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Artículos de Carlo Frabetti en ‘El País’ en 20191

Carlo Frabetti (Bolonia; 1945) es un matemático, escritor, guionista de televisión y crítico de


cómics italiano residente en España y que escribe habitualmente en castellano. Como
matemático, cultiva asiduamente la divulgación científica y la literatura infantil y juvenil. Sus
obras más importantes son El mundo flotante y sus continuaciones. Durante años prologó
antologías de ciencia ficción en Editorial Bruguera, en los que manifestaba de continuo sus
posturas políticas de extrema izquierda.
Reside en España desde los ocho años, en la actualidad, en Gerona. De vida inquieta, ha
trabajado en casi todo tipo de oficios, si bien es esencialmente guionista y escritor. Colaboró en la
revista ¡disparo! Trabajó luego en la televisión, escribiendo y/o dirigiendo numerosos
programas, como La bola de cristal y El duende del globo . Tuvo una hija llamada Emilie que
nació en 1985.

o
3.1 La magia más poderosa
o 3.2 Ulrico y las puertas que
hablan
o 3.3 Ulrico y la llave de oro
o 3.4 Ulrico y la bola de
cristal
o 3.5 Malditas matemáticas.
Alicia en el país de los
números
o 3.6 Nunca más
o 3.7 El ángel terrible
o 3.8 Calvina
o 3.9 El vampiro vegetariano
o 3.10 El mundo inferior
o 3.11 El palacio de las cien
puertas
o 3.12 La casa infinita
o 3.13 El libro infierno
o 3.14 El gran juego
Carlo Frabetti ha publicado más de cuarenta libros, entre los que destacan El bosque de los
grumos y los protagonizados por el enano Ulrico (La magia más poderosa, Ulrico y las puertas
que hablan, Ulrico y la llave de oro). Escribió con Franco Mimmi Amanti latini, la storia di
Catullo e Lesbia, 2001.

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https://elpais.com/ciencia/el_juego_de_la_ciencia/2/

1
Índice

2019
De Arquímedes a Smullyan, pasando por Leibniz y Cantor ............................................4
La sucesión de Padovan…………………………............................................................6
Sucesiones extrañas…………………………….………………......................................8
Números de Bell……………………………..................................................................10
Fórmulas magistrales…………………………...............................................................12
HEX.................................................................................................................................14
Del triángulo sagrado al teorema de Pitágoras………....................................................16
La superelipse de Hein……………………..…...............................................................18
Árboles…………………………………...……………..................................................20
Árboles de Steiner…………………………....................................................................22
Arquímedes y la medida del círculo..……………….......................................................24
Día de la mujer calculadora…………..………..…..........................................................26
‘Ceteris paribus’………………………………...……....................................................28
Vuelos problemáticos…………………..………….........................................................30
El principio del palomar………………………...............................................................32
El número 200…………………………….………….....................................................34
La paradoja de Bertrand…………………………...........................................................36
El azar, el infinito y lo inmenso……………………………............................................38
Números grandes y grandes números……….……..........................................................40
Los monstruosos números irracionales……………………….……................................42
El agua es fuego (y viceversa)……………..……….........................................................44
La terrible dinastía de los números transfinitos.………....................................................46
Matemáticas perversas…………………………...............................................................48
Finitismo………………………………….………….......................................................50
Morse binario…………………………………....…….....................................................52
‘I Ching’ binario………………………………………….................................................54

2
Código Gray........................................................................................................................56
Código Bacon……………………………..........................................................................58
La dignidad de la ciencia…………………………………………….................................60
Manía persecutoria…………………………..…................................................................62
Refracción………………………………………................................................................64
Coincidencias asombrosas…………………...…................................................................66
El largo adiós de la Luna…………………….....................................................................68
Coincidencias retroactivas…………………..…..…...........................................................70
El agua de la Luna…………………………........................................................................72
El agua de Marte………………………………....…………...............................................74
Deportes lunares………………………………....................................................................76
Piscinas lunares…………………………………….............................................................78
El agua de Mercurio…………………………...……….......................................................80
Día solar y día sidéreo………………………………...........................................................82
El teorema del matrimonio…………………………............................................................84
El agua de Venus…………………………...…………………............................................86
El agua de Encélado…………………………….……….....................................................88
El agua de Europa………………………….........................................................................90
Las sirenas de Titán………………………….......................................................................92
El asteroide que no era……………………………..............................................................94
Minería espacial…………………………...…….................................................................96
Planetas enanos………………………………….................................................................98
La teoría de Ramsey……………………………………....................................................100
Desorden ordenado……………………………..................................................................102
Orden desordenado……………………….…….................................................................104
El príncipe de los matemáticos…………………………....................................................106
Dilemas irresolubles…………………………………….....................................................108
Brossa equilibrista………………………………………....................................................110
La travesía del desierto..................................................112

3
De Arquímedes a Smullyan, pasando por Leibniz y Cantor
Muchos matemáticos y filósofos han intentado domesticar el infinito
Carlo Frabetti
4 ENE 2019 - 08:14 CST

Raymond Smullyan.
Arquímedes echó 10 kilos de sal en la macrobañera del rey Hierón (ver acertijo de la semana
pasada), con lo que mejoró el agua del baño convirtiéndola en solución hipocrática (equivalente
al suero fisiológico). Una vez bien disuelta la sal, tomó un litro de agua de la bañera y lo hirvió
hasta que se evaporó todo el líquido y quedó el poso de sal, que pesó más de 10 gramos, lo que
significaba que la capacidad de la bañera era inferior a los 1.000 litros. El rey se admiró una vez
más de la sagacidad de Arquímedes, que además se benefició de un estupendo baño en suero
fisiológico caliente (más agradable y salutífero para la piel, las mucosas y los ojos que el agua
pura), pues Hierón se negó a introducirse en una bañera engañosa. Es de suponer que el
fabricante de la bañera corrió la misma suerte que el de la corona que resultó no ser de oro puro;
pero esa es otra historia.
En cuanto a la “metainocentada” del día 28, y tal como descubrió nuestro “usuario destacado”
Manuel Amorós, está directamente inspirada en el prólogo del delicioso libro de acertijos lógicos
¿Cómo se llama este libro?, del maestro Raymond Smullyan. En dicho prólogo, cuenta Smullyan
que, cuando era niño, su hermano le dijo: “Ray, hoy voy a gastarte una broma que nunca
olvidarás”. Él se pasó el día esperando una broma que no llegaba, y al final su hermano le dijo
que la broma consistía en hacerle creer que le iba a gastar una broma.
El infinito y más acá
Los interminables andares de un rey borracho por un tablero ilimitado suscitaron un extenso e
intenso debate que en el momento de escribir estas líneas aún no se ha extinguido (ver
comentarios de las dos semanas anteriores). El azar y el infinito son dos de los conceptos más

4
resbaladizos, dentro y fuera de las matemáticas, y cuando van juntos y revueltos el resultado
puede ser muy desconcertante. Aún resuenan los ecos del enfrentamiento entre Cantor y
Kronecker, del que hemos hablado en estas mismas páginas en más de una ocasión, y en su
momento el cálculo infinitesimal de Leibniz y Newton levantó no pocas ampollas filosóficas
(como bálsamo para ese tipo de ampollas, recomiendo otro fascinante libro de Smullyan: Satán,
Cantor y el infinito).
Casualmente (o tal vez no), fue Arquímedes el primero en domar el infinito para ponerlo al
servicio de la geometría, anticipándose en dos mil años a los “indivisibles” de Cavalieri, de los
que no ocupamos hace un año (ver “El principio de Cavalieri”, 1-12-2017), y al cálculo
infinitesimal propiamente dicho.
Invito a mis sagaces lectoras/es a realizar una pequeña hazaña arquimediana: deducir el área del
círculo considerándolo un polígono regular de infinitos lados.
Y puesto que acabamos de entrar en el año 2019 y esta es la entrega número 187 de “El juego de
la ciencia”, ¿qué podéis decir de estos dos bonitos números? ¿Tienen algo en común o pueden
relacionarse entre sí de alguna manera interesante?

5
La sucesión de Padovan
Una secuencia numérica que resulta familiar y parece sencilla, pero llena de sorpresas
Carlo Frabetti
18 ENE 2019 - 09:08 CST

Bolsa con diseño sucesión de Padovan.


Los números 187 y 2019 pueden descomponerse en sumas de cuadrados y de cubos de distintas
maneras, tal como se decía la semana pasada; he aquí algunas de las más breves, halladas por
nuestros comentaristas habituales Oli y Theram:
187 = 13² + 3² + 3²;
2019 = 43² + 13² + 1²
187 = 5³ + 3³ + 3³ + 2³
2019 = 11³ + 7³ + 7³ + 1³ + 1³
La secuencia 16, 1, 2, 3, 5, 1, 1… es un ejemplo de esos fenómenos o acontecimientos que pasan
inadvertidos por su misma “normalidad”, como esos ruidos de los que solo somos conscientes
cuando cesan. En muchas casas sigue habiendo relojes de pared que dan los cuartos y las horas, y
en casi todas las casas entra uno de esos relojes una vez al año para dar las campanadas de año
nuevo. Al acabar un día y empezar otro, esos relojes dan 16 campanadas: las 4 de los cuartos más
las 12 de la hora; un cuarto de hora después, 1 campanada anuncia el primer cuarto de la hora
siguiente… Y el quinto término de la secuencia, 5, corresponde a los cuatro cuartos de la una más
la campanada de la hora. Como pista, dije que la secuencia estaba inspirada en un acontecimiento
muy reciente y muy “sonado” (las campanadas de año nuevo); pero… Surge una duda que
planteo a modo de metaacertijo: ¿es aceptable esta secuencia como acertijo lógico-matemático, o

6
es una de esas preguntas-trampa que cuando te dicen la respuesta exclamas indignado: “¡Eso no
vale!”.
Hace unos años, un niño malévolo me volvió loco mostrándome la siguiente secuencia numérica:
2, 5, 5, 4, 5, 6, 3… ¿Qué número sigue? Tardé varios días en dar con la solución, y por
casualidad, y mi primera reacción fue exclamar mentalmente: “¡Maldito niño!”. Pero luego pensé
que este tipo de secuencias atípicas, o ligeramente tramposas, nos invitan a ejercer el
pensamiento lateral, así que bienvenidas sean. Una pista: esta secuencia tiene mucho que ver con
la de las campanadas. Y una metapista: la pista anterior puede resultar engañosa.
Una sucesión familiar
Puesto que hablamos de secuencias numéricas y hace poco hablábamos de Ian Stewart, es
inevitable mencionar la sucesión de Padavan:
1, 1, 1, 2, 2, 3, 4, 5, 7…
¿Qué número sigue? (Es fácil encontrar en la red la respuesta a esta y otras preguntas relativas e
la sucesión de Padovan; pero no te prives del placer de encontrarlas sin ayuda).
La sucesión fue popularizada en 1996 por Ian Stewart en su sección de pasatiempos matemáticos
de Scientific American, pero es obra del matemático y arquitecto británico Richard Padovan, de
ahí su nombre.
Seguro que más de uno, aunque no conociera esta secuencia numérica, habrá pensado al verla:
“Me resulta familiar”. ¿Con qué otra famosa sucesión está emparentada? Y para las/os lectoras/es
más sagaces: ¿qué tiene que ver con la ecuación x3 – x – 1 = 0?

7
Sucesiones extrañas
No todas las secuencias numéricas responden a criterios estrictamente matemáticos
Carlo Frabetti
25 ENE 2019 - 03:34 CST

Fotograma de 'Depredador' en la que se muestra el dispositivo de detonación del brazo izquierdo.


¿Cuál es el siguiente número de la secuencia 0, 5, 4, 2, 9, 8. 6…? El 7. ¿Por qué? Porque los
números están por orden alfabético: cero, cinco, cuatro, dos, nueve, ocho, seis… Pero ¿es esta
una secuencia numérica válida? Los nombres de los números no tienen ninguna relevancia
aritmética, y además cambian de un idioma a otro…
¿Cuál es el siguiente número de la secuencia 2, 10, 12, 16, 17, 18, 19…? El 22 o el 200. ¿Por
qué? Porque pueden ser, por orden creciente, los números que contienen la letra d (22) o que
empiezan por d (200). Una vez más, nos centramos en los nombres de los números en lugar de
hacerlo en los números mismos.
La maligna secuencia planteada la semana pasada supone otra vuelta de tuerca, pues no tiene que
ver con los nombres de los números sino con su forma. ¿Cuál es el número siguiente de la
secuencia 2, 5, 5, 4, 5, 6, 3…? El 7. ¿Por qué? Porque los sucesivos números corresponden al
número de barritas necesarias para representar los dígitos en formato digital, valga la
redundancia. Los vemos continuamente en relojes y marcadores, pero no nos fijamos en el
número de barritas porque esa no es la información relevante. Y ahí está la clave del interés de
estas secuencias atípicas, o incluso “tramposas”: nos obligan a salir del marco de pensamiento
habitual y a revisar nuestros supuestos de partida. (Como anécdota, di con la solución al ver la
película Depredador, en la que un cazador alienígena lleva un dispositivo cronométrico en el que
van desapareciendo barritas luminosas: al verlas dispuestas de una forma distinta a la de nuestros
relojes, nos hacemos más conscientes de las barritas en sí mismas).
En cuanto a la sucesión de Padovan: 1, 1, 1, 2, 2, 3, 4, 5, 7…, el siguiente término es el 9. ¿Por
qué? Porque cada número es la suma de los dos anteriores al anterior. Y nos resulta familiar por
su evidente parentesco con la sucesión de Fibonacci, en la que cada número es la suma de los dos
anteriores.
Coches y factores
Tres amigas, Ana, Berta y Claudia, van a hacer un viaje en automóvil. Pueden ir cada una en su
coche, las tres en el mismo o dos en un coche y una en otro. Hay, por tanto, cinco posibilidades:
A-B-C, ABC, AB-C, AC-B, BC-A (los guiones separan vehículos distintos, de modo que AB-C

8
significa que Ana y Berta van en un coche y Claudia en otro). ¿Cuántas posibilidades habrá si en
vez de tres amigas son cuatro? ¿Y si son cinco? Y puesto que estamos hablando de sucesiones, la
secuencia numérica que se origina a medida que aumentamos el número de amigas viajeras,
¿tiene alguna propiedad o aplicación destacable? Y una pregunta que es a la vez una pista: ¿hay
alguna semejanza entre el problema de los coches y la descomposición de un número en factores?

9
Números de Bell
Además de notable matemático, Eric Temple Bell fue uno de los pioneros de la narrativa de
ciencia ficción
Carlo Frabetti
1 FEB 2019 - 06:17 CST

Eric Temple Bell.


Como vimos, nuestras tres amigas viajeras de la semana pasada podían ir en uno, dos o tres
coches de cinco maneras distintas. Si hubiera una amiga más, podrían ir cada una en su coche (A-
B-C-D), las cuatro juntas (ABCD), dos juntas y las otras dos separadas de seis maneras distintas
(AB-C-D, AC-B-D, AD-B-C, BC-A-D, BD-A-C, CD-A-B), dos en un coche y dos en otro de tres
maneras distintas (AB-CD, AC-BD, AD-BC) o una en un coche y tres en otro de cuatro maneras
distintas (A-BCD, B-ACD, C-ABD, D-ABC), en total, 1 + 1 + 6 + 3 + 4 = 15 posibilidades.
Si las amigas son cinco, las posibilidades son 52, y si son seis, 203. Los sucesivos términos
crecen rápidamente, y si incluimos los casos de una sola viajera (1 posibilidad) y de dos viajeras
(2 posibilidades: ambas en el mismo coche o cada una en el suyo), la secuencia es la siguiente: 1,
2, 5, 15, 52, 203, 877, 4140, 21147…
Cada término de esta sucesión es el número de particiones de un conjunto de n elementos,
entendiendo por particiones las distintas maneras en que el conjunto se puede dividir en
subconjuntos complementarios, es decir, sin elementos comunes y cuya unión es el conjunto
completo (como en el caso de las amigas viajeras). Un conjunto de un elemento solo admite una
partición. Un conjunto de dos elementos admite dos particiones distintas: los dos juntos o cada
uno por separado. Un conjunto de tres elementos admite cinco particiones, como hemos visto en
el caso de las tres amigas, y así sucesivamente.

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El número de particiones de un conjunto se denomina número de Bell, en honor del matemático y
escritor escocés Eric Temple Bell, a quien los aficionados a la ciencia ficción tal vez conozcan
más por su seudónimo John Taine, autor de clásicos del género como El zafiro púrpura y
Semillas de vida. El número de Bell se suele expresar mediante la letra B con un subíndice que
indica el número de elementos del conjunto correspondiente; así, B1 = 1, B2 = 2, B3 = 5… La
sucesión de los números de Bell suele empezar con dos unos: 1, 1, 2, 5, 15…, porque también se
contempla el caso del conjunto vacío, B0 = 1.
Factorizaciones
Un número compuesto, por definición, se puede descomponer en primos y, por tanto, expresar
como producto de varios números enteros; si solo tiene dos divisores (distintos de sí mismo y de
la unidad), esta expresión es única; por ejemplo, 21 = 3 x 7 (además de la trivial 1 x 21). Pero si
un número tiene más de dos divisores, se puede expresar como producto de otros números de
distintas maneras, además de la consabida descomposición en factores primos; por ejemplo, 66 =
2 x 3 x 11 = 6 x 11 = 2 x 33…
¿De cuántas maneras distintas se puede expresar como producto de varios números (enteros, se
entiende) el número 210? ¿Y el 2.310? ¿Tienen algo que ver estas factorizaciones con lo visto
anteriormente?
Invito a mis sagaces lectoras/es a examinar la interesante y versátil sucesión de los números de
Bell y a compartir sus conclusiones.

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Fórmulas magistrales
Galileo y Newton iluminaron el “oscuro laberinto” de la naturaleza con sus magistrales fórmulas
matemáticas
Carlo Frabetti
6 FEB 2019 - 09:30 CST

'Newton', por William Blake (1795). Tate Britain


Se podría decir que la ciencia, en el sentido actual del término, echó a andar con Galileo, que dijo
que el libro de la naturaleza está escrito in lingua matematica (Leonardo había dicho algo muy
parecido un siglo antes), y también, abundando en la misma idea, que hay que medir todo lo que
es medible y hacer medible lo que no lo es; una teoría cosmológica y un programa científico
resumidos en un par de frases, que inspirarían a Newton para, subiéndose a hombros de Galileo y
otros gigantes, vislumbrar -y transcribir- las “frases” fundamentales de ese inmenso libro
matemático. Frases hechas de números y de letras dotadas de un significado nuevo, y que,
lamentablemente, se convirtieron para muchos en un lenguaje cifrado, casi iniciático.
Cuando Stephen Hawking publicó su Breve historia del tiempo, dijo jocosamente que su editor le
había advertido de que, si incluía fórmulas matemáticas en el libro, las ventas se reducirían a la
mitad. Es lamentable, por no decir alarmante, que incluso las personas interesadas en la ciencia,
compradoras potenciales de un libro como el de Hawking, tengan dificultades para leer la lingua
matematica de la que habla Galileo; porque eso no solo significa que no pueden leer con plena
comprensión muchos libros y artículos interesantes sobre el mundo en que vivimos, sino que solo
pueden leer a medias el gran libro de la naturaleza, que, siguiendo con Galileo, se convierte en un

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“oscuro laberinto” si no lo iluminamos con las fórmulas y ecuaciones que lo describen y
explican.
Te propongo una sencilla prueba: mira las fórmulas siguientes y hazte una triple pregunta: ¿Sé lo
que significan?, ¿entiendo claramente lo que afirman?, ¿conozco su origen y sus aplicaciones?
Empecemos con un ejemplo muy sencillo: todas las personas medianamente cultas saben que el
área del círculo es πr2, y también saben leer los signos utilizados: pi multiplicado por el radio al
cuadrado, siendo π = 3,14… Sí, pero ¿por qué?, ¿cómo se obtuvo esta fórmula?, ¿qué otros
resultados se desprenden de ella? Y sigamos con otras nueve fórmulas bastante conocidas (y
algunas incluso tan famosas como la primera y la última), pero a menudo poco comprendidas:
E = mc2
Mira las fórmulas siguientes y hazte una triple pregunta: ¿Sé lo que significan?, ¿entiendo
claramente lo que afirman?, ¿conozco su origen y sus aplicaciones?
F = m·a
a2 =b2 + c2
V = I·R
F = G m1m2/r2
PV/T = P’V’/T’
C+V=A+2
Φ = (1 + √5)/2
H2O
¿Qué podrías decir de cada una de estas fórmulas? ¿Qué dudas e interrogantes te suscitan?
Como es bien sabido, se suele denominar “fórmulas magistrales” a los preparados farmacéuticos.
Puede que la expresión sea un poco pomposa aplicada a un jarabe para la tos; pero es totalmente
adecuada si nos referimos a fórmulas y ecuaciones como las antes enumeradas, pues son las
llaves maestras que nos abren las puertas del conocimiento más sólido, fiable y operativo del que
disponemos: el conocimiento científico. Y en sucesivas entregas intentaré explicar el dignificado,
la historia y las aplicaciones de cada una de ellas.
“Solo Euclides ha contemplado la belleza desnuda”, dijo la gran poeta estadounidense Edna St.
Vincent Millay. Pero no hay que tomarse sus hermosos versos al pie de la letra: los demás
también podemos contemplarla si seguimos a Euclides y a quienes le sucedieron en la tarea de
iluminar el oscuro laberinto y desnudar la belleza. Porque nuestra mayor fuerza como especie es
que cualquier cosa que cualquier persona descubra o imagine y logre expresar mediante signos -
sean letras o números, imágenes o sonidos- está al alcance de todas las demás.

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HEX
El ingeniero y escritor danés Piet Hein es el creador de fascinantes rompecabezas y juegos
matemáticos como el Hex
Carlo Frabetti
8 FEB 2019 - 09:36 CST

Piet Hein.
Nos preguntábamos la semana pasada de cuántas maneras diferentes se puede expresar el número
210 como producto de números naturales (enteros y positivos). Lo primero es descomponerlo en
factores primos: 210 = 2 × 3 × 5 × 7; las distintas factorizaciones serán las distintas formas de
agrupar estos primos, con lo que el problema es equivalente al de las amigas viajeras (si
excluimos la opción de que vayan todas juntas en el mismo coche, que correspondería a la
factorización trivial 1 x 210):
210 = 2 × 3 × 5 × 7 = 2 × 3 × 35 = 2 × 5 × 21 = 2 × 7 × 15 = 3 × 5 × 14 = 3 × 7 × 10 = 5 × 7 × 6
= 2 × 105 = 3 × 70 = 5 × 42 = 7 × 30 = 6 × 35 = 10 × 21 = 14 × 15
En cuanto al número 2310, en su descomposición en factores primos no hay ninguno repetido (es
decir, con exponente): 2310 = 2 × 3 × 5 × 7 × 11, por lo que, al igual que en el caso anterior, el
número de posibles descomposiciones en factores enteros y positivos coincidirá con el número de
Bell B5 = 52 (con la salvedad de excluir el 1 como factor).
Los inventos de Hein
Nuestro comentarista habitual Carlos Gaceo ha enviado un enlace a un interesante juego llamado
MatHex (ver comentario 72 de la semana pasada), que es una actualización digitalizada del Hex,
juego de tablero inventado en los años cuarenta del siglo pasado por el ingeniero y escritor danés
Piet Hein.

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El Hex se juega sobre un tablero de 11 x 11 casillas hexagonales, donde dos jugadores van
colocando alternativamente sus fichas, blancas las de uno y negras las del otro, intentando unir
los dos lados opuestos del tablero que le corresponden a cada jugador con una cadena continua de
sus fichas. Es un juego de fichas estáticas, como el Go: una vez colocadas en el tablero,
permanecen en la misma casilla hasta el final de la partida. Las cuatro casillas de las esquinas
pertenecen a ambos lados concurrentes y, por tanto, a ambos jugadores.
Aunque el tablero más habitual es el de 11 x 11, se pueden usar tableros de otros tamaños. En la
figura vemos el final de una partida ganada por las blancas en un tablero de 5 x 5. Pero la
posición es poco verosímil. ¿Por qué?

El tablero reducido facilita el análisis del juego. ¿Hay una estrategia ganadora? ¿Se puede
demostrar que uno de los jugadores tiene ventaja? ¿Puede acabar en tablas la partida?
Piet Hein inventó también el cubo soma, un rompecabezas tridimensional del que nos hemos
ocupado en alguna ocasión, y aunque no descubrió la superelipse, estudió sus propiedades y las
aplicó al diseño y a la escultura. Pero ese es otro artículo.

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Del triángulo sagrado al teorema de Pitágoras
El más famoso de los teoremas se demostró en el siglo sexto antes de Cristo, pero ya se conocía
al menos 2.000 años antes
Carlo Frabetti
12 FEB 2019 - 06:46 CST
Mucho antes de que Pitágoras (o
alguno de sus discípulos) demostrara
su famoso teorema, los babilonios,
los indios y los egipcios conocían -y
utilizaban eficazmente- las
propiedades del triángulo de lados 3,
4 y 5, que se consideraba sagrado.
Lo más notable de este triángulo es
que el ángulo opuesto al lado mayor
es recto, y no hace falta señalar la
importancia del ángulo recto en todo
tipo de mediciones y construcciones.
En el antiguo Egipto, el triángulo de
proporciones 3-4-5 más utilizado en
arquitectura y agrimensura era el de
lados iguales a 15, 20 y 25 codos
respectivamente (unos 7.5, 10 y 12.5
metros), llamado “triángulo isíaco”
en honor a la diosa Isis, que ya se
utilizó en la construcción de la
pirámide de Kefrén, en el siglo
XXVI a. C. Pero fueron los
pitagóricos quienes, dos mil años
después, demostraron el teorema y le
dieron su conocida expresión
canónica: “En todo triángulo
rectángulo, la suma de los cuadrados
de los catetos es igual al cuadrado de
Busto de Pitágoras en los Museos Capitolinos la hipotenusa”.

El ángulo recto es un elemento fundamental de nuestro


entorno físico, hasta el punto de que el gran arquitecto
Le Corbusier lo denominó “nuestro pacto de solidaridad
con la naturaleza” y le dedicó un extenso -e intenso-
poema; he aquí un fragmento:
Erguido sobre el plano terrestre / de las cosas
comprensibles, / contraes con la naturaleza un pacto / de
solidaridad: es el ángulo recto. / De pie vertical ante la
mar, / hete ahí sobre tus piernas

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Desde el momento en que se irguieron sobre sus patas traseras, los primeros homínidos debieron
cobrar plena conciencia del binomio horizontal-vertical, o lo que es lo mismo, de la
perpendicularidad.
Es probable que las primeras demostraciones del teorema de Pitágoras fueran geométricas, ya que
los pitagóricos lo veían como una relación de los cuadrados construidos sobre los tres lados del
triángulo rectángulo más que como una ecuación algebraica. Una de las demostraciones más
elegantes es la que ilustra la figura (que también se encuentra representada en algunos
documentos chinos muy antiguos).

El cuadrado del centro y el de la derecha son iguales. El de la derecha está formado por el
cuadrado de lado igual a la hipotenusa y cuatro triángulos iguales al original; el del centro, por
dos cuadrados de lados iguales, respectivamente, a ambos catetos y cuatro triángulos iguales al
original; por lo tanto, el área del cuadrado mayor es igual a la suma de las áreas de los dos
menores, o lo que es lo mismo, a2 + b2 = c2.
La demostración que encontramos con frecuencia en los libros de geometría actuales (atribuida al
propio Pitágoras) se basa en la semejanza de triángulos.
Los triángulos ABC y ACH son semejantes porque
ambos son rectángulos y tienen en común el ángulo A, y
por tanto sus lados son proporcionales, luego b’/b = b/c,
de donde b2 = cb’. También son semejantes ABC y BCH,
pues tienen en común el ángulo B, luego a’/a = a/c, de
donde a2 = ca’. Sumando ambas igualdades:
a2 + b2 = ca’ + cb’ = c(a’ + b’) = c2.

De Pitágoras a Fermat
La fórmula pitagórica a2 + b2 = c2 invita a preguntarse qué pasa si la generalizamos a otros
exponentes y la convertimos en an + bn = cn, donde n es un número entero cualquiera. Pues bien,
en 1637 Pierre de Fermat llegó a la conclusión de que para n mayor que 2 no existen tres números
naturales (enteros y positivos) a, b, c tales que se cumpla esa igualdad. Fermat escribió en el
margen de un libro que había encontrado una demostración “admirable” de dicho teorema; pero
nunca se encontró tal demostración, y los expertos dan por supuesto que Fermat se equivocó… o
quiso gastarle una broma a la comunidad matemática. De hecho, el teorema permaneció en estado
de conjetura durante tres siglos y medio, hasta que, tras numerosos intentos, fue demostrado por
Andrew Wiles en 1995.
“He encontrado una demostración realmente admirable, pero no cabe en el exiguo margen de este
libro”, escribió Fermat. También en esto el tiempo le dio la razón: la demostración de Wiles sería
difícil de encajar en los márgenes de un libro, pues ocupa unas 100 páginas.

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La superelipse de Hein
La circunferencia es un caso particular de la elipse, que a su vez es un caso particular de la
superelipse
Carlo Frabetti
15 FEB 2019 - 06:47 CST

Escultura basada en la superelipse de Hein.


La partida de Hex sobre un tablero reducido de 5 x 5 que vimos la semana pasada no era
verosímil, pues en la jugada anterior las negras podrían haber impedido que se completara la
cadena de las blancas a la vez que creaban una posición ganadora.
Es fácil encontrar una estrategia ganadora para el primer jugador en tableros reducidos. Por
ejemplo, en el tablero de 5 x 5 el primer jugador gana fácilmente ocupando la casilla central en su
jugada inicial (aunque no de la forma que se ve en el ejemplo de la semana pasada). Pero en el
tablero de 11 x 11 hay un número tan astronómicamente grande de posibilidades que no se
conoce una estrategia ganadora. Sin embargo, en 1949 John Nash, que al parecer reinventó el
juego independientemente de Piet Hein, demostró que tal estrategia tiene que existir; resumido (la
demostración rigurosa es algo más complicada), su razonamiento es el siguiente: supongamos
que el segundo jugador tiene ventaja; en ese caso, el primer jugador no tiene más que hacer una
jugada inicial irrelevante y luego adoptar la estrategia del segundo, puesto que una ficha propia
de más en el tablero no puede ser un inconveniente.
La “prueba de existencia” de Nash parte del supuesto de que uno de los jugadores ha de ganar
necesariamente, y, de hecho, el empate es inconcebible en la práctica; pero ¿es teóricamente
imposible?

18
De la superelipse al superhuevo
Como es bien sabido, la
circunferencia es una curva cerrada
cuyos puntos equidistan de otro, que
es el centro. Y en el caso de la
elipse, es la suma de distancias a
otros dos puntos, llamados focos, lo
que permanece constante para todos
los puntos de la curva.
La fórmula de la elipse es x2/a2 +
y2/b2 = 1. Si a = b, la fórmula se
convierte en x2 + y2 = a2, y la elipse,
en una circunferencia de radio a. Y
del mismo modo que la
circunferencia se puede considerar
un caso particular de la elipse,
podemos considerar que la elipse es
un caso particular de una familia de
curvas de la forma xn/an + yn/bn = 1.
De hecho, así lo consideró el
matemático francés Gabriel Lamé,
que dio nombre a estas curvas
(también llamadas superelipses) y
las estudió a mediados del siglo
XIX.

John Nash pasea por la plaza del Obradoiro, en Santiago de


Compostela, en 2007. ANXO IGLESIAS
Cien años después, el escritor e ingeniero danés Piet Hein, el inventor del Hex, estudió una curva
de Lamé en particular: la de exponente n = 2.5, con a = 4 y b = 3, y la aplicó al diseño de mesas y
otros muebles, así como al trazado de una rotonda en una plaza rectangular de Estocolmo. La
elipse convencional parecería la primera opción, por una sencilla regla de tres: circunferencia es a
cuadrado como elipse a rectángulo. ¿Qué ventaja tiene la superelipse de Hein sobre la elipse?
¿Qué ocurre a medida que aumenta el exponente n?
Haciendo girar su superelipse alrededor de su eje mayor, Hein obtuvo un interesante
superelipsoide, denominado “superhuevo”, que ha sido reproducido a muy distintos tamaños,
como objeto de regalo y como escultura, y que posee una sorprendente propiedad que no
comparte con su primo el elipsoide de revolución. ¿Cuál?

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Árboles
Además de majestuosos organismos vegetales, los árboles son fascinantes objetos lógico-
matemáticos
Carlo Frabetti
22 FEB 2019 - 06:41 CST

'
Árbol de la Ciencia (Arbor Scientiae)' de Ramón Llull.
En el Hex, el empate es imposible. No pueden completar cadena ambos jugadores (aunque el
segundo jugador pueda seguir jugando si la completa el primero) porque una cadena que une
lados opuestos del tablero lo divide en dos partes totalmente separadas e impide, por tanto, que se
conecten entre sí los tramos de fichas rivales que intentan unir los otros dos lados. Pero otra
posibilidad de empate sería que ninguno de los dos jugadores pudiera completar su cadena; sin
embargo, esto tampoco es posible: si ambos jugadores van colocando fichas hasta llenar el
tablero, se completará necesariamente una cadena, aun en el supuesto de que deliberadamente
intenten evitarlo (en el comentario 47 de hace un par de semanas se puede ver una demostración
detallada).
La ventaja de la superelipse sobre la elipse, para trazar una rotonda en una plaza rectangular, es
que llena mejor el espacio -se ciñe más a los lados del rectángulo- y facilita la circulación de los

20
vehículos (un circuito elíptico tiene la desventaja de que parece circular pero no lo es, lo que
podría despistar a los conductores).
A medida que aumenta el exponente de
la ecuación de la superelipse, se
aproxima más al rectángulo
circunscrito, y en el límite, cuando n
tiende a infinito, coincide con él.
La curiosa propiedad del “superhuevo”
de Piet Hein es que, al contrario que los
elipsoides de revolución o los huevos,
permanece en equilibrio sobre
cualquiera de sus extremos, lo cual lo
popularizó, en pequeño formato, como
Escultura basada en la superelipse de Hein. objeto de regalo.
Grafos arbóreos
En las últimas semanas hemos resuelto algunos problemas utilizando grafos, y más
concretamente “árboles”, aunque sin nombrarlos. Un grafo es un conjunto de puntos, llamados
vértices o nodos, unidos por una serie de líneas, llamadas lados o aristas, que representan
relaciones binarias entre los elementos de un conjunto. Si desde cualquiera de los puntos del
grafo se puede ir a cualquier otro recorriendo aristas, es un grafo conexo. Y si en un grafo conexo
no hay circuitos cerrados, se denomina “árbol”, por su semejanza con los árboles de la naturaleza.
El Árbol de la Ciencia de Ramón Llull y el Árbol de Porfirio son ilustres precursores de los
grafos arbóreos.

Es evidente que con dos puntos podemos formar un único árbol, y lo mismo con tres. Con cuatro
puntos podemos formar dos árboles distintos: los cuatro puntos alineados o formando una Y. En
la figura vemos un árbol de siete nodos; ¿cuántos distintos podemos formar? ¿Tendrán todos el
mismo número de aristas? (Una pequeña advertencia: es fácil confundirse y pensar que son
distintos dos árboles que en realidad son equivalentes).
¿Qué podemos decir de la secuencia numérica que expresa el número de árboles distintos que se
pueden formar con 2, 3, 4, 5… nodos? ¿Qué ejemplos de árboles (además de los propios árboles)
hay en la naturaleza? ¿Y en las obras humanas?

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Árboles de Steiner
El matemático suizo dio nombre a los grafos arbóreos de longitud mínima
Carlo Frabetti
1 MAR 2019 - 06:51 CST

Jakob Steiner
Como vimos la semana pasada, con dos puntos solo se puede formar un árbol elemental de un
solo lado, y con tres puntos también es única la solución, mientras que con cuatro puntos hay dos
posibilidades. Con cinco puntos hay tres posibilidades distintas, y seis con seis puntos, y con siete
puntos se pueden formar once árboles diferentes, lo que da lugar a la secuencia: 1, 1, 2, 3, 6, 11…
¿Cuáles son los números siguientes? ¿Hay una fórmula que nos dé el enésimo término en función
de n? ¿En qué se parece y en qué se diferencia esta secuencia “arbórea” de la famosa y
omnipresente sucesión de Fibonacci?
En la naturaleza abundan los ejemplos de estructuras arborescentes, como las redes hidrográficas,
en las que los nodos serían las fuentes de las distintas corrientes de agua y los puntos de
confluencia de dos o más de ellas. Obviamente, en la naturaleza los nodos no son puntos; pero la
red se puede esquematizar en forma de grafo arbóreo. Y lo mismo se puede decir de nuestro
sistema circulatorio y nuestro sistema nervioso. O de las redes eléctricas e hidráulicas que
abastecen nuestras ciudades.

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En todo árbol de n nodos hay n-1 aristas. Es fácil verlo si imaginamos los árboles formados por
n-1 nodos “con rabo” (que podemos visualizar como cerillas, e incluso usarlas para componer
árboles sobre una mesa) y uno sin.
Dentro de los grafos arbóreos tienen especial relevancia los árboles binarios, que son aquellos en
los que cada rama se bifurca en otras dos. Un ejemplo ilustre lo encontramos en el Árbol de
Porfirio, mencionado la semana pasada: es un árbol filosófico que va de lo general a lo particular
y en el que cada concepto se subdivide en dos. Así, el ser puede ser (valga la redundancia)
corpóreo o incorpóreo; lo corpóreo puede ser animado o inanimado; lo animado puede ser
sensible o insensible…
Árboles mínimos
Dado un conjunto de elementos, puede tener especial interés la forma de conectarlos en árbol de
forma óptima, en el sentido de conseguir la interconexión global más corta, es decir, aquella en la
que la suma de todos los lados es mínima; y esa interconexión de longitud mínima es un árbol de
Steiner, denominado así en honor del matemático suizo Jakob Steiner, uno de los más grandes
geómetras del siglo XIX. Con la particularidad de que para lograr un árbol mínimo se pueden
añadir al conjunto inicial algunos puntos -llamados puntos de Steiner- que den lugar a aristas más
cortas.

Un ejemplo sencillo es el de los vértices de un triángulo equilátero, A, B y C. Una forma evidente


de conectarlos es trazar dos de los lados, por ejemplo, AB y BC. Pero si tomamos como punto de
Steiner el centro del triángulo ABC, S, y lo unimos con los tres puntos iniciales, obtenemos un
árbol de longitud menor que la suma de dos lados. ¿Cuál es la longitud global de este árbol? ¿Es
mínima? ¿Cómo sería el árbol de Steiner de los vértices de un triángulo no equilátero? ¿Y el de
los vértices de un cuadrado?

23
Arquímedes y la medida del círculo
Dos mil años antes que Leibniz y Newton, Arquímedes utilizó un rudimento de cálculo
infinitesimal para hallar el área del círculo
Carlo Frabetti
26 MAR 2019 - 06:19 CST

Arquímedes de Siracusa.
La conocida fórmula de la longitud de la circunferencia, 2πr, en realidad es una tautología, puesto
que π es, por definición, la razón entre la circunferencia y su diámetro (o lo que es lo mismo, 2r,
dos veces el radio). Pero la no menos conocida fórmula del área del círculo, πr2, no es ni mucho
menos evidente, y para dar con ella fue necesario todo el ingenio de uno de los más grandes
matemáticos de todos los tiempos.
En su libro Sobre la medida del círculo, uno de los textos científicos más importantes de la
antigüedad, cuya influencia se prolongó a lo largo de siglos (a pesar de su brevedad y de no
conservarse completo), Arquímedes, anticipándose en 2.000 años a los “indivisibles” de Cavalieri
y al cálculo infinitesimal de Leibniz y Newton, deduce la fórmula del área del círculo a la vez que
halla un valor de π increíblemente preciso. Pero empecemos por el principio…
La única figura geométrica cuya fórmula del área es evidente, es el rectángulo, pues no hay más
que multiplicar la longitud de la base por la de la altura para hallar el número de unidades
cuadradas. Por ejemplo, si tenemos un rectángulo de 5 centímetros de base y 3 de altura, es
evidente que contendrá 5 x 3 = 15 cuadraditos de 1 centímetro de lado, o sea 15 centímetros
cuadrados. Generalizando, la superficie (S) de un rectángulo de base b y altura a será S = b.a.

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Es fácil ver que cualquier paralelogramo se puede convertir en un rectángulo “cortando” un
triángulo rectángulo de un extremo y “pegándolo” en el otro, por lo que también en este caso el
área se obtendrá multiplicando la base por la altura: S = b.a.
Y puesto que cualquier triángulo puede considerarse la mitad de un paralelogramo de igual base y
altura (que podemos obtener trazando por dos de los vértices sendas paralelas a los lados
opuestos, como muestra la figura), el área de un triángulo será b.h/2 (la altura suele designarse
indistintamente con las letras a o h).

En el caso de un polígono regular, como el hexágono de la figura, que tiene todos sus lados y
todos sus ángulos iguales, podemos dividirlo, trazando sus radios, en tantos triángulos isósceles
iguales (que en el caso del hexágono serán equiláteros) como lados tiene. Por lo tanto, su área
será n.l.a/2, siento n el número de lados, l el lado del polígono y a la altura de cada triángulo, que
es la apotema del polígono; pero n.l es el perímetro (p) del polígono, luego su área será p.a/2.
Para hallar el valor de π, Arquímedes imaginó un círculo encerrado entre un polígono inscrito y
uno circunscrito de un número de lados cada vez mayor. Obviamente, la longitud de la
circunferencia tenía que ser siempre mayor que el perímetro del polígono inscrito y menor que el
perímetro del polígono circunscrito, y a partir de sendos polígonos de 96 lados respectivamente
inscrito y circunscrito, halló un valor de π comprendido entre las fracciones 223/71 y 22/7; la
media de estos dos valores es aproximadamente 3,1418, lo que significa que en el valor hallado
por Arquímedes el error es de apenas dos diezmilésimas.
Y aunque el razonamiento mediante el cual el gran matemático griego llega a la fórmula del área
del círculo es algo más largo y elaborado, en última instancia equivale a considerar que el círculo
es un polígono regular de infinitos lados infinitamente pequeños, por lo que su apotema es el
radio del círculo y su perímetro la longitud de la circunferencia, con lo que la fórmula p·a/2 se
convierte en 2πr·r/2 = πr2.
Es curiosa la forma en que Arquímedes presenta el área del círculo, diciendo que es igual a la de
un triángulo rectángulo cuyos catetos son, respectivamente, el radio del círculo y la longitud de
su circunferencia. Un guiño al viejo problema de la cuadratura del círculo, aunque seguramente
Arquímedes ya sabía que era irresoluble. Pero esa es otra cuestión…

25
Día de la mujer calculadora
En la estela de la pionera Ada Lovelace, Angela Foxx Dunn es un singular ejemplo de “mujer
calculadora”
Carlo Frabetti
8 MAR 2019 - 06:21 CST

Ada Lovelace
La secuencia del número de árboles distintos que se pueden formar con n nodos es: 1, 1, 1, 2, 3,
6, 11, 23, 47, 106, 235, 551… (El primer 1 corresponde al grafo elemental de un solo nodo).
Nos preguntábamos la semana pasada si hay una fórmula sencilla que dé el número de árboles
distintos en función del número de nodos. La respuesta es no. La secuencia empieza pareciéndose
a la de Fibonacci (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21…), y es tentador relacionarlas, ya que esta aparece a
menudo en los árboles de la naturaleza; pero el crecimiento de la “secuencia arbórea” es cada vez
más rápido con respecto a la de Fibonacci.
Como vimos, en el caso de tres puntos que son vértices de un triángulo equilátero, el árbol de
Steiner se obtiene tomando como “punto de Steiner” el centro del triángulo. ¿Y si el triángulo no
es equilátero? En ese caso, hay que buscar el punto cuya suma de distancias a los tres vértices es
mínima. Es el punto de Fermat o punto de Torricelli del triángulo, denominado así porque el
primero le planteó el problema al segundo y este lo resolvió.

En un triángulo que no tenga un ángulo mayor de 120º, el punto de


Fermat, que coincide con el punto de Sreiner de los nodos situados en los
vértices, se halla construyendo sendos triángulos equiláteros en dos
cualesquiera de los lados y uniendo sus vértices exteriores con los vértices
opuestos del triángulo en cuestión, como indica la figura.

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En el caso de un cuadrado, el árbol de longitud mínima se obtiene con la configuración de la
figura, en la que los tres ángulos que confluyen en cada uno de los dos puntos de Steiner son de
120º. Si tomamos como unidad el lado del cuadrado, ¿cuál es la longitud de este árbol mínimo?
¿Qué ahorro supone con respecto al árbol más evidente, formado por tres lados del cuadrado? ¿Y
con respecto al árbol formado por las dos diagonales del cuadrado?

Y un más difícil todavía: ¿cómo es el árbol de Steiner de los vértices de un pentágono regular?
La mujer que calculaba
Esta entrega de El juego de la ciencia se publica el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, y
como modesta contribución a su celebración propongo tres acertijos lógicos de una de las pocas
mujeres que, en la estela de Ada Lovelace, se han dedicado a estudiar y refinar formas de cálculo.
Me refiero a Angela Foxx Dunn, de la que ya he hablado en alguna ocasión, y que en los años
sesenta del siglo pasado realizó, para un par de revistas técnicas, una excelente sección semanal
de acertijos matemáticos, casi siempre relacionados con el cálculo, titulada Problematical
Recreations, y también publicó varios libros sobre el tema (hay al menos uno en castellano,
aunque difícil de encontrar: El abuelo listo, RBA, 2008). He aquí tres de sus acertijos:
En un puzle de 100 piezas, ¿cuántos movimientos son necesarios para completarlo? Un
movimiento consiste en ensamblar dos conjuntos de piezas (incluyendo conjuntos de una sola
pieza).
Un cajón contiene un número impar de calcetines marrones y un número par de calcetines negros.
¿Cuál es el menor número de calcetines marrones y negros que ha de contener el cajón para que
al sacar dos calcetines al azar la probabilidad de que ambos sean marrones sea 1/2?
¿Cuál es el mayor resultado que se puede obtener como producto de números naturales (enteros y
positivos) cuya suma es 100?

27
‘Ceteris paribus’
¿Podría volar un caballo si le añadiéramos alas sin modificar el resto de su anatomía?
Carlo Frabetti
15 MAR 2019 - 06:45 CST

Hermes y Pegaso en 'Parnassus' (1497), el óleo del renacentista de Andrea Mantegna que se exhibe en el Museo del
Louvre de París.
En un cuadrado cuyo lado tomamos como unidad, la longitud del árbol formado por tres de los
lados será 3, mientras que la del árbol formado por las dos diagonales medirá 2√2 = 2,82…, un
ahorro considerable. Pero la configuración que vimos la semana pasada, con dos puntos de
Steiner que forman ángulos de 120º al unirlos entre sí y con los vértices del cuadrado, supone un
ahorro aún mayor, pues mide 1 + √3 = 2,73…
En cuanto a los acertijos de Angela Foxx Dunn, el primero era muy sencillo, pero los otros dos
no tanto:
El del puzle de 100 piezas se ve más claro “rebobinando”: imaginemos que tenemos el puzle ya
compuesto y queremos descomponerlo en todas sus piezas: con cada fractura aumentará en una el
número de piezas, tanto si separamos una pieza suelta como un grupo de ellas; por lo tanto,
siempre necesitaremos 99 movimientos para descomponer el puzle en sus 100 piezas iniciales. Lo
que significa, pasando la película al revés, que siempre necesitaremos 99 movimientos para
montarlo.
El menor número de calcetines que puede haber en el cajón para que al sacar dos al azar ambos
sean marrones, es 15 marrones y 6 negros. Al sacar el primer calcetín, la probabilidad de que sea
marrón es 15/21, y al sacar el segundo, la probabilidad de que también sea marrón es 14/20; y
15/21 x 14/20 = 1/2. Claro que, si nos conformamos con que ambos calcetines sean del mismo
color, la probabilidad de éxito aumenta. ¿En qué medida?
En el problema del producto máximo, la clave está en que no puede haber factores mayores de 4,
ya que cualquier n mayor que 4 se puede descomponer en los sumandos n-2 y 2, cuyo producto,
2n – 4, es mayor que su suma, n, para n > 4. Por lo tanto, los factores solo pueden ser treses y
cuatros, o, para simplificar, treses y doses (puesto que 4 =2 + 2 = 2 x 2). Por otra parte, siempre

28
convendrá sustituir tres doses por dos treses, ya que, a igual suma (2 + 2 +2 = 3 + 3), 2 x 2 x 2 =
8 y 3 x 3 = 9, por lo que habrá que minimizar el número de doses y reducirlos a dos, lo que nos
deja 32 treses y 2 doses (32 x 3 + 2 x 2 = 100), con lo que el producto máximo buscado será 332 x
22, un número de dieciséis cifras.
Cuando todo lo demás sigue igual
En las últimas semanas, al estudiar los grafos arbóreos, hemos adoptado alguna vez la estrategia
de ver qué pasaba si quitábamos o añadíamos una sola arista, dejando igual el resto del árbol; sin
decirlo expresamente, estábamos aplicando el método ceteris paribus, locución latina que
significa “lo demás (sigue) igual”.
Es un método ampliamente utilizado en las ciencias experimentales, y también en economía, y
coloquialmente apelamos a él tácitamente cada vez que hacemos una afirmación del tipo: “Si
mañana no llueve, iremos a la playa”, en la que se da por supuesto que las demás condiciones
(ganas, salud, movilidad…) seguirán cumpliéndose. Podemos preguntarnos, por ejemplo, si
podría volar un caballo como el mítico Pegaso si le añadiéramos alas sin modificar el resto de su
anatomía.
Animo a mis sagaces lectoras/es a buscar y comentar ejemplos de problemas que se pueden
abordar con este método.

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Vuelos problemáticos
¿Qué sucede cuando el loro de John Silver alza el vuelo desde el hombro del pirata?
Carlo Frabetti
22 MAR 2019 - 06:29 CST

Fotograma de 'La isla del Tesoro'


En un cajón con 15 calcetines marrones y seis negros, la probabilidad de que al sacar dos al azar
sean ambos marrones es, como vimos la semana pasada, 15/21 x 14/20 = 1/2. Si nos
conformamos con que sean ambos del mismo color, también sirve que sean ambos negros, cuya
probabilidad es 6/21 x 5/20 = 1/14, por lo que la probabilidad pasa de 1/2 a 1/2 + 1/14 = 4/7.
Los problemas de objetos (bolas, monedas, caramelos, calcetines…) sacados al azar de una o
varias cajas constituyen una “familia” muy numerosa e interesante dentro de los acertijos lógico-
matemáticos, y en anteriores entregas de El juego de la lógica hemos visto unos cuantos. El más
elemental es seguramente el clásico del cajón con seis calcetines marrones y seis negros.
¿Cuántos tenemos que sacar, como mínimo, para tener la certeza de que haya dos del mismo
color? ¿Y para tener la certeza de que habrá dos negros? Es muy sencillo, pero se puede
complicar a voluntad añadiendo calcetines, cajones y condiciones. Por ejemplo:
Hay tres cajones, uno con solo calcetines negros, otro con solo calcetines marrones y otro con la
mitad negros y la mitad marrones. Metemos la mano en un cajón al azar y sacamos un calcetín
negro. ¿Cuál es la probabilidad de que, si sacamos otro calcetín del mismo cajón, también sea
negro? ¿Depende dicha probabilidad del número total de calcetines? ¿Y si en el cajón mixto no
hay mitad y mitad, sino un calcetín negro y nueve marrones?
Vuelos atípicos
La alusión a un hipotético caballo volador como el mítico Pegaso dio lugar a un amplio debate
sobre la posibilidad de tal portento y sobre el concepto mismo de vuelo (ver comentarios de la

30
semana pasada), lo cual es un buen pretexto para plantear algunos acertijos relacionados con el
tema.
Si en la Luna hubiera una zona con una atmósfera similar a la terrestre (por ejemplo, contenida
bajo una enorme cúpula), ¿podría volar allí un caballo alado similar a Pegaso?
El temible pirata Long John Silver se dispone a cruzar un precario puente de madera que solo
aguanta un máximo de 80 kilos, que es exactamente lo que él pesa; pero tras unos pasos el puente
empieza a crujir de manera alarmante, y el pirata recuerda demasiado tarde que su loro, posado
en su hombro, pesa un kilo, con lo que han superado el límite de seguridad. El ave también se da
cuenta del peligro y alza el vuelo. ¿Qué sucede a continuación? ¿Qué otra cosa podría haber
hecho el loro para evitar la catástrofe?
Con un viento constante a favor, un pterodáctilo tarda 4 horas en el viaje de ida, y en el viaje de
vuelta, con el mismo viento en contra, tarda 5 horas. ¿Qué podemos deducir de estos datos?

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El principio del palomar
¿Cuántas personas de la misma edad hay en España con exactamente el mismo número de
cabellos?
Carlo Frabetti
29 MAR 2019 - 05:22 CST

Johann Peter Dirichlet.


El primer acertijo de la semana pasada sobre calcetines y cajones es un ejemplo trivial del
denominado “principio del palomar” (sobre el que luego volveremos). Si consideramos que los
calcetines son palomas y los colores son palomares, bastarán tres calcetines para que en un
palomar (color) haya al menos dos. Si no nos conformamos con que los dos calcetines sean del
mismo color, sino que queremos que ambos sean negros, tendremos que sacar ocho calcetines
para estar seguros de conseguirlo, puesto que si sacamos siete podrían ser seis marrones y uno
negro.
En cuanto al problema de los tres cajones, podemos razonar del siguiente modo: “Puesto que he
sacado un calcetín negro, este es el cajón en el que todos son negros o el cajón en el que la mitad
son negros y la mitad marrones, y hay la misma probabilidad de que sea uno u otro cajón; en el
primer caso, el segundo calcetín será negro seguro, y en el segundo caso tengo un 50% de
probabilidades de acertar; por lo tanto, la probabilidad de que el segundo calcetín también sea
negro es 3/4”. Podríamos razonar así, pero al hacerlo cometeríamos dos errores, uno pequeño (si
en los cajones hay muchos calcetines) y uno grande. ¿Por qué?
En la Luna nuestro Pegaso pesaría seis veces menos; no podría volar como una golondrina, pero
lanzándose al galope y abriendo las alas podría elevarse y revolotear un poco.
Si el loro de John Silver se impulsa hacia arriba para alzar el vuelo, como es habitual, la rección
sobre el hombro del pirata se trasladará al puente y empeorará la situación. Lo mejor que puede
hacer el loro es dejarse caer y empezar a volar cuando esté por debajo del nivel del puente, para
que el aire que empuja hacia abajo con las alas no incida en él.
Si la velocidad del pterodáctilo es V y la del viento v, con el viento a favor la resultante será V +
v y con el viento en contra V – v, y como el espacio recorrido es el mismo a la ida y a la vuelta, 4

32
(V + v) = 5(V – v), de donde V = 9v; lo que podemos deducir es que la velocidad del pterodáctilo
es 9 veces mayor que la del viento (que, por tanto, es un viento moderado).

El principio de Dirichlet
El principio del palomar, denominado también principio de Dirichlet en honor del gran
matemático alemán, que lo formuló en el siglo XIX (aunque él lo denominó “principio de las
cajas”), dice, simplemente, que si hay más palomas que palomares, en al menos un palomar habrá
más de una paloma. Parece una perogrullada, pero esta sencilla herramienta permite abordar
eficazmente numerosos problemas matemáticos e informáticos. Y también algunos acertijos
lógicos, como ese clásico que podríamos denominar “la estadística del misántropo”:
Si el 70% de los hombres son feos, el 70% son tontos y el 70% son malos, ¿cuál es el mínimo
porcentaje de hombres que son a la vez feos, tontos y malos?
O estos dos:
¿Cuántas personas hay, como mínimo, en España que tienen la misma edad y el mismo número
de cabellos en la cabeza?
Demuestra que en tu círculo de amistades, e independientemente de que sea más o menos
endogámico, hay al menos dos personas que se han acostado con el mismo número de miembros
del grupo.

33
El número 200
Dos centenares de entregas de 'El juego de la ciencia', un número “excesivo” y doblemente
redondo
Carlo Frabetti
5 ABR 2019 - 05:21 CST

Cartel de la ruta 200 de una autovía norteamericana.


Este es el numero 200 de los artículos de El juego de la ciencia, lo cual es un buen pretexto para
ocuparnos de este número doblemente redondo. Para empezar, podemos aplicarlo al acertijo de
los hombres feos, tontos y malos de la semana pasada: si hay un 70 % de cada, tenemos 210
“cualidades” a repartir entre 100 hombres, y el reparto más homogéneo empieza por atribuir dos
a cada uno, con lo que habremos repartido 200 y nos sobrarán 10; por lo tanto, habrá como
mínimo 10 hombres de cada 100 -o sea, un 10 %- que poseerán las tres características a la vez.
En cuanto a la coincidencia de edad y número de cabellos, y puesto que estamos conmemorando
una doble centena, redondeemos a las centenas los datos en juego y consideremos que en una
cabeza humana hay un máximo de 100.000 cabellos, que en España hay medio centenar de
millones de personas y que viven un máximo de 100 años. Habrá, por tanto, 100 x 100.000 =
10.000.000 de posibles emparejamientos edad-cabellera. Si todas las posibilidades se
distribuyeran de forma homogénea, tendríamos cinco personas en cada grupo, y por tanto hay un
mínimo de cinco personas de la misma edad y con el mismo número de cabellos. En la práctica,
habrá grupos muy poco nutridos, como el 100-100.000 (centenarios con 100.000 cabellos) y otros
muy numerosos, como el 50-0 (cincuentones calvos).
En cualquier grupo de personas, hay al menos dos que se han acostado con el mismo número de
miembros del grupo. En efecto, si llamamos n al número de personas del grupo, el máximo de
posibles emparejamientos para cada cual es n – 1 y el mínimo 0; hay, por tanto, n posibilidades,
por lo que a primera vista parece que a cada persona podría corresponderle una posibilidad
distinta: pero la posibilidad 0 y la n – 1 se excluyen mutuamente: si alguien no se ha acostado con
nadie, nadie puede haberse acostado con todas/os.

34
Un número excesivo

El número 200 en QR.


El 200 es un número “abundante” o “excesivo”, lo que significa que la suma de sus divisores
(incluidos el 1 y él mismo) es mayor que el doble del propio número; efectivamente, los divisores
de 200 son 1, 2, 4, 5, 8, 10, 20, 25, 40, 50, 100 y 200, y su suma es 465, que es mayo que 400.
Y, para terminar, los consabidos acertijos temáticos:
¿Se puede convertir 200 en un número primo cambiando solo una de sus cifras? Y en el caso de
que ello no sea posible, hallar algún número que no se pueda convertir en primo cambiándole una
cifra, y, más difícil todavía, uno menor de 200.
En la secuencia numérica 2, 10, 12, 16, 17, 18, 19… el siguiente número es 200. ¿Por qué?

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La paradoja de Bertrand
Cuando se juntan el azar y el infinito, los resultados pueden ser desconcertantes
Carlo Frabetti
12 ABR 2019 - 04:16 CDT

Joseph Bertrand.
Con motivo de la entrega número 200 de El juego de la ciencia, nos preguntábamos la semana
pasada si cambiando una cifra de este número tan redondo y “excesivo” podemos convertirlo en
primo. Y la respuesta es no. Evidentemente, la cifra a cambiar tiene que ser la de las unidades,
pues un número terminado en 0 es divisible por 10, y esa última cifra no puede ser par, y
tampoco puede ser 1, 5 ni 7, pues si la suma de las cifras de un número es divisible por 3, lo es el
propio número. Los únicos candidatos son 203 y 209; pero 203 es divisible por 7, y 209 es
divisible por 11; por lo tanto, no se puede convertir 200 en primo cambiando una de sus cifras. Y,
por cierto, 200 es el menor número con esta propiedad.
En cuanto a la secuencia 2, 10, 12, 16, 17, 18, 19, 200…, es la de los números cuyo nombre
empieza por la letra d.
El infinito y el azar
Todos tenemos -o creemos tener- una idea intuitiva de lo que es el azar, y también sabemos que
hay infinitos números y que en una recta hay infinitos puntos. Pero cuando intentamos operar con
estos escurridizos conceptos y llegar a conclusiones claras, nos encontramos a menudo con
desconcertantes paradojas.
Una de las más famosas es la paradoja de Bertrand, denominada así en honor del matemático
francés Joseph Bertrand, que la expuso a finales del siglo XIX en su ya clásico Calcul des
probabilités.
Para ilustrar su paradoja, Bertrand utilizó un ejemplo que los lectores sacaron a relucir la semana
pasada y que dio lugar a un animado e interesante debate (ver comentarios de “El número 200”).
El ejemplo es el siguiente:

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¿Cuál es la probabilidad de que una cuerda trazada al azar en una circunferencia sea mayor que el
lado del triángulo equilátero inscrito en ella?
Las cuerdas de todas las longitudes posibles pueden partir de un mismo punto cualquiera, puesto
que todos los puntos de la circunferencia son equivalentes; consideraremos, pues, que uno de los
extremos de la cuerda es uno de los vértices del triángulo equilátero inscrito; si la cuerda cae
dentro del triángulo, su longitud será mayor que el lado del mismo, y si cae fuera será menor, y
como el ángulo del triángulo equilátero es de 60º y todas las cuerdas posibles abarcan un ángulo
de 180º (pues el límite está en la tangente a la circunferencia en el vértice que hemos tomado
como origen), la probabilidad pedida será 60/180 = 1/3. Un razonamiento impecable; pero…
Consideremos ahora un radio perpendicular a un lado del triángulo inscrito. Todas las cuerdas
perpendiculares a dicho radio que quedan entre el centro de la circunferencia y el lado del
triángulo son mayores que él, y todas las que quedan entre el lado y el otro extremo del radio son
inferiores. Y como el lado del triángulo equilátero inscrito divide al radio en dos partes iguales, la
probabilidad pedida será 1/2.
Y aún hay otro criterio que nos da una probabilidad de 1/4, y todos los planteamientos parecen
válidos.
Invito a mis sagaces lectores/as a reflexionar sobre esta desconcertante paradoja y a proponer
otros ejemplos de probabilidades paradójicas o sorprendentes. Como este:
Si trazamos una circunferencia al azar en una hoja de papel cuadriculado, ¿cuál es la probabilidad
de que pase por alguno de los puntos de intersección de la cuadrícula?

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El azar, el infinito y lo inmenso
Es probable que al beber un vaso de agua ingieras una fracción de las lágrimas que derramó
María ante el cadáver de su hijo
Carlo Frabetti
19 ABR 2019 - 07:48 CDT

'Llanto por Cristo muerto', de Tintoretto.


Nos preguntábamos la semana pasada cuál es la probabilidad de que una circunferencia trazada al
azar sobre una hoja de papel cuadriculado pase por alguno de los puntos de intersección de la
cuadrícula. En el mundo real, donde incluso las finísimas líneas de un papel cuadriculado tienen
un cierto grosor y sus puntos de intersección no son inextensos, la probabilidad es baja pero no
nula, ni siquiera despreciable. Pero si hablamos de una cuadrícula y una circunferencia ideales, la
probabilidad es 0.
Consideremos, para simplificar, que tomamos como centro de la circunferencia uno de los puntos
de intersección. Tomando como unidad el lado de los cuadraditos de la cuadrícula, es fácil ver
que si el radio no es un número entero, la circunferencia no pasará por ningún punto de
intersección, pues, tomando ese centro como origen de unas coordenadas, la ecuación de la
circunferencia será x2 + y2 = r2, siendo r el radio de la misma. Y para que x e y sean enteros
(como corresponde a los puntos de intersección), tiene que serlo r. Y la probabilidad de que un
radio elegido al azar sea un número entero es 0, puesto que los números enteros son una fracción
infinitesimal de los números reales.

38
Conviene señalar que “probabilidad 0” no es lo mismo que imposibilidad absoluta. Es
absolutamente imposible sacar un 7 lanzando un dado con las caras numeradas del 1 al 6, pero no
es imposible que una circunferencia trazada al azar pase por un punto de intersección de la
cuadrícula.
El azar y la inmensidad del océano
La intuición nos engaña a menudo cuando jugamos con conceptos tan escurridizos como el azar,
el infinito y lo inmenso. Hay cantidades tan enormes que, para nuestras limitadas capacidades
perceptivas e imaginativas, se confunden con el infinito. Arquímedes asombró a sus
contemporáneos calculando, en su Arenario, el número de granos de arena que cabían en el
universo. Y en su relato de 1904 La biblioteca universal (que inspiró La biblioteca de Babel de
Borges), Kurd Lasswitz calculó el número de libros escribibles (que ingenuamente podríamos
pensar que es ilimitado).
Tendemos a pensar que los mayores números están en el lo muy grande, y por eso hablamos de
“números astronómicos”; pero es más fácil hallarlos en el microcosmos, así como en la
combinatoria de objetos tan cotidianos y reducidos como el ajedrez o el alfabeto.
Invito a mis sagaces lectoras/es a hacer una estimación “fermiana” (ver Los problemas de
Fermi) del número de libros escribibles. Y también, puesto que este artículo saldrá el Viernes
Santo, de la probabilidad de que al beber un vaso de agua ingiramos algunas de las moléculas de
las lágrimas que derramó María ante el cadáver de Cristo; ¿cuántas ingeriremos, suponiendo que
el ciclo del agua baraje las moléculas de forma homogénea y que María derramara un millar de
lágrimas? (Un par de datos: en 18 gramos de agua -un mol- hay 6,022 x 1023 moléculas, y en la
Tierra hay unos 1.260 trillones de litros).

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Números grandes y grandes números
El matemático suizo Jakob Bernoulli relaciona la precisión de una estadística con el número de
pruebas
Carlo Frabetti
26 ABR 2019 - 06:16 CDT

Jean and Jacques Bernoulli resolviendo probremas geométricos. Getty Images


Dando por supuesto que en un par de milenios el ciclo del agua habrá removido globalmente y
remezclado de forma homogénea los mil trillones y pico de litros que participan en él, no es
difícil calcular, como nos planteábamos la semana pasada, cuántas moléculas de las lágrimas que
derramó María por su hijo muerto habrá en un vaso de agua. Incluso podemos hacerlo
mentalmente:
Un centímetro cúbico equivale a unas veinte gotas de agua (¿y qué otra cosa son las lágrimas?),
por lo que un millar de lágrimas son unos cincuenta centímetros cúbicos, o sea, unos tres moles
de agua (recordemos que un mol de una sustancia es su peso molecular expresado en gramos; el
peso atómico del oxígeno es 16 y el del hidrógeno 1, por lo que el peso molecular del H2O es
16+2=18, y un mol de agua son 18 gramos). En un mol de cualquier sustancia hay 6,022 x 1023
moléculas, el famoso número de Avogadro, por lo que, redondeando, en las mil lágrimas de
María había unos dos cuatrillones de moléculas. Si el ciclo del agua las distribuye
homogéneamente entre unos mil trillones de litros, habrá, unas dos mil moléculas por litro, o sea
unas cuatrocientas en un vaso de agua normal. Un resultado sorprendente, que da idea del enorme
número de moléculas que hay en una pequeña cantidad de cualquier sustancia.
En cuanto al número de libros escribibles, nadie se ha animado a calcularlo, así que lo dejo
pendiente y le añado un más difícil todavía: calcular el número de cuadros pintables.
El teorema dorado
Y como últimamente hemos hablado de probabilidades y de números grandes, es obligado
referirse a la ley de los grandes números. Ya en el siglo XVI, el matemático italiano Gerolamo
Cardano afirmó, sin demostrarlo de forma rigurosa, que la precisión de una estadística aumenta
con el número de pruebas; pero hubo que esperar hasta principios del XVIII para que Jakob
Bernoulli (no confundir con su sobrino Daniel, que formuló el conocido principio de

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hidrodinámica que lleva su nombre) demostrara matemáticamente y cuantificara la “ley de los
grandes números” propuesta por Cardano. El matemático suizo, que tardó más de veinte años en
desarrollar su demostración, la llamó su “teorema dorado”, aunque ya nadie denomina así al
teorema de Bernoulli.
Esta línea de investigación matemática fue desarrollada, entre otros, por Poisson, que fue quien
popularizó, en el siglo XIX, la expresión “ley de los grandes números”, que ha acabado
imponiéndose a pesar de no ser del agrado de algunos matemáticos, que se resisten a introducir
términos imprecisos, como “grande” o “pequeño” en el lenguaje matemático. Coloquialmente, se
suele usar la expresión “ley de los grandes números” para indicar que un suceso improbable
acabará produciéndose casi con seguridad tras un número de intentos o posibilidades lo
suficientemente grande.
Y para terminar, un par de acertijos relacionados con el tamaño de los números:
¿Cuál es el mayor número que puede formarse con tres doses? ¿Y con cuatro doses? ¿Y con n
doses?
¿Qué es mayor, la raíz cuadrada de 2 o la raíz quinta de 5?

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Los monstruosos números irracionales
Su descubrimiento causó una auténtica conmoción entre los pitagóricos
Carlo Frabetti
3 MAY 2019 - 05:34 CDT

'Pitagóricos celebrando la salida del sol', óleo de Feodor Bronnikov


El mayor número que podemos escribir con tres doses es 222, un número superior a cuatro
millones. También nos preguntábamos la semana pasada qué es mayor, la raíz cuadrada de 2 o la
raíz quinta de 5. Si elevamos ambos números a la potencia 10, obtenemos 25 = 32 y 52 = 25, lo
que demuestra que √2 es mayor. Conviene aclarar, como han señalado algunos lectores, que solo
se tienen en cuenta las soluciones positivas, pues la raíz cuadrada de 2 no solo es 1,4142…, sino
también –1,4142…
La raíz cuadrada de 2 es la medida de la diagonal de un cuadrado de lado 1; aparece
continuamente en las operaciones algebraicas y geométricas, y además tiene una gran relevancia
histórica, pues fue la ventana por la que los pitagóricos, hace dos milenios y medio, se asomaron
al inquietante mundo de los números irracionales, cuyo descubrimiento provocó una auténtica
conmoción.
Los números irracionales se denominan así porque no pueden expresarse como razón de dos
números enteros, algo que los primeros matemáticos de la antigua Grecia no habían contemplado
y que algunos consideraron “monstruoso”. Invito a mis sagaces lectoras/es a demostrar que √2 no
puede expresarse como fracción, es decir, como cociente de dos números enteros.
Obviamente, un número irracional tiene infinitos decimales, pues de lo contrario podríamos
quitarle la coma y expresarlo como un número entero partido por un 1 seguido de tantos ceros
como decimales tuviera el número en cuestión. Además, esos infinitos decimales no han de ser
periódicos (es decir, no ha de haber un bloque que se repite indefinidamente). Por ejemplo,
0,333… no es irracional, puesto que es igual a 1/3; y 0,237237237… tampoco, pues es igual a
237/999.

42
Algebraicos y trascendentes
Hay dos clases de números irracionales: algebraicos y trascendentes. Los primeros son solución
de alguna ecuación algebraica y pueden expresarse mediante un número finito de raíces; √2 es un
ejemplo sencillo de número irracional algebraico, pues es la solución de la ecuación x2 = 2 y se
expresa con una única raíz cuadrada. También el famoso número áureo, Φ, pues es una solución
de la ecuación x2 – x – 1 = 0.

Pero hay otros irracionales, como π y e, que no son soluciones de ninguna ecuación algebraica ni
pueden expresarse mediante un número finito de raíces; se denominan números trascendentes
porque en general proceden de funciones trascendentes, como las trigonométricas y las
logarítmicas. Aunque también podemos construir un número trascendente sin partir de función
alguna, creando una secuencia de decimales que no formen un patrón repetitivo (período). Animo
a mis sagaces lectoras/es a crear su propio número trascendente.
Los números irracionales no solo supusieron un terremoto conceptual para los pitagóricos: en el
siglo XIX, Georg Cantor demostró que no son numerables, es decir, no pueden ponerse en
correspondencia biunívoca con los números naturales, lo que equivale a decir que la infinitud de
los irracionales es de orden superior. Cantor llamó “transfinitos” a los conjuntos “más infinitos”
que el de los números naturales y provocó una auténtica conmoción en el mundo matemático.
Pero ese es otro artículo (el próximo, concretamente).

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El agua es fuego (y viceversa)
La relación entre agua y fuego es la más estrecha de las que se dan entre los cuatro elementos
Carlo Frabetti
9 JUL 2019 - 07:29 CDT

Tales de Mileto
No iba muy desencaminado Tales de Mileto, el más grande de los siete sabios de Grecia, cuando,
en el siglo VI antes de Cristo, afirmó que el agua era la sustancia primordial de la naturaleza.
Recordemos que, para los antiguos griegos, había cuatro elementos básicos que, mezclándose en
distintas formas y proporciones, daban lugar a todo lo existente, y estos elementos eran el aire, el
agua, la tierra y el fuego. Y Tales, observando que el agua puede ser líquida, sólida o gaseosa y
que está presente en la tierra (en forma de humedad) y en el aire (en forma de vapor), pensó que
esa era la esencia última de todas las cosas.
Pero ¿y el cuarto elemento, el fuego?, ¿acaso no es lo contrario del agua, que precisamente por
eso se usa desde siempre para apagarlo? Parece el punto más débil de la teoría de Tales, y sin
embargo la relación entre agua y fuego es la más estrecha de las que se dan entre los cuatro
elementos.
La fórmula del agua, H2O, es sin duda la más conocida de las fórmulas químicas; pero no todo el
mundo sabe que es el segundo término de una reacción que representa una combustión: 2H2 + O2
à2H2O
El hidrógeno es muy inflamable (por eso en los globos aerostáticos se suele usar helio, menos
ligero y más caro, pero inerte), y, cuando arde, dos moléculas de hidrógeno se combinan con una
molécula de oxígeno para dar lugar a dos moléculas de agua. Así que el agua, en su origen, es

44
fuego, lo que equivale a decir que el fuego -la intensa reacción exotérmica que se produce al
combinarse el hidrógeno y el oxígeno- es agua, como intuía Tales.
¿Y los demás fuegos? Lo que arde habitualmente en la naturaleza y en nuestros hogares, o en los
motores de explosión, no es hidrógeno. ¿O sí? En buena medida sí: los combustibles habituales
son hidrocarburos y otros compuestos de hidrógeno y carbono, y cuando arden la combustión
produce sobre todo agua y dióxido de carbono. Por ejemplo, al quemar metano, el más simple de
los hidrocarburos, se produce la siguiente reacción: CH4 + 2O2 à CO2 + 2H2O
Una molécula de metano se combina con dos moléculas de oxígeno para dar lugar a una molécula
de dióxido de carbono y dos moléculas de agua; en este caso el fuego es… gaseosa muy caliente.
Algo parecido ocurre al quemar alcohol ordinario (etanol): CH3 – CH2OH + 3O2 à 2CO2 + 3H2O
Una molécula de etanol se combina con tres moléculas de oxígeno para formar dos moléculas de
dióxido de carbono y tres de agua. En este caso el propio combustible aporta oxígeno y, por otra
parte, la proporción de dióxido de carbono es mayor, pero la llama sigue siendo “agua con gas”.
La familiar fórmula H2O significa que una molécula de agua está formada por dos átomos de
hidrógeno y uno de oxígeno, y sus peculiares características moleculares convierten hacen del
agua el “disolvente universal”: muchas de las reacciones químicas que se producen en la
naturaleza tienen lugar en medio acuoso, y en otras muchas, como acabamos de ver, se produce
agua. Además de la combustión, la más conocida reacción generadora de agua es la de un ácido
con un hidróxido, como nos recuerda una frase muy familiar para quienes estudian química:
“ácido más base, sal más agua”; por ejemplo, al reaccionar el ácido clorhídrico con el hidróxido
sódico, se producen cloruro sódico (sal común) y agua: HCl + NaOH à NaCl + H2O
Su condición de disolvente universal hace que el agua sea fundamental para la vida tal como la
conocemos, pues en estado líquido (en el que se mantiene de manera bastante estable entre 0º y
100º centígrados) suministra un medio idóneo para que las moléculas de otras sustancias se
muevan libremente y se combinen entre sí. Por eso nuestro cuerpo contiene alrededor de un 70%
de agua y no podemos sobrevivir mucho tiempo sin beber. Después de todo, Tales no iba
desencaminado.

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La terrible dinastía de los números transfinitos
Georg Cantor revolucionó las matemáticas al demostrar que hay distintos grados de infinitud
Carlo Frabetti
10 MAY 2019 - 11:07 CDT

El matemático alemán Georg Cantor. Getty Images


Como vimos la semana pasada, la diagonal del cuadrado llevó a los pitagóricos al perturbador
descubrimiento de los números irracionales. La demostración de que √2 no puede expresarse
mediante una fracción es tan ingeniosa como sencilla por el método de reducción al absurdo, es
decir, viendo que el supuesto contrario lleva a una contradicción:

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Supongamos que la raíz cuadrada de 2 se puede expresar mediante una fracción, o sea, que √2 =
a/b, donde a y b son números enteros y no son los dos pares (pues entonces podríamos simplificar
la fracción dividiéndolos ambos por 2). Elevando al cuadrado ambos miembros de la igualdad
tenemos que 2 = a2/b2, de donde a2 = 2b2, luego a2 es par y, por ende, también a, luego podemos
expresar a de la forma a = 2n, donde n es un número entero, y por lo tanto a2 = (2n)2 = 4n2 = 2b2,
por lo que b también es par, lo que contradice la premisa inicial.
Es fácil construir un número trascendente mediante pautas no repetitivas; por ejemplo:
0,123456789101112131415…, o 0,235711131719… En el primer caso escribimos los números
naturales uno a continuación de otro, y en el segundo hacemos lo mismo con los primos.
El infinito y más allá
Dos mil quinientos años después de la conmoción causada por la diagonal del cuadrado y su
“monstruosa” irracionalidad, otra diagonal conmocionó el mundo matemático con no menos
violencia: la diagonal de Cantor. Y una vez más fue el método de reducción al absurdo o
contradicción de la premisa lo que lo llevó a su desconcertante conclusión. Cantor imaginó que la
lista completa de los irracionales ya estaba confeccionada y se dio cuenta de que podía formar un
nuevo irracional tomando el primer dígito del primer número y añadiéndole 1 y haciendo lo
mismo con el segundo dígito del segundo número, con el tercero del tercer número y así sucesiva
e indefinidamente; de este modo, tendría un número diferente de todos y cada uno de los de la
lista en al menos un dígito, y que, por tanto, no estaría en ella, en contra de la premisa de una lista
completa. Esto equivale a decir que los números irracionales no son numerables, y por tanto son
“más infinitos” que los naturales.
Y eso solo era el principio. El “superinfinito” de los irracionales no es sino el primer nivel de una
infinita jerarquía -una “terrible dinastía”, como la denominó Borges- de infinitos de nivel cada
vez mayor, a los que Cantor denominó transfinitos y designó con la letra hebrea álef (de ahí el
título del famoso relato de Borges).
Y hablando de infinitos, ya hemos visto que el número de libros escribibles con nuestro alfabeto
es inmenso, pero finito. Pero ¿y si inventamos otros alfabetos? ¿Es infinito el número de libros
escribibles con todos los alfabetos imaginables?

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Matemáticas perversas
Kronecker acusó a Cantor de corromper a la juventud con su “perversa” teoría de los números
transfinitos
Carlo Frabetti
17 MAY 2019 - 05:18 CDT

Leopold Kronecker.
Es evidente que con nuestro alfabeto no podemos escribir un número infinito de libros: si
utilizamos un centenar de caracteres (entre mayúsculas, minúsculas, dígitos, signos de
puntuación, etc.) y los libros de nuestra biblioteca universal tienen un máximo de n caracteres, el
número total de libros sería inferior a 100n; un número inconcebiblemente grande (puesto que en
un libro de extensión normal hay centenares de miles de caracteres), pero finito.
Pero la semana pasada nos preguntábamos si también es finito el número de libros escribibles
con todos los alfabetos imaginables, y algunos lectores opinaron que no, puesto que la
imaginación no tiene límites y podríamos inventar continuamente nuevos alfabetos, cada vez más
complicados y extensos; sin embargo, es fácil demostrar (con un poco de pensamiento lateral)
que el número de libros que se podrían escribir con todos los alfabetos posibles no es infinito, e
incluso podemos calcular ese número. ¿Cómo?
Religión y matemáticas
Las especulaciones sobre el infinito es algo que la matemática tiene en común con la religión
(aunque unas y otras especulaciones sean de índole muy distinta), y también el hecho de referirse

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a ámbitos intangibles poblados de entidades ideales y perfectas. No es extraño, por tanto, que a lo
largo de la historia las matemáticas hayan propiciado en algunas personas y colectivos actitudes
próximas al misticismo. Para los antiguos egipcios, el triángulo rectángulo de lados 3, 4 y 5 era
sagrado, y los pitagóricos veían en los números la expresión misma de la divinidad, lo que los
llevó a considerar “monstruosos” los números irracionales, cuya existencia, según cuenta la
leyenda, intentaron mantener en secreto.
Pero no hace falta retroceder tanto en el tiempo para documentar el encuentro -o desencuentro- de
la religión y las matemáticas. En el siglo XIII, la publicación del Liber Abaci de Leonardo de
Pisa, más conocido como Fibonacci, que difundió por toda Europa el sistema de numeración
posicional decimal que los árabes habían traído de India, provocó una conmoción similar a la del
descubrimiento de los números irracionales, y la Iglesia llegó a prohibir los números arábigos por
considerarlos un instrumento diabólico propagado por los musulmanes.
Y en época tan reciente como el siglo XIX, Leopold Kronecker, al grito de “Dios creó los
números naturales y los demás son obra del hombre”, arremetió contra Cantor y llegó al extremo
acusarlo de corromper a la juventud con sus teorías sobre el infinito; una acusación risible de no
ser porque Cantor, de frágil salud mental, acabó sus días internado en una clínica psiquiátrica a
causa de la depresión que le causaron las continuas críticas de sus enemigos, sobre todo las de
Kronecker, que había sido profesor suyo.

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Finitismo
Los finitistas se resisten a admitir la existencia de ciertos objetos matemáticos relacionados con el
infinito
Carlo Frabetti
24 MAY 2019 - 04:50 CDT

Alexander Esenin-Volpin.
En las últimas semanas hemos hablado del infinito, sus grados y sus paradojas, y también de las
controversias suscitadas entre los matemáticos por este escurridizo e inabarcable (nunca mejor
dicho) concepto.
Como vimos en el artículo anterior, Leopold Kronecker fue el más encarnizado impugnador de
las revolucionarias aportaciones de Cantor y sus números transfinitos, con lo que se convirtió en
el máximo exponente del finitismo, que podría definirse como “constructivismo radical”.
Según el constructivismo, para demostrar la existencia de un objeto matemático no bastan los
argumentos por reducción al absurdo (como el de la diagonal de Cantor, que vimos hace un par
de semanas), sino que hay que “construir” dicho objeto, y de ahí el nombre de la escuela. Fiel a
su idea de que “Dios creó los números naturales y los demás son obra del hombre”, Kronecker
fue un paso más allá al afirmar que esa construcción de un objeto matemático tenía que partir de
los números naturales (es decir, enteros y positivos) y realizarse en un número finito de pasos.

50
Este punto de vista impone serias restricciones al desarrollo de las matemáticas y en general h
sido abandonado; pero no del todo.
El máximo exponente contemporáneo del finitismo fue el matemático británico Reuben
Goodstein, autor de la interesante sucesión numérica que lleva su nombre, así como del teorema
asociado a la misma. Y otro ilustre finitista contemporáneo fue el matemático y filósofo austríaco
Ludwig Wittgenstein (aunque parece ser que no se sentía cómodo con esta definición).
¿Se puede ir un paso más allá del finitismo? Sí: el ultrafinitismo no solo niega la existencia del
conjunto infinito de los números naturales, sino también de los números muy grandes que
podemos enunciar pero no calcular. Dos de sus máximos representantes son el matemático
estadounidense Edward Nelson, que estudió las relaciones entre religión y matemáticas, y el
poeta y matemático ruso Alexander Esenin-Volpin, recientemente fallecido (no confundir con el
también poeta ruso Serguéi Esenin).
La enciclopedia total
Y hablando de finitismo, nadie ha calculado aún el enorme pero finito número de libros
escribibles con todos y cada uno de los alfabetos imaginables, a pesar de que en las semanas
anteriores he dado algunas pistas, que se pueden resumir así: hay que aplicar el pensamiento
lateral, y la cota superior de los libros escribibles se puede expresar como potencia de 2. Invito a
mis sagaces lectoras/es a volver sobre el que ya se ha convertido en el acertijo más “resistente” de
esta sección en sus cuatro años de existencia. Que, por cierto, acaban de cumplirse.

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Morse binario
El alfabeto Morse fue el primer código binario utilizado para comunicar mensajes complejos a
gran distancia y en tiempo real
Carlo Frabetti
31 MAY 2019 - 11:13 CDT

Código Morse.
En un interesante artículo publicado en esta misma página, Javier Sampedro relaciona el alfabeto
Morse con el código genético, lo que, además de recordarme algún inquietante relato de ciencia
ficción, me ha sugerido la idea del título.
Morse binario, o más bien binario Morse, como blanca nieve o ancho mar: “binario” es el epíteto
del código Morse, su adjetivo inseparable, puesto que se caracteriza precisamente -y a ello debe
su eficacia- por usar solo dos signos: una señal corta y una larga. Señales que, además de pulsos
eléctricos o electromagnéticos, pueden ser destellos luminosos, sonidos o cualquier otra cosa que
permita generar una dualidad fácilmente reconocible.
Y hablando de sonidos, todos hemos visto, en alguna película de intriga, a alguien que envía un
mensaje golpeando una tubería; pero los golpes no pueden generar sonidos largos y cortos, como,
por ejemplo, un silbato, así que ¿cómo consiguen comunicarse los golpeadores de tuberías? La
respuesta parece obvia: no cuentan los golpes sino las pausas; pero eso puede dar lugar a
ambigüedades. ¿O no? Someto la cuestión a la consideración de mis sagaces lectoras/es.
Con un código binario podemos escribir dos “mensajes” de un solo carácter (0 y 1) y cuatro de
dos caracteres (00, 01, 10, 11), o sea, seis en total; con tres caracteres las posibilidades suben a 14
(2 + 4 + 8), y con cuatro, a 30 (2 + 4 + 8 + 16), y puesto que el alfabeto tiene 26 o 27 letras,
según las versiones (con o sin ñ, con o sin ç), en el código Morse el máximo de puntos y líneas
necesarios para definir una letra es cuatro.
Dado el actual desarrollo de las comunicaciones, el código Morse ha caído en desuso; pero no por
completo, y todos conocen la señal de socorro internacional. Pero ¿por qué SOS? Parece una
abreviatura de “socorro”; pero eso solo vale para algunas lenguas romances, como el castellano o

52
el italiano; en inglés es “help”, que no tienen nada que ver. Y sin embargo hay una razón lógica
para que la señal de socorro internacional sea SOS; ¿cuál es?
El acertijo sin resolver ya estaba resuelto
Como ha señalado un lector atento, el número de textos escribibles en todos los idiomas
imaginables y con todos los alfabetos posibles ya había sido calculado en un antiguo artículo de
esta sección, El vértigo del infinito, como parte de un conjunto más amplio. Cito el párrafo
correspondiente:
“El número de cuadros posibles no es infinito. Supongamos que hace falta un máximo de n
píxeles para componer un cuadro cualquiera de forma plenamente satisfactoria para la capacidad
visual humana; cada píxel puede ser blanco, negro o de uno de los tres colores primarios, y por
tanto el número de cuadros posibles es 5n. Y en esas 5n imágenes están incluidas, además, todas
las fotografías (en color o blanco y negro) habidas y por haber, todos los grabados, dibujos,
diagramas… Y todos los textos también, en todos los idiomas reales o imaginarios: el número de
páginas escribibles es un insignificante subconjunto del número de imágenes posibles”.
Como los textos no tienen por qué ir en color, de 5n podemos pasar a 2n, ya que solo hay dos
posibilidades para cada píxel: blanco o negro. Dos números inconcebiblemente grandes, ya que
los píxeles de una pantalla se cuentan por millones, y el segundo número es inconcebiblemente
pequeño en relación con el primero. No solo el infinito da vértigo.

53
‘I Ching’ binario
El milenario libro oracular chino es el primer ejemplo conocido de código binario
162
Conéctate
Carlo Frabetti
7 JUN 2019 - 05:56 CDT

"Secuencia del rey Wu” o “secuencia recibida” que figura en el 'Libro de las Mutaciones'.
I Ching binario, o más bien binario I Ching, ya que, como en el caso del código Morse, del que
nos ocupábamos la semana pasada, la binariedad es consustancial a este milenario código chino,
y por tanto el adjetivo es un epíteto inseparable (o más bien un inseparable epíteto).
Efectivamente, los 64 hexagramas del I Ching son todas las posibles combinaciones (variaciones
con repetición) de dos signos en grupos de seis: un segmento continuo y otro partido, que, si los
sustituimos respectivamente por unos y ceros, obtenemos los números del 0 al 63 en notación
binaria. Y, de hecho, una de las ordenaciones de los hexagramas, la realizada por Shao Yong en
el siglo XI, sigue la secuencia de los números naturales.
Pero la ordenación de Saho Yong, que se adelantó seis siglos a la numeración binaria propuesta
por Leibniz (que no hay que descartar que se inspirara en el I Ching), no es la canónica, también
denominada “secuencia del rey Wu” o “secuencia recibida”, que es la que figura en el Libro de
las Mutaciones tradicionalmente utilizado con fines oraculares, la misma que se reproduce en el
encabezamiento de este artículo.
En términos informáticos, los hexagramas son bytes de seis bits; los ordenadores actuales, como
es bien sabido, han adoptado por distintas razones (¿cuáles?) los bytes de ocho bits, que permiten
la formación de 256 octetos distintos, cuatro veces más que los 64 “sextetos” del I Ching.

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Cada hexagrama puede dividirse en dos trigramas, y así suele hacerse a efectos adivinatorios.
Hay 8 trigramas posibles (000, 001, 010, 011, 100, 101, 110, 111), que dan lugar a 8 x 8 = 64
parejas distintas, que es otra manera de obtener los 64 hexagramas.
Así como el criterio de la ordenación de Shao Yong es evidente, la "secuencia del rey Wu" no lo
es tanto. Invito a mis sagaces lectoras/es a encontrar las claves y motivos de dicha ordenación
canónica.
La señal más reconocible
Volviendo al código Morse, nos preguntábamos la semana pasada por qué la llamada
internacional de socorro es SOS. Y a pesar de la difundida creencia de que se eligieron estas
letras porque son las iniciales de Save Our Souls (salvad nuestras almas), lo cierto es más bien lo
contrario: la frase en cuestión se construyó a partir de las siglas para darles algún sentido, pero la
elección de las letras SOS obedeció a motivos puramente prácticos. La contrastada secuencia de
tres puntos, tres líneas y tres puntos es la más fácilmente reconocible tanto en versión sonora
como visual. También serviría OSO, como ha señalado algún lector, pero es ligeramente más
larga. Y una más corta, como IMI (··--··), no tendría la identificabilidad e insistencia deseables
en una emergencia. Por eso cuando llamamos a la puerta con los nudillos damos dos golpes (toc
toc) si queremos ser discretos y tres si hemos de indicar cierta premura. O cuatro cuando es el
destino el que llama a la puerta, como en la Quinta sinfonía de Beethoven.

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Código Gray
El sistema de numeración binario convencional no es la única manera de representar los números
mediante ceros y unos
Carlo Frabetti
14 JUN 2019 - 04:39 CDT

Nos preguntábamos la semana pasada, en relación con el I Ching, por el criterio de ordenación de
los hexagramas en la secuencia canónica del rey Wu (o del rey Wen, su padre, según las
versiones). Como recordaron algunos lectores, en 1976 Martin Gardner dedicó a este tema un
extenso artículo en su sección de juegos matemáticos de Investigación y ciencia. Y a pesar del
tiempo transcurrido, no se ha avanzado mucho (¿o tal vez sí?) en el esclarecimiento de esta
cuestión. Reproduzco el comentario que hace al respecto nuestro “usuario destacado” Eduardo
Suárez:
“La respuesta ya la dio Gardner. En la secuencia del Rey Wen cada hexagrama va seguido de su
inverso o de su complemento, de tal forma que si el hexagrama impar tiene simetría bilateral, su
complementario es el hexagrama siguiente, si no es así le sigue el hexagrama invertido. Pero la

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selección de los hexagramas impares parece haber seguido un orden aleatorio y aún nadie ha
descubierto la regla matemática para su construcción. Pese a ello, en 2006 Richard S. Cook Jr.
publicó un ensayo titulado Classical Chinese Combinatorics: Derivation of the Book of Changes
Hexagram Sequence, donde plantea que la secuencia Wen es una aproximación al número áureo
al estilo de la secuencia Fibonacci”.
No he tenido ocasión de leer el trabajo de Cook, pero seguramente habrá que volver sobre el
tema.
En cuanto al byte de 8 bits, no hay razones indiscutibles para que sea así, y de hecho en los
comienzos de la computación se usaron bytes de 6 bits (equiparables a los hexagramas del I
Ching), de 12 y de otras longitudes, y el propio código ASCII empezó utilizando bytes de 7 bits,
para un total de 128 caracteres. Pero pronto se vio que convenía ampliar el rango de caracteres
disponibles y se pasó al byte de 8 bits, que da lugar a 256. Actualmente hay arquitecturas
informáticas con bytes de 16, 32 o más bites; pero el término byte se suele reservar para el de 8.
Código binario reflejado
En las últimas semanas hemos hablado del alfabeto Morse y del I Ching, dos códigos binarios
que podríamos calificar de “antiguos” (antiquísimo en el caso del I Ching), anteriores al auge de
la informática. Veamos ahora uno moderno, surgido para resolver algunos problemas de las
comunicaciones electrónicas y de la computación. Se trata del código Gray, denominado así en
honor de Frank Gray, investigador de Laboratorios Bell, que lo patentó en 1947 con el nombre de
“código binario reflejado”.
La principal característica del código Gray es que los números consecutivos escritos con esta
notación solo se diferencian en un dígito -o lo que es lo mismo, en un bit-, lo que minimiza el
riesgo de error.
En código Gray de tres bits, los números del 0 al 7 se escriben así: 000, 001, 011, 010, 110, 111,
101, 100. Resulta desconcertante, pues el 2 es como el 3 binario convencional y viceversa; pero
la cosa tiene su lógica y su utilidad, e invito a mis sagaces lectoras/es a descubrir el criterio que
subyace a este código. ¿Cómo se escribirían los números del 0 al 15 en código Gray de cuatro
bits? Una pista (o dos si son pequeñas): también se lo conoce como “código de error mínimo” y
“código de permutación cíclica”.

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Código Bacon
A principios del siglo XVII, Francis Bacon desarrolló un método criptográfico basado en el
sistema binario
Carlo Frabetti
21 JUN 2019 - 04:43 CDT

Francis Bacon.
La principal ventaja del código Gray, del que hablábamos la semana pasada, es que minimiza el
riesgo de error en las comunicaciones y transcripciones electrónicas, al no haber posibles estados
intermedios entre valores consecutivos. Y como señala el lector Cu Cio: “Otro uso es recorrer un
espacio binario con el menor número de conmutaciones. Si tengo 3 interruptores y quiero probar
que las 8 combinaciones posibles actúan como se espera, la forma más rápida de hacer la prueba
y recorrer todos los casos es conmutarlos siguiendo el código Gray”.
Por sus características, el código Gray binario se vincula con algunos pasatiempos iterativos
cuyos estados sucesivos se diferencian en el valor o la posición de un solo elemento, como, por
ejemplo, la torre de Hanói (de la que nos hemos ocupado alguna vez en esta sección) o el famoso
rompecabezas de los aros chinos.
Y los “dobletes” de Lewis Carroll (a los que también dedicamos un artículo hace tiempo) se
pueden considerar una versión verbal del código Gray, ya que se trata de pasar de una palabra a
otra del mismo número de letras en el menor número de pasos, cambiando cada vez una sola
letra; por ejemplo, de PATO a GOMA en cuatro pasos: PATO, PATA, GATA, GOTA, GOMA.
Por cierto, dicen que del amor al odio no hay más que un paso; pero para pasar de AMOR a
ODIO con los dobletes carrollianos hacen falta algunos más. ¿Cuántos, como mínimo?
El código Gray es especialmente útil en su versión binaria; pero podemos aplicar el mismo
criterio a otros sistemas de numeración. En el sistema decimal, del 0 al 9 no hay que hacer ningún
cambio, puesto que, obviamente, los números consecutivos se diferencia en un solo dígito puesto
que constan de un solo dígito; pero ¿qué pasa con el 10? En la notación normal, el 9 y el 10 se
diferencian en dos dígitos, y para eliminar este “salto” el 10 se convierte en 19. ¿Cómo sigue la
lista de los números en Gray decimal?

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Lewis Carroll.
El cifrado baconiano
Llevamos varias semanas hablando de códigos binarios (alfabeto Morse, I Ching, código Gray), y
no se puede dejar el tema sin mencionar el código Bacon, un sistema de cifrado desarrollado por
Francis Bacon a principios del siglo XVII. En el método criptográfico de Bacon, cada letra se
sustituye por un grupo de cinco letras que pueden ser A o B, de acuerdo con la siguiente tabla de
conversión:
a AAAAA g AABBA n ABBAA t BAABA
b AAAAB h AABBB o ABBAB u-v BAABB
c AAABA i-j ABAAA p ABBBA w BABAA
d AAABB k ABAAB q ABBBB x BABAB
e AABAA l ABABA r BAAAA y BABBA
f AABAB m ABABB s BAAAB z BABBB
¿Qué podemos decir de este criterio de sustitución? ¿Tiene algo que ver con el código Gray?
Obviamente, esta tabla de conversión solo es el primer paso del cifrado baconiano, y habrá que
volver sobre el tema.

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La dignidad de la ciencia
Con su obra tanto ensayística como literaria, Francis Bacon defendió la importancia del
pensamiento científico
Carlo Frabetti
28 JUN 2019 - 09:15 CDT

Francis Bacon escribió la que se considera la primera utopía tecnológica: 'La Nueva Atlántida'.
Nos preguntábamos la semana pasada si el método de cifrado de Bacon tiene algo que ver con el
código Gray. Pues no; sin más que sustituir cada A por un 0 y cada B por un 1, vemos que lo que
hizo Bacon fue numerar las letras del alfabeto por orden y en el sistema binario, pese a que aún
no había sido “inventado” oficialmente (las comillas indican un uso cauteloso del término, de
dudosa aplicación a los objetos matemáticos en general y al sistema binario en particular).
En cuanto a los “dobletes” de Lewis Carroll, nuestro asiduo comentarista Theram ha conseguido
pasar de AMOR a ODIO en solo cuatro pasos: ADOR, ADIR, ADÍO, ODIO; tres palabrejas
intermedias a cuál más extraña, pero todas legales.
El Gray binario es el más útil y utilizado; pero podemos aplicar un criterio de conversión análogo
al sistema decimal, o a cualquier otro. En el Gray decimal, la secuencia es 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9,
19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 20, 21, 22, 23… ¿Por qué? ¿Cómo sigue?

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'Novum Organum'

Retrato de Galileo Galilei de Justus_Sustermans (1636)


Volviendo a Francis Bacon (no confundir con Roger Bacon, el gran filósofo medieval), no solo
se anticipó a su tiempo al utilizar un código binario como base de su criptografía, sino que
también fue, junto con su contemporáneo Galileo, el pionero del método científico tal como hoy
lo entendemos.
En su Novum Organum, publicado en 1620, Bacon propone liberarse del yugo de la lógica
aristotélica para adoptar un pensamiento más inductivo que deductivo, basado en la observación
de la realidad y el abandono de los prejuicios, a los que denomina ídolos. “La lógica al uso es
más adecuada para mantener y perpetuar los errores de las nociones vulgares que para descubrir
la verdad, y por lo tanto es más perjudicial que útil”, dice refiriéndose a la lógica aristotélica,
sacralizada en la Edad Media por los tomistas y redescubierta en el Renacimiento. Y en De
dignitate et augmentis scientiarumn propone una teoría empírica del conocimiento frente a toda
forma de dogmatismo.
El propio título del Novum Organum expresa su vocación antiaristotélica, ya que la recopilación
de los escritos de Aristóteles sobre lógica se denominó, en la Edad Media, el Organon, que
significa literalmente “el instrumento”. Cabría decir, en defensa de Aristóteles, que, si hubiera
visto el uso un tanto dogmático que se hizo de su pensamiento en la Edad Media, probablemente
habría dicho “Yo no soy aristotélico” (del mismo modo que Marx dijo, por parecidas razones,
“Yo no soy marxista”).
Bacon también escribió la que se considera la primera utopía tecnológica: La Nueva Atlántida, en
la que describe una sociedad regida por la sabiduría y los conocimientos científicos aplicados al
control de la naturaleza y las mejoras sociales, cuya sede principal es la Casa de Salomón. De
Bacon es la frase, hoy tan difundida, “el conocimiento es poder”.

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Manía persecutoria
Las persecuciones y alcances son un tema recurrente del cine de acción… y de los acertijos
lógicos
Carlo Frabetti
5 JUL 2019 - 05:16 CDT

Fotograma de la película 'Con la muerte en los talones'.


Nos preguntábamos la semana pasada por la construcción del código Gray en el sistema decimal.
Como señala nuestro “usuario destacado” Manuel Amorós:
Para lograr el código Gray en base 10 hay que repetir 10 veces especularmente los números
ordenados del bit anterior, y luego anteponer a cada una de esas 10 imágenes, 10 ceros, 10 unos,
10 doses, etc...
1 bit: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
2 bits: (00) (01) (02) …….. (09) I (19) (18)……….. (10) I (20) (21)……….(29) I (39)
(38)………(30) I (40) (41)……..(49) I (59) (58)……(50) I (60) (61)…..(69) I (79) (78)…..(70) I
(80) (81) (82)….(89) I (99) (98) (97)….(90)
3 bits: etc
Por eso el propio Gray denominó “código binario reflejado” a la versión binaria de su código.
En las últimas semanas hemos hablado del alfabeto Morse, el I Ching, el código Gray, el cifrado
de Bacon… Invito a mis sagaces lectoras/es a comentar otras variantes y aplicaciones del sistema
binario.
Y un problema planteado por el mismo lector sobre un ratón nadador que intenta huir de un gato
(ver comentarios de la semana pasada) ha suscitado interesantes reflexiones geométricas y ha
traído a colación un tema clásico de los acertijos lógicos: el de las persecuciones. Sin duda el más
famoso es el de Aquiles y la tortuga, una paradoja clásica más que un acertijo; pero el tema es
inagotable. Veamos algunos ejemplos.

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Persecuciones y alejamientos
Empecemos por un clásico “engañabobos” para desentumecer las neuronas acaloradas:
En una carrera de velocidad, adelantas al que va en segundo lugar; ¿en qué lugar vas tras el
adelantamiento?
Otro clásico sencillito:
Una liebre lleva una ventaja inicial de 60 de sus saltos a un perro. La liebre da 4 saltos mientras el
perro da 3, pero el perro en 5 saltos avanza tanto como la liebre en 8. ¿Cuántos saltos debe dar el
perro para alcanzar a la liebre?
Y un ejemplo del tema complementario del de la persecución, que es el del alejamiento:
Dos automóviles salen a la vez de una rotonda por distintas carreteras rectilíneas. Al cabo de una
hora un automóvil ha recorrido 20 km más que el otro, y la distancia entre ambos supera en 20
km la recorrida por el más rápido. ¿Qué podemos deducir de estos datos?
Y puesto que estamos en tiempo de baños y -por desgracia- accidentes acuáticos, uno de
salvamentos:
Un socorrista está, en tierra, a 5 metros del borde de la piscina. Un bañista pide auxilio a 5 metros
del borde, y la línea recta determinada por el bañista y el socorrista forma con el borde un ángulo
de 45º. La velocidad del socorrista al correr por tierra firme es el doble de la que desarrolla
nadando. ¿Qué tiene que hacer para llegar hasta el bañista en el menor tiempo posible? (No se
tiene en cuenta el recorrido del socorrista al zambullirse).

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Refracción
¿Por qué se desvían, al pasar del aire al agua, los rayos de luz que inciden oblicuamente sobre la
superficie?
Carlo Frabetti
12 JUL 2019 - 05:36 CDT

Efecto de la refracción de la luz en la imagen de los dedos de una mujer.


Nuestro perro de la semana pasada alcanzará a la liebre ¿en cuántos saltos? Llamando x al
número de saltos caninos y tomando como unidad de distancia el salto de liebre, al cabo de esos
saltos el perro habrá avanzado 8x/5, ya que 5 de sus saltos equivalen a 8 de la liebre, y la liebre
habrá avanzado 4x/3, ya que da 4 saltos mientras el perro da 3. Como la liebre lleva 60 de sus
saltos de ventaje, en el momento del alcance será 8x/5 = 4x/3 + 60, de donde x = 225. Para
alcanzar a la liebre, el perro tiene que dar 225 saltos, con los que cubrirá los 300 que da la liebre
en el mismo tiempo más los 60 que llevaba de ventaja.
El problema del socorrista y el bañista ha suscitado una amplia polémica e interesantes
reflexiones (ver comentarios de la semana pasada). Para simplificar, y puesto que lo relevante es
la relación entre la velocidad en tierra y la velocidad en el agua, consideremos que el socorrista se
mueve en tierra a 2 metros por segundo y en el agua a 1 m/s. Si va en línea recta hacia el bañista,
recorrerá, redondeando, 7 metros por tierra y otros tantos por agua, lo que le llevará unos 10,5
segundos. Si corre (es un decir) hasta el punto del borde más próximo al bañista, recorrerá 11
metros y pico por tierra y 5 por agua, con lo que el tiempo empleado será prácticamente el
mismo. Para mejorar este resultado, el socorrista tendría que comportarse como un rayo de luz.
¿Por qué?
Pero lo anterior es pura teoría, claro: en la vida real, el socorrista iría en línea recta hacia el
bañista; así, al zambullirse, aprovecharía plenamente el impulso de la carrera hasta el borde.
El problema de los coches que se alejan por carreteras divergentes no ha merecido casi ninguna
atención, de modo que queda pendiente.

64
El socorrista y la luz
Cuando hablamos de la velocidad de la luz, normalmente nos referimos a su velocidad en el vacío
-que suele representarse con la letra c-, donde es máxima y aproximadamente igual a 300.000
kilómetros por segundo (exactamente 299.792.458 m/s). Por ser c una de las constantes
universales, a veces nos olvidamos de que la velocidad de la luz varía de un medio a otro. Por
ejemplo, en el agua la luz es algo más lenta que en el aire, y eso explica el bien conocido (pero no
siempre bien comprendido) fenómeno de la refracción (el consabido lápiz que se “dobla” al
sumergirlo en un vaso de agua).

Fernando Vicente
Curiosamente, la manera en que la luz se desvía al pasar del aire al agua se expresa mediante una
fórmula equivalente a la que determina la trayectoria del socorrista ideal que intenta alcanzar al
bañista en el menor tiempo posible. ¿Luz inteligente o socorrista iluminado? Invito a mis sagaces
lectoras/es a explicar de forma sencilla el fenómeno de la refracción. No hace falta saber más
física que la que acabamos de ver: que la luz se desplaza en el agua con una velocidad menor que
en el aire.

65
Coincidencias asombrosas
¿Es casual que la Luna nos muestre siempre la misma cara y que su tamaño aparente sea idéntico
al del Sol?
Carlo Frabetti
19 JUL 2019 - 04:01 CDT

Fotograma de la serie 'Futurama'.


La Luna, gran protagonista del memorable cincuentenario que celebramos estos días, siempre ha
sido fascinante y enigmática, y no ha dejado de serlo tras la visita de los humanos. Y dos de sus
características más sorprendentes son su tamaño aparente y el hecho de que siempre nos muestre
la misma cara.
El tamaño aparente de la Luna es idéntico al del Sol, lo que hace de los eclipses un fenómeno tan
espectacular como interesante desde el punto de vista astronómico. Si el tamaño aparente de la
Luna fuera menor, los eclipses serían como manchas viajeras sobre el disco solar y no permitirían
observar la corona del astro rey de forma tan nítida, ni fenómenos tan interesantes como las
perlas de Baily; y si fuera mayor, no nos perderíamos el espectáculo por defecto sino por exceso.
Como es bien sabido, el hecho de que la Luna siempre nos muestre la misma cara se debe a que
su período de rotación es igual al de traslación: tarda lo mismo en dar una vuelta alrededor de su
eje que en dar una vuelta alrededor de la Tierra. Esta asombrosa coincidencia, junto con el hecho
de que su diámetro aparente sea igual al del Sol, ha dado lugar, a lo largo de la historia, a
numerosas especulaciones. Pero ¿son auténticas coincidencias o hay alguna explicación científica
para la cara oculta de la Luna y los eclipses totales? Invito a mis sagaces lectoras/es a reflexionar
sobre ello.

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La Luna, durante el pasado eclipse parcial WOLFGANG KUMM AFP
Un gran satélite
La Luna es el satélite más grande del Sistema Solar en relación con el planeta que orbita: es solo
49 veces menor que la Tierra, como hemos aprendido en la escuela. Teniendo en cuenta que en su
superficie la gravedad es un sexto de la terrestre (de forma que en la Luna un astronauta de 90
kilos, traje incluido, solo pesaría 15 kilos), ¿cuál de estas afirmaciones es cierta?:
a) La Luna es más densa que la Tierra.
b) La luna es menos densa que la Tierra.
c) Puesto que la Luna se formó a partir de un fragmento de la Tierra, sus densidades son casi
iguales.
Debido a su gravedad muy inferior, la velocidad de escape en la Luna también es mucho menor
que en la Tierra: solo 2,4 kilómetros por segundo. Aprovechando la ausencia de atmósfera, y por
tanto de rozamiento y resistencia, ¿podría suicidarse un astronauta disparando al frente, de forma
que la bala diera la vuelta a la Luna y se clavara en su espalda?
Se podría pensar que la velocidad de escape es directamente proporcional a la gravedad, pero no
es exactamente así. En la Tierra es 11,2 km/s y en la Luna, como hemos visto, 2,4 km/s, mientras
que la gravedad lunar es un sexto de la terrestre. A partir de los datos anteriores, ¿podemos
deducir la fórmula de la velocidad de escape?
Y, volviendo a las coincidencias, invito a mis lectoras/es a señalar las que les hayan llamado
especialmente la atención, dentro y fuera del ámbito de la ciencia propiamente dicha.

67
El largo adiós de la Luna
El satélite se aleja de la Tierra; pero no hay por qué alarmarse, pues lo hace muy despacio
Carlo Frabetti
26 JUL 2019 - 11:13 CDT

La Tierra, vista desde la Luna. NASA


Nos preguntábamos la semana pasada si el hecho de que la Luna nos muestre siempre la misma
cara -o, dicho de otra manera, que su período de rotación sea igual al de traslación- es una
asombrosa coincidencia. Pues no: esa sincronización exacta es el resultado de la interacción
gravitatoria entre la Tierra y su satélite.
La distancia entre la Tierra y la Luna es lo suficientemente pequeña como para que las partes de
ambos astros más próximas entre sí experimenten un tirón gravitatorio significativamente más
fuerte que las partes más alejadas. Eso explica las mareas en la Tierra y también el hecho de que
la rotación de la Luna se haya ido ralentizando hasta alcanzar el denominado “acoplamiento
gravitacional”; de este modo, la parte de la Luna más próxima a la Tierra ya no intenta alejarse
debido a la rotación, con lo que cesa el efecto de frenado y la situación se estabiliza.
Por el contrario, el hecho de que el tamaño aparente de la Luna sea idéntico al del Sol sí que es
una notable coincidencia: no hay ninguna razón física para que así sea.
Por lo que respecta a la densidad de la Luna, la respuesta c de la semana pasada es una respuesta
trampa. Es cierto que la Luna se formó a partir de fragmentos de la Tierra primitiva lanzados al
espacio por el choque con un pequeño protoplaneta; pero esos fragmentos procedían del manto
terrestre, mucho menos denso que el núcleo de hierro y níquel. Por eso la densidad de la Luna
(3,3 g/cm3) es notablemente inferior a la de la Tierra (5,5 g/cm3).
Las balas pueden alcanzar velocidades próximas a los dos kilómetros por segundo, por lo que,
teniendo en cuenta que en la Luna la velocidad de escape es de 2,4 km/s, es teóricamente posible
que un astronauta pudiera disparar y ser alcanzado en la espalda por su propio proyectil, puesto
que en nuestro satélite la bala no sería frenada por atmósfera alguna. Aunque sí por las numerosas
elevaciones del terreno, por lo que el astronauta suicida debería efectuar su disparo desde la cima
del Mons Ganau, de casi ocho km de altura, u otra elevación similar.

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La velocidad de escape no es proporcional a la gravedad, como sugiere la intuición, sino a su raíz
cuadrada; concretamente: ve = √2gr, siendo r el radio del astro en cuestión y g su gravedad.
Curiosamente, parecería que esta velocidad es la misma que alcanzaría un objeto en caída libre si
toda la masa del astro se concentrara en su centro y dicho objeto cayera desde la superficie hasta
ese punto. ¿Otra coincidencia asombrosa? ¿O tal vez no? Porque la conocida fórmula v = √2gh,
que da la velocidad alcanzada por un cuerpo que cae desde una altura h, encierra una pequeña
trampa; ¿cuál es?

El módulo 'Águila' abandona la Luna con la Tierra al fondo. NASA


La Luna y la vida
Nuestro comentarista habitual Cimex Lectularius se sorprende de que se dé la afortunada
coincidencia de que el influjo de la Luna sobre la Tierra haga posible la vida en nuestro planeta
(ver primer comentario de la semana pasada). Este es un caso de “coincidencia retrospectiva”,
puesto que sin ese influjo favorable (y otros muchos), no estaríamos aquí para sorprendernos;
pero puede que hubiera otra forma de vida felicitándose, pongamos por caso, de la afortunada
coincidencia de que la Tierra tuviera cinco satélites, o ninguno. Este tipo de reflexiones son
similares a las que sustentan el denominado “principio antrópico” (del que habrá que hablar en
algún momento).
Otra notable coincidencia: la Luna se aleja de la Tierra casi 4 cm por año (3,78 cm exactamente),
que es el mismo ritmo al que nos crecen las uñas a los humanos. ¿Por qué?

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Coincidencias retroactivas
Algunas coincidencias asombrosas no lo son tanto si tenemos en cuenta la enorme cantidad de
sucesos que se repiten continuamente
Carlo Frabetti
2 AGO 2019 - 03:18 CDT

El arte repetitivo de Yayoi Kusama.


Como vimos la semana pasada, la velocidad de rotación de la Luna ha ido disminuyendo hasta
estabilizarse en una situación de “acoplamiento gravitacional” en la que siempre nos muestra la
misma cara. Pero la velocidad de rotación de la Tierra también disminuye, aunque a un ritmo
muy lento (los días se vuelven un segundo más largos cada cincuenta mil años), a causa del
rozamiento de la masa oceánica con el manto terrestre, vinculado a su vez a las mareas
provocadas por la Luna. Y al disminuir la velocidad de rotación de la Tierra, aumenta la
velocidad de traslación de la Luna, lo que hace que se aleje a un ritmo de 3,78 centímetros por
año.
¿Se alejará la Luna indefinidamente hasta desaparecer en la lejanía? No: cuando el acoplamiento
gravitacional Tierra-Luna sea total y el día terrestre sea igual al ciclo lunar (con lo que la Tierra
también mostrará siempre la misma cara a la Luna), la situación se estabilizará. Aunque no habría
que hablar en futuro sino en potencial, pues este proceso es tan lento que el Sol, en su agonía,
engullirá a la Tierra y a su satélite mucho antes de que esto ocurra.
La “pequeña trampa” de la fórmula que da la velocidad que alcanza un objeto al caer desde una
altura h: v = √2gh, es que en ella se considera que g es constante, cuando en realidad varía con la
altura. Cuando h es muy pequeña en relación con el radio del astro en el que tiene lugar la caída,
como en el caso de la Tierra y una altura a escala humana, la variación de g es insignificante;
pero en el caso hipotético planteado la semana pasada (si toda la masa de un astro se concentrara
en su centro -valga la redundancia- y un objeto cayera desde su superficie), g aumentaría
notablemente a medida que el objeto se acercara al centro: no sería un movimiento
uniformemente acelerado, sino aceleradamente acelerado.

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El hecho de que la Luna se aleje de la Tierra al mismo ritmo que nos crecen las uñas a los
humanos, es una típica “coincidencia retroactiva”: a nuestro alrededor tienen lugar numerosos
procesos de crecimiento lento, por lo que no es extraño que alguno de ellos coincida en velocidad
con el alejamiento de nuestro satélite. Es muy fácil encontrar a posteriori este tipo de
coincidencias, pues, como ya señaló Aristóteles, continuamente suceden tantas cosas, que es
sumamente probable que suceda algo sumamente improbable. El consabido tópico de que todos
tenemos al menos un doble físicamente muy parecido deja de ser asombroso si tenemos en cuenta
que hay unos 7.500 millones de repeticiones del patrón humano sobre la faz de la Tierra.

El módulo 'Águila' abandona la Luna con la Tierra al fondo. NASA


El mapa y el territorio
De los comentarios de la semana pasada, quisiera llamar la atención sobre este de nuestro
“usuario destacado” Francisco Montesinos: “En física preocupa mucho menos tener que recurrir
a conceptos idealizados como el de punto material con masa pero sin volumen que el hecho de
conseguir resultados excelentes por medio de tales idealizaciones''.
¿Hay algún límite a las “idealizaciones” que permiten o facilitan los modelos matemáticos
aplicables a la física u otras ciencias? ¿Pueden inducir a error o distorsionar nuestra visión de la
realidad? Someto esta interesante cuestión a la consideración de mis sagaces lectoras/es.
El mapa no es el territorio, nos recuerda Wittgenstein. Pero…

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El agua de la Luna
La presencia de grandes cantidades de agua congelada en los polos de la Luna facilitará
enormemente su colonización
Carlo Frabetti
9 AGO 2019 - 13:02 CDT

Un crater lunar visto identificado por la misión india Chandrayaan 1. ISRO/NASA/JPL-Caltech/USGS/Brown Univ
Nos preguntábamos la semana pasada si hay algún límite a las “idealizaciones” que permiten o
facilitan los modelos matemáticos aplicables a la física u otras ciencias, y si pueden inducir a
error o distorsionar nuestra visión de la realidad. De estas idealizaciones, las singularidades
gravitacionales de los agujeros negros son seguramente las que han suscitado mayores polémicas,
tanto epistemológicas como filosóficas. Veamos lo que opina al respecto nuestro “usuario
destacado” Raúl Krunsewsky:
“La singularidad es una aberración, lógica y física. Así anda la cosmología, dando tumbos.
10^99999999999 sigue estando lejos del infinito, sin embargo en el Universo no hay magnitud
que alcance 10^999, ni siquiera el número de partículas elementales. La partícula primordial de
Lemaitre, de densidad infinita, es un sinsentido lógico, no digamos su supuesto origen ex nihilo a
partir de la vibración del vacío cuántico. Pura generación espontánea. Todo ello es rendirle
pleitesía a las matemáticas (que no fueron hechas para ese tipo de aplicaciones) renunciando a la
lógica más elemental. El mapa y el territorio y las partículas elementales, en pleno Houellebecq.
Quiere decirse, pura literatura”.
Sin comentarios (por mi parte; pero sería interesante abrir un debate al respecto entre las/os
lectoras/es).

72
Agua mineral

Volviendo a la Luna (hay que volver a ella), hace exactamente un año, en agosto de 2018, se
confirmó lo que se sospechaba -y esperaba- desde hacía tiempo: en nuestro satélite hay agua, y
probablemente mucha. No agua líquida, obviamente, pues en las zonas soleadas se evaporaría
inmediatamente, la luz solar la descompondría y el hidrógeno se perdería en el espacio. Pero en
algunos cráteres próximos a los polos, donde la luz del Sol nunca llega y la temperatura no sube
de los -150º centígrados, hay cientos de millones de toneladas de hielo en la superficie o a muy
poca profundidad. Este importantísimo descubrimiento viene a corroborar lo que los científicos
ya sospechaban hace cincuenta años, y sin duda dará un impulso decisivo a las misiones lunares
en proyecto.
Al igual que en la Tierra, el agua lunar puede proceder, al menos en parte, de los cometas que
continuamente impactaban contra su superficie hace miles de millones de años. Pero otra parte
podría haberse formado al combinarse los iones de hidrógeno del viendo solar con el oxígeno de
algunos minerales de la superficie.
La presencia de grandes cantidades de “agua mineral” (nunca mejor dicho) en forma de enormes
masas superficiales de hielo facilitaría enormemente la instalación de colonias permanentes en la
Luna. Invito a mis sagaces lectoras/es a imaginar formas sencillas y económicas de explotar el
hielo lunar. Además de su evidente utilidad directa como fuente de agua, ¿para qué otros fines
podría servir el hielo lunar?

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El agua de Marte
El agua de la Luna nos permitirá ir a Marte, y el agua de Marte nos permitirá quedarnos
Carlo Frabetti
17 AGO 2019 - 03:08 CDT

Fotograma de 'El marciano'.


La presencia de grandes cantidades de agua congelada en los polos de la Luna facilitará
enormemente su eventual colonización, como vimos la semana pasada. Y su extracción sería
relativamente sencilla: mediante un sistema de espejos, se podría dirigir la potente radiación solar
que baña la superficie del satélite sin atmósfera a una zona de la masa de hielo, para licuarla o
evaporarla, o para descomponerla en oxígeno e hidrógeno. Oxígeno para respirar, sobre todo,
pero también para numerosos usos industriales, e hidrógeno reutilizable como combustible.
La unión de agua en abundancia, energía solar potente e inagotable y baja gravedad permitiría
terraformar parcialmente el interior de algunos cráteres o algunas cuevas, con lo que no solo se
facilitaría la colonización de la Luna, sino también, indirectamente, la de Marte, el siguiente paso
más verosímil en nuestra expansión espacial.
¿Qué requisitos mínimos debería cumplir un campamento marciano para garantizar la
supervivencia de un ser humano durante un tiempo prolongado?
La baja gravedad lunar, un sexto de la terrestre, tiene ventajas sobre las dos situaciones
gravitatorias vividas hasta ahora por los humanos: la gravedad normal de la superficie de la
Tierra y la gravedad cero de la estación espacial. Se ha hablado a menudo de una hipotética
minería en los asteroides, cuya gravedad prácticamente nula parece hacer muy fácil la extracción
y el transporte de los minerales; pero esta ventaja quedaría neutralizada por la necesidad de anclar
las instalaciones -y a las personas- a la superficie de unos cuerpos de atracción insignificante, así
como de evitar que los materiales extraídos se dispersaran en el espacio. Una gravedad un sexto
de la terrestre es suficiente para garantizar un buen anclaje, a la vez que reduce
considerablemente la energía necesaria para todo tipo de tareas.
Pero, como contrapartida, uno de los mayores inconvenientes para la instalación de una colonia
lunar permanente sería el efecto de la baja gravedad en el organismo humano. ¿Cómo se podrían

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evitar o reducir al mínimo los problemas fisiológicos ocasionados por una larga permanencia en
la superficie lunar?
¿Patatas en Marte?
El trabajo coordinado de una colonia lunar y una estación espacial haría mucho más fácil, seguro
y barato el envío de una expedición a Marte. Aun así, el envío de grandes cantidades de
suministros sería prohibitivo, por lo que la viabilidad de una colonia marciana estaría supeditada,
una vez más, a la presencia de agua fácilmente accesible.
Por suerte, y al igual que en la Luna, en Marte hay enormes cantidades de hielo, y también una
pequeña cantidad de vapor de agua (un 0,01 %) en la tenue atmósfera marciana.
En la película El marciano, de Ridley Scott (basada en la homónima novela de Andy Weir), un
náufrago espacial sobrevive en la superficie del planeta rojo cultivando patatas que abona con sus
propios excrementos. ¿Sería posible tal proeza del reciclaje? ¿Qué requisitos mínimos debería
cumplir un campamento marciano para garantizar la supervivencia de un ser humano durante un
tiempo prolongado? Invito a mis sagaces lectoras/esa colaborar en la conquista de Marte con sus
ideas terraformadoras.

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Deportes lunares
La baja gravedad de nuestro satélite facilitará todo tipo de tareas, así como el lanzamiento de
vehículos y materiales al espacio
Carlo Frabetti
23 AGO 2019 - 11:01 CDT

Fotograma de la película 2001: una odisea en el espacio.


Neutralizar los efectos de la baja gravedad en el organismo humano sería fundamental para el
establecimiento de colonias permanentes en la Luna
Como veíamos la semana pasada, la baja gravedad lunar, un sexto de la terrestre, facilitará todo
tipo de tareas, así como el lanzamiento de vehículos y materiales al espacio, ya que su velocidad
de escape es de solo 2,4 kilómetros por segundo, frente a los 11,2 km/s de la Tierra. Pero, como
contrapartida, hay que tener en cuenta los efectos negativos de la baja gravedad sobre el
organismo humano: atrofia muscular, pérdida de densidad ósea, trastornos circulatorios… Una
estancia prolongada en la Luna solo sería posible si se encontrara la forma de neutralizar o
minimizar estos efectos perjudiciales.
Un “rotor centrífugo” similar a los que hay en algunos parques de atracciones podría ser la
solución. Una de las secuencias más impactantes de 2000: una odisea del espacio, es la de un
astronauta corriendo por el interior de una superficie cilíndrica giratoria, cuya velocidad de
rotación está ajustada para que la fuerza centrífuga (centrípeta, en puridad) sea equivalente al
tirón de la gravedad terrestre.
Sin salir del ámbito del cine de ciencia ficción, en Elysium vemos una gigantesca colonia espacial
en órbita, un enorme cilindro que al girar alrededor de su eje permite que en toda su superficie
interior, cubierta de lujosas urbanizaciones y zonas verdes, se disfrute de una seudogravedad
similar a la terrestre. Una colonia espacial directamente inspirada en las que, en los años setenta
del siglo pasado, concibió Gerald O’Neill (ver El cilindro de O’Neill).
No sería difícil instalar en la superficie de la Luna un rotor parecido al de 2001, en cuyo interior
los astronautas podrían no solo hacer ejercicio, sino también dormir, comer y realizar buena parte
de sus actividades. Pero la gravedad lunar no es nula ni insignificante, por lo que interferiría con
el efecto del rotor. ¿Cómo se podría conseguir un efecto similar al de la gravedad terrestre a pesar
de esta interferencia?

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Un tiovivo en la Luna
Además de correr o hacer pesas en un rotor gravitacional, los colonos lunares podrían practicar,
en el interior de espacios oportunamente adaptados, algunos deportes ad hoc.
No parece muy viable una versión lunar del baloncesto, pues los jugadores podrían dar saltos de
varios metros de altura, por no hablar de la lentitud de los botes del balón. Pero tal vez una
adaptación del rugby a las condiciones de la Luna podría tener éxito, e incluso ganar interés al
volverse más tridimensional. En el yudo y otras modalidades de lucha, como la grecorromana,
sería prácticamente imposible inmovilizar al adversario en el suelo; pero el kárate y el taekwondo
podrían enriquecerse con una amplia gama de espectaculares patadas voladoras…
Invito a mis sagaces lectoras/es a contribuir a la colonización de la Luna con sus comentarios y
sugerencias sobre posibles deportes lunares y otras actividades recreativas practicables en baja
gravedad. En Estados Unidos y otros países, los parques de atracciones suelen denominarse
“Luna Park”. Y, al fin y al cabo, un tiovivo es un rotor…

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Piscinas lunares
La abundancia de agua en nuestro satélite hace verosímil la futura construcción de piscinas
lunares para solaz de los astronautas
Carlo Frabetti
30 AGO 2019 - 07:02 CDT

El astronauta Alan Shepard, en la superficie de la Luna. NASA


La seudogravedad generada por un “rotor centrífugo” cilíndrico como los de los parques de
atracciones, con el eje de rotación vertical, en la Luna se vería afectada por la gravedad real de
nuestro satélite, como vimos la semana pasada, lo que haría que los astronautas tuvieran la
incómoda sensación de estar sobre un plano inclinado. Este problema se podría solucionar si el
rotor no fuera cilíndrico sino troncocónico: un tronco de cono invertido con una inclinación de
unos 10º haría que la resultante de algo menos de 1 g horizontal y 1/6 g vertical fuera 1 g
perpendicular a la superficie del rotor.
En cuanto a los deportes practicables en la Luna, existe un precedente: en 1971, Alan Shepard, el
quinto hombre que pisó nuestro satélite, se convirtió en el primer golfista lunar, al golpear varias
pelotas con un hierro 6 con el mango preparado para adaptarse a los gruesos guantes del traje de
astronauta. Y según las palabras del propio Shepard, las pelotas se alejaron “millas y millas y
millas”.
Para evitar un alejamiento tan desmedido, las pelotas del golf lunar tendrían que ser mucho más
pesadas que las normales, de unos 45 gramos. Si se mantuviera su tamaño, algo más de 4
centímetros de diámetro, las bolas de golf lunares podrían ser de acero macizo, con lo que
pesarían unas cinco o seis veces más que las normales, lo que compensaría la baja gravedad
lunar, un sexto de la terrestre. ¿O sería preferible que las bolas fueran de plomo?

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Aunque otra posibilidad sería jugar con bolas muy grandes y muy ligeras, usando los cráteres
como hoyos…
Por cierto, las bolas lanzadas por Shepard nunca fueron encontradas. Teniendo en cuenta la
ausencia de atmósfera en la Luna y su baja gravedad, ¿hay alguna posibilidad de que alguna de
esas bolas que se alejaron “millas y millas y millas” se perdiera en el espacio?
Natación lunar
Nuestro “usuario destacado” Herbert Einstein opina (ver comentarios de la semana pasada) que
uno de los deportes más idóneos para su práctica en la Luna sería la natación. Y teniendo en
cuenta la gran cantidad de agua sólida que al parecer se acumula en los polos a escasa
profundidad, no sería difícil hacer piscinas (cubiertas, naturalmente) que, además de alegrarles la
vida a los colonos lunares y mejorar su condición física, serían grandes depósitos de agua líquida.
O sea que, en realidad, estaríamos hablando de aljibes o albercas; albercas que, al igual que los
niños en el campo, los colonos lunares usarían como piscinas.
Las bolas lanzadas por Shepard nunca fueron encontradas. Teniendo en cuenta la ausencia de
atmósfera en la Luna y su baja gravedad, ¿hay alguna posibilidad de que alguna de esas bolas que
se alejaron “millas y millas y millas” se perdiera en el espacio?
¿Cómo serían la flotabilidad y la natación en esas piscinas lunares? ¿Nos hundiríamos en ellas
más, menos o igual que en las piscinas terrestres? ¿Sería mayor o menor el peligro de ahogarse?
¿Se podría practicar el waterpolo? ¿Y el salto de trampolín?
Invito a mis sagaces lectoras/es a plantearse estas y otras preguntas sobre las hipotéticas piscinas
lunares. A ser posible, y dadas las temperaturas que estamos soportando, al borde de una piscina
terrestre.

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El agua de Mercurio
A pesar de las altísimas temperaturas imperantes en el planeta más próximo al Sol, en sus polos
hay hielo en abundancia
Carlo Frabetti
6 SEP 2019 - 07:02 CDT

Una captación de Mercurio por la nave espacial 'Messenger'. NASA


Nos preguntábamos la semana pasada si alguna de las bolas de golf lanzadas por Shepard en la
Luna pudo perderse en el espacio, dada la baja gravedad lunar y la ausencia de atmósfera. La
respuesta es un rotundo no: las pelotas de golf más rápidas van a unos 350 kilómetros por hora, y
para zafarse de la gravedad lunar tendrían que alcanzar una velocidad unas veinticinco veces
mayor, ya que la velocidad de escape en la superficie lunar es de 2,4 kilómetros por segundo.
En cuanto a la flotabilidad en una hipotética piscina lunar, sería la misma que en la Tierra;
nuestro cuerpo pesaría seis veces menos, pero el agua desalojada también. Al bucear, sin
embargo, sí que notaríamos una diferencia significativa (suponiendo que hubiera piscinas lo
suficientemente profundas). En la Tierra, con cada diez metros de profundidad aumenta la
presión una atmósfera, por lo que es normal, a partir de los cuatro o cinco metros, notar la presión
en los oídos. En la Luna, ni siquiera los tímpanos más sensibles notarían la menor molestia a
profundidades inferiores a los veinte metros.
El riesgo de ahogarse sería menor en la Luna, pues, aunque la flotabilidad sería la misma, nuestra
fuerza muscular “terrestre” movería un cuerpo seis veces más ligero. Y, por eso mismo, deportes
como el waterpolo, la natación sincronizada y el salto de trampolín podrían tener un desarrollo
espectacular en la Luna. Y, por increíble que parezca, también en Mercurio.

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Hielo en el infierno
A pesar de las temperaturas infernales del planeta más próximo al Sol, que pueden superar los
400º centígrados, en los polos de Mercurio, al igual que en los de Marte, hay grandes cantidades
de agua helada. ¿Cómo es posible? La explicación estriba en la pequeñísima oblicuidad de su
eclíptica (de apenas una centésima de grado), lo que hace que en los polos haya cráteres en los
que nunca incide la luz solar. Y en algunos de estos cráteres la sonda Messenger de la NASA
detectó, en 2012, grandes cantidades de hielo.
Además de ser el más próximo al Sol, Mercurio es el planeta más pequeño del Sistema Solar (sin
contar al dudoso Plutón): 4.880 km de diámetro; pero es muy denso, pues su núcleo metálico
ocupa un 42 % del volumen total del planeta. La densidad de Mercurio es 5,43, ligeramente
inferior a la de la Tierra, por lo que la gravedad en su superficie es similar a la marciana (invito a
mis sagaces lectoras/es a calcularla), a pesar de que Marte es considerablemente mayor.
Durante mucho tiempo se creyó que Mercurio siempre mostraba la misma cara al Sol, como la
Luna a la Tierra, debido a un similar “acoplamiento de marea”; pero ahora sabemos que no es así,
pues la rotación de Mercurio no es sincrónica (es decir, su período no es igual al de traslación).
Mercurio tarda 88 días en describir una órbita completa alrededor del Sol y 58,7 días en dar una
vuelta alrededor de su eje. ¿Cuánto dura, por término medio, el día mercuriano? ¿Y por qué en el
caso de Mercurio hay que decir “por término medio” al hablar de la duración del día?
Teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿tendría sentido la instalación de una base en uno de los
polos mercurianos? ¿Qué ventajas e inconvenientes tendría? ¿Cuál sería su utilidad?

81
Día solar y día sidéreo
El período de rotación de la Tierra y el tiempo transcurrido entre dos amaneceres consecutivos no
son exactamente iguales
Carlo Frabetti
13 SEP 2019 - 08:53 CDT

'Amanecer después del naufragio', de William Turner.


¿Cuál será la gravedad en la superficie de Mercurio, sabiendo que su diámetro es de 4.880
kilómetros y su densidad es casi igual a la terrestre?, nos preguntábamos la semana pasada. El
cálculo es muy sencillo, pues para dos astros de la misma densidad, la gravedad es proporcional
al radio. Y como el radio de la Tierra es 2,6 veces mayor que el de Mercurio, la gravedad del
planeta más pequeño y más próximo al Sol es 2,6 veces menor que la terrestre, o sea, 3,7 m/s2.
Una persona de 70 kilos en Mercurio solo pesaría unos 27.
La explicación de esta proporcionalidad directa entre radio y gravedad es igualmente sencilla:
según la ley de la gravitación universal, la atracción entre dos cuerpos es proporcional al
producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos. Si
consideramos un cuerpo de masa unidad situado en la superficie de un planeta de radio R, la
fuerza de atracción es proporcional a la masa del planeta e inversamente proporcional al cuadrado
de R, que es la distancia del cuerpo al centro del planeta. Pero la masa del planeta, a su vez, es
proporcional a su volumen -es decir, al cubo de su radio- y a su densidad, y, por tanto, para dos
planetas de la misma densidad, como la Tierra y Mercurio, la única variable es R; y como la
atracción es proporcional a R3 e inversamente proporcional a R2, en última instancia es
proporcional a R.

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Todo el mundo sabe que llamamos “día” al tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa
alrededor de su eje, o sea, entre dos salidas del Sol consecutivas… ¿O no?
La pregunta sobre la duración del día mercuriano generó un debate del que se desprende que tal
vez convenga precisar el concepto de “día”. Todo el mundo sabe que llamamos “día” al tiempo
que tarda la Tierra en dar una vuelta completa alrededor de su eje, o sea, entre dos salidas del Sol
consecutivas… ¿O no? Pues no, ese “o sea” no es correcto. Porque mientras la Tierra da una
vuelta completa alrededor de su eje, da 1/365 de vuelta alrededor del Sol, por lo que el tiempo
transcurrido entre dos salidas de Sol consecutivas -el día solar- es unos 4 minutos (24x60/365)
más largo que el período de revolución terrestre o día sidéreo, llamado así porque en este caso el
punto de referencia no es el Sol sino las estrellas fijas (se suele tomar como referente la
constelación de Aries), tan distantes que con respecto a ellas el movimiento orbital de la Tierra es
insignificante.
En el caso de la Tierra, la diferencia entre día solar y día sidéreo es tan pequeña que solo es
relevante a efectos astronómicos, pero no a nivel cotidiano. Sin embargo, para un hipotético
mercuriano la cosa sería muy distinta, pues mientras Mercurio da una vuelta alrededor de su eje,
en lo cual tarda 58,7 días terrestres, recorre nada menos que 2/3 de su órbita de 88 días alrededor
del Sol; es decir, un día sidéreo mercuriano solo es 1/3 de su día solar, por lo que este durará 176
días terrestres.
Resonancia orbital
La considerable excentricidad de la órbita de Mercurio hace que su velocidad orbital sea
significativamente mayor en el perihelio que en el afelio (ya que, de acuerdo con las leyes de
Kepler, lo que se mantiene constante es la velocidad areolar). Tanto es así que hay un momento
en que el Sol se detiene en el cielo y luego retrocede un trecho, como si tomara carrerilla antes de
seguir su curso normal. ¿Podría suceder que algunos hipotéticos mercurianos disfrutaran de un
amanecer doble?
Y, por otra parte, ¿es casual que el período de revolución de Mercurio sea 2/3 de su período de
traslación? Invito a mis sagaces lectoras/es a investigar este fenómeno, conocido como
resonancia orbital.

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El teorema del matrimonio
Los emparejamientos no siempre son fáciles y a veces requieren la ayuda de las matemáticas
Carlo Frabetti
20 SEP 2019 - 04:33 CDT

Fotograma de la película 'Siete novias para siete hermanos'.


¿Podría un hipotético mercuriano disfrutar de un amanecer doble? Sí: al acercarse al perihelio, la
velocidad angular orbital (VAO) de Mercurio iría aumentando hasta igualarse a su velocidad
angular de rotación (VAR), momento en el que el Sol se detendría en el cielo; a partir de ahí, la
VAO superaría durante un breve tiempo a la VAR y el Sol retrocedería un trecho, como si tomara
carrerilla antes de volver a seguir su curso normal, y un mercuriano convenientemente situado lo
vería hundirse otra vez en el horizonte tras el amanecer para volver a salir poco después.
El hecho de que el período de rotación de Mercurio (58,7 días terrestres) sea 2/3 de su período de
traslación (88 días terrestres) no es una coincidencia. Lo normal sería que la relación fuera 1/1
como en el caso de la Luna con respecto a la Tierra (o sea, el período de rotación igual al de
traslación), y así se creyó que era hasta 1965; pero la considerable excentricidad de la órbita de
Mercurio, con las consiguientes fluctuaciones en su velocidad de traslación, hace que una
resonancia orbital de 2/3 sea más estable que el acoplamiento gravitatorio típico.
Bodas y caramelos
Y hablando de acoplamiento, nuestro usuario destacado Francisco Montesinos planteó la semana
pasada un bonito problema que, a su vez, remite a un interesante teorema sobre emparejamientos.
He aquí una versión simplificada del problema:
Tenemos dos caramelos de naranja, dos de limón y dos de fresa, y metemos cada par de
caramelos del mismo sabor en una caja distinta. Obviamente, si sacamos un caramelo de cada
caja, tendremos uno de cada sabor. Pero luego vaciamos las tres cajas sobre la mesa, revolvemos
los seis caramelos como si fueran fichas de dominó y los volvemos a meter en las cajas al azar,
dos en cada una. Sea cual sea la distribución, ¿podremos conseguir los tres sabores sacando un
caramelo de cada caja? ¿Y si en vez de tres sabores y dos caramelos de cada tenemos cuatro
sabores -y cuatro cajas- y tres caramelos de cada sabor?

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Parece un problema sencillo, pero no lo es tanto si lo generalizamos a m sabores -y cajas- y n
caramelos de cada sabor, y una forma de abordarlo es mediante el teorema de Hall, también
conocido como teorema del matrimonio porque se suele ilustrar mediante dos grupos, uno de
hombres y otro de mujeres, con el mismo número de individuos en cada grupo. Para cada mujer,
hay uno o más hombres dispuestos a casarse con ella, y cualquier hombre se casaría con cualquier
mujer que quisiera casarse con él (una situación similar a la del famoso musical Siete novias para
siete hermanos). ¿Es posible emparejar satisfactoriamente a todas estas personas?
Sugiero a mis sagaces lectoras/es que partan del problema más sencillo de los caramelos (tres
sabores y dos de cada) y vayan avanzando hasta las nunca bien ponderadas complejidades
conyugales en sus posibles variantes.

85
El agua de Venus
En el 'planeta hermano' de la Tierra hubo grandes cantidades de agua líquida en el pasado
Carlo Frabetti
27 SEP 2019 - 05:55 CDT

Imagen de Venus difundida por la NASA.


El problema de los caramelos y las cajas planteado la semana pasada es trivial si nos limitamos a
tres sabores -fresa, naranja y limón- y dos caramelos de cada sabor, pues es evidente que en este
caso, y sea cual sea la distribución de los caramelos en tres cajas con dos caramelos por caja,
siempre podremos obtener uno de cada sabor sacando un caramelo de cada caja. Basta con ver
todas las distribuciones posibles: FF NN LL, FF NL NL, FN FN LL, FN FL NL, FL FL NN…
Pero la cosa se complica al ampliar el número de sabores y cajas, así como el número de
caramelos de cada sabor. Veamos, al respecto, la reflexión de Francisco Montesinos, que fue
quien planteó este interesante problema:
“El caso de 2 caramelos/caja se sigue de observar que extrayendo 1 caramelo de una caja de
sabor digamos s1 y a continuación si el 2° de esa caja es de sabor s2 alguna otra caja contiene el
otro de ese sabor. Vamos a dicha caja y lo extraemos. Si continuando de esta manera
conseguimos extraer los m caramelos de sabores distintos, hemos terminado. Si solo hemos
conseguido extraer k de k sabores distintos y k cajas distintas, se inicia el proceso en las m-k
cajas restantes que contienen m-k sabores…” (Ver el comentario nº100 de Día solar y día
sidéreo).
El planteamiento clásico del teorema del matrimonio, que es una de las vías para abordar el
problema de los caramelos, es un tanto machista, y al formularlo no se suele contemplar la
voluntad de las mujeres, como si el mero hecho de tener varios pretendientes garantizara que van
a casarse. Puesto que no es así, siempre cabe la posibilidad de que alguna (o varias, o todas)
quiera seguir soltera por más pretendientes que tenga. La discusión suscitada por el teorema del
matrimonio puede verse en los comentarios de la semana pasada (especialmente en los nos. 13,
15 y 17).

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Superficie de Venus NASA
Nuestro hermano infernal
Y tras este dulce paréntesis de bodas y caramelos, volvamos al fascinante asunto del agua en el
Sistema Solar. En semanas anteriores hemos hablado de la presencia de hielo en los polos de la
Luna, Marte y Mercurio, por lo que parece inexcusable ocuparse de nuestro restante vecino
cósmico, el planeta Venus.
Con una masa y un volumen ligeramente inferiores a los terrestres (su radio mide algo más de
6.000 km), Venus ha sido considerado siempre el “planeta hermano” de la Tierra, y es probable
que hace unos 700 millones de años tuviera grandes océanos de agua líquida. Pero actualmente su
atmósfera, con enormes cantidades de CO2 y otros gases de efecto invernadero, retiene el calor
solar en tal medida que la temperatura en la superficie del planeta supera los 460º C, que, junto
con una presión unas 90 veces mayor que la terrestre y sus abundantes nubes de ácido sulfúrico,
lo convierten en un planeta “infernal” muy poco apto para la vida tal como la conocemos, y
donde el agua solo se encuentra en forma de vapor, y ya en pequeñas cantidades, pues la
radiación solar la descompone en hidrógeno y oxígeno. Aun así, podría haber bacterias
extremófilas en la inhóspita atmósfera venusina.
Pero las observaciones más recientes sugieren que en Venus pudo haber agua líquida durante
unos 2.000 millones de años, tiempo suficiente para la aparición de formas de vida primitivas
similares a las terrestres.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿tendría sentido intentar la instalación de una base en
Venus? ¿Cómo tendría que ser y qué utilidad tendría? Invito a mis sagaces lectoras/es a contribuir
con sus sugerencias a la hipotética colonización de nuestro hermano infernal.

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El agua de Encélado
Bajo su apariencia de enorme bola de nieve, Encélado oculta un océano de agua líquida capaz de
albergar vida
Carlo Frabetti
5 OCT 2019 - 05:01 CDT

Imagen de Encélado tomada por la sonda 'Cassini'. Vídeo: ingredientes para la vida en Encélado, la luna de Saturno
(producción de la NASA en inglés)
Una hipotética base en Venus, como nos planteábamos la semana pasada, seguramente sería más
viable flotando en su densa atmósfera que sobre el ardiente suelo venusiano, como señalan
nuestros lectores Antonio Casado y Tony Montana. Aunque lo que Gerard O’Neill denominó
“chovinismo planetario” hace que, psicológicamente, nos sintamos más a gusto sobre la
superficie sólida de un planeta, no siempre tiene por qué ser la mejor opción.
Como en el caso de Encélado, sin ir más lejos (aunque más de mil millones de kilómetros es ir
bastante lejos), del que no podemos olvidarnos tras hablar durante varias semanas del agua en
otros cuerpos del Sistema Solar. El sexto satélite de Saturno en tamaño, de unos 500 kilómetros
de diámetro, es una gigantesca bola de nieve con una temperatura superficial de unos -200º C (al
ser tan blanco absorbe muy poca luz solar); pero bajo la capa de hielo hay un océano global de
agua líquida que envuelve por completo el núcleo rocoso, y que una fuente de calor interna,
probablemente de origen gravitatorio (por la interacción con otros satélites y con el propio
Saturno) calienta en algunos puntos hasta el extremo de que en el polo sur de Encélado hay
géiseres que lanzan al espacio grandes chorros de vapor de agua y partículas de hielo, que
alimentan uno de los anillos del gigante gaseoso.
Además de agua líquida en abundancia y una fuente de energía, en el satélite, según sabemos tras
la visita de la sonda Cassini, hay moléculas complejas: largas cadenas de carbono jalonadas de
átomos de oxígeno e hidrógeno que sugieren la presencia de alguna forma de vida. O la
posibilidad de que surja, ya que es el único cuerpo del Sistema Solar, además de la Tierra, en el
que confluyen los requisitos básicos de la vida tal como la conocemos: agua en estado líquido,
una fuente de energía y moléculas complejas basadas en la química del carbono. Parece, pues,

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interesante la posibilidad de instalar una base en el satélite, cuya baja gravedad, un centésimo de
la terrestre, facilitaría las tareas de aterrizaje y despegue; pero ¿dónde convendría instalar la
hipotética base? ¿En la gélida capa de hielo superficial? Tal vez tuviera más sentido una base
submarina, o bien flotante o bien apoyada directamente sobre el núcleo rocoso, opción facilitada
por la escasa presión acuática, dada la baja gravedad de Encélado. Se admiten sugerencias.
Solitario
Nuestro “usuario destacado” Bixen Etxebeste nos propone el siguiente solitario, inspirado en el
problema de los caramelos (ver El teorema del matrimonio):
Encontrar el mayor número de cartas, no más de una en cada columna, de modo que todas tengan
diferente valor, del as al rey (no importa el palo). Si logras encontrar 13 cartas, has ganado el
juego. El dibujo es al azar y puedes cambiarlo. (La forma de iniciar el solitario es barajar las
cartas y luego ponerlas sobre la mesa en 13 columnas de 4).

¿Has conseguido extraer las 13 cartas de distinto valor? ¿Es siempre posible conseguirlo, sea cual
fuere la distribución?

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El agua de Europa
Arthur C. Clarke especuló con la posibilidad de que hubiera vida en el gran océano de agua
salada del satélite Europa
Carlo Frabetti
11 OCT 2019 - 04:30 CDT

Parte del cartel de la película '2010: odisea dos'.


El solitario de la semana pasada admite varias soluciones. Por ejemplo, la hallada por Carlos
Valladares: 4 de picas, 3 de corazones, 8 de diamantes, As de tréboles, Rey de picas/tréboles, 2
de diamantes, Jack de corazones, 7 de tréboles, Reina de picas, 10 de diamantes, 6 de tréboles, 5
de diamantes, 9 de diamantes.
El número de soluciones distintas posibles depende de la distribución de las cartas. Es fácil ver
que el máximo se dará cuando podamos escoger una carta cualquiera de la primera columna,
luego una cualquiera de la segunda y así sucesivamente; y eso sucederá cuando en cada columna
haya cuatro cartas del mismo valor, con lo que tendremos 413 posibilidades distintas (más de 67
millones).
Más difícil es hallar la distribución de cartas que permitirá el menor número de soluciones
posibles, y algunos lectores siguen dándole vueltas al problema (ver comentarios de la semana
pasada). Podría decir que no doy la solución para no privar a dichos lectores del placer de seguir
intentándolo; pero lo cierto es que la desconozco.
Los solitarios con cartas y otros elementos son una fuente inagotable de acertijos y pasatiempos
lógicos (de hecho, son pasatiempos lógicos en sí mismos). Invito a mis sagaces lectoras/es a
compartir los que conozcan.

90
Europa primero
Al plantear, la semana pasada, la posibilidad de visitar Encélado como candidato a albergar vida,
algunos lectores comentaron que antes habría que ir a Europa, uno de los mayores satélites de
Júpiter, que está más cerca y presenta condiciones muy similares.
Es cierto; la única diferencia a favor de Encélado es que en este satélite de Saturno hay
constancia de la presencia de moléculas complejas de la química del carbono, que es la base de la
vida tal como la conocemos. Pero es muy probable que en Europa también existan, dado que,
bajo la lisa capa de hielo que lo recubre, hay un océano de agua salada similar a los terrestres y
aún más rico en oxígeno disuelto que los nuestros, y en la tenue atmósfera del satélite también
hay oxígeno libre.
No en vano Arthur C. Clarke eligió Europa como escenario de una evolución propiciada por la
avanzadísima civilización de 2001: una odisea del espacio. En su secuela, 2010: odisea dos,
Clarke imagina una primitiva forma de vida acuática en el océano salado de Europa. Cuando una
astronave china se posa el satélite para repostar agua, esa forma de vida la destruye. Pero, gracias
a los superseres constructores de los monolitos, que convierten Júpiter en una estrella enana, esa
vida primitiva evolucionará hasta dar lugar a una especie inteligente.
Clarke no ha sido el único autor que ha especulado sobre las posibilidades de vida en Europa; no
pocas obras de ciencia ficción (películas, novelas, relatos) han abordado el tema con mayor o
menor fortuna. ¿Recuerdas alguna especialmente interesante?
Y, hablando de especular, no hay por que dejar “que inventen ellos”, como dicen que decía
Unamuno. Teniendo en cuenta las características de Europa, que es el cuerpo más liso del
Sistema Solar, tiene una gravedad superficial que es un 13% de la terrestre y una tenue atmósfera
que contiene oxígeno, ¿qué vehículo diseñarías para desplazarse por su superficie?

91
Las sirenas de Titán
En Titán hay mares, ríos y lagos similares a los de la Tierra; solo que, en vez de agua, son de
metano líquido
Carlo Frabetti
19 OCT 2019 - 01:35 CDT

Imagen de Saturno tomada por la sonda 'Cassini' en 2016. NASA Reuters


Saturno acaba de ser declarado oficialmente el planeta con más satélites conocidos: nada menos
que 82. De momento, a Júpiter “solo” se le conocen 79, y como está mucho más cerca y es más
fácil detectar sus satélites que los de Saturno, no es probable que desbanque al “señor de los
anillos” celestial.
Junto con Encélado, del que hablábamos hace un par de semanas, el satélite de Saturno más
notable es Titán, y por más de una razón. Con más de 5.000 kilómetros de diámetro, es el
segundo mayor satélite del Sistema Solar (solo superado, y por muy poco, por Ganimedes) y el
único que tienen una atmósfera densa, compuesta principalmente por nitrógeno, como la terrestre,
pero con metano y otros hidrocarburos en lugar de oxígeno.
También es el único cuerpo del Sistema Solar, además de la Tierra, que tiene masas líquidas
estables sobre su superficie; solo que los mares, ríos y lagos de Titán no son de agua, sino de
metano líquido. Al poseer una gravedad considerable (solo un poco inferior a la de la Luna) y una
atmósfera densa, el metano presenta en Titán un ciclo similar al del agua en la Tierra, aunque en
un rango de temperaturas muy inferior (alrededor de los -180º C), con sus nubes, sus lluvias y sus
fenómenos de erosión.
El metano es descompuesto por la radiación ultravioleta en hidrógeno y acetileno, y sin embargo
su nivel en Titán permanece constante, lo que sugiere que “algo” produce metano al mismo ritmo
que se descompone, lo que podría indicar la presencia de alguna forma de vida.
Un satélite novelesco
Al igual que Europa, Titán ha sido “visitado” a menudo por los autores de ciencia ficción. El
propio Arthur C. Clarke, que, como vimos la semana pasada, convirtió Europa en escenario de

92
una nueva evolución hacia la vida inteligente en 2010: odisea dos, publicó en 1975 la novela
Regreso a Titán, en la que un titaniano descendiente de colonos humanos visita la Tierra.
En la novela Titán, de John Varley, una expedición terrestre a Saturno descubre un enorme toro
de Stanford de más de mil kilómetros de diámetro en órbita alrededor del planeta, y en cuyo
interior viven extrañas criaturas, como los titánidos, una especie de belicosos centauros.
También Robert Heinlein, el maestro de Varley, visitó literariamente el satélite saturniano en su
novela Titán invade la Tierra (también conocida como Amos de títeres), uno de los primeros
exponentes del nutrido subgénero de las invasiones sutiles.
Pero la más singular aproximación literaria al satélite gigante sigue siendo Las sirenas de Titán
(1959), de Kurt Vonnegut, donde aparecen por primera vez los avanzadísimos habitantes del
planeta Trafalmadore, que reaparecerán en Matadero cinco, la novela más famosa del autor
estadounidense. Las sirenas que dan título al libro son unas mujeres tan hermosas que su visión
resulta casi insoportable. Pero teniendo en cuenta que, de existir, los hipotéticos habitantes de
Titán respirarían metano, soportarían temperaturas de -180º C y estarían sujetas a una gravedad
siete veces inferior a la terrestre, ¿cómo serían esas sirenas de los gélidos mares de
hidrocarburos? No es probable que fueran muy atractivas a los ojos de los humanos. Invito a mis
sagaces lectoras/es a describir su posible aspecto y su fisiología.

93
El asteroide que no era
Ceres, el primero y mayor de los asteroides, fue ascendido recientemente a la categoría de planeta
enano
Carlo Frabetti
26 OCT 2019 - 06:23 CDT

NASA (REUTERS-LIVE!)
Nos peguntábamos la semana pasada cómo serían realmente las “sirenas” de Titán si sus gélidos
mares de hidrocarburos albergaran formas de vida evolucionadas. Esto es lo que opina Ellen
Ripley al respecto:
“Las sirenas de Titán serán minúsculas, translúcidas y lentas, extremadamente lentas de
movimiento. Y olerán a gasolina, ese aroma penetrante y aturdidor que los niños de antes
buscábamos en la moto de papá, igual que en el tubo de Imedio. Serán minúsculas y lentas
porque un metabolismo anaeróbico estricto de los hidrocarburos allí presentes rendirá poca
energía y con poca energía no se podrá crecer mucho ni diversificar mucho ni correr mucho,
como sucedió aquí en la Tierra antes del Gran Envenenamiento”.
Pero, por otra parte, la baja gravedad podría propiciar un crecimiento considerable, aunque lento.
Además, la densidad del metano líquido es aproximadamente la mitad de la del agua, y una
criatura marina ha de tener la misma densidad del líquido en el que vive, para no hundirse ni
flotar en exceso.
¿Y tú qué opinas?, como reza el encabezamiento de la sección de comentarios. ¿Cómo son tus
sirenas de Titán?
Algunos lectores han señalado que en nuestro periplo imaginario por el Sistema Solar en busca
de agua y/o vida no hemos visitado todavía el cinturón de asteroides. Vamos allá, pues.

94
Imagen de Ceres tomada por la sonda 'Dawn'. NASA
De asteroide a planeta enano
Paradójicamente, el primer asteroide del que habría que hablar, tanto por su importancia histórica
(fue el primer objeto del cinturón descubierto, en 1801) como astronáutica, ya no lo es: el mismo
criterio que le retiró a Plutón su título de planeta propiamente dicho, ascendió a Ceres a la
categoría de “planeta enano”. Con un diámetro de casi 1.000 kilómetros y una gravedad baja pero
no insignificante (aproximadamente un 3 % de la terrestre), Ceres es el candidato ideal para
instalar, en un futuro (¿no muy lejano?) una base fronteriza entre los planetas interiores y los
exteriores.
En la superficie de Ceres, un astronauta de unos 100 kilos (con la escafandra incluida) solo
pesaría tres kilos, lo que le otorgaría una gran operatividad sin el riesgo de que un salto
demasiado brusco lo lanzara al espacio, puesto que la velocidad de escape es de unos 1.800
kilómetros por hora.
Entre una gruesa capa de hielo en la superficie y un núcleo interior rocoso, algunos astrofísicos
opinan que podría haber agua líquida, mantenida en este estado por una fuente de calor interna.
En cualquier caso, la abundancia de hielo acuático haría de Ceres un punto de avituallamiento
ideal para hipotéticas expediciones hacia los planetas exteriores. Y también podría ser el centro
de operaciones de una posible minería asteroidal sobre la que se ha especulado bastante
últimamente. Una reciente serie de televisión, The Expanse, muestra una interesante -aunque
científicamente poco verosímil- imagen del planeta enano convertido en conflictiva colonia
minera.
¿Y tú qué opinas? ¿Cómo plantearías la colonización de Ceres? ¿Qué ventajas e inconvenientes
le ves como base espacial y/o centro minero?

95
Minería espacial
Los asteroides más cercanos a la Tierra (NEA) podrían convertirse en una importante fuente de
materias primas
Carlo Frabetti
1 NOV 2019 - 04:44 CST

El asteroide Florence. NASA


Como vimos la semana pasada, Ceres, el planeta enano del cinturón de asteroides, cuya masa es
un tercio de la de todo el cinturón, podría convertirse en una estación de servicio espacial de cara
a posibles expediciones a los planetas exteriores, y también podría ser la base principal de una
hipotética minería asteroidal.
Ceres fue descubierto porque los astrónomos suponían que a esa distancia del Sol debía haber un
planeta. ¿Por qué? Porque, tomando como unidad la distancia de la Tierra al Sol o “unidad
astronómica” (UA), las respectivas distancias de los planetas al Sol se aproximaban a la
secuencia 0.4 (Mercurio), 0.7 (Venus), 1 (la Tierra), 1.6 (Marte), 5.2 (Júpiter), 10 (Saturno), 19.6
(Urano), y en dicha secuencia falta un término ente 1.6 y 5.2 (¿cuál es el término faltante?). Al
buscar un planeta a esa distancia, Giuseppe Piazzi descubrió el primer cuerpo del cinturón de
asteroides, el planeta enano Ceres, en 1801.
Neptuno aún no había sido descubierto a principios del siglo XIX, y su distancia al Sol es de 30.1
UA (¿se ajusta a la secuencia 0.4, 0.7, 1, 1.6, x, 5.2, 10, 19.6?). Por cierto, tanto Neptuno como
Ceres se suelen poner como ejemplo de cuerpos celestes descubiertos a partir de consideraciones
matemáticas que indicaban dónde había que buscarlos; pero hay una diferencia sustancial entre
ambos casos: Ceres fue descubierto al margen de cualquier consideración astrofísica,
simplemente porque faltaba un término en una secuencia numérica que seguía una cierta pauta
(como dijo un famoso astrónomo: “El Creador no puede haber dejado ese hueco sin llenar”),
mientras que los cálculos matemáticos que llevaron al descubrimiento de Neptuno, en 1847, se
derivaban de la observación de ciertas perturbaciones en las órbitas de Urano, Saturno y Júpiter.

96
Ceres NASA
Agua y metales preciosos
Los asteroides más cercanos a la Tierra (NEA: Near Earth Asteroids) podrían convertirse, en un
futuro no muy lejano, en fuentes de materias primas. Como vimos, en Ceres hay agua helada en
abundancia, y también la hay en muchos asteroides de tipo C (carbonáceos), y esa agua podría
permitir a los vehículos espaciales repostar oxígeno para respirar e hidrógeno como combustible.
Además, en los asteroides de tipo M (metálicos) puede haber, fácilmente extraíbles, grandes
cantidades de platino y otros metales escasos en la Tierra.
La prácticamente nula gravedad de los asteroides tendría, de cara a una hipotética minería
espacial, sus ventajas y sus inconvenientes. Por una parte, mandar los materiales extraídos a una
estación espacial (o a Ceres, o a la Luna) para su procesamiento sería mucho más fácil y barato al
no tener que alcanzar velocidad de escape alguna. Pero, por otra parte, esa misma falta de
gravedad dificultaría las tareas, ya que tanto los materiales extraídos como el equipamiento
utilizado y los propios operarios, ya fueran humanos o robots, deberían anclarse de alguna
manera a los asteroides abordados. Puesto que cada acción en la superficie del asteroide
provocaría una reacción de signo contrario, la falta de atracción se traduciría en una aparente
“repulsión” que dificultaría todo tipo de tareas.
Invito a mis sagaces lectoras/es a pensar un sistema de anclaje y de transporte para facilitar una
hipotética explotación minera de los asteroides, si se llevara a cabo con los recursos tecnológicos
actuales.

97
Planetas enanos
Desde su descubrimiento, en 1930, hasta su recalificación como planeta enano, el estatuto
astronómico de Plutón ha sido objeto de acalorados debates
Carlo Frabetti
8 NOV 2019 - 10:39 CST

Imagen de Higía tomada por el Telescopio Muy Grande, en Chile. FOTO: ESO / VÍDEO: EPV
En la secuencia 0.4, 0.7, 1, 1.6, …, 5.2, 10, 19.6, que, como vimos la semana pasada, se
corresponde con notable precisión con las sucesivas distancias de los planetas al Sol expresadas
en unidades astronómicas, el término que falta entre 1.6 y 5.2 es 2.8. Esta secuencia se obtiene
dividiendo por 10 los sucesivos valores de n + 4, donde n toma sucesivamente los valores 0, 3, 6,
12, 24… Así, para n = 0, (0+4) : 10 = 0.4, que es la distancia de Mercurio al Sol en UA.
Esta secuencia fue descubierta por el astrónomo alemán Johann Titius en 1766, fue incluida por
Elert Bode en sus prestigiosos libros de astronomía (por lo que se la conoce como ley de Titius-
Bode) y estimuló la búsqueda de un nuevo planeta a una distancia de 2.8 UA del Sol, pues, como
dijo el propio Titius, el Creador no podía haber dejado vacío ese hueco. Y, como vimos hace un
par de semanas, esa búsqueda condujo al descubrimiento del primer objeto hallado en el cinturón
de asteroides: el planeta enano Ceres, descubierto en 1801 por el astrónomo italiano Giuseppe
Piazzi.
El tema de la minería espacial suscitó un animado debate (ver comentarios de la semana pasada),
y nuestro “usuario destacado” Manuel Amorós propuso, al respecto, el siguiente problema:
A un Congreso de Minería Espacial acuden 10 ponentes. En cualquier grupo que pueda formarse
de 3 de ellos, hay al menos dos que no se conocen. Demostrar que existe un grupo de al menos 4,
donde nadie se conoce entre sí.

98
Ceres NASA
Los seis enanitos
Desde que Plutón fue expulsado del olimpo planetario, el Sistema Solar ya no es lo que era.
Aunque la planetitud de Plutón siempre fue puesta en duda (se llegó a pensar que era un satélite
de Neptuno), desde su descubrimiento, en 1930, hasta 2006 fue oficialmente el noveno planeta
del Sistema Solar. Pero a partir en los años noventa del siglo pasado empezaron a descubrirse, en
la misma zona orbital de Plutón, otros cuerpos celestes de dimensiones y características similares,
con lo que los astrónomos se vieron en el dilema de ampliar considerablemente (y de manera
indefinida, dado el continuo descubrimiento de nuevos objetos celestes) el elenco de los planetas,
o bien consensuar una definición más restrictiva. La cuestión se zanjó oficialmente (aunque no
sin polémica) en 2006, cuando la Unión Astronómica Internacional (UAI) estableció una nueva
definición de planeta, según la cual no bastaba que un cuerpo celeste girara alrededor del Sol y
tuviera la suficiente masa como para haber adoptado la forma esférica debido a su propia
gravedad, sino que además debía reinar en solitario en su zona orbital, condición que no cumplía
Plutón. Y tampoco Ceres, que forma parte del cinturón de asteroides. De este modo, Plutón fue
degradado, y Ceres ascendido, a la condición de “planeta enano”.
Además de Plutón y Ceres, los planetas enanos son Eris, Makemake, Haumea e Higia, este
último recién incorporado a la lista, pues fue el mes pasado cuando se descubrió que este
asteroide (o ex asteroide, mejor dicho) cumplía todos los requisitos. Con solo 430 kilómetros de
diámetro, Higia es por ahora, el menor de los planetas enanos.

99
La teoría de Ramsey
¿Cuántas personas tiene que haber como mínimo para que podamos asegurar que hay al menos
un grupo de tres que se conocen entre sí o un grupo de tres que no se conocen?
Carlo Frabetti
15 NOV 2019 - 09:04 CST

El matemático inglés Frank P. Ramsey.


Vamos a hacer una pausa en nuestro periplo por el Sistema Solar en busca de agua y de vida para
detenernos brevemente en el problema planteado la semana pasada.
Recordemos el problema en versión resumida: Dadas diez personas tales que en cualquier grupo
de tres de ellas hay al menos dos que no se conocen, demostrar que hay al menos un grupo de
cuatro personas en el que ninguna conoce a otra.
La discusión entre nuestros "usuarios destacados” Manuel Amorós y Francisco Montesinos (ver
comentarios de la semana pasada) desemboca en una pista: para resolver el problema, puede ser
útil abordar antes este otro:
"Demostrar que, en un grupo de seis personas, o bien hay al menos tres que se conocen entre sí, o
bien hay al menos tres que no se conocen entre sí".
Este tipo de problemas remiten a la denominada “teoría de Ramsey” (en honor del matemático y
filósofo británico Frank P. Ramsey), que estudia las condiciones que se han de cumplir para que
en un conjunto dado aparezca un cierto tipo de orden. O, más concretamente, cuántos elementos
ha de haber en un conjunto para que aparezca una determinada propiedad.
El “principio del palomar” puede considerarse un caso sencillo de la teoría de Ramsey, ya que
podemos enunciarlo así: ¿Cuántas palomas ha de haber para que, dado un conjunto de n
palomares, haya al menos un palomar con más de una paloma? La respuesta, en este caso, es
obvia: ha de haber más palomas que palomares; es decir, si llamamos m al número de palomas, la
condición pedida es m > n. Un ejemplo menos sencillo podría ser un acertijo misantrópico
planteado hace unos meses en estas mismas páginas: Si el 70% de los hombres son feos, el 70%

100
son tontos y el 70% son malos, ¿cuál será, como mínimo, el porcentaje de hombres que reúnan
las tres “cualidades”, es decir, que sean a la vez feos, tontos y malos?
El teorema de la amistad
El problema de las seis personas antes enunciado es, en realidad, todo un teorema, conocido
como “teorema de la amistad”, y también como “teorema de amigos y desconocidos”.

Un grupo de seis personas en el que cada una se relaciona de alguna manera con cada una de las
demás, se puede representar esquemáticamente mediante un hexágono con todas sus diagonales.
En teoría de grafos, es un grafo completo, pues cada nodo (cada vértice del hexágono) está unido
a todos los demás. Pues bien, si las personas que se conocen las unimos con un trazo rojo y las
que no se conocen con un trazo azul, el teorema de la amistad demuestra que habrá al menos un
triángulo rojo o un triángulo azul (es decir, un grupo de tres conocidos o un grupo de tres
desconocidos). ¿Cómo se demuestra? Y si hubiera solo cinco personas, ¿podríamos afirmar lo
mismo?
El “problema del final feliz”, denominado así por Paul Erdös (por razones extramatemáticas),
está estrechamente relacionado con la teoría de Ramsey, y dice así:
Cualquier conjunto de cinco puntos en el plano en posición general (sin que haya tres o más en
línea recta) tiene un subconjunto de cuatro puntos que son los vértices de un cuadrilátero
convexo.
Pero ese es otro artículo.

101
Desorden ordenado
El “problema del final feliz” y otros similares ponen en cuestión el concepto mismo de desorden
Carlo Frabetti
22 NOV 2019 - 09:58 CST

'Composición VII' de Kandinski, una de las obras más complejas del autor, según él mismo confesó. Galería
Tretiakov
El conocido problema misantrópico de los hombres feos, tontos y malos, recordado la semana
pasada, se resuelve fácilmente aplicando el principio del palomar. Imaginemos que tenemos un
grupo de 100 hombres y que cada uno de ellos es un palomar, y que hay 70 palomas de fealdad,
70 palomas de tontería y 70 palomas de maldad que tienen que alojarse en esos 100 palomares sin
que en ninguno haya más de una paloma de cada tipo. Es evidente que el número máximo de
hombres que pueden tener las tres “cualidades” es 70, pues la distribución más apretada posible
es de tres palomas distintas por palomar en 70 palomares. En el extremo opuesto, la distribución
más dispersa se obtiene cuando las palomas eligen siempre los palomares menos llenos. Las 70
palomas de fealdad se sitúan en otros tantos palomares; las palomas de tontería empiezan
ocupando los 30 palomares vacíos, y las 40 restantes comparten sendos palomares con 40
palomas de fealdad. Tenemos, pues, 40 palomares con dos palomas y 60 con una. Las 70 palomas
de maldad empiezan alojándose en los 60 palomares con solo una paloma, pero quedan 10 que
tendrán que ir a otros tantos palomares con dos palomas. Ergo el mínimo número de hombres con
las tres “cualidades” es de 10 por cada 100, o sea, el 10 %.
¿Cuántas estrellas hay que seleccionar para tener la certeza de que cuatro de ellas serán los
vértices de un cuadrilátero convexo? Este problema fue resuelto por Esther Klein y George
Szekere, cuya colaboración acabó en boda, por lo que Paul Erdös lo denominó “problema del
final feliz”

102
En cuanto al “problema del final feliz”, mencionado en la entrega anterior, hay un excelente
artículo de la matemática y divulgadora Clara Grima en su blog Mati y sus aventuras, titulado
Una constelación con 16 estrellas, que lo relaciona con la teoría de Ramsey y con el “problema
de la amistad” a partir de una sencilla pregunta astronómica relativa a las constelaciones, que
traslado a nuestras/os sagaces lectoras/es:
¿Cuántas estrellas hay que seleccionar para tener la certeza de que cuatro de ellas serán los
vértices de un cuadrilátero convexo?
Este problema fue resuelto por Esther Klein y George Szekere, cuya colaboración acabó en boda,
por lo que Paul Erdös lo denominó “problema del final feliz”. Que se complica rápidamente al
aumentar el número de puntos:
¿Cuántos puntos no alineados ha de haber, como mínimo, en un plano para tener la certeza de
poder formar con cinco de ellos un pentágono convexo?
Orden y sorpresa
A partir de consideraciones relacionadas con los problemas anteriores, Ramsey y Erdös llegaron
a la conclusión de que el desorden absoluto no existe, puesto que en cualquier conjunto aleatorio
de elementos podemos encontrar un subconjunto que posea una determinada propiedad (como en
el caso de los puntos que son los vértices de un polígono convexo). Una idea que, bajo diversas
formas, aparece a menudo y no solo en la ciencia, sino también en la literatura y el arte, y que es
el eje de uno de los mejores libros del maestro Martin Gardner, Orden y sorpresa.
Sabemos muy poco, y no obstante es asombroso que sepamos todo lo que sabemos, y todavía
más asombroso que tan poco conocimiento nos confiera tanto poder
Decía Einstein que lo más incomprensible del mundo es que sea comprensible. Y Rudolf Carnap
expresó la misma idea de forma más técnica, pero en esencia idéntica: “Es algo realmente
sorprendente que la naturaleza pueda expresarse mediante fórmulas matemáticas relativamente
sencillas”. Y Bertrand Russell escribió al final de un libro sobre la relatividad: “La conclusión es
que sabemos muy poco, y no obstante es asombroso que sepamos todo lo que sabemos, y todavía
más asombroso que tan poco conocimiento nos confiera tanto poder”.
Continuamente encontramos sorprendentes formas de orden en el caos. ¿Acabaremos
acorralándolo totalmente y llegando a la conclusión de que lo que llamamos desorden no es más
que otro nombre de nuestra ignorancia?

103
Orden desordenado
En algunos casos podemos determinar las propiedades de grandes números o distribuciones
aleatorias mediante métodos sencillos
Carlo Frabetti
29 NOV 2019 - 06:53 CST

“Desorden en la biblioteca”, óleo de Belkis Lizardo.


La solución al “problema del final feliz”, planteado la semana pasada, es 5. Para verlo con más
claridad, en lugar de estrellas consideremos 5 clavos clavados a medias en una tabla plana: si los
rodeamos con un lazo y lo apretamos alrededor del conjunto hasta que el cordel quede tenso, hay
tres posibilidades: el cordel forma un pentágono con los 5 clavos como vértices, el cordel forma
un cuadrilátero con 4 clavos como vértices y 1 en su interior, el cordel forma un triángulo con 3
de los clavos como vértices y 2 en su interior. En el primer caso, 4 cualesquiera de los clavos
forman un cuadrilátero convexo; en el segundo caso, ya tenemos el cuadrilátero; y en el tercero,
los 2 clavos interiores forman un cuadrilátero convexo con 2 de los del triángulo. La ilustración
adjunta (tomada del artículo de Clara Grima citado la semana pasada) lo muestra con claridad.

104
Cabría pensar que, si para tener la certeza de poder formar un cuadrilátero convexo bastan 5
puntos, con 6 tendremos la seguridad de poder formar un pentágono convexo; pero no es así: para
ello hacen falta un mínimo de 9 puntos. ¿Y para tener la certeza de poder formar un hexágono
convexo?
Primidad y divisibilidad
Puesto que el tema de la semana pasada era el desorden, un concepto tan escurridizo como el de
azar, muchos comentarios giraban alrededor del caos, la aleatoriedad y otras cuestiones que
lindan con la filosofía. Y en ese contexto nuestro “usuario destacado” Manuel Amorós propuso
un curioso problema:
Si disponemos los enteros entre 1985 y 1995 (ambos incluidos) seguidos en un cierto orden, ¿el
número obtenido podrá ser en algún caso un número primo?
El primero de estos enormes números de 44 cifras sería:
19851986198719881989199019911992199319941995, que evidentemente no es primo porque
termina en 5, y por tanto es divisible por 5.
Podemos saber si un número, por largo que sea, es divisible por 5 sin más que ver su última cifra:
si es un 0 o un 5, el número será divisible por 5; de lo contrario, no lo será
Otro “usuario destacado”, Francisco Montesinos, dio la respuesta correcta, pero sin demostrarla,
de modo que invito a mis sagaces lectoras/es a desordenar y reordenar los once números del 1985
al 1995 de manera que formen un primo, o a demostrar que no es posible.
Podemos saber si un número, por largo que sea, es divisible por 5 sin más que ver su última cifra:
si es un 0 o un 5, el número será divisible por 5; de lo contrario, no lo será. También podemos
saber inmediatamente si es divisible por 4, pues para ello el número formado por sus dos últimas
cifras ha de ser múltiplo de 4. Y, análogamente, para que sea divisible por 8 tiene que serlo el
número formado por las tres últimas cifras.
Menos evidentes son los criterios de divisibilidad por 3, por 9 y por 11. ¿Los recuerdas? ¿Puedes
demostrarlos? ¿Puedes deducirlos?

105
El príncipe de los matemáticos
Los problemas planteados en las últimas semanas nos invitan a rendir homenaje al 'Princeps
Mathematicorum'
Carlo Frabetti
6 DIC 2019 - 07:07 CST

Carl Friedrich Gauss. SSPL/Getty Images


Se cuenta que cuando Carl Friedrich Gauss tenía nueve años, en clase de matemáticas el profesor
castigó colectivamente a los alumnos a sumar los números del 1 al 100, seguramente con la
esperanza de tenerlos entretenidos un buen rato. Pero el pequeño Carl halló el resultado en
cuestión de segundos: se dio cuenta de que el 2 y el 99, el 3 y el 98, el 4 y el 97… sumaban lo
mismo que el 1 y el 100, por lo que, emparejando los cien números de esta manera, para hallar la
suma total no tenía más que multiplicar 101 x 50 = 5.050. Y generalizando este método es fácil
hallar la fórmula de la suma de los términos de una progresión aritmética (¿puedes deducirla?).
Para sumar los 11 números consecutivos del problema de la semana pasada, podemos usar el
método de Gauss: (1985 + 1995) x 11/2, y ni siquiera tenemos que efectuar la operación para ver
que el resultado será múltiplo de 11, lo que facilita considerablemente la solución del problema,
pues es fácil ver que todos los números de 44 cifras resultantes de la reordenación de los números
del 1985 al 1995 también serán múltiplos de 11, por lo que ninguno de ellos puede ser primo.
También hablamos la semana pasada de los criterios de divisibilidad, en general fáciles de
entender y aplicar. Puesto que podemos poner cualquier número, por ejemplo 324, en la forma
324 = 300 + 24, y 100 es divisible por 4, bastará que lo sean las dos últimas cifras, 24 en este
caso, para que el número sea divisible por 4. Análogamente, puesto que 1.000 es divisible por 8,
bastará que las tres últimas cifras de un número sean divisibles por 8 para que el número lo sea.
¿Qué condición ha de cumplir un número para que, al invertir el orden de sus cifras, la diferencia
entre el número y su invertido sea divisible por 9?

106
El criterio de divisibilidad por 3 no es tan evidente, pero no entraña mayor dificultad. Siguiendo,
con el ejemplo anterior:
324 = 3 x 100 + 2 x 10 + 4 = 3(99 + 1) + 2(9 + 1) + 4 = 3 x 99 + 2 x 9 + 3 + 2 + 4
Y puesto que 99 y 9 son divisibles por 3, bastará que lo sea la suma 3 + 2 + 4 para que 324 lo sea
también. Y puesto que 99 y 9 son divisibles por 9, el criterio también es aplicable en este caso.
Para que un número sea divisible por 3 o por 9, basta que lo sea la suma de sus cifras.
Y rizando un poco el rizo, ¿qué condición ha de cumplir un número para que, al invertir el orden
de sus cifras, la diferencia entre el número y su invertido sea divisible por 9? (Por ejemplo, 712 –
217 = 495 es divisible por 9).
‘Princeps Mathematicorum’
Volviendo a Gauss, su precoz descubrimiento de las progresiones aritméticas no fue más que el
principio de una deslumbrante carrera que le valió el sobrenombre de Príncipe de los
Matemáticos. A sus fundamentales aportaciones a la teoría de números, hay que añadir sus
importantes logros en los campos del álgebra, el análisis, la geometría diferencial o la estadística
(baste recordar la famosa campana de Gauss).
Y hablando de Gauss, y puesto que en semanas anteriores hemos hablado de la teoría de Ramsey
y del “problema del final feliz”, es preciso mencionar la excelente página de divulgación
matemática Gaussianos, gestionada por Miguel Ángel Morales, donde encontrarás, entre otras
muchas cosas, una amplia y amena introducción a los temas antes citados

107
Dilemas irresolubles
¿Pueden las dos opciones de un dilema ser ambas ventajosas?
Carlo Frabetti
13 DIC 2019 - 06:12 CST

Laurence Olivier, en el papel de Hamlet.


Es fácil hallar la fórmula de la suma de los términos de una progresión aritmética, como se pedía
la semana pasada, razonando como lo hizo el pequeño Gauss, es decir, observando que el primer
término más el último suman lo mismo que el segundo más el penúltimo, el tercero más el
antepenúltimo, etcétera. Por lo tanto, si sumamos el primer término y el último y multiplicamos
el resultado por el número de términos, obtendremos el doble de la suma total. Llamando n al
número de términos, a al primero y z al último, y S a la suma de todos los términos, S = (a +
z)n/2.
En cuanto a la condición que ha de cumplir un número natural para que al restarle su “invertido”
(o sea, con las cifras en orden inverso) el resultado sea divisible por 9, la respuesta es… ninguna.
No ha de cumplir ninguna condición, pues si a un número cualquiera se le resta su invertido se
obtiene un múltiplo de 9. ¿Por qué?
Extrañas opciones
Hablando de rarezas numéricas, José María Cairo trajo a colación una vieja paradoja que dio
bastante que hablar (ver comentarios de la semana pasada a partir del 49):
Pedimos a dos personas que escriban cada una de ellas un número natural tan grande como
quieran. Miramos el primer resultado y pensamos: sí, es muy grande, pero hay un número finito
de números naturales menores y un número infinito de números naturales mayores por lo que la
probabilidad de que la otra persona haya escrito un número mayor se puede considerar que vale
1. Pero si hubiéramos mirado primero el segundo número habríamos llegado a una conclusión
similar pero inversa. ¿Cuál es la explicación?
Esta paradoja (¿o es una falacia?) recuerda otras del mismo tipo que han aparecido alguna vez
por estas páginas. Como la de los dos sobres con dinero:
Te muestran dos sobres con dinero para que elijas uno de ellos, y te dicen que en uno de los
sobres hay el doble que en el otro. Escoges uno y en su interior hay 100 euros; puedes quedártelo

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o cambiarlo por el otro, en el que habrá 50 euros o 200. En un caso pierdes 50 euros y en el otro
ganas 100, y ambos casos son igualmente probables, por lo que te conviene cambiar. Pero si
hubieras elegido el otro sobre en primer lugar, valdría el mismo razonamiento, y al cambiar de
sobre tendrías en la mano el que ahora tienes. ¿Cómo es posible?
O la famosa paradoja de las corbatas:
Dos amigos se encuentran por la calle y, tras elogiar cada cual la corbata del otro, llegan al
siguiente acuerdo: cada uno dirá lo que le ha costado su corbata y el que tenga la más cara se la
regalará al otro. Cada uno de ellos piensa: “Es un trato ventajoso, puesto que tengo las mismas
probabilidades de ganar que de perder, y si gano obtengo una corbata más valiosa que la que me
arriesgo a perder”. ¿Cómo es posible que el trato sea ventajoso para ambos?

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Brossa equilibrista
El gran artista catalán transitaba indistintamente por el diseño, el teatro, la poesía y las
matemáticas
Carlo Frabetti
20 DIC 2019 - 11:03 CST

El artista catalán Joan Brossa (1919-1998). Antoni Bernad


Las paradojas de los sobres y las corbatas suscitaron docenas de comentarios, incluso después de
que algunos lectores buscaran las respuestas en páginas -más o menos fiables- de la red (ver
comentarios de la semana pasada).
Veamos una aproximación “pragmática” a la paradoja de las corbatas que facilitará su
comprensión, para lo cual es útil llevar la situación al límite. Imaginemos que, ese día, uno de los
dos amigos lleva, excepcionalmente, una corbata carísima, de un precio muy superior al habitual;
es evidente que no aceptará el trato, consciente de que lleva todas las de perder. O, viceversa,
imaginemos que uno de los dos lleva una corbata que compró en una liquidación a un precio muy
inferior al original; es evidente que aceptará el trato sin dudarlo. La falacia reside en el hecho de
que, en realidad, las probabilidades no son las mismas para ambos amigos, pero, salvo en

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situaciones extremas como las anteriores, no tienen datos suficientes para saber quién es más
probable que gane.
Estas paradojas (sobres, corbatas), como han señalado algunos lectores, recuerdan formalmente la
famosa paradoja de Monty Hill, de la que en su día nos ocupamos ampliamente; pero en realidad
son sustancialmente distintas. ¿Por qué?
Brossa y la sextina
Este 2019 que está a punto de terminar es el centenario del nacimiento de Joan Brossa (1919-
1998), y no podemos dejar de dedicarle un pequeño homenaje.
Brossa decía que las artes plásticas, el teatro, la poesía y las matemáticas eran como caras de una
pirámide que convergían en un vértice común, que era el afán de comprender y transformar el
mundo. Y, fiel a su vocación multidisciplinar, el gran artista catalán hacía espectaculares
equilibrios sobre las aristas que separan -y unen- las distintas caras de la pirámide.
Una de estas aristas, especialmente interesante para nosotros, es la correspondiente a la
intersección de las caras poética y matemática, y Brossa desarrolló buena parte de su actividad
como poeta deambulando por ella, lo cual se refleja especialmente en su interés por las sextinas, a
las que dedicó varios volúmenes.
La sextina, una singular estructura poética inventada en el siglo XII por el trovador occitano
Arnaut Daniel, parte de una estrofa de seis versos endecasílabos que no riman entre sí, y las seis
palabras finales de los versos se repiten en otras cinco estrofas de seis versos, pero siempre
ocupando lugares distintos. La composición se remata con una coda de tres versos en los que se
repiten las seis palabras clave.
Veamos, a modo de ejemplo, las dos primeras estrofas de la “Sextina cibernética” de Brossa:
Collint l'argent bufo desfet de galtes
Dormint als sots menjo en obrir les cendres
Ventant la pols lligo per atzar canyes
Topant amb tots tallo maror de portes
Sumant el fum resto mirall de tasques
Trobant la nit torno al costat de roques

Cosint les mans tardo i obro les roques


Sentint herbei peso rodó de galtes
Vivint al vol trobo corrents les tasques
Menjant la font xuclo camps enllà cendres
Venint del gep mato vora les portes
Duent el bosc buido i rodo les canyes
Si numeramos las palabras finales según el lugar que ocupan en la primera estrofa, vemos que de
la ordenación 123456 pasamos, en la segunda estrofa, a 615243. ¿Cuál será la secuencia en la
tercera estrofa y siguientes si siempre se aplica el mismo criterio de reordenación? ¿Qué se puede
decir de esta estructura y cuál es su relación con las matemáticas?

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La travesía del desierto
Cruzar una extensión desolada -sea el mar, el desierto o el espacio- con recursos limitados sigue
siendo uno de los mayores desafíos
Carlo Frabetti
27 DIC 2019 - 05:06 CST

Imagen del desierto de Wadi Rum, en Jordania. THOMAS COEX AFP


Como vimos la semana pasada, en la sextina se repiten las mismas terminaciones de los seis
primeros versos en otras cinco estrofas, pero cada vez en orden distinto; de 123456 se pasa a
615243, y si a la segunda estrofa le aplicamos el mismo criterio de reordenación, obtenemos
364125. Haciendo lo mismo con las tres estrofas restantes, obtenemos el siguiente esquema, en el
que las columnas representan el orden de las terminaciones en las sucesivas estrofas:
163542
216354
354216
421635
542163
635421
Ningún número se repite en ninguna fila, lo que quiere decir que todas las palabras finales de los
versos ocupan todos los lugares posibles. Y si a la última estrofa le aplicamos el mismo algoritmo
transformador que a las anteriores, obtenemos de nuevo la ordenación de la primera. ¿Te resulta
familiar esta disposición de los dígitos del 1 al 6? Pues claro que te resulta familiar: es un sudoku
de seis cifras, en lugar de las nueve habituales, o sea, lo que los matemáticos llaman “cuadrado
latino”, al menos desde que Euler lo rebautizó así.
Porque la estructura es mucho más antigua, pues ya aparece, con el nombre de wafq majazi, en
un manuscrito árabe del siglo XIII. ¿Se inspiró Arnaut Daniel, el gran trovador occitano, en este
objeto matemático al inventar la sextina? Tal vez; pero Daniel compuso las primeras sextinas en
el siglo XII, antes de las primeras evidencias documentales de los wafq majazi, por lo que puede
que en esta ocasión la poesía se anticipara a la matemática.

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Cruzando la desolación
El largo paréntesis probabilístico de las últimas semanas ha interrumpido nuestro viaje por el
Sistema Solar en busca de agua y vida, y nada mejor para retomarlo que un acertijo -o dos- sobre
el viejo tema de la travesía del desierto, otra extensión desolada, como el espacio exterior, donde
al agua y la vida escasean.
Nuestro “usuario destacado” Francisco Montesinos propone esta versión:
Un suministro ilimitado de gasolina está disponible en el borde de un desierto de 800 millas de
ancho, pero no hay ningún suministro en el interior del desierto. Un camión puede transportar
suficiente gasolina para recorrer 500 millas (llamamos a esta cantidad una "carga"), y puede
establecer sus propias estaciones de reabastecimiento de combustible en cualquier punto del
camino. Estos depósitos intermedios pueden ser de cualquier tamaño, y se supone que no hay
pérdida por evaporación.
¿Cuál es la cantidad mínima de gasolina, en “cargas”, que necesitará el camión para cruzar el
desierto?
¿Existe un límite para el ancho de un desierto que el camión podría cruzar?
Y he aquí otra variante, más sencilla, de este inagotable tema:
Tres exploradores están en mitad del desierto, a seis días de marcha del oasis más cercano. Les
quedan provisiones para una semana, pero cada uno de ellos solo puede cargar con las
provisiones necesarias para que una persona sobreviva cuatro días. ¿Cómo pueden salvarse los
tres?
Invito a mis sagaces lectoras/es a resolver estos problemas y a proponer otros del mismo tipo, a
ser posible ambientados en el espacio, nuestro próximo desierto a cruzar.

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