta descarnada. Entre sus libros de versos más
conocidos están: Las décimas a Dios, Polvo y Otro libro de amor.
Sus primeros volúmenes de versos aparecen en 1914, al-
canzando un éxito rotundo. A los 27 años empezó a escribir y
desde entonces no ha dejado de hacerlo.
El doctor O’Gorman y el doctor Justino Fernández editaron
sus primeros libros en la editorial Alcancía.

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C a s a r e d o n d a

Casa redonda tenía,


de redonda soledad:
el aire que la invadía
era redonda armonía
de irrespirable ansiedad.

Las mañanas eran noches,


las noches desvanecidas,
las penas muy bien logradas,
las dichas muy mal vividas.

Y de ese ambiente redondo,


redondo por negativo,
mi corazón salió herido
y mi conciencia turbada.
Un recuerdo malquerido:
redonda, redonda nada.

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P o r q u é m e d e s p r e n d í

¿Por qué me desprendí de la corriente


misteriosa y eterna en la que estaba
fundida, para ser siempre la esclava
de este cuerpo tenaz e independiente?

¿Por qué me convertí en un ser viviente


que soporta una sangre que es de lava,
y la angustiosa oscuridad excava,
sabiendo que su audacia es impotente?

¡Cuántas veces, pensando en mi materia,


consideréme absurda y sin sentido,
farsa de soledad y de miseria,
ridícula criatura del olvido,
máscara sin valor de inútil feria
y eco que no proviene del sonido!

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Viejas raíces empolvadas

Son mis viejas raíces empolvadas


la extraña clave de mi cautiverio;
atada estoy al polvo y su misterio,
llevo ajenas esencias ignoradas.

En mis poros están ya señaladas


las cicatrices de un eterno imperio,
el polvo en mí ha marcado su cauterio;
soy víctima de culpas olvidadas.

Nada tengo que ver con lo que siento,


soy cómplice infeliz de algo más alto
y en polvorienta forma me presiento.

Mas conquistando el aire por asalto,


yo lograré, con mi angustioso aliento,
a las nuevas raíces sobresalto.

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S o n e t o a r d e c o

Anoche tuve un sueño aletargante


tú tenías doscientos invitados
tú jugabas con ellos a los dados
y llevabas un frac muy elegante

estaba demudado tu semblante.


Yo observaba en tu rostro mil pecados
tú tenías conmigo mil cuidados
mi pulso era de seda zigzagueante.

Me mirabas con ansias esenciales


con deseos de mí municipales
y bailaste conmigo un largo vals
llevando con tus pies todo el compás.

Tus invitados ya se habían marchado.


Aquella fue una noche de pecado
me acerqué hasta tu puerta

temerosa intenté tocar la aldaba.


Una tarde despierta en el muro dejaba
esplendores la flor de la guayaba.

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Yo vi tu puerta blanqueada
como un sepulcro vacío.
Yo escalé el escalofrío
la noche estaba estrellada

el lucero recamaba
el agua corría en el río
y tu amor en mi desvío.
Tu puerta estaba vedada

había una luz que se huía


por una hendidura fría.
Yo me quedé ante tu puerta

casi viva casi muerta.


Me fugué por la explanada
de cemento de la nada.

En mi lecho anestesiado
tuve un sueño de cometa
de barcos, velas, veletas
tuve un sueño de pecado

un sueño como blindado


de treinta puertas secretas
y de misteriosas grietas,
un sueño casi sellado.

Soñé que estabas conmigo


tú eras mi solo testigo.
Soñé que me penetrabas

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que con lascivia me amabas
y tu cuerpo con el mío
formaban sólo el vacío.

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P o r f i r i o B a r b a J a c o b

Nació en Santa Rosa Antioquia, Colombia, en el año


de 1883. Su verdadero nombre fue Miguel Ángel Osorio. Des-
pués de usar los seudónimos Maín Ximénez y Ricardo Arena-
les, finalmente tomó el de Porfirio Barba Jacob. Muere en
México en el año de 1942.
Marcelini Menéndez y Pelayo menciona que Jacob fue un
catalán a quien procesó la inquisición por creerse la Santísi-
ma Trinidad. En 1907, se estableció en Monterrey, México, en
donde alentó los comienzos literarios de Alfonso Reyes. En
Guatemala se hizo amigo de Rafael Arévalo Martínez, quien
lo retrató como: “el hombre que parecía un caballo”. En 1914,
asumió el papel de poeta maldito.
El propio Barba Jacob refiere: “mi plan es asombrar a los
burgueses... Pregono mi verbo feliz, mi gracia para el chiste,
mi homosexualidad, mis deudas, mi beodez”.
En el mandato del presidente Plutarco Elías Calles fue ex-
pulsado de México por sus editoriales contra el gobierno.
Volvió durante el cardenalismo para combatirlo en los
perifonemas de Últimas noticias que escribió con Salvador Novo.
Es considerado poeta del vitalismo y también de la deses-
peranza, a pesar de su voluntaria marginación.
Entre algunas de sus obras se encuentran: Poemas intempo-
rales, Canciones y elegías, Flores negras y Canción de la vida profun-
da. Fue en México donde realizó la parte más importante de

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su obra, por ello se justifica que la Antología de poesía mexica-
na contemporánea 1929 lo incluya, no obstante ser colombiano.

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Canción de la vida profunda

El hombre es cosa vana, variable y ondeante...


Montaigne

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,


como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga y abierta como el mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,


como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...


—¡niñez en el crepúsculo!, ¡lagunas de zafir!—
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,


como la entraña oscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos


que nos depara en vano su carne la mujer:

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tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,


como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.

Mas hay también ¡oh Tierra! Un día... un día... un día


en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables.
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

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S a b i d u r í a

Nada a las fuerzas próvidas demando,


pues mi propia virtud he comprendido.
Me basta oír el perennal ruido
que en la concha marina está sonando.

Y un lecho duro y un ensueño blando;


y ante la luz, en vela mi sentido
para advertir la sombra que al olvido
el ser impulsa y no sabemos cuándo...

Fijar las lonas de mi móvil tienda


junto a los calcinados precipicios
de donde un soplo de misterio ascienda;

y al amparo de númenes propicios,


en dilatada soledad tremenda
bruñir mi obra y cultivar mis vicios.

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F u t u r o

Decid cuando yo muera... (¡y el día está lejano!):


Soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,
en el vital deliquio por siempre insaciado,
era una llama al viento...

Vagó, sensual y triste, por islas de su América;


en un pinar de Honduras vigorizó el aliento,
la tierra mexicana le dio su rebeldía,
su libertad, sus ímpetus... Y era una llama al viento.

De simas no sondadas subía a las estrellas;


un gran dolor incógnito vibraba por su acento;
fue sabio en sus abismos, —y humilde, humilde, humilde,
porque no es nada una llamita al viento...

Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,


que nunca humana lira jamás esclareció,
y nadie ha comprendido su trémulo lamento...
Era una llama al viento y el viento la apagó.

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M a r i o B e n e d e t t i

Nace en 1920 en Paso de los Toros, Uruguay. Es uno de


los más fecundos y leídos escritores uruguayos contemporá-
neos. Su obra publicada abarca, con igual brillantez, los más
diversos géneros: novela, cuento, poesía, teatro, ensayo y can-
ciones populares. El éxito de sus obras, nacional e internacio-
nal, se debe sin duda, a su habilidad como observador de la
realidad. Los personajes de Benedetti pertenecen a la clase media
de su país, reflejan sus fustraciones, nostalgias, sus pasiones
y su inconformidad. Es un escritor comprometido que utiliza
todos los medios a su alcance, incluyendo la literatura, para
luchar contra los problemas del régimen.
Su producción poética comienza en 1945 con la Víspera in-
deleble, Sólo mientras tanto y Poemario, cuyos temas principa-
les son la soledad del hombre que ha perdido a Dios y el
amor. Poemas de oficina y Poemas de hoyporhoy son dos libros
que marcan el inicio de una segunda etapa en la que el poeta
se encuentra consigo mismo, con su vida interior caracteri-
zada por su escepticismo, desesperanza y rebeldía, actitudes
que son la nota dominante de su actividad literaria. En No-
ción de patria, Benedetti ahonda cada vez más en su mundo
personal y deja oír una voz nueva, intensa, en la poesía del
Río de la Plata. Posteriormente publica Próximo prójimo, Contra
los puentes levadizos y A ras de sueño, revelando una mayor
preocupación por la forma y una apertura afectiva y solidaria
hacia el “próximo prójimo” que sufre.

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Su primer libro de cuentos, Montevideanos, y su primera no-
vela, La tregua, publicados ambos en 1959, marcaron el des-
plazamiento definitivo de la tradicional temática rural a la
urbana en la novelística uruguaya.
En su serie de cuentos El último viaje, Esta mañana y Gracias
por el fuego, deja ver la penetrante crítica de una sociedad
minada por el conformismo y la complacencia, mientras se da
la mano con una concepción moderna del estilo y la estructu-
ra narrativa.

36
B i e n v e n i d a

Se me ocurre que vas a llegar distinta


no exactamente más linda
ni más fuerte
ni más dócil
ni más cauta
tan sólo que vas a llegar distinta
como si esta temporada de no verme
te hubiera sorprendido a vos también
quizá porque sabes
cómo te pienso y te enumero

después de todo la nostalgia existe


aunque no lloremos en los andenes fantasmales
ni sobre las almohadas de candor
ni bajo el cielo opaco

yo nostalgio
tú nostalgias
y cómo me revienta que él nostalgie

tu rostro es la vanguardia
tal vez llega primero
porque lo pinto en las paredes
con trazos invisibles y seguros

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no olvides que tu rostro
me mira como pueblo
sonríe y rabia y canta
como pueblo
y eso te da una lumbre
inapagable

ahora no tengo dudas


vas a llegar distinta y con señales
con nuevas
con hondura
con franqueza
sé que voy a quererte sin preguntas
sé que vas a quererme sin respuestas.

38
H a g a m o s u n t r a t o

Cuando sientas tu herida sangrar


cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo.

(de una canción de Carlos Puebla)

Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo

39
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo

pero hagamos un trato


yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.

40
T e q u i e r o

Tus manos son mi caricia


mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia

si te quiero es porque sos


mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

tus ojos son mi conjuro


contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro

tu boca que es tuya y mía


tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía

41
si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero


y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola


ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso

si te quiero es porque sos


mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

42
S o l e d a d e s

Ellos tienen razón


esa felicidad
al menos con mayúscula
no existe
ah pero si existiera con minúscula
sería semejante a nuestra breve
presoledad

después de la alegría viene la soledad


después de la plenitud viene la soledad
después del amor viene la soledad

ya sé que es una pobre deformación


pero lo cierto es que en ese durable minuto
uno se siente
solo en el mundo
sin asideros
sin pretextos
sin abrazos
sin rencores
sin las cosas que unen o separan

y en esa sola manera de estar solo


ni siquiera uno se apiada de uno mismo

43
los datos objetivos son como sigue

hay diez centímetros de silencio


entre tus manos y mis manos
una frontera de palabras no dichas
entre tus labios y mis labios
y algo que brilla así de triste
entre tus ojos y mis ojos

claro que la soledad no viene sola

si se mira por sobre el hombro mustio


de nuestras soledades
se verá un largo y compacto imposible
un sencillo respeto por terceros o cuartos
ese percance de ser buenagente

después de la alegría
después de la plenitud
después del amor
viene la soledad

conforme
pero
qué vendrá después
de la soledad

a veces no me siento
tan solo
si imagino
mejor dicho si sé

44
que más allá de mi soledad
y de la tuya
otra vez estás vos
aunque sea preguntándote a solas
qué vendrá después
de la soledad.

45
S a b e r t e a q u í

Podés querer el alba


cuando quieras
he conservado intacto
tu paisaje
podés querer el alba
cuando ames
venir a reclamarte
como eras

aunque ya no seas vos


aunque mi amor te espere
quemándose en tu azar
y tu sueño sea eso
y mucho más

esta noche otra noche


aquí estarás
y cuando gima el tiempo
giratorio
en esta paz ahora
dirás
quiero esta paz

46
ahora podés
venir a reclamarte
penetrar en tu noche
de alegre angustia
reconocer tu tibio
corazón sin excusas
los cuadros
las paredes
saberte aquí

he conservado intacto
tu paisaje
pero no sé hasta dónde
está intacto sin vos

podés querer el alba


cuando quieras
venir a reclamarte
como eras
aunque el pasado sea
despiadado
y hostil

aunque contigo traigas


dolor y otros milagros
aunque seas otro rostro
de tu cielo hacia mí.

47
T o d a v í a

No lo creo todavía
estás llegando a mi lado
y la noche es un puñado
de estrellas y de alegría

palpo gusto escucho y veo


tu rostro tu paso largo
tus manos y sin embargo
todavía no lo creo

tu regreso tiene tanto


que ver contigo y conmigo
que por cábala lo digo
y por las dudas lo canto

nadie nunca te reemplaza


y las cosas más triviales
se vuelven fundamentales
porque estás llegando a casa

sin embargo todavía


dudo de esta buena suerte
porque el cielo de tenerte
me parece fantasía

48
pero venís y es seguro
y venís con tu mirada
y por eso tu llegada
hace mágico el futuro

y aunque no siempre he entendido


mis culpas y mis fracasos
en cambio sé que en tus brazos
el mundo tiene sentido

y si beso la osadía
y el misterio de tus labios
no habrá dudas ni resabios
te querré más
todavía.

49
Manuel Benítez Carrasco

En su historia y antología de la poesía española, Federico


Sainz de Robles dice:

Don Manuel nació en el barrio de Albayacín de Granada en el


año de 1924, ha colaborado en varias revistas literarias, magní-
fico recitador, ha dado numerosos recitales siendo unánimemente

elogiado por la crítica. Benítez Carrasco es, a nuestro gusto, uno


de los poetas españoles contemporáneos más interesantes. Den-
tro de la lírica del neopopulismo, posee una voz propia, humil-

dad cálida, colorido espléndido de gamas y matices.

Desde sus primeros años de estudiante con los jesuitas


en Loulé, Portugal, llamó su atención la poesía mística, te-
mática que cultivó hasta los últimos días de su muerte, ocu-
rrida el 25 de noviembre de 1999, en Granada, España.
La poesía de Manuel Benítez Carrasco se multiplicó en muy
diversos temas, sin perder su sello poético personal. Entre
estos destacan: el agua, el árbol y la madera; porque, como él
dijo: “siempre llevo en la memoria el olor de la viruta de la
carpintería de mi padre”.
Entre sus obras publicadas se cuentan: La muerte pequeña,
El oro y el barro, Cuando pasa el toro y Mi barca.

50
M i b a r c a

A Beatriz Parra

La barca... la barca...
Así:
sólo con decir: La barca,
huele a marisma la boca
y sabe a sal la palabra.

La barca... la barca...
Así:
con sólo decir: La barca.

¿Qué cuánto quiero por ella...?


¡Venga conmigo a la playa!

Por una quilla de oro


y dos remos de esmeralda,
le vendo... el aire que hay dentro.
Por una rosa de nácar,
...la arena donde se acuesta.

Y por un timón de plata,


ese mar en dormivela

51
en el fondo de la barca,
donde estrellas marineras
reman de noche a sus anchas.

Aire, arena y agua. ¡Todo


lo vendo... menos la barca!

Aquí la tiene: bonita


como novia enamorada
por la quilla, sueño verde,
por la vela, nube blanca.

Cuando está en la playa pienso:


¿...si soñará con el agua...?
Cuando está en el agua, digo:
¿...si soñará con la playa...?

La trato como a una mujer,


y así está ella: le saltan
la presunción y el orgullo
cuando duerme y cuando anda.

...Con decirle... ¡que le viene


pequeña toda la playa!

Que en esto de los amores,


mujer y barca, se pasan
de orgullosas, por queridas,
de presumidas, por guapas.

...¡Y cuando se lanza al mar,


además de guapa, brava...!

52
Mete el pecho, hunde el casco,
se enjoya de espuma blanca,
cruje el agua en las amuras,
ella, altiva, la rechaza,
y cuando se deja atrás
la nieve, el oro y el nácar,
se esponja, se empina, se
contonea y se acicala,
como hembra que se sabe
fina, bonita y en andas.

¡Una reina, no sería


tan reina como mi barca!

...¡Y si viera cuando corre...!


¡Caballo con la crin blanca,
que va levantando polvo
de espuma sobre esmeralda!

Algunas noches la luna


suele tirar sobre el agua
un rayo que dicen que es
un camino o una espada.
Y yo sé que no es un rayo,
sino una alfombra de plata
que va tendiendo la luna
para que pase mi barca.
Y en esas noches de luna
se pone a bailar mi barca,
bate de cola la espuma
peina la vela salada.

53
Y, al embrujo de su baile,
el mar se enamora y baila.
Y mientras que las estrellas
se asoman a las ventanas
para llevar el compás
con sus manitas de plata,
baila el viento con la vela,
baila el remo con el agua,
bailan la luna y el pez,
la sombra y la luz, y bailan
el timón con las espumas
y las olas con mi barca.

...¿Qué cuánto quiero por ella...?


Mi barca no es sólo barca:
cuna, mástil, timón, remo,
quilla verde y vela blanca.
Mi barca es la sal del mar,
que se hizo piropo y gracia,
con un nombre: Soledad,
sobre este nombre: Mi barca.

Mi barca... mi barca...
Así:
con sólo decir: mi barca,
huele a marisma la boca
y sabe a sal la palabra.

...¿Qué cuánto quiero por ella...?


¡Mi barca no es sólo barca!

54
L e c c i ó n d e g e o g r a f í a

El amor, punto cardenal.


A Pilar y Alfonso Peña

Yo no sé nada de nada.

Francia, al Norte...
al Sur, Granada...
oro y fuego, al Ecuador...
al Oeste, Portugal...

¿Y el amor?
¿Es que el amor se ha quedado
sin su punto cardinal?...

¡Pues yo lo tengo anotado


en mi pobre geografía:

Al Norte, tú, noche y día;


al Sur, tú, tarde y aurora;
al Este, tú, vida mía,
y al Oeste, hora tras hora.

Oro y fuego al Ecuador...


Mallorca y Venecia al Este...
¿Y el amor?
¡Norte, Sur, Este y Oeste!

55
Romancillo del niño que todo lo quería ser

El niño quiso ser pez;


metió los pies en el río.
...Estaba tan frío el río,
que ya no quiso ser pez.

El niño quiso ser pájaro;


se asomó al balcón del aire.
...Estaba tan alto el aire
que ya no quiso ser pájaro.

El niño quiso ser perro;


se puso a ladrar a un gato.
...Lo trató tan mal el gato
que ya no quiso ser perro.

El niño quiso ser hombre;


empezó a ponerse años.
...Le estaban tan mal los años
que ya no quiso ser hombre.

Y ya no quiso crecer;
no quería crecer el niño.
Se estaba tan bien de niño...
Pero tuvo que crecer.

56
Y en una tarde, al volver
a su placeta de niño,
el hombre quiso ser niño...
pero ya no pudo ser.

57
Solea del amor indiferente

Ni rencores ni perdón.
No me grites; no me llores;
lo nuestro ya se acabó.

¿Rencores?... ¿Por qué rencores?


No le va a mi señorío
guardarle rencor a un río
que fue regando mis flores.
Tú me diste los mejores
cristales de tu corriente.
Y no sería decente
maldecirte, por despecho,
si sé que tienes derecho
a dar o negar la fuente.

Debo estarte agradecido


por tu generosidad;
tú me diste, por bondad,
lo que yo di por cumplido.
Me brindaste tu latido,
tu boca nunca besada,
tu carne nunca estrenada,
tus ojos siempre esperando
con dos ojeras temblando
debajo de la mirada.

58
Me diste el primer te quiero
que es el que más atosiga,
y, llenita de fatiga,
me diste el beso primero.
Y hasta que llegó a tu alero
aquel mal viento ladrón,
yo sé que tu corazón
fue mío por vez primera,
y sólo mía la acera
debajo de tu balcón.

Por eso, yo, bien nacido,


no te odio ni te aborrezco;
al contrario: te agradezco
todo cuanto me has querido.
No me importa si te has ido
con tu barca hacia otro mar.
Que yo no te puedo odiar
por esta mala partida,
porque odiar es en la vida
un cierto modo de amar.

No vengas ahora a mi lado


para pedirme perdón.
El perdón es la razón
de volver a lo pasado.
Y lo pasado, acabado,
qué pasó... por qué pasó.
Déjame que viva yo
sin perdón y sin rencores.
No me grites... no me llores.
Lo nuestro ya se acabó.

59
Solea del amor desprendío

Mira si soy desprendío


que ayer, al pasar el puente
tiré tu cariño al río.
Y tú bien sabes por qué
tiré tu cariño al río.
Porque era anillo de barro
mal tasao y mal vendío
y porque era flor sin alma
de un abril en compromiso,
que puso en zarzas y espinas
un fingimiento de lirios.

Tiré tu cariño al río


porque era una planta amarga
dentro de mi huerto limpio.
Tiré tu cariño al agua
porque era una mancha negra
sobre mi fachada blanca.
Tiré tu cariño al río
porque era mala cizaña
quitando savia a mi trigo
y tiré todo tu amor
porque era muerte en mi carne
y era agonía en mi voz.

60
Tú fuiste flor de verano,
sol de un beso y luz de un día.
Yo te acunaba en mi mano
y en mi mano te cuidaba
y tú, por pagarme, herías
la mano que te acunaba.
Pero al hacerlo olvidabas,
tal vez por ingenuidad,
que te di mis sentimientos
no por tus merecimientos
sino por mi voluntad.

Yo no puse en compraventa
mi corazón encendío;
y has de tener muy en cuenta
que mi cariño no fue
ni comprao ni vendío,
sino que lo regalé.
Porque yo soy desprendío;
por eso te di mi rosa
sin habérmela pedío;
porque yo soy desprendío
y doy las cosas sin ver
si se las han merecío.
Por eso te di mi vela,
te di el vino de mi jarro,
las llaves de mi cancela
y el látigo de mi carro.

Ya ves si soy desprendío


que ayer, al pasar el puente,
tiré tu cariño al río.

61
E l á r b o l s e c o

El árbol estaba seco;


de savia no le quedó
ni un clavito que clavarle
al zapato de una flor.

...Pero estaba tan a gusto


sequito, tomando el sol...

Tenía ya muchos años,


es cierto; mucho temblor;
era como un viejecito
de palo tomando el sol.

Pero estaba tan a gusto


el viejo tomando el sol...

Como un niño mal criado


vino un viento y lo empujó;
el árbol no tuvo donde
apoyarse y se cayó.

62
Con lo a gusto que él estaba
sequito tomando el sol...

Llegaron dos carpinteros,


también llegó un labrador;
¡ay, cómo temblaba el árbol
de miedo cuando los vio!

Y se bebió de un buen trago


su último rayo de sol.

Con sus cortas ramas hizo


una cerca el labrador;
con ella cercó su huerto
y el árbol se sonrió...

porque convertido en cerca


seguiría tomando el sol.

De su tronco diez mortajas


un carpintero ensambló;
¡qué dolor en la memoria
tiene el árbol, qué dolor,

al recordar cuando estaba


sequito tomando el sol!

Pero el otro carpintero


hizo, con manos de amor,
diez cunas como diez nidos
para diez niños en flor.

63
Y el árbol sintió que mayo
le tocaba el corazón.

Porque convertirse en cuna


era ser de nuevo flor,
pájaro, temblor y nido,
fruto, latido y canción.

Y sobre todo, el buen árbol


se creyó abuelo y creyó
que en sus diez ramas dormían
diez nietecitos de sol.

¡Y se sintió más a gusto


que cuando estaba en el campo
sequito, tomando el sol!

64
J o r g e L u i s B o r g e s

El escritor tan admirado por su brillantez y fantasía,


Jorge Luis Borges, nació en Buenos Aires, Argentina, en 1899
y murió en 1986 en Ginebra, Suiza.
En 1914, vivió en Suiza, país donde el joven Borges realiza
sus estudios; además de francés aprende el alemán; así pene-
tra en la literatura de esas lenguas y también en sus doctrinas
filosóficas. Lee en abundancia libros que dejan huella en su
espíritu, entre otros los de Flaubert: “el de la palabra justa”.
Se traslada a España y vive sucesivamente en Barcelona,
Sevilla y Madrid. Tiene entonces veinte años; pero a pesar de
su juventud cuenta ya con una arraigada fama literaria y apa-
rece como un entusiasta propagandista del ultraísmo; escri-
bió, influido por esa tendencia, obras que destruyó después.
Regresa a Argentina en 1921, donde toma parte en aspec-
tos políticos. Sin embargo, el peronismo le colmó de humilla-
ciones; transcurrieron entonces años difíciles que obligaron
al poeta a prodigar sus actividades en clases, conferencias,
traducciones, trabajos editoriales. Caído el dictador, Borges
fue designado director de la biblioteca de la Universidad de
Buenos Aires, donde también impartió la cátedra de literatu-
ra inglesa.
Su talento, su vigor lírico y su inquietud filosófica lo lleva-
ron a una poesía singular más honda y universal. En 1923,
aparece su libro Fervor de Buenos Aires (de poemas). En 1932
Discusión (ensayos breves). En 1935, publica La historia uni-

65
versal de la infamia (colección de narraciones). En 1944, apare-
ce Ficciones y El Aleph (colección de cuentos fantásticos), lo-
grando su consagración literaria. Entre sus títulos posteriores
sobresalen: El hacedor, El informe de Brodie, El oro de los ti-
gres, El libro de arena, Historia de la eternidad, Evaristo Carriego
y Otras inquisiciones.

66
I n s t a n t e s

Si pudiera vivir nuevamente mi vida.

En la próxima trataría de cometer más errores.

No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.

Sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas


cosas con seriedad. Sería menos higiénico.

Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atar-


[deceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.

Iría a más lugares a donde nunca he ido, comería más helados y


menos habas, tendría más problemas reales y menos imagi-
[narios.

Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente


[cada
minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría.

Pero si pudiera volver atrás trataría de tener solamente buenos


[momentos.

67
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momen-
[tos; no
te pierdas el ahora.

Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin un


[termómetro,
una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas; si
[pudiera
volver a vivir, viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a prin-


[cipios de
la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.

Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres


[y jugaría
con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante.

Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

68
P o e m a d e l o s d o n e s

A María Esther Vázquez

Nadie rebaje a lágrima o reproche


Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños


A unos ojos sin luz, que sólo pueden
Leer en las bibliotecas de los sueños
Los incesantes párrafos que ceden

Las albas a su afán. En vano el día


Les prodiga sus libros infinitos,
Arduos como los arduos manuscritos
Que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)


Muere un rey entre fuentes y jardines;
Yo fatigo sin rumbo los confines
De esta alta y honda biblioteca ciega.

69
Enciclopedias, atlas, el Oriente
Y el Occidente, siglos, dinastías,
Símbolos, cosmos y cosmogonías
Brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca


Exploro con el báculo indeciso,
Yo, que me figuraba el Paraíso
Bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra


Con la palabra “azar”, rige estas cosas;
Otro ya recibió en otras borrosas
Tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías


Suelo sentir con vago horror sagrado
Que soy el otro, el muerto, que habrá dado
Los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema


De un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
Si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido


Mundo que se deforma y que se apaga
En una pálida ceniza vaga
Que se parece al sueño y al olvido.

70
L o s B o r g e s

Nada o muy poco sé de mis mayores


Portugueses, los Borges: vaga gente
Que prosigue en mi carne, oscuramente,
Sus hábitos, rigores y temores.
Tenues como si nunca hubieran sido
Y ajenos a los trámites del arte,
Indescifrablemente forman parte
Del tiempo, de la tierra y del olvido.
Mejor así. Cumplida la faena,
Son Portugal, son la famosa gente
Que forzó las murallas del Oriente
Y se dio al mar y al otro mar de arena.
Son el rey que en el místico desierto
Se perdió y el que jura que no ha muerto.

71
L o s e s p e j o s

Yo que sentí el horror de los espejos


No sólo ante el cristal impenetrable
Donde acaba y empieza, inhabitable,
Un imposible espacio de reflejos

Sino ante el agua especular que imita


El otro azul en su profundo cielo
Que a veces raya el ilusorio vuelo
Del ave inversa o que un temblor agita

Y ante la superficie silenciosa


Del ébano sutil cuya tersura
Repite como un sueño la blancura
De un vago mármol o una vaga rosa,

Hoy, al cabo de tantos y perplejos


Años de errar bajo la varia luna,
Me pregunto qué azar de la fortuna
Hizo que yo temiera los espejos.

72
Espejos de metal, enmascarado
Espejo de caoba que en la bruma
De su rojo crepúsculo disfuma
Ese rostro que mira y es mirado,
Infinitos los veo, elementales
Ejecutores de un antiguo pacto,
Multiplicar el mundo como el acto
Generativo, insomnes y fatales.

Prolongan este vano mundo incierto


En su vertiginosa telaraña;
A veces en la tarde los empaña
El hálito de un hombre que no ha muerto.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro


Paredes de la alcoba hay un espejo,
Ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
Que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda


En esos gabinetes cristalinos
Donde, como fantásticos rabinos,
Leemos los libros de derecha a izquierda.

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,


No sintió que era un sueño hasta aquel día
En que un actor mimó su felonía
Con arte silencioso, en un tablado.

Que haya sueños es raro, que haya espejos,


Que el usual y gastado repertorio

73
De cada día incluya el ilusorio
Orbe profundo que urden los reflejos.

Dios (he dado en pensar) pone un empeño


En toda esa inasible arquitectura
Que edifica la luz con la tersura
Del cristal y la sombra con el sueño.

Dios ha creado las noches que se arman


De sueños y las formas del espejo
Para que el hombre sienta que es reflejo
Y vanidad. Por eso nos alarman.

74
Otro poema de los dones

Gracias quiero dar al divino


laberinto de los afectos y de las causas
por la diversidad de las criaturas
que forman este singular universo,
por la razón, que no cesará de soñar
con un plano del laberinto,
por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
por el amor, que nos deja ver a los otros
como los ve la divinidad,
por el firme diamante y el agua suelta,
por el álgebra, palacio de precisos cristales,
por las místicas monedas de Ángel Silesio,
por Schopenhauer,
que acaso descifró el universo,
por el fulgor del fuego
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro
antiguo,
por la caoba, el cedro y el sándalo,
por el pan y la sal,
por el misterio de la rosa
que prodiga color y que no lo ve,
por ciertas vísperas y días de 1955,
por los duros troperos que en la llanura
arrean los animales y el alba,

75
por la mañana en Montevideo,
por el arte de la amistad,
por el último día de Sócrates,
por las palabras que en un crepúsculo se dijeron
de una cruz a otra cruz,
por aquel sueño de Islam que abarcó
mil noches y una noche,
por aquel otro sueño del infierno,
de la torre del fuego que purifica
y de las esferas gloriosas,
por Swedenborg,
que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,
por los ríos secretos e inmemoriales
que convergen en mí,
por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria,
por la espalda y el arpa de los sajones,
por el mar, que es un desierto resplandeciente
y una cifra de cosas que no sabemos
y un epitafio de los vikings,
por la música verbal de Inglaterra,
por la música verbal de Alemania,
por el oro, que relumbra en los versos,
por el épico invierno,
por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei
per Francos,
por Verlaine, inocente como los pájaros,
por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
por las rayas del tigre,
por las altas torres de San Francisco y de la isla de
Manhattan,
por la mañana en Texas,
por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral

76
y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
por Séneca y Lucano, de Córdoba,
que antes del español escribieron
toda la literatura española,
por el geométrico y bizarro ajedrez,
por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
por el olor medicinal de los eucaliptos,
por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
por el olvido, que anula o modifica el pasado,
por la costumbre,
que nos repite y nos confirma como un espejo,
por la mañana, que nos depara la ilusión de un
principio,
por la noche, su tiniebla y su astronomía,
por el valor y la felicidad de los otros,
por la patria, sentida en los jazmines
o en una vieja espada,
por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron
el poema,
por el hecho de que el poema es inagotable
y se confunde con la suma de las criaturas
y no llegará jamás al último verso
y varía según los hombres,
por Francis Haslam, que pidió perdón a sus hijos
por morir tan despacio,
por los minutos que preceden al sueño,
por el sueño y la muerte,
esos dos tesoros ocultos,
por los íntimos dones que no enumero,
por la música, misteriosa forma del tiempo.

77
E l G o l e m [ I I ]

Si (como el griego afirma en el Cratilo)


El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de “rosa” está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra “Nilo”.

Y, hecho de consonantes y vocales,


Habrá un terrible Nombre, que la esencia
Cifre de Dios y que la Omnipotencia
Guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron


En el Jardín. La herrumbre del pecado
(Dicen los cabalistas) lo ha borrado
Y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre


No tienen fin. Sabemos que hubo un día
En que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
En las vigilias de la judería.

78
No a la manera de otras que una vaga
Sombra insinúan en la vaga historia,
Aún está verde y viva la memoria
De Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,


Judá León se dio a permutaciones
De letras y a complejas variaciones
Y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,


Sobre un muñeco que con torpes manos
Labró, para enseñarle los arcanos
De las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos


Párpados y vio formas y colores
Que no entendió, perdidos en rumores
Y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)


Aprisionado en esta red sonora
De Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquéllos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen


A la vasta criatura apodó Golem;
Estas verdades las refiere Scholem
En un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo:


“Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga.”

79
Y logró, al cabo de años, que el perverso
Barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía


O en la articulación del Sacro Nombre;
A pesar de tan alta hechicería,
No aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro


Y harto menos de perro que de cosa,
Seguían al rabí por la dudosa
Penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,


Ya que a su paso el gato del rabino
Se escondía. (Ese gato no está en Scholem
Pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,


Las devociones de su Dios copiaba
O, estúpido y sonriente, se ahuecaba
En cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura


Y con algún horror. “¿Cómo (se dijo)
Pude engendrar este penoso hijo
Y la inacción dejé, qué es la cordura?”

“¿Por qué di en agregar a la infinita


Serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
Madeja que en lo eterno se devana,
Di otra causa, otro efecto y otra cuita?”

80
En la hora de angustia y de luz vaga,
En su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?

81
A l i d i o m a a l e m á n

Mi destino es la lengua castellana,


El bronce de Francisco de Quevedo,
Pero en la lenta noche caminada
Me exaltan otras músicas más íntimas.
Alguna me fue dada por la sangre
—Oh voz de Shakespeare y de la Escritura—,
Otras por azar, que es dadivoso,
Pero a ti, dulce lengua de Alemania,
Te he elegido y buscado, solitario.
A través de vigilias y gramáticas,
De la jungla de las declinaciones,
Del diccionario, que no acierta nunca
Con el matiz preciso, fui acercándome.
Mis noches están llenas de Virgilio,
Dije una vez; también pude haber dicho
De Hölderlin y de Angelus Silesius.
Heine me dio sus altos ruiseñores;
Goethe, la suerte de un amor tardío,
A la vez indulgente y mercenario;
Keller, la rosa que una mano deja
En la mano de un muerto que la amaba
Y que nunca sabrá si es blanca o roja.
Tú, lengua de Alemania, eres tu obra

82
Capital: el amor entrelazado
De las voces compuestas, las vocales
Abiertas, los sonidos que permiten
El estudioso hexámetro del griego
Y tu rumor de selvas y de noches.
Te tuve alguna vez. Hoy, en la linde
De los años cansados, te diviso
Lejana como el álgebra y la luna.

83
A I s l a n d i a

De las regiones de la hermosa tierra


Que mi carne y su sombra han fatigado
Eres la más remota y la más íntima,
Última Thule, Islandia de las naves,
Del terco arado y del constante remo,
De las tendidas redes marineras,
De esa curiosa luz de tarde inmóvil
Que efunde el vago cielo desde el alba
Y del viento que busca los perdidos
Velámenes del viking. Tierra sacra
Que fuiste la memoria de Germania
Y rescataste su mitología
De una selva de hierro y de su lobo
y de la nave que los dioses temen,
Labrada con las uñas de los muertos.
Islandia, te he soñado largamente
Desde aquella mañana en que mi padre
Le dio al niño que he sido y que no ha muerto
Una versión de la Völsunga Saga
Que ahora está descifrando mi penumbra
Con la ayuda del lento diccionario.
Cuando el cuerpo se cansa de su hombre,
Cuando el fuego declina y ya es ceniza,

84
Bien está el resignado aprendizaje
De una empresa infinita; yo he elegido
El de tu lengua, ese latín del Norte
Que abarcó las estepas y los mares
De un hemisferio y resonó en Bizancio
Y en las márgenes vírgenes de América.
Sé que no la sabré, pero me esperan
Los eventuales dones de la busca,
No el fruto sabiamente inalcanzable.
Lo mismo sentirán quienes indagan
Los astros o la serie de los números...
Sólo el amor, el ignorante amor, Islandia.

85
J o s é Á n g e l B u e s a

Nació en 1910 en Cuba, de donde salió un día para no


volver jamás; vivió en México, en el Distrito Federal y
Monterrey, trabajando para la radio, que era la actividad a la
que se dedicaba en su isla natal.
Residió también en Miami y siguió vagando por “ahí”, como
lo refiere en su poesía.
Los que lo conocieron han muerto ...las nuevas generacio-
nes no saben de él, dónde falleció ni conocen de su inmensa
sensibilidad, como si él mismo no hubiera querido dejar tras
sí la menor huella... según las frases de sus poemas.

86
Poema para el crepúsculo

Hora de soledad y de melancolía


en que casi es de noche y casi no es de día.
Hora para que vuelva todo lo que se fue.
Hora para estar triste, sin preguntar por qué.

Todo empieza a morir cuando nace el olvido,


y es tan dulce buscar lo que no se ha perdido...
¡Y es tan agria esta angustia terriblemente cierta
de un gran amor dormido que de pronto despierta!

II

Viendo pasar las nubes se comprende mejor


que, así como ellas cambian, va cambiando el amor;
y aunque decimos: “Todo se olvida, todo pasa...”
en la ceniza, a veces, nos sorprende una brasa.

Porque es triste creer que se secó una fuente,


y que otro bebe el agua que brota nuevamente;
o una estrella apagada que vuelve a ser estrella,
y ver que hay otros ojos que están fijos en ella.

Decimos: “Todo pasa, porque todo se olvida...”


y el recuerdo entristece lo mejor de la vida.

87
III

Apenas ha durado para amarte y perderte


este amor que debía durar hasta la muerte.
Fugaz como el contorno de una nube remota,
tu amor nace en la espiga muriendo en la gaviota.

Tu amor cuando era mío, no me pertenecía,


hoy, aunque vas con otro, quizás eres más mía.
Tu amor es como el viento que cruza de repente:
Ni se ve ni se toca, pero existe y se siente.

Tu amor es como un árbol que renunció a su altura,


pero cuyas raíces abarcan la llanura.
Tu amor me negó siempre lo poco que pedí
y hoy me da esta alegría de estar triste por ti.

Y, aunque creí olvidarte pienso en ti todavía,


cuando, aún sin ser de noche, dejó de ser de día...

88
P o e m a d e l a c u l p a

Yo la amé, y era de otro, que también la quería.


Perdónala, Señor, porque la culpa es mía.

Después de haber besado sus cabellos de trigo,


nada importa la culpa, pues no importa el castigo.
Fue un pecado quererla, Señor, y, sin embargo,
mis labios están dulces por ese amor amargo.

Ella fue como un agua callada que corría...


Si es culpa tener sed, toda la culpa es mía.
Perdónala, Señor, Tú, que le diste a ella
su frescura de lluvia y su esplendor de estrella.

Su alma era transparente como un vaso vacío.


Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mío.
Pero, ¿cómo no amarla, si Tú hiciste que fuera
turbadora y fragante como la primavera?

¿Cómo no haberla amado, si era como el rocío


sobre la yerba seca y ávida del estío?
Traté de rechazarla, Señor, inútilmente,
como un surco que intenta rechazar la simiente.

89
Era de otro. Era de otro, que no la merecía,
y por eso, en sus brazos, ¡seguía siendo mía!
Era de otro, Señor. Pero hay cosas sin dueño:
Las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño.

Y ella me dio su amor como se da una rosa,


como quien lo da todo, dando tan poca cosa...
Una embriaguez extraña nos venció poco a poco:
Ella no fue culpable, Señor... ¡ni yo tampoco!

La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella,


y me diste ojos para mirarla a ella.
Toda la culpa es tuya, pues me hiciste cobarde
para matar un sueño porque llegaba tarde.

Sí. Nuestra culpa es tuya, si es una culpa amar


y si es culpable un río cuando corre hacia el mar.
Es tan bella, Señor, y es tan suave, y tan clara,
que sería un pecado mayor si no la amara.

Y, por eso, perdóname, Señor, porque es tan bella


que Tú que hiciste el agua, y la flor, y la estrella,
Tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre,
Tú también la amarías ¡si pudieras ser hombre!

90
P o e m a d e l a s c o s a s

Quizás, estando sola, de noche, en tu aposento,


oirás que alguien te llama, sin que tú sepas quién;
y aprenderás entonces que hay cosas como el viento,
que se están yendo siempre, pero que no se van.

Y también es posible que una tarde de hastío,


como florece un surco, te renazca un afán;
y aprenderás entonces que hay cosas como el río,
que se están yendo siempre, pero que no se van.

O, al cruzar una calle, tu corazón risueño


recordará una pena que no tuviste ayer;
y aprenderás entonces que hay cosas como el sueño,
cosas que nunca han sido, pero que pueden ser.

Por más que tú prefieras ignorar estas cosas,


sabrás por qué suspiras oyendo una canción;
y aprenderás entonces que hay cosas como rosas,
cosas que son hermosas sin saber que lo son.

Y una tarde cualquiera sentirás que te has ido,


y un soplo de ceniza secará tu jardín;
y aprenderás entonces que el tiempo y el olvido
son las únicas cosas que nunca tienen fin.

91
P o e m a

Quizá te diga un día que dejé de quererte


aunque siga queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no comprendas, en esa despedida,
que, aunque el amor nos une, nos separa la vida.

Quizá te diga un día que se me fue el amor,


y cerraré los ojos para amarte mejor;
porque el amor nos ciega, pero, vivos o muertos,
nuestros ojos cerrados ven más que estando abiertos.

Quizás te diga un día que dejé de quererte


aunque siga queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no comprendas, en esa despedida,
¡que nos quedamos juntos para toda la vida!

92
R e g r e s o

Vengo del fondo oscuro de una noche implacable,


y contemplo los astros con un gusto de asombro.
Al llegar a tu puerta me confieso culpable,
y una paloma blanca se me posa en el hombro.

Mi corazón humilde se detiene en tu puerta,


con la mano extendida como un viejo mendigo;
y tu perro me ladra de alegría en la huerta,
porque a pesar de todo, sigue siendo mi amigo.

Al fin creció el rosal aquel que no crecía


y ahora ofrece sus rosas tras la verja de hierro:
Yo también he cambiado mucho desde aquel día,
pues no tienen estrellas las noches del destierro.

Quizás tu alma está abierta tras la puerta cerrada;


pero al abrir tu puerta, como se abre a un mendigo,
mírame dulcemente, sin preguntarme nada,
y sabrás que no he vuelto... porque estaba contigo.

93
L e ó n F e l i p e C a m i n o

Nació el 11 de abril de 1884 en Tábara, pueblo de la


provincia de Zamora, España. En 1886, su familia se traslada
a Sequeros, Salamanca, donde los mayores recuerdos infan-
tiles se graban en la mente del poeta. Termina sus estudios
en Santander por exigencias familiares y se ve obligado a cur-
sar la carrera de farmacéutica en Madrid, ciudad que le ofrece
innumerables oportunidades culturales; sintiéndose atraído
fundamentalmente por el teatro posteriormente trabajó como
actor. Toda su vida fue un peregrinar entre exilios, debido a
su irrenunciable republicanismo sin concesiones.
En su obra literaria se revela su desesperación y un ánimo
polémico en una voz más cercana al grito que al canto. Su
poesía forma parte del modernismo y del vanguardismo. En-
tre sus obras se encuentran Drop a star, Antología rota, El pa-
yaso de las bofetadas, El hacha, Ganarás la luz, El último
publicano, Este pobre y roto violín, El gran responsable y El cier-
vo. En 1963, se edita una recopilación de sus obras completa;
muere en la ciudad de México en 1968, rodeado del afecto de
un pueblo que lo consideró un poeta íntegro.

94
S i n e l p o e t a

Sin el poeta
no podrá existir España.
¡Que lo oigan las arcas victoriosas!
¡Que lo oiga Franco!

Tuya es la hacienda,
la casa, el caballo y la pistola.
Mía es la voz más antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo
y errante por el mundo.
Mas yo te dejo mudo... mudo.

Y cómo vas a recoger el trigo


y alimentar el fuego...
¡Si yo me llevo la canción!

95
U n s i g n o

I. No me contéis más cuentos

Ya se han contado todos.


Todos se han dicho y todos se han escrito...
y todos se han ovillado y archivado.

Los ha contado el viejo patriarca,


los han cantado el coro y la nodriza,
los ha dicho un idiota lleno de estrépito y de furia,
se han grabado en la ventana y en la rueda
y se han guardado en cajas fuertes las matrices.

Hay réplicas exactas de todas las tragedias,


discos fonográficos de todas las salmodias,
y placas fotográficas de todos los naufragios.
Ningún cuento se ha perdido. Estad tranquilos.
Se sabe que el poema es una crónica,
que la crónica es un mito,
la Historia una serpiente que se muerde la fábula
y el poeta doméstico, el cronista del rey y el arzo-
[bispo... el narrador de cuentos.
Todos se han registrado.

96
Y todos están vivos todavía. Ahí pasa el pregonero:
“¡Cuentos!... ¡Cuentos!... ¡Cuentos!...”
Es aquel viejo vendedor de sombras y de risas
que ahora pregona cuentos.

Pero yo no quiero cuentos...


No me contéis más cuentos

II. Sé todos los cuentos

Yo no sé muchas cosas, es verdad.


Digo tan sólo lo que he visto.

Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos...
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos,
Yo sé muy pocas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.

III. El dulce cuento de la rosquilla

Contar es enumerar y referir.


Tú cuentas: uno, dos, tres...
Él cuenta: un cuento, dos cuentos, tres cuentos.
Cuentas... cuentos... ¡Todos sabéis contar!
Pero al final de cuentas, sólo contáis un cuento:
el dulce cuento de la rosquilla nada más.

97
Porque la serpiente se chupa el caramelo de la cola,
y se lo chupa el hijo pródigo
y el último caballero del Graal;
y el miedo y el feto y la impotencia...
y la voluta desmayada del capital barroco y aplastado de la
[catedral
y el vendaje diamantino de la momia,
y el del sudario primero de Lázaro —primero y provisional—
y la cinta dorada de la gorra,
y la hebilla de la espuela,
y el cíngulo de nieve y de sal
de la mujer de Lot y el rosario
y el balduque del legajo revolucionario y constitucional
y la cincha anillada de onzas y de balas que ornamenta y
[sostiene el heroico vientre satisfecho del general
y la ciega mula democrática
y el toro fugitivo y fogueado que volverá a dormir en el corral
y la verja de lanzas del palacio
y la antigua muralla de la China,
y la nueva ciudadela del kremlin,
y la gran estola cuaresmal...
Y la escalera se lo chupa también
(los que bajaron subirán
y los que subieron, volverán a bajar).

IV. Trampas

Trampas de redes y de lazos


son los cuentos
con los que me ovillan a la tierra
y con los que me cercan en el tiempo.
O un estanque

98
o un espejo
donde yo me repito
y me reflejo.

Romped,
romped todos los cuentos,
que no quiero verme
en el tiempo
ni en la tierra
ni en el agua sujeto.

V. Contádme un sueño

Ahora estoy de regreso, he llegado hace poco,


soy nuevo en la ciudad... Y esto quiere decir:
Me durmieron con un cuento...
y me he despertado con un sueño.

Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos.


Voy a contar mi sueño.
Es un sueño sin lazos,
sin espejos,
sin anillos,
sin redes,
sin trampas y sin miedo.

VI. Oíd

Soñé... ¡Sueño!
No soy un cuento.
Vengo de más lejos...

99
¡Soy y vengo del sueño!
Y digo que señor es querer, querer, querer...
Querer escaparse del espejo,
querer desenvolverse del ovillo,
querer desconyuntarse de la dulce rosquilla de los cuentos,
querer desenvolverse... prolongarse.
Soñar es decir 4 veces,
o 44 veces,
o 4,444 veces, por ejemplo:
Yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero
verme en el tiempo
ni en la tierra
ni en el agua sujeto...
Quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento.

Quiere el hilo,
sueña el hilo
en la espadera,

sueña el hilo
que saldrá
algún día...
¡Un buen día!
hecho manto
del telar.

100
Lo que pasó, bajo la curva de los cielos,
se prolonga bajo los huesos de mi cráneo.
Lo que soñé en la tierra y en el vientre fecundado de mi
[madre,
lo sigo aquí ahora sobre la piedra oscura de mi almohada.
¡Fui semilla que quiso ser espiga...
y soy espiga que sueña en ser pan ázimo!

VII. El gusano

Soy gusano que sueña ¡que quiere!


Contaré el sueño del gusano.

Narradores de cuentos... el gusano


no se chupa el caramelo de la cola. No es un cuento.
Es un sueño que camina.
Repta.
Y deja sobre la hierba oscura
una secreción viscosa y fosforescente,
un hilo glutinoso... y lumínico.
¡Lumínico! La baba es una estela.
Anotad esto bien:
Cavad aquí para marcar una señal.
Cavad aquí una estaca, aquí, aquí...
que aquí sobre esta tierra... sobre la Tierra,
sobre este gran ovillo devanado con baba,
sobre la estela verde que segregó el gusano,
sobre el sudor oscuro que vertieron sus glándulas.
sobre su llanto ciego de semilla y de feto,
sobre los restos de su capullo y su sarcófago,
sobre la ganga adámica de su morada mística,
sobre el cascarón de su bóveda abierta

101
y sobre los escombros de su iglesia podrida
levantaremos un día nuestra casa,
nuestra ciudad
y nuestro vuelo.
¡Dios nos guía!
Porque el gusano no es un cuento, narradores de cuentos,
es un signo... un sueño...
un sueño alegre que empezamos a decifrar.

VIII. Quiero... sueño

No me contéis más cuentos,


que vengo de muy lejos
y sé todos los cuentos.
No me contéis más cuentos.
Contad.
Y recontadme este sueño.
Romped,
rompedme los espejos.
Deshacedme los estanques,
los lazos,
los anillos,
los cercos,
las redes,
las trampas
y todos los caminos paralelos.
Que no quiero,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero que me arrullen con cuentos;
que no quiero,
que no quiero,

102
que no quiero,
que no quiero que me sellen la boca y los ojos con cuentos;
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero que me entierren con cuentos;
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero verme clavado en el tiempo,
que no quiero verme en el agua,
que no quiero verme en la tierra tampoco,
que no quiero verme, a su ovillo, como un hilo de la baba
[sujeto.
Quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento...
Soy gusano que sueña... y sueño
verme un día volando en el viento.

103
A u l l i d o s

Pasan los días y los años, corre la vida


y uno no sabe por qué vive...
Pasan los días y los años, llega la muerte
y uno no sabe por qué muere
Y un día el hombre se pone a llorar sin más ni más
sin saber por qué llora
por quién llora...
y qué significa una lágrima.
Luego, cuando otro día uno se va para siempre,
sin que nadie lo sepa tampoco
sin saber quién es
ni a qué ha venido aquí...
piensa que tal vez vino sólo a llorar
y aullar como un perro...

104
¡ Q u é p e n a ! . . .

¡Qué
pena
si este camino
fuera
de muchísimas
leguas
y siempre
se repitieran
las mismas
cuestas,
las mismas
praderas,
los mismos rebaños,
las mismas recuas,
los mismos pueblos,
las mismas ventas!...

¡Qué
pena
si esta vida
tuviera
—esta vida
nuestra—
mil años
de existencia!...

105
¿Quién la haría hasta el fin
llevadera?
¿Quién la soportaría toda
sin protestas?...

¿Quién lee diez siglos en la Historia


y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre
con distinta fecha?...
Los mismos hombres,
las mismas guerras,
los mismos tiranos,
las mismas cadenas,
los mismos esclavos,
las mismas protestas,
los mismos farsantes,
las mismas sectas
y los mismos,
los mismos poetas...

¡Qué
pena,
qué
pena
que
sea
así todo siempre,
siempre de la misma manera!

106
V e n c i d o s

Por la manchega llanura


se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá “quedó su ventura”
en la playa de Barcino, frente al mar.

Por la manchega llanura


se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Va cargado de amargura,
va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.
¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado,
hazme un sitio en tu montura,

107
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!

Ponme a la grupa contigo,


caballero del honor,
ponme a la grupa contigo
y llévame a ser contigo
pastor.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...

108
C o m o t ú

Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña:
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras,
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,

109
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia...
como tú, piedra aventurera...
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda...
piedra pequeña
y
ligera...

110
C o r a z ó n m í o

Corazón mío...
¡qué abandonado te encuentro!...
Corazón mío... estás
lo mismo que aquellos
palacios deshabitados
y llenos
de misteriosos
silencios...
Corazón mío,
palacio viejo,
palacio desmantelado,
palacio desierto,
palacio mudo
y lleno
de misteriosos
silencios...
ni una golondrina ya
llega a buscar tus aleros
y hacen su cobijo sólo
en tus huecos
los
murciélagos.

111
E r n e s t o C a r d e n a l

Nació en la ciudad de Granada, Nicaragua, en el año


de 1925. Poeta y monje nicaragüense comprometido en la lu-
cha revolucionaria. Estudió la carrera de Filosofía y Letras en
la Universidad Nacional Autónoma de México y doctorado en la
Universidad de Columbia, Estados Unidos. Participó en la re-
belión contra la dictadura de Somoza. Se ordenó sacerdote y
fundó la comunidad de Solentiname, en una isla del Lago Ni-
caragua. Desde 1978 formó parte activa del Frente Sandinista
de Liberación Nacional y en 1979, la junta de Liberación Na-
cional le encargó el Ministerio de Cultura, cargo que continuó
tras las elecciones de 1984.
Su postura en el movimiento cristiano por el socialismo,
vinculada a la teología de la liberación, le ha valido la recri-
minación de su jerarquía eclesiástica y en 1985 fue suspen-
dido a divinis.
Escribe una poesía revolucionaria e impregnada de un cris-
tianismo socialista y liberador. Ejemplo de esta temática son
los poemas: Salmos y Oración de Marilyn Monroe.
Entre sus libros poéticos se encuentran: La ciudad deshabita-
da, El conquistador, Ghetsemany K., Epigramas y Hora 0, en este
libro recopiló cuatro poemas políticos de una honda visión
revolucionaria. Entre algunas de sus últimas obras cabe ci-
tar: En Cuba, Oráculo sobre Managua y El estrecho dudoso.

112
N o s t a l g i a

Al perderte yo a ti
Tú y yo hemos perdido:
Yo, porque tú eras
Lo que yo más amaba
Y tú porque yo era
El que te amaba más.

Pero de nosotros dos


Tú pierdes más que yo:
Porque yo podré amar
A otras como te amaba a ti;
Pero a ti no te amarán
Como te amaba yo.

113
S a l m o 1 6

Oye Señor mi causa justa


atiende mi clamor.
Escucha mi oración que no son slogans.
Júzgame Tú
y no sus Tribunales
Si me interrogas de noche con un reflector,
con tu detector de mentiras
no hallarás en mí ningún crimen.
Yo no repito lo que dicen los radios de los hombres
ni su propaganda comercial
ni su propaganda política.
Yo guardé tus palabras
y no sus consignas.
Yo te invoco... porque me has de escuchar
Oh Dios
oye mi palabra.
Tú eres el defensor de los deportados
y de los condenados en los Consejos de Guerra
y de los presos en los campos de concentración
guárdame como a la niña de tus ojos
debajo de tus alas escóndeme
libérame del dictador
y de la mafia de los gangsters.
Sus ametralladoras están emplazadas contra nosotros

114
y los slogans de odios nos rodean.
Los espías rodean mi casa
los policías secretos me vigilan de noche
estoy en medio de gangsters.
Levántate Señor
sal a su encuentro
derríbalos.
Arrebáteme de las garras de los Bancos
con tu mano Señor líbrame de los hombres de negocios
y del socio de los clubes exclusivos
¡de ésos que ya han vivido demasiado!
los que tienen repletas sus refrigeradoras
y sus mesas llenas de sobras
y dan el caviar a los perros.
Nosotros no tenemos entrada a su Club
pero Tú nos sacarás
cuando pase la noche.

115
R o s a r i o C a s t e l l a n o s

Nació en la ciudad de México en 1925. Vivió de niña


en Comitán, Chiapas. Realizó estudios de posgrado en la Uni-
versidad de Madrid y fue promotora cultural de su estado na-
tal, donde escribió obras de teatro guiñol y textos escolares
para comunidades indígenas. En la UNAM desempeñó el cargo
de directora de Información y Prensa durante el periodo del
rector Ignacio Chávez e impartió la cátedra de Filosofía y Le-
tras. Fue embajadora de México en Tel Aviv, Israel, país don-
de murió en 1974.
Rosario Castellanos cultivó todos los géneros literarios con
acierto, pero la plenitud de su obra está en su poesía que
registra varias etapas. La conciencia del mestizaje de una
raza vencida a la que el mundo le fue arrebado sin misericor-
dia, dan forma y profundidad a muchos de sus versos. Otras
de sus preocupaciones temáticas fueron el desamparo que
sucede a la pérdida del amor y la objetividad descarnada pre-
sentada con el lirismo de la palabra. Así, su pensamiento se
virtió sin fisura en una forma cuya excelencia artística es
complemento activo del significado.
Entre sus libros de poesía se encuentran: Trayectoria del
polvo, De la vigilia estéril, Presentación en el templo, El rescate
del mundo, Apuntes para una declaración de fe, Poemas, Al pie de
la letra y Lívida luz.

116
A g o n í a f u e r a d e l m u r o

Miro las herramientas,


el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren, cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,


su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra


y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra


que todavía la especie no produce?)
los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan


o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

117
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,


déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.

118
D e s t i n o

Matamos lo que amamos. Lo demás


no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.

Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia


de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,


ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.

Ah, pero el odio, su fijeza insomne


de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece


el reflejo de un tigre.

119
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
—antes que lo devoren— (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.

120
F a l s a e l e g í a

Compartimos sólo un desastre lento.


Me veo morir en ti, en otro, en todo
y todavía bostezo o me distraigo
como ante el espectáculo aburrido.

Se destejen los días,


las noches se consumen antes de darnos cuenta;

así nos acabamos.

Nada es. Nada está


entre el alzarse y el caer del párpado.

Pero si alguno va a nacer (su anuncio,


la posibilidad de su inminencia
y su peso de sílaba en el aire),
trastorna lo existente,
puede más que lo real
y desaloja el cuerpo de los vivos.

121
M e m o r i a l d e T l a t e l o l c o

La oscuridad engendra la violencia


y la violencia pide oscuridad
para cuajar un crimen.

Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche


para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.

Y a esa luz, breve y líquida, ¿quién? ¿Quién es el que mata?


¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.

La plaza amaneció barrida; los periódicos


dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en la radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete
(pues prosiguió el banquete).

122
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres,
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa:
a la Devoradora de Excrementos.

No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.


Ay, la violencia pide oscuridad
porque la oscuridad engendra el sueño
y podemos dormir soñando que soñamos.

Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.


Duele, luego es verdad. Sangra con sangre.
Y si la llamo mía traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.

Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca


sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.

Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.

123
R a f a e l d e L e ó n

Poeta y autor dramático. Nació en Sevilla, España, el


6 de febrero de 1908 y murió en Madrid, el 9 de diciembre de
1982. En el año de 1926 inicia en la Universidad de Granada
los estudios de la carrera de Derecho. Conoce al poeta Fede-
rico García Lorca, con quien entabla una buena amistad. Esta
relación impregna la obra completa de León del estilo poético
de García Lorca.
Durante la guerra civil española, de León es encarcelado
en Barcelona, en este periodo declara tener una buena amis-
tad con destacados poetas republicanos como León Felipe,
Federico García Lorca y Antonio Machado.
Rafael de León pertenece a la denominada generación del
27. Es un poeta de gran sugestión, maestro en el colorido, en
la emoción, en la perdurabilidad temática, en la metáfora sor-
prendente, en la plasticidad y en la melodía.
Entre sus obras poéticas se encuentran: Pena y alegría de
amor, Jardín de papel y Amor de cuando en cuando.
A lo largo de su vida compuso numerosas letras para can-
ciones que no tardaron en popularizarse.

124
L a p r o f e c í a

Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo:
que te casaste hace un mes,
y me quedé tan tranquilo.

Otro cualquiera en mi caso


se hubiese echado a llorar,
yo, cruzándome de brazos,
dije que me daba igual.

Nada de pegarme un tiro,


ni enredarme a maldiciones
y apedrear con suspiros
los vidrios de tus balcones.

¿Qué te has casado? ¡Buena suerte!


Vive cien años contenta,
y a la hora de la muerte
Dios no te lo tenga en cuenta.

125
Que si al pie de los altares
mi nombre se te borró
por la gloria de mi madre
que no te guardo rencor.

Porque sin ser tu marido,


ni tu novio, ni tu amante,
soy el que más te ha querido,
¡con esto tengo bastante!

Y haciendo un poco de historia


nos volveremos atrás,
para recordar las glorias
de mis días de chaval.

—¿Qué tiene el niño?, Manuela.


Anda como trastornado:
le noto cara de pena
y el colorcillo quebrado.

Ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destroza la ropa
subiendo a coger nidos.

¿No te parece a ti extraño?


¿No es una cosa muy rara
que un chaval de doce años
tenga tan triste la cara?

Mira que soy “perro viejo”


y andas demasiado tranquila.

126
¿Quiéres que te dé un consejo?
Vigila, mujer, vigila.

Y fueron dos centinelas


los ojillos de mi madre:
—cuando sale de la escuela
se va pa’ los olivares.
—¿Y qué es lo que busca allí?
—Una niña, tendrá el mismo tiempo que él.
José Miguel, no le riñas,
que está aprendiendo a querer.

Mi padre encendió un pitillo,


se enteró bien de tu nombre,
y te compró unos zarcillos
y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije: “te adoro”,


pero amarré a tu balcón
mi lazo de seda y oro
de primera comunión.

Y tú, fina y orgullosa,


me ofreciste en recompensa
la cinta color de rosa
que engalanaba tus trenzas.

—Voy a misa con mi primo.


—Bueno, te veré en la ermita.
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.

127
De vuelta del campanario,
cuando rompimos a hablar:
—Dice mi tía Rosario
que la cigüeña es sagrada,
y el colorín, y la fuente, y el rocío,
y el bronce de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río.
Y aquella cinta lejana
que llaman el horizonte.

Todo es sagrado, Cielo y Tierra,


porque todo lo hizo Dios.
¿Qué te gusta más?
—Tu pelo ¡Qué bonito me salió!
Y tus manos redonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas zuritas.

Con la pureza del copo


de nieve te comparé.
Te revestí de piropos
de la cabeza a los pies.

Te hice un ramo
de pitiminí precioso,
y luego nos retratamos
en las agüitas del pozo.
—¿En qué piensas?
—En darte un beso.

128
Y sentí una vergüenza
que me caló hasta los huesos.

De noche, muertos de luna,


nos vimos en la ventana.
—Calla, mi hermanillo
está en la cuna.
Le estoy cantando “La nana”.

Y mientras tú le cantabas
yo inocente, pensé,
que “la nana” nos casaba
como marido y mujer.

¡Pamplinas! Figuraciones
que inventan los chavales.
Después la vida se impone:
“Tanto tienes, ¡tanto vales!”

Por eso hoy, al enterarme


que llevas un mes casada,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba igual.

Mas como es rico tu dueño


te vendo esta profecía:
tú cada noche en tu sueño
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que tu boca me besó.
Y te llamarás ¡cobarde!
como te lo llamó yo.

129
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico,
y se llevó una cigüeña
mi corazón en el pico.

Pensarás: “no es cierto nada,


yo sé que lo estoy soñando”;
pero allá en la madrugada
te despertarás llorando,
por el que no es tu marido,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querido
¡con eso tengo bastante!

Por lo demás, to’ se olvida.


Verás cómo Dios te envía
un hijo como una estrella.
¡Avísame de seguida!
Me servirá de alegría
cantarle “la nana” aquella:
“Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi madre no quiere,
ni yo tampoco”.

Pensarás: “no es cierto nada,


yo sé que lo estoy soñando”.
Pero allá en la madrugada
te despertarás llorando,
por el que no es tu marido,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querido
¡con eso tengo bastante!

130
Romance del hijo que no tuve contigo

Hubiera podido ser:


hermoso como un jacinto;
con tus ojos y tu boca,
y tu piel color del trigo;
pero con un corazón
grande y loco como el mío.

Hubiera podido ir
las tardes de los domingos,
de mi mano y de la tuya,
con su traje de marino,

luciendo un ancla en el brazo


y en la gorra un nombre antiguo.

Hubiera salido a ti:


en lo dulce y en lo vivo,
en lo abierto de tu risa
y en lo claro del instinto.
Y a mí tal vez que saliera:
en lo triste y en lo lírico,
y en esta torpe manera
de verlo todo distinto.

131
Ay, qué cuarto de juguetes,
amor, hubiera tenido:
tres caballos, dos espadas,
un carro verde de pino,
un tren con siete estaciones;
un barco, un pájaro, un nido,
y cien soldados de plomo,
de plata y oro vestidos.
Ay, qué cuarto de juguetes,
amor, hubiera tenido.

Te acuerdas de aquella tarde,


bajo el verdor de los pinos,
que me dijiste: “Qué gloria
cuando tengamos un hijo”.

Y temblaba tu cintura
como un palomo cautivo,
y nueve líneas de sombra
brillaban en tu delirio.

Yo te escuchaba lejano,
sobre mis versos perdido;
pero sentí por mi espalda
correr un escalofrío;
y repetí como un eco:
“Cuando tengamos un hijo”.

Tú, entre sueños ya cantabas


“nana” de tierra y tomillo,
e ibas lavando pañales
por las orillas del río.

132
Yo, arquitecto de ilusiones,
sostenía el equilibrio,
de una hora de esperanzas
en un balcón de suspiros.

Ay, qué gloria, amor, qué gloria


cuando tengamos un hijo.

En tu cómoda de cedro
nuestro ajuar se quedó frío;
entre aluma y manzana,
entre romero y membrillo.
Qué pálidos los encajes,
qué sin gracia los vestidos.

Qué sin olor los pañales


y qué sin gracia el cariño.

Tu velo, blanco de novia,


por tu olvido y por el mío
fue un “camino de Santiago”
doloroso y amarillo.
Tú, te has casado con otro,
yo con otra he hecho lo mismo.
Juramentos y palabras
están secos y marchitos
en un antiguo almanaque
sin sábados ni domingos.

Ahora, bajas al paseo,


rodeada de tus hijos,
dando el brazo a la levita

133
que se pone tu marido.
Te llaman Doña Manuela,
usas guantes y abanico,
y tres papadas te cortan
de la garganta el suspiro.
Nos saludamos de lejos
como dos desconocidos.
Tu marido baja y sube
la chistera, yo me inclino,
y tú sonríes sin gana,
de un modo torpe y ridículo.

Pero yo no me hago cargo


de que hemos envejecido;
porque te sigo queriendo,
igual, o más que al principio.
Y te veo como entonces,
con tu cintura de lirio,
con un jazmín en los dientes
y tu color como el trigo;
y aquella voz que decía:
“Cuando tengamos un hijo”.

Y en esas tardes de lluvia,


cuando mueves los “bolillos”
y yo paso por tu calle
con mi pena y con mi libro,
dices, con miedo, entre sombras,
amparada en los visillos:
“Ay, si yo con ese hombre,
hubiera tenido un hijo”.

134
F e d e r i c o G a r c í a L o r c a

El 5 de junio de 1898, nació en Fuente Vaqueros,


provincia de Granada, hijo de Federico García Rodríguez y
Vicenta Lorca. Su familia se estableció en Granada, y Fede-
rico García Lorca cursó la enseñanza básica en el colegio del
Sagrado Corazón de Jesús. Estudió Filosofía y Letras y De-
recho en la Universidad de Granada. Una de sus caracterís-
ticas fue su gran sensibilidad artística; muy joven tomó
lecciones de guitarra, piano y dibujo.
Con motivo del Centenario de Zorrilla, en 1917, escribió
sus primeras poesías y un artículo en el Boletín del Centro
Artístico de Granada. En el año de 1918 publicó Impresiones y
paisajes. El 22 de marzo de 1920 estrenó su obra teatral El
maleficio de las mariposas en Madrid, con figurines de barradas
y bailes de la Argentina.
Como poeta y dramaturgo siguió una línea de exigencia ar-
tística, cuidadosamente ejercida sobre su poesía y teatro. Se
le adscribe a la generación poética de 1927.
Conoció de cerca y cultivó la poesía gitana, muestra de ello
son sus libros Romancero gitano y Poemas del cante jondo, así
como su libro de Canciones.
Entre otros de sus títulos están: Llanto por la muerte de Igna-
cio Sánchez Mejías y Poeta en New York, en este último libro incur-
siona en el surrealismo. Algunas de sus obras que honran el
teatro español son: Bodas de sangre, Yerma, Mariana Pineda,
La casa de Bernarda Alba, Doña Rosita la soltera y La zapatera

135
prodigiosa, conocida esta obra también como El lenguaje de las
flores.
Su participación ideológica en la guerra civil española lo
llevó a una muerte prematura, dejando su obra trunca en 1936,
al ser fusilado en Granada a manos del ejército franquista.
Clemente Airo escribe: “Muy pocos poetas han logrado tan
rápido y trascendental ascenso en la admiración pública, como
Federico García Lorca”.

136
L a c a s a d a i n f i e l

A Lidia Cabrera y a su negrita

Y que yo me la llevé al río


creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago


y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladran muy lejos del río.

137
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo, el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí


el mejor de los caminos
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.

No quiero decir por hombre,


las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena,


yo me la llevé al río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.

138
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

139
R o m a n c e d e l a p e n a n e g r a

Las piquetas de los gallos


cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.

Cobre amarillo, su carne


huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados, sus pechos
gimen canciones redondas.

—Soledad, ¿por quién preguntas


sin compaña y a estas horas?
—Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.

—Soledad de mis pesares,


caballo que se desboca
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.

140
—No me recuerdes el mar,
que la pena negra brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.

—¡Soledad, qué pena tienes!


¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.

—¡Qué pena tan grande! Corro


mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!

—Soledad lava tu cuerpo


con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río:


volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh, pena de cauce oculto
y madrugada remota!

141
Muerte de Antoñito el Camborio

A José Antonio Rubio Sacristán

Voces de muerte sonaron


cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.

—Antonio Torres Heredia,


Camborio de dura crín,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:

142
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
—Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
—¡Ay, Antoñito el Camborio,
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
—¡Ay, Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.

Tres golpes de sangre tuvo


y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.

143
M u e r t o d e a m o r

A Margarita Manso

—¿Qué es aquello que reluce


por los altos corredores?
—Cierra la puerta, hijo mío:
acaban de dar las once.
—En mis ojos, sin querer,
relumbran cuatro faroles.
—Será que la gente aquella
estará fregando el cobre.

Ajo de agónica plata


la luna menguante, pone
cabelleras amarillas
a las amarillas torres.
La noche llama temblando
al cristal de los balcones,
perseguida por los mil
perros que no la conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.

Brisas de caña mojada


y rumor de viejas voces

144
resonaban por el arco
roto de la medianoche.
Bueyes y rosas dormían.
Sólo por los corredores
las cuatro luces clamaban
con el furor de San Jorge.
Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres.
Fachadas de cal ponían
cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
tocaban acordeones.
—Madre, cuando yo me muera
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles,
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba, no sé dónde.

145
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores.

146
N i c o l á s G u i l l é n

Nació en Camagüey, Cuba, en el año de 1902 y muere en 1987.


Dedica gran parte de su vida al periodismo y a la poesía en la
que vierte los temas y las formas de expresión de su pueblo.
Consciente de la realidad de su patria, se vuelca en una poe-
sía con intención política social; antidictatorial primero y
antimperialista después. En 1930, publicó Motivos del son,
poemas escritos con ritmo de baile cubano que provocaron un
escándalo literario. Al año siguiente, presentó esquemas ini-
ciales de los Motivos y aparece Sóngoro cosongo, el cual dio
lugar a una carta en la que Miguel de Unamuno refiere la pro-
funda impresión que le produjo. La misma que causó en García
Lorca y en Machado, entre otros.
En 1934, da a conocer un libro de intención social, West
Indies Ltd; y en 1937, Cantos para soldados y sones para turis-
tas. Guillén es considerado uno de los más importantes poe-
tas que sostuvo la presencia de la poesía afroantillana
contemporánea como un modo de profunda expresión ameri-
cana en aquellas latitudes donde el negro participó en la in-
tegración del perfil criollo. Su obra, desbordante de contenido
humano, abundante en onomatopeyas y de una frescura rít-
mica inimitable, lo sitúa entre los grandes poetas modernos
del idioma español.
Completa su bibliografía, entre otros títulos: España, El
son entero, La paloma de vuelo popular, Elegías, Tengo poema en
cuatro angustias y una esperanza y El gran zoo.

147
Balada de los dos abuelos

Sombras que sólo yo veo,


me escoltan mis dos abuelos.

Lanza con punta de hueso,


tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.

África de selvas húmedas


y de gordos gongos sordos...
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos...
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
¡Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro!...
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)

148
¡Oh costas de cuello virgen,
engañadas de abalorios!...
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del Trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!

¡Qué de barcos, qué de barcos!


¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!
Piedra de llanto y de sangre,
venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.

¡Qué de barcos, qué de barcos,


qué de negros!
Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Don Federico me grita,


y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan,
y andan, andan.
Yo los junto:
—¡Federico!
¡Facundo! Los dos se abrazan.

149
Los dos suspiran. Los dos
las fuertes cabezas alzan;
los dos del mismo tamaño,
bajo las estrellas altas;
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca;
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan.
Sueñan, lloran, cantan.
Lloran, cantan.
¡Cantan!

150
S a b á s

Yo vi a Sabás, el negro sin veneno,


pedir su pan de puerta en puerta.
¿Por qué, Sabás, la mano abierta?
(Este Sabás es un negro bueno.)

Aunque te den el pan, el pan es poco,


y menos ese pan de puerta en puerta.
¿Por qué, Sabás, la mano abierta?
(Este Sabás es un negro loco.)

Yo vi a Sabás, el negro hirsuto,


pedir por Dios para su muerta.
¿Por qué, Sabás, la mano abierta?
(Este Sabás es un negro bruto.)

Coge tu pan, pero no lo pidas;


coge tu luz, coge tu esperanza cierta
como a un caballo por las bridas.
Plántate en medio de la puerta,
pero no la mano abierta,
ni con tu cordura de loco:
Aunque te den el pan, el pan es poco,
y menos ese pan de puerta en puerta.

151
¡Caramba, Sabás, que no se diga!
¡Sujétate los pantalones,
y mira a ver si te las compones
para educarte la barriga!
La muerte, a veces, es buena amiga,
y el no comer, cuando es preciso
para comer, el pan sumiso,
tiene belleza. El cielo abriga.
El sol calienta. Es blando el piso
del portal. Espera un poco,
afirma el paso irresoluto
y afloja más el freno...
¡Caramba, Sabás, no seas tan loco!
¡Sabás, no seas tan bruto,
ni tan bueno!

152
S i g u e . . .

Camina, caminante,
sigue;
camina y no te pare,
sigue.

Cuando pase por tu casa


no le diga que me viste:
camina, caminante,
sigue.

Camina y no te pare,
sigue:
acuérdate de que e mala,
¡sigue!

153
C a n t o n e g r o

¡Yambambó, yambambé!
Repica el congo solongo,
repica el negro bien negro;
congo solongo del Songo
baila yambó sobre un pie.

Mamatomba,
serembe cuserembá.

El negro canta y se ajuma,


el negro se ajuma y canta,
el negro canta y se va.

Acuememe serembó,
aé,
yambó,
aé.

Tamba, tamba, tamba, tamba,


tamba del negro que tumba;
tumba del negro, caramba,
caramba, que el negro tumba:
¡yamba, yambó, yambambé!

154
S ó n g o r o c o s o n g o

¡Ay, negra,
si tú supiera!
Anoche te vi pasar,
y no quise que me viera.
A él tú le hará como a mí,
que cuando no tuve plata
te corrite de bachata,
sin acordarte de mí.

Sóngoro, cosongo,
songo be;
sóngoro, cosongo
de mamey;
sóngoro, la negra
baila bien;
sóngoro de uno,
sóngoro de tré.

Aé,
vengan a ver;
aé, vamo pa ver;
¡vengan, sóngoro cosongo,
sóngoro cosongo
de mamey!

155
T ú n o s a b e i n g l é

Con tanto inglé que tú sabía,


Vito Manuel,
con tanto inglé, no sabe ahora
decir: ye.

La mericana te buca,
y tú le tiene que huir:
tu inglé era detrái guan,
detrái guan y guan tu tri...

Vito Manuel, tú no sabe inglé,


tú no sabe inglé.
tú no sabe inglé.

No te namore más nunca,


Vito Manué,
si no sabe inglé,
¡si no sabe inglé!

156
M i g u e l G u a r d i a

Nació en la ciudad de México el 17 de agosto de 1924.


Poeta, crítico teatral y periodista. Fue jefe de literatura y de
prensa del Instituto Nacional de Bellas Artes, director de la
Revista de Bellas Artes, presidente de la Asociación Mexicana
de Críticos de Teatro y secretario general de la Asociación de
Escritores de México. Catedrático de la Escuela de Arte Tea-
tral del INBA y colaborador de varios periódicos y revistas.
En su libro Tema y variaciones, Miguel Guardia recoge su
obra poética escrita entre los años de 1948 a 1951. Esta consta
de tres partes: poemas, romances y sonetos, en los cuales
expresa una delicada ternura que se complace en tomar la
realidad con un penetrante sentido de lo tangible. En sus
libros El retorno y otros poemas y Palabras de amor se muestra
preocupado por cantar los eternos temas de amor, la soledad
y las motivaciones sociales.
Entre sus obras poéticas destacan: Ella nació en la tierra,
Los epígrafes, Tema y variaciones, Dibujos de Elvira Gascón, Pa-
labras de amor y El retorno y otros poemas.
En teatro: ¡Hay Dios mío!, Pieza en un acto, En América y El
niño de jabón.
Ensayos: Instituto Nacional de Bellas Artes, Seis años de tea-
tro y El teatro en México.

157
C a r t a d e a m o r

“Te escribo esta carta de amor


sobre la mesa
a la que ya se ha sentado la tristeza.”
Te escribo esta carta de amor
para que sepas que eres mía;
para que nunca olvides los ratos de amargura
y de alegría. Los buenos, inolvidables
ratos. Pues de eso está hecha nuestra vida.

Te escribo, amor, esta carta de amor


por los inolvidables años que nos quedan,
para que pienses en mí,
para que la muerte
—es mi deseo—
pase, desde hoy, muy lejos.

Te escribo, amor, porque te amo,


porque es mi voluntad amarte,
y porque es tu voluntad amarme.

Te escribo, pues, porque eres bella


por dentro y por fuera;

158
porque haces el amor como los ángeles
sin alas;
porque eres generosa y limpia y fiel
y amorosa.

Te escribo, amor, porque te amo.

159
A n t e s a m o r

Antes, Amor, que dejes en mi vida


otra señal de luto; antes que abierta
dejes aquella dolorosa puerta
que al llanto lleva, Amor, tan conocida.

antes que toda paz quede vencida


y sea solamente una desierta
tranquilidad, bajo la sangre incierta
de nueva, Amor, y elemental herida
déjame contemplar en esta hora
tu faz tan de continuo desolada
y tan serena y tan feliz ahora.

Así la amarga soledad futura


de este dulce recuerdo ya poblada
algo tendrá de luz y de dulzura.

160
C a s i . . .
S o n e t o I I I

Casi estamos a fin de esta asombrosa


existencia, de este cuerpo sombrío,
espeso, débil, torpe —como el mío—;
de esta vida increíble y deliciosa.

Casi estamos al fin de la amorosa


existencia... Pero casi: confío
que a este prado amoroso, fresco, umbrío,
vuelva la vida, roja mariposa.

Y el color y la luz y el movimiento


y el estar y el soñar y el pensamiento
y las manos errantes, las miradas,

las noches inmortales y calladas...


Casi estamos al fin. Mas volveremos.
¿Quién sabe? ¿Y quién sabrá lo que sabremos?

161
¿ E n q u é p i e n s a s ?

“¿Qué piensas cuando estás pensando?”

Cuando estoy pensando, no pienso,


porque estoy pensando,
y, mientras pienso, no puedo pensar.

Pensar es algo sumamente serio, y pensar,


mientras se piensa, es un contrasentido.

¿Cómo pensar, si estoy pensando?

Tendría que dejar de pensar, para pensar.

Y la verdad es que no quiero dejar de pensar.

Así que, de aquí en adelante,


solamente pensaré cuando no esté pensando.

A menos que esté pensando en ti.

162
E l a i r e d e a b r i l

Nunca he vivido fuera de la ciudad, y no sabría decir


cuál es el viento norte y cuál el este,
cuál es el oeste y el sur. Pero en abril,
sobre el Valle de México, cuando el calor agobia ya
y las primeras nubes grises emborronan el cielo,
corre un aire quieto cuya frescura
estremece el cuerpo de friolento placer
al secar el sudor en las axilas.

En el mismo que agita, suave y tenazmente,


las banderas que ondean en los edificios públicos
y que llenan de patriotismo el pecho de los jóvenes,
pero que a mí me recuerda gentes y paisajes que no conoce-
ré;
es el que trae los perfumes de las flores, lejanos,
y el sabor de la lluvia, al que se mezclan
algún olor de música de feria
y el relámpago tibio de los vestidos que levanta.

Sin duda el aire de abril, sobre el Valle de México,


es alegre. Pero es un aire triste, y entristece.

163
M i g u e l H e r n á n d e z

Nació en 1910 en Orihuela, provincia de Alicante,


España. Su padre era pastor de cabras, y Miguel heredó ese
humilde oficio. Al cumplir diez años, ingresa al colegio de Santo
Domingo, el cual era dirigido por jesuitas. Sus profesores no
tardaron en advertir su natural inteligencia y su gusto por la
lectura. A los quince años comparte su interés y afición lite-
raria con un grupo de jóvenes amigos, que era dirigido por
Ramón Sijé, quien estimula su vocación poética. García Lorca
se convierte en uno de sus poetas predilectos.
En 1935, la guerra civil española lo sorprende en Madrid y
Miguel se incorpora al ejército. En 1937, se casa con Josefina
Manresa, con quien procrea dos hijos, el primero de ellos
muere. Para ese tiempo el joven poeta ha escrito dos libros:
El rayo que no cesa y Vientos del pueblo; el primero es un libro
de sonetos de una gran fuerza amorosa con cierta influencia
de Quevedo, y el segundo, un canto a la lucha popular, al
amor a su tierra, a su esposa y a su hijo. Esta misma temáti-
ca la aborda en su libro El hombre acecha.
El final de la guerra trae para Miguel una serie de desdi-
chas; preso en la cárcel de Torrijos, es condenado a muerte,
por su actividad política, pero la intervención de algunos ami-
gos logra que la condena se cambie a 30 años. Al poco tiempo
es trasladado a la prisión de Palencia y más tarde al penal de
Ocaña, donde escribe un nuevo libro: Cancionero y romancero

164
de ausencias. En 1941, es enviado a la cárcel de Alicante don-
de fallece un año después, en marzo de 1942.
Ricardo Guillón refiere:

De la generación del 36, llamada también generación Exinta,


es quizá Miguel Hernández el poeta mejor dotado, el más inten-
so y rico de expresión, y seguramente el único que hubiese sido

capaz, si no muere tan joven, de llenar el hondo hueco que dejó


en la poesía española la muerte de García Lorca. Circunstan-
cias adversas han impedido, hasta hace muy poco, que la poe-

sía de Hernández tenga la fama que merece. Pero la verdad de


un poeta, acaba abriéndose camino en todas partes, y hoy la
fama de Hernández ha traspasado, con entera justicia, nues-

tras fronteras.

165
E l e g í a

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se


me ha muerto como del rayo Ramón

Sijé, a quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano


de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas


y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.


Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,


un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,


lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

166
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,


temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,


no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta


de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,


quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte


y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:


por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.


Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

167
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,


llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas


de almendrado de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

168
E l n i ñ o y u n t e r o

Carne de yugo, ha nacido


más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,


a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo


de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza


a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente


la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

169
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja


masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,


y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es


más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde


en la tierra lentamente,
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento


como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,


y devorar un mendrugo,

170
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo


menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón


de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

171
M e l l a m o b a r r o

Me llamo barro aunque Miguel me llame.


Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.

Soy un triste instrumento del camino.


Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.

Como un nocturno buey de agua y barbecho


que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombra y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.

Coloco relicarios de mi especie


a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.

172
Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra.

Bajo a tus pies un ramo derretido


de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.

Barro en vano me invisto de amapola,


barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándote a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.

Apenas si me pisas, si me pones


la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre, libre y loca.

Su taciturna nata se arracima,


los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.

173
Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.

Teme que el barro crezca en un momento,


teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.

Teme que se levante huracanado


del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.

Teme un asalto de ofendida espuma


y teme un amoroso cataclismo.

Antes que la sequía lo consuma


el barro ha de volverte de lo mismo.

174
Vientos del pueblo me llevan

Vientos del pueblo me llevan,


vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,


impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy de un pueblo de bueyes,


que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas,
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.

175
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpago,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner

176
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes


está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos


de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera


con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,


que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.

177
N a n a s d e l a c e b o l l a

(Dedicadas a su hijo, a raíz de recibir una


carta de su mujer, en la que le decía que

no comía más que pan y cebolla.)

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre


mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena


resuelta en luna
se derrama hilo a hilo,
sobre la cuna.
Ríete, niño,

178
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,


me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero

179
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño:


nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,


tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.

¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes


con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos


serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.

180
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble


luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

181
E f r a í n H u e r t a

Nació en Silao, Guanajuato, el 18 de junio de 1914 y


murió en 1982. Fue miembro de la generación del Taller. La pro-
fesión de Huerta fue el periodismo especializado en el comenta-
rio cinematográfico. Su poesía se singularizó por la disensión
frente a lo establecido. Contra la contemplación que descubre
los matices de lo inolvidable, no aceptó más asombro que resol-
ver su protesta con un lenguaje frecuentemente “antipoético”,
mezclado con emoción nunca exenta de ternura. Dentro de esos
dos extremos fluctuaron sus sentimientos, lo mismo cuando re-
cuerda un deseo perdido que cuando invoca el recinto de la sole-
dad. A sus manos las formas llegaron convertidas en pretextos
para decidir que la quietud domina alrededor. Aun el alma, últi-
mo refugio en el que se acogió el inconforme, es emblema de
zozobra, reino de las tinieblas por donde cruza la desesperación.
Revolucionario a veces, siempre desesperado, Huerta no
conoció cuartel a su convicción de proyectar su propuesta en
todo lo que tocó. Pero si en esto estribó su originalidad, tam-
bién ha de observarse que su espíritu, así se mostró nutrido
de violencia, se sustentó en un amor por sus semejantes que
impregnó toda su poesía.
Entre su obra poética se cuentan: Absoluto amor, Línea del
alba, Poemas de guerra y esperanza, Los hombres del alba, La
rosa primitiva, Los poemas de viaje, Estrellas en alto, La raíz amarga,
El Tajín, Barbas para desatar la lujuria y una edición de su poe-
sía completa.

182
L a l e c c i ó n m á s a m p l i a

Los hombres van cantando.


Arenas, amargura, tierna vida en silencio,
barcas en soledad, la caridad solar,
la lluvia torturante,
amor en ruinas, muros
de vegetal ausencia.

Y los hombres esperan.


Rayo de luna quieto como pájaro solo,
un sueño sin premura por las venas,
una camelia triste por el tiempo,
espinas entre plumas, el amor
callado sin esfuerzo.

Estos hombres afirman.


La fecunda neblina encima del paisaje,
la oscuridad tan dura, las estrellas
plateadas de cinismo, el invierno
que suena falso, el bronce
de las altas mentiras.

183
Pero otra vez cantando.
En la playa solemne la energía que se muere,
el insumiso corazón del frío,
la humedad, la ternura, la lucha
en que perecen luces
de franco agotamiento.

Continuar afirmando.
Aquello que negamos y brota de los vidrios,
de la nieve, del hielo dulce,
de la madera blanca como
castidad que aniquila,
como fiebre de niebla.

Y alguna vez negar.


El grito escalofriante de la recia tormenta
con espumas y nubes convertidas en odio,
en cielos amarillos como furia,
entre el asombro de la sangre seca
y el cieno en las penumbras.

Ellos quieren la niebla.


No irán a ese lugar del agua encallecida.
Airada y retadora la vida sin espinas,
donde el amor se siente
como arena propicia
a los ahogados.

Ellos quieren el ansia.


El infinito ciego, la esbelta libertad,
el cielo azul, purísimo.

184
No el destino raído,
no el llanto de laureles putrefactos.

Ellos quieren la vida, simplemente,


la tibia vida, en fin, la dulce vida
de elemental encanto y de perfecta voz.
¡Vida de sol a sol! Vida de siempre,
de hombres bajo la luz, bajo la bella
sombra de una bandera de aire y hierro,
al pie de una sonrisa y una espiga.

185
Primer canto de abandono

Si mi voz fuese nube, ira o silencio


crecido con el llanto y el amor;
si fuese luz, o solamente ave
con las alas cargadas de tristeza;
si el silencio viniese, si la muerte...

¿Adónde ir con ella, iluminada


con fuego de gemidos y caricias
y gérmenes de mustias esperanzas?

Y una voz inhumana:


—Donde no existan lágrimas de odio
ni pantanos con rosas y claveles.

Mi voz en la saliva del olvido,


como pez en un agua de naufragio.

(Pero yo amo el abandono por violeta y callado.


Amo tu entrada al invierno sin mi cuerpo,
admito tu fealdad de dalia negra dolorida,

186
adoro con ceguera tu pasión por la lluvia
y el encanto de tus narices frías,
amada razonable y sencilla.)

Ya mi voz no suplica ni lastima


como la vieja música de mar
a los marinos tímidos y al cielo.
Si pudiera la haría tan suave
como fino suspiro de muchacha,
como brillo de dientes o poema.

Oh, voz del abandono sin sollozos:


oh, mi voz como luz desordenada,
como gladiola fúnebre.

Ella hace el canto primero del abandono


en lo alto de risibles templos,
en las manos vacías de millones de hombres,
en las habitaciones donde el deseo es lodo
y el desprecio un pan de cada noche.

Ella es mi propio secreto,


lo invisible de mí mismo: mi conducta
en la carne de los jardines, en el alma de las playas
cuando hacia ellas voy con las manos cantando.

Mi voz es el resumen de todos los insomnios:


mi adolescencia mediocre y sencilla
como una ceniza palpitante.

187
No lloraría por mi ternura finalmente enterrada
ni por un sueño herido sentiría fina tristeza,
pero sí por mi voz oculta para siempre,
mi voz como una perla abandonada.

188
E l a m o r

El amor viene lento como la tierra negra,


como luz de doncella, como el aire del trigo.
Se parece a la lluvia lavando viejos árboles,
resucitando pájaros. Es blanquísimo y limpio,
larguísimo y sereno: veinte sonrisas claras,
un chorro de granizo o fría seda educada.

Es como el sol, el alba: una espiga muy grande.

Yo camino en silencio por donde lloran piedras


que quieren ser palomas, o estrellas,
o canarios: voy entre campanas.
Escucho los sollozos de los cuervos que mueren,
de negros perros semejantes a tristes golondrinas.

Yo camino buscando tu sonrisa de fiesta,


tu azul melancolía, tu garganta morena
y esa voz de cuchillo que domina mis nervios.

Ignorante de todo, llevo el rumbo del viento,


el olor de la niebla, el murmullo del tiempo.

189
Enséñame tu forma de gran lirio salvaje:
cómo viven tus brazos, cómo alienta tu pecho,
cómo en tus finas piernas siguen latiendo rosas
y en tus largos cabellos las dolientes violetas.
Yo camino buscando tu sonrisa de nube,
tu sonrisa de ala, tu sonrisa de fiebre.
Yo voy por el amor, por el heroico vino
que revienta los labios. Vengo de la tristeza,
de la agria cortesía que enmohece los ojos.

Pero el amor es lento, pero el amor es muerte


resignada y sombría: el amor es misterio,
es una luna parda, larga noche sin crímenes,
río de suicidas fríos y pensativos, fea
y perfecta maldad hija de una Poesía
que todavía rezuma lágrimas y bostezos,
oraciones y agua, bendiciones y penas.

Te busco por la lluvia creadora de violencias,


por la lluvia sonora de laureles y sombras,
amada tanto tiempo, tanto tiempo deseada,
finalmente destruida por un alba de odio.

190
E l p o e m a d e a m o r

El poema de amor es el poema


de cada día: la sombra de una hoja
y este mirar al cielo en anhelante
perseguir una flor, una sonrisa.

¿El poema de amor? La más humilde


y la más tierna lluvia, el sobresalto
de una gota en la mano, como si una
leve mirada tuya iluminase
la selva en que se nutre el desconsuelo.

¿El poema de amor? El gran poema


de caminar conforme van los ríos
con un sollozo —nube— sobre el dorso,
y vigilar, con un sonriente miedo,
tu imagen de jazmín en el crepúsculo.

El poema de amor es la palabra


que ya se dijo ayer, que hoy no se dice.
Porque de sol a sol, de amor a amor,
reina un silencio fiel, como de mármol,
que es el clima ideal de estar de acuerdo.

191
El poema de amor bien puede ser
un soñar escribirlo y declararlo.
Y despertar, al fin, estremecido,
abrazarte entre tibia y azorada
como a rosa ceñida por la brisa.

¿El poema de amor? Viene del fuego


y en el fuego perece, no sin darnos
la maestría en el tacto, la sorpresa
de imaginarnos vivos y con alas
cuando el beso es un ave en agonía.

Del poema de amor todo se dice


y nada se recuerda. Pero es bueno
señalar que se sabe y que se siente
un hondo respirar cuando tu paso
de adolescente ritmo llena mi alma.

No quise decir alma, sino sangre


y música de junio. Pero insisto
en que tu paso enciende mi alegría
como un poco de sol sobre los trigos.
Y es como darle vueltas al poema.

El poema de amor es darle vueltas


a lo que por sabido ya es callado.
Y volver a empezar como si nunca
te hubiese visto así, lánguida y pura,
desmenuzando mi habitual tristeza.

¿El poema de amor? Discretamente


habría sido resuelto en una frase.

192
Por ejemplo, decir... “Amada mía...”
Pero aquí llegas tú, puntual, serena,
a cerrarme la boca dulcemente.

193
D e c l a r a c i ó n d e a m o r

Ciudad que llevas dentro


mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.

Ciudad que lloras, mía,


maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.

Soy el llanto invisible


de millares de hombres.
Soy la ronca miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi corazón
desamparado y negro.

194
Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.

Bajo tu sombra, el viento del invierno


es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
—como nardos pudriéndose.
Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.

Pero si el viento norte una mañana,


una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón deshecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
es un millón de flores,
el correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.

Los hombres que te odian no comprenden


cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y fresco pensamiento,

195
a los pájaros que viven limpiamente
en tus jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros, tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.

Cuando llegas, rezumando delicia,


calles recién lavadas
y edificios-cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,

196
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.

Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,
o quemantes y helados pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad.

Mi gran ciudad de México:


el fondo de tu sexo es un criadero
de claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,

197
tus calles cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!

198
V i c e n t e H u i d o b r o

Nació en 1893 en Santigo de Chile y murió en 1948


en Cartagena. Fue un gran revolucionario vanguardista, que
implantó en América y en España el creacionismo y de quien
sin su obra y persona no puede entenderse el ultraísmo.
Huidobro enfoca su estilo desde una perspectiva de creación
absoluta, lograda mediante la palabra y la imagen.
El creacionismo busca sustantivizar las cosas e inventar-
las dentro de la conciencia. La diferencia radica en la crea-
ción teniendo como centro a la imaginación. El inicio de esta
revolución huidobriana se ubica en 1914.
Huidobro declara su independencia frente a la naturaleza:
“No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo... Yo
tendré mis árboles que no serán como los tuyos; tendré mis
montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis
estrellas”.
Fue en el año de 1916, cuando aparece el cuadernillo El es-
pejo de agua, aunque la primera edición conocida fue en 1918,
ese lapso causó gran polémica sobre la paternidad del movi-
miento.
Después de esto, Huidobro se trasladó a París para vincu-
larse a la revista Nord-Sud al lado de Apollinaire, Max Jocob,
Reverdy, Tzara, Paul Dermée, etc., y escribir poemas en fran-
cés. Viaja después a Madrid, causando en la juventud una
gran impresión con sus dos libros recién publicados: Ecuato-
rial y Poemas árticos.

199
En su obra Altazor, donde hay más surrealismo que
creacionismo, cuenta sus frustraciones encarnadas en ese
alto azor que, pese a la creación de un mundo imaginario, se
siente precipitado al vacío. Durante su viaje a las alturas
para cruzar los velos de los increados y rasgarlos una vez
llegado a la irrealidad, Huidobro se busca como centro de gra-
vedad de su propio yo.

200
A r t e p o é t i c a

Que el verso sea como una llave que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos, creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;


el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el cielo de los versos.


El músculo cuelga,
como recuerdo, en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza;
el vigor verdadero
reside en la cabeza.

¿Por qué cantáis la rosa, oh, poetas?


¡Hacedla florecer en el poema!

Sólo para vosotros


viven todas las cosas bajo el sol
El poeta es un pequeño Dios.

201
E l e s p e j o d e a g u a

Mi espejo, corriente por las noches,


se hace arroyo y se aleja de mi cuarto.

Mi espejo, más profundo que el orbe,


donde todos los cisnes se ahogaron.

Es un estanque verde en la muralla


y en medio duerme tu desnudez anclada.

Sobre sus olas, bajo cielos sonámbulos,


mis ensueños se alejan como barcos.

De pie en la popa, siempre me veréis cantando;


una rosa secreta se hincha en mi pecho
y un ruiseñor ebrio aletea en mi dedo.

202
La poesía es un atentado celeste

Yo estoy ausente, pero en el fondo de esta ausencia


Hay la espera de mí mismo.
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando de viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que me han esperado muchos años.

Se cansaron de esperarme y se sentaron

Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco, el atroz equívoco.

Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas.

203
Me estoy haciendo árbol. Cuántas veces me
[he ido conviertiendo en otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura.
Podía dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio. Esperar en silencio.

204
J o s u é M i r l o

Genaro Robles Barrera, Josué Mirlo, nació en Capul-


huac Estado de México, el 10 de julio de 1901. Fue hijo de don
Feliciano Robles y doña María de Jesús Barrera.
Inició su educación primaria en su pueblo natal y la concluyó
en Toluca. En 1920, ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria.
En 1922, resultó vencedor en unos juegos florales que organizó
el Consejo Cultural de la ciudad de México, fue entonces cuan-
do adoptó su famoso seudónimo literario Josué Mirlo.
En l925, ingresó a la Escuela Nacional de Medicina, pero
tuvo que abandonar los estudios dos años después. Durante
su estancia en la capital pudo relacionarse con numerosos
poetas, artistas e intelectuales. Solía frecuentar El café de
nadie, en donde Manuel Maples Arce, Arqueles Vela y Germán
Liszt Arzubide fraguaron el estridentismo.
En 1929 y 1933, fue profesor del Instituto Científico y Lite-
rario del Estado de México. La última parte de su vida la dedi-
có a la poesía y a la enseñanza, como profesor rural.
Su primer libro, Manicomio de paisajes, fue editado en 1932,
cuando era profesor del Instituto. Aparecieron después Cuar-
teto emocional, Baratijas, Museo de esperpentos, Rosamar, Moni-
gotes y La caballona. Murió en Capulhuac el 28 de diciembre
de 1968.

205
I m p r e c a s i ó n

¡Y así quiere colgarse de los astros!


¡Por ti, no conocemos el descanso!
¡Los ejércitos victoriosos
de la muerte
saben de nuestro inútil
heroísmo
que nada te interesa
porque nos puedes substituir, perversa!...

¡Cuánto mejor hubiera sido


ser en potencia
de un óvulo podrido,
latigado
por un espermatozoide sifilítico!...

Así el amor —tu cándido lacayo—


se diría pensativo
—¡Lo que pudo ser y no fue!...
y nosotros, alegres
de ser:

206
¡Células en potencia,
sangre en potencia,
nervios en potencia,
músculos en potencia,
osamenta en potencia!...

¡Así habríamos formado


el primer hombre psíquico
de una nueva y radiante
humanidad
ya con el pensamiento
liberado
¡feliz de arder
sin apagarse nunca!...

Mis labios callaron,


un silencio voraz apolillaba
mis sentidos.

Sólo mi pensamiento
desde su oscuro y húmedo
retiro
¡reía!... ¡reía!... ¡reía!...

207
E l p a r a n o i c o

A Lamberto Alarcón

Conociéndome
de una sensibilidad
no encadenada al mundo de las formas,
siento voluptuosidad
al conectar mis nervios con las cosas
para hacerlas vivir, al mismo tiempo,
la vibración azul de mi esperanza;
¡que es llegar a ser Dios!

¡Qué triunfo el mío


cuando me sienta Dios!

¡Qué embriaguez de mí mismo


cuando en su grito puro
galope el Universo
para decirme: —¡DIOS!—

Como un nuevo Quijote


haré de Sancho Panza
al viejo Dios mediocre.

208
Soles lilas entonces
lunarán en mi lanza:
y en un paisaje áspero
de luces invertidas
donde relinchen mares
y selvas y montañas
como caballos jóvenes,
picotearán mis sombras
la Humanidad podrida...
Y mi Escudero Ingenuo,
¡llorará su derrota!

209
M a d r e

Ofertorio:

Para ti que dejaste


que astillara tu vientre
por tenerme en tus brazos.

Rezo lírico:

...¡Y yo —gota de sangre— me perfumé en tu seno,


como la gota de agua se perfuma en la flor!

Salmo final:

Primero, fui aquel sueño que hizo temblar tus curvas


de virgen en promesa;
después... (tú bien lo sabes)
me resumí en tu carne, como una primavera.

¡Y como el árbol nuevo que se afianza a la tierra


para ser un coloso,
yo me afiancé a tu entraña con mis raíces ávidas,
y sorbí todo el zumo de tu vientre en sazón.

Desde entonces mis nervios, como antenas de plata,


se enjoyaron de claras
resonancias marinas!...

210
E l c r e p ú s c u l o

El crepúsculo azul llegó a mi tierra


sin conocer a nadie. Ni un amigo
que le invitara a descansar siquiera
bajo el portal de una casona antigua.

Por eso estaba triste;


sin embargo,
se metió a las tabernas,
y ya borracho, anduvo por las calles
achatando su cara en las vidrieras.

Cansado de ambular,
el crepúsculo azul salió del pueblo
sin que le viera nadie;
sólo la noche
aullaba largamente
en el sendero.

211
E l a f á n d e l s e n d e r o

A Esteban Nava Rodríguez

Hace millones de años, cuando yo sólo era


voluntad en retoño, me fascinó ser Hombre!

Sólo mi afán inquieto me proyectó la senda...


y para ser humano:
tuve que ser primero cuarzo policromado;
después,
árbol que apuñalara, todos los horizontes...
y luego, una mañana, me desperté ya hombre.

Y hoy que vivo los hombres, ¡doy de inútil mi afán!...


Más me hubiera valido
vivir mi sueño augusto de cuarzo polícromo,
y, cuando me sintiera grandemente aburrido:
Platicar de los hombres, con la Esfinge y con Dios!...

212
E l í a s N a n d i n o

Nació en Cocula, Jalisco, el 19 de abril de 1903 y mu-


rió el 3 de octubre de 1993, en Guadalajara, Jalisco. Cirujano
de amplio prestigio. Se caracterizó por su generosidad para
con la obra ajena, en especial la de los jóvenes, que dio a
conocer en la colección México Nuevo (1936-1937) y en los
Cuadernos de Bellas Artes (1960-1964).
El estímulo y apoyo que Nandino brindó a los jóvenes fue
decisivo para el surgimiento de toda una generación literaria,
la cual, paradójica o dialécticamente, se volvió hacia los mo-
vimientos que atacaba.
Aunque Nandino nunca militó en el grupo los Contemporá-
neos, algunos críticos lo incluyen en este. Seguramente, de-
bido a su correspondencia cronológica y a su perdurable
amistad con esos poetas, sobre todo con Xavier Villaurrutia,
quien ejerció determinante influjo en su poesía.
A diferencia de casi todos ellos, lo mejor de Nandino es su
obra cultivada en la madurez de su vida, la cual aparece en la
década de los cincuenta, en donde muestra el canto de una con-
ciencia desolada que en medio de una noche interminable inte-
rroga el dolor del mundo y no encuentra sino el eco de su duda.
Entre sus libros de poesías se encuentran: Espiral, Color
de ausencia, Eco, Río de sombra, Sonetos, Suicidio lento, Poemas
árboles, Nuevos sonetos, Espejo de mi muerte, Poesía I, Poesía II,
Naufragio de la duda, Triángulo de silencio, Nocturna suma, Noc-
turno amor, Nocturno día y Nocturna palabra.

213
I n t e r r o g a c i ó n

Cuando la noche dormida


con sus negruras me ciega
y a mis sentidos les niega
la captación de la vida,

cuando mi forma tendida


sus facultades sosiega
y a la vigilia se entrega
y de su carne se olvida:

entonces yo me desprendo
y sin mirarme comprendo
que de mi cuerpo salí,

y me interrogo furtivo:
¿es por mi cuerpo que vivo
o él es quien vive de mí?

214
E p i t a f i o s

Para que hablen de mí


después de muerto.

A la tierra devolví
la porción que me prestó,
y al recobrarla, guardó
la misma tierra, sin mí.
Nada soy de lo que fui,
sólo mi polvo marchito
ha quedado circunscrito
a su cripta temporal.
No quieran juzgarme mal
YA NO HAY CUERPO DEL DELITO.

II

Es mi lápida y mi nombre
que señalan el lugar
donde vino a terminar
mi existencia. No te asombre
que se vuelva polvo un hombre
después que vivió su vida
con deleite y sin medida;
debe asombrarte, el que llega

215
hasta la mortal entrega
sin llevarla consumida.

III

En la soledad oscura
de los párpados cerrados
de esta tumba, están guardados
los restos de mi figura.
Es todo lo que perdura
de mi carne enardecida
que, por arder sin medida,
expiró y me dio la suerte,
de no morir de mi muerte.
A mí me mató la vida.

216
M e d u e l e p r e s e n t i r

En el fondo sabía que no se puede ir


más allá porque no lo hay.

Cortázar

De manera distinta
cada cual debe morir su propia muerte
y afrontar el naufragio
en la perenne inmensidad del polvo.

Nadie ha vuelto del seno de la muerte,


por esto
su misterio se conserva intacto,
amenazante.

Sin saber si es amiga o enemiga,


ángel que nos transporte al otro lado
para ganar la ubicuidad eterna,
o fuerza que nos retorne a la materia:
todos vivimos la medrosa espera
resignados a la sorpresa de su encuentro
y al suplicio mortal que nos imponga.

217
(Vivo pensando en el trágico momento
que me transforme en ausencia sin regreso,
nombre sin rostro huyendo hacia el olvido,
absoluto silencio que se ahogue
en la ciega pupila del vacío,
o sombra que se incolore en la distancia.)

218
P o e m a e n l a s s o m b r a s

Los dos como sonámbulos buscamos en las sombras


el pulso de una estrella nacida de nosotros,
que juntos, con el goce, gozando asesinamos.
A oscuras, tropezando, tocamos lo invisible
que las tinieblas forman con sus muros de asedio,
y tan sólo encontramos la soledad desnuda
exhalando en silencio sus latidos vacíos.

Ya nada existe ahora y los dos ambulamos


por caminos distintos y dolores iguales,
buscando sin sosiego la vida luminosa
de la frágil estrella que los dos apagamos.

Un día, sin esfuerzo, los dos nos cansaremos


de andar solos a solas por esta noche eterna,
y solos rodaremos a nuestras muertes solas;
pero entonces las muertes, con una nueva vida,
salvarán de las sombras la estrella que perdimos,
y en su luz ya seremos amor indivisible.

219
N o c t u r n o a m o r

Nocturno amor, sutil descendimiento,


seda en derrame, claridad oscura,
arribo de paloma sin figura
que pasa en el negro de mi aislamiento.

En medio de la noche yo lo siento


bajar, llegar, hundir en mi ternura
su amplitud de dolor, su desventura,
y desnudarse en mi desnudamiento.

Horas de sombra, párpados caídos,


cuerpo y amor despiertos conversando
con la misma palabra dibujada.

Desnudos que en sopor desvanecidos


lentamente se van asilenciando
hasta morir de vida anestesiada.

220
S o n e t o X I I

Si me quedo sin ti, ¿cómo podría


explicarme el poema de la rosa,
el brillo de la estrella temblorosa
y la desnuda claridad del día?

Si me quedo sin ti, me faltaría


en qué apoyar la escala milagrosa
de todo el Universo, y la olorosa
vertiente de tu brisa en mi sequía.

En todo lo que siento te percibo


y, sin mirarte, con mi fe recibo
la justa realidad de tu existencia;

y si la duda mi fervor deshace,


me basta contemplar la flor que nace
para aspirar en ella tu presencia.

221
P a s i ó n

¿Qué pulso de misterio me encadena


al ardiente vivir de tus entrañas?
¿Con qué fuerzas telúricas extrañas
me inspiras la obsesión que me enajena?

¿Con qué rejas de albura de azucena


haces prisión al alma, que me bañas
con un olor de tempestad de cañas
que en azúcar sensual se desenfrena?

Yo no sé, pero llevo tu semblante


en la luz de mis ojos sepultado
como espina de beso torturante;

y el mundo me parece desolado


si no siento tu imagen palpitante
conmoviendo mis mareas de pecado.

222
II

Infierno adolescente que me abrasa


con su hoguera de instintos, devorando
la nube de mis ansias, y tornando
mi helada carne en reluciente brasa.

Delirio de caricias que rebasa


la copa de mis fuerzas, desatando
tempestades de amor que van dejando
otra sed en la sed que me traspasa.

Imán de fiebre que me anuda entero


a su cruz calcinante, enardecida,
donde sangro mi fruto agonizante;

en su red de sorpresas acelero


el incendio del resto de mi vida
que resume centurias en instantes.

223
P a b l o N e r u d a

Pablo Neruda es el nombre literario de Ricardo Eliecer


Neftalí Reyes. Nació en 1904 en la población de Parral, pro-
vincia de Linares, Chile. Muere su madre en el momento en
que él nace. Su padre esforzado trabajador ferroviario y hom-
bre de un fuerte carácter le inculca valores que se manifesta-
rán en el curso de toda su vida.
Los recuerdos de infancia del poeta procedieron de Temuco,
ciudad lluviosa del sur del país, rodeada de bosques y fértiles
campos a donde se trasladó la familia de Neruda. En esta
población realizó sus estudios hasta el bachillerato. Allí pu-
blicó sus primeros versos en el diario La Mañana, en 1919. En
1921, Neruda marcha a Santiago para iniciar la enseñanza
universitaria y muy pronto obtiene reconocimiento en las ter-
tulias literarias estudiantiles.
En 1923, edita su primer libro Crepusculario, que recoge toda
la inquietud de los años juveniles, incluso lo vivido en Temuco;
entre 1923 y 1924, escribe El hondero entusiasta. En ese mismo
año aparece su libro Veinte poemas de amor y una canción deses-
perada, poemas de un fuerte temperamento romántico, sen-
sual, libre y creador, del cual Neruda dice: “contiene mis más
atormentadas pasiones de adolescente”.
En su participación diplomática fue designado cónsul de
Chile en Birmania, Java, España, Francia y en México. En la
Tercera residencia (de 1935 a 1947) Neruda se entregó de lleno
a una modalidad poética propia, y alcanza una excepcional

224
intensidad en el decir y en el sentir, acentuando su estilo
personal.
En su libro Canto general (1940) expresó su preocupación
por los destinos de América, al realizar un grandioso esfuer-
zo por plasmar su historia antigua y moderna, con un deseo
de justicia. En 1950, Rusia le concedió el Premio Stalin de la
Paz por su obra poética Que despierte el leñador, un poema
dedicado a Norteamérica.
El dinamismo extraordinario de Neruda lo llevó a cantar en
sucesivos libros, bajo el título Odas elementales, en poemas
hermosos con una visión esperanzada y optimista del cosmos.
Títulos como Cien sonetos de amor y Memorial de Isla Negra mues-
tran un cierto retorno a la poesía simple y desinteresada de
sus inicios. Su obra póstuma, Confieso que he vivido, es el iti-
nerario del hombre y del poeta en un profundo agradecimiento
a la vida. En 1971, es merecedor del premio Nobel de literatura
y cuando Salvador Allende es postulado para la candidatura a
la presidencia de Chile lo es también Pablo Neruda, pero su
estrecha amistad y admiración que le merece Allende, le ha-
cen ceder sus votos y unirse a su campaña. Más tarde durante
el movimiento militar encabezado por Pinochet en el que mue-
re Allende, se daña profundamente su salud física y espiri-
tual. El 23 de septiembre de 1978 muere el poeta.

225
O d a a l á t o m o

Pequeñísima
estrella,
parecías
para siempre
enterrada
en el metal: oculto,
tu diabólico
fuego.
Un día
golpearon
en la puerta
minúscula:
era el hombre.
Con una
descarga
te desencadenaron,
viste el mundo,
saliste
por el día,
recorriste
ciudades,
tu gran fulgor llegaba
a iluminar las vidas,

226
eras
una fruta terrible,
de eléctrica hermosura,
venías
a apresurar las llamas
del estío,
y entonces
llegó
armado
con anteojos de tigre
y armadura,
con camisa cuadrada,
sulfúricos bigotes,
cola de puerco espín,
llegó el guerrero
y te sedujo:
duerme,
te dijo,
enróllate,
átomo, te pareces
a un dios griego,
a una primaveral
modista de París,
acuéstate
en mi uña,
entra en esta cajita,
y entonces
el guerrero
te guardó en su chaleco
como si fueras sólo
píldora
norteamericana,

227
y viajó por el mundo
dejándote caer
en Hiroshima.

Despertamos.
La aurora
se había consumido.
Todos los pájaros
cayeron calcinados.
Un olor
de ataúd,
gas de las tumbas,
tronó por los espacios.
Subió horrenda
la forma del castigo
sobrehumano,
hongo sangriento, cúpula,
humareda,
espada
del infierno.
Subió quemante al aire
y se esparció la muerte
en ondas paralelas,
alcanzando
a la madre dormida
con su niño,
al pescador del río
y a los peces,
a la panadería
y a los panes,
al ingeniero
y a sus edificios,

228
todo
fue polvo
que mordía,
aire
asesino.

La ciudad
desmoronó sus últimos alvéolos,
cayó, cayó de pronto,
derribada,
podrida,
los hombres
fueron súbitos leprosos,
tomaban
la mano de sus hijos
y la pequeña mano
se quedaba en sus manos.
Así, de tu refugio,
del secreto
manto de piedra
en que el fuego dormía
te sacaron,
chispa enceguecedora,
luz rabiosa,
a destruir las vidas,
a perseguir lejanas existencias,
bajo el mar,
en el aire,
en las arenas,
en el último
recodo de los puertos,
a borrar

229
las semillas,
a asesinar los gérmenes,
a impedir la corola,
te destinaron, átomo,
a dejar arrasadas
las naciones,
a convertir el amor en negra pústula,
a quemar amontonados corazones
y aniquilar la sangre.
Oh chispa loca,
vuelve
a tu mortaja,
entiérrate
en tus mantos minerales,
vuelve a ser piedra ciega,
desoye a los bandidos,
colabora
tú, con la vida, con la agricultura,
suplanta los motores,
eleva la energía,
fecunda los planetas.
Ya no tienes
secreto,
camina
entre los hombres
sin máscara
terrible,
apresurando el paso
y extendiendo
los pasos de los frutos,
separando
montañas,

230
enderezando ríos,
fecundando,
átomo,
desbordada
copa
cósmica,
vuelve
a la paz del racimo,
a la velocidad de la alegría,
vuelve al recinto
de la naturaleza,
ponte a nuestro servicio,
y en vez de las cenizas
mortales
de tu máscara,
en vez de los infiernos desatados
de tu cólera,
en vez de la amenaza
de tu terrible claridad, entréganos
tu sobrecogedora
rebeldía
para los cereales,
tu magnetismo desencadenado
para fundar la paz entre los hombres,
y así no será infierno
tu luz deslumbradora,
sino felicidad,
matutina esperanza,
contribución terrestre.

231
P o e m a 6

Te recuerdo como eras en el último otoño.


Eras una boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.

Apegada a mis brazos como una enredadera,


las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.

Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:


boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.

Cielo desde un navío. Campo desde los cerros:


Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma.
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

232
P o e m a 1 2

Para mi corazón basta tu pecho,


para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.

Es en ti la ilusión de cada día.


Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.

He dicho que cantabas en el viento


como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viaje.

Acogedora como un viejo camino.


Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.

233
P o e m a 1 5

Me gusta cuando callas porque estás como ausente,


y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma


emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gusta cuando callas y estás como distante.


Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio


claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.


Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

234
P o e m a 1 8

Aquí te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.

Se desciñe la niebla en danzantes figuras.


Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas, estrellas.

O la cruz negra de un barco.


Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Éste es un puerto.
Aquí te amo.

Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.


Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos graves,
que corren por el mar hacia donde no llegan.
Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.

235
Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a cantarme.
La luna hace girar su rodaje de sueño.

Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.


Y como yo te amo, los pinos en el viento,
quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.

236
P o e m a 2 0

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada,


y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.

El viento de la noche gira en silencio y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.


La besé tantas noches bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.


Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.


Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

237
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.


Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.


Mi corazón la busca, y ella no esta conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.


Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.


Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.


Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.


Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta, la tuve entre mis brazos,


mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,


y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

238
S a l v a d o r N o v o

Nace y muere en la ciudad de México (1904-1974),


lugar donde inicia sus estudios primarios, después los conti-
núa en Chihuahua y Torreón hasta 1916. Un año más tarde
regresa a su ciudad natal e ingresa a la Escuela Nacional
Preparatoria, ahí conoce a Xavier Villaurrutia, Jaime Torres
Bodet y a José Gorostiza.
Sus primeras publicaciones aparecen en revistas estudian-
tiles y después en El Universal Ilustrado y en la colección Cul-
tura. La carrera de jurisprudencia la interrumpe en el segundo
año y colabora en diversos periódicos de la ciudad.
En 1924, ocupa en la Secretaría de Educación Pública di-
versos cargos, entre ellos jefe del Departamento Editorial.
Publica sus primeros libros de poemas y ensayos en 1925. En
1927, funda con Antonieta Rivas Mercado el teatro Ulises. A
partir de 1936, colabora en la revista Hoy. En 1946, es nom-
brado jefe del Departamento de Teatro del Instituto Nacional
de Bellas Artes.
A partir de 1953, se dedica intensamente a la dramaturgia e
inaugura La capilla, teatro de su propiedad, desde donde dirige,
enseña y escribe.
En la renovación de nuestra literatura, Novo fue un activo
participante, académico de la lengua y es de reconocer que el
teatro y el periodismo deben mucho a su trabajo.
En el periodismo mexicano, Novo ha sido una presencia
fundamental. Prosista talentoso y prolífico; sin embargo, solo

239
una porción mínima de su vasta producción de artículos y
crónicas se ha difundido. Entre sus obras de teatro y publica-
ciones poéticas destacan, respectivamente: El tercer Fausto,
La culta dama, Diálogos, A ocho columnas y La guerra de las gor-
das; XX poemas, Espejo, Nuevo amor, Poemas proletarios, Never
ever, Aparte y Sátira.
En 1965, fue nombrado cronista de la ciudad de México,
actividad que desempeñó hasta poco antes de su muerte, en
1974.

240
A m o r

Amar es, este tímido silencio


cerca de ti, sin que lo sepas,
y escuchar tu voz, cuando te marchas,
y sentir el calor de tu saludo.

Amar, es aguardarte, como si fueras


parte, del ocaso, ni antes ni después,
para que estemos solos, entre los juegos
y los cuentos, sobre la tierra seca.

Amar es, percibir cuando te alejas


tu perfume en el aire, que respiro
y contemplar la estrella en que te alejas,
cuando cierro la puerta, de la noche.

241
S o n e t o 1 9 6 1

Gracias Señor, porque me diste un año,


en que abrí a tu luz mis ojos viejos.
Gracias, porque la fragua de tu fuego,
tembló en acero, el corazón de estaño.
Gracias, por la ventura y por el daño,
por la espina y la flor; porque tus ruegos,
redujeron mis pasos andariegos
a la dulce quietud de tu rebaño.
Porque en mí floreció tu primavera;
porque tu otoño maduró mi espiga
que el invierno, guarece y atempera,
porque entre tus dones me bendiga
compendio de tu amor, la duradera
felicidad de una sonrisa amiga.

242
Breve romance de ausencia

Único amor ya tan mío,


que va sazonando el tiempo.
Qué bien nos sabe la ausencia
cuando nos estorba el cuerpo.

Mis manos te han olvidado,


pero mis ojos te vieron
y cuando es amargo al mundo,
para mirarte los cierro.

No quiero encontrarte nunca


que estás conmigo y no quiero,
que despedace mi vida
lo que fabrica mi sueño.

Como un día me la diste,


viva tu imagen poseo
que a diario lavan mis ojos
con lágrimas tu recuerdo.

243
Otro es este que no tú,
amor que clama en silencio,
si tus brazos y tu boca
con las palabras partieron.

Otro es este que no tú


mudo conforme y eterno,
como este amor ya tan mío
que va conmigo muriendo.

244
E p i f a n i a

Un domingo
Epifania no volvió más a la casa.

Yo sorprendí conversaciones
en que contaban que un hombre se la había robado
y luego, interrogando a las criadas,
averigüé que se la había llevado a un cuarto.
No supe nunca dónde estaba ese cuarto
pero lo imaginé, frío, sin muebles,
con el piso de la tierra húmeda
y una sola puerta a la calle.
Cuando yo pensaba en ese cuarto
no veía a nadie en él.
Epifania volvió una tarde
y yo la perseguí por todo el jardín
rogándole que me dijera qué le había hecho el hombre
porque mi cuarto estaba vacío
como una caja sin sorpresas.
Epifania reía y corría
y al fin abrió la puerta
y dejó que la calle entrara en el jardín.

245
O c t a v i o P a z

Nació en la ciudad de México en 1914. Muy joven


inició su actividad literaria en las revistas Barandal y Cuader-
nos del valle de México, viajó a España y a su regreso dirigió
Taller y tomó parte en la fundación El hijo pródigo.
En 1942, ingresó al servicio diplomático como ministro ple-
nipotenciario en Francia, época en que se inicia en el movi-
miento surrealista con el cual nunca dejó de tener contacto.
Fundó con otros escritores en 1955 el grupo Poesía en voz
alta. Colaboró con la Revista mexicana de literatura, donde pu-
blicó ensayos y artículos. En 1962, residió en la India como
embajador de México en ese país.
Octavio Paz publicó importantes ensayos de carácter so-
ciológico: El Laberinto de la soledad, El arco y la lira, Las peras
del olmo, Cuadrivio, Puertas al campo, Corriente alterna posdata,
Los hijos del limo y El ogro filantrópico.
Obras poéticas: Luna silvestre, Raíz del hombre, Bajo tu clara
sombra, Entre la piedra y la flor, A la orilla del mundo, Semillas
para un himno, Piedra de sol, La estación violenta, Agua y el vien-
to, Salamandra y Viento eterno.
La obra de Paz, reconocida internacionalmente, asombra
por su maestría, diversidad, poder de innovación y búsqueda.
A esto se añade la preocupación constante que siempre tuvo
por aproximarse al sentido de la historia y de la política. Murió
en la ciudad de México el 20 de abril de 1998.

246
E l e g í a i n t e r r u m p i d a

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.
Y oigo el reloj que da la hora,
terco reloj que marca siempre el paso,
y nunca avanza y nunca retrocede.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,

247
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?

Quizá morir con otro no es morirse.


Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se unde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?

Quizá morir con otro no es morirse.


Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros,
quiere mirarnos a los ojos.

248
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie dónde se ha perdido
ni a qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene...
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
No se ha muerto del todo, se ha perdido.
Y aunque cerremos puertas, él insiste.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de hielo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.


El círculo falaz del pensamiento
que desemboca siempre donde empieza,
la saliva que es polvo, que es ceniza,

249
los labios mentirosos, la mentira,
el mal sabor del mundo, el impasible,
abstracto abismo del espejo a solas,
todo lo que al morir quedó en espera,
todo lo que no fue —y lo que fue—
y ya no será más, en mí se alza,
pide vivir, comer el pan, la fruta,
beber el agua que le fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.

Montón de días muertos, arrugados


periódicos, y noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
“saluda al sol, araña, no seas rencorosa...”
Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.

250
T u s o j o s

Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima,


silencio que habla,
tempestades sin viento, mar sin olas,
pájaros presos, doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
otoño en un claro del bosque en donde la luz canta en el
hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo, puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea,
páramo.

251
H i m n o e n t r e r u i n a s

donde espumoso el mar siciliano...


Góngora

Coronado de sí el día extiende sus plumas.


¡Alto grito amarillo,
caliente surtidor en el centro de un cielo
imparcial y benéfico!
Las apariencias son hermosas en esta su verdad momentánea.
El mar trepa la costa,
se afianza entre las peñas, araña deslumbrante;
la herida cárdena del monte resplandece;
un puñado de cabras es un rebaño de piedras;
el sol pone su huevo de oro y se derrama sobre el mar.
Todo es Dios.
¡Estatua rota,
columnas comidas por la luz,
ruinas vivas en un mundo de muertos en vida!

Cae la noche sobre Teotihuacán.


En lo alto de la pirámide los muchachos fuman marihuana,
suenan guitarras roncas.
¿Qué yerba, qué agua de vida ha de darnos la vida,
dónde desenterrar la palabra,

252
la proporción que rige al himno y al discurso,
al baile, a la ciudad y a la banza?
El canto mexicano estalla en un carajo,
estrella de colores que se apaga,
piedra que nos cierra la puerta del contacto.
Sabe la tierra a tierra envejecida.

Los ojos ven, las manos tocan.


Bastan aquí unas cuantas cosas:
tuna, espinoso planeta coral,
higos encapuchados,
uvas con gusto a resurrección,
almejas, virginidades ariscas,
sal, queso, vino, pan solar.
Desde lo alto de su morenía una isleña me mira,
esbelta catedral vestida de luz.
Torres de sal, contra los pinos verdes de la orilla
surgen las velas blancas de las barcas.
La luz crea templos en el mar.

Nueva York, Londres, Moscú.


La sombra cubre al llano con su yedra fantasma,
con su vacilante vegetación de escalofrío,
su vello ralo, su tropel de ratas.
A trechos tirita un sol anémico.
Acodado en montes que ayer fueron ciudades, Polifemo bosteza.
Abajo, entre los hoyos, se arrastra un rebaño de hombres.
(Bípedos domésticos, su carne
—a pesar de recientes interdicciones religiosas—
es muy gustada por las clases ricas.
Hasta hace poco el vulgo los consideraba animales impuros).

253
Ver, tocar formas hermosas, diarias.
Zumba la luz, dardos y alas.
Huele a sangre la mancha de vino en el mantel.
Como el coral sus ramas en el agua
extiendo mis sentidos en la hora viva:
el instante se cumple en una concordancia amarilla,
¡oh mediodía, espiga henchida de minutos,
copa de eternidad!

Mis pensamientos se bifurcan, serpean, se enredan,


recomienzan,
y al fin se inmovilizan, ríos que no desembocan,
delta de sangre bajo un sol sin crepúsculo.
¿Y todo ha de parar en este chapoteo de aguas muertas?

¡Día, redondo día


luminosa naranja de veinticuatro gajos,
todos atravesados por una misma y amarilla dulzura!
La inteligencia al fin encarna,
se reconcilian las dos mitades enemigas
y la conciencia-espejo se licúa,
vuelve a ser fuente, manantial de fábulas:
Hombre, árbol de imágenes,
palabras que son flores que son frutos que son actos.

254
M a r g a r i t a P a z P a r e d e s

Nació en San Felipe Torres Mochas, Guanajuato,


en el año de 1922, con el verdadero nombre de Margarita
Camacho Baquedano. Estudió periodismo en la Universidad
Obrera de México y literatura en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Des-
de muy joven cultivó la poesía. Esta escritora en la madura-
ción de su quehacer literario ha ido depurando su obra, que
merece ser considerada, con un lenguaje sencillo y dentro
del clima del poema mismo.
En sus últimos libros, Coloquio de amor y Rebelión de ceni-
zas, se advierte una concordancia profunda entre la palabra
y la idea. Se diría que la palabra ya no produce el campo
literario que frecuenta sino que es producto natural y es-
pontáneo de la propia poesía que inventa. Otro aspecto en
que ha ascendido su producción consiste en el dominio de
la imagen. Margarita Paz Paredes no se refugió en la fácil
maraña de la metáfora; prefirió entregarse, con ardiente ca-
pacidad de intuición estética, a la creación y a la expresión
de la imagen. Su libro La imagen y su espejo es la prueba
elocuente de su maestría y la muestra de la perfección lírica
que ha alcanzado.
Con una rica gama de coloridos y sombras, la poesía de
Margarita Paz Paredes refleja la vida de nuestro tiempo, y se
interesa especialmente por los desvalidos y por la infancia,
así como por el destino y los derechos de nuestro pueblo. Es

255
la suya una poesía preocupada por verdades fundamentales y
henchida de esperanzas redentoras; voz llena de ternura y de
ansia no satisfecha, de entrega y de comunión.
Margarita Paz Paredes dice de su poesía:

Pienso que mi obra poética es esencialmente lírica; siento que


toda ella, o en su más amplia proporción, descansa en la inter-

pretación del sentimiento. Claro que hablando de un sentimiento


reelaborado con la poesía, los elementos espirituales, prima-
rios y más ostencibles que se advierten en mi obra son: el amor,

la soledad y la rivalidad. Es como si mi espíritu, insatisfecho,


ansiara desde siempre colmar la plenitud de aquellos anhelos;
o bien, colmándolos, persistiera en su afán de superación y de

madurez espiritual. Una vez dije que quisiera hacer una poesía
sin palabras. Ya que esto no me ha sido dado, lo hago con las
menos palabras posibles. Apenas si estoy en el ensayo deses-

perado del dominio —acaso imposible— del arte de la poesía. Si


no la logro manejar con la fuerza debida es, sin duda, porque
soy más dueña de mis sueños que de mis realidades.

Obras poéticas: Sonaja, Poemas, Oda a Constantino Oumanski,


Voz de la tierra, El anhelo plural, Retorno, Génesis transido, Ele-
gía a Gabriel Ramos Millán y Andamios de sombra.

256
Es viernes y pienso en ti

Es viernes y pienso en ti.


¡Te extraño tanto...!
Sin embargo, eso no era lo convenido.
Nunca llegamos a pensar en nosotros.
Nos preocupaban esas cosas que nos dolían a todos
y oíamos, conmovidos, el rumor de las voces compañeras,
a veces, como un oleaje tempestuoso
y otras, como un surtidor de grata resonancia.
Y estábamos con ellos.
Y así fue que un día me contagió su indignación,
su lucha, su esperanza por alcanzar el sueño;
ese sueño poblado de presencias
tan reales, tan desnudas, como el hombre
y su terrible y bella trayectoria.

Pero es viernes y pienso en ti.


¡Te extraño tanto!
Tal vez la tarde gris, lluviosa, húmeda;
tal vez esa necesidad inexplicable
de tu sonrisa filtrándose en la horas vacías,
o de la curvatura de tus brazos
donde cabe la dimensión de la ternura.
¿Qué haces? ¿Hacia dónde caminas?

257
¿Qué viento hincha tu camisa amarilla?
Debes estar cansado.
Te miro a la distancia, tenaz, insomne, firme,
compartiendo el esfuerzo, la ambición, la dureza.

Te miro trabajando
por el ideal del que hemos hablado tantas veces...
Todo está bien; pero ahora...
¿Por qué no te detienes un instante?
Es bueno ver el cielo
a través de los árboles de mayo.
¡Qué balcón asombroso,
desde donde la luna se aparece a los hombres,
con esa magia misteriosa
en la que irremisiblemente nos envuelve!

Mira, ¡qué hermosa!


A veces pienso que cuando estamos tristes
—como yo estoy ahora,
porque de pronto el amor nos germina los poros
del alma y de los labios
y no hay un campanario
donde tocar a vuelo este prodigio—
ella, la luna, es de verdad amiga.
Suavemente extiende sus antenas luminosas
y transmite, en señales sonoras el mensaje.
Entonces recibimos la respuesta amorosa
y nos quedamos temblando entre la noche,
poblada de suspiros de sueños, de caricias.

Es viernes y pienso en ti.


¡Te extraño tanto!

258
Un día me dijiste simplemente: “Te amo”.
Y te miré a los ojos
y solté las amarras de mi barca
y navegué en tu océano.
Mi arena
se transformó en espuma viajera y sorprendida;
y descubrí contigo
islas inconquistadas,
jóvenes y desconocidos territorios,
donde inventó el amor su paraíso.

Yo sé que en algún sitio de la tierra,


esta brisa que ahora me estremece
de pálida nostalgia,
ha de rozar tu frente vagabunda.
No importa que sea viernes o domingo.
En cualquier fecha, pienso en ti.
¡Te extraño tanto...!

259
O r a c i ó n p o r e l a m o r

Quiero decir tu nombre, tu belleza


por vez última amor, que ya mis labios
clausuraron su fuente de ternura,
su mágica colmena, su alegría.

Recordar mi ansiedad y tu milagro;


tu entrega y mi sorpresa;
mis manos anhelantes; tu guirnalda
de azahares prodigiosos;
mis ojos turbios y el nupcial perfume
de tu jardín amante.

Quiero soñar mi piel humedecida


del agua azul que mana de tu pecho;
soñarme nada más, por un instante,
precursora de tibias alboradas;
recordar que me diste la alegría,
la fe, la fuerza, la pasión, la gracia;
que alimenté la vida con mis sueños
y la vida me dio su rosa ardiente;
que combatí la soledad, la angustia,
el silencio y la muerte,
sólo porque yo estaba protegida
por tu magia, tu fuego y tu hermosura.

260
No supe nunca cuándo desprendiste
mis ramas florecidas de tu tronco;
ni jamás comprendí por qué mi alma
languideció a la sombra de tu ausencia.

Tan repentino fue el desgarramiento


que no hubo tiempo de llorar siquiera;
tan vacía me quedé, tan desolada,
que aún camino perdida entre la niebla,
buscando el corazón en los escombros
de lo que fue mi dicha y mi agonía.

261
O r a c i ó n p o r l a m u e r t e

Vengo sola, ya ves, sin una lámpara


que detenga mis pasos
entre la luz y tu morada oscura;
sin espada enemiga;
sin petición de paz, ni oculto miedo.
Mi ejército rebelde, aniquilado;
mi centinela, ciego.

No tengo tiempo de volver los ojos


y cerciorarme si la vida
sigue tocando címbalos y flautas
como cuando el amor iba conmigo.

Hoy que estoy sola en medio del silencio;


roto mi nombre por tu cruel mandato;
detenida la sangre
por escollos de sal en las entrañas;
interrumpido el viaje de alegría
por tu artera descarga sin aviso;
despoblada de sueños mi vigilia;
inciertos, nebulosos los caminos;
sin posible horizonte y sin descanso.
Hoy que estoy sola con mi espejo cierto,

262
sin otra imagen que mi propia sombra;
sin otra voz que el huracán asiduo
golpeando el corazón deshabitado;
me acerco a ti, señora del silencio,
para decirte que ya estoy vencida,
que ya no combato, que no lucho
por esa eternidad en que creía
cuando todo el amor iba conmigo.

263
Q u i e n d i c e s o l e d a d

Quien dice soledad, dice el oasis


donde la fuente brota, inesperada;
donde acaba el desierto y no se escucha
la gris eternidad de las arenas.

Quien dice soledad, dice el encuentro


con la voz interior y con el mundo
que el sueño puebla de invisibles seres,
inmersos en la sangre y enraizados
en la sed inconsciente.

Es el mundo vedado, el mundo nuestro.


Nadie puede llegar a su secreta
dimensión exaltada.
Sólo el silencio y el dolor descubren
su muralla de niebla,
y más allá la plenitud sonora
de lo lejano y dulce, resucita.

No es la soledad que el hombre encuentra


para llenarla de amargura.

Y no es tampoco el páramo
de abandono y de muerte.

264
La soledad que amamos, es el río
por donde el éxodo regresa
a su antigua morada;
es el contacto íntimo y gozoso
con la voz compañera
que agredió en vigilia,
y que en el sueño viene a acariciarnos
con su inocente y pálido lenguaje.

No hay palabras ni brazos que conturben


su realidad oculta,
sólo la propia sangre iluminada
encenderá su cauce subterráneo.

265
¡ C u l p a b l e e l v i e n t o !

¡Culpable el viento! Levantó la arena


y la arrojó a la fuente silenciosa.
¡Qué tumultuoso oleaje ascendió desde el fondo
a perturbar la calma!
Y fue de nuevo el caos inesperado.
Un regreso a la sombra y al vacío.

En la oscura ribera,
Lázaros abdicando de la vida,
frustrados y anhelantes.
Imposible el reposo de la tierra.
Sólo agua turbia y sal ennegrecida,
y el espejo violento
donde un perfil ahogado renacía.

266
C a r l o s P e l l i c e r

Nació en 1899 en Villahermosa, Tabasco y murió en


la ciudad de México en 1977, donde realizó sus estudios. Via-
jó por Sudamérica, Europa y Oriente de 1926 a 1929. Participó
en el movimiento vasconcelista en 1929; al ser acusado de
conspirar contra la vida del presidente Ortiz Rubio, solo la
intervención del ministro Genaro Estrada lo salvó del fusila-
miento. Fue profesor de Literatura e Historia en la casa mu-
seo Frida Kahlo, en el museo Parque de la Venta, en el
Anahuacalli (museo de Diego Rivera), en los dos museos de
Villahermosa y en el museo de Tepoztlán. En 1976, desempe-
ñó el cargo de senador de la República.
La poesía de Carlos Pellicer iniciada en 1914 forma parte
del grupo de los Contemporáneos; sin embargo, él es quien
más difiere de los rasgos de esta generación. Se ha pensado
que su poesía tiende más al modernismo fiel de Rubén Darío,
pero sus inquietudes lo enlazan a los Contemporáneos. Las
características de su literatura son la plasticidad y la palabra
sonora, exuberante y audaz; poeta que canta al paisaje con
alegría, su descripción es sensual; interesado también por
los grandes temas: América. Se mostró siempre valiente y
certero en contra de la tiranía.
Pellicer publica: Colores en el mar, Piedra de sacrificios, Siete
poemas, Camino, Horas de junio, Exágono, Práctica de vuelo, Hora
y veinte, Camino de París y Discurso por las flores.

267
Otros libros fundamentales: Recinto, Subordinaciones, Mate-
rial poético y Reincidencias. El Fondo de Cultura Económica
publicó su poesía en edición de Luis Mario Schneider.

268
D i s c u r s o p o r l a s f l o r e s

A Joaquín Romero

Entre todas las flores, señoras y señores,


es el lirio morado la que más me alucina.
Andando una mañana solo por Palestina,
algo de mi conciencia con morados colores
tomó forma de flor y careció de espinas.

El aire con un pétalo tocaba las colinas


que inaugura la piedra de los alrededores.

Ser flor es ser un poco de colores con brisa.


Sueño de cada flor la mañana revisa
con los dedos mojados y los pómulos duros
de ponerse en la cara la humedad de los muros.

El reino vegetal es un país lejano


aun cuando nosotros creámoslo a la mano.
Díficil es llegar a esbeltas latitudes;
mejor que doña Brújula, los jóvenes laúdes.
Las palabras con ritmo —camino del poema—
se adhieren a la intacta sospecha de una yema.
Algo en mi sangre viaja con voz de clorofila.
Cuando a un árbol le doy la rama de mi mano

269
siento la conexión y lo que se destila
en el alma cuando alguien está junto a un hermano.
Hace poco, en Tabasco, la gran ceiba de Atasta
me entregó cinco rumbos de su existencia. Izó
las más altas banderas que en su memoria vasta
el viento de los siglos inútilmente ajó.

Estar árbol a veces, es quedarse mirando


(sin dejar de crecer) el agua humanidad
y llenarse de pájaros para poder, cantando,
reflejar en las ondas quietud y soledad.

Ser flor es ser un poco de colores con brisa;


la vida de una flor cabe en una sonrisa.
Las orquídeas penumbras mueren de una mirada
mal puesta de los hombres que no saben ver nada.
En los nidos de orquídeas la noche pone un huevo
y al otro día nace color de color nuevo.
La orquídea es una flor de origen submarino.
Una vez a unos hongos, allá por Tepoztlán,
los hallé recordando la historia y el destino
de esas flores que anidan tan distantes del mar.

Cuando el nopal florece hay un ligero aumento


de luz. Por fuerza hidraúlica el nopal multiplica
su imagen. Y entre espinas con que se da tormento,
momento colibrí a la flor califica.

El pueblo mexicano tiene dos obsesiones:


el gusto por la muerte y el amor a las flores.
Antes de que nosotros “habláramos castilla”

270
hubo un día del mes consagrado a la muerte;
había extraña guerra que llamaron florida
y en sangre los altares chorreaban buena suerte.

También el calendario registra un día flor,


Día Xóchitl. Xochipilli se desnudó al amor
de las flores. Sus piernas, sus hombros, sus rodillas
tienen flores. Sus dedos en hueco, tienen flores
frescas a cada hora. En su máscara brilla
la sonrisa profunda de todos los amores.

(Por las calles aún vemos cargadas de alcatraces


a esas jóvenes indias en que Diego Rivera
halló a través de siglos los eternos enlaces
de un pueblo en pie que siembra la misma primavera.)

A sangre y flor el pueblo mexicano ha vivido.


Vive de sangre y flor su recuerdo y su olvido.
(Cuando estas cosas digo, mi corazón se ahonda
en su lecho de piedra de agua clara y redonda.)

Si está herido de rosas un jardín, los gorriones


le romperán con vidrio sonoros corazones
de gorriones de vidrio, y el rosal más herido
deshojará una rosa allá por los rincones,
donde los nomeolvides en silencio han sufrido.

Nada nos hiere tanto como hallar una flor


sepultada en las páginas de un libro. La lectura
calla; y el nuestros ojos, lo triste del amor
humedece la flor de una antigua ternura.

271
(Como ustedes han visto, señoras y señores,
hay tristeza también en esto de las flores.)

Claro que en el clarísimo jardín de abril y mayo


todo se ve de frente y nada de soslayo.
Es uno tan jardín entonces que la tierra
mueve gozosamente la negrura que encierra,
y el alma vegetal que hay en la vida humana
crea el cielo y las nubes que inventan la mañana.

Estos mayos y abriles se alargan hasta octubre.


Todo el valle de México de colores se cubre
y hay en su poesía de otoñal primavera
un largo sentimiento de esperanza que espera.
Siempre por esos días salgo al campo. (Yo siempre
salgo al campo). La lluvia y el hombre como siempre
hacen temblar el campo. Este último jardín,
en el valle de octubre, tiene un profundo fin.

Yo quisiera decirle otra frase a la orquídea;


esa frase sería una frase lapídea;
mas tengo ya las manos tan silvestres que en vano
saldrían las palabras perfectas de mi mano.

Que la última flor de esta prosa con flores


séala un pensamiento. (De pensar lo que siento
al sentir lo que piensan las flores, los colores
de la cara poética los desvanece el viento
que oculta en jacarandas las palabras mejores.)

Quiero que nadie sepa que estoy enamorado.


De esto entienden y escuchan solamente las flores.

272
A decir me acompañe cualquier lirio morado:
señoras y señores, aquí hemos terminado.

273
H o r a s d e j u n i o

Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,


agua de mis imágenes, tan muerta,
nube de mis palabras, tan desierta,
noche de la indecible poesía.

Por ti la misma sangre —tuya y mía—


corre al alma de nadie siempre abierta.
Por ti la angustia es sombra de la puerta
que no se abre de noche ni de día.

Sigo la infancia en tu prisión y el juego


que alterna muertes y resurrecciones
de una imagen a otra vive ciego.

Claman el viento, el sol y el mar del viaje.


Yo devoro mis propios corazones
y juego con los ojos del paisaje.

274
II

Junio me dio la voz, la silenciosa


música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
la esperanza más dulce y espaciosa.

Yo saqué de mi voz la limpia rosa,


única rosa eterna del momento.
No la tomó el amor, la llevó el viento
y el alma inútilmente fue gozosa.

Al año de morir todos los días


los frutos de mi voz dijeron tanto
y tan calladamente, que unos días

vivieron a la sombra de aquel canto.


(Aquí la voz se quiebra y el espanto
de tanta soledad llena los días.)

III

Hoy hace un año, Junio, que nos viste,


desconocidos, juntos, un instante.
Llévame a ese momento de diamante
que tú en un año has vuelto perla triste.

Álzame hasta la nube que ya existe,


líbrame de las nubes, adelante.
Haz que la nube sea el buen instante
que hoy cumple un año, Junio, que me diste.

275
Yo pasaré la noche junto al cielo
para escoger la nube, la primera
nube que salga del sueño, del cielo,

del mar, del pensamiento, de la hora,


de la única hora que me espera.
¡Nube de mis palabras, protectora!

276
D e s e o s

A Salvador Novo

Trópico, ¿para qué me diste


las manos llenas de color?
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
dejar de ser grito y color.
Déjame un solo instante
cambiar de clima el corazón,
beber la penumbra de una cosa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
ahondarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo de sol!
¡Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color!

277
Yo no sé qué tiene el mar

Yo no sé qué tiene el mar


que se ha vuelto tan callado
desde el último crepúsculo lunar...
Novilunio de marfil
se ha escapado de las nubes
por mirarse en el cantil.
Los romances de la noche
abren ala en el palmar,
y dice el viento nocturno:
Yo no sé qué tiene el mar.
A veces una guitarra
que desgarra
una canción española,
lamenta el silencio humano
y la quietud del océano
que no emerge ni una ola.
Mi vecina está de luto
por la tristeza del mar.
¡Por la tristeza del mar!...
que se ha vuelto tan callado
desde el último crepúsculo
lunar...

278
D e n o c t u r n o

Ninguna soledad como la mía.


Lo tuve todo y no me queda nada.
Virgen María, dame tu mirada
para que pueda enderezar mi guía.

Ya no tengo en los ojos sino un día


con la vegetación apuñalada.
Ya no me oigas llorar por la llorada
soledad en que estoy, Virgen María.

Dame a beber del agua sustanciosa


que en cada sorbo tiene de la rosa
y de la estrella aroma y alhajero.

Múdame las palabras, ven primero


que la noche se encienda y silenciosa
me pondrás en las manos un lucero.

279
A l f o n s o R e y e s

Nace en 1889 en Monterrey, Nuevo León y muere


en la ciudad de México en 1959. Poeta, cuentista, cronista,
tratamista literario, dramaturgo y ensayista. Su liberalismo y
cultura abierta tanto a la tradición clásica como a las mani-
festaciones modernas le proporcionaron pronta audiencia entre
los intelectuales jóvenes de nuestro país. Fue miembro fun-
dador del Ateneo de la Juventud. Se recibió de abogado en
1913, año en que muere su padre, el general Bernardo Reyes,
quien participó decididamente durante La Decena Trágica.
De 1914 a 1924, residió en España, colaborando para el
Centro de Estudios Históricos de Madrid. A partir de 1920,
tiene diversas representaciones diplomáticas de México: mi-
nistro en Francia, Argentina y en Brasil. Fue presidente de la
Casa de España en México (después Colegio de México). Re-
cibió el Premio Nacional de Literatura en 1945.
Siendo uno de nuestros mayores poetas y creador de una
extraordinaria literatura, a Reyes le debemos, entre otras co-
sas, la decisión de construir una cultura nacional sobre bases
debidamente clásicas. Con amenidad e inteligencia, fue un es-
critor y un profesional de las letras. Él no impugna: es un dis-
cernido inteligente (y un vehículo sistemático de difusión) de
los puntos capitales donde la tradición humanista es ejercicio
de concordia y continuidad. En su poesía hay claridad expresi-
va, humor, juego idiomático y delicadeza.

280
Entre sus obras más importantes están: Vísperas de Espa-
ña, Trayectoria de Goethe, Visión de Anáhuac, La crítica en la
edad ateniense, El deslinde, Huellas, Hierbas de tarahumara,
Cantata en la tumba de Federico García Lorca y El plano oblicuo.
Realizó diversas traducciones, entre ellas La Iliada.

281
S o l d e M o n t e r r e y

No cabe duda: de niño,


a mí me seguía el sol.

Andaba detrás de mí
como perrito faldero;
despeinado y dulce,
claro y amarillo:
ese sol con sueño
que sigue a los niños.

Saltaba de patio en patio,


se revolcaba en mi alcoba.
Aun creo que algunas veces
lo espantaba con la escoba...

Y a la mañana siguiente,
ya estaba otra vez conmigo,
despeinado y dulce,
claro y amarillo:
ese sol con sueño
que sigue a los niños.

282
(El fuego de mayo
me armó caballero:
yo era el Niño Andante,
y el sol, mi escudero.)

Todo el cielo era de añil;


toda la casa, de oro.
¡Cuánto sol se me metía
por los ojos!
Mar adentro de la frente,
a donde quiera que voy,
aunque haya nubes cerradas,
¡oh cuánto me pesa el sol!
¡Oh cuánto me duele, adentro,
esa cisterna de sol
que viaja conmigo!

Yo no conocí en mi infancia
sombra, sino resolana.
Cada ventana era sol,
cada cuarto era ventana.

Los corredores tendían


arcos de luz por la casa.
En los árboles ardían
las ascuas de las naranjas,
y la huerta con lumbre viva
se doraba.
Los pavos reales eran
parientes del sol. La garza
empezaba a llamear
a cada paso que daba.

283
Y a mí el sol me desvestía
para pegarse conmigo,
despeinado y dulce,
claro y amarillo:
ese sol con sueño
que sigue a los niños.

Cuando salí de mi casa


con mi bastón y mi hato,
le dije a mi corazón:
—¡Ya llevas sol para rato!—
Es tesoro —y no se acaba:
no se me acaba— y lo gasto.
Traigo tanto sol adentro
que ya tanto sol me cansa.
Yo no conocí en mi infancia
sombra, sino resolana.

284
G l o s a d e m i t i e r r a

Amapolita morada
del valle donde nací:
si no estás enamorada,
enamórate de mí.

Aduerma el rojo clavel,


o el blanco jazmín las sienes;
que el dardo sólo desdenes,
y sólo furia el laurel.

Dé el monacillo su miel,
y la naranja rugada,
y la sedienta granada,
zumo y sangre —oro y rubí—:
que yo te prefiero a ti,
amapolita morada.

285
II

Al pie de la higuera hojosa


tiende el manto la alfombrilla;
crecen la anacua sencilla
y la cortesana rosa;
donde no la mariposa,
tornasola el colobrí.
Pero te prefiero a ti,
de quien la mano se aleja;
vaso en que duerme la queja
del valle donde nací.

III

Cuando, al renacer el día


y al despertar la siesta,
hacen las urracas fiesta
y salvas de gritería,
¿por qué, amapola, tan fría,
o tan pura o tan callada?
¿Por qué, sin decirme nada,
me infundes un ansia incierta
—copa exhausta, mano abierta—
si no estás enamorada?

IV

¿Nacerán estrellas de oro


de tu cáliz tremulento,
—norma para el pensamiento—
o bujeta para el lloro?
No vale un canto sonoro

286
el silencio que te oí.
Apurando estoy en ti
cuánto la música yerra.
Amapola de mi tierra:
enamórate de mí.

287
C a r a v a n a

Hoy tuvimos noticia del poeta:


Entre el arrullo de los órganos de boca
y colgados los brazos de las últimas estrellas,
detuvo su caballo.

El campamento de mujeres batía palmas,


aderezando las tortillas de maíz.
Las muchachas mordían el tallo de las flores,
y los viejos sellaban amistades lacrimosas
entre las libaciones de la honda madrugada.

Acarreaban palanganas de agua,


y el jefe se aprestaba
a lavarse los pechos, la cabeza y las barbas.

Los alfareros de las siete esposas


acariciaban ya los jarros húmedos.
Los hijos del país que no hace nada
encendían cigarros largos como bastones.

288
Y en el sacrificio matinal,
corderos para todos
giraban ensartados en las picas
sobre la lumbrarada de leños olorosos.

Hoy tuvimos noticia del poeta,


porque estaba dormido a lomos del caballo.
Dijo que llevan a Dios sobre las astas
y que tiende la noche ácidas rosas
en las alfombras de los dos crepúsculos.

289
J a i m e S a b i n e s

Nació en 1925, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas y mu-


rió en la ciudad de México el 19 de marzo de 1999. Estudió
letras, se dedicó a la industria y a actividades agrícolas. Vivió
algunos años en el Distrito Federal, dedicándose al estudio
de las humanidades para después volver a radicar en su es-
tado natal. Fue diputado del Congreso de la Unión (1976-1979).
Jaimes Sabines mostró en sus primeros libros una poesía
de vigoroso desafío romántico. Sus temas principales fueron
el amor y la muerte. En sus siguientes publicaciones la deso-
lación de sus obras anteriores se acentuó en un permanente
choque con la realidad burguesa y hostil. En otro de sus libros
hizo evidente su inadaptación y soledad con un lenguaje direc-
to, claro y objetivo. Un profundo sentido sensual le permitió
adueñarse de la realidad. Su poesía fue, a fin de cuentas, un
revelarse ante todo y ante todos, y lo hizo con un seguro ins-
tinto poético y con dolida ternura. En sus últimas obras pre-
sentó su universo poético clasificado y coherente, destacándose
como uno de los mejores poetas mexicanos contemporáneos
que supo recrear la vida cotidiana y hacernos ver su encanto y
su misteriosa esencia.
A la pregunta: ¿cómo se construye una gran poesía?, Jaime
Sabines aportó una de las muchas respuestas posibles: “Con
espontaneidad arduamente trabajada, con desdén ante la ti-
ranía del ‘buen gusto’ o ante las consecuencias del exceso y
la provocación”.

290
A lo anterior, Sabines agrega: “sin miedos y reticencias, con
la exhibición del afecto desde su raíz familiar y la intimidad
convertida en la diaria proeza. El conjunto, la imprecación, la
duda, la ternura, la blasfemia, la soledad, el sentimiento amo-
roso despojado de cualquier aura —de alta— poesía”. Sabines
logró una obra definitiva en la poesía de lengua hispana sin
renunciar a características consideradas anacrónicas respec-
to a sus transfiguraciones del tedio y el oprobio. Él, sin pudor
y sin jactancia insistió en la desesperanza, amó y fornicó, in-
sultó y se insultó, originó una nueva y excepcional versión de
Las coplas a la muerte de su padre, se emborrachó para llorar y
no llorar, se rebeló torpe y lúcidamente ante la desaparición
de los seres queridos, fue impiadoso consigo mismo: “igual a
un perro herido al que rodea la gente, feo como el recién naci-
do y triste como el cadáver de una parturienta”.
El resultado fue singular: un análisis descarnado y solida-
rio de los sentimientos y un “romanticismo crítico”, al margen
de jeraquías y prestigios adquiridos. Ejemplo de ello son sus
libros de poesía: Horal, La señal, Tarumba, Diario semanario y
poemas en prosa, Recuento de poemas, Cuba 65, Yuria, Algo sobre
la muerte del Mayor Sabines, Mal tiempo y Poemas y ensayos.

291
Algo sobre la muerte del Mayor Sabines

(Segunda parte)

Mientras los niños crecen, tú, con todos los muertos


poco a poco te acabas.
Yo te he ido mirando a través de las noches
por encima del mármol, en tu pequeña casa.
Un día ya sin ojos, sin nariz, sin orejas,
otro día sin garganta.
La piel sobre tu frente agrietándose, hundiéndose,
tronchando oscuramente el trigal de tus canas.
Todo tú sumergido en humedad y gases
haciendo tus deshechos, tu desorden, tu alma,
cada vez más igual tu carne que tu traje,
más madera tus huesos y más huesos las tablas.
Tierra mojada donde había una boca,
aire podrido, luz aniquilada,
el silencio tendido a todo tu tamaño
germinando burbujas bajo las hojas de agua.
(Flores dominicales a dos metros arriba
te quieren pasar besos y no te pasan nada.)

292
II

Mientras los niños crecen y las horas nos hablan,


tú, subterráneamente, lentamente, te apagas.
Lumbre enterrada y sola, pabilo de la sombra,
veta de horror para el que te escarba.

¡Es tan fácil decirte “padre mío”


y es tan difícil encontrarte, larva
de Dios, semilla de esperanza!

Quiero llorar a veces, y no quiero


llorar porque me pasas
como un derrumbe, porque pasas
como un viento tremendo, como un escalofrío
debajo de las sábanas,
como un gusano lento a lo largo del alma.

¡Si sólo se pudiera decir: “papá, cebolla,


polvo, cansancio, nada, nada, nada”!
¡Si con un trago te tragara!
¡Si con este dolor te apuñalara!
¡Si con este desvelo de memorias
—herida abierta, vómito de sangre—
te agarrara la cara!

Yo sé que tú ni yo,
ni un par de valvas,
ni un becerro de cobre, ni unas alas
sosteniendo la muerte, ni la espuma
en que naufraga el mar, ni —no— las playas,
la arena, la sumisa piedra con viento y agua,

293
ni el árbol que es abuelo de su sombra,
ni nuestro sol, hijastro de sus ramas,
ni la fruta madura, incandescente,
ni la raíz de perlas y de escamas,
ni tu tío, ni tu chozno, ni tu hipo,
ni mi locura, y ni tus espaldas,
sabrán del tiempo oscuro que nos corre
desde las venas tibias a las canas.

(Tiempo vacío, ampolla de vinagre,


caracol recordando la resaca.)
He aquí que todo viene, todo pasa,
todo, todo se acaba.
¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros?
¿de qué sirvió el amor?
¿para qué levantamos la palabra?
¿cuál era la muralla
que detenía la muerte? ¿dónde estaba
el niño negro de tu guarda?

Ángeles degollados puse al pie de tu caja,


y te eché encima tierra, piedras, lágrimas,
para que ya no salgas, para que no salgas.

III

Sigue el mundo su paso, rueda el tiempo


y van y vienen máscaras.
Amanece el dolor un día tras otro,
nos rodeamos de amigos y fantasmas,
parece a veces que un alambre estira

294
la sangre, que una flor estalla,
que el corazón da frutas, y el cansancio
canta.

Embrocados, bebiendo en la mujer y el trago,


apostando a crecer como las plantas,
fijos, inmóviles, girando
en la invisible llama.

Y mientras tú, el fuerte, el generoso,


el limpio de mentiras y de infamias,
guerrero de la paz, juez de victorias
—cedro del Líbano, robledal de Chiapas—
te ocultas en la tierra, te remontas
a tu raíz oscura y desolada.

IV

Un año o dos o tres,


te da lo mismo.
¿Cuál reloj de la muerte?, ¿qué campana
incensante, silenciosa, llama y llama?,
¿qué subterránea voz no pronunciada?,
¿qué grito hundido, hundiéndose, infinito
de los dientes atrás, en la garganta
aérea, flotante, pare escamas?

¿Para esto vivir?, ¿para sentir prestados


los brazos y las piernas y la cara,
arrendados al hoyo, entretenidos
los jugos en la cáscara?,

295
¿para exprimir los ojos noche a noche
en el temblor oscuro de la cama,
remolino de quietas transparencias,
descendimiento de la naúsea?

¿Para esto morir?,


¿para inventar el alma,
el vestido de Dios, la eternidad, el agua
del aguacero de la muerte, la esperanza?,
¿morir para pescar?,
¿para atrapar con su red a la araña?

Estás sobre la playa de algodones


y tu marea de sombras sube y baja.

Mi madre sola, en su vejez hundida,


sin dolor y sin lástima,
herida de tu muerte y de tu vida.

Esto dejaste. Su pasión en enhiesta,


su celo firme, su labor sombría.
Árbol frutal a un paso de la leña,
su curvo sueño que te resucita.
Esto dejaste. Esto dejaste y no querías.

Pasó el viento. Quedaron de la casa


el pozo abierto y la raíz en ruinas.
Y es en vano llorar. Y si golpeas
las paredes de Dios, y si te arrancas

296
el pelo o la camisa,
nadie te oye jamás, nadie te mira.
No vuelve nadie, nada. No retorna
el polvo de oro de la vida.

297
Y o n o l o s é d e c i e r t o . . .

Yo no lo sé de cierto, pero lo supongo


que una mujer y un hombre
algún día se quieren,
se van quedando solos poco a poco,
algo en su corazón les dice que están solos,
solos sobre la tierra se penetran,
se van matando el uno al otro.

Todo se hace en silencio. Como


se hace la luz dentro del ojo.
El amor une cuerpos.
En silencio se van llenando el uno al otro.

Cualquier día despiertan, sobre brazos;


piensan entonces que lo saben todo.
Se ven desnudos y lo saben todo.

(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)

298
L o s a m o r o s o s

Los amorosos callan.


El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los amorosos como locos


porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos.

299
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la oscuridad abren los ojos


y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana


y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,


sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas


temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de
[inagotable aceite

Los amorosos juegan a coger el agua,


a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

300
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,


a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.

301
No es que muera de amor

No es que muera de amor, muero de ti.


Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mí, muero de ambos,


de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,


en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire


para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima

302
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos


entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre


que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos oscuros e incesantes.
Me muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

303
Y o m i r o a u n a m u j e r

Yo miro a una mujer todos los días


—estoy viéndola ya— frente a mi casa.
Viste de luto siempre. Sale siempre del baño
hacia mis ojos, húmeda y pensativa.
Sabe que estoy aquí, pero jamás me mira.
Tiene unos ojos grandes, que le iluminan
la cara de cierta melancolía.
Anda de un lado a otro, trabajando, en silencio,
distante, casi vacía.
Cada vez que la miro me recuerda a ella misma.

A veces veo en su rostro sombras nocturnas y frías


—ya congelados besos o dolores en ruinas—
y me quedo pensando en tanta cosa triste
que viviría.
¡Quién sabe ni su nombre!
Hechicería.

Posiblemente hermosa
—sin duda dulce y tibia—
si llegara a ocultarse
la inventaría.

304
Cuando siento sus ojos —porque a veces me mira—
quiero decirle cosas, cuentos, mentiras.

Sin duda nos amamos todos los días.

...Aunque yo sé que al rato


yo ya no la recuerdo
y ella me olvida.

305
A l f o n s i n a S t o r n i

Nació en Suiza en 1892, durante un viaje que realiza-


ban sus padres radicados en Argentina, y murió en 1938 en
Mar de la Plata. Trabajó como actriz ambulante, maestra ru-
ral y empleada de comercio en Buenos Aires, sin embargo,
fue la aparición de su primer libro en 1916 lo que le dio cele-
bridad.
La poetisa cantó en lengua española como producto natu-
ral, refinado y expresivo de la sensibilidad hispanoamericana.
Su ingenio femenino se atrevió a hablar sin velos ni alegorías,
directa y claramente, compitiendo en franqueza con el habla
masculina; cualidad que produce sobresaltos en los espíritus
tímidos de sus contemporáneos, porque su poesía más que de
ayer, es de hoy, fundamentalmente de hoy.
En su primer libro La inquietud del rosal manifiesta su pro-
pia inquietud y al darle ese título acertó con la mejor defini-
ción de sí misma. El rosal, símbolo de amor en los juegos
florales, no se cansa nunca de dar rosas —el rosal en su
inquieto modo de florecer va quemando la savia que alimenta
su ser—, y así la poetisa en sus cantos nos sorprende con
los anhelos constantes de renovación de un sentimiento im-
petuoso al que se entrega sin reflexión y sin reservas. Toda
la música atormentada del amor se puede oír en sus cantos;
el ansia, la pagana necesidad de amor, los celos, el cansan-
cio, la desolación, la tristeza de haber amado, el conocimien-
to de la realidad despojada de las galas con que la ilusión la

306
vestía. Amor al hombre y, al mismo tiempo, desilusión y re-
chazo. Nota original en la poesía femenina de la época.
Algunas obras de su producción poética son: El mundo de
los siete pozos, El dulce daño, Irremediablemente, Languidez y
Ocres, en estas dos últimas los motivos dominantes son la
visión pesimista y dolorosa de la vida, y una vaga aspiración
hacia la muerte.

307
P u d i e r a s e r

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido


no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente medido


estaba todo aquello que se debía hacer.
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... ¡Ah! bien puediera ser.

A veces en mi madre apuntaron antojos


de liberarse, pero se le subió a los ojos
una honda amargura y en la sombra lloró.

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado,


todo esto que se hallaba en su alma encerrado
pienso que sin quererlo, lo he libertado yo.

308
T ú m e q u i e r e s b l a n c a

Tú me quieres alba;
me quieres de espumas;
me quieres de nácar.
Que sea azucena,
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada.

Ni un halo de luna
filtrado me haya
ni una margarita
se diga mi hermana;
Tú me quieres blanca;
Tú me quieres nívea;
Tú me quieres casta.

Me pretendes casta,
(Dios te lo perdone)
me pretendes alba.

Huye hacia los bosques;


vete a la montaña;
límpiate la boca;

309
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;

alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos.
Con salitre y agua.

Tú que hubiste todas


las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú, que en el banquete,
cubierto de pámpanos;
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú, que en los jardines
negros de Engaño,
vestido de rojo,
corriste al estrago.

Tú, que el esqueleto


conservas intacto:
no sé todavía
por cuáles milagros
(Dios te lo perdone)
habla con los pájaros
y lévate al alba.

310
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma,
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.

311
D o l o r

Quisiera esta tarde divina de octubre


pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro y las aguas verdes
y los cielos puros me vieran pasar...

Ser alta, soberbia, quisiera,


como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.

Con el paso lento y los ojos fríos


y la boca muda dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;

ver cómo las aves rapaces se comen


los peces pequeños y no suspirar;
pensar que puedieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no despertar;

312
ver que se adelanta, la garganta libre,
el hombre más bello; no desear amar...
Perder la mirada distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar;

y, figura erguida entre cielo y playa,


¡sentirme el olvido perenne del mar!

313
S o y

Soy suave y triste si idolatro, puedo


bajar el cielo hasta mi mano cuando
el alma de otro al alma mía enredo.
Pulmón alguno no hallarás más blando.

Ninguna como yo las manos besa,


ni se acurruca tanto en un ensueño,
ni cupo en otro cuerpo, así pequeño,
un alma humana de mayor terneza.

Muero sobre los ojos, si los siento


como pájaro vivos, un momento,
aletear bajo mis dedos blancos.

Sé la frase que encanta y que comprende;


y sé callar cuando la luna asciende
enorme y roja sobre los barrancos.

314
C é s a r V a l l e j o

Nació en 1892, en Santiago de Chuco, Perú, en


un pueblo de la Sierra de la Libertad y murió en París, Fran-
cia, en 1938. Su nombre de pila fue César Abraham Vallejo
Mendoza. Educado en un hogar católico, bajo los rigurosos
moldes de esa religión, el sentimiento devoto se arraiga fuer-
temente a su espíritu. Su familia de origen mestizo y provin-
ciano piensa dedicarlo al sacerdocio; propósito acogido por él
con ilusión durante su infancia, esta inquietud de Vallejo
explica la presencia de un abundante vocabulario bíblico y
litúrgico en su poesía.
En su pueblo natal pasa la niñez y parte de su juventud,
más tarde hace estudios de medicina en Lima y, posterior-
mente, en la Universidad de Trujillo, se licenció en Literatu-
ra, y en la Universidad de San Marcos, en Leyes.
En 1920 fue preso, acusado de instigar al pueblo de San-
tiago de Chuco contra las autoridades de la localidad, acusa-
ción que Vallejo trató de demostrar como falsa.
Su primer libro de poemas Los heraldos negros, con influen-
cia de modernismo, agrega una incipiente sensibilidad so-
cial. Escalas melografiadas, libro de relatos, constituye el
preludio de su extraordinaria obra. En Trilce, el segundo libro
de poemas de Vallejo, publicado en 1922, algunos de sus poe-
mas advierten su estigma de terror a la cárcel. El tercero y
último libro de poesía fue Poemas humanos, que incluye Espa-
ña y Aparta de mí este cáliz.

315
Fábula salvaje es novela ambientada en una comunidad indí-
gena; El tungsteno, otra novela que analiza con dureza la reali-
dad peruana. Algunos de sus ensayos son: Variedades y Rusia.
Expulsado por la política, abandona su patria y se va a Pa-
rís; vivió en Madrid, volviendo después a París, donde malvivió
en la miseria hasta su muerte. Deslumbrado por el paisaje
peruano y amante de su patria, aprende a manifestar en sus
versos que ante la tragedia de América no puede haber otra
actitud que la intransigencia que se halla implícita en la rea-
lidad indígena de su país y en los sufrimientos producidos
por las humillaciones y el hambre: origen de la rabiosa me-
lancolía de sus compatriotas. Estos sentimientos de penuria
se reflejan en su obra de manera más directa y auténtica que
en la de otros poetas arrastrados por la misma vida.
La nostalgia en Vallejo aflora cuando el poeta se halla en
Europa, imposibilitado de volver al Perú, entonces en sus
poemas asoma la tristeza de Los heraldos negros y Nostalgias
imperiales, continúa la corriente de palabras articuladas por
el sufrimiento o la protesta en aras de la solidaridad
Es un escritor que arranca en el modernismo y sigue con el
ultraísmo y el surrealismo en una carrera de rebeldía contra
los convencionalismos y contra la vida misma; pero su ins-
trumento de lucha es la poesía porque es un poeta latino-
americano extraordinario.

316
España, aparta de mí este cáliz

Niños del mundo,


si cae España —digo, es un decir—
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡Qué temprano en el sol lo que os decía!
¡Qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!
¡Qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está


la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños
está con ella, padres procesales!

Si cae —digo, es un decir—, si cae


España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡Cómo va a castigar el año al mes!
¡Cómo van a quedarse en diez los dientes,

317
en palote el diptongo, la medalla en llanto!
¡Cómo el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!

Niños,
hijos de los guerreros, entre tanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera hablando y habla y habla,
la calavera, aquélla de la trenza,
la calavera, aquélla de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;


bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de la pirámides, y aún
el de la sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta, si la madre
España cae —digo, es un decir—
salid, niños del mundo; id a buscarla!...

318
D i o s

Siento a Dios que camina


tan en mí, con la tarde y con el mar.
Con él nos vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos. Orfandad...

Pero yo siento a Dios. Y hasta parece


que él me dicta no sé qué buen color.
Como un hospitalario, es bueno y triste;
mustia un dulce desdén de enamorado:
debe dolerle mucho el corazón.

Oh, Dios mío, recién a ti me llego,


hoy que amo tanto en esta tarde; hoy
que en la falsa balanza de unos senos,
mido y lloro una frágil Creación.

Y tú, cuál llorarás... tú, enamorado


de tanto enorme seno girador...
Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre
debe dolerte mucho el corazón.

319
L o s h e r a l d o s n e g r o s

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!


Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empezara en el alma... Yo no sé!

Son pocos, pero son... Abren zanjas oscuras


en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,


de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como


cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

320
M a s a

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “¡No mueras; te amo tanto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitieron:


“¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,


clamando: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,


con un ruego común: “¡Quédate hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra


le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

321
A m o r

Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos;


y cuál mi idealista corazón te llora.
Mis cálices todos aguardan abiertos
tus hostias de otoño y vinos de aurora.

Amor, cruz divina, riega mis desiertos


con tu sangre de astros que sueña y que llora.
¡Amor, ya no vuelves a mis ojos muertos
que temen y ansían tu llanto de aurora!

Amor, no te quiero cuando estás distante


rifado en afeites de alegre bacante,
o en frágil y chata facción de mujer.

Amor, ven sin carne, de un icor que asombre;


y que yo, a manera de Dios, sea el hombre
que ama y engendra sin sensual placer!

322
X a v i e r V i l l a u r r u t i a

Nace y muere en la ciudad de México (1903-1950).


Empezó la carrera de Leyes, la cual abandonó para dedicarse
a la literatura. Dirigió, junto con Salvador Novo, la revista
Ulises, formó parte del grupo literario los Contemporáneos,
fue redactor de El hijo pródigo. En la Universidad de Yale en
los Estados Unidos estudió teatro y a su regreso contribuyó a
renovar esas actividades artísticas en nuestro país.
La muerte, la tristeza, la angustia, la soledad son temáti-
cas constantes en el poeta que dan a su poesía una huella
inconfundible.
Para Octavio Paz: “...Villaurrutia se presenta como un cos-
mopolita, un hombre extraordinariamente inteligente, inca-
paz de creer en nada, aislado en su mundo propio, poblado
por los fantasmas del erotismo, el sueño y la muerte...”.
Alí Chumacero nos refiere: “...Villaurrutia se planteó un
pretexto que sería predominante en su poesía: la muerte.
Ante la angustia de la muerte trasformada en bella nostal-
gia, el escritor prefirió vivir obsesionado con la idea de sa-
berse perecedero...”.
Villaurrutia escribió: “...El hombre puede hechar de menos
su muerte que la vive y la experimenta en formas muy misterio-
sas, este pensamiento, ligado a la concepción azteca de la muer-
te, la identifican con momentos del movimiento cósmico...”.
Entre sus obras poéticas destacan: Ocho poetas, Reflejos,
Dos nocturnos, Nocturnos, Nocturno de los ángeles, Nocturno mar,

323
Nostalgia de la muerte, Canto a la primavera, Décima muerte y
otros poemas no coleccionados.
Escribe catorce comedias y melodramas, entre los cuales
sobresalen: Parece mentira, ¿En qué piensas?, Invitación a la muer-
te, La hiedra, La mujer legítima, El pobre Barba Azul y El solterón.
Excelente crítico de las artes plásticas, él defiende el de-
recho a un espacio distinto al avasallado por los muralistas.
No es significativa su crítica de cine, aunque sí un guión en
el que colabora: Vámonos con Pancho Villa.
Su única novela, Dama de corazones, corresponde a un esti-
lo psicológico sentimental. Sus ensayos literarios Textos y
pretextos son de primer orden.

324
D é c i m a m u e r t e

A Ricardo de Alcázar

¡Qué prueba de la existencia


habrá mayor que la suerte
de estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
de amar a lo nunca visto
y de esperar lo imprevisto;
este caer sin llegar
es la angustia de pensar
que puesto que muero existo.

II

Si en todas partes estás,


en el agua y en la tierra,
en el aire que me encierra
y en el incendio voraz;
y si a todas partes vas

325
conmigo en el pensamiento,
en el soplo de mi aliento
y en mi sangre confundida,
¿no serás, Muerte, en mi vida,
agua, fuego, polvo y viento?

III

Si tienes manos, que sean


de un tacto sutil y blando,
apenas sensible cuando
anestesiado me crean;
y que tus ojos me vean
sin mirarme, de tal suerte
que nada me desconcierte
ni tu vista ni tu roce,
para no sentir un goce
ni un dolor contigo, Muerte.

IV

Por caminos ignorados,


por hendiduras secretas,
por las misteriosas vetas
de troncos recién cortados,
te ven mis ojos cerrados
entrar en mi alcoba oscura
a convertir mi envoltura
opaca, febril, cambiante,
en materia de diamante
luminosa, eterna y pura.

326
V

No duermo para que al verte


llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber que de ti me adueño,
sentir que muero despierto.

VI

La aguja del instantero


recorrerá su cuadrante,
todo cabrá en un instante
del espacio verdadero
que, ancho, profundo y señero,
será elástico a tu paso
de modo que el tiempo cierto
prolongará nuestro abrazo
y será posible, acaso,
vivir después de haber muerto.

VII

En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
de la suprema caricia

327
que desemboca en el acto,
hay un misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante.

VIII

¡Hasta en la ausencia estás viva!


Porque te encuentro en el hueco
de una forma y en el eco
de una nota fugitiva;
porque en mi propia saliva
fundes tu sabor sombrío,
y a cambio de lo que es mío
me dejas sólo el temor
de hallar hasta en el sabor
la presencia del vacío.

IX

Si te llevo en mí prendida
y te acaricio y escondo;
si te alimento en el fondo
de mi más secreta herida;
si mi muerte te da vida
y goce mi frenesí,
¿qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,

328
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?

En vano amenazas, Muerte,


cerrar la boca a mi herida
y poner fin a mi vida
con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera!

329
S o n e t o d e l a e s p e r a n z a

Amar es prolongar el breve instante


de angustia, de ansiedad y de tormento
en que, mientras espero, te presiento
en la sombra suspenso y delirante.

¡Yo quisiera anular de tu cambiante


y fugitivo ser el movimiento,
y cautivarte con el pensamiento
y por él sólo ser tu solo amante!

Pues si no quiero ver, mientras avanza


el tiempo indiferente, a quien más quiero,
para soñar despierto en su tardanza

la sola posesión de lo que espero,


es porque cuando llega mi esperanza
es cuando ya sin esperanza muero.

330
N o c t u r n o g r i t o

Tengo miedo de mi voz


y busco mi sombra en vano.

¿Será mía aquella sombra


sin cuerpo que va pasando?
¿Y mía la voz perdida
que va la calle incendiando?

¿Qué voz, qué sombra, qué sueño


despierto que no he soñado
serán la voz y la sombra
y el sueño que han robado?

Para oír brotar la sangre


de mi corazón cerrado,
¿pondré la oreja en mi pecho
como en el pulso la mano?

Mi pecho estará vacío


y yo descorazonado
y serán mis manos duros
pulsos de mármol helado.

331
N o c h e

Cielo increíble
tan estrellado y azul
como una carta astronómica.

¡También en la noche rueda


sonando el agua incansable!
Y hay una luz tan morada,
tan salpicada de oro
que parece media tarde.

Arroyos que se han dormido,


blancos de plata, se tienden
en el verde los caminos.

A aquella estrella señera,


quedaba atrás, olvidada,
cantémosle una canción
lánguida y exagerada.

Que el eco hará la segunda


voz, y el viento en las ramas
acompañará la letra
tocando cuerdas delgadas...

332
“Estrellita reluciente
préstame tu claridad
para seguirle los pasos
a mi amor que ya se va.”

333
P o e s í a

Eres la compañía con quien hablo


de pronto, a solas.
Te forman las palabras
que salen del silencio
y del tanque de sueño en que me ahogo
libre hasta despertar.

Tu mano metálica
endurece la prisa de mi mano
y conduce la pluma
que traza en el papel su litoral.

Tu voz, hoz de eco,


es el rebote de mi voz en el muro,
y en tu piel de espejo
me estoy mirando mirarme por mil Argos,
por mí largos segundos.

Pero el menor ruido te ahuyenta


y te veo salir
por la puerta del libro
o por el atlas del techo,
por el tablero del piso,

334
o la página del espejo,
y me dejas
sin más pulso ni voz y sin más cara,
sin máscara como un hombre desnudo
en medio de una calle de miradas.

335
B i b l i o g r a f í a

AMOR, Guadalupe, 48 veces Pita, Lozada, México, l996.


AYALA, Leopoldo, Lengua y comunicación, Porrúa, México, l996.
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México, l983.
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339
Í n d i c e d e a u t o r e s

Agustini, Delmira, 13
Amor, Guadalupe, 22
Barba Jacob, Porfirio, 29
Benedetti, Mario, 35
Benítez Carrasco, Manuel, 50
Borges, Jorge Luis, 65
Buesa, José Ángel, 86
Camino, León Felipe, 94
Cardenal, Ernesto, 112
Castellanos, Rosario, 116
De León, Rafael, 124
García Lorca, Federico, 135
Guillén, Nicolás, 147
Guardia, Miguel, 157
Hernández, Miguel, 164
Huerta, Efraín, 182
Huidobro, Vicente, 199
Mirlo, Josué, 205
Nandino, Elías, 213
Neruda, Pablo, 224
Novo, Salvador, 239
Paz, Octavio, 246
Paz Paredes, Margarita, 255
Pellicer, Carlos, 267
Reyes, Alfonso, 280

341
Sabines, Jaime, 290
Storni, Alfonsina, 306
Vallejo, César, 315
Villaurrutia, Xavier, 323

342
Í n d i c e g e n e r a l

Presentación ......................................................................... 7
Prólogo ................................................................................... 9

AGUSTINI, DELMIRA
Datos biográficos .................................................................. 13
Explosión ............................................................................... 14
Amor ....................................................................................... 15
El cisne .................................................................................. 16
Plegaria .................................................................................. 19

AMOR, GUADALUPE
Datos biográficos .................................................................. 22
Casa redonda ......................................................................... 23
Por qué me desprendí ........................................................... 24
Viejas raíces empolvadas ..................................................... 25
Soneto ardeco ........................................................................ 26

BARBA JACOB, PORFIRIO


Datos biográficos .................................................................. 29
Canción de la vida profunda ................................................. 31
Sabiduría ............................................................................... 33
Futuro .................................................................................... 34

BENEDETTI, MARIO
Datos biográficos .................................................................. 35
Bienvenida ............................................................................. 37
Hagamos un trato ................................................................. 39
Te quiero ................................................................................ 41

343
Soledades .............................................................................. 43
Saberte aquí .......................................................................... 46
Todavía ................................................................................... 48

BENÍTEZ CARRASCO, MANUEL


Datos biográficos .................................................................. 50
Mi barca ................................................................................. 51
Lección de geografía .............................................................. 55
Romancillo del niño que todo lo quería ser ........................ 56
Solea del amor indiferente ................................................... 58
Solea del amor desprendío ................................................... 60
El árbol seco .......................................................................... 62

BORGES, JORGE LUIS


Datos biográficos .................................................................. 65
Instantes ............................................................................... 67
Poema de los dones .............................................................. 69
Los Borges ............................................................................. 71
Los espejos ............................................................................ 72
Otro poema de los dones ...................................................... 75
El Golem [II] .......................................................................... 78
Al idioma alemán .................................................................. 82
A Islandia .............................................................................. 84

BUESA, JOSÉ ÁNGEL


Datos biográficos .................................................................. 86
Poema para el crepúsculo ..................................................... 87
Poema de la culpa ................................................................. 89
Poema de las cosas ............................................................... 91
Poema .................................................................................... 92
Regreso .................................................................................. 93

CAMINO, LEÓN FELIPE


Datos biográficos .................................................................. 94

344
Sin el poeta ......................................................................... 95
Un signo ............................................................................... 96
Aullidos ................................................................................ 104
¡Qué pena! ........................................................................... 105
Vencidos .............................................................................. 107
Como tú... ............................................................................ 109
Corazón mío ......................................................................... 111

CARDENAL, ERNESTO
Datos biográficos ................................................................ 112
Nostalgia ............................................................................. 113
Salmo 16 .............................................................................. 114

CASTELLANOS, ROSARIO
Datos biográficos ................................................................ 116
Agonía fuera del muro ......................................................... 117
Destino ................................................................................ 119
Falsa elegía ......................................................................... 121
Memorial de Tlatelolco ........................................................ 122

DE LEÓN, RAFAEL
Datos biobráficos ................................................................ 124
Profecía ................................................................................ 125
Romance del hijo que no tuve contigo ............................... 131

GARCÍA LORCA, FEDERICO


Datos biográficos ................................................................ 135
La casada infiel ................................................................... 137
Romance de la pena negra ................................................. 140
Muerte de Antoñito el Camborio ........................................ 142
Muerto de amor ................................................................... 144

GUILLÉN, NICOLÁS
Datos biográficos ................................................................ 147

345
Balada de los dos abuelos .................................................. 148
Sabás ................................................................................... 151
Sigue .................................................................................... 153
Canto negro ......................................................................... 154
Sóngoro cosongo .................................................................. 155
Tú no sabe inglé .................................................................. 156

GUARDIA, MIGUEL
Datos biográficos ................................................................ 157
Carta de amor ...................................................................... 158
Antes amor .......................................................................... 160
Casi... Soneto III ................................................................ 161
¿En qué piensas? ................................................................ 162
El aire de abril ..................................................................... 163

HERNÁNDEZ, MIGUEL
Datos biográficos ................................................................ 164
Elegía ................................................................................... 166
El niño yuntero ................................................................... 169
Me llamo barro .................................................................... 172
Vientos del pueblo me llevan ............................................. 175
Nanas de la cebolla ............................................................. 178

HUERTA, EFRAÍN
Datos biográficos ................................................................ 182
La lección más amplia ........................................................ 183
Primer canto de abandono .................................................. 186
El amor ................................................................................. 189
El poema de amor ................................................................ 191
Declaración de amor ........................................................... 194

HUIDOBRO, VICENTE
Datos biográficos ................................................................ 199
Arte poética ......................................................................... 201

346
El espejo de agua ................................................................ 202
La poesía es un atentado celeste ...................................... 203

MIRLO, JOSUÉ
Datos biográficos ................................................................ 205
Imprecasión ......................................................................... 206
El paranoico ......................................................................... 208
Madre ................................................................................... 210
El crepúsculo ....................................................................... 211
El afán del sendero ............................................................. 212

NANDINO, ELÍAS
Datos biográficos ................................................................ 213
Interrogación ....................................................................... 214
Epitafios .............................................................................. 215
Me duele presentir .............................................................. 217
Poema en las sombras ........................................................ 219
Nocturno amor .................................................................... 220
Soneto XII ........................................................................... 221
Pasión .................................................................................. 222

NERUDA, PABLO
Datos biográficos ................................................................ 224
Oda al átomo ....................................................................... 226
Poema 6 ............................................................................... 232
Poema 12 ............................................................................. 233
Poema 15 ............................................................................. 234
Poema 18 ............................................................................. 235
Poema 20 ............................................................................. 237

NOVO, SALVADOR
Datos biográficos ................................................................ 239
Amor ..................................................................................... 241
Soneto 1961 ......................................................................... 242

347
Breve romance de ausencia ................................................ 243
Epifania ................................................................................ 245

PAZ , OCTAVIO
Datos biográficos ................................................................ 246
Elegía interrumpida ............................................................. 247
Tus ojos ............................................................................... 251
Himno entre ruinas ............................................................ 252

PAZ PAREDES, MARGARITA


Datos biográficos ................................................................ 255
Es viernes y pienso en ti .................................................... 257
Oración por el amor ............................................................ 260
Oración por la muerte ......................................................... 262
Quien dice soledad ............................................................. 264
¡Culpable el viento! ............................................................. 266

PELLICER, CARLOS
Datos biográficos ................................................................ 267
Discurso por las flores ....................................................... 269
Horas de junio ..................................................................... 274
Deseos ................................................................................. 277
Yo no sé qué tiene el mar .................................................. 278
De nocturno ......................................................................... 279

REYES, ALFONSO
Datos biográficos ................................................................ 280
Sol de Monterrey ................................................................. 282
Glosa de mi tierra ............................................................... 285
Caravana .............................................................................. 288

SABINES, JAIME
Datos biográficos ................................................................ 290
Algo sobre la muerte del Mayor Sabines ........................... 292

348
Yo no lo sé de cierto... ........................................................ 298
Los amorosos ...................................................................... 299
No es que muera de amor ................................................... 302
Yo miro a una mujer ........................................................... 304

STORNI, ALFONSINA
Datos biográficos ................................................................ 306
Pudiera ser .......................................................................... 308
Tú me quieres blanca .......................................................... 309
Dolor .................................................................................... 312
Soy ....................................................................................... 314

VALLEJO, CÉSAR
Datos biográficos ................................................................ 315
España, aparta de mí este cáliz ......................................... 317
Dios ...................................................................................... 319
Los heraldos negros ............................................................ 320
Masa .................................................................................... 321
Amor ..................................................................................... 322

VILLAURRUTIA, XAVIER
Datos biográficos ................................................................ 323
Décima muerte .................................................................... 325
Soneto de la esperanza ...................................................... 330
Nocturno grito ..................................................................... 331
Noche ................................................................................... 332
Poesía .................................................................................. 334

BIBLIOGRAFÍA ............................................................................ 337

349
Impreso en los Talleres Gráficos
de la Dirección de Publicaciones
del Instituto Politécnico Nacional
Tresguerras 27, Centro Histórico, México, D. F.
Enero de 2000. Edición: 1 000 ejemplares

CORRECCIÓN: Mario Morales Castro y Rosario Bugarini


DISEÑO DE PORTADA:
CUIDADO DE LA EDICIÓN: Carmen Sánchez Crespo

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