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De lecturas y otras fiestas

Alexandro Roque

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© Alexandro Roque

Escrito y hecho en México.

Se vale reproducir con el crédito correspondiente.


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Índice

7 Diciembre de 2016:
la invención de la felicidad

11 Diciembre 2017: Navidad es el tema

14 Días del libro, pretexto y afán

19 Somos un libro que alguien lee

22 Pennac: los derechos del lector

26 Escuadrón Suicida y otros equipos diferentes

30 Volver a la tragedia

33 Juan Rulfo: Me acuerdo...

37 Jorge Ferretis: “Esa patria tan mentada”

40 Eusebio Ruvalcaba (1951-2017)

43 Luis Guillermo y Luis Alberto

47 Chiflados y chiflidos

51 ¡Qué tarde es!

55 Año nuevo 2017: los buenos propósitos

58 Año nuevo 2018: recuento de los daños

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Bienvenida

Los textos aquí presentes fueron publicados origi-


nalmente como columna, titulada Crimentales
en la sección editorial del diario Pulso de San Luis,
donde nos hemos dado cita para compartir, y lo
agradezco, desde agosto de 2016.
Van 226 semanas. Los domingos, el día en que
salen mis colaboraciones, son días de compartir y
descansar, por lo que espero no haber sido tan te-
dioso ni tan descuidado. Muchas columnas, por su
espacio en el medio, han sido acerca de noticias
de coyuntura política (local, principalmente), pero
también muchas sobre cultura, arte y política cul-
tural, y otras tantas de experiencias y sugerencias
de lectura.
De estas últimas he hecho una selección de
las entregas de 2016 y 2017, y es mi regalo de año
nuevo 2021, año especial por lo que entraña en lo
personal y en lo creativo. Que los hados nos sean
propicios.
Gracias por los fantasmas de las lecturas pa-
sadas, presentes y futuras. Gracias de corazón, de
Corazón Todito.
Bienvenidos los desacuerdos y las críticas, la
discusión sana y las sugerencias.
Para eso estamos aquí, para crecer como hu-
manos y la lectura es una estupenda vía.
Seguimos aquí, aprovechemos.

Invierno pandémico, 2020.

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Diciembre de 2016:
la invención de la felicidad

¡Feliz navidad! ¿Están ustedes leyendo el periódico


el 25 o se ha esperado al día 26?
Obviamente no estoy escribiendo en el mo-
mento en que usted me lee, pero esa es la magia.
(En realidad la escribí días antes, asi que espero no
haya más sorpresas de las malas en este lapso entre
escribir y leer.)
Estamos compartiendo algo, una experiencia,
ustedes allá y yo acullá. ¿Quién anda por allí? ¿Ha-
brá quien me lea? (Eso me lo he preguntado siem-
pre pero más este día, en que es tradición el levan-
tarse tarde, el no hacer nada, estar en cama acaso
con resaca y levantarse sólo para el recalentado
de tamales, pavo o romeritos.)
Pongamos que es la mañana del 25 de diciem-
bre, y este texto es de lo primero que lee. Antes, ¿ya
desenvolvió sus regalos? ¿Ya están en la estufa los
tamales que sobraron?
Aunque mi jefa, la señora Scrooge, ha estado
muy diferente esta mañana, no me ha dejado ir a
mi casa. Apenas anoche me hizo venir a trabajar en
la oficina y espero que den las tres de la tarde para
ir a ver si sobraron romeritos. Por lo menos la jefa hoy
llegó muy sonriente, se disculpó por obligarme a
hacer horas extras, y se portó tan amable que has-
ta me asustó. Me dijo que fuera a descansar y que
mañana me depositará una pequeña cantidad a
manera de aguinaldo (que no me da desde hace

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cuatro años). O se le aparecieron los tres fantasmas
de la navidad o ya quiere que se vayan de su casa
la nieve y la escarcha. O ya debo dejar de literatu-
rizar las coincidencias.
Ah, la navidad. Rodrigo Fresán se pregunta «¿se
cree en la Navidad o es la Navidad la que cree en
nosotros?», y se responde:

La Navidad como patología supuestamente cu-


rativa. Charles Dickens, Frank Capra, etcétera.
Tal vez la Navidad no sea un virus. Tal vez la Na-
vidad sea una droga. Alto poder adictivo. Histe-
ria colectiva. No se puede parar, casi imposible
desengancharse. Un compuesto químico que
obliga a sonreír a todo el mundo, a abrazarse
y convencerse de que la Navidad (y su secuela
inmediata: el Año Nuevo, y su coda infantiloide:
Reyes Magos) equivale a la invención de la feli-
cidad. O a la felicidad de la invención.

El pesebre como alegoría (no por nada en México


es sumamente penado quien se atreve a «patear el
pesebre»). El nacimiento del Mesías como reinven-
ción, como esperanza. Y sin embargo abundamos
los grinch, los que nos ponemos iracundos o asusta-
dos al tener que entrar en el tono general de bue-
naventura y buenas vibras. Ya me habían tocado
navidades solo, en el trabajo. Ha habido navidades
donde lo único que queda es esperar una llamada,
o conectarse a la red a ver quién anda ahí.
Giovani Papini escribió:

Jesús no nació en un establo como resultado


de la casualidad. ¿El mundo no es un inmenso

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establo donde los hombres engullen y se estier-
colizan? ¿No cambian, por obra de una infernal
alquimia, las cosas más bellas, puras y divinas en
excrementos? Y luego se tumban sobre los mon-
tones de estiercol, y a eso llaman “gozar de la
vida”.

Cada navidad es una gripe, un reinicio, creamos o


no en la historia de los santos peregrinos. Como en
el cuento «Hipótesis» de Leopoldo Borras, contenido
en El libro de la imaginación de Edmundo Valadez:

La gripe es una enfermedad peligrosa.


Yo conocí una niña en nochebuena, quien
soportó la enfermedad sin quejarse.
Le subió la fiebre hasta más allá de lo incon-
mensurable.
Ardió su cuerpo, su ropa, la cama, la recá-
mara, la casa, una manzana entera, su barrio,
la ciudad...
Las llamas se extendieron a todo el universo
que entonces comenzó a formarse como le co-
nocemos hoy.

En fin. Sigamos el recuento del año que se va y pre-


parémonos para el siguiente. Así lo escribió Fernan-
do Pessoa:

Un Dios ha nacido. Otros mueren. La realidad


Que no ha venido ni se ha ido: un cambio de
Error.
Tenemos ahora otra Eternidad,
Y siempre lo pasado fue mejor.
Ciega, la ciencia trabaja en el inútil suelo

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Loca, la Fé vive el sueño de su culto.
Un nuevo Dios es una palabra —o un nuevo sonido
No busques ni tampoco creas: todo está oculto.

Hoy, 25 de diciembre, saliendo de trabajar iré a va-


gar por ahí, a ver la ciudad seguramente aún vacía,
olorosa a pólvora y pollo, a envidiar a los niños con
juguete nuevo y a los diputados con carro nuevo;
a ver qué tanto ha renacido. A cantar en voz baja
Nochebuena, el poema de César Vallejo:

Al callar la orquesta, pasean veladas


sombras femeninas bajo los ramajes,
por cuya hojarasca se filtran heladas
quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,


grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.
Charlas y sonrisas en locas bandadas
perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;


y en la epifanía de tu forma esbelta,
cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,


canturreando en todos sus místicos bronces
que ha nacido el niño-Jesús de tu amor.

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Diciembre 2017:
Navidad es el tema

Esta noche es nochebuena y mañana navidad,


como dice el villancico (¿es un villancico?, bue-
no...), ese estilo de canto octosílabo de las villas in-
vernales que tan bien se oye en la voz de Tatiana,
aunque en las escuelas ahora pongan otros ritmos
para las posadas infantiles. Ya con el árbol pleno
de esferas y foquitos (desenredar las series hace
ver desenredar el cable de los audífonos o del te-
léfono como una minucia), con el nacimiento lle-
no de lana (de borrego es mejor que nada), llega
para algunos la alegría de la fiesta y para otros la
melancolía de los recuentos o las ausencias. El frío
conlleva la necesidad de calor, y las cobijas no sue-
len ser suficientes. «La navidad sin ti, pero contigo»,
escribió José María Pemán. Graham Greene, que
la navidad «es la fiesta del fracaso, triste pero con-
soladora».
Grinch, Scrooge, Santaclós, Jack Skeleton, Ro-
dolfo el reno o hasta Jessie la vaquerita, elija el per-
sonaje, su visión ante una fecha simbólica. De una
manera u otra a todos nos atañe. Por aguinaldo
(como comentamos la semana pasada), por va-
caciones o por ver a alguien, a álguienes.
La navidad es el tema de todas las conversa-
ciones, esperemos que también de los políticos y
nos dejen descansar de su artificioso y vácuo len-
guaje. Los lingüistas dicen que la primera parte de
una cláusula u oración es el Tema, y lo demás es
el Rema. Que el orden de la oración sí afecta el

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producto. Y sí, que la navidad sea el tema de ora-
ciones de buenos deseos, creamos o no. Oremos.
Oracionemos. Creemos ese lenguaje sintáctico
y sin táctica aunque seamos melancólicos como
este tundeteclas.
Colores, olores y sonidos disfrutables aun para
los melancólicos. Villancicos entre cada misterio. La
letanía como mantra. Ora pro nobis. Las letanías,
dice Umberto Eco, «como los directorios telefónicos
y los catálogos, son un tipo de lista», y dice que son
de dos tipos, prácticas y poéticas. Las letanías nos
acercan a coro mediante el sonido a otra concien-
cia. Vestir y arrullar al niño, darle un beso. Negar en
principio y luego dar posada entre velas y luces de
bengala. Hablábamos también hace unas sema-
nas de la belleza de los rituales, de cómo nos acer-
can a otros seres humanos.
Noche de evocaciones, de abrazos. Empiezan
los recuentos. Del año que ya casi termina, sobre
todo, pero también de vidas enteras. Mejor en no-
chebuena que en año nuevo, cuando los buenos
deseos, los planes y promesas eclipsan a los re-
cuerdos y la fiesta se impone sobre la nostalgia. Es
tiempo de famlia, de alguito de cariño. Por algo un
libro del padre (Joaquín Antonio) Peñalosa se titu-
la Canciones para entretener la nochebuena. Esta
noche hay buñuelos y oración, algunos mecen la
figura del niño, la acuestan y reparten chocolates y
dulces. Dice Peñalosa al interpretar las sensaciones
del arcángel Gabriel la noche de la anunciación:

Fue un minuto de silencio como un siglo,


el tiempo y los labios congelados.
Yo miraba ansioso a María

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inmóvil, pensierosa,
cual si no percibiera
que Dios estaba ahí en la sala de espera
por si lo dejaba entrar.

Cierta nochebuena me la pasé dando vueltas al


jardín de una ciudad que no conocía. Una estuve
trabajando en una disco (a lo que hoy le llaman
antro) como sacaborrachos. Otra más, años antes,
esperé en mi cama con los ojos abiertos, presto a oír
una risa como esa que salía en televisión (no pasó,
pero los adultos tampoco se fueron a dormir para
esperar los regalos, discutían y reían). Y esta navi-
dad, como muchas, ayudé a poner un nacimiento
con todo y lago, patos, muchos pastores y un dia-
blo muy rojo en un rincón que simula una cueva.
Dice Samuel Taylor Coleridge:

Este es el tiempo en que la voz de la adoración,


que es divina para el oído, me levanta
como con la trompeta de un ángel; y acce-
diendo
y mezclándome con el coro, casi creo ver
la muchedumbre celestial que cantó el himno
de la paz sobre los campos de Belén...

Romeritos, pavo, caviar, tamales o frijolitos. Lo que


sea si se comparte con alguien, si se da un abrazo y
se piensa en un nacimiento, el que sea. Que el uni-
verso se forme esta noche. Y cada noche. Yo parto
tras una la luz de una estrella en busca de mi noche
buena.

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Días del libro, pretexto y afán

El día del libro, el internacional el 23 de abril —en


honor a William Shakespeare, Miguel de Cervantes,
Vladimir Nabokov e Inca Garcilaso de la Vega—,
y el nacional el 12 de noviembre —en honor a Sor
Juana Inés de la Cruz—, es un buen pretexto para
plantearnos qué es literatura y qué es poesía, para
preguntarnos sobre nuestros hábitos de lectura, en-
tendiéndolos no sólo sobre libros, sino cómo leemos
(entendemos) el mundo.
Leer es disfrutar, pero también es acceder a
otras mentes. Es entender la estructura y las rela-
ciones entre lo leído, crear lazos entre lecturas, ver
cómo nos hemos ido construyendo social y perso-
nalmente.
Se dice que una característica del mundo ac-
tual es su desapego, su gusto por la inmediatez y la
consecuente falta de interés en el pasado.
Muchas teorías se han hecho, casi todas pesi-
mistas, sobre la sociedad actual, como ente frag-
mentario o informe, como advertencia de los ries-
gos de violencia y autoritarismo: La aldea global
de Marshall McLuhan, El fin de la historia de Francis
Fukuyama, El choque de civilizaciones de Samuel
Huntington, El nomadismo de Michel Maffesoli, la
Posdata para las sociedades de control de Gilles
Deleuze o la Sociedad líquida de Zygmunt Bauman.
Se hacen actividades varias, como ferias del
libro, conferencias, maratones de lectura, mesas
redondas (hoy llamadas pomposamente “conver-
satorios”) y hasta discursos de políticos que no leen.
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Se han buscado y propuesto fórmulas para in-
centivar la lectura como medio de conocimiento,
de expansión de lo humano y, aunque ha habido
avances y hay muchas «células» entusiastas de lec-
tores y escritores, poco se ha logrado a gran esca-
la, al menos en México. Como en casi todo, hay
más preguntas que respuestas. ¿Qué es “leer” hoy
en día? ¿Qué se lee y por qué? ¿Para qué? ¿Quién
dice qué leer y a quién? ¿Qué papel tienen el go-
bierno y las empresas en eso que llamamos literatu-
ra? ¿Servirá de algo la reforma educativa? ¿Hay un
plan estratégico de cultura o se busca tenerlo?
Lo sé, lo sé: «El verbo leer, como el verbo amar
y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo»,
dice Jorge Luis Borges. «Cada cual, joven o vie-
jo, tiene que encontrar su propio camino hacia el
mundo de los libros», añade Hermann Hesse.
Sé que no se puede, pero como buen libroadic-
to quisiera que todo mundo accediera a los mun-
dos que he conocido, todo lo que he viajado en el
tiempo y el espacio, las infinitas combinaciones de
palabras e ideas que conlleva la escritura, y los per-
sonajes que me han transformado, que he amado
o que he tratado de entender aunque los odie o
me intriguen. Sé que no a todo mundo se le da leer
«por gusto», con gusto. Es ahí donde debería haber
planificación, estrategias.
Y sí, leer tampoco es garantía: hay funcionarios
con doctorado y doctores que no tienen el mínimo
de habilidad lectora, o no son «buenas personas»
porque lean (mucho o poco).
Un maestro de genio me dijo hace mucho que
si se logra infundir el gusto por la lectura, prender
la chispa de la crítica o la curiosidad humana en

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al menos una persona de un grupo, ya la tenemos
de gane. Así ha sido: siempre me encuentro mínimo
con dos o tres gratas sensibilidades cada vez que
estoy en un aula: leen con gusto, piden otras lectu-
ras, dudan, proponen, crean.
Como bien dijo en una entrevista el escritor
Eduardo Mendoza, Premio Cervantes 2017: «No es
importante que todos lean, sino que algunos lean
y lo hagan bien». Y, contra lo que se estila hoy en
tantas escuelas, dice que la lectura no tiene que
ser «divertida» o «fácil de entender»: «Hay clásicos
aburridísimos que hacen que se te caiga la cabe-
za cuando los lees, pero son buenísimos y hay que
leerlos». Hay lugares donde se lee pero no se intenta
avanzar hacia el lector modelo en el que idagan
Eco, Calvino y otros autores.
Veo a algunos niños que tienen por niñera la
computadora o el teléfono inteligente, me pregun-
to que será de ellos en unos años: se saben de me-
moria las canciones de las películas, diálogos de se-
ries o caminos de videojuegos, y se alteran mucho
cuando se les quita la electricidad. No soportan la
aleatoriedad y las coincidencias de la «vida real».
Ciertos jóvenes y adolescentes no pueden estar
una hora sin revisar su mensajería, sin importar si es-
tán en clase o en la hora de la comida. Alumnos
de licenciaturas en ciencias sociales se quejan de
que se les pide «leer mucho»; incluso hay quienes
recomiendan que los textos para Internet no exce-
dan de una cuartilla (1800 caracteres) para que el
lector «no se vaya», y que «sean entendibles».
Otros indicadores: según el Cerlalc (Centro Re-
gional para el Fomento del Libro en América Lati-
na y el Caribe) los mexicanos estamos en segundo

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lugar segundo lugar regional de leer «por gusto»
por un promedio de 5.3 libros al año. ¿Es poco o es
«suficiente»? Y en la Encuesta nacional de hábitos,
prácticas y consumo culturales (Conaculta, 2010)
resultó que en San Luis Potosí sólo 28.4 % de la po-
blación ha visitado una librería, mientras 86.7 % no
compró ningún libro el año anterior. ¿La principal
razón (24.81 %)? «No le gusta leer».
Con toda mi desconfianza a listas y encuestas
me sumerjo en la página electrónica de la mayor
librería del país en busca de los más vendidos. Hay
una tercia de clásicos y una mayoría recién salida
de la imprenta. El primer lugar es El mito del empren-
dedor. Por qué no despegan las pequeñas empre-
sas, de Michael E. Gerber. El segundo es Después
de las 11:11, de Ricardo Talavera, al parecer un libro
de poemas (malitos, por lo que se lee en las pági-
nas disponibles en la red). Entre los primeros 20 libros
hay desde 99 pesos (cuentos de Edgar Allan Poe) a
mil 500 pesos (la compilación del Inventario de José
Emilio Pacheco). Cuatro de esos veinte son escritos
por mujeres.
¿Qué hacer? Ante las desconfianzas actuales a
memorizar u «obligar» a leer, Fernando Iwasaki pro-
pone:

Si el problema es el verbo ‘obligar’, entonces


habrá que usar ‘exigir’, ‘impeler’ o ‘instar’ para
que los alumnos lean, porque tienen que leer. El
problema es qué deberían leer. Si tienen doce
años, tendrán problemas para comprender
el Lazarillo de Tormes o Rinconete y Cortadillo,
pues para ellos sería más fácil leer Harry Potter,
El Señor de los Anillos o los cómics de Iron Man. Si

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los maestros les explicaran la relación que existe
entre la armadura de Aquiles y la armadura de
Iron Man o entre la espada Excálibur y las espa-
das láser de La guerra de las galaxias, los alum-
nos lo agradecerían.

Y no sé. No entendería la vida —menciono unos


cuantos nombres— sin Kundera, Cervantes, Na-
bokov, Asimov, Dumas, Hugo, Cortázar o Rulfo; no
la entendería sin tantos colegas a quienes he co-
nocido y leído, y sin tantos autores anónimos. Ir a
las librerías, a las ferias del libro, es para mí relajante
y motivador a la vez. Puedo pasarme las horas ahí.
Por eso me gusta ir a encuentros de escritores, par-
ticipar en talleres de lectura, charlas con quienes
acuden a un sitio “literario” por gusto: sé que puedo
ser yo, hablar de lo que me gusta y aprender.
Siguiendo la frase de Borges, a diferencia de
amar y soñar, mucha gente no necesita leer para
vivir, o cree no necesitarlo. Dicen que si no sueña,
una persona puede volverse loca. Quizá sea igual
sin amar. Si no leemos corremos el riesgo de seguir
cuerdos. Ojalá leamos. Ojalá sigamos leyendo.

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Somos un libro que alguien lee

«Pero ¿no seremos también nosotros un Libro que


Alguien lee? ¿Y no será nuestro tiempo el Tiempo
de la Lectura?», se preguntaba el escritor argenti-
no Ernesto Sabato. Y eso solo puede preguntárselo
alguien que lee, que dedica cierto tiempo a esa
actividad artificial, innecesaria en apariencia, pero
por medio de la cual lo que yo voy tecleando se
transmite a quien —por azar, curiosidad o costum-
bre— llega a estas letras y crea imágenes, sonidos
o colores. Y de pronto en la página editorial de
este diario resulta que hay unicornios cantando, y
gatitos que salen de la página y se acurrucan en
nuestro sillón. Miau. La página se transforma en un
espejo unos instantes del domingo. Así surgen expli-
caciones, paisajes, personajes.
Pero resulta que los políticos no recuerdan ni si-
quiera tres títulos de libros, y demuestran desconoci-
miento de geografía, de matemáticas y de la ma-
yoría de las artes y las ciencias. Parecería que solo
conocen a Maquiavelo, pero apuesto que los más
no lo han leído, solo lo intuyen.
Hoy hay ediciones electrónicas y hasta autores
electrónicos; los límites entre géneros son cada vez
más difusos; muchos autores de e-books presumen
de bestsellers; en los talleres literarios muchos com-
parten sus textos mediante el correo o Facebook;
Twitter ya tiene 280 caracteres; las redes de fanfics
son un gran vehículo de difusión. De una forma u
otra leemos y escribimos, y quienes escribimos pen-

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samos que alguien (muchas veces alguien con
nombre y apellidos) nos lee. La lectura primero, y los
lectores. Como escribió Fernando Gamboa:

Los lectores son lo más importante en tu carrera


profesional, y son personas probablemente más
listas que tú, así que sé amable, pero también
honesto y paciente con ellos. […] Con suerte y si
te portas bien, muchos esos lectores se conver-
tirán en amigos de por vida —aunque sea a tra-
vés de las redes sociales— y la base de tu futuro
como juntaletras. Cuídales. Trabajas para ellos...

Aunque usted no lo crea, a veces paso varias ho-


ras para darle orden a estas dos páginas a renglón
cerrado. Pensar en el lector, en la lectora del do-
mingo. Se trata de analizar noticias, idear un tema,
escribir, borrar, reescribir. En redes circula la frase «es-
cribe sin miedo, edita sin piedad», versión moderna
de aquella de Hemingway que reza «escribe borra-
cho y edita sobrio”.
Leer, aunque sea un ratito. Lo importante es dar-
le a la mente (al alma, dirán otros) alimento para
crecer, no conformarse. El arte es nutritivo.
Al verme siempre con un libro en las manos, una
tía me decía: «Te vas a volver loco». A veces creo
que se le cumplió. Juzgad vosotros, lectores. Mircea
Cartarescu dijo que estuvo a punto de ser esquizo-
frénico por su afición a la literatura:

No tiene que ver solo con la literatura […] me


gusta la gente que enloquece por una pasión,
ya sea por los juegos de ordenador, por una re-
lación amorosa o por la literatura.

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Y luego me dio por escribir, gusto que igualo con via-
jar, conocer paisajes, personas. Como escribió en su
Diez consejos para autopublicarse y no morir en el
intento (disponible en mi blog) Fernando Gamboa:
«Disfruta de tu vida, en fin, porque no tendrás otra.
Y luego vuelve para contarla».
Hoy celebramos a Sor Juana aunque hay mu-
chas sor Filoteas, que niegan espacios y censuran.
Sores necios que acusáis... El punto es: en la lectura
y en la escritura disfrutemos, alimentemos lo esen-
cial. Como dice Wislawa Szymborska:

Leer libros es el pasatiempo más hermoso que


la humanidad ha creado. […] El homo ludens
con un libro es libre. Al menos, tan libre como
él mismo sea capaz de serlo. Fija las reglas del
juego, subordinado no solamente a leer libros
inteligentes de los que aprenderá cosas, sino
también libros estúpidos de los que algo saca-
rá. Es libre de no leer un libro hasta la última
página, y de empezar otro por el final e ir retro-
cediendo. Puede echarse a reír en un punto
no destinado a ello o, de repente, detenerse
ante unas palabras que recordará durante el
resto de su vida...

Porque leer es un juego, y escribir es la otra parte,


juguemos.

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Pennac: los derechos del lector

Daniel Pennac, escritor francés nacido en Marrue-


cos (1944), enunció los derechos de los lectores en
su libro de ensayos Como una novela (1992). Y con-
viene revisitarlos con motivo de la Feria Internacio-
nal del Libro (FIL) de Guadalajara, inaugurada ayer
sábado.
Hay quienes no leen ni en defensa propia, por
ejemplo la mayoría de los políticos: se nota en cuan-
to abren la boca. Confusión de ciudades por países
o viceversa son lapsus cotidianos aunque pocos se
atrevan a decirle al emperador que va desnudo de
conocimiento. Y no sé, hasta hay quienes quieren
escribir hablar o escribir obra propia sin haber leído
y releído a los clásicos o a autores más recientes de
reconocida pluma.
Para los profesionales y no profesionales del libro
(autores, editores, ilustradores, bibliotecarios, inves-
tigadores, bibliófilos, bibliómanos, biblioaficionados,
«turistas editoriales», periodistas culturales, booktu-
bers y demás fauna), la FIL es La Fiesta con la que
termina el año laboral. Es casi imposible describir su
extensión física y el número de actividades. ¿Cuán-
tas son buenas, cuántas excelentes y cuántas solo
cubren el espectro de visibilidad requerido por la
economía y el renombre? Eso hay que verlo, para
que no nos cuenten.
La primera vez que fui fue en 1993, por mi cuen-
ta, es decir casi sin dinero. Llegué a un motel piojito
y tardé todo un día en recorrer la FIL. El último día el
concierto en la explanada fue con Carlos Vives (el
país invitado era Colombia), y ya llevaba mi male-

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ta para salir corriendo de regreso a San Luis Potosí.
Con las notas de La gota fría tomé el taxi rumbo a
la central y hoy me recuerda esa fiesta y esos días
que espero con ansia todo el año. Otros años he re-
gresado como periodista o como editor, y luego he
ido otro par de veces por mi cuenta. ¿Iré este año?
¿Y el que sigue?
La FIL como fiesta de la palabra escrita, se decía
antes. Hoy hay mesas de booktubers, fanfics, dispo-
sitivos electrónicos, novela gráfica e hiperescritura.
Pero los libros gozan de cabal salud. Quizá con lo
escrito reducido, o sin lo escrito, o a pesar de lo es-
crito, pero es la palabra. Lo escrito imita, crea, na-
rra, define. Dice Helène Cixous: «La condición por
la que comenzar a escribir se vuelve necesaria y
posible: perder todo, haber una vez perdido todo.
Y esta no es una ‘condición’ pensable. […] Escribir
comienza sin ti, sin yo, sin ley, sin saber, sin luz, sin es-
peranza, sin lazo, sin nadie cerca de ti».
Regresemos a Pennac. Él, cómplice de quienes
lo leen, habla con iguales, conoce lo que los lecto-
res creemos hacer en total secreto. («Hipócrita lec-
tor, mi semejante, ¡mi hermano!», escribió otro fran-
cés.) Pennac habla de, por ejemplo, un derecho a
no leer. Si alguien no lee por ello no es menos que
otro. Claro, esto aplica solo a la lectura de obras
literarias: hay áreas donde el encargado tiene que
saber lo mínimo y que no le guste leer no es excu-
sa para no saber: «El derecho a no leer nos permi-
te períodos de dieta, durante los cuales no tene-
mos ningún libro en nuestras manos, ya sea porque
existen otras obligaciones, otros entretenimientos u
otros intereses que ocupan nuestro tiempo, sin de-
jar por ello de seguir siendo lectores». Leer es como
amar, ya se ha dicho.
También, por qué no, tenemos el derecho a sal-

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tarnos páginas, así como en este diario leeremos
solo ciertas columnas y solo ciertas noticias. A quie-
nes se saltan páginas les advierte: «Un gran peligro
les acecha si no deciden por ellos mismos lo que
está a su alcance y se saltan las páginas que ellos
escojan: otros lo harán en su lugar. Se armarán con
las grandes tijeras de la imbecilidad y recortarán
todo lo que consideren demasiado “difícil”».
Esto se aplica a secciones del noticiero o de la
serie en turno. Por lo mismo otro derecho es a no
terminar un libro (o serie o película), como debería-
mos poder quitar a los políticos incumplidos:

Hay treinta y seis mil motivos para abandonar


una novela antes del final: la sensación de ya
leída, una historia que no nos engancha, nues-
tra desaprobación total a la tesis del autor, un
estilo que nos pone los pelos de punta, o por el
contrario una ausencia de escritura que no es
compensada por ninguna razón de seguir ade-
lante... Inútil enumerar las 35.995 restantes.

El derecho a releer no necesita explicación, volve-


mos a donde queremos volver. Le sigue el derecho
a leer cualquier cosa: Si alguien quiere leer «literatu-
ra industrial», esas malas novelas donde «al halagar
nuestros automatismos, adormecen nuestra curiosi-
dad, en fin, y sobre todo, porque el autor no está
allí, como tampoco está la realidad que pretende
describirnos», ni modo, cada quien. Pero podemos
dar opciones, sugerir. «Una de las grandes alegrías
del pedagogo es —cuando está autorizada cual-
quier lectura— ver a un alumno cerrar solo la puerta
de la fábrica best-seller para subir a respirar donde
el amigo Balzac».
El sexto es el derecho al bovarismo:

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Vilipendiamos la estupidez de las lecturas ado-
lescentes, pero no es raro que nos rindamos al
éxito de un escritor telegénico, del que nos bur-
laremos cuando haya pasado de moda. Las
preferencias literarias se explican muy bien por
esta alternancia de nuestros caprichos ilustra-
dos y de nuestras negaciones perspicaces.

El siete es el derecho a leer en cualquier sitio, y sí, se


refiere a la cama, al transporte público y al baño.
El derecho a hojear —y en las librerías deberían
apoyarlo quitando la envoltura plástica a todos sus
ejemplares— es maravilloso: «Cuando no se dispo-
ne ni de tiempo ni de los medios para regalarse con
una semana en Venecia, ¿por qué negarse el dere-
cho a pasar allí cinco minutos?»
Leer en voz alta es un derecho y debería ser
obligación en muchos niveles educativos. Crece-
mos inseguros y con miedo a hablar en público,
olvidamos. «¿Ya no tenemos derecho a meternos
las palabras en la boca antes de clavárnoslas en la
cabeza? ¿Ya no hay oído? ¿Ya no hay música? ¿Ya
no hay saliva? ¿Las palabras ya no tienen sabor?»
Finalmente Pennac habla del derecho a callar-
nos, al que a veces deberíamos hacerle honor:

El hombre construye casas porque está vivo,


pero escribe libros porque se sabe mortal. Vive
en grupo porque es gregario, pero lee porque
se sabe solo. (...) Nuestras razones para leer son
tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y
nadie tiene poderes para pedirnos cuentas so-
bre esta intimidad.

Leo, luego existo.

25
Escuadrón Suicida
y otros equipos diferentes

Leo las críticas de la película Escuadrón Suicida y


de plano no me animo a verla.
Sí, la esperaba. Un equipo de supervillanos en
misión oficial. No es novedosa la idea pero a quie-
nes crecimos con el personaje del Joker al menos
nos causa curiosidad. Por lo menos no es otro re-
make (a los que ya dedicaremos otro texto). ¿Sólo
las personas “buenas” pueden salvar al mundo?
¿Acaso no hace falta una pizca de maldad para
hacer el día? En política lo saben y muchos recurren
a Maquiavelo, de quien se han resumido sus ideas
como «el fin justifica los medios». Pareciera que en
política esa es la noción: no ser «buena persona»,
sino servir con lealtad a cierta camarilla.
En la literatura y sus productos, de libros a histo-
rietas, películas o series para televisión, los principios
que hoy llamamos maquiavélicos han estado pre-
sentes desde siempre. Alianzas y traiciones, enemi-
gos comunes, disfraces, pactos y treguas. Ya en La
Iliada Aquiles sigue a Agamenón a pesar de sus des-
confianzas, y vuelve a la batalla no por el traicione-
ro jefe de los aqueos, sino por vengar a Patroclo, su
«ayudante». En cuanto a los mismos autores, bien se
dice en ciertos círculos que más que conocer al ar-
tista en muchos casos podríamos contentarnos con
leer (ver, oír) la obra. La gama de grises en cuanto a
personalidades va más allá de los 50 tonos. Por eso
en literatura no se habla de buenos o malos, sino de

26
protagonista y antagonista: no es «malo» el inspec-
tor Javert al perseguir a Jean Valjean en Los misera-
bles, sino que cumple con su misión (y visión) de la
ley. Los presos y vigilantes de Prison Break cambian
de bando según su personal táctica y estrategia.
Los superhéroes tienen su origen la primera epo-
peya conocida, escrita en tabletas de barro: Gil-
gamesh. Y desde entonces, hace miles de años,
el héroe se ha apoyado en un «ayudante», para
«combatir al mal» o «luchar por la justicia». Y des-
de Gilgamesh ha habido enfrentamientos entre
héroes y ayudantes (resueltos mediante lo que los
oponentes consideran un objetivo común). Pero
no bastaba. Había que enfrentar historias diferen-
tes. A veces lo difícil, y por ello más sustancioso, es
enfrentar a buenos contra buenos. ¿Quién ganaría
de Zeus y Odín? ¿O de Atenea y Thor? Y se crearon
las historias de equipos, de historias ya conocidas
popularmente. Surgieron así desde la serie Once
Upon a Time (Érase una vez...) hasta Los Avengers
(Vengadores). Crear universos donde conviven y se
enfrentan seres populares o poderosos es también
la premisa muchos fanfics y lo es de Supermán v
Batman, o Alien vs. Depredador. Acostumbrado el
gran público a las espectáculares escenas de pe-
lea, a los más fábulosos efectos especiales, a que
los más profundos conflictos humanos se resuelven
a golpes, así llega Escuadrón Suicida, que al pare-
cer nos queda a deber algo más que los simples
siete minutos que sale el Joker.
La Liga de los Hombres Extraordinarios fue una
película basada en la historieta del mismo nombre
de Alan Moore. Para enfrentar a M —que resulta
ser la inicial de Moriarty, el legendario enemigo de

27
Sherlock Holmes—, el gobierno británico basa su
defensa en la creación de un equipo integrado por
Allan Quatermain (protagonista de Las minas del
rey Salomón, de H. Rider Haggard), Tom Sawyer (de
las novelas del mismo nombre de Mark Twain), el
capitán Nemo (de 20 mil leguas de viaje submari-
no de Julio Verne), Mina Harker (Drácula, de Bram
Stoker), el hombre invisible (de H.G. Wells), Mr. Hyde
(de Robert Louis Stevenson) y Dorian Gray (Óscar
Wilde). Con sus críticas, a la larga la combinación
se ganó su lugar entre cierta crítica.
En referencia a esta posibilidad de combinar
personajes el escritor Alberto Chimal hizo su alinea-
ción de personajes mexicanos que podrían formar
una liga así, y dio con que lo integrarían Horacio
Kustos, explorador creado por él:

El Conde de Saint-Germain, inmortal (viene en


un cuento muy divertido de Fernando de León);
Xanto, luchador y superhéroe (de José Luis Zá-
rate); Andrea Mijangos, detective ruda (de Bef);
Gaspar Dódolo, cartógrafo enciclopédico (de
Hugo Hiriart); Fulvio, vampiro dark (de Andrés
Acosta y Nina Complot, anarquista (de Karen
Chacek).

Leer implica unir textos, experiencias, pensamien-


tos, sensaciones, no solo gozar de aventuras o ro-
mances escritos (recomiendo, además de todo lo
citado, El lector modelo, de Umberto Eco). La litera-
tura popular y culta tienen cada una lo suyo. Julio
Cortázar lo supo al usar la muy mexicana historie-
ta de Fantomas para crear un estupendo cuento,
conseguible en la red, donde el ladrón de guante

28
blanco enfrenta a los villanos de la vida real, esos
que inventan verdades históricas y dan por hecho
que ya han conquistado el mundo.
Por mi parte creo que nos debemos una historia
en la que compartan créditos Chanoc, Fantomas,
El Pantera, Evaristo Reyes (de Enrique Serna) y Buba
(de José Quintero), en pugna contra los vampiros,
partidarios, compadres y similares del Ministerio de
la Verdad.

29
Volver a la tragedia

Hablar de géneros literarios es una de mis pasiones.


¿Cómo poner por escrito un tema, una necesidad,
un sentimiento? Del ensayo al cuento, del poema a
la carta y del diario al teatro, hay en ellos miles de
posibilidades de juntar palabras, emocionar y co-
municar.
Como esto que escribo: ¿artículo? ¿ensayo?
¿simples frases para una prosa sin género (debraye,
como se dice ahora)? Además, lo maravilloso de
los géneros es que también hay entrecruzamientos,
textos híbridos. Por algo Alfonso Reyes hablaba del
ensayo como «el centauro de la literatura», criatura
mitológica que por escrito tiene sensibilidad literaria
y fuerza argumental, académica. Los mejores tex-
tos literarios son experimentos de géneros, estrate-
gias y posibilidades del lenguaje.
Al ver las noticias pareciera que la épica ha des-
aparecido, que sólo hay pálidas imitaciones en ese
género llamado «boletín de prensa», copiado y pe-
gado en tantos medios.
Lejos quedaron las arengas de Aquiles y Héctor
a sus respectivas tropas en La Iliada. El gobernan-
te como héroe ya no funciona porque la realidad
suele desmentirlo, su motivación y su actuar como
personaje es inverosímil. Podríamos hablar de anti-
héroes, de pícaros, de villanos.
La comedia, representación de la vida cotidia-
na, suele tener más lectores, y gobierno y medios
nos atiborran con esos entremeses. Llamar a secas

30
tragedia a nuestra época es una falta de respeto
a ese género fundado por los griegos, en el que la
heroicidad se enfrenta a duras pruebas, a una gran
caída, y donde el destino (o los dioses, o las casua-
lidades) sacan lo mejor de la fortaleza o el carac-
ter de los protagonistas, enfrentándolo a una crisis
ética o estética, que desemboca en una profunda
reflexión del público acerca de la persona, su socie-
dad y su cultura
Marx escribió algo así como:

Hegel dice en alguna parte que todos los gran-


des hechos y personajes de la historia universal
aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero
se olvidó de agregar: una vez como tragedia y
otra vez, como farsa.

En este mundo de teatralidades, donde somos a la


vez espectadores, protagonistas y actores secunda-
rios, no hay actos, sino sketches: cuadros cortos, imá-
genes para la indignación que desaparecen al poco
tiempo. A ver qué nuevo personaje sale a escena
hoy, para enojarnos o burlarnos, y ya, a lo que sigue.
Volver a la tragedia es dejarnos de sátiras, de
ver el actuar político como comedia de enredos o
simple motivo para la sátira. Por algo los griegos in-
ventaron el coro: la voz del pueblo, una voz grupal
que bailaba, reclamaba, cuestionaba, se enojaba.
Somos coro, el cual, según Demetrio Estébanez
Calderón en su Diccionario de términos literarios,
«sugiere y preanuncia los derroteros por los que se
va a encaminar la acción; advierte a los persona-
jes del peligro que corren con su conducta y de las
desgracias que se ciernen sobre ellos, interroga a

31
los dioses sobre el destino...» El coro dialoga con el
público, es su voz en el escenario. Y busca hacer
reaccionar a personajes y al público.
Si en una obra el personaje no viaja o no cam-
bia, sentimos que no pasó nada. Escribió Bennett
Simon: «El conocimiento trágico implica que al final
de la obra los personajes y el público conocerán
todo aquello que no conocían al principio de la
misma, y se conocerán ellos mismos en un sentido
que antes no habían experimentado».
Si hay tragedia que sea de la buena.

32
Juan Rulfo: Me acuerdo...

Hace poco vi en Internet un mapamundi donde


cada país es su mejor libro, o mayor, o más cono-
cido. Conviven en ese mapa imágenes de libros
de hace muchas décadas con algunas portadas
de publicaciones más o menos recientes: En Espa-
ña está Don Quijote de la Mancha, de Miguel de
Cervantes; en Francia, El Conde de Montecristo,
de Alejandro Dumas, y en México, como no podía
ser de otra manera, Pedro Páramo, de Juan Rulfo,
autor de quien este martes 16 de mayo de 2017 se
cumplen cien años de su nacimiento.
El Llano en llamas y Pedro Páramo son los dos
libros que publicó Juan Rulfo, en 1953 y 1955, un li-
bro de cuentos y una novela, respectivamente. Y
ya no publicó nada hasta su muerte, en 1986. Las
historias de ambos se ubican en el ambiente rural,
campesino: Talpa, Comala, San Gabriel, Zapotlán,
Zenzontla, Luvina..., en la mal llamada «provincia»,
en esos lugares negados por el cosmopolitismo ac-
tual. En todos la muerte es detonador y personaje:
arrebata, recupera. En todos, cuentos y novela, la
literatura oral nos hace vibrar, se siente la poesía en
las persecuciones, en el calor, en la sangre y el su-
dor y en el clamor de las piedras. «Me acuerdo» es
una frase que nos hace dudar de la propia memo-
ria, como a muchos de sus personajes (ahí aprendí
la palabra ‘dizque’). Era la época de la posrrevolu-
ción, la institucionalización del caudillaje, la moder-
nidad, el nacionalismo en el arte, la masificación

33
de los medios de comunicación. Ahí surgió la mejor
novela y varios de los mejores cuentos mexicanos.
Hoy todo mundo (se supone, al menos, de ba-
chillerato para arriba) conoce la obra rulfiana y el
escritor se ha vuelto un personaje sobre el que tam-
bién todo mundo habla, y de ambos se cuentan las
más diversas opiniones. Como dijo Federico Cam-
pbell, «cada quien se inventa su Juan Rulfo». Su
personalidad callada, el no haber publicado más,
el haber trabajado en cualquier parte, la mágica
poesía de sus personajes y sus descripciones, provo-
can aún la envidia y el intento de apropiación de
diversos sectores políticos, artísticos y económicos.
El interés por conocer más de la vida de nues-
tros autores favoritos lo desarrollamos todos los gus-
tosos de la lectura. ¿Qué tanto o dónde se cuela
la persona en su texto? ¿De dónde saca las ideas?
¿A quiénes leyó y cómo fue desarrollando su pro-
pia creación? De ese interés, que en muchos se
queda en morbo, se desencadenan lecturas a pro-
fundidad, especializadas, de otros creadores o de
miembros de la academia institucionalizada, léase
críticos e investigadores universitarios. En todo texto
hay contexto, así sea para romperlo, o reinventarlo,
y la obra rulfiana lo tiene, pero ese tratar de meterse
con calzador a la obra y vida de Rulfo ha dado lu-
gar a muchos disparates académicos y de los otros.
«¿Qué país es éste, Agripina?», se pregunta un
narrador, el de Luvina. Y ella sólo se encoge de
hombros. Así seguimos, en el centenario de su autor.
¿Qué país es éste? Aislado voluntariamente de una
comunidad literaria plena de egocentrismos, Rulfo
ha sido objeto de miradas que quizá no le hubieran
gustado. Las castas y la visión centralista siguen en

34
todos los ámbitos, y la literatura no es excepción,
como buena generadora de capital simbólico. La
Fundación Rulfo, en la que están sus hijos, ha defen-
dido su visión familiar, su animadversión por dispen-
dios oficiales y usos del nombre en simulaciones y
textos «difamatorios».
Con toda razón, creo. Y ha sido atacada como
si lo hiciera por razones económicas, o por capri-
cho. ¿A ustedes les gustaría que cualquiera diera
su versión de lo que ustedes piensan o han hecho?
¿Que les inventen dichos o comportamientos? A mí
no. Si Rulfo estuvo en contra de la demagogia y los
grupismos (mafias) y prefirió apartarse, no es justo
que el Estado y sus intelectuales se lo quieran apro-
piar con homenajes o interpretaciones retorcidas.
Ya lo dice el narrador en Luvina:

—¿Dices que el Gobierno nos ayudará, profe-


sor? ¿Tú conoces al Gobierno?
Les dije que sí.
—También nosotros lo conocemos. Da esa
casualidad. De lo que no sabemos nada es de
la madre del Gobierno.
Yo les dije que era la Patria. Ellos movieron
la cabeza diciendo que no. Y se rieron. Fue la
única vez que he visto reír a la gente de Luvina.
Pelaron sus dientes molenques y me dijeron que
no, que el Gobierno no tenía madre.

O esta joya sobre el lenguaje «politiqués» en El día


del derrumbe:

Tuxcacuenses, vuelvo a insistir: Me duele vuestra


desgracia, pues a pesar de lo que decía Bernal,

35
el gran Bernal Díaz del Castillo: ‘Los hombres que
murieron habían sido contratados para la muer-
te’, yo, en los considerandos de mi concepto
ontológico y humano, digo: ¡Me duele!, con el
dolor que produce ver derruido el árbol en su
primera inflorescencia. Os ayudaremos con
nuestro poder. Las fuerzas vivas del Estado des-
de su faldisterio claman por socorrer a los dam-
nificados de esta hecatombe nunca predecida
ni deseada. Mi regencia no terminará sin habe-
ros cumplido...

Es cierto que cada quien imagina a Rulfo a su


modo. Como a cualquier autor. Yo lo imagino jo-
ven, en amena plática con Jorge Ferretis, escritor
rioverdense con quien coincidió en el Centro Mexi-
cano de Escritores. Ferretis escribió también sobre
la revolución, sobre la desvergüenza de los revolu-
cionarios al devenir políticos, y dio voz a hijos nona-
tos, al fuego o a la patria. Genaro Zenteno Borquez
percibe en ellos «los embriones de algunos de los
cuentos de Rulfo».
Hay muchas biografías, análisis e interpretacio-
nes. De las más recomendadas por escritores y crí-
ticos son Noticias sobre Juan Rulfo, de Alberto Vital,
y La recepción inicial de Pedro Páramo (1955-1963)
de Jorge Zepeda. Hay que estar al pendiente de las
novedades editoriales de estos días, de las jornadas
del centenario y de artículos y libros para descubrir
otras facetas del inagotable autor.
Y, sobre todo, hay que leerlo.

36
Jorge Ferretis: “Esa patria tan mentada”

Ardiente, amado, hambriento, desolado,


bello como la dura, la sagrada blasfemia;
país de oro y limosna, país y paraíso,
país-infierno, país de policías.
Efraín Huerta

Día de la independencia de México, de venta de


banderas y bigotes postizos, de sombreros enormes
con su leyenda de «¡Viva México!», venta que se
sigue casi de corrido hasta noviembre, interrum-
pida irónicamente por los disfraces de Jálogüin.
¿Quiénes somos como país? ¿Qué es la identidad
nacional más allá de algunos de sus signos como
los juegos de la selección o de la participación de
algunos connacionales en justas deportivas o artís-
ticas?
Afuera del supermercado, junto a un puesto de
banderitas, una muchacha de unos dieciseis años
vende semillas de calabaza, mientras tiene a su
niño en un carrito del súper. Cruzo la calle y casi me
atropella un carro cuyo dueño, como la mayoría,
no puso las direccionales. Otro automovilista pasa
detracito muy atento a su celular, quizá guatsapea
o comparte un meme contra el gobierno. Ambos,
eso sí, con su enseña tricolor en la ventana.
Cuentan que Miguel Hidalgo no buscaba como
tal la independencia ante España, sino resguardar
nuestro territorio ante la embestida francesa. Y así
seguimos, buscamos una cosa y resulta otra, nos

37
enfrentamos a un enemigo común pero aguanta-
mos a otros, acaso más nefastos, nos boicoteamos
entre nosotros.
Por eso es tan importante el nivel y calidad de la
información que cada quien posee, que contrasta,
que aplica a su vida y a su relación con los demás.
Pero aquí no pasa nada. Se hacen leyes, convenios
y cambios de funcionarios y siguen los mismos con
las mismas mañas. Ni nos ven ni nos oyen, no cono-
cen o no quieren conocer al México profundo del
que hablaba Guillermo Bonfil Batalla.
El título de la columna de hoy fue tomado de
un relato del escritor rioverdense Jorge Ferretis. En él
un cargador, llamado Juan, es objeto de burlas en
la cantina por preguntar quién es la Patria, dónde
está: «Pero güeno, digo yo, ¿pero quén es esa pa-
tria tan mentada?» Compra una botella de alcohol
y sale en su burro. En el camino, ya ebrio, tiene un
diálogo con la Patria, a quien ve como una señora
bella y noble. Ella le pide sentarse.

—Ta bien, siñora Patria.


—No me llames así, que soy tan pobre como
tú mismo, aunque más desdichada.
Pero el indio se rascó la cabeza. Era su incon-
fundible signo de incredulidad: ¡Tantos señores
gastando su dinero en festejarla! ¡Y tantos sa-
crificios como le ofrecían a voz en cuello, entre
banderas y repiques! ¡Tenia que ser una señora
muy querida! ¡Y muy pudiente!
—Pobre Juan, que no sabes lo que piensas.
Todos esos señores despilfarran en holgorios,
mas no son sus dineros, siempre son los del pró-
jimo. Cohetes, papelillos, es lo que se volvieron

38
algunos de los centavos que a ti te quitan por
vender tu leña. Como es tan humano holgar,
festejan. ¿Un motivo? ¿Cuál hay mejor que yo,
que no protesto? Pero me tienen, Juan, como
dijeras tú, casi “tullida”. En la hora oficial muchos
honores, sí, con muchos cantos; pero después
me venden, Juan (y mientras llega comprador,
me alquilan). Ojalá todos tus centavos se volvie-
sen papelillos de colores: otros se hacen gan-
grena en manos que sobornan, prestidigitación,
mujeres caras, discursos, y promesas, y muchas
cosas más que tú no sabes entender. Y sangre,
mucha sangre y muchas balas.

39
Eusebio Ruvalcaba (1951-2017)

«Primero la A». Así se llamaba su columna en la revis-


ta La crisis. Era lo primero que leía, porque entre sus
explicaciones de qué es un verbo o una preposición,
siempre hallaba forma de transmitir su pasión por la
palabra, por las letras, de las que estamos rodeados
“casi tanto como de miradas”. 52 tips para escribir
claro y entendible es uno de mis libros de cabecera
y siempre lo recomiendo en cuanta clase doy.
Autor de Un hilito de sangre, Banquete de gu-
sanos, Las cuarentonas, El arte de mentir y muchos
más, el pasado miércoles falleció el escritor Eusebio
Ruvalcaba, a los apenas 66 años de edad. Visitó San
Luis Potosí varias veces, tanto a impartir talleres como
a presentar algunos de sus libros de escritura íntima,
fraternal. Y a transmitir su gusto por ser «un hombre
de letras hasta las últimas consecuencias». Y las char-
las sobre amar y escribir, sobre lecturas y miradas, se
multiplicaban después, en el bar o en el café.

Quien escribe enamorado emprende su escritu-


ra en aras de la libertad; sabe que hay un ser
humano pendiente de su creación y en esa me-
dida emprende el vuelo. Escribe y escribe por
emocionar al objeto de su amor, por hacerlo
más suyo, indestructiblemente suyo. Escribe y
sabe que nadie podrá detenerlo. Tal vez porque
es lo mejor que puede dar, o tal vez porque ejer-
ce la literatura como un acto de seducción; sin
embargo, sea una cosa o la otra...

40
La música (la clásica, principalmente), la belleza fe-
menina, la noche y el amor eran sus grandes temas.
No, más bien sus grandes pasiones, y por eso escri-
bía así esas páginas en las que tantos nos encontra-
mos, sonrientes o asintiendo. Y más allá de escribir,
con la disciplina que requiere quien dice dedicarse
a este oficio, corregía, editaba, buscaba las estra-
tegias y los trucos del entrecruzamiento de letras,
de sonidos e imágenes que forman la causa y el
efecto de esto que llamamos literatura. Dio cuenta
de los claroscuros que tenemos todos los que nos
dedicamos a dar teclazos sobre Eros y Psique, sobre
el mundo que (aparentemente) nos rodea.

Cuando aquella mujer le dice al hombre que


ama: “Escribe”, aquel hombre sabe que está en
el camino correcto […] Dichoso el escritor que
encuentra una mujer así en su camino. Porque
su palabra no será vacua, porque su palabra
tendrá un sentido. Nacerá a partir de una ex-
periencia vital, misma que podrá comunicar a
quienes lo lean. […] Si toda la literatura se escri-
biera bajo el rubro de la pasión no habría pági-
nas mediocres.

Escribía en masculino sus consejos para escribir, sí,


acaso contra lo que dicta hoy la políticamente co-
rrecta visibilización de género. Pero eran sus muy
personales alegría y tormento el preguntarse por
qué efecto lograban sus palabras en esa musa, el
mostrar cuánto nos puede cambiar (para bien o
para mal) un amor, un cuerpo, un instante compar-
tido. En Las cuarentonas, por ejemplo, disecta las

41
partes de la anatomía femenina, sus edades y sus
cualidades. Y en todos sus libros hay esa fascina-
ción por el ritmo, por la música y las palabras que
provienen de lo femenino, a quienes dedicaba le-
tras y brindis, tristezas y sonrisas.

Tú estás atrás de cada palabra que escribo,


aun sin escribirla. Pero mi energía me desborda.
Estoy loco. Loco de palabras. Parezco un hom-
bre tranquilo y ecuánime. Pero no lo soy. Todo
el tiempo estoy levitando. Soy escritor de tiempo
completo. Todo el tiempo las palabras se pre-
sentan ante mí como moscos venenosos. Todo
el tiempo. Mientras camino, mientras me baño,
mientras como o manejo, las palabras me aco-
meten. Quieren ver la luz. Quieren salir al mundo
y respirar. Pero necesito alguien a mi lado. Una
mujer fuerte, que me dé energía. Que sepa lo
que es esto. Que sea receptora de mi vigor, que
le dé cauce a mi pasión, a mi ímpetu creador.
Que se interese por lo que escribo, por lo que
sueño, por lo que aborrezco, por lo que odio, por
las ilusiones que me colman cuando escribo. Por-
que soy un individuo como cualquier otro. Tam-
bién sueño. Y cargo en mis espaldas una caja
fuerte de ilusiones. Como cualquier idiota...

No fue ajeno a la política: coordinó y compiló un


libro sobre los 43 estudiantes «desaparecidos» en
Ayotzinapa. No desde lo panfletario, sino desde el
íntimo horror que da a cualquiera esta situación y
tantas otras. Así como nos horroriza lo fragmentador
de este 2017, sus locuras y descalificaciones.

42
Luis Guillermo y Luis Alberto

El camino del escritor, de principio a fin,


está lleno de espinas,
clavos y ortigas, y por eso una persona
de sano juicio
debe apartarse por todos los medios
de la escritura.
Antón Chéjov

Enamorado de la lengua y los lenguajes, de su co-


locación en páginas, de la lectura y la escritura, me
encantaría transmitir este gusto, esta pasión, a to-
dos los que conozco. Laberinto y rompecabezas, la
lengua es juego, túnel del tiempo, microscopio y te-
lescopio. Por eso me duelen tanto los crímenes que
todos los días y desde todos los ámbitos se cometen
contra letras, palabras y oraciones.
No es que sea prescriptivista a ultranza, los cam-
bios llegan de todas partes y las lenguas cambian,
sí, pero es horrible toparse con frases que destrozan
la sintaxis o la desaparición de preposiciones, artí-
culos, comas o acentos por “la rapidez” que exigen
los tiempos modernos. Todos cometemos errores de
dedo, o se nos va una que otra errata, pero hay tex-
tos que provocan dolor en ojos y mente. Oraciones
encabalgadas, conjugaciones confusas, errores de
concordancia, conectores mal colocados, frases
hechas, muletillas o interjecciones deshabitadas
pueblan no solo redes sociales (ahí como quiera:
es escritura que “imita” al habla), sino documentos

43
oficiales, notas informativas o hasta textos literarios.
«Quien escribe debe amar las letras y eso, por
necesidad, incluye respetarlas», escribió Guillermo
Samperio, fallecido el miércoles a los 68 años. Mén-
digo 2016, ha sido una otras otra. El maestro Sam-
perio fue coordinador de numerosos talleres, escri-
bió de casi todo en todos los géneros posibles y fue
generoso con saberes y quereres. Respetar las letras
es buscar su música, su intención comunicativa, ex-
presiva. Y saber las reglas del juego. Ya después se
podrán romper. Como en las artes plásticas: prime-
ro hay que conocer técnicas, materiales, perspec-
tivas, proporciones. Hasta Picasso empezó a pintar
“imitando a la realidad” para después subvertirla.
Todos le hacemos al cuento pero no todos so-
mos cuentistas. De Guillermo Samperio leí Miedo
ambiente, en 1995, y utilicé algunas frases como
epígrafe para uno de los primeros cuentos que es-
cribí: «Esta tarde quiero meterle el abrelatas a mis
palabras, abrir de cuajo esta vida que cargo hace
tantos años, y todo para descubrir detrás de mis fra-
ses esa otra manera de seguir viviendo, de sobre-
vivir, de morir...» Después lo conocí y seguí en con-
tacto con él en las redes sociales, por correo. Los
textos que leemos no siempre dan idea del autor,
y hay lobos ególatras escondidos en palabras de
cordero, pero Samperio era un tipazo, compartido
y buena onda. (He tenido esa suerte, de conocer
a grandes escritores que son personas geniales, y
me honran con su amistad.) Samperio sabía que
escribir «requiere un trabajo rayante en la obsesión,
pero tampoco es imposible convertirse en escritor
de cuentos. Dedicación, intuición y lectura son los
tres ingredientes que hacen a un escritor». Y acon-

44
sejaba «empezar por escribir mucho y, conforme se
vaya avanzando, la creación irá decreciendo na-
turalmente en cantidad, pero ganando en calidad.
El cuento, por definición, es breve».
Samperio, o Willy (como le decían los amigos),
o Guillóm (como signaba su blog, Tekstos desde la
Kómoda Web), firmó algunos textos como Guillén
de Lampart, el nombre de un protoindependentis-
ta de México. Lampart, de nacionalidad irlandesa,
fue quemado por la Inquisición en 1659; planeó, «en
solitario y fuera de contexto […] un nuevo régimen
con la elevación de la nobleza indígena al rango
de la española, la liberación de los esclavos», y una
«igualdad de oportunidades que reaparecerá en
los idearios de la Independencia».
No quisiera escribir tanto sobre la muerte pero es
un tema que se aparece a cada momento, como
si reclamara su importancia. Ya casi tenía esta co-
lumna, y había incluido un cuento corto de Sampe-
rio, cuando el jueves en la noche me enteré de la
muerte del poeta queretano Luis Alberto Arellano,
de apenas 40 años de edad. Llegó a San Luis Poto-
sí para estudiar el doctorado en literatura; llegó un
año antes, para aclimatarse. Llegó ya con amplia
fama como creador, ensayista y traductor, y el 7 de
septiembre de este año presentó su examen de ti-
tulación. Pronto se hizo de colegas, de amigos, de
cómplices. Fue él quien me consiguió una presenta-
ción de mi libro Olimpotosí en la galería Libertad de
Querétaro, donde compartí foto con Romina Ca-
zón y mi compadre Eduardo Garay Vega.

Nací a la orilla del desierto. Hijo de la sal y el vér-


tigo, miembros anquilosados por la lengua de

45
arena que nos forma. Somos todos prófugos del
viento. Aquí ocurre que no hay agua, sino esté-
ril sed y sonoro silencio. Ocurre que la falda de
una mujer suda la materia de nuestros ruegos.
No viene la sombra con su pálido insomnio, con
su rosa fugitiva y los cristales enemigos del sue-
ño.
Huimos como todos los que regresan. Más
desviados pero más perdidos...

Y suspiro. La poesía es... ¿qué es, además de lo ob-


vio, la mirada de quien se ama? A veces creo que
es la ternura brutal de lo cotidiano y lo milagroso, un
instante, un trueno. Pero no lo sé de cierto. Los invito
a que busquen en Youtube los poemas declama-
dos por Luis Alberto Arellano, a que lo lean.

Toda imaginación es un contrato de inmovilidad


y nos arrastra a la anulación de los sentidos
Por eso toda imaginación posible
es un cuadro de costumbres
o una estación de autobuses en llamas
provocadas por un anciano ebrio
que no responde por su nombre
Toda imaginación nos libera de la carga
de relatar la caída del universo conocido
o de azotar con fuerza a los responsables de la
permanencia
Toda imaginación nos condena
por el solo hecho de existir
a escuchar sonidos
sin cuerpos materiales que los provoquen

46
Chiflados y chiflidos

—¿De qué se va a tratar tu columna esta sema-


na?
—No sé...
(Cincuenta minutos después:)
—De chiflados y chiflidos.
—No la chi...
—A que chí.

No sé usted, pero de repente resulta cansado man-


tener el ritmo de información. Ver que uno anda
batallando y los funcionarios se adelantan algu-
nos millones de aguinaldo o se inventan fiestas de-
cembrinas para gastarse alegremente lo que no es
suyo, como que fastidia un poquito. O un muchito.
Y luego con sus chifladuras... En 52 tips para escribir
claro y entendible el maestro Eusebio Ruvalcaba
nos comenta:

Los políticos son proclives a recurrir a la grandi-


locuencia para ocultar sus ideas, que es decir
sus intenciones verdaderas. Porque la grandilo-
cuencia hace quedar bien al hombre ignorante
o al hombre avieso.
La grandilocuencia es como la espuma de
la cerveza. Que visualmente a muchos les pue-
de parecer muy linda; pero aun ellos le soplan
para quitársela y quedarse con el líquido ámbar.
De lo contrario, se embarran la boca...

47
Cansado de política y políticos, hoy tengo ganas
de jugar con las palabras, o mejor, con sus sonidos.
Las mismas que usamos para comunicarnos, para
cantar o decir cuánto dejan que desear funciona-
rios electos o nombrados, flamantes o ya por salir.
Como escribió Guillermo Samperio, metámosle el
abrelatas a las palabras «para abrir de cuajo esta
vida». Pongámosles música, démosles ganancia
con eso que los estudiosos del lenguaje llaman fun-
ción poética: el lenguaje por el lenguaje, por lo que
suena.
No es lo mismo estar chiflado (como algunos
habitantes de las públicas vías, o aquellos que no
ponen sus direccionales) que andar chiflado (por
alguien, o sonrojados y sonrientes porque nos ala-
baron algún trabajo o vestimenta), mucho menos
lo es hacerse el chiflado (como ciertos ya mencio-
nados políticos). Mejor chiflemos antes de que nos
manden a chiflar en la loma. Si bien una mayoría
prefiere escuchar (mediante audífonos o con boci-
nas invasoras), habemos quienes acompañamos al
músico de nuestro gusto.
Chiflar. Suena bonita la palabra, ese silbar mexi-
canizado (la che como uno de los fonemas de la
equis, como en Xola, xoloiscuintle) musicalizado
con toda la fuerza de la onomatopeya. O algo así.
Chí que chí.
Antes de hablar el ser humano se ya comu-
nicaba. A gestos y gruñidos. Cuentan que el silbi-
do nació de la imitación del viento, y de pájaros
de cuatrocientas voces y otros animales. Este y el
aplauso fueron las primeras respuestas sociales ante
la comunicación, y quizá en los teatros griegos fue-
ron oídos los primeros sonidos agudos grupales de

48
reprobación o de acompañamiento. No se trata
aquí de los primeros ni de los tan mexicanos recor-
datorios maternales pentafónicos, tampoco de los
piropos chiflados, sino de esa otra manera de hacer
música.
El chiflido es lo que nos queda a veces como
reliquia de la música ritual a quienes no sabemos o
no podemos cantar. Y entonces, aunque sea por lo
bajo, chiflamos. Hay artistas del silbido y otros que lo
hacemos por no dejar, por sentir cierta música. Mi
abuelo, por ejemplo, era un jilguero que desde que
amanecía hasta que se iba a dormir ensayaba to-
nadas frunciendo los labios, puras de esas llegado-
ras, de sus tiempos. De él a varios nietos se nos pegó
la costumbre y andamos siempre con la trompa
emitiendo algunas canciones de ayer, hoy y siem-
pre. Con el Cotorro podía estarme horas platican-
do a chiflidos.
Según la versión oficial chiflar viene del latín si-
filare, variante popular de sibilare, silbar. Esto del
lenguaje culto vs. vulgar es un tema que siempre
recomiendo, para ver cómo y por qué han cam-
biado las palabras, o para ver por qué tenemos pa-
labras como exhumar y desenterrar para referirnos
a lo mismo. A veces nos equivocamos en el origen
de una palabra y surgen lo que llamamos «falsas
etimologías», pero a veces le atinamos: creemos
que dos palabras están «emparentadas» por tener
la misma raíz pero ni en cuenta. O sí. Que «suenen
parecido» no indica el mismo origen. Sibilar, por
ejemplo, suena a silbar, pero también a sibila (mujer
que decía o «susurraba» el futuro) y a sílaba (la emi-
sión de fonemas en una solo golpe de voz, es decir,
al soltar aire por la boca). Sifilare podría parecerse

49
a sifón, por el sonido del agua gasificada al salir. O
chiflón: el golpe de aire.
Si bien hay quienes distinguen chiflar (un sonido
corto, generalmente para llamar la atención) de
silbar (hacer música), en la práctica son sinónimos,
a menos que seamos arrieros. Los chiflidos son tan
expresivos, ¡casi poéticos! Es memorable el diálogo
chiflado de Pepe el Toro con su Chorreada, el coro
de crucificados en La vida de Brian (Monty Python,
1979), el silbido de la muerte en Kill Bill (Twisted Ner-
ve de Bernard Hermann) o las canciones que incor-
poran el silbar como elemento optimista: Winds of
change de Scorpions, Love generation de Bob Sin-
clair, All star de Smash Mouth, Dont worry, be happy
de Bobby McFerrin y I’m alive de Michael Franti &
Spearhead (todas disponibles en mi lista de repro-
ducción “Optimismo o algo así” en YouTube).
Caminar y chiflar para hacer soundtrack.
En Instrucciones para ser perfecto, Ron Padgett
recomienda: «Aprende a chiflar fuerte». Y hay políti-
cos que deberían irse a chiflar... porque ya ni la chi-
flan. Hoy pienso acompañar a varios artistas en sus
veredas musicales... y ya para la siguiente columna
trataré de chiflar otra tonada.

50
¡Qué tarde es!

Hay quien este domingo se levantó igual que siem-


pre, total, no hay prisa. Hay otros que lo hicieron a
las carreras y viendo el reloj: ¿Qué hora es? No hay
plazo que no se cumpla y se ha llegado el temido
cambio de horario, la entrada del «horario de ve-
rano». En plena madrugada, una hora menos, una
hora que ha desaparecido automáticamente en
teléfonos y computadoras. Los que aún usamos re-
loj de pulsera nos levantamos a cambiarlo a mano,
acaso con enojo si fue porque anoche lo olvidamos.
Ya nadie usa leontina, pero ahí vamos, como el
Conejo Blanco de Lewis Carroll: «¡Ya se me hizo tar-
de! ¡Qué tarde es!»
¿A dónde se fue esa hora? Una hora más la
desperdiciamos en cualquier tontería, pero la sen-
sación de que nos la han robado es cruel. Bien pu-
dimos leer, dormir, abrazar, caminar, ver videos de
gatitos. ¿A dónde se va todo el tiempo? Hay quien
dice que el presente es como la esquina de dos pa-
redes perpendiculares: no existe. Es la intersección
entre dos planos. ¡Imagínense que el tiempo se hu-
biera enojado con nosotros, como con el Sombre-
rero Loco, y nos hubiera condenado a vivir en cierta
hora!
Quizá esa hora era una página llena de histo-
rias maravillosas. O no. Quizá era la hora decisiva.
Al no estar esos 3 mil 600 segundos es como si nos
encontráramos una página en blanco en medio
del libro, justo cuando nuestro protagonista está en

51
su enfrentamiento contra la sombra que ha surgido
de la nada y está a punto de revelar su nombre. El
tiempo es relativo.
Lo sabía el político adulador de aquel chiste que
cuando el presidente de la república preguntó qué
hora era, respondió: «la que usted quiera, señor».
A los demás suele olvidársenos que no hay horas
sino instantes.
«Cuando un hombre está durmiendo tiene en
torno, como un aro, el hilo de las horas, el orden de
los años y de los mundos. Al despertarse, los con-
sulta instintivamente, y, en un segundo, lee el lugar
de la tierra en que se halla, el tiempo que ha trans-
currido hasta su despertar; pero estas ordenaciones
pueden confundirse y quebrarse», escribió Marcel
Proust. Así andamos hoy varios, en busca del tiem-
po perdido.
El tiempo es una variable, dijo Einstein. Tic-tac.
«Sabia virtud de conocer el tiempo...», empieza el
célebre soneto de Renato Leduc. Bien lo saben los
políticos al aprovecharlo para sacar tajadas de
contratos, para hacer negocios, para poner a sus
cuates en puestos clave, para viajar con el erario,
para garantizar el futuro de su familia por varias ge-
neraciones. No pueden viajar en el tiempo pero
buscan manipular su percepción. Total, no pasa
nada. El cinismo, la ambición de estos aprovecha-
dos sí que es (problema) mental.
«El reloj político también tiene sus horas con-
tadas», vaticinó Salvador Nava Martínez en 1992.
Parece que le ha fallado hasta ahora con tantos
fiscales vendidos y gobernadores en fuga, con la
Cámara de Diputados convertida en santuario
para prófugos, con el aparato de «justicia» justifi-

52
cando el acoso y la violencia, narcotraficando (no
sé si exista pero me gusta el verbo), o defendiendo
a ultranza las instituciones aunque se note a leguas
que se están cayendo a pedazos. No es mental,
no es sólo percepción. Cambian las siglas y las le-
yes, pero siguen los mismos, sus amigos o sus juniors.
«Los muertos que vos matáis gozan de cabal salud»,
dice una frase de Corneille atribuida a José Zorrilla.
Desaparecieron sesenta minutos. Alguien los le-
vantó. Ya nos llegará la hora pero mientras, como
decía Thomas Carlyle: «Tenemos un intervalo, y lue-
go el lugar que ocupamos deja de pertenecernos.
Algunos pasan este intervalo en una especie de le-
targo, otros lo dedican a la pasión, los más sabios,
al menos entre «los hijos de este mundo», al arte y
las canciones. Porque nuestra única oportunidad
es expandir ese intervalo, en lograr tantos latidos
como nos sea posible durante ese tiempo». Las ho-
ras contigo. ¡Esas son las imprescindibles!
Quiero terminar la colaboración de esta sema-
na con «El mapa», del genial Juan Bañuelos, escritor
chiapaneco fallecido esta semana, a los 82 años.
Un poema actual, tristemente actual, que nos ape-
la... en fin, voy a darle vuelta a mi clepsidra. «Des-
pertemos», no es tarde. No importa cuánto cam-
bien los horarios.

He mirado la patria largamente.


Se le nota tristeza hasta en el mapa.
Las personas mayores nos explican
que es libre, sin acecho atentísimo de zarpas.
Y a punto estuve de quedarme ciego
porque a la patria la oscurecen llagas,
la pisan botas, se le cierran puertas:

53
necesaria prisión con calles vigiladas.
Con el sudor de todos levantamos la espera,
pues no hay dolor que dure lo que dura una
mancha.
Que sabemos de noches, de sentencias, ami-
gos,
pero también sabemos que llega la mañana.
Despertemos, seamos el metal derretido,
lo que quiera la sed, la tierra trabajada,
lo que quieran las piedras, la sencillez del huerto,
lo que pidan las llamas,
en fin —al fin— la piel abierta en surco.
He visto largamente el mapa.
Pensé en mis hijos. Duele. Y eran todos los niños.
Fui deletreando el nombre de la patria
mientras buscaba dónde, dónde poner los ojos.
Y recordé de pronto algo que sangra:
Mexicano de tierra ensalinada,
desollado haraposo,
comedor de la noche y de las hojas,
catástrofe de costa a costa,
ando buscando a un pueblo,
ando buscando a un pueblo.
Habla.

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Año nuevo 2017: los buenos propósitos

Fin de año. Como otras fechas marcadas en el ca-


lendario, es motivo de pachanga y de reflexión. En
nuestra muy humana forma de contar el tiempo,
de ponernos de acuerdo sobre él, empieza otro ci-
clo, representado por un bebé que en 364 días será
un anciano de larga barba, apoyado en su bastón.
Así nosotros, nacemos, envejecemos o morimos en
cada instante, que de eso está hecha la vida.
Desde ya quiero advertir que este año no me
hago más propósito que el de sobrevivir. Y si no lo
cumplo no me lo echen en cara. Lo más que me
propongo es leer y escribir lo más que pueda, que
eso es parte de sobrevivir. Juntar palabras no es fá-
cil pero me divierte, me enajena, hace trabajar a la
memoria de teflón que tengo. No entiendo a quien
puede vivir sin leer ni escribir (o pintar o cualquier
otra forma de expresión-relajación-emoción).
Tengo quizá lo que Vila-Matas llama «el mal
de Montano». Por algo veo el inicio de año como
el viaje que recomendaba Constantino Kavafis:
«Cuando emprendas tu viaje a Itaca / pide que el
camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de ex-
periencias...»
El año pasado leí varios libros de Paul Auster y
de Milan Kundera, y quisiera compartirles algunos
de mis subrayados. El primero, en La invención de la
soledad, habla sobre la memoria:

Para que un hombre esté verdaderamente pre-

55
sente entre lo que lo rodea, no debe pensar en sí
mismo sino en lo que ve […] La pluma nunca se
moverá con la prisa suficiente como para repro-
ducir cada palabra descubierta en el ámbito de
la memoria. Algunas cosas se pierden para siem-
pre, otras cosas quizá vuelvan a recordarse y otras
más se encuentran y se pierden una y otra vez.

A propósito, ¿anoche cuántos propósitos se hizo?


Entre uvas, sidra o champán, tequila y pavo, ¿cuán-
to no juró cambiar? Lo importante fueron los abra-
zos, la buena vibra que ojalá se haya sentido entre
los sobrevivientes al apocalipsis 2016. En recuerdo
de anoche, de esa última noche, lean Happy new
year, de Julio Cortázar:

Mira, no pido mucho,


solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada
dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Asì la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

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Los buenos deseos muchas veces se quedan en eso,
pero vaya que da emoción darlos y recibirlos. Suelo
ser pesimista («un pesimista es sólo un optimista bien
informado», decía Mario Benedetti), y sin embargo
les deseo lo mejor, a todos (y todas, no me vayan a
acusar de invisibilización). Que haya coincidencias
y grandes atardeceres, que haya dinero suficiente
y miradas en las cuales reflejarse. Y me quedo hoy
con la poesía de Jorge Luis Borges:

Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que
surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.

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Año nuevo 2018: recuento de los daños

La palabra año viene de añorar. Bueno, no. No es


cierto pero suena bonito. Las falsas etimologías algo
tienen de poético. Año en español, con eñe como
que suenan bonito, como enseñar, reseñar, diseño,
desgreñe o sueño. Otro año. Llega ya 2018 y poco
falta para que, como a teléfono de monedas, nos
caiga el veinte, los dos veintes: 2020, ¿qué tanto
ya? Ojalá se nos haga verlo.
Aunque a diferentes horas, según el meridiano
y paralelo que ocupemos, los que nos guiamos por
calendario gregoriano —además de la clepsidra o
la leontina— creemos, y así lo manifestamos, que
cumplimos una vuelta más al sol a bordo de esta es-
fera casi azul, con tantas especies vivas, supónese
que al menos una pensante y casi todas sintientes.
Alguna más parasitaria o depredadora que otras.
Si me leen es que llegaron al último día de 2017.
Yo no sé si llegue, porque escribo antes, como cin-
co horas antes. No, menos, como diez...
¿Qué pasó este año? 365 días. ¿Pero cuántos
instantes memorables? Nos pasa de todo, todo
pasa pero dicen que no pasa nada. Hace poco al-
guien me reprochaba hacer un recuento positivo
del año, de “mi” año, como si los anteriores no exis-
tieran. Pero es útil hacer cortes de caja. Como dice
Andrés Eloy Blanco:

Esta es la noche en que todos se ponen


en los ojos la venda,

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para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una perdida...

Muchos me apoyaron este año, amigos nuevos,


cómplices en la escritura. Reencuentros. Hubo deu-
das y compromisos, mucha lectura. Tuve talleristas
maravillosos. Se presentaron muertes y sonrisas. La
familia estuvo allí. Traté de hacer las cosas bien, un
día a la vez, aunque muchas no resultaron, con la
conciencia de eso que expresa Wislawa Szymbors-
ka:

En esta escuela del mundo


ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano...

No creo en el karma, ni en que todo se paga en


esta vida. Desgraciadamente, la mayoría de los
actos criminales permanecen sin castigo. Creo que
se puede hacer un cambio, pero depende de las
personas, del diálogo respetuoso, de la discusión sin
prejuicio. La dialéctica como vía. No es algo fácil
cuando diputados reprobados en su desempeño
ya están pensando en tener otro puesto o reele-
girse, cuando se denuncian con pruebas actos de
corrupción y no pasa nada, donde medio mundo
se pasa los altos, se estaciona en donde quiere, se
mete en la fila, da mordida, no pone las direcciona-
les nunca o se mantiene en su puesto por palancas.

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Hoy, al menos mientras comemos uvas y toma-
mos champán (o sidra o cerveza), hay esperanza.
Hay planes y sueños para esta nueva vuelta al sol.
Entre sus odas, Pablo Neruda tiene una al año nue-
vo, de la que comparto algunos versos:

pequeña
puerta de la esperanza,
nuevo día del año,
aunque seas igual
como los panes
a todo pan,
te vamos a vivir de otra manera,
te vamos a comer, a florecer,
a esperar.
Te pondremos
como una torta
en nuestra vida,
te encenderemos
como candelabro,
te beberemos
como
si fueras un topacio...”

«Estar contigo o no estar contigo es la medida de


mi tiempo», escribió Jorge Luis Borges. Hay que estar
con quien nos quiere mientras se pueda, que año
nuevo es cada día.
Vamos por esos amaneceres. Un abrazo.

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