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Elías oró 7 veces, ¿cuánto oró por lluvia?

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de-fe

“La lluvia no cayó inmediatamente, pero no vaciló la fe de Elías. Continuó orando más
fervientemente que antes, vez tras vez…Elías oró 7 veces”.

Antes de entrar a revisar la experiencia de Elías y la oración, es importante revisar un pasaje


bíblico que nos ayuda a entender la necesidad de orar y no desmayar, de perseverar y no
renegar contra Dios, de creer y no soltarse de su mano hasta recibir su respuesta.

Sufrir por falta de agua no debe de ser tan duro como padecerlo en un desierto, ¿verdad? ¿Si
estuvieras en el desierto qué harías? ¿Clamarías a Dios por este recurso? ¿Y si fuera Dios
quien te hubiera llevado a ese desierto, renegarías contra Él? Leamos el libro de Éxodo 17:1-
3 “Y toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin, por sus jornadas, al
mandamiento del SEÑOR, y asentaron el campamento en Refidim; y no había agua para que
el pueblo bebiese. Riñó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua que bebamos. Y Moisés
les dijo: ¿Por qué reñís conmigo? ¿Por qué tentáis al SEÑOR? Así que el pueblo tuvo allí sed
de agua, y murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos
de sed a nosotros, y a nuestros hijos y a nuestros ganados?”.

Había sed y cansancio


Sin duda que estaban en el desierto y a pesar de que la columna de nube los protegía, allí había
sed y cansancio, pero no había agua. ¡Y luego el pueblo se quejó de Dios! Poco tiempo antes
venían de ver señales maravillosas en su favor como recibir el maná caído del cielo, habían
visto el mar abrirse en dos para pasar en medio de él y habían sido partícipes de una liberación
milagrosa precedida por las 10 plagas en Egipto. Pero ¿por qué se quejaron?
Es triste ver cómo hoy la mayoría de los cristianos somos como el pueblo de aquella época. Con
seguridad algún tipo sequía ha pasado por nuestras vidas y hemos visto antes la mano de Dios
ayudándonos. Pero cuando surgen los problemas nos quejamos con facilidad. Las
circunstancias no son fáciles, pero no debemos dar marcha atrás en nuestra relación con el
Señor.

¿Qué haré con este pueblo?


En una ocasión similar 40 años después por culpa de la misma queja, Moisés se perdió la
entrada a la Canaán terrenal:

Números 20:1-5 “Y llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el
mes primero, y reposó el pueblo en Cades; y allí murió María, y allí fue sepultada. Y no hubo
agua para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón. Riñó el pueblo con Moisés, y
hablaron diciendo: ¡Mejor que nosotros hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros
hermanos delante del SEÑOR! … ¿Y por qué nos has hecho venir de Egipto, a este mal lugar?
No es lugar de sementera, de higueras, de viñas, ni granadas; ni aun hay agua para beber”.

El mismo error
Estando en Cades, se nos muestra lo curioso de repetir el mismo error. ¿Qué han debido hacer?
¿Quejarse? No, ¡clamar! ¿Pero quién se tomó la molestia de clamar para que no fueran
destruidos? ¡Fue Moisés! En vez de quejarnos cuando estamos pasando por el desierto de las
dificultades, nuestra obligación es la de clamar a Dios para recibir su ayuda. Y hoy repetimos el
mismo error: nos quejamos, pero es Cristo quien intercede.

Puede interesarle leer también el apartado Las promesas de Dios

Desde antaño el Señor condujo a su pueblo a Refidim, y puede escoger conducirnos a nosotros
allí con el propósito de probar nuestra fidelidad y lealtad hacia Él. En su misericordia, Él no
siempre nos coloca en los lugares más fáciles; pues si lo hiciera, por nuestra autosuficiencia
olvidaríamos que el Señor es nuestro ayudador en tiempo de necesidad. Pero Él desea
manifestarse en medio de nuestras emergencias y revelarnos la abundante ayuda que hay a
nuestra disposición, independientemente de lo que nos rodea; y Él permite los desengaños y
las pruebas para que percibamos nuestra impotencia y aprendamos a pedir ayuda al Señor,
como un niño que cuando está hambriento y sediento se dirige a su padre terrenal. Nuestro
Padre celestial tiene el poder de transformar las duras rocas en corrientes refrescantes y
vivificantes. Nunca sabremos, hasta que estemos ante Dios cara a cara, cuántas cargas Él llevó
por nosotros, y cuántas habría estado dispuesto a llevar si, con una fe semejante a la de un
niño, se las hubiéramos llevado a Él.

Elías oró 7 veces

En la época del profeta Elías, alrededor de 600 años después de la historia anterior, en la región
de Samaria, las 10 tribus de norte sufrían de una gran sequía causada por algo diferente: la
idolatría del pueblo (Capítulos 17 y 18 del primer libro de Reyes). La situación era grave. Pero
después de la escena de la muerte de los 450 profetas de Baal, Elías oró 7 veces por lluvia.

1 Reyes 18:41-45 “Entonces Elías dijo a Acab: Sube, come y bebe; porque una gran lluvia
suena. Acab subió a comer y a beber. Y Elías subió a la cumbre del Carmelo; postrándose en
tierra, puso su rostro entre las rodillas. Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Él
subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces. A la séptima vez
dijo: He aquí una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Él
dijo: Ve, y di a Acab: Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje. Y aconteció,
estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento; y hubo una gran lluvia”.

Elías dominaba completamente la situación

Fue él quien dio órdenes al pueblo y el que dirigió al rey. Elías dijo “una gran lluvia suena”. ¿Ya
estaban apareciendo los truenos en el cielo? El sonido no estaba en los oídos del profeta sino
en su corazón. Por fe sabía que estaba por llover porque empezando el capítulo 18 está
registrada la promesa del Señor. El arrepentimiento del pueblo había suprimido el motivo del
castigo y Elías se dio cuenta de que estaban por caer las lluvias por tanto tiempo anheladas. Él
vivía una vida de fe y de oración y por eso Elías oró 7 veces.

Su oración fue de intercesión a favor del Israel arrepentido. Sabía que vendría la lluvia, pero
se preocupaba para que se cumplieran plenamente las condiciones para recibir la
bendición celestial, y para que pudieran ser permanentes los resultados de la reforma.

Puede consultar también el apartado Cuando Dios dice no

¿Sabemos que vendrá la lluvia de bendiciones en nuestras vidas?

¿En los momentos difíciles tenemos la plena confianza que el Señor está al control y que nos
va a responder? Únicamente cuando el pueblo de Dios esté imbuido de intenso fervor y cuando
esté dispuesto a orar como Elías, y cuando principalmente se preocupe de cumplir con las
condiciones requeridas, entonces caerá la lluvia que espera.

La lluvia no cayó inmediatamente, pero no vaciló la fe de Elías. Continuó orando más


fervientemente que antes, vez tras vez y el registro nos dice que Elías oró 7 veces. Dios nos ha
dado una poderosa promesa en Mateo 7:7 “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; tocad, y se
os abrirá”, pero el Señor no dice “pedid una vez y se os dará”. Elías se postró y clamó 7 veces.
¿Si hubiera abandonado a la primera? ¿A la sexta? Seguro que a un paso de la bendición la
hubiera perdido.

Con humildad debemos acudir a Dios sin pretender que Dios está obligado a respondernos
cuándo y cómo queremos y sin cumplir nuestra parte. Esto es igual al pecado de presunción y
si Elías hubiera obrado con presunción hubiera muerto en el instante…pero su oración es
ejemplo de humildad y de fe.

El mundo hoy necesita hombres y mujeres con la fe de Elías


La obra de Dios será terminada por hombres que obren con el espíritu y poder de este profeta
de la antigüedad. La mano de Dios no se ha acortado para que no pueda salvar (Isaías
59:1). Dios es tan poderoso y está tan dispuesto a conceder victorias hoy como en el tiempo de
Elías. Cuando el pueblo de Dios llegue al punto de tener el mismo espíritu que tuvo Elías,
cuando sea tan ferviente, tan activo, tan valiente, tan dispuesto a perseverar en oración, tan
intrépido frente al peligro y tan ansioso de responder a las invitaciones del Señor, entonces se
terminará prestamente la obra de Dios y Jesús volverá para recibir a los suyos.

En las dos historias de hoy tenemos un desierto, una sequía. Una fue para probar la fe del
pueblo, la otra fue consecuencia del pecado. Si hoy estás pasando por un desierto,
probablemente tu situación corresponda a una de las dos. Encomienda tu camino,
encomiéndate al Señor y Él te salvará (Salmos 37:5).

“El Señor te bendiga y te guarde, el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te


conceda su bondad, El Señor te mire con amor y te de su paz!

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