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9/12/2019 «Una historia de terror en Guatraché» | La Arena La Pampa

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«Una historia de terror en Guatraché»


Redaccion 09/12/2019 8:21 am

El relato de un hecho ocurrido en territorio pampeano se transformó en una de las noticias más
leídas del diario bonaerense La Nueva. Se trata de un suceso «escalofriante», que ocurrió en el
departamento de Guatraché.
El periodista Fernando Quiroga recogió testimonios y hurgó sobre una leyenda popular que
involucra al fantasma de una mujer que supuestamente perdió la vida tras huir de una boda.
La historia narrada por el cronista comienza en la Ruta provincial 1, al este de La Pampa. Si bien
su recorrido total alcanza 476 kilómetros, un tramo muy breve, atraviesa el Departamento de
Guatraché. Allí mismo, cerca de General Campos, entre Alpachiri y Guatraché, cabecera del
Departamento, ocurrió el avistamiento o tal vez debamos decir la experiencia sobrenatural que
será la columna vertebral de este relato. En el paraje conocido como Bajo de la Tigra, una testigo
clave cuenta lo indecible; una manifestación que transversaliza no solo el miedo elemental, sino
también lo místico y, por qué no, lo ilusorio.

La protagonista.
Las características de la personalidad de Yamila López Uriarte, no pueden ser más propicias para
refutar una leyenda urbana o descreer fatalmente del universo sobrenatural: joven y profesional,
abogada, militante feminista y agnóstica. Fuertemente comprometida con causas sociales, su vida
oscila entre el estudio jurídico, su familia y proyectos deportivos. Mamá soltera de una beba, Ana
Clara; y camino a una maestría en la Universidad de Buenos Aires, la joven jurista de 29 años,
residente en Boedo pero nativa del partido de Rauch, vivió una experiencia, el 26 de noviembre de
2017, que cambió su percepción del mundo para siempre.
«Mi viejo es de Santa Rosa -nos cuenta- pero junto a mi tío, su hermano, iniciaron un
emprendimiento en Alpachiri, por lo que decidí visitarlo aprovechando que me encontraba en
Puan. Entré a La Pampa por Guatraché y ahí nomás, camino al noreste; está Alpachiri. Nunca fui
de ‘levantar’ a gente que hace dedo, pero me causó mucha curiosidad (y algo de aprehensión,

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debo decirlo) una mujer a la vera del camino que hacía señas llamando mi atención. Sus
movimientos eran raros, intensos, como si estuviese fuera de sí; y llevaba puesto un vestido claro,
no sé si blanco; parecía viejo, no actual…».
La descripción de Yamila es muy precisa. Sin embargo, es sólo el comienzo de la descripción de
una «aparición» por demás incómoda.
«Ya había decidido no levantarla -prosiguió- sin embargo, me impresionó la mirada de la mujer al
pasar a su lado; como si hubiera notado mi desaire y le hubiese molestado específicamente. Lo
muy extraño (diría fantástico) fue que menos de un kilómetro hacia adelante, volvió a aparecer…
era imposible pero ahí estaba. Decidí parar. Tenía el corazón desbocado, pero paré al fin y bajé del
auto para ir a su encuentro».
Hay un momento, un instante de quiebre; un segundo de certidumbre y terror, donde uno se da
cuenta que lo que está viendo, lo que está a escasos pasos si bien es real, no pertenece al mismo
universo. Explicarlo, quizás sea vano; sin embargo, ponerlo en palabras es la única garantía de
transmisión de un sentir irreproducible. Su recuerdo, su evocación, es tan nauseabunda como su
contemplación primera.

Ojos.
Yamila estacionó a una distancia prudencial para sentirse protegida. Era el mediodía; ninguna
sombra obstaculizaba la visión; el mundo parecía saturado de certezas; y eso era el problema…
La extravagante mujer de la ruta tenía los ojos excesivamente abiertos; si hubiese habido otro
observador sagaz, tal vez hubiera notado el temblor de las acuosas retinas inyectadas; los labios
(si es que los tenía, desde la óptica de Yamila a tan solo 10 metros, solo había una mueca
recortada) denotaban claramente un faltante de carne encuadrando la muestra pavorosa de los
dientes, inquietantemente grandes. El silencio de la inmensidad, se cortaba levemente por dos
sonidos: el motor sigiloso del auto, y el cercano sonido de fuelle de una respiración furiosa.
Inmóvil hasta el espanto, la mujer solo expresaba vida a través del movimiento desbocado del
pecho: ascendente y descendente de modo frenético y aterrador. Miraba hacia la otra vera de la
ruta, en ningún momento y ante los llamados de Yamila, reaccionó. Hasta ese instante de locura.
«¿Estás bien?…» -la testigo no sabía qué decirle mientras se acercaba-, sin embargo, sentía que
debía comunicarse.
La Dama que parecía que no tenía párpados, giró el cuello hacia Yamila. Esta última, hubiese
jurado que había vista un hilo de bruma circundando el cuello de la aparición. Con animus animal,
de improviso y con agilidad monstruosa, corrió hacia Yamila.
«No les pudo explicar lo que sentí -la abogada lo recuerda con estupor-. Creo que la mayoría de
las personas hablan del miedo, pero, como una opinión personal, quisiera decir que éste, en muy
pocas oportunidades se experimenta realmente y en forma tan intensa. Cuando ‘eso’, lo que fuere,
comenzó a correrme, sentí una desesperación diferente a cualquier dolor, malestar o angustia, creí
que me moría…».
Yamila, en su huida desbocada, sentía un jadeo acercándose, casi podía oler la respiración de la
mujer. No importó que el auto estuviera en marcha; no importó la puerta abierta; corrió a campo
traviesa hacia el llano, hacia la nada, sintiendo una bestia a sus espaldas, rozándole la piel.
De repente, y ante un cielo extasiado y visionario, cayó de bruces en la grava polvorienta del
campo:
«Tropecé, sentí que me faltaba el aire; al caer miré para atrás y la mujer no estaba. Todo parecía
denso, confuso; me quemaban las fosas nasales, no hacía calor, pero sí sentía un ardor
desconocido, los ojos me lloraban y hormigueaban. Levanté la vista y donde había campo vacío se
levantaba un caldén enorme».
Temblando, sin soltar el celular de la mano derecha, cubierta de polvo y con la rodilla sangrando,
Yamila elevó la vista y le dio un escalofrío contemplar el árbol. En ningún momento lo había visto
antes. La corteza desmesurada y rugosa, campeando el suelo árido, suponía monstruosas raíces
sepultadas. Tendría más de 6 ó 7 metros de altura, y si bien su copa, era pródiga en extensión, no
filtraba la violencia del sol de mediodía.
Pendiendo de una de las ramas más gruesas, descarnado y cubierto de moscas, el cuerpo de una
mujer se balanceaba exangüe atado por el cuello.
Yamila se incorporó gritando; llorando hasta desgañitarse. De repente, o quizás antes no lo había
notado, el vaho de descomposición del cuerpo pareció bajar. Valientemente, sin perder posición,

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sacó con dificultad un pañuelo del bolsillo trasero para cubrir boca y nariz; y con la otra mano y
gran apremio, tomó una enorme cantidad de fotos con el teléfono.

La leyenda urbana.
Decidimos investigar su hay algún evento en la línea de tiempo, veraz o mítico, que explique las
apariciones fantasmales… En este lugar se teje la historia de una joven que en su noche de bodas
perdió allí la vida.
Don Venancio Arregui, nativo de Quemú Quemú, aficionado a las memorias identitarias
pampeanas, refiere a la historia que oficiaría de precuela a tan curiosa manifestación
sobrenatural: «A principios del siglo XX, una jovencita, Alba Sunchales (O tal vez de la localidad
santafesina de Sunchales, con un apellido piamontés que ya no recuerdo) habría sido obligada a
casarse con alguien del lugar, a quien naturalmente no quería. Por lo tanto, habría huido del
casamiento y en ese espacio rutero habría encontrado la muerte. Otras crónicas, afirman que se
quitó la vida ahorcándose en un caldén que, por aquellos tiempos, y antes de una sequía
imposible, se levantaba en ese sitio. De todas formas, en el ideario colectivo, prevalece la idea no
solo del suicidio, sino de las presuntas apariciones posteriores para el terror de muchos».
Desde la década del 60, hay incontables (literalmente muchísimos) testimonios de viajantes,
automovilistas, camioneros y hasta grupos de runners en los últimos tiempos, que han asegurado
con profundo estupor, haberse encontrado cara a cara con la difunta novia que habría sido el
terror de Yamila…

El final, principio de todo.


La abogada se levantó con dificultad, temía tomarse del árbol para incorporarse; el caldén le daba
impresión; mala espina. Temblando, haciendo un esfuerzo enorme por no sucumbir a la
consternación, marcó el 911 y comprobó que no tenía señal. Llorando, volvió a la carpeta de
Google Fotos y comprobó con horror que cada fotografía que había sacado perfectamente del
cuerpo colgando, era un plano oscuro, atravesado por una descarga; como si fuese un equipo
análogo defectuoso, como si algo hubiese impedido el registro de la imagen. Envuelta en lágrimas,
desesperada y moviendo el pulgar de atrás para adelante sobre la pantalla, para volver a cada
exposición fallida sin poder creerlo, no notó que ya el cuerpo muerto no pendía del árbol.
Para cuando advirtió que la fría osatura de una mano helada la tomaba firmemente del cuello,
pudo confirmar frente a frente, que la fémina de terribles ojos acuosos no proyectaba terror, sino
una profunda y oscura tristeza. Antes de sentir que se le cortaba el aire y producírsele el
desmayo, alcanzó a reconocer las pupilas pidiendo ayuda en silencio, y las oscuras marcas de la
soga de la horca… en el cuello fantasmal.

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