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Actos Del Habla
Actos Del Habla
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LOS
ACTOS
DEL
HABLA
Por
Julio
Olalla
Mayor
“Abre
tus
ojos
y
tu
corazón
a
todas
las
inquietudes
humanas.
Ninguna
de
ellas
es
ajena
al
coaching”.
Julio
Olalla
Hemos
sostenido
que
a
través
del
lenguaje
no
sólo
describimos
nuestro
entorno
sino
que
también
generamos
mundos
de
posibilidades,
hacemos
que
ciertos
acontecimientos
ocurran,
modelamos
nuestra
identidad
y
coordinamos
acciones.
La
invitación
de
este
documento
es
a
revisar
los
principales
Actos
del
Habla,
con
el
fin
de
generar
nuevas
posibilidades
en
nuestras
conversaciones
e
intervenir
en
aquellos
ámbitos
personales
o
profesionales
que
estén
impregnados
de
inefectividad
y
sufrimiento.
Al
observar
nuestra
vida
cotidiana
podemos
darnos
cuenta
de
que
nuestro
quehacer
acontece
en
múltiples
redes
de
conversaciones:
pedimos
un
informe,
establecemos
un
compromiso,
cerramos
un
negocio,
ofrecemos
un
producto,
proponemos
una
solución,
consolamos
a
nuestros
hijos,
declaramos
nuestro
amor,
reclamamos
a
un
proveedor,
pedimos
perdón,
planeamos
las
vacaciones,
hablamos
por
teléfono,
saludamos
o
nos
despedimos.
Como
dice
el
biólogo
chileno
Humberto
Maturana,
"todo
vivir
humano
ocurre
en
conversaciones,
y
es
en
ese
espacio
donde
se
crea
la
realidad
en
que
vivimos."
Es
eso
lo
que
queremos
destacar
en
este
texto:
nuestra
vida
diaria
acontece
en
un
mundo
conversacional.
La
perspectiva
generativa
del
lenguaje
nos
abre
un
gran
terreno
de
aprendizaje
pues
transformando
nuestra
forma
de
comunicación
podemos
aumentar
sustancialmente
nuestra
efectividad;
la
coordinación
de
acciones
con
otros;
nuestro
bienestar
personal
y
nuestro
poder
personal.
Nuestra
experiencia
nos
muestra
que
gran
parte
del
sufrimiento
y
falta
de
efectividad
en
nuestras
vidas
personales
y/o
profesionales
tienen
relación
con
dificultades
o
carencias
en
nuestros
actos
del
habla:
no
sabemos
pedir
y
entonces
nos
quedamos
esperando
que
otros
realicen
acciones
por
nosotros;
o
no
establecemos
compromisos
con
claridad
en
los
tiempos
de
cumplimiento
y
las
condiciones
de
satisfacción
necesarias;
o
nos
cuesta
perdonar
o
reclamar
y
entonces
mantenemos
conversaciones
internas
con
nosotros
o
con
otros,
que
sólo
ocupan
nuestro
tiempo
y
energía
sin
generar
los
resultados
que
deseamos
o
esperamos.
Puede
ser
también
que
enjuiciemos
sin
fundamento
o
que
nuestras
afirmaciones
no
resulten
creíbles
para
los
demás.
Si
observamos
ahora
qué
“actos
del
habla”
realizamos
en
nuestra
vida,
descubrimos
que
básicamente
ejecutamos
cinco
tipos
de
acciones:
afirmamos,
declaramos,
pedimos,
ofrecemos
y
prometemos.
Miren
este
ejemplo:
La
hija
pide
permiso
para
ir
a
una
fiesta,
afirma
que
es
en
casa
de
determinada
amiga,
promete
regresar
a
determinada
hora
y
nosotros
le
ofrecemos
ir
a
buscarla,
ante
lo
cual
ella
declara
su
agradecimiento.
Todas
las
culturas,
idiomas
y
organizaciones
ejecutan,
aunque
de
muy
diversas
maneras,
los
cinco
actos
del
habla.
Puede
que
no
sepamos
japonés
o
desconozcamos
el
trabajo
específico
que
realiza
una
determinada
comunidad,
y
sin
embargo
podemos
señalar
que
dentro
de
ambas
culturas
se
afirma,
declara,
pide,
ofrece
y
promete.
Creemos
en
el
poder
de
acción
que
nos
da
el
“reconstruir”
las
conversaciones
y
la
coordinación
de
acciones
a
partir
de
los
actos
del
habla
que
están
comprometidos.
Consideramos
que
muchos
de
los
conflictos
y
problemas
que
declaramos
en
la
vida
personal
y
del
trabajo
pueden
ser
resueltos
a
partir
del
perfeccionamiento
de
nuestra
comunicación.
Por
ejemplo
el
agobio
puede
estar
vinculado
a
la
falta
de
capacidad
de
decir
“No”
a
los
pedidos
que
recibimos.
El
sufrimiento,
a
nuestra
incapacidad
para
pedir
ayuda
o
a
nuestra
incapacidad
para
ofrecernos
como
posibilidad.
La
falta
de
innovación
a
la
ausencia
de
conversaciones
de
posibilidades;
la
resignación
o
la
desmotivación
a
la
falta
de
una
declaración
de
misión
que
motive.
Dicho
esto,
veamos
en
detalle
las
promesas,
los
pedidos,
las
ofertas,
las
afirmaciones
y
las
declaraciones.
LAS
PROMESAS
Las
promesas,
junto
con
los
pedidos
y
las
ofertas,
son
los
actos
del
lenguaje
a
través
de
los
cuales
coordinamos
acciones
con
los
demás.
Sostenemos
que
la
vida
social
está
fundada
en
los
actos
de
pedir,
ofrecer
y
en
la
capacidad
de
hacer
y
cumplir
promesas.
Es
probable
que
una
conversación
empiece
con
una
oferta
o
con
un
pedido.
“Hablemos
de
este
asunto”,
o
“Tráeme
algo”
o
“¿Qué
te
parece
si
hacemos
esto?”.
La
promesa
va
a
surgir
por
lo
tanto
de
dos
espacios:
de
que
tú
aceptes
mi
pedido
o
de
que
tú
aceptes
mi
oferta.
La
promesa
siempre
supone
un
“compromiso
manifiesto
mutuo
de
acción
futura”.
Esto
es
importante
pues
una
petición
sólo
se
constituye
en
promesa
cuando
la
otra
parte
se
compromete
a
llevar
a
cabo
la
acción
que
se
le
solicita.
Asimismo,
la
oferta
sólo
se
constituye
en
promesa
cuando
la
otra
parte
acepta
que
realicemos
la
acción
que
estamos
proponiendo.
En
definitiva,
el
acto
de
establecer
una
promesa
se
cumple
sólo
cuando
el
pedido
o
la
oferta
son
aceptados
por
el
oyente.
Una
promesa
es
un
acto
siempre
lingüístico
que
se
constituye
como
tal
cuando
el
oyente
acepta
la
petición
u
oferta
que
le
son
formuladas.
Por
el
contrario,
el
acto
de
cumplir
una
promesa
puede
implicar
acciones
lingüísticas
y
no
lingüísticas.
La
promesa
de
dar
la
hora
se
cumple
con
un
acto
lingüístico
“son
las
12:05”;
la
promesa
de
construir
un
puente,
o
de
llevar
comida
a
casa
se
cumple
cuando
la
obra
está
construida
o
el
alimento
está
en
el
hogar.
El
ciclo
de
una
promesa
termina
cuando
el
que
pidió
o
aceptó
la
promesa
declara
que
se
ha
cumplido
a
su
satisfacción
lo
acordado;
es
el
simple
“gracias
por
pasarme
a
buscar
a
la
hora
convenida”
o
el
término
del
contrato
con
la
empresa
que
construyó
el
puente
y
su
respectiva
inauguración.
La
falta
de
declaración
de
término
en
el
ciclo
de
una
promesa
es
fuente
de
permanentes
conflictos
en
las
relaciones
humanas.
Como
dijimos,
toda
promesa
genera
una
acción
futura
que
se
llevará
a
cabo.
Sin
embargo,
ante
el
compromiso
de
la
acción
futura
podemos
iniciar
acciones
en
el
presente.
En
otras
palabras,
toda
promesa
da
lugar
a
una
compleja
red
o
danza
de
compromisos,
acciones,
ofertas
y
peticiones.
Veamos
un
ejemplo:
Si
arreglando
mi
casa
establezco
el
compromiso
con
el
pintor
de
que
éste
se
presentará
el
20
de
julio
a
las
10
de
la
mañana
y
que
el
trabajo
estará
listo
el
22
en
horas
de
la
tarde,
ante
ese
compromiso,
yo
puedo
iniciar
conversaciones
con
la
empresa
de
alfombras
para
que
inicie
la
instalación
el
día
23.
Además
puedo
solicitar
al
carpintero
que
venga
a
instalar
las
repisas
y
muebles
del
escritorio
el
24
en
la
mañana.
Al
tiempo
hago
un
pedido
a
mis
hijos
para
que
saquen
de
las
paredes
cuadros,
afiches
y
todo
aquello
que
moleste
para
la
pintura;
me
pongo
de
acuerdo
con
mi
familia
para
no
hacer
vida
social
en
casa
durante
esos
días
y,
por
último,
programo
el
retiro
de
los
fondos
del
banco
para
el
día
23
en
la
mañana
a
fin
de
pagar
al
pintor
por
el
servicio
prestado.
En
definitiva,
ante
una
promesa
de
acción
futura
se
genera
un
mundo
de
acciones
posibles
que
antes
de
la
promesa
eran
imposibles.
Como
pueden
darse
cuenta,
es
tremendo
el
poder
de
acción
y
de
coordinación
de
acciones
que
nos
abren
las
promesas.
En
sentido
contrario,
es
posible
observar
el
costo,
la
insatisfacción,
la
pérdida
de
energía,
tiempo
y
recursos
que
produce
el
incumplimiento
de
las
promesas
o
nuestra
incapacidad
para
establecer
compromisos
efectivos.
Todos
sabemos
lo
difícil
y
desagradable
que
es
trabajar
o
coordinar
acciones
en
culturas
organizacionales
donde
no
se
puede
confiar
en
el
cumplimiento
de
las
promesas
que
se
establecen
y
en
el
reducido
poder
de
acción
futura
que
tenemos
en
ellas,
pues
nadie
puede
iniciar
otros
compromisos
hasta
comprobar
que
la
promesa
se
ha
cumplido.
Consideramos
que
la
identidad
pública
de
las
personas
y
organizaciones
se
construye
en
gran
medida
a
partir
de
la
capacidad
que
éstas
manifiestan
para
realizar
ofertas,
aceptar
pedidos
y,
por
sobre
todo,
hacer
y
cumplir
promesas.
Sostenemos
que
nuestra
capacidad
o
incapacidad
de
hacer
promesas
define
en
nosotros
una
forma
de
ser
y
el
mundo
de
posibilidades
que
tenemos
a
la
mano.
El
incumplimiento
de
una
promesa
por
su
no
realización
o
por
no
cumplir
con
las
condiciones
de
satisfacción
estipuladas
da
origen
a
un
legítimo
reclamo,
pues
la
falta
al
compromiso
ha
provocado
un
daño
en
la
coordinación
de
acciones
en
que
se
encontraba
inmersa
dicha
promesa.
Sin
embargo,
en
toda
promesa
que
hacemos,
al
ser
un
compromiso
de
acción
futura,
existe
una
probabilidad
de
no
poder
cumplirla,
por
motivos
de
“fuerza
mayor”.
En
esos
casos
nuestro
compromiso
es
revocar
oportunamente
la
promesa
y
ofrecer
una
solución
alternativa
que
no
interrumpa
la
red
de
acciones
futuras
que
se
ven
amenazadas
por
nuestra
revocación.
Si
el
maestro
que
nos
va
a
pintar
la
casa
se
enferma,
su
compromiso
es
llamarnos
de
inmediato
y
ofrecernos
otro
pintor
que
pueda
hacerse
cargo
de
la
tarea
en
los
tiempos
requeridos.
Si
la
empresa
que
nos
prometió
un
modelo
determinado
de
computadores
para
nuestra
organización
no
cumplirá
su
pedido
por
un
accidente
sufrido
en
el
traslado
de
los
equipos
desde
el
exterior,
asume
el
compromiso
de
avisarnos
a
tiempo,
ofrecernos
otros
equipos
o
comunicarnos
con
otra
empresa
que
pueda
cumplir
con
nuestra
solicitud.
• Los
elementos
de
una
promesa
En
todo
acto
de
prometer
están
presentes
los
siguientes
elementos:
un
orador,
un
oyente,
una
acción
a
llevarse
a
cabo
con
sus
condiciones
de
satisfacción,
el
tiempo
de
cumplimiento,
un
trasfondo
de
obviedad
y
la
confianza.
Sostenemos
que
el
grado
de
efectividad
de
nuestras
promesas
pasa
por
la
adecuada
presencia
de
estos
elementos.
Veámoslos
en
detalle.
Orador:
es
quien
hace
la
oferta
o
el
pedido
para
iniciar
el
acto
de
una
promesa.
Como
dijimos
antes,
las
promesas
son
un
acto
lingüístico
que
involucra
al
menos
a
dos
personas.
Y
el
orador
es
quien
abre
la
conversación
que
conducirá
a
que
se
establezca
una
promesa,
sea
que
ofrezca
algo
o
que
pida
algo.
Gran
parte
de
los
problemas
para
que
se
establezca
una
promesa
efectiva
deriva
de
la
incapacidad
e
inefectividad
del
orador
para
establecer
de
manera
clara
y
precisa
lo
que
está
pidiendo
u
ofreciendo.
Puede
pasar
también
que
el
orador
formule
peticiones
u
ofertas
que
no
son
escuchadas
como
tales
y,
por
tanto,
no
dan
origen
a
la
acción
futura
que
éste
espera.
Son
peticiones
como
“me
gustaría
que
me
pases
a
buscar
a
las
3”
o
“si
puedes,
me
entregas
el
informe
a
tal
hora”
u
ofertas
como
“almorcemos
un
día
de
estos”.
Todas
ellas
dejan
un
espacio
a
la
ambigüedad
y
dejan
abierta
la
posibilidad
de
que
la
promesa
pretendida
no
se
cumpla.
Hay
una
gran
diferencia
con
“pasa
por
mí
a
las
3”,
“entrégame
el
informe
a
tal
hora”
o
“almorcemos
el
próximo
jueves”.
Otro
ámbito
de
problemas
en
el
mundo
de
las
promesas
se
origina
cuando
el
orador
busca
el
cumplimiento
de
una
promesa
sin
tener
un
destinatario
preciso
para
su
pedido
u
oferta.
Todos
conocemos
el
acuerdo
de
las
reuniones
que
dice
“para
el
próximo
lunes
es
necesario
presentar
el
presupuesto
en
el
comité
ejecutivo”.
En
este
caso
es
posible
observar
que
la
acción
está
clara,
y
sin
embargo,
no
existe
un
responsable
de
que
esta
promesa
se
cumpla.
En
otro
ejemplo,
seguramente,
en
algún
momento
todos
hemos
pronunciado
las
palabras
¡¡Teléfono!!
o
¡¡Timbre!!,
a
la
espera
de
que
alguien
en
la
casa
se
dé
por
aludido
con
nuestro
pedido.
Oyente:
es
a
quien
va
dirigida
la
petición
o
la
oferta.
Es
en
el
momento
que
el
oyente
acepta
la
petición
o
la
oferta
que
se
establece
la
promesa.
Del
lado
del
oyente
pueden
producirse
problemas
—y
a
veces
grandes
dosis
de
sufrimiento—
si
éste
acepta
un
pedido
que
hubiera
preferido
rehusar
o
del
cual
no
tiene
seguridad
de
poder
cumplir.
Igualmente,
si
no
acepta
un
ofrecimiento
que
se
le
hace,
bajo
el
supuesto
de
que
es
capaz
de
hacer
todo
o
de
que
no
quiere
molestar
a
otras
personas.
Cuando
el
oyente
tiene
problemas
para
rehusar
pedidos,
su
agenda
se
ve
atorada
de
compromisos
que
no
puede
cumplir,
trabaja
en
horas
de
descanso
y
sacrifica
la
excelencia
por
el
mero
cumplimiento.
Una
acción
a
llevarse
a
cabo
con
sus
condiciones
de
satisfacción:
el
orador
y
el
oyente
establecen
la
acción
comprometida
bajo
ciertos
parámetros
de
cómo
ésta
debe
cumplirse.
Estas
condiciones
se
establecen
en
el
momento
en
que
orador
y
oyente
acuerdan
la
promesa.
El
no
establecer
con
claridad
las
condiciones
de
satisfacción
es
una
fuente
importante
de
malos
entendidos,
descoordinaciones
y
conflictos
en
nuestras
relaciones
personales
y
laborales,
y
esto
debido
a
la
distinta
idea
que
tienen
las
partes
sobre
cómo
debe
cumplirse
la
promesa
que
se
ha
establecido.
Seguramente
ustedes
han
escuchado
estas
frases:
“Pensé
que
el
informe
lo
requerías
sin
los
porcentajes
de
ventas
por
mes”,
“Patrón,
yo
creí
que
quería
el
techo
blanco”,
“Yo
supuse
que
usted
estaba
enterado
del
costo
del
arreglo”,
o
“Pensé
que
querías
quedarte
en
casa
esta
noche”.
El
origen
habitual
de
las
diferencias
en
las
condiciones
de
satisfacción
se
produce
porque
no
las
especificamos
con
claridad
al
momento
de
formular
la
oferta
o
el
pedido.
Estamos
en
una
situación
en
que
el
orador
y
el
oyente
están
de
acuerdo
en
que
una
determinada
promesa
se
hizo
pero
cada
uno
entiende
de
manera
diferente
lo
que
se
prometió.
Y
al
final
las
dos
personas
involucradas
en
la
promesa
comprobarán
que
la
acción
resultante
no
produce
la
satisfacción
que
se
esperaba.
Tiempo
de
cumplimiento:
Una
de
las
condiciones
claves
para
el
adecuado
desarrollo
de
una
promesa
es
su
fecha
de
cumplimiento.
Sin
la
determinación
explícita
de
cuándo
se
dará
cumplimiento
a
lo
acordado,
la
promesa
puede
existir
pero
está
mal
formulada,
pues
sin
un
tiempo
no
es
posible
generar
otros
compromisos
de
acción
con
seguridad
y
menos
aún
dar
origen
a
un
reclamo
por
su
incumplimiento.
En
nuestra
experiencia
en
organizaciones
nos
ha
tocado
observar
cientos
de
“supuestos
compromisos”
adoptados
por
los
grupos
directivos
o
equipos
de
trabajo
que
al
no
contar
con
fechas
de
cumplimiento
explícitos,
duermen
en
el
baúl
de
las
buenas
intenciones
o,
peor
aún,
se
suman
a
la
frustración
organizacional.
Si
en
casa
digo
“Voy
a
arreglar
esa
puerta”
y
no
especifico
un
tiempo,
no
se
puede
considerar
en
rigor
que
sea
una
promesa.
Trasfondo
de
obviedad:
toda
conversación
se
da
en
un
contexto
de
significados
compartidos,
es
decir,
se
da
por
supuesto
que
todas
las
partes
involucradas
en
la
promesa
saben
en
qué
consiste
lo
que
se
está
prometiendo.
Cuando
Juan
dice
“prometo
traer
los
libros
para
que
estudiemos
esta
noche”,
se
está
operando
sobre
la
presuposición
de
que
Juan
sabe,
al
igual
que
todos
los
concernidos,
de
qué
libros
se
trata
y
dónde
y
a
qué
hora
será
la
reunión.
Las
culturas
generan
trasfondos
de
obviedad
que
permiten
producir
economías
importantes
en
los
actos
de
hacer
promesas:
las
siglas
o
sobrenombres
de
programas
o
productos,
las
presuposiciones
compartidas
de
condiciones
de
satisfacción,
los
ritos
que
hay
que
seguir
para
que
los
pedidos
sean
efectivos
o
las
ofertas
escuchadas,
la
forma
en
que
debemos
presentarnos
o
comportarnos
en
determinadas
ocasiones
o
los
lugares
en
donde
se
da
cumplimiento
a
la
promesa.
El
problema
surge
cuando
ante
personas
u
organizaciones
que
presentan
otras
culturas,
nosotros
operamos
como
si
ellos
compartieran
nuestro
trasfondo
de
obviedad.
Sólo
en
algunos
países
entendemos
lo
que
significa
juntarnos
“tipín
5”,
“entre
cuatro
a
cuatro
y
media”
o
“ahorita”.
En
algunos
países,
por
ejemplo,
“ahorita
lo
hago”
significa
“lo
haré
ya
mismo”,
mientras
que
“ahora
lo
hago”
significa
“lo
haré
más
tarde”.
Confianza
sobre
sinceridad
y
competencia:
En
las
promesas
asumimos
que
existe
un
compromiso
de
confianza
para
realizar
las
acciones
comprometidas.
Esa
confianza
se
da
sobre
dos
elementos:
la
competencia
y
la
sinceridad
para
cumplir
con
lo
prometido.
Al
hablar
de
competencia,
confiamos
en
que
la
persona
que
hizo
la
promesa
o
uno
mismo
cuenta
con
los
recursos,
habilidades
y
competencias
necesarias
para
dar
adecuado
cumplimiento
a
la
promesa.
En
el
caso
de
la
sinceridad,
confiamos
en
que
la
persona
que
hizo
la
promesa
o
uno
mismo
realmente
tiene
la
intención
de
dar
cumplimiento
a
la
promesa
en
la
forma
que
fue
pactada.
Por
ejemplo,
podemos
juzgar
sincera
una
promesa
que
nos
hace
nuestro
equipo
de
trabajo,
pero
dudamos
de
su
competencia
para
cumplir
lo
prometido
en
el
tiempo
pactado.
O
al
revés.
Es
clásico
que
cuando
necesitamos
una
reparación
en
casa
llamamos
a
personas
de
cuya
competencia
técnica
no
dudamos
pero
sí
dudamos
de
su
sinceridad
al
decirnos
que
se
presentarán
tal
día
a
determinada
hora.
Las
dudas
sobre
la
sinceridad
o
la
competencia
a
la
hora
de
una
promesa
generan
un
factor
de
desconfianza,
con
altos
costos
de
sufrimiento
y
pérdidas
enormes
de
tiempo
y
credibilidad,
entre
otras
cosas.
*
*
*
Las
promesas
implican
un
compromiso
manifiesto
mutuo.
Si
prometo
algo
a
alguien,
esa
persona
puede
confiar
en
ello
y
esperar
que
cumpla
con
las
condiciones
de
satisfacción
de
mi
promesa.
Esto
no
es
solamente
un
compromiso
personal
sino
social.
Nuestras
comunidades,
como
condición
fundamental
para
la
coexistencia,
se
preocupan
de
asegurar
que
las
personas
cumplan
sus
promesas
y,
por
lo
general,
sancionan
a
quienes
no
lo
hacen.
En
ambientes
menos
formales,
el
incumplimiento
de
una
promesa
nos
da
derecho
a
formular
un
reclamo.
La
capacidad
de
hacer
promesas
nos
permite
incrementar
nuestra
capacidad
de
acción;
podemos
lograr
cosas
que
no
nos
hubieran
sido
posibles
sin
la
habilidad
de
coordinar
nuestra
acción
con
la
de
otros.
Basta
mirar
alrededor
y
observar
nuestro
mundo
para
comprobar
que
gran
parte
de
lo
que
observamos
descansa
en
la
capacidad
de
los
seres
humanos
de
hacer
promesas.
LOS
PEDIDOS
Hemos
dicho
que
las
promesas
se
inician
con
un
pedido
o
una
oferta.
Veamos
con
mayor
detalle
el
tema
de
los
pedidos.
Un
pedido
es
el
acto
que
realizas
para
que
a
través
de
la
acción
de
otros
ocurra
o
pase
algo
que
de
otra
manera
no
va
a
pasar.
Algo
que
en
el
curso
normal
de
los
eventos
no
iba
a
ocurrir.
Desde
el
punto
de
vista
estrictamente
lingüístico,
tiene
esta
estructura:
“yo
te
pido
que
hagas
X
en
tiempo
Y”.
Es
decir,
“Yo
te
pido
que
hagas
algo
en
tiempo
tal”.
El
verbo
pedir
no
es
el
único
que
existe
para
referirse
a
los
pedidos,
podemos
decir
por
ejemplo
“te
ruego”,
“te
imploro”,
“te
ordeno”,
“te
exijo”,
“te
invito”,
“te
sugiero”.
Todos
ellos
indican
un
pedido
pero
indican
también
una
relación
diferente
entre
nosotros.
Si
yo
voy
por
la
calle
y
le
digo
a
alguien
“le
exijo
que
me
diga
la
hora”,
es
posible
que
pase
de
largo
sin
hacerme
caso.
Diferente
situación
se
presentaría
si
simplemente
“le
pido
que
me
diga
la
hora”.
El
pedido
es
una
coordinación
de
acciones
con
mi
interlocutor,
donde
se
pone
en
juego
una
promesa
condicional,
puesto
que
para
que
el
pedido
se
transforme
en
promesa,
la
persona
a
quien
pedimos
debe
aceptar.
Me
interesa
que
vean
que
el
verbo
pedir
ejecuta
un
milagro,
y
lo
voy
a
decir
así
para
llamarles
la
atención
de
lo
que
estamos
haciendo.
Piensen
en
lo
mágico
que
es
esto:
algo
en
el
curso
normal
de
los
eventos
no
va
a
ocurrir
y
ejerzo
esta
magia
de
poder
pedir,
y
porque
pido
eso,
ahora
puede
ocurrir.
Yo
puedo
decir
a
alguien
“tráeme
un
vaso
de
agua”
y
si
esa
persona
acepta
mi
pedido
va
a
haber
un
vaso
de
agua
milagrosamente
al
alcance
de
mi
mano.
Los
pedidos
tienen
elementos
que
son
comunes
a
las
ofertas
y
las
promesas
y
que
vimos
en
el
punto
anterior.
Es
decir
hay
alguien
que
pide,
a
quien
llamamos
el
orador.
Y
hay
también
un
oyente,
a
quien
se
dirige
el
pedido.
Después
de
eso
hay
una
acción
futura
y
un
tiempo
para
cumplir
el
pedido.
Al
igual
que
en
las
promesas,
aquí
intervienen
los
elementos
de
confianza
sobre
la
sinceridad
y
la
competencia
al
momento
de
hacer
un
pedido.
Si
yo
le
pido
a
Catalina
que
escriba
un
programa
de
computación,
estoy
suponiendo
que
ella
tiene
la
capacidad
y
la
habilidad
para
hacerlo,es
decir
tiene
las
competencias
para
hacerlo.
O
en
el
caso
de
la
sinceridad,
si
le
pido
a
alguien
que
vaya
a
buscarme
algo,
y
esa
persona
considera
que
mi
pedido
lo
que
en
realidad
pretendía
era
alejarla
del
lugar
donde
estoy,
va
a
juzgar
poco
sincero
mi
pedido,
y
posiblemente
vaya
a
fracasar.
También
acá
hay
un
trasfondo
de
obviedad:
si
yo
le
pido
a
Sebastián
“tráeme
ese
libro
de
tapa
azul
que
está
en
la
mesa
de
atrás”,
existe
la
posibilidad
de
que
tenga
con
Sebastián
un
trasfondo
de
obviedad
compartido,
con
lo
cual
no
le
tengo
que
explicar
qué
es
el
color
azul,
ni
lo
que
es
un
libro,
ni
lo
que
es
una
mesa
de
atrás.
Al
revés,
cuando
hablo
con
un
cineasta
que
me
pide
que
le
traiga
su
steadycam,
como
no
comparto
su
lenguaje
profesional,
no
voy
a
saber
cómo
actuar
ante
su
pedido,
pues
en
ese
terreno
no
tengo
con
el
cineasta
un
trasfondo
de
obviedad
compartida.
He
dejado
para
el
final
un
elemento
de
extraordinaria
importancia:
imaginen
que
voy
a
un
restaurante
y
le
digo
a
la
persona
que
me
atiende
“tráigame
un
emparedado”,
y
la
persona
me
dice
sí,
¿tengo
algún
modo
de
saber
qué
emparedado
voy
a
comer?
No
tengo
ni
idea
ni
tampoco
el
mesero,
que
me
dijo
que
sí
sin
saber
a
qué
me
refiero.
Y
eso
es
porque
a
mi
pedido
le
faltan
mis
condiciones
de
satisfacción.
Esto
es
muy
importante:
en
la
vida
nos
quejamos
de
condiciones
de
satisfacción
pero
muchas
veces
en
nuestros
pedidos
no
establecemos
qué
es
aquello
que
nos
va
a
producir
satisfacción.
Entonces,
retomando
el
ejemplo
anterior,
si
digo
“tráeme
un
emparedado
de
jamón
con
tomate
y
quiero
que
además
le
pongas
un
poco
de
mantequilla
en
pan
negro”,
lo
más
probable
es
que
como
establecí
mis
condiciones
de
satisfacción
yo
voy
a
recibir
algo
que
me
va
a
satisfacer
no
solo
a
mí
sino
a
quien
me
cumple
el
pedido
—si
es
que
él
lo
aceptó
como
se
lo
hice—
porque
sabe
lo
que
me
tiene
que
traer.
¿Han
visto
esas
reuniones
en
la
oficina
cuando
el
jefe
llega
de
mal
genio?
El
jefe
cita
a
Fernando
y
le
dice
“quiero
ese
maldito
reporte
para
las
cinco
de
la
tarde.
¿Lo
entendió
claro?”
Fernando,
asustado,
simplemente
asiente
ante
el
pedido
del
jefe.
Cuando
sale,
todos
en
la
oficina
están
pendientes.
“¿Qué
quiere
el
jefe?”.
¿Saben
cómo
se
llama
ese
día
en
la
oficina?
Es
el
día
de
adivinar
el
pedido
del
jefe
¿y
saben
cuánto
tiempo
se
pierde
en
nuestras
organizaciones
en
estos
juegos?
El
jefe
no
establece
las
condiciones
de
satisfacción
y
no
tenemos
ni
idea
de
qué
va
a
satisfacerlo.
Como
ven,
el
pedir
es
un
acto
extraordinario
más
allá
de
cualquier
cosa
porque
no
sólo
tiene
que
ver
con
lo
que
he
pedido
sino
que
genera
en
el
mundo
una
identidad
de
quién
soy
yo.
Y
fíjense
en
esto,
el
acto
de
pedir
es
muy
duro
para
muchas
personas.
Ustedes
reconocerán,
o
a
lo
mejor
se
reconocerán
a
sí
mismos
en
un
personaje
que
da
vueltas
y
vueltas
para
pedir
porque
no
se
atreve.
Y
eso
tiene
un
enorme
costo
en
la
identidad
de
quien
soy
y
en
la
forma
de
relacionarme
con
los
demás.
¿Se
han
dado
cuenta
de
que
en
los
pedidos
ordinarios
que
hacemos
en
nuestras
vidas
recurrentemente
nos
faltan
dos
elementos?
¿Se
dieron
cuenta
cuáles
son?
Tiempo
y
condiciones
de
satisfacción.
En
otras
palabras
no
sabemos
qué
nos
va
a
satisfacer
ni
cuándo.
Así
nos
pasa
en
nuestra
vida
diaria.
Cuando
empezamos
a
mirar
esto
nos
damos
cuenta
de
que
nuestra
forma
de
pedir
puede
ser
muy
poco
efectiva.
También
tiene
esto
que
ver
con
que
muchas
personas
evitan
pedir,
le
van
dando
vuelta
y
no
se
enfrentan
al
acto
de
pedir
con
todo
el
poder
que
esto
significa.
Por
último,
es
importante
ver
que
en
los
pedidos
la
responsabilidad
también
está
en
quien
acepta
el
pedido.
Yo
te
puedo
pedir
a
ti
algo,
y
si
tú
me
dices
que
sí,
sin
tener
claras
las
condiciones
de
satisfacción,
eres
responsable
conmigo
de
estar
insatisfecho
al
final.
LAS
OFERTAS
Otra
forma
de
iniciar
una
promesa
es
a
través
de
una
oferta.
Una
oferta,
desde
el
punto
de
vista
lingüístico,
tiene
esta
estructura:
“yo
ofrezco
hacer
X
en
tiempo
Y”.
Es
decir,
“Yo
ofrezco
hacer
tal
cosa
en
determinado
tiempo”.
El
verbo
ofrecer
no
es
el
único
que
existe
para
referirse
a
las
ofertas:
Podemos
decir,
por
ejemplo
“Me
comprometo
a”
o
“me
propongo
para
hacer
X”,
o
“te
entregaré
X”.
Todos
ellos
significan
formas
de
ofrecer
algo.
La
oferta
es
una
coordinación
de
acciones
con
mi
interlocutor,
donde
se
pone
en
juego
una
promesa
condicional,
puesto
que
para
que
la
oferta
se
transforme
en
promesa,
la
persona
a
quien
ofrecemos
debe
aceptar
las
condiciones
ofrecidas.
Es
decir,
primero
hay
una
oferta
y
cuando
hay
un
acuerdo
con
nuestro
interlocutor,
se
transforma
en
una
promesa,
que
termina
cuando
yo
realice
lo
que
prometí
y
el
interlocutor
considere
que
lo
ofrecido
cumple
con
sus
condiciones
de
satisfacción.
Las
ofertas
tienen
los
mismos
elementos
que
ya
vimos
en
las
promesas
y
los
pedidos.
Es
decir,
un
orador,
un
oyente,
una
acción
futura
con
sus
condiciones
de
satisfacción
y
un
tiempo
para
que
se
cumpla
la
oferta.
Igualmente,
al
momento
de
ofrecer
estoy
diciendo
que
tengo
la
competencia
y
la
sinceridad
para
hacer
lo
que
estoy
ofreciendo
y
hay
un
trasfondo
de
obviedad
compartida.
Es
importante
entender
que
mis
ofertas
sólo
tienen
poder
cuando
lo
que
yo
ofrezco
se
hace
cargo
de
una
necesidad
o
de
un
quiebre
de
los
demás.
Cuando
yo
ofrezco
me
estoy
haciendo
cargo
de
algo
que
le
falta
al
oyente,
al
contrario
de
los
pedidos
en
que
me
hago
cargo
de
algo
que
me
falta
a
mí
como
orador.
Al
ofrecer,
estamos
poniendo
en
juego
nuestra
identidad
pública,
en
la
medida
en
que
seamos
capaces
de
cumplir
o
no
con
lo
que
ofrecemos
a
otros.
¿Cuán
competente
soy
en
hacer
ofertas?
¿Cuán
consistente
soy
en
hacer
que
se
cumplan?
En
nuestras
relaciones
personales
—con
nuestra
familia,
amigos
o
en
el
espacio
de
trabajo—
nos
constituimos
nosotros
mismos
como
una
oferta,
aunque
no
seamos
conscientes
de
que
al
comportarnos
de
determinada
manera
nos
constituimos
o
dejamos
de
constituirnos
en
“oferta”,
es
decir
para
abrirnos
o
cerrarnos
como
posibilidades
para
los
otros.
Les
voy
a
poner
un
ejemplo:
si
Antonio
es
una
persona
que
se
queja
permanentemente
de
todo,
que
pone
problemas
para
cada
situación,
difícilmente
piense
en
él
para
que
me
acompañe
a
tomar
un
café
o
para
invitarlo
a
una
fiesta.
Dicho
de
otra
manera,
no
será
una
oferta
de
mi
agrado
si
pienso
en
salir
a
divertirme
con
alguien.
Por
el
contrario
si
Carlota
en
su
trabajo
muestra
iniciativas
más
allá
de
lo
que
se
le
pide;
si
muestra
entusiasmo
en
lo
que
está
haciendo
o
se
preocupa
por
mejorar,
se
constituye
en
una
oferta
para
sus
empleadores,
que
le
pueden
abrir
a
ella
oportunidades
para
una
promoción
o
para
un
aumento
de
salario.
El
constituirnos
en
una
buena
oferta
puede
generar
oportunidades
para
acordar
invitaciones
o
promociones
(siguiendo
los
ejemplos
previos),
transformándose
este
acuerdo
en
una
promesa
de
que
vamos
a
pasar
una
tarde
agradable
con
alguien
o
que
voy
a
ascender
en
mi
empresa,
por
ejemplo.
LAS
AFIRMACIONES
En
la
concepción
que
hemos
venido
desarrollando,
sostenemos
que
las
afirmaciones
son
proposiciones
que
hacemos
sobre
lo
que
para
nosotros
o
una
determinada
comunidad
constituye
su
realidad.
Nos
parece
importante
dejar
en
claro,
antes
de
seguir,
que
esta
realidad
a
la
que
nos
referimos
no
corresponde
a
cómo
son
las
cosas
sino
a
cómo
las
observamos.
Cada
vez
que
afirmamos,
describimos
una
propiedad,
acción,
cualidad
o
relación
que
atribuimos
a
las
distinciones
que
tenemos:
“la
puerta
es
de
madera”,
“está
lloviendo
en
Santiago”,
“la
empresa
tuvo
una
utilidad
de
mil
millones”,
“esto
es
un
cuaderno”.
Desde
esta
perspectiva,
podemos
señalar
que
en
una
afirmación
el
lenguaje
se
acomoda
o
sigue
a
la
realidad.
Dentro
de
una
determinada
comunidad
lingüística,
las
afirmaciones
pueden
ser
verdaderas
o
falsas.
Una
afirmación
es
verdadera
cuando
podemos
proporcionar
un
testigo
o
evidencia
válida
para
mi
comunidad
que
prueba
que
lo
dicho
coincide
con
nuestras
observaciones.
Cuando
un
orador
hace
afirmaciones,
lo
que
le
concierne
es
definir
lo
que
es
verdadero
y
lo
que
es
falso.
Esa
es
la
inquietud
del
orador
cuando
hace
una
afirmación.
Las
afirmaciones
por
lo
tanto
viven
en
el
dominio
de
la
inquietud
de
los
seres
humanos
por
definir
qué
es
verdadero
y
qué
es
falso.
Podemos
decir
que
en
una
sala
hay
300
personas
o
podemos
decir
que
hay
15
personas,
y
las
dos
son
afirmaciones.
Sabemos
que
las
dos
no
pueden
ser
verdaderas,
pero
ambas
son
afirmaciones.
Si
ustedes
son
testigos,
podrán
determinar
si
alguna
de
las
dos
afirmaciones
es
verdadera.
Una
típica
afirmación
es
algo
así
como:
“Yo
afirmo
que
X
es
tal
cosa”.
“Hay
22
grados
de
calor”
es
una
afirmación
que
puede
ser
comprobada
por
medio
del
termómetro
como
evidencia
válida
para
nuestra
comunidad.
“El
informe
ya
fue
entregado
a
Marco”,
es
una
afirmación
que
puede
ser
corroborada
llamando
a
Marco
(como
testigo
válido)
o
pidiendo
que
traiga
el
documento
(como
evidencia).
“Llovió
en
la
Patagonia
el
primer
día
del
año
3”,
es
una
afirmación
indecidible
pues
no
contamos
con
testigo
o
evidencia
válida
en
nuestra
comunidad
para
determinar
la
falsedad
o
veracidad
de
dicha
afirmación.
“La
empresa
tuvo
una
utilidad
de
mil
millones”
es
una
afirmación,
es
comprobable
con
la
auditoría
independiente.
“Ya
pagué
esta
cuenta
del
gas”
es
comprobable
con
la
boleta
timbrada.
Las
afirmaciones
sólo
tienen
sentido
dentro
de
un
espacio
consensuado
de
distinciones:
la
afirmación
“Papá
Noel
me
trajo
una
bicicleta”,
es
verdadera
dentro
de
la
comunidad
de
un
jardín
infantil
occidental,
pero
es
falsa
para
la
comunidad
de
los
adultos
y
hubiera
sido
incomprensible
para
las
comunidades
precolombinas
de
América.
Las
afirmaciones
son
muy
simples
cuando
mi
contraparte
es
testigo
de
lo
que
estoy
diciendo,
como
por
ejemplo
si
estoy
con
esa
otra
persona
y
le
digo
“Hay
sol”.
Pero
la
mayor
parte
de
las
afirmaciones
que
los
seres
humanos
hacemos
no
van
seguidas
de
un
testimonio
presencial
de
lo
que
se
dice,
entonces
el
tema
se
resuelve
con
lo
que
conocemos
como
la
evidencia.
Cuando
un
orador
dice
“yo
tengo
algo
en
tal
parte”,
pero
nadie
lo
está
viendo,
seguramente
quienes
escuchan
pedirán
evidencias
de
lo
que
se
está
afirmando,
si
es
que
la
afirmación
es
importante
para
la
relación
de
quienes
hablan.
Esto
puede
ser
relevante
por
ejemplo
en
la
venta
de
una
computadora
cuya
promesa
de
venta
es
que
tiene
características
especiales.
En
ese
caso
con
seguridad
pediremos
que
nos
muestren
la
computadora
para
comprobar
sus
características,
es
decir
pediremos
una
evidencia.
La
palabra
evidencia
viene
del
latín
videre
(ver).
Cuando
los
seres
humanos
afirmamos
algo,
de
acuerdo
a
la
importancia
de
lo
que
afirmamos,
nos
exigimos
evidencias.
La
evidencia
es
un
acuerdo
entre
las
partes.
Cuando
hay
una
negociación
laboral,
el
sindicato
puede
afirmar
decir
que
“el
costo
de
vida
subió
un
7%”,
mientas
la
organización
patronal
afirma
que
“subió
el
3%”.
Allí
hay
dos
afirmaciones
que
no
pueden
ser
verdaderas
las
dos
y
que,
para
una
negociación,
es
fundamental
precisar.
En
ese
caso
va
a
depender
de
la
negociación
de
la
evidencia.
La
evidencia
puede
ser
el
reporte
del
Ministerio
de
Economía,
o
de
una
empresa
privada
o
de
un
instituto
de
medición
independiente.
La
evidencia
en
este
caso
será
aquella
que
el
sindicato
y
la
patronal
acuerden
o
negocien
como
tal.
Puede
suceder
también
que
lo
que
hoy
aceptamos
como
evidencia
mañana
no
lo
aceptemos.
La
ciencia
está
llena
de
estos
ejemplos.
En
la
medida
que
ella
avanza,
las
afirmaciones
que
creíamos
válidas
ya
no
lo
son
y
surgen
nuevas
afirmaciones.
En
algún
momento
se
consideraba
verdadera
la
afirmación
“la
Vía
Láctea
es
la
única
galaxia
en
el
Universo”,
y
las
evidencias
en
el
siglo
XX
la
desmintieron.
Como
hemos
señalado,
cada
vez
que
realizamos
un
acto
en
el
lenguaje
asumimos
un
compromiso
social
ante
la
comunidad.
En
el
caso
de
las
afirmaciones,
nos
comprometemos
con
la
veracidad
de
nuestras
observaciones;
es
decir,
asumimos
el
compromiso
de
que
lo
que
decimos
corresponde
a
lo
que
es
realidad
para
nuestra
comunidad.
Es
por
el
compromiso
que
asumimos
al
momento
de
afirmar
que
nuestra
identidad
personal
y
profesional
se
ve
afectada,
pues
cada
vez
que
afirmamos
ponemos
en
juego
nuestra
veracidad.
Otro
aspecto
a
considerar
en
las
afirmaciones
es
su
relevancia.
Sostenemos
que
las
afirmaciones
son
relevantes
o
tienen
valor
para
nosotros
cuando
ellas
son
significativas
para
el
diseño,
la
ejecución
o
el
sentido
que
damos
a
nuestras
acciones.
“Mañana
habrá
33
grados
en
mi
ciudad”,
es
relevante
para
determinar
qué
ropa
me
pongo,
o
qué
tipo
de
labores
debo
realizar
en
mi
huerto.
“Mañana
habrá
33
grados
en
Pakistán”,
es
una
afirmación
que
no
me
es
relevante,
pues
no
tengo
planificado
estar
en
Pakistán
mañana
y
no
tengo
ningún
familiar
o
conocido
viviendo
allá.
Otro
ejemplo:
“La
organización
creció
un
2,8%
en
sus
ventas
respecto
al
año
anterior”,
es
relevante
si
queremos
planificar
el
año
que
viene.
Queremos
realizar
una
breve
reflexión
sobre
las
afirmaciones
y
la
posibilidad
de
aumentar
el
bienestar
y
efectividad
en
nuestra
vida.
Cuando
recurrentemente
actuamos
con
veracidad
en
nuestras
afirmaciones,
generamos
una
relación
de
confianza
con
los
otros
que
hace
que
simplemente
“yo
crea
lo
que
tú
afirmas
por
el
solo
hecho
de
que
tú
lo
dices”.
Este
acto
de
confianza
evita
que
nos
quedemos
con
conversaciones
internas
de
duda
cuando,
por
ejemplo,
nuestro
hijo
o
nuestro
equipo
afirma
algo;
hace
innecesarios
infinitos
mecanismos
de
control
que
hemos
inventado
para
saber
si
es
verdad
lo
que
se
nos
dice;
evita
que
preguntemos
dos,
tres
y
mil
veces
si
es
verdad
que
está
el
informe,
llegó
el
pago
o
fue
despachado
un
correo.
LAS
DECLARACIONES
Si
a
través
de
las
afirmaciones
nuestro
lenguaje
se
adecúa
a
lo
que
una
comunidad
considera
como
real,
con
las
declaraciones
generamos
una
realidad
diferente,
transformamos
el
curso
de
los
acontecimientos
para
que
acontezca
algo
que
no
iba
a
suceder
en
el
curso
normal
de
la
situación.
Generamos
contextos
para
que
determinados
eventos
ocurran
o
adquieran
sentido.
A
través
de
las
declaraciones
el
lenguaje
revela
todo
su
poder
de
acción.
En
breve,
en
las
afirmaciones
la
palabra
sigue
al
mundo
y
en
las
declaraciones
el
mundo
sigue
a
la
palabra.
Al
declararse
la
guerra
dos
países
o
firmarse
la
paz,
cambia
radicalmente
la
relación
entre
dos
pueblos.
Al
declarar
ante
el
juez
civil
“acepto
a
Andrea
como
esposa”,
cambia
mi
identidad
pública
y
se
abre
un
nuevo
ámbito
de
acciones
posibles
ante
mi
comunidad.
Una
empresa
que
declara
su
misión
genera
un
contexto
que
le
permite
discernir
lo
urgente
de
lo
importante
y
planificar.
Dar
las
gracias
pone
adecuado
término
a
una
relación
de
colaboración
que
ha
sido
satisfactoria.
Pedir
perdón
o
dar
perdón
nos
libera
de
un
hecho
pasado
que
juzgamos
causó
daño
a
nosotros
o
a
otros.
Cuando
el
gerente
de
una
empresa
le
dice
a
un
empleado
que
lo
asciende
a
jefe
de
equipo
está
creando
una
nueva
realidad
para
este
empleado
y
abriendo
para
él
un
nuevo
ámbito
de
posibilidades
de
acción.
Cuando
el
árbitro
de
fútbol
declara
la
validez
de
un
gol
está
generando
una
nueva
realidad
en
el
partido.
Es
el
árbitro
con
su
declaración
quien
hace
posible
el
gol,
pues
si
él
lo
considera
inválido
éste
no
existe
pese
a
los
reclamos
de
los
jugadores
o
de
los
espectadores.
Cuando
el
profesor
declara
que
un
niño
es
“malo
para
las
matemáticas”,
y
a
otro
como
“excelente
alumno”
y
a
un
tercero
como
“desordenado”,
está
abriendo
o
cerrando
un
horizonte
de
posibilidades
para
estos
niños
y
declarando
una
expectativa
con
relación
a
ellos.
El
jefe
que
declara
que
Marina
es
la
mejor
empleada
del
mes,
convierte
con
su
declaración
a
esa
profesional
en
la
mejor.
El
padre
que
impone
un
castigo
a
su
hijo
da
existencia
a
la
sanción
a
partir
de
la
declaración.
El
juez
que
declara
la
culpabilidad
y
condena
al
acusado,
con
su
acto
declarativo
lleva
a
este
individuo
a
la
cárcel.
Nos
interesa
destacar
que
la
declaración
genera
un
ámbito
nuevo
de
posibilidades
de
acción
que
sólo
cobra
existencia
a
partir
del
acto
declarativo.
Las
declaraciones
se
relacionan
directamente
con
el
poder
de
acción,
pues
sólo
tenemos
la
capacidad
de
generar
un
mundo
diferente
si
tenemos
autoridad
para
declarar
y
si
somos
consecuentes
con
lo
declarado.
Consideramos
que
una
parte
importante
de
la
insatisfacción,
improductividad
y
sufrimiento
personal
y
organizacional
pasa
por
la
incapacidad
que
mostramos
en
determinados
ámbitos
de
actuar
en
consecuencia
con
lo
declarado.
Si
revisamos
nuestra
vida
personal
es
muy
probable
que
encontremos
un
sinnúmero
de
declaraciones
que
nos
hemos
hecho
y
que
sin
embargo
no
ejecutamos:
cuidar
de
nuestra
salud,
visitar
a
los
amigos
enfermos,
dedicar
más
tiempo
a
nuestros
hijos
o
a
la
recreación,
por
ejemplo.
Por
el
contrario,
todos
hemos
experimentado
satisfacción
y
bienestar
cuando
declaramos
algo
y
actuamos
en
consecuencia.
Nuestra
dignidad
se
ve
reforzada
cuando
declaramos
“hoy
haré
esto”
y
en
efecto
lo
hacemos.
O
nos
llena
de
alegría
cumplir
con
la
visita
prometida
a
un
pariente.
Todos
sabemos
cómo
se
ve
afectada
la
identidad
pública
de
una
persona
o
la
nuestra
cuando
no
actuamos
en
consecuencia
con
lo
declarado.
El
poder
de
ciertas
declaraciones
está
relacionado
con
la
autoridad
que
la
comunidad
ha
conferido
a
una
persona
para
hacer
las
declaraciones
que
hace.
En
este
sentido
decimos
que
las
declaraciones
son
válidas
o
inválidas
en
función
de
la
autoridad
que
se
nos
ha
conferido
para
realizarlas.
Para
que
la
declaración
de
culpabilidad
o
inocencia
tenga
poder,
es
necesario
que
la
comunidad
me
reconozca
como
juez
o
mediador
de
un
conflicto.
Para
que
la
declaración
de
guerra
mueva
los
ejércitos
y
dé
inicio
al
conflicto
con
el
país
vecino
es
necesario
que
quien
declara
esté
investido
con
la
autoridad
soberana.
Si
Sandra
es
menor
de
edad,
y
va
a
salir
del
país
en
su
viaje
de
promoción
del
colegio,
se
necesita
que
sus
padres
la
autoricen
a
ello.
Son
los
padres
los
únicos
con
autoridad
para
que
Sandra
pueda
salir
del
país,
y
lo
hacen
mediante
una
declaración
escrita.
Así
como
en
las
afirmaciones
asumimos
el
compromiso
social
de
la
veracidad,
en
las
declaraciones
nuestro
compromiso
social
está
vinculado
a
tener
la
autoridad
para
declarar
lo
que
declaramos
y
a
actuar
en
consecuencia
con
nuestros
actos
declarativos.
Tipos
de
Declaraciones
Desde
la
perspectiva
generativa
del
lenguaje,
las
declaraciones
se
pueden
clasificar
en
cuatro
tipos:
a.
Declaraciones
Efectivas:
Entendemos
como
declaraciones
efectivas
a
aquellas
que
dan
origen
o
inician
una
situación.
El
árbitro
que
con
su
pitazo
(declaración)
comienza
el
partido;
el
jurado
que
declara
ganador
del
concurso
a
X
persona;
el
gerente
que
declara
contratado
a
cierto
profesional;
el
padre
que
otorga
un
permiso;
la
mujer
que
declara
ante
el
juez
“lo
acepto
como
esposo”.
b.
Declaraciones
Conclusivas:
Las
declaraciones
conclusivas
son
aquellas
que
ponen
término
a
una
situación:
el
pitazo
final
del
árbitro
en
el
partido
de
fútbol;
la
declaración
de
término
de
una
relación
sentimental,
comercial
o
profesional;
la
declaración
de
NO
ante
una
petición
que
recibimos;
el
acto
de
dar
las
gracias
al
recibir
un
servicio.
c.
Declaraciones
Resolutivas:
Las
declaraciones
resolutivas
son
aquellas
que
resuelven
un
conflicto.
Al
juez
que
decide
que
“esto”
pertenece
a
una
de
las
partes
en
disputa;
el
gerente
que
declara
qué
equipo
realizará
el
trabajo
o
a
qué
empresa
contratar
para
que
brinde
determinado
servicio.
d.
Juicios:
Los
juicios
son
un
tipo
particular
de
declaraciones
por
medio
de
las
cuales
emitimos
una
apreciación
o
valoramos
a
las
personas,
cosas
o
situaciones:
“Jaime
es
excelente
profesional”,
“Esta
organización
es
la
mejor
del
mercado
en
su
rubro”,
“Su
hijo
es
flojo”
o
“María
es
confiable”.
Los
juicios
tienen
una
importancia
capital
en
nuestra
vida,
y
los
veremos
en
detalle
más
adelante
en
este
texto.
Algunas
Declaraciones
Fundamentales
Independientemente
de
la
validez
o
no
de
las
declaraciones
según
la
autoridad
que
se
nos
ha
conferido,
hay
declaraciones
que
realizamos
en
la
vida
diaria
por
el
solo
hecho
de
ser
personas.
La
Declaración
de
NO:
La
declaración
de
NO
nos
permite
rehusar
peticiones
que
otros
nos
hacen
o
cerrar
las
posibilidades,
positivas
o
negativas,
que
se
nos
ofrecen
en
el
futuro.
Por
ejemplo
el
profesional
que
rechaza
una
petición
de
trabajo
porque
su
agenda
está
copada
o
simplemente
porque
no
le
interesa.
La
mujer
que
dice
NO
a
su
“tradicional
deber”
de
servir
al
marido,
la
persona
que
se
niega
a
aceptar
una
presión
que
considera
indebida.
Es
en
la
posibilidad
de
decir
NO
y
hacernos
cargo
de
sus
consecuencias
donde
revelamos
nuestra
dignidad
y
autonomía
como
personas.
La
falta
de
la
declaración
de
NO
en
la
vida
nos
constituye
en
personas
con
poca
autonomía,
excesivamente
dependientes
e
inseguras,
con
falta
de
propósito
propio
e
incapacidad
para
poner
límites.
Cada
vez
que
queremos
o
debemos
decir
NO
y
no
lo
decimos,
comprometemos
nuestra
integridad.
Es
el
caso
si,
por
ejemplo,
en
el
trabajo
nos
piden
hacer
algo
contra
nuestras
creencias
o
nuestros
principios
éticos,
y
terminamos
haciéndolo
por
no
haber
podido
decir
NO.
Cuando
vemos
a
profesionales
o
personas
atochadas
de
trabajo,
con
duplicidad
de
compromisos,
trabajando
a
horarios
destinados
al
descanso,
seguramente,
detrás
de
ello
hay
una
incapacidad
para
poner
límites.
De
igual
manera,
cuando
decimos
NO
y
no
se
nos
presta
atención,
podemos
considerar
que
no
hemos
sido
respetados.
Podría
ser
el
caso
en
una
relación
afectiva,
cuando
hemos
señalado
que
no
queremos
determinada
situación
y
nuestra
pareja
insiste
en
mantener
esa
situación
pese
a
nuestra
negativa.
Hasta
acá
hemos
hablado
de
la
falta
de
la
declaración
del
NO.
Pero
en
el
otro
sentido,
cuando
nuestra
vida
se
constituye
a
partir
de
un
excesivo
NO
lo
que
nos
sucede
es
que
dejamos
de
existir
como
posibilidades
para
otros.
Al
amigo
que
por
diversos
motivos
nunca
acepta
nuestra
invitación
a
comer,
dejamos
finalmente
de
llamarlo.
La
Declaración
del
SÍ
A
través
del
SÍ
revelamos
nuestra
apertura
y
disponibilidad
hacia
las
peticiones
que
nos
hacen
los
otros
o
hacia
las
posibilidades
que
nos
ofrece
el
futuro.
Al
decir
SÍ,
estamos
poniendo
en
juego
nuestro
compromiso
y
el
valor
de
nuestra
palabra.
El
profesional
que
acepta
una
petición
de
trabajo;
el
padre
que
acepta
la
petición
de
sus
hijos
de
estar
más
presente
en
el
hogar;
la
empresa
que
acepta
el
desafío
de
diseñar
un
producto
especial
para
un
cliente.
El
SÍ
nos
compromete
a
cumplir
con
lo
prometido:
hacer
el
trabajo,
estar
más
en
casa,
encontrar
la
solución
al
problema
planteado
por
el
cliente.
El
comprometerme
con
un
SÍ
y
no
actuar
de
acuerdo
con
esa
declaración
puede
afectar
seriamente
mi
identidad.
El
exceso
de
la
declaración
de
SÍ
en
la
vida
puede
revelar
una
falta
de
autonomía,
e
incluso
a
veces
una
excesiva
actitud
servil.
Es
el
caso
del
profesional
que
termina
haciendo
todas
las
tareas
dentro
del
equipo
o
el
“trabajo
pesado”,
o
el
padre
que
cede
reiteradamente
a
las
peticiones
de
sus
hijos
sin
la
capacidad
de
poner
límites.
Por
el
contrario,
la
falta
de
declaración
del
SÍ
en
la
vida
nos
hace
desaparecer
como
oferta
o
posibilidad
para
otros
o
nos
constituye
en
personas
con
posiciones
rígidas
en
aquellas
conversaciones
que
implican
una
negociación.
La
Declaración
del
‘No
sé’
La
declaración
del
‘No
sé’
nos
abre
al
mundo
del
aprendizaje
y
la
innovación.
Asimismo
nos
permite
cuestionar
interpretaciones
sobre
la
experiencia
y
el
mundo
que
no
nos
resultan
satisfactorias.
Declarar
“No
sé”
es
el
primer
paso
para
decir
“estoy
dispuesto
a
aprender”.
¿Cuántas
veces
pensamos
que
sabemos
sobre
algo
para
luego
darnos
cuenta
de
que
en
realidad
no
sabíamos?
Uno
de
los
problemas
importantes
del
aprendizaje
es
que
no
sabemos
que
no
sabemos
y
con
ello
nos
perdemos
la
posibilidad
de
aprender.
Esta
declaración
nos
permite
también
estar
dispuestos
a
cuestionar
la
forma
de
entender
nuestras
acciones
y
los
mundos
que
generamos
a
través
de
ellas.
Cuando
Isaac
Newton
declara
su
ignorancia
respecto
al
fenómeno
del
movimiento
de
los
astros,
está
sosteniendo
al
mismo
tiempo,
que
las
explicaciones
generadas
hasta
ese
entonces
no
le
resultan
satisfactorias
para
explicar
su
experiencia
frente
al
universo.
Cuando
Albert
Einstein
se
abre
a
pensar
el
fenómeno
de
la
invariancia
de
la
velocidad
de
la
luz,
está
por
su
parte,
declarando
que
la
explicación
newtoniana
del
universo
no
le
resulta
satisfactoria.
En
ambos
casos
da
paso
a
innovaciones
en
la
forma
de
concebir
el
universo.
La
capacidad
de
declarar
“No
sé”
está
vinculada
a
lo
que
los
griegos
llamaron
la
actitud
de
asombro,
es
decir,
a
la
capacidad
de
sorprendernos
con
el
misterio
y,
especialmente,
a
la
posibilidad
de
volver
a
deslumbrarnos
con
aquello
que
es
común
o
se
ha
vuelto
habitual
en
nuestra
cotidianidad.
La
capacidad
de
hacer
preguntas
y
mantenerse
en
la
incertidumbre
que
ello
provoca
es
clave
para
desarrollar
la
actitud
de
aprendizaje.
Quien
vive
en
el
mundo
de
la
certeza
permanente
o
no
resiste
el
mundo
de
incertidumbre
que
una
pregunta
genera,
se
le
hace
muy
difícil
entrar
al
terreno
del
aprendizaje.
Uno
de
los
problemas
que
se
nos
presenta
para
adaptarnos
a
los
cambios
e
innovar,
es
vivir
bajo
el
supuesto
de
que
lo
sabemos
todo
o
de
que
constituye
una
grave
pérdida
de
identidad
profesional
el
acto
de
declarar
“No
sé”
al
interior
de
los
equipos
de
trabajo.
Agradecimiento
En
la
declaración
de
agradecimiento
podemos
al
menos
hacer
tres
distinciones:
i)
El
agradecimiento
como
declaración
que
pone
término
a
una
relación
satisfactoria:
por
ejemplo,
el
padre
que
agradece
al
hijo
por
el
favor
realizado;
el
jefe
que
agradece
o
felicita
a
su
equipo
por
la
tarea
cumplida;
el
cliente
que
agradece
la
atención
brindada
por
el
vendedor.
Aunque
parece
una
acción
menor,
la
falta
de
agradecimiento
en
las
coordinaciones
de
acciones
deja
abiertas
un
sinnúmero
de
conversaciones
en
las
personas
u
organizaciones
a
quienes
les
hemos
solicitado
algo;
“¿Le
habrá
gustado?”,
“¿Estará
conforme?”,
“¿Será
lo
que
esperaba?”…
Asimismo,
sostenemos
que
la
falta
de
gratitud
genera
una
identidad
pública
nuestra
de
“mal
agradecidos”
y
muchas
veces
da
origen
al
resentimiento.
ii)
El
agradecimiento
como
declaración
de
reconocimiento
de
los
otros:
Otro
matiz
que
presenta
el
agradecimiento
es
la
capacidad
que
nos
da
de
reconocer
a
otros
por
el
servicio
que
nos
brindan,
por
la
excelencia
de
su
trabajo,
por
el
cariño
con
que
nos
tratan
o
por
lo
bien
que
realizan
lo
que
hacen.
El
marido
que
agradece
a
su
esposa
por
el
amor
que
ha
recibido,
el
jefe
que
agradece
a
su
equipo
el
apoyo
que
le
han
dado
durante
el
desarrollo
del
último
proyecto,
el
hijo
que
agradece
a
su
padre
la
formación
recibida.
iii)
El
agradecimiento
como
acto
de
gratitud:
Un
tercer
matiz
que
presenta
esta
declaración
es
la
de
agradecer
“gratuitamente”
a
la
vida
por
lo
que
ella
nos
ha
regalado;
la
familia,
la
Naturaleza,
ese
momento
de
felicidad,
la
buena
conversación,
el
cariño
recibido,
mi
ser...
A
este
acto
de
agradecimiento
nosotros
llamamos
gratitud.
Nos
causa
admiración
la
persona
que
en
un
momento
de
oración
o
de
encuentro
espiritual
agradece
por
el
acto
de
existir,
por
la
belleza
que
lo
rodea.
Nos
emociona
el
profesional
que
agradece
a
su
equipo
por
el
solo
hecho
de
haberlo
recibido,
por
“ser
como
son”,
por
la
“maravillosa
casualidad
de
estar
trabajando
juntos”.
Es
posible
que
la
falta
de
gratitud
en
la
vida
se
pueda
relacionar
con
la
soberbia,
con
el
juicio
de
que
la
vida
nos
debe
algo
o
no
nos
ha
dado
lo
que
merecemos.
O
simplemente
puede
tratarse
de
una
falta
de
consciencia
sobre
lo
que
la
vida
o
los
demás
nos
han
dado.
La
Declaración
de
Perdón
La
declaración
del
perdón
nos
lleva
a
asumir
ante
otro
u
otros
nuestra
responsabilidad
por
el
incumplimiento
de
un
compromiso
contraído
o
por
alguna
acción
que
él
o
ellos
juzgan
les
ha
provocado
un
daño
o
perjuicio.
Tal
vez
una
de
las
acciones
que
más
nos
cuesta
en
nuestra
cultura
occidental
es
el
acto
de
pedir
perdón.
Es
fácil
descubrir
cuánta
energía
invertimos
en
evitar
la
declaración
de
perdón
dando
complejas
explicaciones
de
por
qué
no
era
posible
cumplir
lo
que
habíamos
prometido,
argumentando
que
en
verdad
“no
fue
mi
responsabilidad
sino
la
de
otros”
o
“que
en
el
fondo,
el
daño
producido
no
es
tal”.
También
nuestra
incapacidad
de
pedir
perdón
nos
hace,
muchas
veces,
sentirnos
permanentemente
en
deuda
o
evitar
relaciones
con
aquellos
a
quienes
juzgamos
que
hemos
perjudicado.
Además
del
reconocimiento
del
incumplimiento
o
del
daño
provocado
a
otros,
la
declaración
de
perdón
implica
la
voluntad
de
reparar
la
falta
cometida
si
es
que
es
posible
hacerlo.
Otras
veces
sucede
que
nosotros
nos
vemos
afectados
por
el
incumplimiento
de
un
compromiso
o
nos
sentimos
dañados
por
la
acción
de
otros.
Cuando
además
la
persona
o
personas
que
nos
causaron
el
daño
no
asumen
su
responsabilidad,
sentimos
que
hemos
sido
víctimas
de
una
injusticia,
lo
que
nos
produce
diversos
grados
de
resentimiento.
El
resentimiento
opera
como
una
conversación
pública
o
privada
de
queja
permanentemente
por
el
daño
producido
y
sus
consecuencias.
Si
observamos
bien,
el
resentimiento
es
una
emoción
que
nos
lleva
a
un
tipo
de
conversación
que
nos
deja
“atrapados”
a
la
persona
que
nos
causó
el
daño:
la
mujer
que
mantiene
durante
todo
el
día
conversaciones
privadas
sobre
lo
que
juzga
es
una
falta
cometida
por
su
marido;
el
gerente
que
permanentemente
mantiene
quejas
privadas
con
su
equipo
de
trabajo
por
las
posibles
faltas
cometidas,
el
hijo
que
secretamente
mantiene
enjuiciamientos
a
las
acciones
de
su
padre
o
madre
que
le
causaron,
a
su
juicio,
daño.
Perdonar
es
una
declaración
que
nos
libera
del
resentimiento
que
hemos
mantenido
a
partir
de
lo
que
juzgamos
fue
una
falta
del
otro
y
por
tanto,
pone
término
a
las
conversaciones
de
quejas
o
enjuiciamientos
en
que
estamos
atrapados
y
que
nos
han
producido
un
sufrimiento
adicional
a
la
falta
provocada.
Al
perdonar
declaramos
que
no
usaremos
en
la
relación
futura
el
juicio
que
tenemos
de
daño
o
falta
cometida
por
el
otro.
En
otras
palabras,
volvemos
a
generar
un
espacio
de
confianza
que
hace
posible
mantener
la
relación
para
acciones
futuras
o
le
damos
término
a
la
relación
sin
generar
resentimiento.
Acá
es
importante
señalar
que
puede
haber
ocasiones
en
que
podamos
perdonar
pero
no
olvidar.
El
olvido
no
es
algo
que
esté
en
nuestras
manos.
Pero
el
perdonar,
sí.
Hay
un
elemento
más
en
esta
declaración
y
tiene
que
ver
con
el
perdonarnos
a
nosotros
mismos
por
lo
que
juzgamos
como
faltas
que
hemos
cometido
con
otros
o
con
nosotros
mismos.
Cuando
nos
perdonamos
a
nosotros
mismos,
ponemos
término
a
una
conversación
de
recriminación
personal
que
nos
mantiene
atados
al
pasado
que
no
podemos
cambiar
y
que
nos
produce
sufrimiento
en
el
presente.
El
perdonarnos
a
nosotros
mismos
puede
partir
del
reconocimiento
de
que
en
pasado
actuamos
bajo
circunstancias
diferentes
a
las
que
tenemos
actualmente.
Muchas
personas
cargan
durante
años
con
culpas,
olvidando
que
determinadas
acciones
se
llevaron
a
cabo
en
contextos
diferentes,
por
ejemplo
de
mayor
inmadurez,
bajo
ciertas
presiones
o
sin
tener
claras
consecuencias
de
ciertos
actos.
Como
en
los
otros
casos,
el
perdón
a
sí
mismo
tiene
un
gran
efecto
liberador.
LOS
JUICIOS
Los
juicios
pertenecen
a
los
actos
de
lingüísticos
que
hemos
llamado
declaraciones,
y
los
entendemos
como
apreciaciones,
interpretaciones
o
valoraciones
que
un
observador
hace
sobre
las
personas,
las
cosas
y
sobre
sí
mismo.
El
ser
humano
es
un
fabricante
incesante
de
juicios
sobre
prácticamente
todo
lo
que
observa.
Si
por
ejemplo
asisto
a
una
reunión
en
un
sitio
que
no
conocía,
puedo
realizar
un
sinnúmero
de
juicios:
“la
casa
está
bonita”
o
“está
muy
bien
decorada”,
y
puedo
llevar
mis
juicios
a
los
asistentes
a
la
reunión:
“aquel
es
un
tipo
aburrido”,
“esta
chica
dice
cosas
interesantes”,
“éste
otro
se
muere
por
llamar
la
atención”.
Igualmente
si
voy
a
comenzar
un
proyecto,
también
me
puedo
llenar
de
juicios
sobre
mí
mismo
y
sobre
mi
mundo:
“estoy
asustado”,
“esto
me
motiva”,
“no
creo
que
sea
posible”,
“no
considero
capaz
a
mi
equipo
de
llevar
a
cabo
tal
proyecto”,
o
“mi
trabajo
no
será
aceptado”.
Por
ahora,
destaquemos
que
los
juicios
o
apreciaciones
se
presentan
constante
y
cotidianamente
en
nuestra
vida.
Como
en
las
declaraciones,
la
eficacia
social
de
los
juicios
reside
en
la
autoridad
que
tengamos
para
hacerlos.
Esta
autoridad
se
muestra
más
claramente
cuando
ha
sido
otorgada
formalmente
a
alguien,
como
sucede
con
un
juez,
un
profesor
o
un
gerente.
Muy
a
menudo,
sin
embargo,
se
otorga
esta
autoridad
sin
mediar
un
acto
formal.
Los
niños
lo
hacen
con
sus
padres,
por
ejemplo.
No
existe
un
acto
formal
mediante
el
cual
ellos
les
otorguen
la
autoridad
que
éstos
ejercen
sobre
ellos.
Las
personas
están
continuamente
emitiendo
juicios
(el
juzgar
es
parte
de
nuestra
naturaleza),
y
en
algunas
ocasiones
sin
tener
la
autoridad
para
hacerlos
en
un
dominio
específico.
Si
yo
estoy
cantando
y
alguien
se
me
acerca
y
me
dice
“No
me
gusta
la
forma
en
que
cantas”,
yo
podría
responderle
“Gracias,
pero
tú
no
sabes
sobre
canto”,
lo
que
equivale
a
decir
“No
te
he
dado
autoridad
para
emitir
ese
juicio”.
Sin
embargo,
si
tengo
un
profesor
de
canto
y
me
dice
lo
mismo,
lo
que
esta
persona
me
dice
tiene
un
valor
para
mí.
Por
lo
tanto,
los
juicios,
como
sucede
con
cualquier
declaración,
pueden
ser
válidos
o
inválidos,
dependiendo
de
la
autoridad
que
tienen
las
personas
para
hacerlos.
A
diferencia
de
las
afirmaciones,
los
juicios
no
tienen
el
valor
de
ser
verdaderos
o
falsos,
pues
siempre
cabe
la
posibilidad
—al
menos
teórica—
de
que
un
observador
diferente
tenga
una
valoración
distinta
de
las
situaciones.
Siempre,
donde
un
observador
A
juzga
difícil,
un
observador
B
puede
juzgar
fácil.
Donde
un
observador
ve
éxito,
otro
verá
fracaso.
Allá
donde
algunos
ven
brillante,
otros
perciben
mediocre.
En
fin,
ante
un
mismo
hecho
o
situación,
observadores
diferentes
pueden
tener
distintos
juicios.
Los
juicios
tienen
una
gran
importancia
en
las
relaciones
humanas,
pues
a
través
de
ellos
las
personas
realizan
valoraciones
o
caracterizaciones
de
sí
mismos,
los
otros
y
el
mundo,
que
determinan
el
ámbito
de
posibilidades
de
acción
futura
que
tendrán.
Los
juicios
siempre
son
realizados
en
el
presente,
a
partir
de
observaciones
pasadas
que
un
observador
tiene.
Sin
embargo,
el
poder
de
los
juicios
radica
en
que
modelan
el
tipo
de
relación
futura
que
tendremos
con
aquello
que
hemos
juzgado.
Dicho
de
otra
manera,
yo
emito
un
juicio
en
el
presente,
basándome
en
lo
que
me
enseña
mi
experiencia
de
la
pasado,
para
saber
qué
me
espera
en
el
futuro.
En
este
tema
podemos
ver
estas
consideraciones
a
partir
de
este
ejemplo:
yo
digo
que
“Carlos
es
un
gran
músico”.
a)
El
veredicto
se
emite
en
presente,
y
este
presente
marca
una
línea
de
demarcación
porque
quien
oye
este
juicio
puede
pensar
distinto
de
Carlos
a
partir
de
ahí.
Los
juicios
son
un
componente
importante
de
la
identidad
de
las
personas.
b)
Cuando
hacemos
un
juicio
remitimos
al
pasado.
Para
poder
hacer
el
juicio
sobre
Carlos
debemos
haberlo
escuchado
tocar
más
de
una
vez.
Si
me
preguntan
si
he
escuchado
a
Carlos
y
digo
‘no’,
la
gente
sospechará.
Los
demás
entienden
que
cuando
emitimos
un
juicio
nos
hemos
comprometido
a
fundar
este
juicio,
y
este
fundamento
viene
de
la
forma
como
el
pasado
es
traído
al
presente.
c)
Se
entiende
que
sobre
los
juicios
se
pueden
esperar
ciertas
acciones
en
el
futuro.
Los
juicios
nos
permiten
anticipar
lo
que
puede
suceder
más
adelante.
Esto
es
muy
importante
en
la
vida.
Los
juicios
fundados
permiten
encarar
el
futuro
sabiendo
lo
que
podemos
esperar.
Carlos
podría
ser
contratado
con
base
en
un
juicio
favorable.
La
clave
de
los
juicios
es
el
futuro.
Es
en
cuanto
suponemos
que
el
pasado
nos
puede
guiar
al
futuro
que
emitimos
juicios.
Tenemos
el
juicio
de
que
lo
que
hemos
aprendido
nos
puede
iluminar
en
lo
que
está
por
venir.
Los
juicios
suelen
ser
conservadores
y
parten
de
que
algo
que
sucedió
una
y
otra
vez
se
va
a
repetir
en
el
futuro.
Por
eso
escuchamos
decir
a
veces
“así
es
como
lo
he
hecho
siempre”.
Suponemos
que
el
pasado
es
un
buen
consejero
del
futuro.
Sabemos
que
es
una
presunción
que
puede
funcionar.
Sin
embargo
el
pasado
es
tan
sólo
un
factor
que
puede
considerarse
cuando
nos
ocupamos
del
futuro.
Muchos
factores
pueden
hacer
que
el
futuro
sea
diferente.
De
hecho,
hay
dos
factores
que
influyen:
la
innovación
y
el
aprendizaje.
El
aprendizaje
nos
permite
realizar
acciones
que
no
podíamos
en
el
pasado.
Nuestra
capacidad
de
aprendizaje
nos
permite
desafiar
aquellos
juicios
sobre
nosotros
mismos.
Lo
que
antes
no
era
posible,
ahora
lo
es.
La
innovación
nos
permite
inventar
nuevas
acciones,
diseñar
o
introducir
nuevas
prácticas.
Ella
nos
permite
participar
en
la
creación
de
lo
nuevo.
Como
el
futuro
es
distinto
del
pasado
debemos
ser
lo
suficientemente
abiertos
para
tratar
nuestros
juicios
como
señales
temporales
que
pueden
ser
revisadas
de
manera
constante.
Si
una
película
de
Woody
Allen
nos
pareció
mala,
no
significa
que
la
siguiente
lo
sea.
La
capacidad
de
revisar
juicios
es
fundamental
para
el
diseño
estratégico.
Otro
elemento
a
tener
en
cuenta
es
que
los
juicios
afectan
la
identidad
de
las
personas
o
cosas
que
juzgamos.
Cuando
decimos
que
Juan
es
un
excelente
profesional,
estamos
generando
una
identidad
de
buen
trabajador
en
esa
persona.
También,
estamos
creando
expectativas
respecto
a
la
calidad
de
su
trabajo,
afectando
la
forma
en
que
se
relacionará
con
el
resto
de
la
organización,
e,
incluso,
afectamos
el
ánimo
de
Juan
y
las
expectativas
que
él
tiene
de
su
futuro
en
la
empresa.
Hay
otro
factor
a
considerar:
a
través
de
sus
juicios
las
personas
revelan
el
tipo
de
ser
u
observador
que
ellas
son.
Es
decir,
el
juicio,
además
de
decirnos
algo
sobre
los
otros
o
el
mundo,
nos
dice
cómo
es
el
alma
de
la
persona
que
emite
el
juicio.
Si
yo
me
la
paso
criticando
de
manera
constante
a
los
demás
o
al
mundo,
esto
dirá
que
soy
una
persona
que
sólo
ve
el
lado
malo
de
las
cosas.
Si
por
el
contrario,
mi
mirada
sobre
el
mundo
tiende
a
destacar
lo
bueno,
puedo
ser
percibido
como
una
persona
optimista.
Subrayemos
un
punto
que
es
central:
en
toda
relación
humana
surgen
juicios
en
las
personas;
dichos
juicios
son
relevantes
porque
van
delineando
el
futuro
de
posibilidades
de
esa
relación,
tanto
en
sus
aspectos
positivos
como
negativos.
En
términos
rigurosos,
un
juicio
responde
a
la
siguiente
estructura:
“Dado
el
observador
que
yo
soy,
juzgo
que
X
situación
o
persona
es
de
esta
manera”.
Como
se
puede
observar
si
se
mira
la
frase
con
atención,
el
juicio
de
valor
es
propiedad
del
observador
que
lo
emite.
Comprender
este
fenómeno
tiene
a
mi
juicio,
consecuencias
radicales.
Veamos
algunos
ejemplos
simples:
Cuando
un
equipo
de
trabajo
juzga
que
X
proyecto
es
“imposible
de
realizar”,
podemos
escucharlo
de
dos
formas:
La
primera
es
decir
que
es
el
proyecto
el
que
resulta
imposible
de
llevar
a
cabo
y
por
tanto
hay
que
abandonarlo.
La
segunda,
es
que
el
equipo,
dado
el
tipo
de
observador
que
es,
se
juzga
incapaz
de
llevar
a
cabo
esa
tarea.
En
la
primera
interpretación
no
tenemos
nada
que
hacer,
en
la
segunda
se
nos
abre
un
mundo
de
posibilidades
para
hacernos
cargo
del
proyecto:
qué
nuevas
competencias
requiere
el
equipo,
qué
entorno
emocional
generar
para
crear
confianza
y
ambición
en
sus
miembros,
qué
redes
de
ayuda
buscar.
Cuando
un
hombre
nos
dice
que
su
esposa
es
conflictiva,
podemos
escuchar
que
el
problema
está
en
la
esposa.
O
también
podemos
escuchar
que
tras
ese
juicio
nos
dice
“Dada
la
persona
que
soy,
la
relación
con
mi
esposa
me
resulta
conflictiva”.
Desde
esta
última
interpretación,
podemos
entonces
iniciar
una
conversación
distinta:
qué
acciones
le
cuesta
llevar
a
cabo,
cuáles
no
tiene,
qué
es
lo
que
le
genera
conflicto,
qué
aprendizajes
requiere
para
enfrentar
dicha
situación.
Hemos
dicho
que
todo
acto
del
habla
implica
un
compromiso
social:
al
afirmar,
yo
me
comprometo
con
la
veracidad
y
relevancia
de
mis
dichos;
al
declarar,
me
comprometo
con
la
consistencia
de
mis
declaraciones;
al
prometer,
el
compromiso
es
con
la
consecuencia
en
la
acción.
Pues
bien,
al
hacer
juicios,
asumimos
el
compromiso
de
tener
la
autoridad
para
emitirlo
y
fundamentarlo.
Juicios
y
Afirmaciones
Los
juicios
juegan
un
rol
clave
en
las
relaciones
humanas.
Al
operar
como
predictores
de
posibilidades
futuras
nos
permiten
tomar
decisiones:
contratar,
despedir,
premiar,
aceptar,
rechazar.
El
problema
mayor
surge
cuando
en
el
operar
cotidiano,
confundimos
juicios
con
afirmaciones.
Cuando
juzgamos
a
otras
personas,
generalmente
lo
hacemos
creyendo
que
hacemos
una
afirmación.
Raramente
decimos
“éste
es
mi
juicio
de
esa
persona”,
sino
que
decimos
“así
es
esa
persona”.
Entonces
puede
suceder
que
nuestras
apreciaciones
sobre
las
personas
y
situaciones
no
las
reconocemos
como
“valoraciones
nuestras”
sino
que
las
vemos
como
propiedades
intrínsecas
de
las
personas
y
situaciones.
Y
esto
es
lo
que
nos
sucede
habitualmente,
vivimos
nuestros
juicios
como
LA
REALIDAD.
Puede
suceder
también
que
los
juicios
que
tenemos
de
nosotros
mismos
los
manejemos
como
afirmaciones.
Si
al
juzgarnos
—sea
bonitos,
feos,
flojos
o
inteligentes—
lo
vivimos
como
una
afirmación,
damos
por
hecho
que
ese
juicio
es
algo
intrínseco
a
nosotros,
algo
inmodificable,
algo
que
“es
así”,
y
con
ello
podemos
cerrar
espacios
de
posibilidades
para
nosotros.
Dicho
de
otra
manera,
cuando
hacemos
juicios
de
nosotros
mismos
estamos
haciendo
una
proyección
de
nuestra
conducta
futura.
Si
nos
consideramos
poco
inteligentes,
por
ejemplo,
tenderemos
a
evitar
situaciones
que
deseamos
pero
que
consideramos
imposibles
de
llevar
a
cabo
dado
que
el
juicio
“soy
poco
inteligente”
me
lo
vivo
como
una
afirmación.
Esto
restringe
mi
posibilidad
de
acción.
Si
sobre
mí
mismo
tengo
el
juicio
“Soy
muy
malo
hablando
en
público”,
lo
asumo
como
una
afirmación
que
seguirá
siendo
así
en
el
futuro.
Cuando
hay
una
oportunidad
de
hablar
en
público
la
rechazo,
con
lo
cual
pierdo
la
posibilidad
de
la
innovación
y
el
aprendizaje.
Por
lo
general
nuestros
juicios
negativos
nos
someten
finalmente
a
la
resignación.
Algo
muy
importante
de
entender
es
que
la
diferencia
de
contenido
entre
una
afirmación
y
un
juicio
no
es
lo
suficientemente
profunda
como
para
que
diferenciemos
opiniones,
hechos
o
valores.
Muchas
de
las
aseveraciones
sobre
el
bien
y
el
mal,
justicia
o
belleza,
las
hacemos
asumiendo
que
se
pueden
hacer
de
forma
objetiva
con
independencia
del
Observador
que
asevera.
Pero
afirmación
y
juicio
son
acciones
diferentes
porque
el
orador
que
pronuncia
las
dos
se
está
comprometiendo
con
cosas
diferentes:
como
lo
vimos
antes,
cuando
hacemos
una
afirmación
se
espera
que
podamos
mostrar
evidencia
de
que
ésta
es
cierta.
Las
comunidades
adoptan
ciertos
consensos
sociales
mediante
las
cosas
se
aceptan
como
falsas
o
verdaderas.
En
los
juicios
en
cambio
el
orador
no
tiene
el
compromiso
de
dar
evidencia
sino
de
que
sus
juicios
sean
fundados.
¿Cómo
se
fundan
los
juicios?
Veamos
estos
5
elementos
que
nos
permite
discriminar
si
un
juicio
está
fundado:
1.
Siempre
se
emite
un
juicio
“por
o
para
algo”.
Visualizamos
un
futuro
en
el
cual
abrimos
o
cerramos
posibilidades.
Según
el
juicio
que
hagamos
algunas
acciones
serán
posibles,
otras
no.
El
“por
o
para
algo”
es
una
dimensión
esencial:
no
es
lo
mismo
decir
“Carla
es
una
gran
actriz”
si
hablo
de
contratarla
para
una
gran
producción
o
para
que
anime
una
fiesta
en
mi
casa.
Otro
ejemplo:
el
juicio
“Juan
es
irresponsable”,
puedo
declararlo
fundado
en
cuanto
a
su
“para
qué”
si
estoy
formando
un
equipo
de
trabajo.
Sin
embargo,
el
juicio
“Juan
es
malo
para
los
deportes”,
lo
puedo
declarar
infundado
para
el
mismo
objetivo,
pues
—más
allá
de
que
lo
sea
o
no—
estimo
que
es
un
juicio
irrelevante
para
la
conformación
del
equipo.
Es
importante
que
los
juicios
que
emitimos
efectivamente
respondan
a
la
inquietud
que
generó
la
conversación.
2.
Al
emitir
un
juicio
comparamos
con
un
estándar
de
comportamiento.
Alguien
puede
decir
que
“Martín
es
un
gran
músico”,
si
se
refiere
a
que
en
las
fiestas
familiares
toca
muy
bien
su
guitarra,
mientras
que
si
el
juicio
se
refiere
a
sus
habilidades
para
ingresar
a
una
orquesta
puede
ser
que
éste
sea
“Martín
es
un
músico
mediocre”.
Ambos
juicios
proceden
de
estándares
distintos.
Con
esos
estándares
se
juzgan
apariencias
o
cosas.
Para
un
uruguayo
una
montaña
de
1.000
metros
es
gigantesca
pues
en
su
país
la
mayor
elevación
es
de
500
metros.
En
Perú
—donde
hay
montañas
por
encima
de
los
6.000
metros—nadie
notaría
una
montaña
con
esa
altura.
Los
estándares
cambian
con
el
tiempo:
un
auto
que
en
los
50
era
considerado
rápido
hoy
es
percibido
como
muy
lento.
Los
récords
deportivos
son
otro
ejemplo.
También
la
moda
o
los
juicios
estéticos.
La
mayoría
de
los
juicios
son
sociales.
Suponemos
que
como
somos
nosotros
los
que
los
emitimos
vienen
de
nosotros
pero
no
vemos
que
éstos
son
producidos
por
la
sociedad.
Cuando
hablamos
de
una
persona
bella,
¿de
dónde
viene
ese
estándar
de
belleza?
Según
los
estándares
del
Renacimiento,
la
gordura
era
belleza,
por
ejemplo.
Hay
personas
que
viven
al
margen
de
esos
estándares
y
son
los
innovadores.
Muchas
innovaciones
vienen
de
ver
los
estándares
y
explorar
las
posibilidades
de
generar
otros
nuevos.
3.
El
juicio
tiene
un
dominio
de
acción.
Decimos
que
un
juicio
debe
hacer
explícito
el
dominio
de
observación
al
que
se
refiere.
Si
Fernando
no
me
ha
devuelto
un
dinero
que
le
presté,
tengo
razones
fundadas
para
desconfiar
de
él
en
ese
aspecto
en
particular,
pero
no
quiere
decir
que
sea
poco
confiable
como
padre,
por
ejemplo.
Y
sin
embargo
en
general
los
juicios
terminan
extendiéndose
a
otros
ámbitos.
Por
eso
es
importante
limitar
los
juicios
estrictamente
al
dominio
de
observación.
4.
Se
logra
fundar
los
juicios
cuando
proveemos
afirmaciones
en
relación
a
lo
que
estamos
juzgando.
Cuando
disponemos
de
afirmaciones
que
nos
permiten
medir
respecto
de
algún
estándar,
podemos
generar
un
juicio.
Las
afirmaciones
son
muy
importantes
para
fundar
un
juicio.
Si
no
podemos
aportar
afirmaciones
no
podemos
fundar
juicios.
Es
importante
no
justificar
juicio
con
juicios
sino
con
afirmaciones.
Dependiendo
del
juicio
se
necesitan
más
o
menos
afirmaciones
para
fundarlo.
Si
tengo
el
juicio
de
que
Ramón
es
mal
conductor
y
digo
que
“es
descuidado”
o
“lo
noto
distraído”
o
“no
está
atento”,
estoy
fundamentando
juicios
en
más
juicios.
Pero
si
digo
que
ha
tenido
cinco
accidentes
serios
y
le
han
impuesto
diez
multas,
en
este
caso
los
accidentes
y
las
multas
son
las
afirmaciones
que
fundan
el
juicio
de
que
Ramón
es
un
mal
conductor.
5.
La
cantidad
de
información
que
proveamos
no
significa
que
el
juicio
esté
bien
fundado.
Podría
pasar
que
hallemos
más
afirmaciones
para
generar
un
juicio
totalmente
contrario.
Por
eso
se
recomienda
revisar
los
fundamentos
del
juicio
contrario,
al
fundar
un
juicio.
Si
decimos
de
Luisa
que
“es
aburrida”
podemos
revisar
el
juicio
“no
es
aburrida”.
Ahí
vemos
si
podemos
o
no
fundar
el
juicio.
Muchas
veces
fundamos
un
juicio
sobre
otras
personas
o
sobre
nosotros
mismos
sólo
para
darnos
cuenta
de
que
había
más
instancias
para
fundar
un
juicio
contrario.
Estos
son
los
elementos
de
un
juicio
fundado.
Al
emitir
un
juicio
nos
comprometemos
a
tener
la
autoridad
para
emitir
ese
juicio,
y
a
proporcionar
los
elementos
para
fundar
dicho
juicio.
Para
repasar
este
concepto,
vamos
a
tomar
un
ejemplo:
Supongamos
que
quiero
contratar
a
Daniela
en
mi
empresa
y
el
tema
de
la
puntualidad
es
central
para
mí.
Entonces
la
primera
pregunta
que
hago
es
¿para
qué
la
estoy
juzgando?
La
estoy
juzgando
porque
me
interesa
contratar
a
Daniela
y
por
lo
tanto
voy
a
fundar
el
juicio
sobre
su
puntualidad.
¿En
qué
dominio
lo
voy
a
juzgar?:
No
la
voy
a
juzgar
en
sus
habilidades
sociales
o
en
su
desempeño
como
madre;
la
voy
a
juzgar
en
el
dominio
de
la
puntualidad
laboral.
¿Cuál
es
el
estándar
con
que
la
voy
a
medir?:
Según
el
estándar
que
he
impuesto
en
mi
empresa,
una
persona
debe
llegar
a
la
hora
acordada
el
90%
de
las
veces.
¿Qué
afirmaciones
sobre
conductas
recurrentes
en
este
dominio
puedo
yo
hacer?
Le
pido
a
las
empresas
en
que
anteriormente
trabajó
los
registros
de
sus
llegadas
a
la
empresa
y
de
acuerdo
a
eso
tengo
un
promedio
de
sus
llegadas
a
trabajar.
Supongamos
que
según
esos
registros
el
95%
de
sus
llegadas
fueron
antes
de
las
9
AM,
que
es
la
hora
de
ingreso.
Como
mi
estándar
indica
que
sobre
el
90%
se
considera
a
una
persona
puntual,
entonces
tengo
un
juicio
fundado
de
que
Daniela
es
puntual.