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LA EDUCACIÓN COMO INTERACCIÓN ENTRE AGENTES Y ACTORES 91

• Permanencia, ya que no se trata de algo accidental, sino específico y


permanente en el desarrollo de todo ser humano. Se trata de una
función continua, necesaria y esencial.
• Diversidad, ya que cada individuo debe mantener su propia identidad,
con todo lo que esto conlleva, a la vez que la experiencia de lo diferen-
te provoca siempre la reflexión sobre lo propio, siendo lo extraño la «(...)
reserva para enriquecer y corregir la limitación de las propias posicio-
nes» (Innerarity, 2000: 139).
• Apertura, como la capacidad de trascenderse, salir de sí mismo, de par-
ticipar, de construir algo en común con otro/s.
• Objeto, puede ser un conocimiento, un valor, una vivencia, una creen-
cia..., la misma persona.
• Efecto, toda comunicación pretende aportar al interlocutor elementos
para su optimización, para lograr el encuentro o, al contrario, generar el
rechazo, obstaculizar cualquier posible acción (Redondo, 1999).
• Veracidad, ya que «hablar es ponerse en una relación personal que an-
tecede a toda promesa haciéndola posible. Quien habla suscribe un
contrato de decir la verdad, sin el cual la misma atención de los demás
no tendría el menor sentido» (Innerarity, 2000: 52).

A la vez, toda comunicación puede llevarse a cabo de forma diferente en


la medida en cómo el emisor entienda al otro. Es decir, puede utilizarle como
objeto, generándose entonces una relación objetiva, o como persona, en la que
posibilita ya una relación intersubjetiva. En la primera, la comunicación apare-
ce como una relación en la que se cosifica al otro, es algo útil, rentable... para
los intereses del interlocutor, mientras que en la segunda se respeta al otro
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como otro igual, por lo que es valioso en sí mismo. La comunicación objetiva


es sencillamente informativa y parcial. La intersubjetiva, sin embargo, es vital,
experiencial y plena (Rodríguez Neira, 2001). Tampoco debemos obviar que
toda comunicación es a la vez, sin duda, afectiva y efectiva. «La comunicación
objetiva tiene un carácter universal, abstracto, mientras que la comunicación
intersubjetiva es más bien una relación singular y concreta. La primera sigue
la vía del conocimiento (...); la segunda se desliza preferentemente por el
cauce de lo vital y afectivo» (Redondo, 1999: 207).
A pesar de que aparentemente ambas están en contradicción, ambas se re-
claman necesariamente. La comunicación intersubjetiva supone la comuni-
cación objetiva, que de alguna manera la precede siempre. Por otro lado, la
comunicación objetiva se desvirtúa si no busca su fundamentación en la re-

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lación vital, afectiva, que le ofrece la comunicación intersubjetiva, que le


aporta abrirse no sólo al conocimiento, sino a la afectividad y la comprensión
(Redondo, 1999). De esta forma, cuando la comunicación no reconoce y asu-
me la dimensión personal del otro, suprime la posibilidad de conformar una
auténtica comunidad de personas, limitando y disminuyendo esencialmente
la capacidad de autorrealización de cada uno de los que participan en ella. En
suma, deja abierto el camino de la alienación y el de la utilización del hombre
por el hombre (Rodríguez Neira, 2001a) que acaba destruyendo al propio
ser humano. La angustia, la soledad, la enajenación... son claros ejemplos de
esta ausencia.

Emisor, receptor, mensaje y canal de la comunicación

La existencia de la comunicación implica la identificación de un emisor,


un receptor y un mensaje. Ninguno de éstos por sí mismos posibilitan la co-
municación, sino sólo la interacción continua de estos tres elementos, sin ol-
vidarnos del contexto en los que necesariamente se generan y que favorece u
obstaculiza esa relación.

Escenario

Receptor:
Emisor: Mensaje
Educando
Educador
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Canal

Ruidos
Ruidos

Las barreras y los ruidos que la perturban son también elementos signifi-
cativos para comprender cualquier encuentro entre personas, ya que los seres
humanos, al comunicarse, al actuar de emisores y receptores, al emitir men-
sajes, no por ello dejan de ser sujetos en todas sus dimensiones y con todas
sus contradicciones (Rodríguez Neira, 2001). A la vez que no podemos olvidar

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que resulta imposible no comunicar. Todas las relaciones dentro de un grupo


están comunicando algo a alguien: la palabra, la postura, los silencios... apor-
tan información suficiente para comprender al otro, ya que hablan de él.
Si analizamos el papel de cada uno de los elementos que configuran la co-
municación, comprobamos que:

• El emisor, como elemento que inicia el mensaje, establece la relación con


el otro. En él se descubre siempre la intencionalidad, expresa o no, que
guiará esa acción comunicativa y en él cobrará relevancia su capacidad
verbal, no verbal y paraverbal para transmitir el mensaje.
• El receptor, que justifica la comunicación. En él será esencial no sólo su
capacidad de descodificación del mensaje, sino, de forma especial, su
predisposición para aceptarlo (Sarramona, 2000). Ahora bien, la rique-
za de toda comunicación estriba en el encuentro entre emisores y re-
ceptores, enraizado en la consolidación de la diversidad de cada uno de
ellos. Sin ese encuentro no podríamos hablar realmente de comunica-
ción.
• El mensaje, o conjunto de informaciones, modelos de acción, valores...,
que se transmiten y que estarán determinados por el qué se va a co-
municar y con qué sentido (Sarramona, 2000). Habrá, como resulta ló-
gico, mensajes explícitos e implícitos, que presentan la misma influencia
en esta interacción entre emisores y receptores. Lógicamente el conte-
nido de estos mensajes es todo lo específico del ser humano: su conoci-
miento, sus proyectos, la realidad que le rodea, él mismo, que se trans-
mite de forma simultánea a varios niveles, consciente e
inconscientemente. Por ello, sería un error analizar la comunicación
en unidades separadas. Estamos ante un sistema integrado y es el hom-
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bre el que se comunica utilizando unos recursos y dentro de un con-


texto determinado.
Por otro lado, no podemos olvidar que gran parte de la comunicación
humana se desarrolla en un nivel inconsciente. Es decir, lanzamos men-
sajes con nuestro cuerpo sin una intencionalidad directa, y en algunos
casos en clara contradicción con los mensajes verbales. La conducta no
verbal y paraverbal llega en ocasiones a contradecir lo que se está ex-
presando verbalmente, en lugar de subrayarlo. En casos como éste se
tiende a creer más al componente no verbal y paraverbal que al verbal,
ya que, normalmente, éstos están sujetos de una forma más clara a una
intencionalidad expresa. No hay duda de que la forma de moverse, de
reaccionar corporalmente, de situarse en el espacio, de hablar, etc., nos
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proporciona una información relevante de cada individuo sobre su ca-


rácter, sus emociones, su estado de ánimo o sus reacciones hacia los de-
más.
• El canal, o el soporte y escenario en el que se produce esa comunicación.
Cada emisor escoge el soporte más idóneo para emitir su mensaje.
Pueden ser soportes físicos o virtuales, presenciales o mediados y en
cada uno de ellos habrá que valorar cómo se puede generar de la mejor
forma posible superando los posibles obstáculos y los ruidos que pue-
den enturbiar esa comunicación. Además, no podemos olvidar que, a
parte «(...) de la función de soporte del mensaje, el canal tiene efectos
sobre la motivación del receptor hacia el proceso mismo de comunica-
ción, (...) Hacer atractivo el mensaje es una primera condición para
que tenga incidencia sobre el sujeto receptor (Sarramona, 2000, 25).
• Por último, los ruidos, con lo que nos referimos a todos aquellos ele-
mentos que pueden intervenir en el proceso comunicativo distorsio-
nando o alterando el mensaje y la información que se quiere transmitir.

COMPONENTES DE LA COMUNICACIÓN
No verbales Paraverbales

Mirada Volumen de la voz


Contacto ocular Entonación
Sonrisa Claridad
Gestos Velocidad
Expresión facial Tiempo de habla
Postura Pausas
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Distancia Silencios
Contacto físico Muletillas
Expresión corporal Vacilaciones, etc.
Movimiento de manos, etc.

3. COMUNICACIÓN Y EDUCACIÓN

A partir de todo lo que acabamos de exponer destacamos que toda edu-


cación exige necesariamente una comunicación, resultando ser un requisito
esencial del proceso educativo, ya que a través de ella transmitimos perfec-
ción a otra persona. En consecuencia, podemos afirmar que:

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La comunicación es la expresión de la relación personal y de la


humanización, por lo que la actividad educativa tiene que ser, antes que
nada, actividad comunicativa.

Las funciones y reglas que presiden la interacción comunicativa serán


funciones y reglas que nos permiten verificar y comprobar la validez de la
educación. De hecho, la educación es siempre esa comunicación intencional
de una perfección (Rodríguez Neira, 2001a). Estamos colaborando a desarro-
llar positivamente cada una de las capacidades, estamos abriendo a cada su-
jeto a un mundo de posibilidades. La educación es también transmisión del
necesario bagaje cultural de unas generaciones a otras, en el que se entiende la
cultura como elemento socializador e integrador. En este sentido, la educación
se entiende como proceso de comunicación. Ahora bien, cuando la comuni-
cación se destruye, desaparece toda posibilidad educativa, al reducir la edu-
cación a simple información de datos, o al menoscabar al otro a simple objeto
(Medina Rubio y Rodríguez Neira, 1987).
Por otro lado, también debemos destacar el contenido de la comunicación
educativa. Si nos detenemos en este punto, comprobamos que en todo esce-
nario educativo siempre se dan de forma simultánea dos tipos de contenidos
dentro de la comunicación: el didáctico y el orientador.

• Contenido didáctico, o cognitivo, que estimula la adquisición de cono-


cimientos y destrezas. Parte de un contenido objetivo y es propio de la
enseñanza. Su fin es el aprendizaje sistemático de conocimientos y des-
trezas. Se trata de una comunicación estructurada y preestablecida.
• Contenido orientador, o afectivo, que promueve el desarrollo personal y
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la capacidad de decisión. Parte de un contenido personal y es propio de


la educación. Su fin es el desarrollo de todas las capacidades personales,
la adquisición de valores, en suma, la formación integral de cada edu-
cando. Se trata de una comunicación espontánea, vital.

Ambas se asientan en una comunicación verbal, paraverbal y no verbal,


interrelacionándose constantemente: la palabra oral y escrita, la imagen, el es-
pacio, los silencios, los gestos... Además, toda comunicación se lleva a cabo en
un escenario determinado, por lo que cualquier contexto está interfiriendo y
condicionando esa comunicación. Distribución, decoración, conservación,
etc., de un espacio determinado delimitan inicialmente un modo de relación
entre agentes y actores de esa relación educativa. No es indiferente ninguna
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de estas variables que nos ayudan a interpretar todo ese proceso comunicati-
vo y relacional.
También podemos identificar las condiciones necesarias para poder con-
siderar educativo un determinado proceso relacional. Como resulta obvio,
todo proceso estará condicionado por las exigencias del objeto e intenciona-
lidad inicial de esa comunicación, así como por las características propias
del sujeto receptor (edad, experiencias previas, estilo de aprendizaje, etc.). Te-
niendo en cuenta ambos factores como punto de partida, para que se logre
una comunicación educativa ésta deberá cumplir las siguientes condiciones
(Castillejo y otros, 1988):

• Motivadora, ya que debe lograr la apertura y disponibilidad para apren-


der del educando.
• Persuasiva, al dirigirse al logro de la incorporación de ese nuevo conte-
nido, ya sean conceptos, procedimientos, valores...
• Sistematizada, al presentar un nuevo conocimiento de forma organizada,
estructurada e interrelacionada con los conocimientos previos del re-
ceptor.
• Transferible, ya que debe saber aplicarse en diferentes contextos y si-
tuaciones.
• Optimizadora, al mejorar las posibilidades de comprender el entorno
en el que vive y las respuestas que es capaz de aportar para el desarro-
llo de sí mismo y de su contexto.
• Adecuada, al tener que ajustarse la información que se transmite al nivel
y etapa evolutiva del receptor, a la vez que a saber utilizar correcta y
pertinentemente los diferentes canales de comunicación.
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4. LA RELACIÓN EDUCATIVA. CARACTERÍSTICAS Y LÍMITES

Por relación educativa se entiende la interacción que se establece entre un


educador y un educando, a partir de determinadas relaciones instructivas y
formativas, que fundamentan la comunicación entre dos individuos que de-
tentan funciones diferentes y específicas. Ya hemos mencionado que el ser hu-
mano es necesariamente un ser relacional, es un ser indigente que necesita de
las cosas, del mundo y de los otros para existir y ser, y, en especial, para llegar
a ser el que quiere ser. Vivir es vivir con las cosas, con los demás y con noso-
tros mismos en cuanto seres vivos. Este «con» no es una simple yuxtaposición
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de la persona y de la vida, sino uno de los caracteres existenciales de la per-


sona en cuanto tal (Rodríguez Neira, 2001a).
Estamos ante una interacción humana con una clara intencionalidad de
cooperación en la formación y desarrollo del otro, enraizada en una relación de
autoridad, a la vez que de diálogo (Delors, 1996). Ahora bien, esta relación no
tiene sentido si no logra suscitar un aprendizaje. Sin duda, es el educando el
que ha de hacer el esfuerzo de aprender, ha de poner en activo el proceso de ese
aprendizaje, aunque el papel de mediador del educador en este proceso es in-
dudable. «La acción propia del educando como sujeto de su educación no im-
pide la acción del educador ni se ve obstaculizada por la misma. Más bien la re-
clama. Tan unilaterales son las posturas para las cuales la única causa de la
educación es la actividad del maestro, como las que la hacen depender exclu-
sivamente de la actividad del alumno. La educación es un encuentro entre dos
actividades, dos esfuerzos empeñados en una tarea común» (Jover, 1991: 139).
En este sentido, se da relación educativa siempre que exista una intención
formativa, una intención del logro de una mayor plenitud en el receptor, in-
cluso cuando este fin no se logre. Por ello, la educación es algo que sucede en-
tre dos: uno que la provoca, la guía... y otro que accede a ello, de modo expre-
so o no. Es una relación en la que se da un intercambio en el que el educando
aprende, en él sucede la educación. Pero que sin la ayuda o la intervención del
educador, resultaría muy difícil y mucho más costoso que se llevara a cabo.
Para que se dé la relación educativa deben cumplirse una serie de carac-
terísticas que la definen como tal. Analizar cada una de ellas nos llevará a
comprender mejor la naturaleza de esta acción educadora y el papel que tan-
to el educador como el educando desempeñan en ella.
Entre otros, destacamos los siguientes ámbitos en los que se asienta esta
interacción como los más relevantes:
• Social, ya que esta relación siempre se da entre personas, y en la mayo-
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ría de las ocasiones, individuos que se encuentran dentro de un grupo,


todos ellos con sus necesidades, intereses, perspectivas...
• Afectivo, que caracteriza el clima de la interacción, consolidando u obs-
taculizando, actitudes, roles, etc.
• Comunicativo, que denota la claridad y calidad de la interacción, recoge
la comunicación verbal, no verbal y paraverbal presentes en toda co-
municación, ya sea presencial o virtual.
• Instructivo, clave en todo proceso educativo, y explica que el educador
transmite y revela el sentido de la ciencia, de la cultura, etc. Este ámbi-
to debe convertirse en un esfuerzo común por reinterpretar el mundo
que nos rodea.
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En este sentido, se entiende que toda comunicación sea intencional, ya


que pretende el logro de unos objetivos específicos. No hay educación sin la
propuesta de un fin. Además, la actividad educativa se explica menos por un
por qué, que por un para qué, ya que «(...) no basta con que una acción sea vo-
luntaria para que sea educativa. El carácter educativo de una acción no viene
dado por ser una acción. Debe conectarse, además, con lo que es valioso para
el hombre. Sólo serán acciones educativas aquellas que supongan una mejora
—una mayor perfección u optimización— para quienes las lleven a cabo» (Jo-
ver, 1991: 138). El límite de la propuesta de estos objetivos no es otro que la
propia libertad del educando y el respeto que debemos a toda persona. Olvi-
darlo desvirtuaría, sin duda, cualquier propuesta educativa.
A la vez, toda relación educativa es asimétrica, es decir, «la relación edu-
cativa es una relación de ayuda. Pero las relaciones de ayuda son relaciones
asimétricas o de dependencia. Buscamos ayuda cuando encontramos en no-
sotros una limitación para realizar algo o hacerlo de forma más eficiente» (Jo-
ver, 1991: 146). Entendiéndolo de esta forma, ambos, agentes y actores, se si-
túan en planos distintos, pues siempre será el educador el que ayude y dirija
al educando, roles en los que a cada uno le competen unas funciones claras y
diversas. Ambos están llevando a cabo una actividad diferente, con finalida-
des distintas: uno educarse, el otro ayudarle al logro de su madurez de la for-
ma más eficiente posible. Aunque no olvidemos que esta dependencia inicial
puede conllevar también relaciones no exentas de peligros, como es el auto-
ritarismo, la manipulación, etc.
Estamos en una relación de ayuda y dependencia que está llamada a dismi-
nuir progresivamente llegando a desaparecer, en la medida en que coopera al
desarrollo madurativo de un educando. Esta relación educativa que se esta-
blece desaparecerá en el momento en que ese sujeto sea capaz de autodeter-
minarse por sí mismo, de dirigir su propia vida. Por ello, estamos ante la única
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relación humana que está llamada a deshacer sus vínculos, y el querer mante-
nerlos sólo es signo del propio fracaso de su finalidad educadora. Esto nos lle-
va a confirmar que toda relación educativa esté fundamentada necesariamente
en el respeto y la confianza. Respeto, ya que estamos hablando de una relación
entre personas, y confianza como actitud vital positiva sin la cual no se puede
educar. Confiar en las posibilidades del otro es lo más valioso de esta tarea.
Por otro lado, tampoco debemos olvidar que las posiciones entre agentes
y actores de la educación son complementarias. No existen educadores sin
educandos, ni educandos sin educadores. De esta complementariedad surgen
actitudes ante la relación interpersonal que la convierten, a veces, en un en-
tramado de tensiones y esfuerzos. La confianza y la desconfianza, la obe-
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diencia y la rebeldía, la oposición, el rechazo, la aceptación, la actividad en co-


mún o la rivalidad, el acuerdo o el disentimiento son formas positivas y ne-
gativas que se generan en esta interdependencia (Rodríguez Neira, 2001a).
Es una relación educativa obligada, ya que todo individuo, especialmente
en sus primeras etapas vitales, está obligado tanto por el necesario proceso de
enculturación y aculturación, como por el propio sistema cada vez más com-
plejo de nuestra sociedad al seguimiento de los sistemas formales de educa-
ción, donde va a verse sumergido en este tipo de relación, lo quiera o no. Ade-
más no tiene ningún poder por sí mismo para interrumpir o anular esta
relación. Está impuesta y organizada por unas estructuras exteriores a él,
por lo que muchos afirman que esta relación en nuestras sociedades ha per-
dido totalmente su espontaneidad inicial.
La relación educativa es compleja, ya que inciden en ella todos los ele-
mentos que rodean a cada uno de los agentes. Así, las variables del entorno, el
medio psicosocial, la cultura, etc., son elementos esenciales a tener en cuenta
para diagnosticar, comprender, sistematizar y optimizar las intervenciones
que se van a llevar a cabo, con el fin de lograr y potenciar, de ese modo, una
auténtica interacción y, a partir de ésta, llegar a la relación personal, a una
verdadera relación educativa.
La relación educativa es temporal, se limita a un tiempo concreto. El edu-
cador debe ir guiando, orientando, motivando al educando hacia ese perfec-
cionamiento gradual, de manera que vaya pasando de esta fase de depen-
dencia necesaria a la independencia en todos los campos, de manera que
desaparezca la relación educativa una vez se haya logrado la madurez del
educando. A la vez esta misma temporalidad se debe también a que se esta-
blece en un espacio temporal determinado dentro de un sistema formal o no
formal (año escolar, ciclo, horarios...), desapareciendo una vez se logre el ob-
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jetivo educativo planteado.

5. LA EVOLUCIÓN DE LA COMUNICACIÓN EN LOS NUEVOS


ESCENARIOS

Pero si la relación personal es una de las claves de todo proceso educativo,


no debemos dejar de lado la influencia relevante que ejercen los diferentes ca-
nales por donde circula la comunicación, ya que el problema de la
comunicación y de la educación se agudiza y adquiere dimensiones
insospechadas cuando aparece la explosión de canales y recursos que suplen,

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