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Nombre: Emilio Benjamín Cisternas Cuevas

Sociologías del siglo XX: Orden Social y Disrupciones


Primer Certamen

Este certamen está compuesto por 4 preguntas de desarrollo. Deben elegir 3 de ellas para
responder. Cada pregunta se evaluará y calificará sobre la base de 20 puntos, generando un total
de 60 puntos para el certamen en su totalidad. Se espera que sus respuestas sean individuales; es
decir, que no haya comunicación entre estudiantes durante la toma del certamen. Por el otro
lado, no hay restricción de tiempo para responder (tienen la totalidad de las 24 horas), lo que
significa que pueden usar sus apuntes, sus lecturas, los videos y las diapositivas para ayudar a
elaborar sus respuestas.

Por favor asegúrense de leer bien las preguntas y responder todo lo solicitado.

¡¡¡Fundamenten sus respuestas!!

1) Explique los dos planteamientos centrales de Parsons, su teoría voluntarista de la acción y


su teoría del sistema social. Incorpore en su respuesta el “giro” intelectual de Parsons.
Asegúrese de abordar los diferentes puntos básicos de cada postura (e.g.: acto unidad,
variables pauta, AGIL, etc.). ¿Cuáles fueron las inspiraciones detrás de sus
planteamientos? ¿Cuál de los dos planteamientos le parece más razonable y por qué?

Del mismo modo que lo hicieron otros grandes teóricos de la sociedad — tales como
Comte o Marx —, Parsons, a lo largo de su carrera, realizaría un esfuerzo constante por elaborar
una teoría exhaustiva y sistemática que fuese útil para el estudio de la compleja y problemática
realidad social característica del mundo moderno. No obstante, el modo en que se expresó dicho
afán vario notablemente en un período y otro. Así, en la obra y pensamiento de este autor, se
reconocen dos planteamientos clave: 1. La teoría voluntarista de la acción y 2. La teoría del
sistema social. A continuación, se examinarán dichas etapas — sus diferencias, sus similitudes— y
las razones detrás de la transición de una propuesta teórica a otra.

Primero, la teoría voluntarista de la acción desarrollada por Parsons posee las siguientes
características:

i. Este enfoque resulta central durante la etapa temprana del pensamiento parsoniano —
por lo que está temporalmente situada en la década de 1930 sobre todo — y alcanza su
máxima expresión en La Estructura de la Acción Social (1937), obra que, además, tiene
también méritos como: contribuir a la difusión de los clásicos de la sociología europea en
el contexto estadounidense, contribuir a omisión del pensamiento de Marx en el mismo
contexto — resultado de su casi total omisión —, entre otros.
ii. Esta teoría, a grandes rasgos, está localizada en el nivel de los individuos — más
concretamente, su acción y pensamiento —. Esto se expresa claramente en los mismos
elementos que hacen el nombre de la teoría, ya que: a. De la Acción: Para Parsons, las
actividades sociales del ser humano derivan de su consciencia de sí mismo, de los demás y,
finalmente, del mundo. Ello porque, a partir de la misma, se llega al punto b.
Voluntarismo: Ante el espectáculo del mundo, las personas poseen siempre algún grado
de libertad de acción, o lo que es lo mismo, de toma de decisiones. En este sentido, lo
relevante es destacar que tanto los puntos a. como b. constituyen un claro esfuerzo por
diferenciarse de las posturas conductistas adoptadas por otros autores. Finalmente, cabe
destacar la idea weberiana de “comprensión” adoptada por este autor según la cual la
acción humana debiera estudiarse a partir de perspectivas subjetivas. Así, hay un notable
énfasis en los actores — que no son necesariamente individuales — más que en el
sistema.
iii. El elemento clave de esta teoría es el concepto de acto unidad que, resumidamente,
postula que la acción humana está orientada a fines y que, para alcanzar dichos fines,
habrá de operar en un contexto en el que interactúan factores susceptibles y no
susceptibles de ser controlados por los individuos. En el primer caso, se rescata la idea de
voluntad a la hora de elegir opciones y, en el segundo, se realzan las condiciones que
limitan las opciones de los sujetos — las cuales, a su vez, están moldeadas por normas y
valores socialmente consensuados —. De ese modo, si la meta de un sujeto es
enriquecerse, habrá de escoger entre “caminos” para enriquecerse los cuales han sido
delimitados por circunstancias concretas.

No mucho después de la publicación de La Estructura — por no decir que, de hecho, ya en


los últimos momentos de la misma —, Parsons empieza a virar hacia una teoría más sistémica de
la sociedad en la cual, si bien existe una teoría de la acción, esta se halla subordinada a un enfoque
de tipo macrosociológico.

Las motivaciones para este desplazamiento son varias, aunque se resumen en que, a
medida que desarrollaba su teoría, iba percibiendo más claramente las limitaciones de la misma.
Por ejemplo, no es del todo sensato pretender explicar la forma concreta de las interacciones
entre oferentes y demandantes — en términos económicos — en base a la idea de voluntad. Por
lo mismo, el aparato conceptual parsoniano, si bien nunca abandona completamente la teoría de
la acción, progresivamente la irá relegando a segundo plano y la sustituirá por un nuevo marco
basado en conceptos como: a. Disposiciones de necesidad: los actores se movilizan de acuerdo a
una serie de necesidades obligatorias a las cuales procuran otorgar la máxima satisfacción, b.
Orientaciones motivacionales: los actores examinan cognitiva, catética y evaluativamente sus
modos de proceder, c. Categorización de los tipos de acción, etcétera.

Establecido lo anterior, la teoría sistemática de Parsons posee características como:

i. El enfoque resulta central para el autor desde la década de 1940 hasta su muerte. La
exposición más conocida de este nuevo enfoque se halla en la obra El Sistema Social
(1951).
ii. Lo central de la teoría de la acción voluntarista de Parsons, aunque con importantes
modificaciones, se expresa en conceptualizaciones como: a. Las pautas variables:
expuestos ante determinadas situaciones, los individuos deberán tomar cauces —
dictómicos — entre la afectividad/neutralidad emocional, la especificidad/difusibilidad de
sus acciones, el universalismo/particularismo de sus juicios, el grado de
adquisición/adscripción de lo observado y, finalmente, su grado de orientación hacia el sí
mismo/colectividad. En este sentido, es importante señalar que las interacciones entre
agentes, en el nuevo marco, son explicadas de forma más bien estructural a partir de los
conceptos de estatus y rol. Esto porque, aunque estos refieren a las acciones individuales,
establecen una clara relación entre las mismas y el dinámico contexto sociocultural en que
están situadas y el modo en que determinadas disposiciones — respecto a nuestra
posición en la sociedad y los comportamientos que se esperan de nosotros — influyen
sobre las formas de actuar.
iii. En esencia, la relación entre los individuos y “los sistemas” — las estructuras y sus
funciones— descansa en el concepto de socialización, es decir, la idea de que las
disposiciones macrosociales son incorporadas por los agentes microsociales. Esto es
también, la última instancia, la razón de que la sociedad pueda existir como un conjunto
ordenado y relativamente estable de interacciones.
iv. Todas las consideraciones anteriores son incorporadas en un esquema multiniveles
denominado AGIL. Esto se expresa claramente en un examen de los componentes del
esquema en cuestión, que son: a. A (adaptación): todo sistema debe ser capaz de
adaptarse o adaptar el medio a sus necesidades, b. G (goal): todo sistema debe ser capaz
de satisfacer sus necesidades o lograr los objetivos que se ha propuesto en algún grado, c.
I (integración): todo sistema debe ser capaz de poner en relación a los diferentes
subsistemas que lo componen de manera tal que la acción de los mismos esté coordinada
y resulte armoniosa y d. L (latencia): todo sistema debe poseer una mínima capacidad de
resolución de conflictos y, sobre todo, de reproducción.
v. Cada elemento del esquema AGIL, a su vez, está directamente relacionado con un nivel de
sistema y una disciplina o dimensión relacionada. Respectivamente: a. La A está vinculada
al nivel del Organismo Conductual — o sea, los seres vivos en general dotados de
necesidades y no necesariamente capaces de acción — y a la ciencia económica en sentido
amplio, b. La G está vinculada al nivel del Sistema de la Personalidad — o sea, el de los
seres capaces de acción — y a la disciplina/arte de la política, c. La I está vinculada al
Sistema Social — consistente en la pluralidad de actores interactuando de acuerdo a
pautas específicas y comunes de símbolos culturales — y al espectro de la comunidad
societal — que es el nivel de grupos como la familia o las asociaciones profesionales — y,
por último, d. La L está vinculada al Sistema Cultural — que es el conjunto de las pautas
morales, conductuales, etc. consensuadamente adoptadas por una comunidad de actores;
La cultura en una palabra — y se relacionada con el sistema fiduciario — o de “generación
de confianzas/vínculos” —.
vi. Hacia finales de su carrera, Parsons incorporó a esta teoría — en repuesta a las críticas
recibidas — una serie de reflexiones en torno a la evolución social. Grosso modo, estas
afirman la evolución paulatina de las estructuras sociales en pos de mejorar su adaptación,
lo cual resulta en procesos de diferenciación/especialización de funciones y, por lo mismo,
en un incremento en la dificultad de conservar la cohesión del sistema. En este sentido, es
clara la influencia de las ciencias naturales en la perspectiva parsoniana — que, si ya se
expresaba antes en la idea de homeostasis social, ahora también lo hace en la de
evolución social —.
Para cerrar este asunto, son notables ciertas similitudes y/o continuidades en el
pensamiento parsoniano. Primero, el problema central no deja en ningún momento de ser el
“problema del orden” — o sea, la interrogante sobre por qué hay sociedad y no más bien actores
aislados —. Segundo, la suposición o realce del consenso — y consecuente omisión del conflicto —
es, también, una constante. Tercero, es notable que, espacialmente, estos desarrollos teóricos
estén en general espacialmente ubicado en Harvard.

De los dos planteamientos, el que más me convence es el de la teoría voluntarista de la


acción, aunque esto es bastante entre comillas. Ello porque, aunque me parece mucho más
provechoso su “alcance medio” y su planteamiento relativamente equilibrado entre lo sujeto a
decisiones individuales y lo involuntario, no deja de resultarme demasiado abstracto. En esencia,
me cuesta ver cómo pudiera ser operacionalizado con propósitos explicativos algo que, aunque
me habla de todo, tampoco me dice mucho. En este sentido, pese a que es aún más difusa, la
teoría de sistemas de Parsons posee puntos concretos — como la idea del estatus/rol o las pautas
variables — que son mucho más fáciles de aplicar, si bien es cierto que los problemas
epistemológicos resultantes de aplicar estos conceptos fuera del esquema que les dio sentido son,
por sí mismos, una preocupación importante. En esencia, apuesto por el enfoque microsociológico
con elementos analíticos más bien específicos que, considero, se puede obtener de un cruce de
teorías que privilegie a la primera propuesta parsoniana.

2) Si bien Parsons y Merton son, probablemente, las dos figuras más importantes detrás del
estructural funcionalismo, tienen visiones diferentes. Primero, definan el estructural
funcionalismo como lo entendemos hoy. Luego evalúe los aportes de Parson y de Merton
a esa corriente de pensamiento. ¿En que se parecen y en qué se diferencian? Luego de
ese ejercicio, desarrollen un argumento a favor o en contra de la utilidad de la teorización
estructural funcionalista para la sociología de hoy (asegúrese de dar ejemplos concretos
donde podría aportar y/o de donde podría fallar).

El estructural funcionalismo, a grandes rasgos, es tenido hoy como un paradigma teórico e


investigativo el cual: a. Comprende a la sociedad como un sistema complejo compuesto por
numerosos subsistemas relacionados y dependientes entre sí, b. Este sistema complejo se
sustenta en el consenso y tiene al equilibrio, c. Las interacciones entre las partes del sistema
contribuyen al mantenimiento del mismo y, por demás, alteraciones en las partes suponen
alteraciones en el sistema y d. Es una orientación fundamentalmente macrosociológica — pues,
incluso cuando refiere a interacciones micro, lo hace “parado” en el sistema —.

En esta perspectiva, la influencia de T. Parsons y R. Merton es sustancial. En el primer


caso, porque se trata del teórico por excelencia del estructural funcionalismo es sociología y, en el
segundo, porque se trata de un intelectual cuya perspectiva crítica sobre su propio enfoque lo
llevó a atenuar muchos de los puntos críticos del mismo, perfeccionándolo y prolongando su
validez durante muchos años.

Ahora, se enumerarán algunas de las aportaciones de estos individuos para el estructural


funcionalismo, con lo que se evidenciarán sus similitudes y diferencias:
i. Parsons postulaba un modelo estructural funcional en el cual las diversas partes que
componen un sistema están profundamente integradas entre sí y que, por lo mismo,
cualquier cambio — a menos que responda a un proceso de evolución social — constituye
una amenaza a la estabilidad del sistema. Merton, sobre este postulado, manifiesta
acuerdo con la idea general — las partes que componen un sistema expresan integración,
pues de otro modo no hay sociedad posible —, pero discrepa del resto del desarrollo. A su
juicio, este tipo de juicios sobre la estabilidad de la estructura social son difíciles o
imposibles de realizar respecto a formaciones sociales de la escala de, por ejemplo, los
Estados-Nación modernos. Esto lo lleva a elaborar conceptos que, junto con criticar
también la idea de un funcionalismo universal y de indispensabilidad de funciones— todas
las partes de un sistema desempeñan funciones positivas para el mismo y todos los
elementos del sistema son insustituibles, respectivamente—, permiten comprender cómo
se articula el equilibrio dinámico de las formaciones sociales. Estos conceptos son:
disfuncionalidad — hay elementos en el sistema que, de hecho, resultan nocivos para el
mismo — y no funcionalidad — hay elementos en el sistema cuyos actos tiene
consecuencias, en último término, irrelevantes para la conservación/reproducción del
mismo —.
ii. Parsons postulaba un modelo universal aplicable a múltiples niveles de la realidad social el
cual, a su vez, establecía claras relaciones con otras partes del sistema. Dicho modelo es el
AGIL. Merton, aunque comparte también la idea de la necesidad de un aparato conceptual
sólido, considera que la idea de una perspectiva total es, en la práctica, bastante poco útil.
Ello porque intentar operacionalizar conceptos así de abstractos es una tarea compleja. En
consecuencia, propondrá un tipo de teorización — las teorías de rango medio — las
cuales, aunque mucho más específicas, siguen teniendo cabida en el espacio del
paradigma estructural funcionalista. Así, Merton logra establecer más claramente los
vínculos entre teoría e investigación sociológica, favoreciendo la cientificidad de su
enfoque y, por lo mismo, legitimándolo.
iii. Parsons, aunque lo utiliza reiteradamente, nunca termina de explicar correctamente lo
que es una función. Aquí, Merton trabajo sobre lo ya existente realiza un ejercicio
clarificador: las funciones refieren a las consecuencias observables — es decir, objetivas,
no subjetivas — que favorecen la adaptación o integración de un sistema. Aclarado eso,
realiza también conceptualizaciones derivadas como: funciones manifiestas y latentes —
propuesta según la cual las acciones de las partes del sistema tienen resultados tanto
esperados como inesperados o ajenos a la consciencia —, entre otros.

En esencia, la gran semejanza entre Merton y Parsons es que comparten una misma idea
básica de la sociedad y el modo en que debiera estudiarse. Sin embargo, difieren en los modos de
proceder y las alturas teóricas.

La teorización estructural funcionalista es notablemente útil para el estudio de


interacciones normadas y en las cuales es discutible que haya mayores lazos de significación, como
es el caso de las relaciones comprador vendedor. Aquí, es posible afirmar que el estatus/rol
desempeña un mayor rol que los afectos o semejantes. Sin embargo, esta misma teoría nos sería
capaz de explicar las razones de los cambios en estas relaciones en un período u otro (Ejemplo:
comercio capitalista vs comercio medieval).
3) Evalúe el impacto de C. Wright Mills en el desarrollo de nuestra disciplina. Centrándose en
“La Promesa” y “La Artesanía Intelectual”, detalle las propuestas de Mills en torno a cómo
se debe enfrentar el quehacer sociológico. Luego realice una reflexión crítica sobre lo que
él ha planteado. ¿De qué forma han afectado estos textos su propia visión de la
sociología?
Según Ritzer, el impacto o legado teórico dejado por este autor es más bien limitado —
pues, como nos señala, sus conceptualizaciones en torno a temas como el poder u otros ya han
sido bastante trabajadas/superadas y, también, porque el “marxismo” de su postura ha sido
ampliado y perfeccionado por toda la tradición del conflicto—. Tener esto consideración es
importante puesto que nos permite situar de mejor modo los efectos que, hasta el día de hoy,
tienen las propuestas de este personaje. En esencia, los dos grandes legados que le dejó a la
sociología son: i. Una propuesta epistemológica: la imaginación sociológica y ii. Una serie de
reflexiones y/o recomendaciones prácticas para ejercitar su propuesta intelectual.
En el primer caso, C. W. Mills parte emitiendo un juicio sobre el estado del arte sociológico
a lo largo de la historia, aunque poniendo especial énfasis en su propia época. Como él señala, en
su tiempo existían, básicamente, dos enfoques de investigación y teorización sociológica: la “gran
teoría” y el empirismo abstracto. El primer enfoque tiene el defecto de ser excesivamente
abstracto e innecesariamente complejo, por lo que no solo es difícil de entender, sino también de
aplicar — en sus vertientes más extremas, es casi más bien filosófico que científico —. Su referente
fundamental es Talcott Parsons. El segundo enfoque, por su parte, tiene el defecto de estar tan
orientado a la práctica que descuida sus fundamentos, por lo que su recolección de datos, aunque
extensa, es poco significativa — muy hegelianamente, aquí se evidencia que, por sí mismo: “lo
concreto es abstracto”—. Ante este escenario, Mills lo que propone es rescatar la herencia de la
sociología clásica en virtud del buen uso que la misma hacía de una facultad mental hoy extraña: la
imaginación sociológica.
¿Qué es esta imaginación? Como ya se señaló, es una suerte de “facultad mental”.
Actualmente, quizás, lo llamaríamos una visión de mundo o predisposición la cual, en esencia,
aspira a relacionar lo general con lo particular — evitando y superando así los extremos
mencionados anteriormente—. Esta facultad, por demás no estrictamente circunscrita a la
sociología — sino capaz de expresarse en cualquier campo, como son otras ciencias o el arte —, le
permitiría a esta disciplina establecer vínculos entre tres elementos fundamentales que, en su
época, eran estudiados de forma aislada: las biografías, las estructuras y la historia.
Fundamentalmente, C. W. Mills destaca que, como todo conocimiento es situado, la
historia es un elemento fundamental para todo análisis. Pero ¿cómo examinar la historia? ¿dónde
está la historia? En los individuos. La vida de las gentes y lo que en ellas acontece son, en gran
medida, el fundamento de la cientificidad de la sociología, pues es sólo de personas y no de
agentes abstractos capaces de acción de donde se obtienen datos. La interacción entre biografías
e historia, también, es lo que origina y da sentido a las estructuras, por lo que el provechoso
estudio de las mismas se posibilita y vuelve mucho más rico.
A modo de ejemplo ¿cómo nos ayuda este cruce entre visiones a comprender mejor
fenómenos como la revolución industrial? Nos ayuda porque: i. Los cambios en el modo y
trayectoria de vida de las personas son, finalmente, donde mejor se expresa el tránsito de un
mundo preindustrial a uno industrial. Los campesinos ingleses, por ejemplo, ya habían visto
alteradas sus vidas por la industria mucho antes de que la tecnología consolidara el triunfo de la
producción industrial, ii. Los procesos históricos, por su complejidad, nos permiten apreciar la
multitud — y, también, la fundamental contingencia — de procesos que envuelven a un
fenómeno. Remitiéndonos nuevamente a los ingleses, incluso si la memoria de una familia es
buena la vista del ser humano es limitada y, por lo mismo, incapaz de señalar más que una fracción
de lo ocurrido. Aquí, tiene entonces sentido la historia y iii. Con el piso de las biografías y la
historia, la aparición de instituciones o estructuras como el taller doméstico o la propiedad privada
del suelo cobran sentido.
Por último, respecto a su “filosofía”, señálese que Mills es contrario a la idea de una
ciencia social aséptica, libre de valores. Como señala varias veces en La promesa, la ciencia social
en general y la sociología en particular está llamada a atender los problemas de un mundo extraño
y poblado por numerosos conflictos. No se puede ser indiferente ante circunstancias que exigen
de un compromiso mayor — aparte de la inherente falsedad que hay en pretender investigar
“neutralmente” —.
Por otro lado, C. W. Mills emite también una serie de orientaciones prácticas que permiten
poner en ejercicio todo lo que anteriormente señaló. Entre estos “gajes del oficio”, destáquese:
i. El uso de una libreta: Mills señala que un dispositivo tan simple como un diario y las
anotaciones con que se lo llena son, a la larga, un medio útil para el control de la
experiencia. ¿Y qué significa eso? Básicamente, la capacidad de ampliar los alcances de la
propia perspectiva. En la libreta no sólo se anotan observaciones o datos, se anotan
también idea, relaciones posibles, proyectos, reflexiones en torno a proyectos, etcétera.
Es un ejercicio constante de la imaginación sociológica es cual, al registrarse, permite una
evaluación extensa del desarrollo de una propuesta la cual, a futuro, puede dar lugar a
investigaciones, publicaciones y debates.
ii. Ser constante y organizado: En la vida una ve y, si tiene un diario, escribe muchas cosas,
por lo que rápidamente se acabará formando una masa de documentos que conviene
tener bajo control — pues, de otro modo, acabará siendo “empirismo abstracto”—. Para
esto, es importante archivar ordenadamente los cuadernos/anotaciones, releerlas con
cierta frecuencia y así.
iii. El saber bueno es dialéctico: No basta con tomar muchas notas, también hay que estudiar
para saber situar las notas, conocer lo que otros han dicho sobre temas parecidos, entre
otros. Lo contrario también es cierto y no basta con solamente leer. De hecho, en el
transcurso de una investigación, es bastante probable que en cierto punto se llegue a
“territorio desconocido” y lo único que por hacer sea trabajar con lo que se ha obtenido,
por lo que el contacto permanente con la realidad es, también, un imperativo.
iv. Ser claro en la palabra: Probablemente con la idea de evitar la “gran teoría”, Mills
recomienda evitar las complejidades innecesarias y, en cambio, incentiva a sus lectores a
ser claros. La buena ciencia es comunicable y se manifiesta es debates que critican el
trabajo realizado, ofrecen juicios sobre la acción a realizar y, también, informan sobre la
propia perspectiva del autor. En esencia, es una crítica tanto a la “vanidad” de ciertos
modos de escribir como a la pretensión de escribir asépticamente.

Como no lo he leído mucho, no puedo afirmar que C. W. Mills haya hecho la gran cosa en
mi subjetividad científica — tal vez ocurra o me termine de dar cuenta más adelante —. La
preocupación por la historia y la singularidad me la legó Weber y la orientación incesante al hacer,
Bourdieu — en El Oficio de Sociólogo —. Sin embargo, Mills me ha dado conciencia y, lo más
importante, medios para realizar bien el ejercicio de esa especial imaginación que propone.
Particularmente significativa me ha resultado su llamado a buscar — o imaginar —
sistemáticamente los vínculos entre un tema y otro, puesto que antes, cuando lo hacía, se lo
confiaba más bien a mi memoria. Ahora, por el contrario, he entendido el valor de controlar esa
experiencia. Aparte, he valorado mucho su realce del compromiso, de la necesidad de
“ensuciarse” al investigar. Ello porque, aunque había sido informado varias veces de lo infructuoso
de pretender ser un robot con lápiz y grabadora, creo que nadie se había preocupado de
explicarme detalladamente el por qué. Eso, con Mills, ya ha quedado más o menos cubierto.

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