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Érase una vez un campesino muy astuto que era famoso por sus trucos. Aunque
lo que más fama le dio a este campesino fue cómo consiguió burlar al diablo y
dejarlo como un tonto.
Cuentan que un día, mientras se preparaba para volver a casa tras pasar la
jornada trabajando en sus tierras, el campesino vio un montón de carbones
encendidos en medio del campo. Cuando se acercó, el campesino vio a un
pequeño diablo sentado sobre los carbones encendidos.
-Bajo estas brasas sobre las que me siento hay un gran tesoro -dijo el diablillo.
-Sí, es cierto- contestó el diablo-, sobre un tesoro que contiene más oro y plata
que lo que jamás verás en tu vida.
-Y seguirá siendo tuyo si durante dos años seguidos me das la mitad de lo que el
campo produce- contestó el diablo.
-De acuerdo. Pero, para que no haya discusiones sobre el reparto, todo lo que se
produzca sobre la tierra será tuyo, y todo lo que se produzca bajo la tierra, será
mío.
El diablo quedó satisfecho con el trato sin preguntar nada más. El campesino, sin
decir nada más tampoco, preparó la tierra para sembrar nabos.
-Por esta vez has obtenido lo mejor de la cosecha- dijo el diablo, -pero no será
así la próxima vez. Lo que se produzca sobre la tierra será tuyo, y lo se que
produzca bajo tierra, será mío.
El diablo se enfadó mucho y pataleó y gritó todo lo que pudo, pero tuvo que
cumplir su palabra, porque un trato es un trato. Entregó el tesoro al campesino y
se fue de allí.