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Integracinhumano PDF
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La clave para que la espiritualidad nos ayude a madurar humanamente está en el “tipo de relación
interpersonal” que se genera entre la persona y Dios. Ahí es donde la acción de la gracia es efectiva:
siempre que el área de sentido y el área afectiva, en cuanto “sistema operativo” de una persona, se
integran en la relación interpersonal de Dios, proporcionan equilibrio interior, centran a la persona
y orientan su vida. Unifica el deseo en la experiencia de Dios.
Religiosidad “maternal”: La persona se relaciona con Dios para colmar las necesidades más
íntimas de la infancia no satisfecha: cariño, afecto, protección, cuidado… la necesidad de un
Dios cercano, que no le abandone, que se “sienta”. La imagen de Jesús es muy “romántica”.
O cree en un Dios “milagrero” que espera le resuelva los problemas de forma mágica. Es
una religiosidad sin responsabilidad.
Religiosidad “fusional” (regresiva): Dios vendría a llenar el “hueco” afectivo que dejó la
simbiosis primaria madre-hijo, colmando así todos los anhelos del corazón humano. Al final
terminan en una unión vital con la energía cósmica (panteísmo) o en los fenómenos “para-
místicos”. Lo que se busca es una religiosidad sin dolor, sin renuncias, sin sacrificios, sin
esfuerzos, etc. En suma, una experiencia de Dios sin cruz.
Religiosidad “evitativa”: sin experiencia de intimidad profunda con Dios. relaciones marcadas
por el miedo. La persona se siente muy expuesta y débil y vulnerable. Tiene miedo a abrirse
a Dios y confiarle sus secretos más íntimos.
Religiosidad idealista: vivencia a Dios bien, cuando las cosas funcionan según sus gustos y
deseos, sus expectativas se cumplen. Pero cuando aparece el misterio del mal, el límite, los
fracasos o las dificultades personales o congregacionales, entonces cuestiona la intervención
de Dios, “no hay derecho”, “por qué Dios permite esto”. Su fe entra en crisis al no tener
integrada la realidad. Era una fe “idealizada”.
Religiosidad del “deber ser”, apoyada en los propios méritos: hay que hacer méritos para ganarse el
amor de Dios. nada es “gratis”. La relación con Dios es más autoexigente y voluntarista que
propiamente vincular. Fundamentada en el “deber ser”.
Si la relación con Dios se nutre la energía vital que mana del interior de la persona. Es lo
que permite que el “apego” a Jesucristo no sea teórico, como no lo es el apego del niño
a su madre. Si no existe este enamoramiento por Jesucristo, que fusiona afectiva y
efectivamente toda la vida alrededor de él, el apego no es seguro, la castidad es frágil y la
vida del religioso (a) se convierte en exagerar controles, evitar ocasiones o vivir tristezas.
Más aún, la pasión por Jesucristo es la que hace posible una verdadera evangelización y
construcción del Reino de Dios.
Si hay un vínculo adulto con Jesús: con capacidad de intimar, confiar y abandonarse en
Él. Es la base de un amor auténtico, fruto de una sexualidad integrada. Se da sólo en el
vínculo adulto, después de haber reubicado internamente los vínculos con las figuras
paternas (resolución edípica). De lo contrario, la espiritualidad estará llena
reproyecciones, propias de una religiosidad infantil, sin experiencia de intimidad
profunda con Dios, marcada por el miedo y la necesidad de control sobre las pulsiones
y los afectos (defensas).
Si la vida religiosa se encara desde la autenticidad: Se vive “de adentro” para afuera y no
“de afuera” para adentro. Es lo que permite realmente que el religioso se convierta en el
protagonista principal de su vida y formación. No falsee el proceso respondiendo a
instancias externas para ser bien visto y aprobado, amoldándose al rol o papel del “buen
religioso”. También su espiritualidad sería inauténtica: Se limitaría a guardar las formas
externas, ajustándose al cumplimiento estricto de lo establecido, pero sin entablar una
auténtica relación con Dios “desde adentro”.
La experiencia teologal se empieza a dar a raíz de la opción fundamental que coincide muchas veces
con la llamada-vocación, cuando descubrimos interiormente que la plenitud humana (realización) se
alcanza siguiendo a Jesús como religiosos. Se establece así una “experiencia fundante” fruto del
encuentro con el Señor. Hecha de diálogo y escucha, de auto-clarificación y discernimiento, de certezas
y dudas, de resistencias y abandono y sobretodo, de vinculación afectiva-teologal que lleva a una
relación profunda con Dios.
Sin este “núcleo espiritual” carecerá de fundamento cualquier proyecto de vida religiosa que se quiera
emprender. Pero la formación espiritual no consiste en un aprendizaje teórico sino en desarrollar una
experiencia teologal. Una cosa es creer que Dios existe y otra muy distinta, estar dispuesto (como parte
del llamado de Dios) a entrar en una dinámica transformadora de relación, diálogo, confianza y
encuentro con Jesús. Sin dicha dinámica, la vida religiosa se apoyará en uno mismo y terminará siendo
la realización de un proyecto personal, desvirtuando el sentido auténtico de la vida religiosa:
Configurándose con la persona de Jesús.
Para que la experiencia de Dios se convierta en el eje en torno al cual armamos nuestra vida religiosa,
debemos encararla desde una experiencia configuradota. Es la que determina desde adentro el modo de
ser y de vivir de cada persona. El religioso está llamado por Dios, no tanto para responder a un “ideal
de perfección”, como a adquirir una identidad cristológica. La configuración con Jesús la logra cuando,
desde la motivación teologal-fruto de la experiencia fundante-, va adquiriendo las cualidades humanas y
evangélicas de Jesús y de su vocación desde dichas disposiciones interiores o actitudes (castidad,
entrega, servicio, pobreza, obediencia, aceptación del otro, intimidad con Dios, misericordia, abandono
en Dios, confianza en la providencia, etc…)
Para lograr configurarse con Jesús ha de involucrar en esta experiencia teologal todas las áreas de su
personalidad: lo afectivo-sexual, lo cognitivo y lo moral. Y llevar adelante un proceso espiritual de
identificación con Él, según el carisma de su congregación. Le va a ayudar a ellos si encara el
seguimiento de Jesús no tanto como un “ideal de vida” a reproducir sino como una serie de “valores” a
encarnar. Mientras el valor es una cualidad con sentido. No se impone como una obligación, sino nace
de una motivación. El “ideal” despierta las exigencias del superyo. Te hace sentir en culpa y falta.
Como fruto de la experiencia teologal, entre los rasgos más evidentes de configuración con Cristo
propio de la vida consagrada, cabe señalar los siguientes:
Que me ayude a armar la identidad como varón/mujer consagrado (a): Hemos pasado de
entender los votos en clave ascético-moral a vivenciarlos como un proceso de fidelidad teologal:
Por la castidad, centro mi corazón en el amor a Dios y al prójimo: sin un vínculo afectivo-
teologal adulto no podemos hablar de espiritualidad auténtica, que llene el corazón humano,
desbordándolo (Cf. Mt. 5, 3-12; 22,34-40). Pero el vínculo objetal que establecemos con Dios y
el prójimo, está condicionado por nuestra propia historia vincular y sexual. Va a implicar un
proceso de maduración, en orden a ir construyendo un vínculo hecho a base de intimidad,
confianza y abandono en Dios. un vínculo cada vez más total, permanente, exclusivo y
definitivo en Él (esponsal). Un vínculo que no me encierre en mi narcisismo, egocentrismo o
erotismo, sino que me abra al otro, lo ame por si mismo, respete su libertad y alteridad
Por la pobreza, pongo toda la confianza en Dios: me permite acoger mi realidad humana y la de
mis hermanos tal cual son (“pobres”: contingente, débil, frágil, necesitado, dependiente,
pecador, etc) sin necesidad de afirmarme en mi auto-suficiencia o negando el yo real
(idealismo). La humildad es la puerta de toda espiritualidad ya no necesito sentirme perfecto
para ganarme el amor de Dios (1Cor. 1, 26-31); ni hago depender la salvación de los propios
méritos (perfeccionismo). Me invita a una experiencia providente de Dios, en quien puedo
confiar (Mt. 6, 25-34; 11, 25-30); sin necesidad de compensaciones, buscando la seguridad en las
riquezas o el poder (Mt. 6, 19-24). Mi felicidad está en dar y compartir, en ser solidario con el
otro, con los pobres y necesitados.
Por la obediencia busco la voluntad de Dios en mi vida: a ejemplo de Jesús, desde la obediencia
de la fe, encuentro un modo de ser hijo (Heb. 5, 7-10). Voy aprendiendo la sabiduría de la cruz:
es renunciando a mis necesidades de auto-afirmación por amor a Dios y al prójimo, como me
realizo (Mt. 16, 24-25). Decido libremente sumarme al proyecto salvador de Dios: leyendo en
clave de fe los acontecimientos de mi vida; escuchando la voz de Dios que me habla a través de
los hermanos, los superiores, la realidad, etc; aportando corresponsablemente al bien común de
la comunidad y de la pastoral.
- Que alimente mi pasión por el Reino: a ejemplo de Jesús, la relación con Dios auténtica, a de
desplegar los sentimientos altruista y generativo en la pastoral y en la comunidad. Le pone
“pasión” en lo que hacemos. Despierta los sentimientos de compasión y misericordia hacia los
pobres y pecadores. Lleva a un mayor compromiso con la realidad; y permite velar con los ojos
de Dios. te hace entender la vida como “misión” (inscrita dentro del proyecto salvador de Dios)
y no limitarse a “hacer cosas” para los demás. Pone el fundamento teologal para superar, sin
resentimiento ni amargura las frustraciones de la misión
- Que afiance mis sentimientos de pertenencia y referencia a la comunidad, a la congregación y a la Iglesia: Una
espiritualidad auténtica, jamás diluye la identidad personal, por el contrario, la refuerza dentro
de una identidad carismática, cada carisma define un tipo de vínculo y relación especifica con
Dios. me ofrece modelos de identificación. Me abre al amor a los hermanos: aceptar la
diversidad, convivir con la diferencia, me lleva al perdón y a la reconciliación, al compromiso
con el pobre, etc. Construyo una historia espiritual propia.
- Que me haga amar la vida y descubrir la belleza de la creación. La fe no sólo reclama ética o dogma,
precisamente porque Dios es amor, es Belleza (estética). La espiritualidad debe llevarme a
experimentar la bondad y presencia de Dios en el mundo. La historia de los fundadores y de los
grandes místicos muestra cómo la experiencia de Dios les hace captar especialmente los “signos
de los tiempos”. A la vez que les abre a una “espiritualidad ecológica”. Y crea un corazón
nuevo, unos ojos limpios y unos oídos atentos a la realidad que nos envuelve.
Las “crisis” marcan el camino de seguimiento de Jesús: Fruto de fracasos, decepciones, renuncias,
sacrificios, duelos, etc. O al descubrir que la vida religiosa no es como nos habíamos imaginado, o
el mundo en el que hemos intentado hacer real el proyecto de vida no se amolda ni se amoldará
jamás a nuestros planes y deseos, o al chocar con la reducción natural de toda vida, etc. Las crisis
cuestionan las motivaciones vocacionales. Es la prueba de la fe. Se resuelve analizando las causas
humanas y re-optando por Dios, desde un vínculo nuevo, purificado y más consistente. De nuevo
lo teologal vuelve a ser fundamental para superarlas.
- La clave de una espiritualidad auténtica: Capacidad para procesar la frustración en clave Pascual. El
conflicto se genera cuando nuestros intereses más íntimos (afectivos, de autoafirmación, de
éxito, etc.) chocan con el proyecto salvador de Dios (Mc 8, 31-38). Sin la experiencia del
conflicto con Dios, la relación de amor no crece ni madura. El conflicto se resuelve en clave de
fe, cuando la persona puede encontrar un nuevo sentido y despertar una nueva vivencia, como
acción del Espíritu en su interior. Lo experimenta como un “kairós” (acción de Dios) en su vida
y en el mundo. Y lo puede procesar en clave Pascual (Cf. Jn 12, 24-25).
Justamente la re-orientación del deseo humano va ser la gran lucha espiritual. El proceso de
“purificación” de las expectativas de los discípulos de Emaús, por parte del Jesús Resucitado, es
un claro ejemplo de ello (Cf. Lc, 24, 13-35). La experiencia teologal, cuyo objeto afectivo es
Dios en cuanto Dios, obliga al deseo no sólo a la no gratificación inmediata, sino a la negación
de toda apropiación. A abandonarse y confiar en Dios. A que yo me pregunte cómo Dios
quiere ser deseado. Amarlo como Él quiere ser amado.
- La experiencia de Dios como proceso de conversión: Podríamos decir que la experiencia teologal genera
un proceso de transformación interior, de conversión, a base de asumir la condición humana y
purificar aspectos personales que se infiltran en la espiritualidad. La finalidad es que “todos
lleguemos a la unidad de la fe del conocimiento del Hijo de Dios, al estado del hombre
perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13). Por eso, hay que
irse despojando del “hombre viejo”, para renovarse en lo más íntimo del espíritu y revestirse del
“hombre nuevo”, creado a imagen de Dios (Ef 4, 17-24).
- La experiencia teologal integra lo humano en una nueva experiencia unificadora del ser. La persona lo
experimenta como paz y consuelo, armonía y unidad interior. La fe es la que puede hacer la
síntesis liberadora de la tensión entre ideal y realidad. La razón es que la fe está más allá de toda
tensión. Ubica el corazón en Dios. Y da esperanza. Es obra del Espíritu en nosotros. Es quien
posibilita el “nuevo nacimiento” (Cf. Jn 3, 1-8).