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[1] En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

[2] La tierra era caos y confusión y


oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las
aguas. [3] Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. [4] Vio Dios que la luz estaba bien, y
apartó Dios la luz de la oscuridad; [5] y llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad la
llamó noche. Y atardeció y amaneció: día primero.
[6] Dijo Dios: «Haya un firmamento por en medio de las aguas que las aparte unas
de otras.» [7] E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del
firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. [8] Y llamó Dios
al firmamento cielos. Y atardeció y amaneció: día segundo. [9] Dijo Dios:
«Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, déjese
ver lo seco»; y así fue. [10] Y llamó Dios a lo seco tierra, y al conjunto de las aguas
lo llamó mares; y vio Dios que estaba bien.
[11] Dijo Dios: «Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas, árboles
frutales que den fruto de su especie con su semilla dentro sobre la tierra.» Y así
fue. [12] La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y
árboles que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que
estaban bien. [13] Y atardeció y amaneció: día tercero. [14] Dijo Dios: «Haya
luceros en el firmamento celeste para apartar el día de la noche, valgan de
señales para solemnidades días, años; [15] y valgan de luceros en el firmamento
celeste para alumbrar sobre la tierra.» Y así fue.

Una palabra del traductor a sus amigos


Yo ofrezco
desnudas, vírgenes, intactas y sencillas,
para mis delicias y el placer de mis amigos,
estas noches árabes vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el
agua
Ellas me fueron dulces durante los ocios en remotos mares, bajo un cielo ahora
lejano.
Por eso las doy.
Sencillas, sonrientes y llenas de ingenuidad, como la musulmana Schehrazada, su
madre suculenta que las dió a luz en el misterio; fermentando con emoción en los
brazos de un príncipe sublime —lúbrico y feroz—, bajo la mirada enternecida de
Alah, clemente y misericordioso.
Al venir al mundo fueron delicadamente mecidas por las manos de la lustral
Doniazada, su buena tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas
de húmedas pedrerías y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la
adolescencia dura, para esparcirlas después, voluptuosas y libres, sobre el mundo
oriental, eternizado por su sonrisa.
Yo os las entrego tales como son, en su frescor de carne y de rosa. Sólo existe un
método honrado y lógico de traducción: la «literalidad», una literalidad impersonal,
apenas atenuada por un leve parpadeo y una ligera sonrisa del traductor. Ella
crea, sugestiva, la más grande potencia literaria. Ella produce el placer de la
evocación. Ella es la garantía de la verdad. Ella es firme e inmutable, en su
desnudez de piedra. Ella cautiva el aroma primitivo y lo cristaliza. Ella separa y
desata... Ella fija.
La literalidad encadena el espíritu divagador y lo doma, al mismo tiempo que
detiene la infernal facilidad de la pluma. Yo me felicito de que así sea; porque
¿dónde encontrar un traductor de genio simple, anónimo, libre de la necia manía
de su renombre?...

Capítulo I
CUANTO EXISTE TIENE SU ORIGEN EN LA RAÍZ DIVINA. EL TAO SURGE
DIRECTAMENTE DE LA FUENTE MISMA DE LA MORALIDAD.
La escritura dice:
«En el principio sólo existía el Caos. El Cielo y la Tierra formaban una masa
confusa, en la que el todo y la nada se entremezclaban como la suciedad en el
agua. Por doquier reinaba una espesa niebla que jamás logró ver ojo humano y a
la que Pan-Ku consiguió dispersar con su portentosa fuerza. Lo puro quedó
entonces separado de lo impuro y apareció la suprema bondad, que esparce sus
bendiciones sobre toda criatura. Su mundo es el de la luz. Quien a él se acerca
descubre el camino que conduce al reino del bien. Mas el que quiera penetrar en
el secreto del principio de cuanto existe debe leer La crónica de los orígenes.»
Yo ofrezco
desnudas, vírgenes, intactas y sencillas,
para mis delicias y el placer de mis amigos,
estas noches árabes vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el
agua
Ellas me fueron dulces durante los ocios en remotos mares, bajo un cielo ahora
lejano.
Por eso las doy.
Sencillas, sonrientes y llenas de ingenuidad, como la musulmana Schehrazada, su
madre suculenta que las dió a luz en el misterio; fermentando con emoción en los
brazos de un príncipe sublime —lúbrico y feroz—, bajo la mirada enternecida de
Alah, clemente y misericordioso.
Al venir al mundo fueron delicadamente mecidas por las manos de la lustral
Doniazada, su buena tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas
de húmedas pedrerías y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la
adolescencia dura, para esparcirlas después, voluptuosas y libres, sobre el mundo
oriental, eternizado por su sonrisa.
Yo ofrezco
desnudas, vírgenes, intactas y sencillas,
para mis delicias y el placer de mis amigos,
estas noches árabes vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el
agua
Ellas me fueron dulces durante los ocios en remotos mares, bajo un cielo ahora
lejano.
Por eso las doy.
Sencillas, sonrientes y llenas de ingenuidad, como la musulmana Schehrazada, su
madre suculenta que las dió a luz en el misterio; fermentando con emoción en los
brazos de un príncipe sublime —lúbrico y feroz—, bajo la mirada enternecida de
Alah, clemente y misericordioso.
Al venir al mundo fueron delicadamente mecidas por las manos de la lustral
Doniazada, su buena tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas
de húmedas pedrerías y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la
adolescencia dura, para esparcirlas después, voluptuosas y libres, sobre el mundo
oriental, eternizado por su sonrisa.

Yo ofrezco
desnudas, vírgenes, intactas y sencillas,
para mis delicias y el placer de mis amigos,
estas noches árabes vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el
agua
Ellas me fueron dulces durante los ocios en remotos mares, bajo un cielo ahora
lejano.
Por eso las doy.
Sencillas, sonrientes y llenas de ingenuidad, como la musulmana Schehrazada, su
madre suculenta que las dió a luz en el misterio; fermentando con emoción en los
brazos de un príncipe sublime —lúbrico y feroz—, bajo la mirada enternecida de
Alah, clemente y misericordioso.
Al venir al mundo fueron delicadamente mecidas por las manos de la lustral
Doniazada, su buena tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas
de húmedas pedrerías y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la
adolescencia dura, para esparcirlas después, voluptuosas y libres, sobre el mundo
oriental, eternizado por su sonrisa.

Yo ofrezco
desnudas, vírgenes, intactas y sencillas,
para mis delicias y el placer de mis amigos,
estas noches árabes vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el
agua
Ellas me fueron dulces durante los ocios en remotos mares, bajo un cielo ahora
lejano.
Por eso las doy.
Sencillas, sonrientes y llenas de ingenuidad, como la musulmana Schehrazada, su
madre suculenta que las dió a luz en el misterio; fermentando con emoción en los
brazos de un príncipe sublime —lúbrico y feroz—, bajo la mirada enternecida de
Alah, clemente y misericordioso.
Al venir al mundo fueron delicadamente mecidas por las manos de la lustral
Doniazada, su buena tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas
de húmedas pedrerías y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la
adolescencia dura, para esparcirlas después, voluptuosas y libres, sobre el mundo
oriental, eternizado por su sonrisa.

Yo ofrezco
desnudas, vírgenes, intactas y sencillas,
para mis delicias y el placer de mis amigos,
estas noches árabes vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el
agua
Ellas me fueron dulces durante los ocios en remotos mares, bajo un cielo ahora
lejano.
Por eso las doy.
Sencillas, sonrientes y llenas de ingenuidad, como la musulmana Schehrazada, su
madre suculenta que las dió a luz en el misterio; fermentando con emoción en los
brazos de un príncipe sublime —lúbrico y feroz—, bajo la mirada enternecida de
Alah, clemente y misericordioso.
Al venir al mundo fueron delicadamente mecidas por las manos de la lustral
Doniazada, su buena tía, que grabó sus nombres sobre hojas de oro coloreadas
de húmedas pedrerías y las cuidó bajo el terciopelo de sus pupilas hasta la
adolescencia dura, para esparcirlas después, voluptuosas y libres, sobre el mundo
oriental, eternizado por su sonrisa.

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