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Uno de los primeros hallazgos de este estudio fue la ratificación de que somos una
comunidad que trabaja desde la solidaridad. Estudiantes, profesores, egresados y
administrativos desarrollaron actividades que, sumadas a las acciones institucionales,
buscaron resolver las necesidades básicas de bienestar y conectividad de aquellos
estudiantes que lo requerían. Esta actitud solidaria también se expresó en el desarrollo de
iniciativas de acompañamiento innovadoras tendientes al logro de los objetivos académicos
y pedagógicos, en donde al estudio autónomo y en grupo se sumaron los pares tutores,
estudiantes más avanzados que acompañan a sus compañeros de primeros semestres,
comparten con ellos su experiencia de aprendizaje y construyen con ellos nuevo
conocimiento. Actividades que, además de las clases en plataformas remotas, se
desarrollaron vía redes sociales, comunicaciones telefónicas y documentos de aprendizaje
en físico por correspondencia en aquellos lugares apartados del país sin las condiciones
adecuadas de conectividad.
Según el estudio, el 74% de los docentes consultados está de acuerdo en que, una vez
superada la pandemia, se alternen sus clases presenciales con clases mediadas por la
tecnología. A las prácticas presenciales, laboratorios, salidas de campo, trabajos con
pacientes y trabajos prácticos en clases, se suman ahora alternativas como visitas remotas,
video-recorridos, simulaciones, video-tutoriales de trabajo aplicado en casa, análisis de
datos previamente recogidos, entre muchas otras actividades que han enriquecido la
experiencia pedagógica.
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La evaluación académica continúa siendo uno de los retos más grandes en el desarrollo de
actividades remotas. De allí se deriva la necesidad de ir más allá de la calificación como
certificación de un conocimiento dado hacia la evaluación como parte fundamental del
proceso formativo del estudiante para lograr los objetivos académicos. Trascender la simple
nota, junto al valor que ha tomado la autonomía del estudiante en su proceso de aprendizaje
durante la pandemia, nos puede llevar a impulsar un sistema de evaluación formativa que
aspire a la completud de los conocimientos y capacidades que se espera desarrolle un
estudiante en un programa de formación.
Un hallazgo que resulta clave de este estudio es que se ha despertado un interés por el
interlocutor más allá de su condición de estudiante o profesor. Un reconocimiento a la
humanidad que se sitúa en el propio ser. Al menos el 80% de los estudiantes reconocen que
su salud física y mental es una condición clave para su desarrollo académico. Hoy casi
todas las clases comienzan con un ¿cómo están? que expresa la preocupación por el otro y
por su entorno, y que permite el desarrollo de esa solidaridad que se identificó como
elemento fundamental de la comunidad en la pandemia.
Sin embargo, esa pregunta también refleja un reconocimiento a las condiciones desiguales
más complejas y difíciles que enfrentan algunos estudiantes. Esta constatación resulta clave
para reconocer que el aula y los campus, como espacios de encuentro, son parte necesaria
de la posibilidad de construcción y formación del tejido social, por cuanto permiten el
encuentro entre diferentes, pero en condiciones de mayor igualdad. Tenemos que cuidar
que la virtualidad no amplíe las brechas ya existentes.
Estas son apenas algunas de las lecciones que nos está dejando la pandemia, que nos
muestran que gracias al carácter vivo de nuestras comunidades podemos aprender y crecer
en medio de la crisis. Ojalá todas las comunidades tengan la oportunidad de reflexionar
sobre las experiencias en la pandemia, aprender de ellas y hacer propuestas de cambio.