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Alexandro Roque
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© Alexandro Roque
7 Diciembre de 2016:
la invención de la felicidad
30 Volver a la tragedia
47 Chiflados y chiflidos
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Bienvenida
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Diciembre de 2016:
la invención de la felicidad
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cuatro años). O se le aparecieron los tres fantasmas
de la navidad o ya quiere que se vayan de su casa
la nieve y la escarcha. O ya debo dejar de literatu-
rizar las coincidencias.
Ah, la navidad. Rodrigo Fresán se pregunta «¿se
cree en la Navidad o es la Navidad la que cree en
nosotros?», y se responde:
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establo donde los hombres engullen y se estier-
colizan? ¿No cambian, por obra de una infernal
alquimia, las cosas más bellas, puras y divinas en
excrementos? Y luego se tumban sobre los mon-
tones de estiercol, y a eso llaman “gozar de la
vida”.
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Loca, la Fé vive el sueño de su culto.
Un nuevo Dios es una palabra —o un nuevo sonido
No busques ni tampoco creas: todo está oculto.
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Diciembre 2017:
Navidad es el tema
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producto. Y sí, que la navidad sea el tema de ora-
ciones de buenos deseos, creamos o no. Oremos.
Oracionemos. Creemos ese lenguaje sintáctico
y sin táctica aunque seamos melancólicos como
este tundeteclas.
Colores, olores y sonidos disfrutables aun para
los melancólicos. Villancicos entre cada misterio. La
letanía como mantra. Ora pro nobis. Las letanías,
dice Umberto Eco, «como los directorios telefónicos
y los catálogos, son un tipo de lista», y dice que son
de dos tipos, prácticas y poéticas. Las letanías nos
acercan a coro mediante el sonido a otra concien-
cia. Vestir y arrullar al niño, darle un beso. Negar en
principio y luego dar posada entre velas y luces de
bengala. Hablábamos también hace unas sema-
nas de la belleza de los rituales, de cómo nos acer-
can a otros seres humanos.
Noche de evocaciones, de abrazos. Empiezan
los recuentos. Del año que ya casi termina, sobre
todo, pero también de vidas enteras. Mejor en no-
chebuena que en año nuevo, cuando los buenos
deseos, los planes y promesas eclipsan a los re-
cuerdos y la fiesta se impone sobre la nostalgia. Es
tiempo de famlia, de alguito de cariño. Por algo un
libro del padre (Joaquín Antonio) Peñalosa se titu-
la Canciones para entretener la nochebuena. Esta
noche hay buñuelos y oración, algunos mecen la
figura del niño, la acuestan y reparten chocolates y
dulces. Dice Peñalosa al interpretar las sensaciones
del arcángel Gabriel la noche de la anunciación:
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inmóvil, pensierosa,
cual si no percibiera
que Dios estaba ahí en la sala de espera
por si lo dejaba entrar.
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Días del libro, pretexto y afán
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al menos una persona de un grupo, ya la tenemos
de gane. Así ha sido: siempre me encuentro mínimo
con dos o tres gratas sensibilidades cada vez que
estoy en un aula: leen con gusto, piden otras lectu-
ras, dudan, proponen, crean.
Como bien dijo en una entrevista el escritor
Eduardo Mendoza, Premio Cervantes 2017: «No es
importante que todos lean, sino que algunos lean
y lo hagan bien». Y, contra lo que se estila hoy en
tantas escuelas, dice que la lectura no tiene que
ser «divertida» o «fácil de entender»: «Hay clásicos
aburridísimos que hacen que se te caiga la cabe-
za cuando los lees, pero son buenísimos y hay que
leerlos». Hay lugares donde se lee pero no se intenta
avanzar hacia el lector modelo en el que idagan
Eco, Calvino y otros autores.
Veo a algunos niños que tienen por niñera la
computadora o el teléfono inteligente, me pregun-
to que será de ellos en unos años: se saben de me-
moria las canciones de las películas, diálogos de se-
ries o caminos de videojuegos, y se alteran mucho
cuando se les quita la electricidad. No soportan la
aleatoriedad y las coincidencias de la «vida real».
Ciertos jóvenes y adolescentes no pueden estar
una hora sin revisar su mensajería, sin importar si es-
tán en clase o en la hora de la comida. Alumnos
de licenciaturas en ciencias sociales se quejan de
que se les pide «leer mucho»; incluso hay quienes
recomiendan que los textos para Internet no exce-
dan de una cuartilla (1800 caracteres) para que el
lector «no se vaya», y que «sean entendibles».
Otros indicadores: según el Cerlalc (Centro Re-
gional para el Fomento del Libro en América Lati-
na y el Caribe) los mexicanos estamos en segundo
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lugar segundo lugar regional de leer «por gusto»
por un promedio de 5.3 libros al año. ¿Es poco o es
«suficiente»? Y en la Encuesta nacional de hábitos,
prácticas y consumo culturales (Conaculta, 2010)
resultó que en San Luis Potosí sólo 28.4 % de la po-
blación ha visitado una librería, mientras 86.7 % no
compró ningún libro el año anterior. ¿La principal
razón (24.81 %)? «No le gusta leer».
Con toda mi desconfianza a listas y encuestas
me sumerjo en la página electrónica de la mayor
librería del país en busca de los más vendidos. Hay
una tercia de clásicos y una mayoría recién salida
de la imprenta. El primer lugar es El mito del empren-
dedor. Por qué no despegan las pequeñas empre-
sas, de Michael E. Gerber. El segundo es Después
de las 11:11, de Ricardo Talavera, al parecer un libro
de poemas (malitos, por lo que se lee en las pági-
nas disponibles en la red). Entre los primeros 20 libros
hay desde 99 pesos (cuentos de Edgar Allan Poe) a
mil 500 pesos (la compilación del Inventario de José
Emilio Pacheco). Cuatro de esos veinte son escritos
por mujeres.
¿Qué hacer? Ante las desconfianzas actuales a
memorizar u «obligar» a leer, Fernando Iwasaki pro-
pone:
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los maestros les explicaran la relación que existe
entre la armadura de Aquiles y la armadura de
Iron Man o entre la espada Excálibur y las espa-
das láser de La guerra de las galaxias, los alum-
nos lo agradecerían.
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Somos un libro que alguien lee
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samos que alguien (muchas veces alguien con
nombre y apellidos) nos lee. La lectura primero, y los
lectores. Como escribió Fernando Gamboa:
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Y luego me dio por escribir, gusto que igualo con via-
jar, conocer paisajes, personas. Como escribió en su
Diez consejos para autopublicarse y no morir en el
intento (disponible en mi blog) Fernando Gamboa:
«Disfruta de tu vida, en fin, porque no tendrás otra.
Y luego vuelve para contarla».
Hoy celebramos a Sor Juana aunque hay mu-
chas sor Filoteas, que niegan espacios y censuran.
Sores necios que acusáis... El punto es: en la lectura
y en la escritura disfrutemos, alimentemos lo esen-
cial. Como dice Wislawa Szymborska:
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Pennac: los derechos del lector
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ta para salir corriendo de regreso a San Luis Potosí.
Con las notas de La gota fría tomé el taxi rumbo a
la central y hoy me recuerda esa fiesta y esos días
que espero con ansia todo el año. Otros años he re-
gresado como periodista o como editor, y luego he
ido otro par de veces por mi cuenta. ¿Iré este año?
¿Y el que sigue?
La FIL como fiesta de la palabra escrita, se decía
antes. Hoy hay mesas de booktubers, fanfics, dispo-
sitivos electrónicos, novela gráfica e hiperescritura.
Pero los libros gozan de cabal salud. Quizá con lo
escrito reducido, o sin lo escrito, o a pesar de lo es-
crito, pero es la palabra. Lo escrito imita, crea, na-
rra, define. Dice Helène Cixous: «La condición por
la que comenzar a escribir se vuelve necesaria y
posible: perder todo, haber una vez perdido todo.
Y esta no es una ‘condición’ pensable. […] Escribir
comienza sin ti, sin yo, sin ley, sin saber, sin luz, sin es-
peranza, sin lazo, sin nadie cerca de ti».
Regresemos a Pennac. Él, cómplice de quienes
lo leen, habla con iguales, conoce lo que los lecto-
res creemos hacer en total secreto. («Hipócrita lec-
tor, mi semejante, ¡mi hermano!», escribió otro fran-
cés.) Pennac habla de, por ejemplo, un derecho a
no leer. Si alguien no lee por ello no es menos que
otro. Claro, esto aplica solo a la lectura de obras
literarias: hay áreas donde el encargado tiene que
saber lo mínimo y que no le guste leer no es excu-
sa para no saber: «El derecho a no leer nos permi-
te períodos de dieta, durante los cuales no tene-
mos ningún libro en nuestras manos, ya sea porque
existen otras obligaciones, otros entretenimientos u
otros intereses que ocupan nuestro tiempo, sin de-
jar por ello de seguir siendo lectores». Leer es como
amar, ya se ha dicho.
También, por qué no, tenemos el derecho a sal-
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tarnos páginas, así como en este diario leeremos
solo ciertas columnas y solo ciertas noticias. A quie-
nes se saltan páginas les advierte: «Un gran peligro
les acecha si no deciden por ellos mismos lo que
está a su alcance y se saltan las páginas que ellos
escojan: otros lo harán en su lugar. Se armarán con
las grandes tijeras de la imbecilidad y recortarán
todo lo que consideren demasiado “difícil”».
Esto se aplica a secciones del noticiero o de la
serie en turno. Por lo mismo otro derecho es a no
terminar un libro (o serie o película), como debería-
mos poder quitar a los políticos incumplidos:
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Vilipendiamos la estupidez de las lecturas ado-
lescentes, pero no es raro que nos rindamos al
éxito de un escritor telegénico, del que nos bur-
laremos cuando haya pasado de moda. Las
preferencias literarias se explican muy bien por
esta alternancia de nuestros caprichos ilustra-
dos y de nuestras negaciones perspicaces.
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Escuadrón Suicida
y otros equipos diferentes
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protagonista y antagonista: no es «malo» el inspec-
tor Javert al perseguir a Jean Valjean en Los misera-
bles, sino que cumple con su misión (y visión) de la
ley. Los presos y vigilantes de Prison Break cambian
de bando según su personal táctica y estrategia.
Los superhéroes tienen su origen la primera epo-
peya conocida, escrita en tabletas de barro: Gil-
gamesh. Y desde entonces, hace miles de años,
el héroe se ha apoyado en un «ayudante», para
«combatir al mal» o «luchar por la justicia». Y des-
de Gilgamesh ha habido enfrentamientos entre
héroes y ayudantes (resueltos mediante lo que los
oponentes consideran un objetivo común). Pero
no bastaba. Había que enfrentar historias diferen-
tes. A veces lo difícil, y por ello más sustancioso, es
enfrentar a buenos contra buenos. ¿Quién ganaría
de Zeus y Odín? ¿O de Atenea y Thor? Y se crearon
las historias de equipos, de historias ya conocidas
popularmente. Surgieron así desde la serie Once
Upon a Time (Érase una vez...) hasta Los Avengers
(Vengadores). Crear universos donde conviven y se
enfrentan seres populares o poderosos es también
la premisa muchos fanfics y lo es de Supermán v
Batman, o Alien vs. Depredador. Acostumbrado el
gran público a las espectáculares escenas de pe-
lea, a los más fábulosos efectos especiales, a que
los más profundos conflictos humanos se resuelven
a golpes, así llega Escuadrón Suicida, que al pare-
cer nos queda a deber algo más que los simples
siete minutos que sale el Joker.
La Liga de los Hombres Extraordinarios fue una
película basada en la historieta del mismo nombre
de Alan Moore. Para enfrentar a M —que resulta
ser la inicial de Moriarty, el legendario enemigo de
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Sherlock Holmes—, el gobierno británico basa su
defensa en la creación de un equipo integrado por
Allan Quatermain (protagonista de Las minas del
rey Salomón, de H. Rider Haggard), Tom Sawyer (de
las novelas del mismo nombre de Mark Twain), el
capitán Nemo (de 20 mil leguas de viaje submari-
no de Julio Verne), Mina Harker (Drácula, de Bram
Stoker), el hombre invisible (de H.G. Wells), Mr. Hyde
(de Robert Louis Stevenson) y Dorian Gray (Óscar
Wilde). Con sus críticas, a la larga la combinación
se ganó su lugar entre cierta crítica.
En referencia a esta posibilidad de combinar
personajes el escritor Alberto Chimal hizo su alinea-
ción de personajes mexicanos que podrían formar
una liga así, y dio con que lo integrarían Horacio
Kustos, explorador creado por él:
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blanco enfrenta a los villanos de la vida real, esos
que inventan verdades históricas y dan por hecho
que ya han conquistado el mundo.
Por mi parte creo que nos debemos una historia
en la que compartan créditos Chanoc, Fantomas,
El Pantera, Evaristo Reyes (de Enrique Serna) y Buba
(de José Quintero), en pugna contra los vampiros,
partidarios, compadres y similares del Ministerio de
la Verdad.
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Volver a la tragedia
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tragedia a nuestra época es una falta de respeto
a ese género fundado por los griegos, en el que la
heroicidad se enfrenta a duras pruebas, a una gran
caída, y donde el destino (o los dioses, o las casua-
lidades) sacan lo mejor de la fortaleza o el carac-
ter de los protagonistas, enfrentándolo a una crisis
ética o estética, que desemboca en una profunda
reflexión del público acerca de la persona, su socie-
dad y su cultura
Marx escribió algo así como:
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los dioses sobre el destino...» El coro dialoga con el
público, es su voz en el escenario. Y busca hacer
reaccionar a personajes y al público.
Si en una obra el personaje no viaja o no cam-
bia, sentimos que no pasó nada. Escribió Bennett
Simon: «El conocimiento trágico implica que al final
de la obra los personajes y el público conocerán
todo aquello que no conocían al principio de la
misma, y se conocerán ellos mismos en un sentido
que antes no habían experimentado».
Si hay tragedia que sea de la buena.
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Juan Rulfo: Me acuerdo...
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de los medios de comunicación. Ahí surgió la mejor
novela y varios de los mejores cuentos mexicanos.
Hoy todo mundo (se supone, al menos, de ba-
chillerato para arriba) conoce la obra rulfiana y el
escritor se ha vuelto un personaje sobre el que tam-
bién todo mundo habla, y de ambos se cuentan las
más diversas opiniones. Como dijo Federico Cam-
pbell, «cada quien se inventa su Juan Rulfo». Su
personalidad callada, el no haber publicado más,
el haber trabajado en cualquier parte, la mágica
poesía de sus personajes y sus descripciones, provo-
can aún la envidia y el intento de apropiación de
diversos sectores políticos, artísticos y económicos.
El interés por conocer más de la vida de nues-
tros autores favoritos lo desarrollamos todos los gus-
tosos de la lectura. ¿Qué tanto o dónde se cuela
la persona en su texto? ¿De dónde saca las ideas?
¿A quiénes leyó y cómo fue desarrollando su pro-
pia creación? De ese interés, que en muchos se
queda en morbo, se desencadenan lecturas a pro-
fundidad, especializadas, de otros creadores o de
miembros de la academia institucionalizada, léase
críticos e investigadores universitarios. En todo texto
hay contexto, así sea para romperlo, o reinventarlo,
y la obra rulfiana lo tiene, pero ese tratar de meterse
con calzador a la obra y vida de Rulfo ha dado lu-
gar a muchos disparates académicos y de los otros.
«¿Qué país es éste, Agripina?», se pregunta un
narrador, el de Luvina. Y ella sólo se encoge de
hombros. Así seguimos, en el centenario de su autor.
¿Qué país es éste? Aislado voluntariamente de una
comunidad literaria plena de egocentrismos, Rulfo
ha sido objeto de miradas que quizá no le hubieran
gustado. Las castas y la visión centralista siguen en
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todos los ámbitos, y la literatura no es excepción,
como buena generadora de capital simbólico. La
Fundación Rulfo, en la que están sus hijos, ha defen-
dido su visión familiar, su animadversión por dispen-
dios oficiales y usos del nombre en simulaciones y
textos «difamatorios».
Con toda razón, creo. Y ha sido atacada como
si lo hiciera por razones económicas, o por capri-
cho. ¿A ustedes les gustaría que cualquiera diera
su versión de lo que ustedes piensan o han hecho?
¿Que les inventen dichos o comportamientos? A mí
no. Si Rulfo estuvo en contra de la demagogia y los
grupismos (mafias) y prefirió apartarse, no es justo
que el Estado y sus intelectuales se lo quieran apro-
piar con homenajes o interpretaciones retorcidas.
Ya lo dice el narrador en Luvina:
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el gran Bernal Díaz del Castillo: ‘Los hombres que
murieron habían sido contratados para la muer-
te’, yo, en los considerandos de mi concepto
ontológico y humano, digo: ¡Me duele!, con el
dolor que produce ver derruido el árbol en su
primera inflorescencia. Os ayudaremos con
nuestro poder. Las fuerzas vivas del Estado des-
de su faldisterio claman por socorrer a los dam-
nificados de esta hecatombe nunca predecida
ni deseada. Mi regencia no terminará sin habe-
ros cumplido...
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Jorge Ferretis: “Esa patria tan mentada”
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enfrentamos a un enemigo común pero aguanta-
mos a otros, acaso más nefastos, nos boicoteamos
entre nosotros.
Por eso es tan importante el nivel y calidad de la
información que cada quien posee, que contrasta,
que aplica a su vida y a su relación con los demás.
Pero aquí no pasa nada. Se hacen leyes, convenios
y cambios de funcionarios y siguen los mismos con
las mismas mañas. Ni nos ven ni nos oyen, no cono-
cen o no quieren conocer al México profundo del
que hablaba Guillermo Bonfil Batalla.
El título de la columna de hoy fue tomado de
un relato del escritor rioverdense Jorge Ferretis. En él
un cargador, llamado Juan, es objeto de burlas en
la cantina por preguntar quién es la Patria, dónde
está: «Pero güeno, digo yo, ¿pero quén es esa pa-
tria tan mentada?» Compra una botella de alcohol
y sale en su burro. En el camino, ya ebrio, tiene un
diálogo con la Patria, a quien ve como una señora
bella y noble. Ella le pide sentarse.
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algunos de los centavos que a ti te quitan por
vender tu leña. Como es tan humano holgar,
festejan. ¿Un motivo? ¿Cuál hay mejor que yo,
que no protesto? Pero me tienen, Juan, como
dijeras tú, casi “tullida”. En la hora oficial muchos
honores, sí, con muchos cantos; pero después
me venden, Juan (y mientras llega comprador,
me alquilan). Ojalá todos tus centavos se volvie-
sen papelillos de colores: otros se hacen gan-
grena en manos que sobornan, prestidigitación,
mujeres caras, discursos, y promesas, y muchas
cosas más que tú no sabes entender. Y sangre,
mucha sangre y muchas balas.
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Eusebio Ruvalcaba (1951-2017)
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La música (la clásica, principalmente), la belleza fe-
menina, la noche y el amor eran sus grandes temas.
No, más bien sus grandes pasiones, y por eso escri-
bía así esas páginas en las que tantos nos encontra-
mos, sonrientes o asintiendo. Y más allá de escribir,
con la disciplina que requiere quien dice dedicarse
a este oficio, corregía, editaba, buscaba las estra-
tegias y los trucos del entrecruzamiento de letras,
de sonidos e imágenes que forman la causa y el
efecto de esto que llamamos literatura. Dio cuenta
de los claroscuros que tenemos todos los que nos
dedicamos a dar teclazos sobre Eros y Psique, sobre
el mundo que (aparentemente) nos rodea.
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partes de la anatomía femenina, sus edades y sus
cualidades. Y en todos sus libros hay esa fascina-
ción por el ritmo, por la música y las palabras que
provienen de lo femenino, a quienes dedicaba le-
tras y brindis, tristezas y sonrisas.
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Luis Guillermo y Luis Alberto
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oficiales, notas informativas o hasta textos literarios.
«Quien escribe debe amar las letras y eso, por
necesidad, incluye respetarlas», escribió Guillermo
Samperio, fallecido el miércoles a los 68 años. Mén-
digo 2016, ha sido una otras otra. El maestro Sam-
perio fue coordinador de numerosos talleres, escri-
bió de casi todo en todos los géneros posibles y fue
generoso con saberes y quereres. Respetar las letras
es buscar su música, su intención comunicativa, ex-
presiva. Y saber las reglas del juego. Ya después se
podrán romper. Como en las artes plásticas: prime-
ro hay que conocer técnicas, materiales, perspec-
tivas, proporciones. Hasta Picasso empezó a pintar
“imitando a la realidad” para después subvertirla.
Todos le hacemos al cuento pero no todos so-
mos cuentistas. De Guillermo Samperio leí Miedo
ambiente, en 1995, y utilicé algunas frases como
epígrafe para uno de los primeros cuentos que es-
cribí: «Esta tarde quiero meterle el abrelatas a mis
palabras, abrir de cuajo esta vida que cargo hace
tantos años, y todo para descubrir detrás de mis fra-
ses esa otra manera de seguir viviendo, de sobre-
vivir, de morir...» Después lo conocí y seguí en con-
tacto con él en las redes sociales, por correo. Los
textos que leemos no siempre dan idea del autor,
y hay lobos ególatras escondidos en palabras de
cordero, pero Samperio era un tipazo, compartido
y buena onda. (He tenido esa suerte, de conocer
a grandes escritores que son personas geniales, y
me honran con su amistad.) Samperio sabía que
escribir «requiere un trabajo rayante en la obsesión,
pero tampoco es imposible convertirse en escritor
de cuentos. Dedicación, intuición y lectura son los
tres ingredientes que hacen a un escritor». Y acon-
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sejaba «empezar por escribir mucho y, conforme se
vaya avanzando, la creación irá decreciendo na-
turalmente en cantidad, pero ganando en calidad.
El cuento, por definición, es breve».
Samperio, o Willy (como le decían los amigos),
o Guillóm (como signaba su blog, Tekstos desde la
Kómoda Web), firmó algunos textos como Guillén
de Lampart, el nombre de un protoindependentis-
ta de México. Lampart, de nacionalidad irlandesa,
fue quemado por la Inquisición en 1659; planeó, «en
solitario y fuera de contexto […] un nuevo régimen
con la elevación de la nobleza indígena al rango
de la española, la liberación de los esclavos», y una
«igualdad de oportunidades que reaparecerá en
los idearios de la Independencia».
No quisiera escribir tanto sobre la muerte pero es
un tema que se aparece a cada momento, como
si reclamara su importancia. Ya casi tenía esta co-
lumna, y había incluido un cuento corto de Sampe-
rio, cuando el jueves en la noche me enteré de la
muerte del poeta queretano Luis Alberto Arellano,
de apenas 40 años de edad. Llegó a San Luis Poto-
sí para estudiar el doctorado en literatura; llegó un
año antes, para aclimatarse. Llegó ya con amplia
fama como creador, ensayista y traductor, y el 7 de
septiembre de este año presentó su examen de ti-
tulación. Pronto se hizo de colegas, de amigos, de
cómplices. Fue él quien me consiguió una presenta-
ción de mi libro Olimpotosí en la galería Libertad de
Querétaro, donde compartí foto con Romina Ca-
zón y mi compadre Eduardo Garay Vega.
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arena que nos forma. Somos todos prófugos del
viento. Aquí ocurre que no hay agua, sino esté-
ril sed y sonoro silencio. Ocurre que la falda de
una mujer suda la materia de nuestros ruegos.
No viene la sombra con su pálido insomnio, con
su rosa fugitiva y los cristales enemigos del sue-
ño.
Huimos como todos los que regresan. Más
desviados pero más perdidos...
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Chiflados y chiflidos
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Cansado de política y políticos, hoy tengo ganas
de jugar con las palabras, o mejor, con sus sonidos.
Las mismas que usamos para comunicarnos, para
cantar o decir cuánto dejan que desear funciona-
rios electos o nombrados, flamantes o ya por salir.
Como escribió Guillermo Samperio, metámosle el
abrelatas a las palabras «para abrir de cuajo esta
vida». Pongámosles música, démosles ganancia
con eso que los estudiosos del lenguaje llaman fun-
ción poética: el lenguaje por el lenguaje, por lo que
suena.
No es lo mismo estar chiflado (como algunos
habitantes de las públicas vías, o aquellos que no
ponen sus direccionales) que andar chiflado (por
alguien, o sonrojados y sonrientes porque nos ala-
baron algún trabajo o vestimenta), mucho menos
lo es hacerse el chiflado (como ciertos ya mencio-
nados políticos). Mejor chiflemos antes de que nos
manden a chiflar en la loma. Si bien una mayoría
prefiere escuchar (mediante audífonos o con boci-
nas invasoras), habemos quienes acompañamos al
músico de nuestro gusto.
Chiflar. Suena bonita la palabra, ese silbar mexi-
canizado (la che como uno de los fonemas de la
equis, como en Xola, xoloiscuintle) musicalizado
con toda la fuerza de la onomatopeya. O algo así.
Chí que chí.
Antes de hablar el ser humano se ya comu-
nicaba. A gestos y gruñidos. Cuentan que el silbi-
do nació de la imitación del viento, y de pájaros
de cuatrocientas voces y otros animales. Este y el
aplauso fueron las primeras respuestas sociales ante
la comunicación, y quizá en los teatros griegos fue-
ron oídos los primeros sonidos agudos grupales de
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reprobación o de acompañamiento. No se trata
aquí de los primeros ni de los tan mexicanos recor-
datorios maternales pentafónicos, tampoco de los
piropos chiflados, sino de esa otra manera de hacer
música.
El chiflido es lo que nos queda a veces como
reliquia de la música ritual a quienes no sabemos o
no podemos cantar. Y entonces, aunque sea por lo
bajo, chiflamos. Hay artistas del silbido y otros que lo
hacemos por no dejar, por sentir cierta música. Mi
abuelo, por ejemplo, era un jilguero que desde que
amanecía hasta que se iba a dormir ensayaba to-
nadas frunciendo los labios, puras de esas llegado-
ras, de sus tiempos. De él a varios nietos se nos pegó
la costumbre y andamos siempre con la trompa
emitiendo algunas canciones de ayer, hoy y siem-
pre. Con el Cotorro podía estarme horas platican-
do a chiflidos.
Según la versión oficial chiflar viene del latín si-
filare, variante popular de sibilare, silbar. Esto del
lenguaje culto vs. vulgar es un tema que siempre
recomiendo, para ver cómo y por qué han cam-
biado las palabras, o para ver por qué tenemos pa-
labras como exhumar y desenterrar para referirnos
a lo mismo. A veces nos equivocamos en el origen
de una palabra y surgen lo que llamamos «falsas
etimologías», pero a veces le atinamos: creemos
que dos palabras están «emparentadas» por tener
la misma raíz pero ni en cuenta. O sí. Que «suenen
parecido» no indica el mismo origen. Sibilar, por
ejemplo, suena a silbar, pero también a sibila (mujer
que decía o «susurraba» el futuro) y a sílaba (la emi-
sión de fonemas en una solo golpe de voz, es decir,
al soltar aire por la boca). Sifilare podría parecerse
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a sifón, por el sonido del agua gasificada al salir. O
chiflón: el golpe de aire.
Si bien hay quienes distinguen chiflar (un sonido
corto, generalmente para llamar la atención) de
silbar (hacer música), en la práctica son sinónimos,
a menos que seamos arrieros. Los chiflidos son tan
expresivos, ¡casi poéticos! Es memorable el diálogo
chiflado de Pepe el Toro con su Chorreada, el coro
de crucificados en La vida de Brian (Monty Python,
1979), el silbido de la muerte en Kill Bill (Twisted Ner-
ve de Bernard Hermann) o las canciones que incor-
poran el silbar como elemento optimista: Winds of
change de Scorpions, Love generation de Bob Sin-
clair, All star de Smash Mouth, Dont worry, be happy
de Bobby McFerrin y I’m alive de Michael Franti &
Spearhead (todas disponibles en mi lista de repro-
ducción “Optimismo o algo así” en YouTube).
Caminar y chiflar para hacer soundtrack.
En Instrucciones para ser perfecto, Ron Padgett
recomienda: «Aprende a chiflar fuerte». Y hay políti-
cos que deberían irse a chiflar... porque ya ni la chi-
flan. Hoy pienso acompañar a varios artistas en sus
veredas musicales... y ya para la siguiente columna
trataré de chiflar otra tonada.
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¡Qué tarde es!
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su enfrentamiento contra la sombra que ha surgido
de la nada y está a punto de revelar su nombre. El
tiempo es relativo.
Lo sabía el político adulador de aquel chiste que
cuando el presidente de la república preguntó qué
hora era, respondió: «la que usted quiera, señor».
A los demás suele olvidársenos que no hay horas
sino instantes.
«Cuando un hombre está durmiendo tiene en
torno, como un aro, el hilo de las horas, el orden de
los años y de los mundos. Al despertarse, los con-
sulta instintivamente, y, en un segundo, lee el lugar
de la tierra en que se halla, el tiempo que ha trans-
currido hasta su despertar; pero estas ordenaciones
pueden confundirse y quebrarse», escribió Marcel
Proust. Así andamos hoy varios, en busca del tiem-
po perdido.
El tiempo es una variable, dijo Einstein. Tic-tac.
«Sabia virtud de conocer el tiempo...», empieza el
célebre soneto de Renato Leduc. Bien lo saben los
políticos al aprovecharlo para sacar tajadas de
contratos, para hacer negocios, para poner a sus
cuates en puestos clave, para viajar con el erario,
para garantizar el futuro de su familia por varias ge-
neraciones. No pueden viajar en el tiempo pero
buscan manipular su percepción. Total, no pasa
nada. El cinismo, la ambición de estos aprovecha-
dos sí que es (problema) mental.
«El reloj político también tiene sus horas con-
tadas», vaticinó Salvador Nava Martínez en 1992.
Parece que le ha fallado hasta ahora con tantos
fiscales vendidos y gobernadores en fuga, con la
Cámara de Diputados convertida en santuario
para prófugos, con el aparato de «justicia» justifi-
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cando el acoso y la violencia, narcotraficando (no
sé si exista pero me gusta el verbo), o defendiendo
a ultranza las instituciones aunque se note a leguas
que se están cayendo a pedazos. No es mental,
no es sólo percepción. Cambian las siglas y las le-
yes, pero siguen los mismos, sus amigos o sus juniors.
«Los muertos que vos matáis gozan de cabal salud»,
dice una frase de Corneille atribuida a José Zorrilla.
Desaparecieron sesenta minutos. Alguien los le-
vantó. Ya nos llegará la hora pero mientras, como
decía Thomas Carlyle: «Tenemos un intervalo, y lue-
go el lugar que ocupamos deja de pertenecernos.
Algunos pasan este intervalo en una especie de le-
targo, otros lo dedican a la pasión, los más sabios,
al menos entre «los hijos de este mundo», al arte y
las canciones. Porque nuestra única oportunidad
es expandir ese intervalo, en lograr tantos latidos
como nos sea posible durante ese tiempo». Las ho-
ras contigo. ¡Esas son las imprescindibles!
Quiero terminar la colaboración de esta sema-
na con «El mapa», del genial Juan Bañuelos, escritor
chiapaneco fallecido esta semana, a los 82 años.
Un poema actual, tristemente actual, que nos ape-
la... en fin, voy a darle vuelta a mi clepsidra. «Des-
pertemos», no es tarde. No importa cuánto cam-
bien los horarios.
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necesaria prisión con calles vigiladas.
Con el sudor de todos levantamos la espera,
pues no hay dolor que dure lo que dura una
mancha.
Que sabemos de noches, de sentencias, ami-
gos,
pero también sabemos que llega la mañana.
Despertemos, seamos el metal derretido,
lo que quiera la sed, la tierra trabajada,
lo que quieran las piedras, la sencillez del huerto,
lo que pidan las llamas,
en fin —al fin— la piel abierta en surco.
He visto largamente el mapa.
Pensé en mis hijos. Duele. Y eran todos los niños.
Fui deletreando el nombre de la patria
mientras buscaba dónde, dónde poner los ojos.
Y recordé de pronto algo que sangra:
Mexicano de tierra ensalinada,
desollado haraposo,
comedor de la noche y de las hojas,
catástrofe de costa a costa,
ando buscando a un pueblo,
ando buscando a un pueblo.
Habla.
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Año nuevo 2017: los buenos propósitos
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sente entre lo que lo rodea, no debe pensar en sí
mismo sino en lo que ve […] La pluma nunca se
moverá con la prisa suficiente como para repro-
ducir cada palabra descubierta en el ámbito de
la memoria. Algunas cosas se pierden para siem-
pre, otras cosas quizá vuelvan a recordarse y otras
más se encuentran y se pierden una y otra vez.
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Los buenos deseos muchas veces se quedan en eso,
pero vaya que da emoción darlos y recibirlos. Suelo
ser pesimista («un pesimista es sólo un optimista bien
informado», decía Mario Benedetti), y sin embargo
les deseo lo mejor, a todos (y todas, no me vayan a
acusar de invisibilización). Que haya coincidencias
y grandes atardeceres, que haya dinero suficiente
y miradas en las cuales reflejarse. Y me quedo hoy
con la poesía de Jorge Luis Borges:
Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que
surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.
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Año nuevo 2018: recuento de los daños
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para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una perdida...
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Hoy, al menos mientras comemos uvas y toma-
mos champán (o sidra o cerveza), hay esperanza.
Hay planes y sueños para esta nueva vuelta al sol.
Entre sus odas, Pablo Neruda tiene una al año nue-
vo, de la que comparto algunos versos:
pequeña
puerta de la esperanza,
nuevo día del año,
aunque seas igual
como los panes
a todo pan,
te vamos a vivir de otra manera,
te vamos a comer, a florecer,
a esperar.
Te pondremos
como una torta
en nuestra vida,
te encenderemos
como candelabro,
te beberemos
como
si fueras un topacio...”
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