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CAPÍTULO I.

Genealogía de las formas


occidentales de apropiación de la tierra

Catastro y propiedad de la tierra


en el mundo antiguo

Conceptos introductorios y estudios de caso

Alexander Martínez Rivillas


Profesor de la Universidad del Tolima
Grupo de investigación en Desarrollo Rural Sostenible
Departamento de Desarrollo Agrario
Facultad de Ingeniería Agronómica
Universidad del Tolima, Colombia

2019

1
Martínez Rivillas, Alexander
Catastro y propiedad de la tierra en el mundo antiguo:
conceptos introductorios y estudios de caso / Alexander
Martínez Rivillas. -- 1ª. Ed. -- Universidad del Tolima, 2019.
160 p. : il. tablas
Contenido: Genealogía de las formas occidentales de
apropiación de la tierra -- Hitos de los catastros rústicos desde
la antigüedad hasta el siglo XV -- Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India -- Catastros en Micenas y Grecia -- Catastros
en la República y en el Imperio Romano -- Discusión eti-
mológica de la palabra catastro

ISBN: 978-958-5569-11-9

1. Valoración de bienes raíces 2. Catastro 3. Avaluó


catastral I. Titulo

333.332
M385c

© Sello Editorial Universidad del Tolima, 2019


© Alexander Martínez Rivillas

Primera edición:100 ejemplares


ISBN: 978-958-5569-11-9
ISBN electrónico: 978-958-5569-12-6
Número de páginas: 160 p.
Ibagué-Tolima

Facultad de Ingeniería Agronómica


Grupo de investigación en Desarrollo Rural Sostenible

Catastro y propiedad de la tierra en el mundo antiguo: conceptos


introductorios y estudios de caso

publicaciones@ut.edu.co
alexandermartinezrivillas@gmail.com
Impresión, diseño y diagramación por Colors Editores S.A.S.
Portada: Colors Editores S.A.S.

Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial


por cualquier medio, sin permiso expreso del autor.

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

Agradezco a la Universidad del Tolima el apoyo incondicional que


me ha ofrecido para desarrollar las investigaciones que presento al
público. Especialmente, quiero expresar mi deuda impagable con
el Departamento de Desarrollo Agrario, cuyos colegas no dejan
de invitarme a continuar con estas investigaciones inusuales para
nuestro entorno académico.

3
A Rodrigo Castellanos Luque (Q. E. P. D.), quien me inició en el
complejo mundo de la historia del catastro y de la economía del
suelo, y cuya amistad me hizo mejor.

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

Contenido

Introducción 9

CAPÍTULO I. Genealogía de las formas occidentales de


apropiación de la tierra 11

1.1 Lo sagrado y profano en las primeras formas de


apropiación del suelo 13

1.2 La épica y la tragedia en las formas griegas de


apropiación del suelo 19

1.3 Las formas romanas de apropiación del suelo 29

1.4 La formación de la renta del suelo-mercancía 32

1.5. Conclusiones 33

CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos desde la


antigüedad hasta el siglo XV 35

2.1. Introducción al estudio de los catastros del mundo


antiguo y medieval 37

2.2 Los primeros catastros rústicos 40

2.2.1 Mesopotamia 41
2.2.2 Egipto 42
2.2.3 India 42
2.2.4 China 43
2.2.5 Norte de Italia 43

5
2.3  Catastros rústicos complejos  44

2.3.1 Grecia 44
2.3.2 Roma 46
2.3.3 China 48
2.3.4 Imperio Carolingio 49
2.3.5 India 49
2.3.6 Inglaterra 49
2.3.7 Califato de Córdoba  49
2.3.8 Reino de Aragón, Valencia y Mallorca  50

2.4 Catastros rústicos premodernos 50

Norte de Italia 51

2.5 Catastros rústicos precolombinos  51

2.5.1 Imperio Azteca 51


2.5.2 Confederación Muisca 52

CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia, Egipto e


India 55

3.1 Genealogía de la tecnología destinada a inventariar la


propiedad 57

3.1.1 Listas de objetos mentales en las tribus 58


3.1.2 Listas de objetos en las revoluciones urbanas 59
3.1.3 Genealogía del catastro 67

3.2. El catastro en Mesopotamia 74

3.2.1 Sumer 74
3.2.2 Babilonia 80
3.2.3 El Catastro en Egipto 91
3.2.4 El catastro en la India 98

3.3 Conclusiones 99

6
CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia 101

4.1 El catastro micénico 103

Propagación del catastro de las revoluciones urbanas 103

4.2 El catastro en el Imperio Micénico 107

Conclusiones 117

4.3 El catastro en Grecia Clásica 117

Conclusiones 127

CAPÍTULO V. Catastros en la República y en el Imperio


Romano 129

El catastro romano 131


El catastro en la República de Roma 137
Conclusiones 146

CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la palabra


catastro 147

Etimología de la palabra catastro 149


La palabra catastro 149
Catastro e inventario 151
‘Conforme a la ley’ y ‘distribución’ 152

Referencias bibliográficas 155

7
Figuras

Figura 1. Mapa de Mesopotamia 63


Figura 2. Mapa Babilonio 90
Figura 3. El gromatici y la groma 134

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

Introducción

Este libro tiene por tema central la historia del catastro en el


mundo antiguo, esto es, sacar a la luz las causas probables de la
aparición del catastro, las diversas formas que en la historia antigua
ha presentado, las utilidades para distintos tipos de formaciones
sociales, y las huellas que ha dejado impresas en el catastro moderno.
No obstante, se abordarán algunos aspectos de los catastros
medievales y precolombinos.
En la investigación se podrá constatar que el catastro fue, desde
sus inicios, una institución con propósitos inequívocos, en cuyas
tablillas se registraban los atributos de la propiedad inmueble gracias
a un grupo de escribanos, agrimensores y notarios funcionalmente
vinculados al catastro, que medían, censaban y liquidaban los
impuestos de la propiedad inmueble tal como hoy lo hace el catastro
moderno.
El estudio presenta la siguiente metodología general: primero,
una exposición sobre las genealogías posibles de la propiedad de la
tierra en occidente. Segundo, un análisis general de las tipologías del
catastro antiguo y medieval, el cual prepara al lector en el conocimiento
de las nociones básicas de la historia del catastro antiguo. Tercero,
un estudio sobre los posibles orígenes de los catastros rústicos en
Mesopotamia, Egipto e India. Cuarto, un análisis más o menos
detallado de las características de los catastros micénico y griego.
Quinto, una reconstrucción hipotética del catastro en la República
y en el Imperio Romano, con sus distintas utilidades sociales y
consecuencias sobre el desarrollo de la civilización occidental.
Finalmente, se discuten algunos aspectos sobre la etimología de la
palabra catastro, la cual ha sido problemática.
Se intentará probar dos hipótesis fundamentales. Primera: la
escritura nació elaborando precisamente catastros. Las tablillas más
antiguas encontradas en un templo de Erech, ciudad Mesopotámica,
contienen registros de tributaciones en especies; y tales tablillas son,

9
probablemente, registros catastrales. Segunda: el catastro fue una
“innovación tecnológica” fundamental para el surgimiento de las
primeras ciudades, y estimuló en forma protagónica el desarrollo de
la matemática, la geometría, los sistemas de pesos y medidas y la
agrimensura. Tercera: los catastros de las primeras ciudades, es decir,
Erech, Lagach, Ur, Akad, Babilonia, Egipto, las ciudades del valle
de Sind y Penjab en la India, entre otras, son catastros de carácter
fiscal y administrativo, los cuales se convirtieron en los precursores
directos de los catastros de grandes imperios antiguos y medievales,
y de las sociedades modernas.
Particularmente se mostrará que en el Imperio Micénico
se elaboraron los primeros catastros meramente fiscales; y que en
Grecia Clásica se elaboraron los primeros catastros de vocación
democrática. Este tipo de catastro es un catastro político construido
en un ambiente más o menos asambleario, el cual propiciaba toda
una deliberación pública para la determinación de los montos de los
impuestos a la propiedad inmueble, lo mismo que para la inversión
de estos excedentes en obras de interés común.
Respecto de la República Romana, se verá que inaugura un
catastro con reglas jurídicas estrictamente definidas y con fines
exclusivamente fiscalistas. Las bases jurídicas del catastro medieval
y moderno se encuentran en la República y el Imperio Romano, y
toda su legislación respondió a los procesos de expansión territorial
y al sostenimiento de un Estado centralizado que tenía que absorber
las rentas de cada una de las porciones de su descomunal territorio
para sostener a sus numerosos ejércitos, engrandecer sus ciudades,
y cumplir con las demandas de la vida urbana y las élites sociales.

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

CAPÍTULO I
Genealogía de las formas occidentales
de apropiación de la tierra

11
12
CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

1.1 Lo sagrado y profano en las primeras formas de apropiación


del suelo

Distintas formaciones sociales han dividido la tierra en espacio


sagrado y espacio profano. La fundación de las ciudades romanas
se acompañaba de una ceremonia en la que un arado demarcaba
los límites de las ciudades, evitando que el lugar de acceso a la
ciudad quedara señalado por el surco. Los límites de la ciudad eran
considerados sagrados, pero las puertas de la ciudad, el lugar por
donde accederían nuevas costumbres y novedosos instrumentos:
prácticas foráneas, era considerado un espacio profano. El arado era
signo de “civilizar”, pero con una doble implicación: despejaba las
fuerzas malignas mediante ceremonias, dejando constancia de los
lugares vedados a ellas en los que se habría de construir la ciudad,
y despejaba las fuerzas malignas en los lugares donde habría de
practicarse la siembra.
Sabemos que las primeras ciudades se construyeron y dieron
lugar a la vida urbana gracias al excedente agrícola producido en las
tierras fértiles que rodeaban las ciudades. Pero también sabemos,
por diferentes fuentes, que estas tierras se encontraban estrictamente
reguladas por las autoridades sacerdotales –mediadores de los
dioses–, en el caso de las tierras pertenecientes a los templos en
Egipto; o severamente controladas por las autoridades monárquicas
–de estirpe divina–, en el caso de las ciudades mesopotámicas.
El espacio de la ciudad y el espacio agrícola eran espacios
sagrados. Pronunciar las leyes divinas para su configuración como
espacio habitable, y pronunciar las leyes humanas –en nombre
de las divinidades– para su organización como espacio seguro y
permanente, lo convertía en un espacio sagrado y, consecuentemente,
en un espacio “civilizado”. El Código de Urnammu y El Código
de Hammurabi dejaron constancia de muchas de aquellas leyes
humanas para la organización de la tierra, bajo la forma de distintos
tipos de tenencia de la tierra y de fórmulas jurídicas secularmente
practicadas. Allí se menciona, directa o indirectamente, la propiedad,
la aparcería, el arrendamiento y la servidumbre. Se logra entrever que

13
los campesinos tenían derecho –en su acepción más primitiva ‘dejar
hacer’ o ‘poder hacer’- a ser propietarios, aparceros y arrendatarios;
y que los esclavos eran reducidos a la condición de “trabajadores
serviles”.
Por un lado, el código de Urnammu1 (2112 a.C.–2094 a.C.)
regulaba cada una de las relaciones de propiedad en los siguientes
términos: eran prohibidos los bienes de familia o comunales, no era
posible el arrendamiento perpetuo y la propiedad era esencialmente
individual, es decir, si no pertenecía a campesinos y medianos
propietarios, pertenecía a los templos o al rey. Por otro lado, El
Código de Hammurabi (1792 a.C.–1750 a.C.) es considerado el
primer “derecho agrario”, cuya legislación minimiza la “influencia
política” de los templos al ser sometidos a la veeduría de jueces
civiles al servicio del rey; convierte a algunos almacenes de los
templos en graneros del Estado; distribuye propiedades reales entre
los guerreros bajo fideicomiso hereditario (bien confiado a una
persona con la condición de restituirlo, y heredable si esta condición
no se presenta); convierte los siervos en “hombres libres” (que por
quedar sin tierras solo debían pagar la mitad de los honorarios a
médicos, arquitectos, etc.); regula los salarios de jornaleros, limita
los intereses y alivia los arrendamientos.
Con claridad asombrosa define los criterios según los cuales
existía pleno dominio sobre la tierra. No era suficiente la posesión del
inmueble, sino que debía añadírsele un título jurídicamente válido,
o sea, un documento que garantizara la “indudable” propiedad,
redactado por peritos autorizados y con re-producciones que
reposaban en los templos. El título servía para reclamar la propiedad
frente al poseedor, “tanto de bienes muebles e inmuebles como sobre
esclavos. Al que se le encontraba en posesión de una cosa, sospechosa
de haberse extraviado o hurtado, se le podía exigir documentalmente
su posesión para verse libre del proceso.” (Hammurabi, 1986, p.
XCII-XCIII).

1 Más conocido como el código de Ur, que según los estudiosos no fue elaborado por el rey Urnam-
mu, sino por su hijo y sucesor shulgi (2093 a.C. -2040 a.C.) (Hammurabi, 1986).

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

Los documentos de compraventa de los babilonios no eran


tampoco avaros en detalles sobre el sujeto y el objeto que intervenían
en el negocio. Bajo el imperio babilónico las relaciones jurídicas
estaban reguladas por documentos de compraventa, por lo que no
es gratuito que las miles de tablillas encontradas en varios templos
de ciudades mesopotámicas sean documentos de compraventas.
En estos documentos se señalaba el objeto de la compraventa, su
descripción (si eran inmuebles), el título de propiedad del vendedor
y su procedencia, la específica declaración de venta, la indicación del
precio, los nombres de los testigos y la fecha. La propiedad pasaba
del vendedor al comprador únicamente en el momento del pago del
precio estipulado. Existía otro tipo de trámites como pagos ficticios
o alteración de precios, bastante parecidos a los que a diario se dan
en la vida contemporánea. (Hammurabi, 1986, p. XCV-XCVI).
La aparición de las primeras ciudades trajo consigo la
experiencia de distintas formas de organización de la tierra, o mejor,
de la organización y control del uso de la tierra. En otras palabras,
como condición necesaria para la aparición de la vida urbana aparece
el control del excedente agrícola, mediante una severa jerarquización
de las funciones sociales y el control de autoridades autodefinidas
como representantes directas de los dioses en la tierra o de estirpe
divina. La experiencia del control del excedente agrícola, que en
primera instancia se practicó mediante las “tablillas de cuentas”, se
convirtió en la experiencia de la escritura sistemática de las leyes
practicadas para ejercer tal control.
El aura divina de estas leyes constituye –invirtiendo la
expresión de Jaeger en su Paideia que caracteriza el espíritu griego:
legalidad inmanente de las cosas– una legalidad trascendente de las
cosas. Esta legalidad es una legalidad cósmica, expresa la armonía y
el equilibrio del cosmos, cuyas leyes fundaron y conocen los dioses
y a las cuales solo algunos hombres tienen acceso por revelación o
por una comunicación privilegiada. Estas leyes cognoscibles para los
hombres son las leyes humanas que invistieron a sacerdotes, escribas
y dinastías monárquicas de una autoridad incuestionable. Las leyes

15
humanas en el contexto de una legalidad cósmica, por decirlo de
alguna manera, legitimaron una organización y control del uso de la
tierra en las distintas sociedades de las revoluciones urbanas o en las
primeras sociedades “prósperas” que la historia ha podido registrar.
Asimismo, solo la experiencia de la ciudad hizo posible la
plena experiencia de la propiedad de la tierra. Por el contrario, las
sociedades primitivas consagraron la propiedad comunal o familiar,
pues el uso común de la tierra asegura la supervivencia de pequeñas
comunidades y la manutención de las personas separadas de las
actividades agrícolas, como sacerdotes, artesanos y pater familias.
Pero, ¿cómo ir más allá de la práctica agrícola de supervivencia?
¿Cómo generar ese excedente agrícola que permitió el surgimiento
de la vida urbana? Esto solo es explicable mediante un proceso de
extrañamiento de la tierra, de separación y desarraigo de la tierra.
Una vez que la tierra que se posee no es de quien la posee
sino de quien no la posee, toma la forma de algo que es extraño
y ajeno; tan ajeno que ya no es posible usarlo para las prácticas
agrícolas de supervivencia o para las prácticas ceremoniales de las
“religiones domesticas”, si ante todo no se usa para la supervivencia
y ostentaciones de quien no la posee, de quien la tiene y lleva una
vida urbana. ¿Qué garantiza el hecho de que lo que no se posee,
sin embargo, se tiene? Una compleja legalidad trascendente de las
cosas, trascendente de la tierra, que ritualiza y sacraliza el espacio de
la siembra, que legisla al amparo de los dioses las relaciones de uso
con la tierra, y que declara los tributos que deben ofrecerle a quien la
tiene, esto es, a su propietario.
La propiedad de la tierra nació como una práctica de gobierno,
de control y organización de la naturaleza para el desarrollo de
la vida urbana de distintas formaciones sociales. El proceso de
extrañamiento de la tierra mediante una legalidad cósmica garantiza
el control de la naturaleza: todo lo que en potencia produzca la tierra
pertenece no a su poseedor o al trabajador, sino al propietario.
Los procesos y estrategias para la imposición de tributos
aseguran la organización de la naturaleza: medir, amojonar y calcular

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

la productividad del suelo con sus respectivas rentas; y distribuir


las relaciones de uso, como propiedad, arrendamiento, aparcería y
servidumbre.
El abismo o la separación que se interpone entre el trabajador
y la tierra en virtud de aquel proceso de extrañamiento, convierten
al trabajador y a la tierra en dos fuerzas productivas independientes,
dos entidades distintas solo comparables a partir de simbolismos
prácticos. Al trabajador no le pertenecen sus productos, solo le puede
pertenecer su capacidad de producir. Al propietario no le pertenece
la capacidad de producir del trabajador, pero sí le pertenece la
capacidad productiva de la tierra, es decir, los productos que el
trabajador deriva de la tierra. La noción de trabajo apareció bajo la
forma de extrañamiento o separación entre “productor y producto”.
En vista de que el producto no le pertenece al productor, se
le compensa o remunera porque puede producir, porque trabaja.
En vista de que la capacidad productiva de la tierra le pertenece al
propietario, se le tributa o renta el producto. A la luz del Código de
Hammurabi, el Imperio Babilonio se nos aparece como una puerta
de acceso a las primeras experiencias de la propiedad de la tierra.
Esta no es sino una cualidad esencial a las formaciones sociales que
han intensificado las relaciones entre productores y consumidores
en el escenario de una comunidad urbana fundada en la captación
de la renta agrícola. La presencia de la propiedad de la tierra es la
expresión de una práctica más fundamental en el nacimiento de la
vida urbana, se trata de la propiedad individual.
En oposición a la propiedad comunal, la individual establece una
radical separación entre productor y producto en todo tipo de prácticas
productivas. Previamente dispuesto este escenario, construido al
“ritmo” de aquella legalidad cósmica, aparece el complejo universo
de lo apropiable. Todo objeto al que le sea inherente la cualidad de
ser usado para producir, como la tierra, los instrumentos de labranza
o de manufactura puede ser apropiado, enajenado. Y también, todo
objeto producido para el consumo es susceptible de ser apropiado.
Un universo de complejos y diversos objetos apropiables dicta

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una solución práctica para ser intercambiados o acumulados, es de
hecho un símbolo de intercambio o un “medio de intercambio”: la
moneda. Todo objeto en Babilonia, exceptuando los sagrados en sí
mismos, podía constituirse en objeto de compraventa. El trabajo era
remunerado en moneda o en productos; y la servidumbre no recibía
más remuneración que la que asegurara la reproducción de sus
“mínimas condiciones de existencia”.
Ya las primeras civilizaciones se habían enfrentado a un
problema que ha acompañado a distintas sociedades: la regulación
del universo de objetos apropiables para la conservación o desarrollo
de una formación social. En particular, las sociedades que distribuyen
el excedente de la producción agrícola mediante distintas formas de
mercado, entre las cuales podemos destacar las civilizaciones antiguas,
la República y el Imperio Romano, Ciudades-Estado premodernas,
y la mayoría de las sociedades modernas, han construido prácticas
de gobierno destinadas a ensayar infatigablemente toda clase de
soluciones sin efectos duraderos. Tanto el Imperio Babilonio como
el Egipcio buscaron regular esa dinámica ciega de distribución de
objetos de aquel universo de lo apropiable: la tierra ubérrima en
poder de ricos comerciantes, sacerdotes, dinastías monárquicas
y funcionarios menoscababa las condiciones productivas de los
trabajadores agrícolas.
Víctor Alba concibió una “Historia General del Campesinado”,
mostrando los periplos cotidianos por los que el trabajador agrícola
tenía que vérselas para conseguir ese mínimo de condiciones de vida
que lo ha caracterizado como una constante a lo largo de toda su
historia. Los campesinos nutrieron los ejércitos, teniendo que correr
con los gastos de su equipamiento para la guerra, abandonaron sus
tierras y familias, cuyos miembros (mujeres, niños y ancianos)
no podían pagar la respectiva renta agrícola y debían migrar a las
ciudades a vivir en condiciones de esclavitud. En otras ocasiones,
teniendo que pagar pesados tributos y aceptar los bajos precios con
los que transaban sus productos, lo obligaban a vender sus tierras o a
esclavizarse por deudas. Como hoy, los campesinos de las naciones

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

“en vías de desarrollo”, se han debatido entre una “economía de


autoconsumo” y una vida miserable.

1.2 La épica y la tragedia en las formas griegas de apropiación


del suelo

La tierra, como espacio sagrado y profano, sirvió de horizonte


para explicitar el nacimiento de la propiedad de la tierra en el contexto
de un universo de objetos apropiables, fundamentado y prediseñado
por una legalidad cósmica que privilegió la vida material de unos
pocos y permitió consolidar la dinámica de una comunidad urbana,
con una nueva división del trabajo y una cultura urbana. Una nueva
división del trabajo, en la medida que el control y distribución
de la renta agrícola exigía la participación de escribas, obreros y
artesanos. Una cultura urbana, en la medida que el conocimiento de
fórmulas jurídicas, sistemas de pesos y medidas, oficios artesanales
o especializados, ceremoniales de comportamiento, y la función del
dinero, se hacía, poco a poco, más indispensable para sobrevivir en
la ciudad o, al menos, para acceder a ella de forma esporádica, como
en el caso del campesino.
Sin embargo, la historia del surgimiento de la civilización
occidental ha dado constancia de un hecho sin precedentes: el
profundo cuestionamiento de aquella legalidad cósmica iniciado en
la sociedad micénica, madurado en la Grecia clásica y culminado
en las postrimerías de la Grecia Helenística, con la muerte de
Alejandro Magno, la invasión romana y la decadencia de Atenas.
En la sociedad micénica se hallan las raíces de un moderado proceso
de secularización del conocimiento. El arte de la escritura ya no era
de uso exclusivo de una casta sacerdotal, sino que era una profesión
independiente de los intereses religiosos. Las tablillas de cuentas y
los inventarios exhumados en Creta y Pilos, solo dan cuenta de una
“administración civil”, pues los inventarios de las ofrendas religiosas
prácticamente son inexistentes. El acto de evadir los tributos no
implicaba ningún tipo de interdicción al uso de la tierra, ni mucho

19
menos una expropiación de la misma. Las tierras colonizadas se
repartían por suertes, o con fichas que se conocían con el nombre de
Tarjas; el destino o el azar aseguraban la equidad en la distribución
de la tierra.
La dinámica secularizadora del poder y del conocimiento,
al mismo tiempo que su voluntad expansionista, construyeron
dos valores fundamentales que hacen parte de la virtud griega: la
valentía y la nobleza. Dos valores puramente humanos que habrán de
subvertir la tradición de la legalidad cósmica y sentarán las bases de
una legislación inmanente de las cosas, una legislación propiamente
humana, con limitaciones, desafíos a los dioses y observadora
insobornable de las tradiciones humanas. Aquí se enmarcan la épica
y la tragedia griegas, dos horizontes del comportamiento humano
que habrán de provocar prácticas de gobierno y prácticas cotidianas
fundamentadas en una legislación eminentemente humana.
La épica griega no es solamente la versificación de los periplos
heroicos, es ante todo la expresión de un espíritu que busca, se aventura
en alta mar, corrobora leyendas, construye y asegura el bienestar de
su pueblo, reconoce su mundanidad: labra su propia tierra y elabora
sus muebles, en el caso de Ulises, y se entraba en competencias por
decidir quién sega más, en el caso de Aquiles. La tragedia griega
no es ese fenómeno recordado y decantado que le sigue a la épica
griega, o mejor, de la valentía no se sigue una nobleza en épocas de
paz. Son dos fenómenos “unidos por una misma raíz”. La valentía
conduce a la nobleza cuando Aquiles, después de matar a Héctor,
llora por Príamo, el padre de su enemigo. El acto épico de alcanzar
la victoria sobre Héctor contiene la semilla de la reprobación: Héctor
era “el amante esposo y buen ciudadano”, valores incondicionados
de los mismos antiguos griegos. Así pues, la épica lleva en sí misma
la tragedia.
Pero también, la nobleza conduce a la valentía cuando
Antígona –observadora de la tradición matriarcal y modelo de
estudio recurrente de la filosofía– en tono desafiante le exige a
Creonte –observador de la tradición patriarcal– el derecho, “no de

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CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

hoy, ni de ayer, sino de siempre”, de enterrar a su hermano Polinices,


a quien, por quebrantar las leyes de la ciudad, se le había negado
sepultura. El acto de nobleza de Antígona de apelar a una tradición
“de siempre”, a la conciencia de una tradición humana, a las leyes
no escritas o concebidas por ningún mortal –a la compasión y a la
piedad–, impone de inmediato una decisión desafiante, una actitud
valiente por la que “sabía que iba a morir”. Llevar un acto de nobleza
a plenitud trae consigo un acto de valentía.
Una experiencia trágica es de por sí una experiencia épica.
La épica como acto de valentía que conlleva a la nobleza, y la
tragedia como acto de nobleza que conduce a la valentía, es el
resultado de un conflicto entre dos legalidades –consabidas entre
nuestros “iusfilósofos” de la Grecia antigua–: una legalidad cósmica
representada por la sociedad patriarcal, y una legalidad humana
encarnada por la sociedad matriarcal. La sociedad patriarcal, según
la “comedia familiar” de Freud –en palabras de Deleuze–, ejerce las
prácticas autoritarias de monopolización del placer y aplazamiento
de la satisfacción de las necesidades, en aras de la organización y
seguridad de la comunidad. Una organización que, desde nuestra
perspectiva, permite fundar un mundo como un conjunto de objetos
apropiables y, en consecuencia, controlar el excedente agrícola; y una
seguridad que instrumenta a los seres humanos para la construcción
de obras públicas, y la adecuación de tierras para mejorar sus
rendimientos y desarrollo de la vida urbana.
La sociedad matriarcal recuerda una comunidad concebida
para la producción de bienes comunes, una comunidad en la que
sus miembros distribuyen los bienes según sus necesidades. La
satisfacción del placer no se retarda, ni autoridad alguna se apropia
de los objetos indispensables para sobrevivir y de los “objetos
ceremoniales” para insertarse en la vida social. Para Freud, el
precio que paga una comunidad para ingresar en la “civilización”
es precisamente la “superación” de la sociedad matriarcal y
la consiguiente consagración de la sociedad patriarcal, cuyo
desarrollo conduce a un “malestar” irresoluble. Que en una versión

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marcusiana se soluciona disparando los instintos vitales mediante
una racionalidad que administra su plena satisfacción en virtud de la
“fertilidad incontrolable” que pueden ofrecer los instrumentos de la
técnica moderna.
La épica y la tragedia griega sugieren una solución diferente,
la cual es aplicable para un universo específico, el universo de
los ciudadanos adultos de sexo masculino, pues las mujeres y
los esclavos fueron reducidos a la condición de instrumentos
(“aunque” los esclavos contaron con la facultad de ser testigos de
peso en la resolución de un litigio, como lo muestra Foucault en
su interpretación de “Edipo Rey”, en las conferencias “La Verdad
y las Formas Jurídicas”. Y les reconocieron un alma, si admitimos
que la duplicación del cuadrado que ejecuta el esclavo en el diálogo
socrático, solo es posible por las reminiscencias de su alma cuando
vagaba por el mundo de las ideas).
La sociedad micénica preparó, en la épica homérica, un
encuentro “a medio camino” entre la sociedad patriarcal y la sociedad
matriarcal, la legalidad cósmica y la legalidad mundanizada, Aquiles
y su dolor por Príamo o por el deceso de Héctor. La Grecia Clásica
sancionó, en las tragedias de Sófocles, este encuentro a medio camino,
identificando los dos núcleos de la contraposición: la autoridad del
patriarca y la incondicionalidad de la figura materna o filial, “la
autoridad pública y la conciencia moral”, “la ley y la justicia”, “la
tiranía y la democracia” –tránsito de la tiranía a la democracia en la
lectura foucaultiana de Edipo Rey–, Creonte y Antígona.
Este encuentro a medio camino constituye un orientador
modelo de solución a la “superación” tanto de la sociedad matriarcal
como del malestar derivado de la consagración de la sociedad
patriarcal. Una solución que asegurará una regulación concreta del
universo de objetos apropiables, sin que el bienestar y la seguridad
de la ciudad se vea amenazada, (una solución idealizada por la
modernidad, pero cuya praxis cotidiana hizo posible ese “siglo de
oro”, el siglo de Pericles), y racionalizada después por la filosofía
griega. Nos referimos al modelo de Ciudad-Estado bajo una forma

22
CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

democrática de gobierno, aplicado a pequeñas comunidades, no


mayores a 50.000 ciudadanos adultos de sexo masculino –se afirma
que Atenas no superó esta cifra–, cuyos principios reguladores son
la justicia y la felicidad, legitimados por ciudadanos virtuosos, esto
es, valientes y nobles.
Existe una correlación entre la virtud, la justicia y la felicidad
griegas, profusamente estudiada por la filosofía, que no podemos
abordar aquí en toda su dimensión. Por ello, ensayaremos una
vinculación simple y casi reduccionista de estas nociones. Las ideas
de justicia y felicidad implican –entre otras cosas– una nueva forma
de control y organización de la naturaleza, una nueva forma de
regulación del uso de la tierra. La justicia resulta de la proyección
de los principios morales de una vida virtuosa en las prácticas de
gobierno y, a su vez, es la garantía para asegurar la educación de
ciudadanos virtuosos. La virtud griega es la nobleza del alma, la
valentía, el sentido del deber y del honor, la capacidad de persuasión
en una asamblea, en resumen, la excelencia del individuo que le
permite convertirse en un “modelo de conducta” y desempeñar un
papel protagónico en la construcción del destino de la ciudad, un
destino de felicidad.
Desde luego, la virtud no se busca por la virtud misma, los
hombres quieren ser virtuosos por una tendencia natural, que
según los griegos era la de buscar la felicidad. Esta tendencia,
según Aristóteles, es de estirpe divina, pues en la “Ética” afirma:
“El hombre no viviría de esta manera en cuanto hombre, sino en
cuanto que hay algo divino en él” (Hadot, 1998, p. 92). “Es deber
del legislador el hacer feliz a toda la ciudad”, decía Sócrates, pero,
¿qué es la felicidad para los griegos? –trataremos de responder–.
Es aquello a lo cual nos conduce el llevar una vida virtuosa, no de
molicie pero tampoco sórdida, de desprendimiento de lo material
pero con lo necesario para vivir, de dominio de las pasiones pero
sin privarse de placeres sencillos, “entretenimiento moderado y
razonable” opinaba Platón; estilo de vida que nos pone en las puertas
de la serenidad imperturbable en opinión de los estoicos, o en una

23
dicha noble y casi divina, cuya forma más elevada corresponde, en
Aristóteles, al estilo de vida contemplativo del filósofo.
El legislador de la ciudad es también un legislador del
territorio, un ordenador del mismo; el ordenador o regulador es
una autoridad legislativa suprema que en griego se escribe kósmoi
(Aristóteles, 1989, p. 69). Kósmoi se asocia con kósmos, que indica
conveniencia, disciplina, buen orden, organización2. El ordenador
del territorio es quien proporciona un orden conveniente al territorio,
y este orden conveniente es aquel que garantiza la felicidad de
toda la ciudad. Aristóteles presentó en la Política, un conjunto de
reflexiones de distintos filósofos y gobernantes sobre la mejor forma
de “organización de una ciudad” o de regulación del uso de la tierra.
Allí se presentan las propuestas de Fidón de Corinto, Faleas de
Calcedonia, Hipódamo de Mileto y de Platón.
En lo que toca a la opinión de Fidón de Corinto, uno de los más
antiguos legisladores, decía que era indispensable mantener igual el
número de casas y el de ciudadanos, y que los lotes fueran todos
desiguales en magnitud (Aristóteles, 1989, p. 49-50). En cuanto a la
postura de Faleas de Calcedonia, nos dice el filósofo (Aristóteles):

“En opinión de algunos el ordenamiento justo de la propiedad3 es


lo más importante, ya que en torno a este problema, según dicen,
se producen todas las revoluciones. Faleas de Calcedonia fue el
primero en introducir este punto al sostener que deben ser iguales
las propiedades de los ciudadanos. Esta medida, en su concepto,
no sería difícil de adoptar en las ciudades de reciente fundación y
desde el principio; y que incluso en las ciudades ya establecidas, por
más que la reforma fuese más laboriosa, podría con todo nivelarse
la propiedad en el más corto tiempo con solo que los ricos dotaran
a sus hijas con tierra sin recibir ellos dote por su parte, y los pobres
recibieran a su vez dote, pero no la dieran” (1989, p. 52).

Existen reflexiones más breves que adquieren la apariencia de


sentencias, de épocas muy anteriores, pero igual de significativas,

2 Los Kósmoi eran magistrados supremos de Creta, los cuales conformaban un tribunal legislativo
compuesto por diez Kósmoi.
3 Aquí se hace referencia exclusivamente a la propiedad inmueble rural, dejando de lado esclavos,
ganado, dinero y bienes muebles.

24
CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

como aquélla atribuida al famoso legislador de Atenas Solón (640–


558 a.C.), la cual afirmaba que “ningún individuo podría adquirir
la tierra que deseare”. Afortunadamente, tenemos una referencia un
poco más clara sobre la propuesta de organización del territorio de
Hipódamo de Mileto. He aquí lo que Aristóteles nos reseña de él:

“Hipódamo de Mileto, hijo de Eurifón, fue el primero que, sin


experiencia política, abordó el tema de la mejor forma de gobierno.
(Este hombre inventó la división de las ciudades en manzanas y trazó
las calles del Pireo4. En lo demás de su vida era un tanto excéntrico,
al grado de que hubo quienes pensaran que vivía con demasiada
afectación...). Hipódamo proyectó su ciudad con una población de
diez mil habitantes, dividida en tres clases; la primera de artesanos,
la segunda de campesinos y la tercera de ciudadanos armados para
la defensa del país. En cuanto a la tierra, la dividió asimismo en tres
partes: una sagrada, otra pública y la tercera privada. Con la sagrada
debían mantenerse las obligaciones acostumbradas a los dioses, con
la pública la subsistencia de la clase militar, y con la privada la de
los campesinos” (Ibíd., p. 56-57).

En opinión de Aristóteles, Platón consideraba que la población


debía estar dividida en dos clases, una de campesinos y artesanos,
y otra de militares, de esta última se derivaría una tercera clase, la
cual constituiría el organismo deliberante y el supremo poder de
la ciudad. La propiedad del ciudadano debía ser tanta cuanto sea
necesaria para llevar una vida morigerada, lo mismo que distribuida
por igual entre ellos (incluidas las casas). No ponía restricciones
a la procreación, como es el caso de Aristóteles, y la propiedad
establecida era indivisible.
Por el contrario, en una obra de Platón, “Las Leyes”, la
propiedad podía aumentarse hasta cierto límite, cinco veces más que
la propiedad mínima. Cada una de estas reflexiones sobre la mejor
4 Hipódamo de Mileto es conocido como un célebre arquitecto griego del siglo iv a.C., al cual se
le atribuye la construcción del puerto del Pireo, que conectaba a Atenas con el mar Egeo mediante
un corredor amurallado. En cuanto a la división de las ciudades en manzanas, los historiadores del
urbanismo no comparten la afirmación de Aristóteles en el sentido de que fue Hipódamo quien la
inventó, pues ya las ciudades mesopotámicas (3000 a.C. en adelante) contaban con un sistema
ortogonal de división de las ciudades. Este sistema, según explican los urbanistas, es el resultado de
transferir de manera abstracta la ortogonalidad de los sistemas de cultivo y riego al espacio urbano
(Bonet, 1989, p. 46).

25
forma de organizar el territorio está enmarcada en la vieja discusión
de la filosofía política sobre la mejor forma de gobierno. Aristóteles,
por su parte, las clasificó como opiniones propias, o de la democracia,
o de la tiranía, o de la monarquía, o de una amalgama equilibrada
entre todas o algunas de ellas. Por ejemplo, la opinión de Platón
contenida en la “República”, obedece a una forma de gobierno en
donde se combina tanto la democracia como la oligarquía.
Las teorías mencionadas pueden resumirse así: es un intento de
clasificar la población, regular las actividades públicas (económicas,
políticas y sociales) y definir las relaciones con el territorio (clase de
uso: agropecuario o urbano, y limitaciones a la propiedad). Para los
griegos, ordenar el territorio implicaba primero ordenar la población,
o sea, definir sus actividades y regular las relaciones sociales de
acuerdo a un número de habitantes preestablecido, a las necesidades
materiales de la población y a las condiciones educativas de la misma.
He aquí lo que Aristóteles nos indica acerca de la importancia de la
educación:

“Puede darse el caso de que exista la igualdad en la propiedad,


pero que ésta dé ocasión a la molicie por ser demasiado grande o
por el contrario a una vida sórdida por ser demasiado pequeña. Es
claro, en consecuencia, que el legislador no debe contentarse con
igualar la propiedad, sino que ha de procurar asegurar a todos un
término medio. Pero más aún, tampoco será de provecho el solo
prescribir para todos una propiedad módica, pues hay que nivelar
las concupiscencias antes que las fortunas, y esto no es posible sino
cuando las leyes han educado cumplidamente a los ciudadanos”
(Ibíd., p. 53).

Ordenar el territorio implica dos movimientos: uno, por el


que se representa a la población y al territorio que ésta ocupa, y
dos, por el que se le propone a la comunidad un modelo distinto de
organización social, es decir, un nuevo estilo de relaciones sociales
y de relaciones con la naturaleza, con el propósito innegociable de
garantizarle la felicidad a toda la población. Ahora bien, siempre
suele ocurrir frente a los propósitos que la realidad es otra. Pero

26
CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

tenemos ejemplos y contraejemplos de esta situación. Los griegos


cuidaron de que no existieran diferencias notables en cuanto a los
tamaños de la propiedad.
En el siglo V a.C., gracias a las reformas de distintos
legisladores, las tres cuartas partes de los ciudadanos atenienses
eran propietarias, y en el siglo IV a.C. a.C., la propiedad mayor del
Ática medía solo 26 hectáreas. Demóstenes no reunía con todas sus
propiedades más de 300 hectáreas (Alba, 1973, p. 42).
Cuando en distintas colonias griegas se presentaba la
concentración de las tierras productivas en pocas manos, los
campesinos desposeídos se levantaban contra sus gobernantes,
declaraban la abolición de sus deudas y confiscaban los bienes de
la nobleza y de los campesinos ricos. En Megara, alrededor del 410
a.C., en Samos, dos años después y en Siracusa, las insurrecciones
de los campesinos pobres condujeron a la redistribución de las tierras
y de las riquezas. En la isla de Lípari, ubicada al noreste de Sicilia y
colonizada por los griegos hacia el 580 a.C., refiere Diodoro Sículo,
que los colonos redistribuían las tierras cada 20 años y que sus islas
vecinas se cultivaban de manera colectiva (Wernher y Páramo, 1995,
p. 94).
Por el contrario, la política de redistribución de tierras fue
rechazada por Solón y Demóstenes, pues se había convertido en
“demagogia de tiranos” (Ibíd., p. 95). Fue tema de reflexión de
Aristóteles el problema de la redistribución de la tierra, cuyos ecos
nos plantean las dificultades fundamentales de toda reforma agraria:
distribución de la propiedad de la tierra, colectivización de la tierra,
educación, asimetría ciudad-campo en la distribución de “bienes y
servicios”, e imposición de gravámenes a la tierra.

“Hemos de considerar ahora el problema de la propiedad, y de qué


modo hay que organizarla entre los ciudadanos que han de ser regidos
por la mejor forma de gobierno. ¿Debe ser la propiedad común o no
común? (...) Es posible, por ejemplo, que la tierra sea de propiedad
particular, pero que los frutos se aporten a la comunidad para su
consumo (como lo hacen algunos pueblos). De manera contraria,

27
puede ser la tierra común y el cultivo hacerse en común, pero
distribuirse los frutos para el consumo individual (ciertas naciones
bárbaras, según se dice, practican esta forma de comunismo). Por
último, pueden ser la tierra y los frutos comunes. Cuando los que
cultivan la tierra forman una clase distinta (los esclavos), el caso es
diferente y más fácil de resolver; pero si son los mismos ciudadanos
los que trabajan para sí mismos, estos problemas de propiedad
ocasionarán numerosas rencillas. si, en efecto, no se observa entre
ellos la igualdad en el provecho y en el trabajo, necesariamente los
que trabajan más y perciben menos habrán de quejarse contra los
que, trabajando poco, perciben o consumen mucho.

Difícil es en general convivir y compartir todas las cosas humanas,


pero especialmente en materia de propiedad (...) Sócrates no
ha dicho, ni es fácil decir, cuál haya de ser la posición de los
ciudadanos en la organización total de la república. La gran mayoría
de la ciudad, en efecto, está formada por el conjunto de los demás
ciudadanos distintos de los guardianes; ahora bien, sobre ellos nada
se determina, como si por ejemplo la propiedad ha de ser común
también entre los labradores, o si cada uno ha de tener la suya (...).
En consecuencia, los litigios, procesos y otros males que, a dicho
de Sócrates, hay en las ciudades actuales, se darán todos asimismo
entre ellos, ya que, aunque él diga que la educación hará innecesarios
muchos reglamentos legales, como de policía municipal, mercados
y otros semejantes, el hecho es que solo provee a la educación en
beneficio de los guardianes. Además, hace a los labradores señores
de la tierra con la obligación de pagar un censo; pero en este caso
es probable que se hagan más intratables y levantiscos que lo son
en algunas ciudades los hilotas (esclavos de Esparta), los penestes
(siervos de Tesalia, al norte de Grecia) y los esclavos” (Aristóteles,
1989, p. 42, 44-46).

La propiedad de la tierra se hizo objeto de regulación concreta


de los legisladores y objeto de reflexión de los filósofos. Regulación
que pasaba primero por la educación de los ciudadanos. ¿En
nombre de qué legalidad se le regulaba? Una legalidad esencial a
la mundanidad del hombre que, tal como permite reprobar un acto
épico en Aquiles y desafiar una ley escrita por no ser de “siempre” en
Antígona, exige el derecho de antecedentes cosmogónicos de acceder
a la tierra en igualdad de condiciones. Pues, en la distribución del
universo entre Zeus, Poseidón y Hades, la tierra, además del Olimpo,

28
CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

son posesiones comunes que tienen la forma de un reparto entre


iguales, entre hermanos (Wernher y Páramo, 1995, p. 204).
Esta nueva legalidad configura la manifestación más nítida del
“derecho natural”, esencial a la dimensión humana y deslindada de
la “ley positiva”. Deslinde que no obra por efectos de una simple
contraposición al derecho patriarcal, sino que se halla continuamente
mediado por las prácticas cotidianas de la virtud griega, con sus
respectivos antecedentes micénicos y sus ideas rectoras de justicia
y felicidad. En los griegos, invocar el derecho natural para acceder
a la propiedad de la tierra se afinca en una tradición “de siempre”:
la tierra es una posesión común. Solo por las especificidades de la
tradición griega, los sofistas podían dimensionar el derecho natural
como “anterior y superior al de las leyes” (Jaramillo, Sf., 150). Y
Diógenes era un “testimonio de dignidad” ante Alejandro Magno,
cuando replicaba: “el sol sale para todos y tú me lo estás quitando”
(Ibíd., 152).

1.3 Las formas romanas de apropiación del suelo

Yourcenar puso estas palabras en boca del emperador Adriano:

“Roma ya no está en Roma: tendrá que parecer o igualarse en


adelante a la mitad del mundo: Estos muros que el sol poniente dora
con una rosa tan bella, ya no son murallas; yo mismo levanté buena
parte de las verdaderas, a lo largo de las florestas germánicas y las
landas bretonas. Cada vez que desde lejos, en un recodo de alguna
ruta asoleada, he mirado una acrópolis griega y su ciudad perfecta
como una flor, unida a su colina como el cáliz al tallo, he sentido que
esa planta incomparable estaba limitada por su misma perfección,
cumplida en un punto del espacio y un segmento del tiempo. Su
única probabilidad de expansión, como en las plantas, hubiera sido
su semilla: la siembra de ideas con que Grecia ha fecundado el
mundo.

Pero Roma, más pesada e informe, vagamente tendida en su llanura,


al borde de su río, se organizaba para desarrollos más vastos: la
ciudad se convertía en el Estado. Yo hubiera querido que el Estado
siguiera ampliándose, hasta llegar a ser el orden del mundo y de

29
las cosas. Las virtudes que bastaban para la pequeña ciudad de las
siete colinas, tendría que diversificarse, ganar en flexibilidad, para
convenir a la tierra entera. Roma, que fui el primero en atreverme
a calificar de eterna, se asimilaría más y más a las diosas-madres
de los cultos asiáticos: progenitora de los jóvenes y las cosechas,
estrechando contra su seno leones y colmenas” (Yourcenar, 1985,
p. 86).

Aquellas virtudes diversificadas retratan la política


expansionista de Roma: el control y la administración de un territorio
figurado como la “mitad del mundo”5. Y un territorio equivalente a las
“madres de los cultos asiáticos” representa el descomunal dispensario
agrícola que fue Roma y los conflictos que incubó en medio de su
abundancia. Política territorial y productividad caracterizan a Roma.
Durante el imperio, se producía y comerciaba vino, aceite,
trigo, algodón y toda clase de ganado. Las vías de comunicación
terrestres, fluviales y marítimas fueron seguras y rápidas. Al final
de la República existían grandes, medianos y pequeños propietarios
(Alba, 1973, p. 57).
La mayoría de los predios (al menos en Italia y su ciudad
principal: Roma) estaban limitados por mojones, y su extensión era
determinada por profesionales, los gromatici o agrimensores. A lo
largo de toda la historia del imperio, no se tiene referencia de por
lo menos una reforma agraria que incidiera en la distribución de la
propiedad de la tierra. En efecto, la propiedad empezó a ser entendida
como ius utendi, ius fruendi, ius abutendi, derecho de usar, derecho
de gozar y derecho de abusar de la cosa poseída. El propietario podía
erosionar la tierra, incendiar los bosques y secar las fuentes de agua,
sin que fuera sancionado por la ley.
Asistimos con Roma al nacimiento de una legalidad sin
precedentes, una legalidad que consideró a la “mitad del mundo”
como un libro abierto de cuentas y recaudos: la legalidad del ordo

5 La sociedad romana contó con buena parte de las formas de tenencia de la tierra, las técnicas agrícolas
y constructivas que habían surgido desde Grecia hasta la India, y desde el Cáucaso hasta el Nilo. Al
fundarse la República Romana se conjetura una población aproximada de 130.000 habitantes y una
extensión de 1.000 km2.

30
CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

civitatis. El orden de la ciudad debería “igualarse” al territorio


imperial. Provincias y municipios cristalizarían aquellos “desarrollos
más vastos” y harían de Roma un “Estado”. Existen dos figuras que
atraviesan toda la historia de Roma, el cuestor y el censor. Durante
la República se le “confía la gestión del Tesoro Público” al primero;
y las operaciones del censo y la custodia de las “costumbres públicas
y privadas” al segundo (Petit, 1978, p. 40).
“Indagar” definía la función del cuestor; “inventariar y
sancionar” explicaba la función del censor. Indagar, inventariar y
sancionar constituía una racionalidad que registraba las obligaciones
tributarias de poseedores y propietarios. El censor recorría esos
“desarrollos más vastos” para medir e inventariar la capacidad
contributiva de los predios. Durante el imperio, el censor se separa
de sus atribuciones judiciales y se hace funcionario, junto a las
funciones específicas del cuestor de liquidar y registrar los impuestos
a la tierra, de una institución no muy diferente a la de hoy: el catastro
(Alba, 1973, p. 57).
A partir del siglo II d.C., el catastro romano configuró las
características esenciales y formales del catastro moderno, pero
antes y después de este siglo, el cuestor y el censor ejecutaron sus
funciones según una regla de oro: obedecer a las disposiciones que
la legislación tributaria del momento (que en la mayoría de los casos
desestimuló al minifundio y benefició al latifundista) considerara
pertinente. Sin embargo, a partir de esta época, el catastro estuvo
regido por una legislación específica, según la cual sería de “su
resorte” el registro de la propiedad mueble e inmueble y la liquidación
de sus impuestos. Estaría descentralizado en los distintos municipios
del imperio (al menos en lo que hacía referencia al recaudo), y
concentraría los recursos obtenidos en el Tesoro Público.
Además de la industria tributaria que fue Roma, su legislación
convirtió al catastro en un instrumento capaz de absorber la renta
agrícola de 9’000.000 de km2. Este instrumento de una política
territorial imperial, sustentada en una legalidad que hizo del imperio
la patria, de la patria el hogar, y del hogar el ordo civitatis en el que

31
todos los hombres fraternizarían en Humanitas, Felicitas, Libertas,
según rezaba “en las monedas de mi reinado” –escribe Yourcenar–
se convirtió en el modelo de control de la renta agrícola de las
sociedades modernas, cuya forma más sofisticada la ostentan los
catastros contemporáneos.
Esta legalidad del ordo civitatis impuso a la noción
de humanidad, esa “federación fraterna de individuos” –de
reminiscencias estoicas– una función “ideológica” de dominación
al servicio del “imperio cosmopolita de Roma”, y otra función
de “utopía abstracta” (Jaramillo, Sf., p. 150). Por ello, exigir un
“derecho natural” con aires griegos en Roma, sería como exigir el
derecho a pertenecer a una federación “fraterna” de contribuyentes.
En efecto, el principio de la administración pública moderna de
“distribución de cargas y beneficios”, nos evoca esta federación,
que carga gravámenes a las rentas, y no beneficia sino a la “utopía
abstracta” del “interés común”.

1.4 La formación de la renta del suelo-mercancía

En la teoría de la renta del suelo de Marx se explica la


formación del precio del suelo en función de las rentas que generan.
El suelo, como mercancía que ingresa a la dinámica de la sociedad de
mercado, es un fenómeno que se hace patente en ese hito histórico-
económico que Marx llamó: “La acumulación originaria de capital”.
Dentro de las características fundamentales que acompañan al suelo
como mercancía se cuentan: es un bien irreproducible, contiene un
valor de uso y puede ser apropiado.
El hecho de que la tierra sea irreproducible indica que es
materia prima, la fuente nutricia sobre la cual se apoya cualquier
proceso productivo o el escenario de cualquier práctica cotidiana. Su
condición de valor de uso da cuenta de sus propiedades productivas.
Y el hecho de que sea apropiable implica que cualquiera sea el
uso que se le dé, configura una retribución o renta al propietario,
independientemente de quien la explote.

32
CAPÍTULO I. Genealogía de las formas
occidentales de apropiación de la tierra

Combinando estas características del suelo en una sociedad


de mercado, obtenemos las conocidas rentas diferenciales de la
teoría de la renta del suelo, de Marx, limitada para los suelos de
vocación agrícola: el mero acto de ejercer la propiedad sobre el
suelo configura una renta absoluta; si el suelo es fértil y cuenta con
una ubicación privilegiada para transportar los productos al centro
de consumo, configura una renta diferencial I; y si el suelo ha sido
mejorado mediante inversiones de capital de tal forma que aumente
sus condiciones productivas “permanentemente”, como canales de
riego y avenamiento, configura una renta diferencial II.
Así pues, entender la formación del precio de la tierra,
en función de las rentas que configuran, constituye un modelo
explicativo claro y útil para explicitar el fenómeno suelo-mercancía
de las sociedades actuales.

1.5 Conclusiones

Babilonia llevó a cabo su experiencia de la propiedad de la


tierra en nombre de una legalidad cósmica, privilegiando autoridades
civiles y religiosas. Y Grecia Clásica reguló la distribución de la
propiedad de la tierra en nombre de una legalidad de “reparto entre
iguales”.
Roma concibió a “la mitad del mundo” como un libro abierto
de cuentas y recaudos en nombre de una legalidad que aseguraría la
felicidad y la libertad de una ciudad, el ordo civitatis; y para todo el
imperio, el ordo universalis.
El capitalismo clásico concebiría la tierra como materia
prima para la producción inagotable de rentas en nombre de una
legalidad secularizada al servicio del “trabajo y el ahorro”, rentas
que soportaron el proceso de la agroindustria y, a su vez, el de la
industrialización.
En la modernidad, el “derecho natural” instrumentó al trabajador
agrario para la producción de rentas, reivindicando la propiedad del
suelo para la productividad, y rechazando la inmovilidad económica
del suelo perteneciente a la nobleza.

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CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

CAPÍTULO II
Hitos de los catastros rústicos desde la antigüedad
hasta el siglo XV

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36
CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

2.1 Introducción al estudio de los catastros del mundo antiguo


y medieval

Los catastros rústicos o antiguos ya son ampliamente


reconocidos como instrumentos administrativos que contribuyeron
a la fundación de las primeras civilizaciones complejas. Estas
sociedades se caracterizaron por tener poderes centralizados,
sostener una agricultura eficiente y dar lugar a las revoluciones
urbanas (Childe, 1983/1936; Diamond, 2014). En general, estas
civilizaciones lograron establecer un sistema de captura de excedentes
agrícolas para garantizar el sustento de la vida urbana y sus distintas
actividades burocráticas, militares, religiosas y otras relacionadas
con los oficios artesanales y de la construcción. 
Dicho sistema tuvo éxito en la mayoría de los casos por la
configuración de “sociedades de agricultura hidráulica”, debido a su
capacidad de construir sistemas de riego y canales de avenamiento
para aprovechar agronómicamente los valles inundables de los
grandes ríos, como Nilo, Tigris, Éufrates e Indo. Por supuesto,
en esta hipótesis se rechazan las capacidades de las “sociedades
hidroagrícolas” para constituir tal infraestructura y los fenómenos de
planificación urbana, dado que sus comunidades se desenvolvieron
en pequeños valles fértiles, con escasos poderes centralizados y
actividades pastoriles más o menos hegemónicas (Alba, 1973). 
Por tanto, los catastros rústicos no fueron necesarios, o al menos
no hay pruebas de su existencia, en aquellas sociedades rurales casi
siempre asociadas a un pobre crecimiento demográfico. Lo que sí es
factible es el proceso de aprendizaje de las prácticas catastrales de
las sociedades hidráulicas por parte de las sociedades hidroagrícolas
en procesos de expansión, por la probada eficiencia de estos sistemas
fiscales de la tierra (Diamond, 2014; Alba, 1973). Hipótesis que se
hace más plausible cuando se trata de explicar el proceso colonialista
de sociedades de origen pastoril, como es el caso de los griegos y los
etruscos. 

37
En términos generales, los catastros rústicos tuvieron
distintas funciones públicas en cada periodo de los imperios o
reinados consolidados del mundo oriental u occidental, con una
mayor o menor separación del poder sacerdotal, pero casi siempre
controlados, al final de sus etapas, por el poder monárquico. En
momentos excepcionales, como es el caso de Grecia Clásica, el
catastro rústico fue un instrumento fiscal con efectos redistributivos
que se empleaba para repartir las cargas en los gastos destinados a
la defensa de las ciudades, o para distribuir las tierras colonizadas
de forma más o menos igualitaria (Martínez, 2001). En China se
conocen casos muy interesantes de catastros rústicos con resultados
redistributivos masivos, pero que pronto colapsaron por la presión
de terratenientes o nobles (Hallet, 2007). No obstante, en la mayoría
de los casos se confeccionaron catastros rústicos polifuncionales,
profundamente instrumentados por los poderes religiosos, militares
y civiles, según fuera el caso. 
Por otro lado, es posible que catastros rústicos se hayan
originado en sociedades hidroagrícolas colonialistas sin que mediara
contacto alguno con imperios de origen hidráulico, como es el caso
de los sistemas fiscales de la tierra precolombinos. Los vestigios
arqueológicos y memorias de cronistas han ayudado a configurar la
hipótesis de catastros rústicos en la sociedad Azteca, la cual puede
asociarse a una sociedad hidroagrícola expansionista con pobres
desempeños en la producción de cereales, pero muy eficiente a la
hora de contabilizar sus recaudos (Lagarda, 2007). 
Asimismo, se pueden derivar algunas conjeturas interesantes
sobre el funcionamiento del sistema tributario de los Muiscas
(Tovar, 2010), los cuales pudieron desarrollar un catastro rústico
de carácter ágrafo o profusamente oral, pues en su calidad de
sociedades hidroagrícolas en expansión, y plenamente articuladas a
las economías acuícolas y agrícolas de los ríos, valles de inundación
y extensos humedales y lagunas, lo pudieron haber desarrollado. 
Respecto de la discutida etimología de la expresión “catastro”,
y si efectivamente fue un sistema catastral el que dio origen a la

38
CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

escritura, se mencionarán algunas conclusiones centrales. En una


investigación previa se encontró que la expresión katástijon, del
griego bizantino, según Corominas (1997), representa la etimología
correcta de la palabra catastro, y que la hipótesis de su origen en
la expresión capitastrum no tiene fundamento. Se demostró que
la etimología del filólogo catalán, pobremente sustentada en su
obra, sí gozaba de elementos empíricos de soporte, especialmente
relacionados con el uso de la raíz griega <kata> en las obras de
Heródoto, Hesíodo, Jenofonte, Sófocles, Diodoro Sículo y Platón,
pues esta raíz contiene referencias a las ideas de “bajo la tierra”,
“conforme a la ley” y “distribución” (Martínez, 2001; Wernher y
Páramo, 1995).
En relación con la hipótesis del origen de la escritura, las
últimas investigaciones han confirmado el hecho cierto de que la
agricultura, en adecuadas condiciones ambientales y bajo una buena
administración de su excedente agrícola, entre otras condiciones,
posibilitó la construcción de las ciudades, y con ellas la producción
de empleos dedicados al ocio funcional. En virtud de estos oficios se
explica, entonces, la aparición de culturas con escritura en Egipto,
Mesopotamia, India y China, quizás de manera independiente (pero
esta afirmación se encuentra en discusión) (Diamond, 2014). No
obstante, parecer ser que el catastro no participó en el origen mismo
de los grafismos, sino que probablemente las necesidades de realizar
censos de población fueron las primeras causas del surgimiento de
una protoescritura (Schmandt-Besserat, 2002), que, en efecto, fue
evolucionando en virtud de las demandas técnicas del sistema fiscal
o catastral hacia la escritura pictográfica e ideográfica, por lo menos.
Posteriormente, las sociedades Maya y Azteca, por sus
complejidades administrativas semejantes a las anteriores, lograron
constituir sistemas de escritura con pictogramas e ideogramas, los
cuales alcanzaron la condición del fonograma en algunas ocasiones
(Thouvenot y Hoppan, 2006). No obstante, esta causalidad de lo
material a lo cultural debe verse con cuidado, pues las culturas ágrafas
también desarrollaron estrategias mnemotécnicas para resolver las

39
complejidades de un sistema contable y fiscal de la tierra, que es el
caso que se supone en lo referente a la administración del imperio
Inca (contabilidad con quipus) o de la sociedad Muisca (según se
colige de los cronistas de Indias y la evidencia arqueológica). 
Este breve estudio sobre los catastros occidentales y
orientales desde las revoluciones urbanas hasta el siglo XV tratará
de mostrar entonces cuatro momentos de su historia: los primeros
catastros rústicos, los catastros rústicos complejos, los catastros
rústicos premodernos y los catastros rústicos precolombinos. Esta
clasificación es más o menos arbitraria, pues se limita a trazar líneas
divisorias en virtud de la simplicidad o diversidad de sus funciones,
y no aspira a seguir una línea evolucionista de este instrumento
administrativo destinado a la exacción de rentas del campo y de la
ciudad. 
De hecho, algunos catastros rústicos pudieron ser más eficientes
que los catastros modernos, si se tiene en cuenta que los sistemas
catastrales tienden a ser más eficientes si los funcionarios, las rutinas
burocráticas y las tecnologías de medición se ajustan a un régimen
de disciplinamiento y control centralizado. Lo que pudo haber sido
logrado por culturas de distintas complejidades. 
Finalmente, se debe advertir que los catastros rústicos que
se consideran aquí solo representan hitos o momentos clave de su
historia, explicaciones que no abundarán en detalles, y que quizás
dejarán en las sombras otras experiencias de instituciones fiscales
de la tierra, lo que siempre constituye un riesgo en toda pesquisa
histórica o en cualquier genealogía.    

2.2 Los primeros catastros rústicos

Solo se puede establecer que los primeros catastros emergieron


de manera simultánea en Sumeria, Antiguo Egipto y Valle del
Indo. Se especula que fueron instrumentos administrativos de la
tierra con fines fiscales, bajo el control inicial de los Templos y,
posteriormente, regentados por los poderes monárquicos cuando

40
CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

lograron debilitar la influencia del poder sacerdotal. Sin embargo, se


conjetura que los Templos continuaron con el control de importantes
porciones de tierra bajo la administración de sus propios catastros,
después de perder sus luchas contra los poderes civiles. No se
conocen las funciones concretas de las instituciones catastrales, pero
sí es claro que se desarrollaron en el contexto de las “revoluciones
urbanas” entre 3000 y 2900 a.C.  

2.2.1 Mesopotamia

En Sumeria se colige la existencia de la institución catastral a


partir de la “Colección de Tablillas” de Shuruppak (Fara) y de Erech
(3000 a.C.), las cuales contienen distintas cuentas de los Templos,
escritas en sumerio (cuneiforme). Se presume que las cuentas
estaban ligadas a censos agrícolas, lo que configura la hipótesis
general del nacimiento de la escritura asociada a meras necesidades
prácticas de administración o gobierno: primero, un sistema censal
de personas, y luego un sistema de recaudo del excedente agrícola,
esto es, un catastro rústico. Se supone una evolución desde la
protoescritura de la “Tablilla de Kish”, datada en 3500 a.C. (Childe,
1983/1936; Schmandt-Besserat, 2002). 
De hecho, el “Plano catastral” inscrito en una pared del sitio
conocido como Catalhoyuk (2700 a.C.), ubicado en la región de
Anatolia, sur de la actual Turquía, ratifica la presencia del sistema
catastral bajo el control de las ciudades sumerias. Asimismo, en
otro sitio, bajo la influencia del Imperio Acadio, heredero de los
desarrollos fiscales de Sumeria, se determinó la existencia de un
“Plano catastral” en tablilla de barro cocido con descripciones de
diferentes propiedades (2300 a.C.) (Lagarda, 2007).
Bajo el régimen Acadio también se conjetura la existencia de
un sistema catastral, quizás más especializado, para el periodo 2112-
2095 a.C., en virtud del famoso “Texto catastral de Ur-Nammu”, el
cual se talló en diorita y fue encontrado en Nippur, hoy Niffar, actual
Irak. Dicha pieza contiene información predial relevante para la
captura de rentas agrícolas (Lara, 1986).

41
En Caldea, Mesopotamia meridional, se supone la continuidad
del sistema catastral por la vía de la sabiduría acadia, lo que se
constata con la “Tablilla Caldea”, la cual sugiere inscripciones sobre
características de parcelas y su entorno ambiental, para 1600 a.C.
(Lagarda, 2007).

2.2.2 Egipto

En el Antiguo Egipto se presume la existencia de un instrumento


administrativo de la tierra con fines fiscales, según los denominados
“Registros Reales” (3000 a.C.). Así pues, se hallaron registros de
la propiedad del suelo, y en decoraciones de tumbas se representan
“estiradores de cuerdas” o agrimensores (Larsson, 1996). Elementos
suficientes para suponer la existencia de un catastro rústico.
Posteriormente, bajo el Imperio Egipcio, el propio Heródoto (siglo
V a.C.) refiere las  campañas de actualización del impuesto a la
tierra y la redistribución de la misma en 1700 a.C. También abunda
en detalles sobre los “estiradores de cuerdas”, los “impuestos”
proporcionales a la producción de la parcela, y al “nilómetro”,
instrumento de medición de la cantidad de limo por la crecida del
Nilo como atributo de la productividad, en un momento posterior
del Imperio, el cual se ha situado en 1400 a.C. Evidencias que hacen
suponer la consagración de la institución catastral (Alcázar, 2000).
Es ya conocida la elaboración de un censo con destino a una
nueva distribución de tierras, el cual fue ordenado entre 1279 y 1213
a.C. por el Faraón Ramsés II, y que supone la implementación de un
aparato fiscal más especializado, como el empleo de agrimensores,
escribas y otros funcionarios públicos (Lalouette, 2006).

2.2.3 India

En el Valle del Indo, civilizaciones de las antiguas ciudades


de Harappa y Mojensho Daro (3000-2900 a.C.) pudieron haber
desarrollado catastros rústicos. Esta hipótesis cobra fuerza cuando

42
CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

se constató en sus vestigios arqueológicos la existencia de una


escritura, operaciones matemáticas, aplicaciones geométricas, y
patrones de peso y medida. Asimismo, se evidenció planificación
urbana y sistemas de riego en diferentes lugares de estas antiguas
ciudades (Childe, 1983/1936, p. 200-206; Martínez, 2001).

2.2.4 China

El Emperador Yu “El Grande”, fundador de la dinastía


Xia, ordenó la realización de un censo de población y registros
de actividades agrícolas en el 2200 a.C., según se infiere de  “Las
Memorias Históricas” (Sima Qian, 1993), Lo que podría revelar los
elementos básicos de una institución catastral. Se debe destacar que
esta obra contiene relatos míticos sobre los primeros emperadores
chinos, especialmente relacionados con los orígenes divinos de sus
regentes. Sin embargo, las huellas arqueológicas de esta civilización
permiten suponer los desarrollos de instituciones fiscales de la tierra.
Se le ha asociado con una cultura del bronce, pues en yacimientos
de Erlitou (1959), en la ciudad de Yanshi (Henan), se encontraron
palacios con dataciones entre 2100-1800 a.C., que confirmarían los
relatos del antiguo biógrafo Sima Qian.

2.2.5 Norte de Italia

Quizás de origen indoeuropeo, los asentamientos de esta región


septentrional pudieron desarrollar un catastro primitivo, en virtud
de probables contactos con prácticas administrativas de pueblos
mesopotámicos. Para el periodo 1600-1400 a.C. se conjetura esta
institución fiscal en virtud del hallazgo de un “Mapa grabado en
piedra” con atributos geográficos naturales y campos de cultivos
(Lagarda, 2007). Hay que destacar la naturaleza hidroagrícola de estos
pueblos, la construcción de viviendas palafíticas y la importancia de
las vías fluviales y marítimas en su proceso de consolidación.
 

43
2.3 Catastros rústicos complejos 

Estos instrumentos fiscales de la tierra ya gozaban de un


complejo aparato administrativo compuesto por reglamentaciones,
funcionarios públicos, agrimensores, y se encontraba, fundamen-
talmente, bajo el control de los poderes monárquicos. El poder del
clero se fue limitando mediante un lento proceso de secularización
del Estado, lo que es sumamente claro en los catastros de la Grecia
Micénica, Clásica y Helenística, y en las prácticas fiscales del suelo
bajo la Monarquía, la República y el Imperio romano. 
Del mismo modo, el Imperio Carolingio, a pesar de la enorme
influencia del papado romano, logró realizar vastos inventarios de
las propiedades de la Iglesia, con fines administrativos y fiscales.
Otro elemento característico de estos instrumentos catastrales fue su
enorme utilidad en el proceso de control fiscal de los nuevos territorios
colonizados en sus procesos de expansión, y la significativa utilidad
al momento de contribuir a la planificación, administración de la
tenencia y posterior ordenación del suelo urbano. Ciudades que, de
lejos, eran mucho más complejas y extendidas que las primeras de
las “Revoluciones Urbanas”.  
De hecho, se sabe que estos catastros complejos, expresión
sintética de los catastros de Mesopotamia, Egipto, India y China
(debido a los contactos interculturales de “La Ruta de la Seda”),
lograron altos niveles de eficiencia en sus procesos de actualización
de los inventarios prediales y registro de la tradición de la propiedad.
A manera de anécdota, se dice que Séneca fue cuestionado en un
debate en el senado cuando se le comprobó mediante el catastro
que ostentaba propiedades en Egipto, en un momento en el cual el
filósofo condenaba la acumulación de la riqueza (Martínez, 2001).

2.3.1 Grecia

Bajo el Imperio Micénico se determinó la existencia de escribas


vinculados a los Palacios (y no a los Templos), destinados al registro

44
CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

de la propiedad, a partir de las tablillas de Cnosos y Pilos, escritas en


“Lineal B” (una forma de griego), las cuales se datan entre 1400 y
1375 a.C. y de la narrativa homérica (Wernher y Páramo, 1995). En
la Ilíada se sugiere la distribución igualitaria de lotes colonizados
en la expansión mediterránea de Grecia Micénica, no solo como un
acto ritual, sino también como una forma de impartir justicia divina
(Martínez, 2001). Hechos que señalan la presencia de actividades
catastrales relacionadas con la memoria escrita de la propiedad y la
aplicación de la agrimensura.  
Bajo la Grecia Clásica (siglos V-IV a.C.), Atenas liquidaba los
impuestos destinados a costear la defensa de la ciudad de manera
proporcional al valor de las propiedades de cada ciudadano, lo
que solo podía realizar satisfactoriamente una institución catastral.
Asimismo, la tradición de la repartición equitativa de la tierra desde
el periodo micénico se extendió al periodo clásico. En Diodoro
Sículo se comprueba que las políticas de regulación a la propiedad
del suelo tendían a ser igualitarias, al menos en los frentes de
colonización, pues en Lípari redistribuían las tierras cada 20 años,
y sus islas vecinas se cultivaban de manera colectiva (alrededor
de 580 a.C.). Sobre el control a la acumulación de la tierra y su
régimen fiscal en Grecia Clásica y Helenística, Alba (1973) hace
una extensa sustentación. Por lo anterior, se puede suponer cierto
carácter democrático en las finalidades mismas de este catastro
rústico (Martínez, 2001). 
Por tanto, existieron aquí facetas de un sistema catastral bajo
un contexto de colectivización de la tierra, o en sociedades sometidas
a la redistribución obligatoria de la tierra, lo que es explicable por
su alta funcionalidad al momento de la adjudicación igualitaria de
la misma, y en la operación fiscal para la exacción del excedente
agrícola. Contrariamente, en los pueblos hebreos que aplicaron la
“Ley de Moisés” (desde el siglo XII a.C.): cada 50 años se anulaban
las deudas, se repartían de nuevo las tierras, los esclavos por deudas
recobraban su libertad, y estaban terminantemente prohibidos los
impuestos y las hipotecas, lo cual supuso una fuerte limitación a

45
la economía de mercado y al desarrollo urbano. En estos casos,
el catastro debió experimentar su desaparición periódica, pero
posteriormente se fue restituyendo bajo su condición de colonia de
otros imperios, especialmente (Ídem).
Varios fenómenos también explican la aparición de mejores
técnicas de medición de la propiedad en la Grecia Helenística (siglos
IV a.C. - I d.C.), lo cual supone una mejora en sus instituciones
catastrales. La tradición de la ciudad en damero (atribuida a
Hipódamo de Mileto), las complejidades de garantizar una buena
planificación urbana con despegues demográficos (primordialmente
en materia de vías, acueductos y alcantarillados), y el difícil control
fiscal a todas las formas de tenencia de la tierra rural bajo expansión
colonialista (especialmente en extensos valles inundables, y en
latifundios de llanura y montaña) exigieron el refinamiento de las
prácticas agrimensoras. Así pues, es en este contexto que aparece
la invención de la “dioptra” de Herón de Alejandría (siglo I d.C.),
la cual precede a la “groma” latina y representa el primer teodolito
(Alcázar, 2000).

2.3.2 Roma

Bajo las tres formas de gobierno conocidas: Monarquía,


República e Imperio, el catastro romano cumplió un papel
fundamental en la administración de sus territorios en expansión.
Ciertamente, constituyó el paradigma de las instituciones catastrales
occidentales hasta la “Conquista de América”, por lo menos, gracias
a la apropiación de la sabiduría práctica de los sistemas fiscales
originados en Mesopotamia, Egipto, India y China, y desarrollada
con mucha anterioridad. 
Así pues, en el reinado de Servio Tulio, entre 578 y 535
a.C., se  elaboró un catastro de fincas, propietarios, servidumbres
prediales, esclavos y animales de carga. El censo se hizo en cuatro
oportunidades, y parece ser que instituyó la tradición de los catastros
quinquenales en la República, al menos. La actividad culminaba con

46
CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

el rito denominado lustrum, en celebración de la fundación simbólica


de la ciudad de Roma (Kovaliov, 2007).
Pero es bajo el Imperio Romano que el sistema catastral
alcanza su mayor gloria. Entre los siglos I y II d.C. se convierte en
un instrumento administrativo de la tierra con varios fines: fiscal,
jurídico, económico y físico, en virtud de lo cual se consolidaron
profesiones como censores, gromaticus (o agrimensores), arquitectos,
urbanistas y otros funcionarios públicos (Martínez, 2001). 
Testimonio de estos desarrollos es la obra de Sexto Julio
Frontino (40-103 d.C.), el cual escribe De Agrimensura, obra que
sistematiza y mejora las prácticas catastrales del Imperio, y resume
las anteriores experiencias fiscales del mundo antiguo euroasiático y
norteafricano. La obra abunda en detalles sobre la “clasificación de
los campos”, las “controversias” jurídicas, los “límites” o formas de
alinderamiento, y el ars mensoria, técnicas topográficas propiamente
dichas. De Frontino se impone: “Deben computarse las áreas por la
proyección ortogonal sobre un plano horizontal y no por las medidas
hechas sobre el terreno inclinado”. Máxima que los catastros
medievales y modernos observarán a pie juntillas, y que hoy amerita
una seria revisión, dadas las limitaciones para la ordenación efectiva
de agrosistemas de laderas.
Otro testimonio relevante de la institución catastral es la
obra denominada Constitutio limitum, un tratado de agrimensura
atribuido a Higino “El Gromático” (siglo II d.C.), el cual daba
orientaciones prácticas sobre la medición y ordenación del suelo
rural principalmente, y procedimientos de asignación de tierras
(Alcázar, 2000; Homo, 1956; Rostovtzeff, 1964; Paniagua, 2006, pp.
40, 57-60; Rykwert, 1985. pp. 43-44).  
Asimismo, se tienen evidencias de las actuaciones catastrales
con fines ordenadores del territorio urbano y agrario en la Campiña
de Jaén, de los siglos I-II d.C., asentamiento romano en la actual
Andalucía (Alcázar, 2000). En general, los textos históricos y
“gromáticos” constatan que la agrimensura tenía la “finalidad de
formalizar un censo catastral a efectos políticos y administrativos”.

47
No importaba si los terrenos eran producto de una colonización
o de una victoria militar. Y la meta de estos asuntos políticos y
administrativos era “romanizar el territorio” como modelo de control
espacial (Paniagua, 2006, pp. 40, 57-60).

2.3.3 China

La institución catastral asiática no ha sido investigada a


profundidad. El próximo y lejano oriente contiene verdaderos
tesoros sobre el buen funcionamiento de los sistemas fiscales, que
incluso pudieron nutrir las prácticas catastrales del Imperio Romano,
y otras propias de la administración de la tierra en el medioevo y
la modernidad, si se observan los estudios de Dussel (1996), entre
otros autores, sobre una fundada “contrahistoria” de Occidente.
Por ejemplo, para el periodo 9-23 d.C., el emperador chino Wang
Mang, después de usurpar el trono, realizó un registro de la población
del Imperio y de la propiedad de la tierra. Se presume que, con base
en estos registros, tomó decisiones como la abolición de la esclavitud
y la aplicación de una reforma radical de la propiedad de la tierra.
Algunas de estas reformas se abandonaron en el 12 d.C., debido a
presiones de los terratenientes. Wang Mang fue asesinado, al parecer,
por nobles y latifundistas afectados por sus reformas (Hallet, 2007).
Posteriormente, entre 618 y 907 d.C., bajo la Dinastía Sui
(581-618 d.C.) y la Dinastía Tang (618-907 d.C.), se realizaron
censos de población y registros de riquezas con propósitos fiscales,
especialmente de granos y telas. Por su importancia, se destacan
los censos de 609, 742 y 754 d.C., lo cual permite suponer la
consolidación de una institución catastral con funcionarios como
escribas, agrimensores y notarios, entre otros, quizás más compleja
que las desarrolladas en Occidente, dado el tamaño de la población
(más de 100 millones de habitantes para el final del milenio, mientras
que el Impero Romano apenas alcanzaba los 30 millones) y la
extensión de los territorios (Ebrey, Walthall y Palais, 2006).

48
CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

2.3.4 Imperio Carolingio

Bajo la Monarquía y el Imperio de Carlo Magno (VIII-


IX d.C.), se conoce de la realización de inventarios de predios de
señores medievales y registros de bienes pertenecientes a las órdenes
religiosas, lo que permite conjeturar la existencia de un sistema
catastral, en una época en la cual la población podía alcanzar los 15
millones de habitantes (Alcázar, 2000; Martínez, 2001). 

2.3.5 India

Para el 1000 d.C., el Imperio de Raja Raja Chola I ordenó la


realización de un censo predial y la valoración de inmuebles, con
destino a capturar rentas y reformar la administración del territorio.
Se especula sobre la existencia de una tradición catastral desde siglos
anteriores, cuyas investigaciones son precarias, si se considera la
importancia de esta civilización. Por ejemplo, para esa época, India
(incluyendo Pakistán y Bangladesh de hoy) superaba los 75 millones
de habitantes (Singh, 2009).

2.3.6 Inglaterra

La tradición de los sistemas fiscales latino-germánicos del


medioevo se extendió a Inglaterra, lo que se constata con el catastro
que ordenó Guillermo “El Conquistador” en 1086 d.C., el cual se
conoce como Domesday Book. Al respecto, un cronista escribió: “…
no quedó escondite, ni yarda de terreno, ni siguiera ningún buey ni
vaca o cerdo quedaron sin inscribirse en su Registro…” (Alcázar,
2000). Dada la minuciosidad del inventario, se especula que
emplearon agrimensores y funcionarios especializados.

2.3.7 Califato de Córdoba 

El Imperio Musulmán se extendió en el medioevo mediante


distintas formas de control territorial: Califato de Damasco, Emirato

49
y Califato de Córdoba e Imperio Fatimí, abarcando el periodo VII-XII
d.C. Curiosamente, de los árabes no se conocen las particularidades
de sus prácticas catastrales. En el caso de Al-Andalus  (Emirato
y Califato de Córdoba), se estableció un “Registro General del
Territorio”, el cual representaba un instrumento de la “Hacienda” con
información sobre los muebles e inmuebles que poseía la población
árabe, la cual servía de base para la liquidación de sus impuestos o
“diezmos” (Ídem.). 
Algunos investigadores no reconocen ninguna institución
catastral en los Califatos, pero es probable que se deba a prejuicios
o a visiones ortodoxas acerca de la necesidad de seguir el canon
del catastro romano. Los árabes podían obtener información predial
haciendo uso de otras herramientas censales igualmente eficientes.
Ciertamente, no se puede olvidar que la astronomía, la topografía
y la cartografía que se realizaban en Bagdad para el siglo IX d.C.
aventajaban en todo sentido a Europa.  

2.3.8 Reino de Aragón, Valencia y Mallorca 

Se confecciona el Llibre del Repartiment (1229 d.C.) después


de la conquista de Mallorca a manos de catalanes, bajo la regencia de
Jaime I de Aragón. Se trata de un catastro orientado a la repartición
de bienes tras la victoria, el cual registró distintos atributos de las
propiedades inmuebles del territorio insular (Ídem.).

2.4 Catastros rústicos premodernos

La intensificación de las rutas comerciales euroasiáticas


mediante la “Ruta de la Seda”, y la consecuente prosperidad de
las ciudades italianas, lo mismo que la propagación en Europa de
antiguos saberes técnicos y científicos de origen griego y latino,
gracias a su preservación por cuenta de los Califatos, prefiguran el
escenario histórico de la aparición de los catastros premodernos y
modernos.

50
CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

Norte de Italia

Entre los siglos XIII y XV se elaboraron catastros rústicos en


Florencia, Siena y Pavia. Estos censos de origen medieval se conocían
como Estimi, y las estimaciones de las rentas dependían, al parecer,
de comisiones de notables. Pero es el catastro de Florencia (1427-
1430) el que mejores atributos premodernos exhibe: inventariaba y
valoraba la propiedad, censaba la población, clasificaba la familia,
registraba las rentas de todo tipo, entre las cuales se encontraban
los títulos de deuda pública. Su utilidad se hacía relevante ante la
distribución del impuesto, en función de la riqueza de los propietarios
para defender la ciudad (Lagarda, 2007).
  
2.5 Catastros rústicos precolombinos 

Probablemente, Mayas, Aztecas, Incas y otras sociedades


precolombinas como la Muisca , lograron consolidar con éxito
sistemas fiscales de la tierra, basados en inventarios o contabilidades
derivados de sus propios equipamientos culturales. Se sabe que
los Aztecas elaboraron planos con distribuciones prediales, o que
el sistema de contabilidad incaico (quipus) pudo dar soporte a una
mnemotecnia compleja para archivar información de la riqueza y de
los tributos de las parcelas de interés. 
Las investigaciones siguen abiertas a toda suerte de hipótesis,
pero progresivamente se acepta la posibilidad cierta de que “otros”
sistemas catastrales (originados en culturas ágrafas, o carentes de
escritura, o precarias en la agrimensura), pudieron haber existido.
En este aparte solo se abordará el sistema fiscal Azteca y se lanzará
la hipótesis de un catastro rústico Muisca.

2.5.1 Imperio Azteca

Efectivamente, se cuenta con un plano catastral en el que se


evidencian variados pictogramas sobre los atributos de unas parcelas

51
(1325 d.C.). Allí se destaca la figura del  Hueycalpixque, la cual
correspondía al “Tesorero General del Imperio Azteca”. Se conjetura
que este importante funcionario tenía a su cargo los recaudadores
necesarios para atender las obligaciones censales y tributarias de
Imperio (Lagarda, 2007).

2.5.2 Confederación Muisca

A manera de hipótesis, la institución catastral de los Muiscas


(Siglo XV) se desarrolló con recursos mnemotécnicos ligados a la
cultural oral y a las formas de contabilidad apoyadas en sus propios
sistemas numéricos. Por ejemplo, se conjetura la existencia de
glifos muiscas correspondientes a los números de “1 a 10” y el “20”
(Humboldt, 1878). Probablemente, el arte rupestre, la cerámica y los
tejidos contribuyeron a darle materialidad a un catastro rústico. Estas
especulaciones se apoyan en los siguientes hechos: 

• La organización política y económica estaba centralizada bajo


dos administraciones complementarias (Zipa y Zaque). Existía
una legislación asentada (“Código de Nemequene”) y un
sistema de pesos y medidas que regulaba el comercio.

• Practicaban la agricultura y la pesca en las sabanas frías,


empleando complejas redes de camellones y canales en los
orillares de los ríos, valles inundables y humedales (Muñoz,
2004). Asimismo, desarrollaron agricultura en pisos templados
que favorecían el abastecimiento e intercambio de alimentos,
atributos que convertían a los Muiscas en una sociedad
hidroagrícola con algunas características de sociedad hidráulica.

• Gozaban de complejos observatorios astronómicos, los


cuales eran aprovechados para anticipar solsticios, planificar
la agricultura, establecer un calendario, y dar soporte a las
ritualidades solares (el actual “Observatorio Muisca” de Villa
de Leyva es una evidencia incontestable).

52
CAPÍTULO II. Hitos de los catastros rústicos
desde la antigüedad hasta el siglo XV

• La Confederación pudo haber ascendido a un millón de


habitantes distribuidos en 20.000 km2. Esta población, en
opinión de los expertos, probablemente requirió un área
sembrada y en descanso de casi 200.000 hectáreas (Palacios
y Safford, 2002).

• El sistema tributario era sumamente eficiente según las cosechas


y animales de caza que cronistas vieron acumularse diariamente
en distintos asentamientos. La propiedad individual de la tierra
operaba precariamente, beneficiando solo a los notables, y
ninguna jerarquía muisca extraía la renta agrícola por ejercer un
pleno dominio sobre la tierra colectiva o privada, sino debido
a una relación de subordinación al gobernante (Tovar, 2010).

Por tanto, si se considera que la población de Sumeria en 3000 a.C.


(una región que albergaba ciudades entre 20 mil y 45 mil habitantes,
y ostentaba un catastro rústico) no pudo alcanzar el crecimiento
demográfico de la Confederación Muisca, y dado que existen vestigios
de catastros en sociedades con un mosaico de usos colectivos y
privados de la tierra, no es fácil entonces descartar la idea de un
catastro rústico en los Muiscas que, por lo menos, haya inventariado
a su manera los bienes agrícolas producidos, y controlado en registros
desconocidos la obligación de los contribuyentes.

53
54
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

CAPÍTULO III
Catastros en Mesopotamia, Egipto e India

55
56
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

3.1 Genealogía de la tecnología destinada a inventariar la


propiedad

Cualquier genealogía6 presupone dos condiciones, la primera:


no busca “primeros orígenes”, y la segunda: pone en un mismo plano
de importancia los recursos bibliográficos científicos, religiosos,
arqueológicos, mitológicos y literarios. De esta manera, la genealogía
se conforma con encontrar las estrategias explicativas que ofrezcan
la mejor comprensión de un grupo social o de un fenómeno social
del pasado. En fin, la “coherencia” interna de la narrativa y la
“correspondencia” con los vestigios o los hechos, deben quedar
balanceados en el análisis/síntesis genealógico.
Elaborar la genealogía de un inventario implica también
tener un campo de estudio más o menos delimitado, que además
de circunscribir los objetos que recaen bajo la palabra inventario,
también debe hacer uso previo de un aparato conceptual que permita
situar los elementos esenciales del inventario en cualquier época de la
historia occidental y, en consecuencia, los elementos característicos
exhibidos en cada una de ellas.
Un inventario es, en general, un listado de objetos; objetos
que pueden ser perceptibles mediante los sentidos o que pueden ser
solamente parte de la tradición simbólica, mítica y religiosa de los
pueblos. Este listado no es un listado de objetos escogidos al azar, es
un listado que selecciona de antemano los objetos que ha de registrar,
es decir, es un listado ordenado. Si es un listado ordenado quiere
decir, entonces, que está reglado por unas normas básicas, y estas
reglas se constituyen en virtud de los propósitos del inventario y de
las distintas visiones de mundo que han construido las civilizaciones.

6 Entenderemos por genealogía el conjunto de estrategias metodológicas para explicar el nacimiento de


un hecho histórico en particular. Estas estrategias construyen la historia a partir de distintas perspectivas
descriptivas e interpretativas: la literatura, el arte, el mito, la religión, la filosofía, la arqueología, las
ciencias sociales y las ciencias naturales. La metodología en cuestión hunde sus raíces en Friedrich
Nietzsche y encuentra en Michel Foucault su máximo exponente (Foucault, 1993, p. 16-25).

57
3.1.1 Listas de objetos mentales en las tribus

Desde la aparición del lenguaje, el mundo no es una pieza


natural en bruto sobre la cual se levanta la civilización, sino que es
un mundo agregado, es naturaleza y cultura, naturaleza e historia,
cosa y signo, necesidad y posibilidad.
Si el mundo es naturaleza y cultura, todo fenómeno que abriga
está constituido por esas dos dimensiones inseparables. Dentro de
este conjunto de fenómenos hallamos nuestra lista de objetos, la
cual, además de nombrar objetos, está permeada por la concepción
de mundo o de la cultura de cada pueblo. Un listado de objetos se
construye desde la aparición misma del lenguaje oral y gestual;
podemos encontrarlo haciendo referencia a objetos físicos, míticos
o religiosos.
Pero este listado de objetos no es un mero diccionario de
significados sobre sonidos articulados e imágenes mentales, que
reposan invariablemente en la memoria humana, sino que es parte de
ese “equipamiento cultural”7 que nos “diferencia” de los animales,
en el que la memoria construye y reconstruye incesantemente
significados o recuerdos gracias al poder de su imaginación (Cassirer,
1996/1944, p. 85).
Un listado de objetos construido a partir del lenguaje oral
y gestual es el producto de la dinámica memoria humana, cuyos
objetos, además de construir una experiencia pasada, la reconstruyen
y modifican según sus fantasías, ilusiones, esperanzas, expectativas
o, en resumen, según la concepción de mundo de los grupos humanos.
De este modo, todo listado de objetos se construía socialmente
y registraba las prácticas de caza y recolección, la clasificación de la
fauna y la flora destinada al consumo, al sacrificio y a las ceremonias
totémicas (o de otra naturaleza); pero también registraba las cuotas
de tributación que recibía el pater o jefe de la tribu, sus periodos,

7 El hombre está dotado de un equipo cultural y fisiológico que desde sus orígenes le permitió hacerle
frente a la naturaleza de manera radicalmente distinta al modo como lo hacen los animales (Childe,
1979, p. 79).

58
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

las reglas diferenciadas para determinar las cuotas, y finalmente, las


reglas cotidianas de comportamiento.
Así pues, el listado de objetos hizo su aparición en la historia
humana para nunca dejar de ser parte de él, como un instrumento de
la memoria socialmente construido por las tribus, el cual permitió
darles identidad en el tiempo y organización en el espacio físico.
Identidad en el tiempo, debido a la continuidad de las costumbres
que asegura la memoria humana; y organización en el espacio físico,
en virtud de las ricas experiencias prácticas que esta conserva acerca
del territorio.
Una vez hagan su aparición las listas de objetos durante las
primeras revoluciones urbanas, veremos cómo este instrumento de
la memoria encontró un medio de manifestación impersonal y de
amplia resonancia, por el que esa memoria fugaz y por lo mismo
mudable, tan mímica como oral, será ahora permanente, auscultada
por muchos y sin autoría visible: se trata de la lista de objetos del
lenguaje escrito.

3.1.2 Listas de objetos en las revoluciones urbanas

El listado de objetos del lenguaje escrito será otro instrumento


de la memoria humana (junto con el listado de objetos del lenguaje
oral y gestual), con una lógica y atributos distintos al de la tradición
oral y gestual. El lenguaje escrito8“congelará” en tablillas de arcilla,
superficies de madera y losas de piedra la memoria de un pueblo,
dará cuenta, en un momento determinado de la historia de la
civilización, de sus costumbres, valores, ceremonias, formas de
gobierno, sistemas de conteo y de medición, mitos y ritos.

8 Por lenguaje escrito o escritura se entenderá aquí cualquier grafismo que represente un objeto y una
idea al mismo tiempo. Es decir, el lenguaje escrito deberá tener categoría de ideograma (grafismos
que representan una idea) o fonograma (grafismos que revelan, valores fonéticos, ideas e imágenes
simultáneamente). Los pictogramas (que sugieren una imagen) son muy anteriores a las revoluciones
urbanas, y sólo en estas existen los primeros vestigios de ideogramas y fonogramas. Aunque los
primeros escritos (3000 a.C. o antes) intercalan fonogramas e ideogramas con pictogramas (como
sumerio, acadio, escritura jeroglífica egipcia y, después, casi inexistentes en la escritura cuneiforme y
escritura hierática egipcia), es una escritura simplificada con respecto al mero pictograma, que permitía
redactar con coherencia y orden, cuentas y contratos, primero, y pactos, textos litúrgicos e históricos,
hechizos y fragmentos de códigos legales, después.

59
Ahora bien, el lenguaje escrito sugerirá una pronunciación,
una imagen, una idea, sin la presencia física del autor, circulará o
esperará mudo en espacios y tiempos y se le hará hablar solo cuando
alguien multiplique sus significados. Así llegaron nuestras listas
escritas de objetos, soportando decantaciones aluviales, igniciones
feroces provocadas por la naturaleza o por las conquistas, ajetreos
interminables de travesías milenarias en manos de pueblos nómadas
o de civilizaciones en ascenso.
La memoria escrita es, entonces, la lista escrita de objetos a
través de la cual pretendemos conocer a un pueblo. Una lista escrita
de objetos inmortaliza el pasado de los pueblos, lo dispone en la
naturaleza misma (arcilla, madera y piedra), para que, después de un
largo viaje, sea del conocimiento de generaciones lejanas.
A diferencia de la lista de objetos del lenguaje oral y gestual, la
lista escrita pierde lo que en vivacidad, expresividad y realismo gana
aquella. La lista escrita es abstracta o reduccionista, pierde de vista
los significados personales de las múltiples gesticulaciones y de las
matizaciones de la voz, que fluyen solamente en la comunicación oral.
Pero, al mismo tiempo, vence la fugacidad de la palabra pronunciada,
con el artilugio de la palabra escrita. La memoria escrita es tan solo
un rostro de la memoria humana, es apenas un vago recuerdo de una
experiencia pasada.
Una vez hechas estas aclaraciones, nos asalta la pregunta:
¿por qué estos pueblos antiguos construyeron esas numerosas
listas escritas de objetos? Posterior a las épocas de las sociedades
primitivas, la historia del hombre asistió a las primeras revoluciones
urbanas, las cuales se desarrollaron a orillas de los ríos Tigris y
Éufrates, en Mesopotamia; Nilo, en Egipto; e Indo, en la India. Y
estas revoluciones transformaron ampliamente los modos de construir
listas de objetos, en vista de las nuevas exigencias prácticas de aquel
complejo entramado social.
Haciendo uso de una datación problemática pero orientadora,
se define el Neolítico (6000 a.C. – 2500 a.C.) como aquel período de
la historia humana en el que el hombre empezó a tener control sobre
su propio abastecimiento de alimentos y se forjaron las primeras

60
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

“revoluciones urbanas”. En este período el hombre comenzó a


sembrar y a mejorar por selección algunas yerbas, raíces y arbustos
comestibles, y logró domesticar ciertas especies de animales. Inventó
el hacha, el arado (aprovechando la fuerza de tracción animal), el
carro de ruedas, el bote de vela, el molino, los procesos químicos
necesarios para beneficiar los minerales de cobre y las propiedades
físicas de los metales, y un calendario solar preciso. Se construyeron
las primeras ciudades (revoluciones urbanas) y con ellas se inventó
la escritura para transmitir experiencias míticas y heroicas, establecer
métodos de conteo, registro y cálculo, y patrones de medida. La
revolución neolítica abarcó toda la región que se extiende desde el
Nilo y el Mediterráneo oriental, incluyendo Siria e Irak, hasta la
meseta irania y el valle del Indo, territorio sobre el cual se habían
dispersado las sociedades neolíticas.
Dentro de este largo período, se considera como preludio a
la revolución urbana desde el año 6000 a.C. al 4000 a.C., tiempo
transcurrido para que los conocimientos de la agricultura, la
metalurgia, la arquitectura y la astronomía, con los ceremoniales
propios que les rodeaban, se propagaran y enriquecieran (gracias al
comercio establecido) por esa enorme franja de tierras semiáridas
que bordea el Mediterráneo oriental y se extienden hasta la India, la
cual se encontraba poblada por un gran número de comunidades.
A partir del 4000 a.C. solo algunas comunidades consolidaron
una forma de sociedad en la que estos conocimientos y prácticas se
aprovecharon y multiplicaron notablemente: en el valle del Nilo, en
las llanuras de aluvión comprendidas entre el Tigris y el Éufrates, y
en las que bordean el Indo y sus afluentes, en las regiones de Sind
y de Penjab. En ellas, “una dotación generosa e infalible de agua
y un suelo fértil renovado cada año por las avenidas, aseguraba un
abastecimiento superabundante de alimentos y permitía el crecimiento
de la población” (Childe, 1983/1936, p. 174).
Pero los valles de aluvión son pobres en materias primas
necesarias para su explotación. El valle del Nilo carecía de madera
para la construcción, de piedra suelta y de minerales. Sumer, una
región de Mesopotamia, obtenía madera nativa solo de las palmas

61
datileras, y las canteras de piedra eran menos accesibles que en
Egipto. En cualquiera de estos valles, los guijarros apropiados para
fabricar hachas eran muy escasos, y lo mismo podemos decir de Sind
y Penjab.
Posteriormente, en las extensas llanuras de aluvión y en las
riberas la necesidad de construir obras para drenar, irrigar la tierra
y proteger los asentamientos, condujo a una organización social
vertical y centralista, que permitiera distribuir entre la numerosa
población estos exigentes trabajos y, en consecuencia, mejorar los
rendimientos de la producción y ampliar la frontera agrícola, para
establecer canales de comercialización e importar materias primas
esenciales.
Pero, esta producción tenía que ser suficiente para sostener los
trabajadores que extraían y transportaban metales exóticos o necesarios
en la construcción de herramientas, los artesanos especializados
en elaborar utensilios, herramientas y demás artículos suntuarios,
los soldados que protegían del saqueo las redes comerciales y los
asentamientos, los funcionarios del gobierno encargados de resolver
los litigios, y los escribas encargados de llevar el registro de las
transacciones y gravámenes cada vez más complejos y numerosos.
Así pues, hacia el 3000 a.C., el panorama arqueológico de
Egipto, Mesopotamia y el valle del Indo, proporciona la evidencia
suficiente para poder afirmar que sus comunidades habían ingresado
a las revoluciones urbanas, es decir, no eran ya simples conjuntos
de familias de agricultores, sino complejas comunidades organizadas
dentro y alrededor de ciudades gobernadas por formas primarias de
Estados; al interior de sus límites se encontraba una amplia gama
de profesiones y clases sociales, y por fuera de ellos, estrictamente
organizados y controlados, todo un ejército de campesinos
encargados de producir alimentos (con un excedente agrícola sin el
cual sería imposible la construcción, abastecimiento, administración
y protección de estas ciudades).
Como vestigios de estas ciudades se han hallado ornamentos
de los templos, armas, vasijas hechas en tornos manuales, joyas y
objetos producidos a gran escala por expertos artesanos. En cuanto a

62
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

monumentos, se han encontrado tumbas, templos, palacios y talleres,


y, en ellos, “toda suerte de substancias exóticas, no como rarezas, sino
como cosas importadas regularmente y utilizadas en la vida cotidiana”
(Ibíd., p. 175-176). Es de suponer, entonces, que estas ciudades
estaban ocupadas por sacerdotes, príncipes, escribas, funcionarios,
artesanos especializados y trabajadores de diversos oficios, todos
ellos cumpliendo una profesión apartada de la producción agrícola.
En Mesopotamia, los arqueólogos han observado las diversas
fases de la revolución urbana. En sus fases primarias ocupa la
atención: Sumer, Eridu, Ur, Erech, Lagash, Larsa y Shuruppak, y en
sus fases posteriores: Akkad, Kish, Jemdet, Nasr, Opis, Eshnunna y
Mari. En la región de Sumer los sistemas económicos son idénticos,
pues esta identidad estaba fundada en la comunidad de lengua,
religión y organización social. El ya clásico arqueólogo V. Gordon
Childe propuso como modelo de las sucesivas fases de la revolución
urbana, las excavaciones realizadas en Erech (o Uruk), en la región
de Sumer (Figura 1), el cual expondremos a continuación.

Figura 1. Mapa de Mesopotamia9

9 Recuperado el 16 de septiembre de 2017 de http://espacioycivilizacion.blogspot.com.co/2013/09/


mapas-de-mesopotamia-acadios-y-amorreos.html

63
Erech fue primero un poblado de agricultores neolíticos. El
poblado posterior estaba construido sobre una colina artificial de
quince metros, formada por las ruinas de las chozas de carrizo o
de casas de adobe. Entre las reliquias se encuentran testimonios
del empleo del metal, la introducción del torno de alfarería y otros
instrumentos. El poblado fue creciendo en tamaño y riqueza, pero
siguió siendo un poblado. Después, sustituyendo los muros y fogones
de chozas, aparecen los cimientos de construcciones monumentales,
correspondientes a templos.
Custodiándolos, aparece una colina artificial, el prototipo del
“zigurat”, o torre escalonada, la cual hace parte de un modelo de
templo sumerio. En la cumbre del montículo o tell, de más de 800 m2,
estaba ubicada una capilla pequeña, con muros de adobe encalados y
una escalera por la cual pudiera descender la deidad del cielo. Al pie
de la colina existen vestigios de templos más imponentes.
La construcción de colinas artificiales y de templos, la
extracción de minerales y su respectivo transporte, y la fabricación
de millares de adobes requería, obviamente, de un equipo de
trabajadores considerablemente grande y rígidamente disciplinados
y controlados. En vista de que estas personas no tomaban parte en
la producción de alimentos, tenían que ser beneficiados por algún
tipo de depósito común de excedentes agrícolas, el cual debía estar
administrado previamente por otro equipo de personas vinculadas
al gobierno de la ciudad. Estas personas fueron, indudablemente,
sacerdotes, los cuales usaban sus templos como depósitos de aquellos
excedentes, en nombre de la autoridad que les proporcionaba los
dioses, y a cuya gloria estaban dedicadas las construcciones.
Pero cada una de estas construcciones necesitó de una fuerza
de gobierno, compuesta inicialmente tanto por autoridades civiles, el
rey, como por autoridades religiosas, los sacerdotes. Este grupo de
autoridades constituyó una forma primaria de Estado. Y el modo usual
de justificar las distintas formas de subordinación de la población
consistía en convertir al gobierno central en una proyección de la
voluntad divina, cuyos representantes directos en la tierra eran los
sacerdotes o las élites sociales.

64
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

Los sacerdotes, liberados de cualquier tipo de trabajo mundano,


absorbieron todos los conocimientos previos a las revoluciones
urbanas (6000 a.C.–4000 a.C.) y cumplieron un papel fundamental
como divulgadores y multiplicadores de aquellos desde el 4000 a.C.
En Erech, a partir del año 3000 a.C., los sacerdotes elaboraban los
planos de los templos, administraban el tesoro divino y, debido a
las diversas ofrendas recibidas y a las complejas formas como se
utilizaban, inventaron la manera de registrar tanto estas como aquellas.
En las excavaciones de la capilla del zigurat (mencionada atrás) se
encontró una tablilla en la cual se conserva la impresión de un sello
y las huellas de algunas cifras numéricas. Esta es, probablemente, la
tablilla de cuentas más antigua del mundo, precursora de una larga
serie de cuentas halladas en los templos sumerios (Ibíd., p. 180).
En la última fase de vida de la ciudad de Erech se encuentran
retratos y signos convencionales, haciendo el papel de signos
numéricos para las unidades, las decenas y las centenas, o bien para
las unidades sexagesimales. En las tablillas aparecen ya fórmulas
simples de aritmética, por ejemplo, la fórmula para hallar la
superficie de un terreno, multiplicando dos lados adyacentes. Todo
esto nos hace pensar que, para simplificar sus labores, inventaron
reglas prácticas para calcular y para hacer geometría.
La razón de fondo por la cual se elaboraron estos primeros
escritos (que son registros) o listas escritas de objetos está dividida;
por un lado, se sostiene que fueron el resultado del temor de que los
dioses pidieran cuentas a sus sacerdotes acerca de su administración
y, por otro lado, se afirma que obedecieron a un largo proceso de
desarrollo de la ciudad, cuya utilidad pública fue cada vez más
reconocida cuando la administración de la ciudad y de sus campos
mejoraron notablemente. Cualquiera que sea la razón, nos atendremos
exclusivamente a aquella que explica su funcionalidad social.
Lo mismo aplica para la discusión en torno de la invención de
la escritura, la matemática y la geometría. Heródoto les atribuye a los
egipcios la invención de la geometría y, de paso, de la agrimensura,
debido a una reforma agraria de Ramsés II (1301 a.C.–1235 a.C.), en

65
la que se aclara que si el río Nilo quitaba a un campesino una parte
de su lote, se medía lo perdido y se le disminuía en proporción la
renta. Pero, los registros dan cuenta que en la cuarta dinastía (2580
a.C.), los egipcios habían construido la pirámide de Keops, lo que
es difícil de concebir sin el conocimiento de fórmulas geométricas
y de un conjunto avanzado de conocimientos matemáticos, para
diseñar en planos las pirámides, medir con exactitud en el terreno las
dimensiones de los monumentos y planear la ejecución de las obras.
Ahora bien, en Mesopotamia se hallaron tablillas
contemporáneas a aquella dinastía (y otras anteriores), en las que es
patente el uso práctico de la geometría y de la matemática (ciudad
de Erech), por lo que es bastante difícil y arriesgado afirmar que la
escritura, la geometría, la matemática y la agrimensura (antecesora
de la topografía) fueran inventos con la autoría exclusiva de tal o cual
pueblo. Los arqueólogos han reconocido que los sellos cilíndricos
(firmas personales o institucionales), ciertas técnicas artísticas, la
arquitectura almenada de ladrillo (muro interrumpido por dientes
o cortaduras en la parte superior) y un nuevo tipo de embarcación
tienen como origen Mesopotamia, pero no son pruebas suficientes
para determinar que las escritura o la matemática es originaria de
esta zona.
Lo que sí es más plausible, y en esto coinciden muchos
arqueólogos, es que la iniciación del desarrollo de la escritura, la
matemática y la geometría (desde el año 3000 a.C. o antes), dada su
funcionalidad social, imposible de ignorar, ocurrió simultáneamente
en Egipto, en Sumer (Mesopotamia) y muy probablemente en las
ciudades de los valles del Indo, en Sind y Penjab (la India) (Ibíd.,
200-206).
No es gratuito que los comienzos de la escritura, la matemática,
la geometría y los patrones de peso y medida, coincidan con las
revoluciones urbanas, pues la nueva dinámica económica de las
ciudades-Estado lo exigía, en un proceso que, habiendo empezado
alrededor del año 3000 a.C., ya se había consumado para el año 2500
a.C.

66
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

De este modo, no nos queda más que responder a la pregunta


inicial sobre por qué se elaboraron los primeros escritos o listas
escritas de objetos. Teniendo en el horizonte aquel recorrido histórico,
podemos afirmar que fueron, inicialmente, sacerdotes o escribas al
servicio del Estado, quienes elaboraron (desde el año 3000 a.C. o
antes) los primeros escritos o listas escritas de objetos, las cuales
hacían referencia a toda una gama de actividades agrícolas, urbanas,
jurídicas y religiosas. Estas actividades eran (como se indicó atrás),
contratos, cuentas, pactos, textos litúrgicos e históricos, hechizos y
fragmentos de códigos legales.
Estas listas escritas de objetos eran, llanamente, inventarios
socialmente construidos y reconocidos, e hicieron su aparición
porque, con ellos, sacerdotes o escribas administraban de manera
versátil la ciudad y el campo, es decir, llevaban las cuentas del
templo, establecían acuerdos escritos de voluntades particulares,
conservaban la memoria de la propiedad de la tierra y de los bienes
muebles, preceptuaban los distintos tipos de impuestos, regulaban
las relaciones sociales cotidianas e inmortalizaban oraciones, ritos y
periplos heroicos.
Ahora bien, ese inventario en el que se conservaba la memoria
de la propiedad de la tierra y se preceptuaban sus impuestos, ese
inventario de la propiedad inmueble que, no importando (por el
momento) cuales fueran sus fines particulares, se constituyó en el
embrión del catastro moderno.
A continuación, haremos un estudio detallado de la función
social de este tipo de inventario o de lista escrita de objetos, el
catastro, teniendo siempre claro que nació simultáneamente en las
ya mencionadas revoluciones urbanas de Mesopotamia, Egipto y los
valles del Indo en la India.

3.1.3 Genealogía del catastro

Hacer una genealogía del catastro es, en cierto modo, hacer


la genealogía de un inventario en particular, el inventario de la

67
propiedad de la tierra. Este inventario aparece, por primera vez, con
las revoluciones urbanas del año 3000 a.C., y cumplió una labor
fundamental en el desarrollo y consolidación de las mismas. ¿Por
qué inventariar o hacer listas escritas de la propiedad inmueble? es
la pregunta básica de este capítulo.
Sabemos que todos los inventarios, en general, fueron muy
útiles en la administración eficiente de la ciudad y su entorno rural,
pero todavía no sabemos mayor cosa acerca de ese inventario
particular que, por ahora, se ha definido como un inventario de la
propiedad inmueble, y hemos dado en llamarle catastro.
Para desarrollar este aparte, es necesario contar con un buen
análisis social y económico de las revoluciones urbanas, pues
el panorama histórico expuesto en el capítulo anterior no nos es
suficiente. Todas las revoluciones urbanas cumplieron las siguientes
condiciones y se distinguieron de las sociedades de clanes y tribus,
así:

• Se construyeron a lo largo de grandes valles aluviales, es decir,


eran sociedades de agricultura hidráulica.

• Establecieron un sistema de propiedad de la tierra.

• Fundaron una sociedad monetaria o de mercado, y establecieron


un comercio exterior con pequeños pueblos u otras ciudades.

• Los gobiernos eran centralizados y autoritarios.

• Impusieron una clara división del trabajo.

• Se dan todos los tipos de tenencia de la tierra: esclavitud,


servidumbre, arrendamiento, colonato, hipoteca, primogenitura,
pequeña y gran propiedad, etcétera.

Las sociedades de agricultura hidráulica o de las revoluciones


urbanas, construyeron sus asentamientos cerca de las aguas de
grandes ríos, cuyas inundaciones periódicas los obligaban a construir

68
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

diques, canales y reglamentar severamente el trabajo (Alba, 1973,


p. 22), situación que solamente se pudo lograr mediante un Estado
rígidamente constituido y con medidas jurídicas implacables de
control, sanción y castigo. Las tierras beneficiadas por estas obras
eran de propiedad de los templos, cuyos funcionarios en su mayoría
constituían el Estado, a excepción de Egipto, donde el Estado o
autoridad civil ejerció en varios períodos el control sobre la casta
sacerdotal10 y, en consecuencia, la propiedad sobre estas tierras.
Las tierras que no eran beneficiadas pertenecían también, en
buena parte, a los templos y, en Egipto, las propiedades de los templos,
a pesar de ser controladas, eran muy extensas. La pequeña y mediana
propiedad, muy escasa, se las aseguraban los campesinos y nobles.
Y la propiedad familiar o comunal, presente en las periferias de las
zonas de influencia de las ciudades, era combatida constantemente
y reducida a su mínima expresión. Los esclavos laboraban en las
obras del Estado y, en algunas ocasiones, trabajaban para nobles y
campesinos.
Así pues, la mayoría de la tierra era de propiedad del Estado o
de los templos. Es decir, el uso de esta para el beneficio material y
el goce, pasaba primero por la autorización del Estado o el templo.
Cualquier producto que potencialmente suministrara la tierra
pertenecía, por presión social, al Estado o al templo. Por lo tanto, los
numerosos esclavos y campesinos trabajaban en las tierras que les
asignaban; lo que producían los esclavos iba directo a los grandes
propietarios o a los templos (renta servil), y estos los manutenían; lo
que producían los campesinos, una parte se llevaba al templo (renta
de arrendamiento) y, la otra se destinaba, tanto para comerciarlo o
trocarlo en los mercados de las ciudades con el fin de adquirir otros
productos como para el autoconsumo.
Si tenemos en cuenta que Egipto contó en su época de
prosperidad, con 8 o 9 millones de habitantes y, toda Mesopotamia
10 Debemos aclarar que el faraón era al mismo tiempo sacerdote, dios y autoridad civil. Por ello, la
casta sacerdotal y el faraón pugnaron por el control del poder religioso, unas veces logrando acuerdos
u otras veces imponiendo el faraón sus condiciones. Esta situación se veía reflejada en los cambios en
el poder de dominio de las tierras pertenecientes a los templos.

69
con la misma cantidad de habitantes o más, distribuidos en sus
distintas ciudades, es apenas obvio que, los sacerdotes o escribas de
los templos no iban a confiar en sus buenas memorias para controlar
cada tributo de cada predio de toda una multitud de esclavos,
campesinos, pequeños y medianos propietarios, sino que, en tablillas
de arcilla y yeso o en papiros registraban la cantidad y calidad de
sus obligaciones tributarias, y los controles de cumplimiento o
incumplimiento.
Este registro o inventario no imponía los tributos
arbitrariamente, sino que, de acuerdo a la capacidad contributiva de
la persona, es decir, de la extensión y calidad de su suelo, de su tipo
de cultivo, de sus rebaños y miembros a cargo se determinaba el
monto de su tributo. De esta manera, asistimos a la inauguración de
un catastro primigenio que hace la identificación física, económica,
jurídica y fiscal de un predio, directo precursor de los catastros de los
grandes imperios y sociedades modernas.
Pero, “en ninguna otra parte, como en Mesopotamia, se ha
podido demostrar el origen económico y práctico de la escritura, ya
que en ningún otro lugar se ha podido seguir este arte desde su punto
de partida” (...), por lo que “no es accidental que los documentos
escritos más antiguos del mundo sean cuentas y diccionarios”
(Childe, 1983/1936, p. 224). Por tanto, si fueron cuentas los escritos
primitivos hallados en un templo de Erech, ciudad Mesopotámica,
entonces no es muy descabellado afirmar que los primeros escritos
fueron escritos catastrales, elaborados de una forma muy tosca, pero
indispensables para el nacimiento de las primeras ciudades.
El catastro, sinónimo de memoria infalible, artificio
mnemotécnico, debió parecer, ante los hombres que lo vieron,
un regalo de los dioses, el regalo de la divina omnisciencia. Esta
extraordinaria impresión puede ilustrarse con la memoria de Ireneo
Funes, personaje principal del cuento magistral de Borges, Funes el
Memorioso, en el que se escribe:

70
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

“Nosotros de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes,


todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra.
Sabía la forma de las nubes australes del amanecer del treinta de
abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el
recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había
mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en
el Río Negro la víspera de la acción del Quebrancho. Esos recuerdos
no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones,
musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos
los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero;
no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido
un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que
habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y
también: Mis sueños son como la vigilia de ustedes” (1998, p. 107).

El catastro, con una memoria inagotable e inequívoca, puso


ante sus ojos, en un mismo lugar y en una sola circunstancia, todos
los lugares y las circunstancias de la vida agrícola de cada sociedad
mesopotámica, egipcia e india.. Por lo tanto, un catastro así concebido
permitió absorber la renta de cada rincón de los campos cultivados.
Renta en semillas, cereales, rebaños, vinos, aceites, cántaros de
cerveza e incluso monedas11, se almacenaban en los templos.
Esta riqueza venía acumulándose desde los inicios de la
revolución urbana (3000 a.C..), e hizo posible la manutención de
campesinos libres, esclavos, obreros y artesanos para la construcción
de obras monumentales de ingeniería, como las pirámides de Egipto,
los jardines colgantes de Babilonia, distritos de riego y canales de
avenamiento. Pero, al mismo tiempo, permitió que burócratas,
nobles, sacerdotes, escribas, cortesanos, príncipes y reyes llevaran
una vida de extrema opulencia y, en consecuencia, terminaran de
arruinar la vida de los trabajadores, por lo que en muchas ocasiones,
dirigidos por medianos propietarios, nobles y hasta príncipes (la
mayoría de las veces con oportunismo), sitiaban las ciudades y
exigían alivios a los tributos, condonación de deudas, el no pago de
intereses y libertad a los esclavos.

11 En el Código Hammurabi (1792 a.C.–1750 a.C.) se menciona una moneda con el nombre de
shekel. Los estudiosos de este código han argumentado que sus leyes fueron la condensación de toda
la jurisprudencia anterior al rey Hammurabi, por lo que podemos suponer que en el 2500 a.C.., época
en la que se había consumado la revolución urbana, ya circulaba moneda en varias ciudades-Estado.

71
El catastro como instrumento necesario para el control del
excedente agrícola y, en consecuencia, para el surgimiento de
las ciudades, contribuyó en forma protagónica al desarrollo de la
geometría, la matemática, patrones de medición y la agrimensura:

“Las transacciones comerciales de las corporaciones de los templos


y la administración de las rentas por un servicio público, requerían
patrones fijos de pesas y medidas, un sistema de notación numérica
y reglas para facilitar las cuentas, del mismo modo que necesitaban
la escritura” (Childe, 1983/1936, p. 235).

Cálculos, mediciones y planos consiguieron formas más


refinadas y simplificadas de presentación, debido a las demandas
prácticas de un catastro más funcional, dinámico y útil para la
administración y crecimiento de la ciudad. No obstante, podría
criticarse esta perspectiva como un intento de teoría “pancatastral” del
origen de la civilización, esto es, el catastro explica todo al respecto.
Y por supuesto, puede considerarse como conformista la explicación
según la cual todas las prácticas y conocimientos producidos en
las revoluciones urbanas o en las primeras ciudades obedecieron
a necesidades económicas o de eficiencia administrativa, pues no
matiza sus fuerzas de incidencia, sus aplicaciones puntuales y sus
consecuencias locales y generales en la sociedad.
Corriendo este riesgo, podemos insistir, por lo menos, en una
noción de catastro según la cual se trata de una institución, una
forma de poder encarnada en sacerdotes y escribas, con estrategias
racionales de dominio o gobierno, lo que en efecto es una de las tantas
formas que toma la dimensión económica y, en parte, la dimensión
social. En nuestro caso, el catastro ofrece todas las estrategias
explicativas económicas y sociales suficientes para poder atribuirle
un papel fundamental (no exclusivo, pues esto sí sería un intento de
teoría pancatastral) en el proceso de surgimiento de las ciudades y de
todos los frutos que con ellas vinieron. Por esto mismo, se constituye
en una hipótesis tan igualmente válida como las otras.
Por último, tenemos que observar detalladamente los vínculos
que estableció el catastro con el sistema de propiedad de la tierra en

72
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

las revoluciones urbanas. La mayoría de la tierra de estas ciudades-


Estado pertenecía a los templos o a las dinastías monárquicas. La tierra
restante pertenecía a pequeños y medianos agricultores. En el primer
caso, a los campesinos se les asignaba un predio, y periódicamente
debían pagar un arrendamiento en especies; el tamaño, tipo de cultivo
y cuota del predio eran registrados en el catastro de los templos. A
los esclavos y campesinos sin tierra se les obligaba trabajar para los
templos, sus grandes propiedades eran subdivididas en predios, pero
no se los asignaban para su arrendamiento, sino que eran distribuidos
para el trabajo servil; ciertamente, el catastro del templo tenía un
fuerte control sobre estos predios y sabía cuál era su renta producida.
En el segundo caso, los pequeños y medianos propietarios
vendían (cuando era necesario) su fuerza de trabajo en las propiedades
de los templos o en medianas y grandes propiedades, y, en algunas
ocasiones, se hacían al servicio de esclavos; de todos modos, sus
predios también eran objeto de impuesto por la protección que les
proporcionaban los soldados y el sistema de justicia de las ciudades.
Existió un componente de campesinos libres (con tierra o sin ella)
con movilidad laboral, que, o bien participaba en las obras civiles del
estado, o bien laboraba bajo aparcería, o bien ampliaba la frontera
agrícola bajo colonato, o bien desarrollaba otras formas de tenencia
de la tierra.
Tratando de dar cuenta de la pregunta inicial sobre por qué se
elaboraron esmeradamente esos inventarios de la propiedad de la
tierra en las primeras ciudades, podemos afirmar que:

• El catastro hizo su aparición en el escenario de la vida


humana con la escritura misma, como uno de los instrumentos
necesarios para la transformación de los primeros poblados en
primeras ciudades.
• El catastro era elaborado en los templos por sacerdotes y
escribas, con dos propósitos: uno, inventariar la tierra de los
templos asignada a campesinos para su arrendamiento y a
esclavos para el trabajo servil; dos, inventariar la tierra de los
pequeños, medianos y grandes propietarios.

73
• El catastro era elaborado no solo con un fin fiscal, sino también
administrativo, es decir, para captar y administrar la renta
agrícola que producían campesinos y esclavos.

• El catastro administraba la renta agrícola para sostener a las


personas involucradas en la proyección y ejecución de las obras
de infraestructura urbana y rural. La proyección y ejecución de
las obras también eran parte de su labor administrativa.

• El catastro reunía en una sola actividad, toda la información


básica que requiere un Estado para el gobierno de su
población: renta agrícola, contabilidad de inversiones, número
de habitantes, registro de compraventas, etcétera.

• El poder civil o las monarquías sostuvieron luchas por el


control del catastro de los templos, pues era un instrumento
muy útil y eficiente para la administración de la ciudad y, en
consecuencia, para la legitimación de cualquier autoridad de
gobierno.

Con el objeto de reforzar las anteriores afirmaciones y de


resolver las dudas concretas que puedan surgir sobre el importante
papel que jugó el catastro desde sus inicios, presentaremos una
reconstrucción hipotética del catastro en Mesopotamia, Egipto y
la India, recurriendo a clásicas investigaciones arqueológicas e
históricas, especialmente.

3.2 El catastro en Mesopotamia

3.2.1 Sumer

Sumer era una región cuyos asentamientos se ubicaron en


el sur de Mesopotamia. Los sacerdotes inventan la numeración
sexagesimal y una escritura de ideogramas y fonogramas primitivos
(el sumerio); la primera se conserva hoy con simbología arábiga y,

74
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

la segunda, fue empleada para transcribir el akadio (lengua semita


de la región de Akkad), y después simplificada por los babilonios
para transformarla en escritura cuneiforme. Sin embargo, el sumerio
perduró hasta principios de nuestra era a través de textos sagrados;
también sirvió de modelo para otras escrituras como el hitita (en
Asia Menor), el vannico (en Armenia) y el persa. Se inventan sellos
que se imprimen en las puertas de los templos como signos divinos
de protección de las riquezas almacenadas.
La tierra pertenecía en su mayor parte a los templos. Los
campesinos construyen los templos y excavan los canales de riego
y avenamiento. El sistema judicial no permitía la tortura, pero sí los
castigos con látigo en el trabajo. “Los comerciantes poseían tierras,
que daban a trabajar en arriendo. Los artesanos y militares recibían
también tierras de los templos” (Alba, 1973, p. 24).
Los campesinos utilizaban una hoz con filo de sílex u obsidiana
y trillaban con rastras de madera provistas de dientes de pedernal, y
se usaba el arado de dos estevas (pieza curva de donde se empuña el
arado); sus impuestos los pagaban en especies, y si cundía el hambre,
el rey proporcionaba alimentos extraídos de los templos.
Existían los esclavos, ya fueran por deudas o por ser prisioneros
de guerra. Estos eran protegidos por la ley, pues eran una de las
fuentes primarias de la riqueza agrícola y, por tanto, de la subsistencia
de la ciudad. Las tablillas del rey Urukagina (soberano de la ciudad
sumeria de Lagash, quien subió al trono hacia el 2355 a.C.) revelan
el malestar de los hombres de ciudad frente a los privilegios de los
templos de recoger y administrar riqueza, lo mismo que de impartir
justicia, por lo que en una de sus sentencias dice lo siguiente: “ya no
pudo el sacerdote ir a la huerta de una pobre madre y tomar leña y su
parte en frutas” (Ídem.)
Estas reformas obligaron a los templos a traspasar el dominio
de sus tierras a la corona, y esta , a su vez, distribuyó una parte a los
campesinos. Los almacenes reales retoman la función de los bancos
de los sacerdotes y permiten disminuir el número de esclavos por
deudas.

75
Hacia el 2300 a.C., el rey Sargón de Akkad (región
mesopotámica al norte de Sumer) somete a Sumer y funda el imperio
sumero-akadio (bajo el cual toda Mesopotamia estaba unida). La
dinastía de Sargón regirá desde el 2334 a.C. al 2190 a.C. Luego
de una etapa de decadencia en la que el imperio desaparece (2190
a.C. –2150 a.C.), vino una corta etapa de prosperidad para la ciudad
sumeria de Lagash bajo el gobierno extranjero de Gudea (2150 a.C.
–2120 a.C.), alrededor de la cual Mesopotamia trata de reunificarse
sin éxito.
La dinastía de Gudea es expulsada de Mesopotamia y pronto la
ciudad de Ur se erige como el núcleo del último intento (en este caso
sumerio) por reunificar a Mesopotamia. El imperio sumero-akadio y
los subsiguientes, que trataron apenas de evocarlo, desaparecieron
debido a las invasiones extranjeras, a las luchas locales entre las
ciudades-Estado y a los aluviones de los ríos Tigris y Éufrates que
alejaron del mar a los puertos fluviales y, en consecuencia, debilitaron
el comercio que trababan con otras ciudades. En su lugar, aparecerá
en el escenario urbano mesopotámico, el imperio Babilónico.
En aquella etapa de prosperidad de la ciudad de Ur, en el
marco de un imperio sumero- akadio decadente, se elaboraron lo
que los arqueólogos han dado en llamar el “Código” y el “Texto
catastral” de Urnammu. Por un lado, el código de Urnammu (2112
a.C.- 2094 a.C.)12 regulaba cada una de las relaciones de propiedad
en los siguientes términos: eran prohibidos los bienes de familia o
comunales, no era posible el arrendamiento perpetuo, y la propiedad
era esencialmente individual, es decir, si no pertenecía a campesinos
o a medianos propietarios, pertenecía a los templos o al rey.
Por otro lado, el texto catastral de Urnammu (este sí atribuido
al rey Urnammu)13 es una de las pruebas concretas (además de las que

12 Más conocido como el código de Ur, que según los estudiosos (Kramer, 1983) no fue elaborado por
el rey Urnammu, sino por su hijo y sucesor Shulgi (2093 a.C. -2040 a.C.).
13 En el transcurso de las excavaciones norteamericanas de 1899-1900 y 1945 realizadas en Nippur
(hoy Niffar) se hallaron el “Código” y el “Texto Catastral” de Urnammu (copias de un original
sumerio), soberano que, según los historiadores del Derecho, fue uno de los primeros legisladores
de la humanidad (Hammurabi, 1986, p. XIX-XXI).

76
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

se han inferido rigurosamente) de la existencia ya tradicional de la


actividad catastral en las ciudades de la región de Sumer. Este texto
delimita con exactitud, y para la frontera norte de Ur, los diferentes
distritos territoriales de la zona, que coincidían con las cuatro
provincias administradas por otros tantos ensi (palabra sumeria que
designa soberano). “Cada uno de estos cuatro distritos fronterizos
estaba encomendado en el texto a una divinidad determinada,
siguiéndose la ancestral idea sumeria de que el dios de la ciudad era
el propietario absoluto de las tierras” (Ibíd., p. XXI).
En lo que toca a la tenencia de la tierra, era bastante común
que los templos dieran tierras a los campesinos bajo aparcería (los
campesinos ponían su fuerza de trabajo y la semilla y los templos
la tierra, pero ignoramos cuál era la renta que se les pagaba a los
sacerdotes). A los esclavos les era prohibido establecer cualquier
tipo de contrato, pero se especula que gozaban de condiciones de
vida mejores que las de los siervos de la gleba medievales.
Así pues, el catastro en Sumer se debatía entre dos alternativas:
la primera, donde el catastro estaba en manos de los sacerdotes o de los
templos y, la segunda, donde el catastro estaba bajo la administración
de la corona o el rey. Es de suponer que los funcionarios de la primera
etapa, quienes tenían los conocimientos operativos del registro de las
características de la propiedad inmueble y de sus correspondientes
tributaciones, pasaron a desempeñar sus profesiones en la segunda
etapa, bajo la dirección de la corona. Los sacerdotes siguieron
conservando su profesión de registradores catastrales no ya bajo la
dirección del templo, sino bajo el control de la autoridad civil, o sea,
del rey y de la la burocracia.
A continuación, presentaremos referencias arqueológicas de
los registros catastrales elaborados en Sumer, dando cuenta de la
escritura, notación numérica y sistemas de pesos y medidas sumerios.
En la región de Sumer, exactamente en Shuruppak (Fara), existe
una gran colección de tablillas que muestran el desenvolvimiento de
la escritura sumeria después del año 3000 a.C., las cuales contienen
cuentas de templos y relaciones de signos utilizados como textos

77
escolares. Esta escritura se compone de fonogramas articulados con
ideogramas, y permitió en su momento que el catastro identificara
propietarios, arrendatarios, aparceros y esclavos con nombres
propios, con el fin de controlar sus respectivas rentas.
Por ejemplo, el siguiente signo significa cabeza barbada, y
también representa la palabra sumeria ka, rostro; pero esta palabra
se empleaba a su vez para denotar la sílaba ka. Haciendo lo propio
con otros signos, se seleccionó un conjunto de expresiones fonéticas,
el cual hizo posible deletrear nombres propios o conceptos de
acciones difícilmente representables mediante pictogramas (Childe,
1983/1936, p. 223).

Más adelante, esta escritura se simplificará dando lugar al


nacimiento de la famosa escritura cuneiforme, no para expresar la
lengua sumeria, sino para transcribir el akadio, una lengua semita.
Los artífices de esta simplificación fueron (como se dijo atrás) los
babilonios, que en la época del imperio del rey Hammurabi (1792
a.C.-1750 a.C.), ya tenían por lengua oficial la lengua semita
akadia, o bien para la comunicación oral, o bien para escribir los
textos públicos (códigos, cuentas y contratos, a excepción de textos
litúrgicos). Es por ello que el código de Hammurabi y distintas
cuentas y contratos babilonios se escribieron en cuneiforme akadio.
Hacia el año 3000 a.C. se elaboraron en Erech, ciudad sumeria,
las tablillas de cuentas hasta ahora más antiguas (recordando lo que
se mencionó atrás), en las cuales podemos encontrar (en escritura
sumeria) las siguientes expresiones (Ibíd., p. 239):

78
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

D = 1; o = 10; O = 100.

Pero en textos un poco posteriores encontramos el sistema


sexagesimal:

D = 60; O = 600.

Este sistema numérico se simplificará en Babilonia, trayendo


exitosas consecuencias para la operatividad del catastro.
Sobre el sistema de pesos y medidas en Sumer se sabe poco,
en especial lo que tiene que ver con sus equivalentes en los sistemas
de pesos y medidas modernos. Sin embargo, se ha encontrado lo
siguiente:

se = un grano de peso = una unidad de superficie = mínima unidad


tanto de peso como de superficie.

El se es una antigua medida sumeria que servía para medir


superficies, no en unidades abstractas, sino en función de las semillas
que pudiera necesitar un campo para el cultivo. Si un terreno medía
100 se, indicaba que era apto para recibir un semillero de 100 granos
de determinado tipo de cultivo. Igualmente, 100 se era el peso
correspondiente del semillero que se necesitaba adquirir. Teniendo
en cuenta la heterogeneidad de las semillas, es de suponer que los
sumerios debían tener un patrón de peso para establecer, mediante
balanzas, cuál era ese grano de peso y, por tanto, esa unidad de
superficie.
El espacio productivo sumerio era entonces concebido como
una especie de rejilla, compuesta por un número finito de granos
ajustados al patrón de peso, dispuestos de tal modo que pudieran
conformar pequeñas unidades cuadradas.
En las tablillas de Erech están anotados los números de ovejas
existentes de una región no determinada, mediciones de cebada o
cántaros de cerveza y cálculos de superficies mediante el producto
de dos lados previamente medidos. Las longitudes también estaban

79
asociadas a la cantidad de semillas distribuidas en un surco, es decir,
un D era equivalente a un gan (medida de peso o de longitud), pero
como D designaba 60, probablemente un gan equivaldría a 60 se o
granos de peso o granos de longitud.
No hay registros que afirmen que los sumerios usaron
fraccionarios, pero sí los hay en Babilonia. Existen otras pruebas
según las cuales los sumerios usaron las unidades naturales de
longitud, o sea, los dedos, los palmos y los codos. En cuanto a
la medición de la tierra, solo tenemos el referente de las semillas
distribuidas en un surco.
El agrimensor del catastro sumerio debió ser un gran conocedor
de la técnica del arado, para poder determinar una longitud expresada
en semillas por surco y, en consecuencia, la superficie expresada
también en semillas de terreno cultivado.
El hombre sumerio estaba en capacidad de construir un mapa
mental del lugar en el que habitaba y los que sabían el arte la escritura
pudieron elaborar en tablillas representaciones del espacio físico,
donde, de acuerdo a criterios previos de orientación u organización
del mismo, disponían ordenadamente sus elementos más relevantes,
suprimiendo los detalles imprecisables que a cada instante percibían.
Como todos hombres de las primeras ciudades, el hombre
sumerio tenía una percepción religiosa del espacio físico, que se
evidenciaba, por ejemplo, en los ritos de delimitación del terreno
para el cultivo y para la construcción de las ciudades. Para fijar las
vecindades de las propiedades o de los terrenos asignados para el
arrendamiento, los funcionarios del catastro, que eran también
sacerdotes, no solo se servían de sus conocimientos técnicos, sino
que invocaban las oraciones y ejecutaban los ritos pertinentes para
propiciar los favores de los dioses, con el fin de pedir la protección y
la prosperidad de los terrenos.

3.2.2 Babilonia

Después de la caída de la III dinastía de Ur en el año 2002


a.C., desapareció por completo la unidad mesopotámica que antaño

80
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

la ciudad había logrado consolidar, debido en mucho a las luchas


que sostenían contra elamitas y amorreos (pueblos semitas). Pero
una nueva unidad política y comercial en Mesopotamia haría su
aparición cuando los amorreos tomaran la ciudad de Babilonia y
fundaran una dinastía (en el año 1894 a.C.) que construiría el famoso
imperio babilónico, el cual duraría cuatro siglos continuos.
Las ciudades del imperio fueron bastante pobladas. Sobre el
número de habitantes solo podemos afirmar que llegó a contar con
los mismos 8 o 9 millones con los que contaba Egipto en su época
de prosperidad. Gracias a la herencia técnica del imperio sumerio-
akadio, el imperio babilónico mejoró los sistemas de riego, hasta
el punto de construir un sistema de riego continuo, que le permitió
obtener dos cosechas anuales.
Los sistemas de cultivo avanzados hicieron posible el máximo
aprovechamiento de la tierra, como por ejemplo el sistema de terrazas
o los bancales, que podían arrojar, en pocos metros cuadrados,
rendimientos asombrosos para la época moderna. Se emplearon
todo tipo de sistemas hidráulicos para el cultivo, entre los cuales se
encontraban cigüeñales, norias y tornillos hidráulicos para subir el
agua a las colinas.
En la ciudad de Babilonia las tierras se distribuían entre el
monarca, los templos y los pequeños y medianos propietarios. El
pequeño propietario o campesino disponía de toda su cosecha, a
excepción de la parte que le correspondía al Estado como impuesto,
y debía entregar su fuerza de trabajo para cultivar las tierras del
monarca y de los templos, lo mismo que para conservar y ampliar
las obras de irrigación.
Existían gobernadores que vigilaban el trabajo de campesinos y
esclavos; estos gobernadores eran funcionarios del monarca, y tenían
almacenes de alimentos controlados por un catastro para pagarle a la
burocracia y a los soldados; en otras ocasiones los almacenes servían
para alimentar al pueblo en períodos de hambre.
Los templos gozaron en varias épocas del imperio de un
tratamiento privilegiado: no pagaban impuestos, controlaban la

81
renta agrícola de sus propiedades y juzgaban los asuntos de linderos
(poseían su catastro), y recibían los juramentos que establecían los
contratos.
Una vez se desarrolló un comercio que conectaba a todas las
ciudades de Mesopotamia y extranjeras, se forjó una especie de élite
urbana, que impuso una serie de reformas condensadas en nuestro ya
mencionado Código de Hammurabi (1792 a.C.1750 a.C.).
Con este Código hace su aparición el primer derecho agrario,
cuya legislación minimiza la influencia política de los templos, al ser
sometidos a la veeduría de jueces civiles al servicio del rey, convierte
algunos almacenes de los templos en graneros del Estado, distribuye
propiedades reales entre los guerreros bajo fideicomiso hereditario
(bien confiado a una persona bajo la condición de restituirlo, y
heredable si esta condición no se ejecuta), convierte los siervos en
hombres libres (que por quedar sin tierras solo deben pagar la mitad
de los honorarios a médicos, arquitectos, etc.), regula los salarios de
jornaleros, limita los intereses y alivia los arrendamientos.

Así pues, bajo el reinado de Hammurabi, el catastro babilonio


quedó sometido a las disposiciones (antes exclusivas del templo)
concertadas entre la autoridad civil y el templo. Los funcionarios del
catastro siguieron siendo miembros de los templos y con las mismas
responsabilidades anteriores, situación que podemos confirmar en
las distintas sentencias del código que tocan el tema de la propiedad
inmueble y de los impuestos.
El Código de Hammurabi, escrito en cuneiforme akadio,
hace una de las primeras distinciones entre bienes muebles y bienes
inmuebles (distinción que aparece en el código mediante ejemplos).
Estos últimos se distinguían de los primeros por ser fundamentalmente
de carácter público. El Estado los tenía rigurosamente controlados
mediante sus catastros, sabiendo en todo momento la situación
exacta de sus propiedades, pues producían elevadas rentas que eran
indispensables para el gobierno del imperio (Hammurabi, 1986, p.
XCI).

82
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

Los bienes de una familia pertenecían a toda la familia, más no


al padre, pero eran susceptibles de ser enajenados bajo la condición
de que los documentos de compraventa fueran firmados por el padre
junto con sus hijos, actuando estos últimos de modo testimonial y
limitándose a jurar que no levantarían ninguna reclamación posterior.
Si bien estos contratos eran redactados en tablillas por escribas
públicos o por peritos en la escritura cuneiforme, no necesariamente
eran funcionarios del catastro, pero en cambio era obligatorio hacer
copias de estas tablillas para que se archivaran en los catastros de los
templos (Ibíd., p. XCIII).
Es extraordinario encontrar que el código ya hacía referencia
a servidumbres que limitaban la propiedad sobre los inmuebles.
Por ejemplo, existían servidumbres de pasturaje, de paso por el
predio de otra persona, de muro divisorio, de regadío o de acceso a
aguas en general. Desde luego, las tablillas correspondientes a estas
compraventas con sus servidumbres explicitadas, reposaban en los
catastros de los templos, y servían no solo para conservar la tradición
del inmueble y liquidar los impuestos, sino, de paso, para resolver
cualquier tipo de litigio que pudiera surgir sobre la propiedad de un
inmueble.
Con claridad asombrosa, define los criterios según los
cuales existía pleno dominio sobre la propiedad inmueble. No era
suficiente la posesión del inmueble, sino que debía añadírsele un
título jurídicamente válido, o sea, un documento que garantizase
la indudable propiedad, redactado por peritos autorizados y con
copias al catastro de los templos. El título servía para reclamar la
propiedad frente al poseedor, “tanto de bienes muebles e inmuebles
como sobre esclavos. Al que se le encontraba en posesión de una
cosa, sospechosa de haberse extraviado o hurtado, se le podía exigir
documentalmente su posesión para verse libre del proceso” (Ibíd., p.
XCII-XCIII).
Los documentos de compraventa de los babilonios no eran
tampoco avaros en detalles sobre el sujeto y el objeto que intervenían
en el negocio. Bajo el imperio babilónico todas las relaciones jurídicas

83
estaban reguladas por documentos de compraventa, por lo que no es
gratuito que las miles de tablillas encontradas en varios templos de
ciudades mesopotámicas sean documentos de compraventas.
En estos documentos se señalaba el objeto de la compraventa,
su descripción (si eran inmuebles), el título de propiedad del vendedor
y su procedencia, la específica declaración de venta, la indicación del
precio, los nombres de los testigos y la fecha. La propiedad pasaba
del vendedor al comprador únicamente en el momento del pago del
precio estipulado. Existía otro tipo de artilugios como pagos ficticios
o alteración de precios, bastante parecidos a los que a diario se dan
en la vida contemporánea (Ibíd., p. XCV-XCVI).
Los arrendamientos eran regulados por el código de Hammurabi
así: mediante contrato escrito se establecía el objeto de arrendamiento,
los nombres del nombre del arrendador y del arrendatario y el precio
de arrendamiento. El arrendamiento era legal en el momento de la
aprehensión de la cosa por parte del arrendatario.
Cuando se arrendaban tierras en producción, el período
de contrato era de un año o más, y la renta llegaba a la mitad o
tercera parte de la producción. En el caso de que la tierra a arrendar
fuera inculta, el propietario debía esperar tres años para que se
transformara en huerto, y solo a partir del cuarto año podía exigir su
renta de arrendamiento. En uno de los parágrafos del Código hay una
referencia indirecta a los funcionarios del catastro:

“La viuda podrá contraer nuevas nupcias siempre y cuando se


hubiese realizado el inventario de los bienes de su esposo, para no
perjudicar los hijos de su primer matrimonio” (Ibíd., p. 35).

Aquel inventario era realizado por un funcionario que se


desempeñaba en la actividad catastral como avaluador, profesión
generalizada en las ciudades del imperio, y del resorte exclusivo de
los funcionarios del catastro del templo.
Son realmente pocas las diferencias que podemos encontrar
entre el catastro babilonio y el catastro moderno. Todos los frentes

84
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

de trabajo del catastro moderno aparecen al menos referenciados en


el catastro babilonio, y a primera vista el único elemento que puede
diferenciarlos es el uso de la tecnología moderna. El catastro es a
todas luces una de las más antiguas profesiones y una de las más
antiguas instituciones construidas por la civilización.
Babilonia, a lo largo de la historia, ha sido sinónimo de
comercio, legislación, matemática, geometría, astronomía, impuesto,
juego y caos. En la exploración de las múltiples posibilidades del uso
del dinero, la propiedad ingresó en la dimensión de una movilidad
vertiginosa, y el catastro debió inventar las más disparatadas pero
funcionales técnicas para poder registrar tal ritmo. Pero dejemos que
sea Borges quien describa la inmortal Babilonia:

“Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como


todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio,
las cárceles (...) Debo esta variedad casi atroz a una institución que
otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de un modo imperfecto
y secreto: la lotería (...) Imaginemos un primer sorteo, que dicta
la muerte de un hombre. Para su cumplimiento se procede a otro
sorteo, que propone (digamos) nueve ejecuciones posibles. De esos
ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre
del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una
orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la
muerte, es decir, la hará infame o la enriquecerá de torturas), otros
pueden negarse a cumplirla... Tal es el esquema simbólico. En la
realidad el número de sorteos es infinito (...) También hay sorteos
impersonales, de propósito indefinido: uno decreta que se arroje a
las aguas del Éufrates un zafiro de Taprobana; otro, que desde el
techo de una torre se suelte un pájaro; otro, que cada siglo se retire
(o se añada) un grano de arena de los innumerables que hay en la
playa. Las consecuencias son, a veces, terribles (...) Un documento
paleográfico, exhumado en un templo, puede ser obra de un sorteo
de ayer o de un sorteo secular. No se publica un libro sin alguna
divergencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan
juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar. También se
ejerce la mentira indirecta” (1998, p. 59-66).

La Babilonia de Borges es tan literaria como cierta, esa


incertidumbre que se vivía en cada hecho y en cada pensamiento de

85
Babilonia es el retrato de una realidad social agitada, de relaciones
sociales que por su fugacidad eran casi invisibles. El catastro
babilonio pudo ser un juego más de la ciudad, un ejercicio de conteo,
un acto curioso de justificar impuestos, un símbolo de corrupción y
equívocos para muchos o la memoria intempestiva de una institución
proverbial y justa para otros.
A continuación, presentaremos los sistemas de conteo, peso
y medidas reveladas por las tablillas correspondientes al imperio
babilónico. Sistema de signos que los funcionarios del catastro
pudieron emplear en sus tareas.
Los babilonios inventaron la famosa escritura cuneiforme y
transcribieron con ella el sistema de numeración de los sumerios. De
este modo, los signos atrás presentados se convirtieron en un juego
de huellas que dejaba un punzón en forma de cuña, así (Childe,
1983/1936, p. 239):

Para representar un número se recurrió al valor de posición:

Los dos primeros signos equivalían cada uno a 60; el tercero,


cuarto y quinto signos equivalían cada uno a 10, y el sexto signo
correspondía al valor de 1. Así obtenían la escritura del número 151.
Dada la complejidad de las transacciones y las mediciones, los
babilonios usaron las fracciones (Ibíd., p. 240):

86
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

Los babilonios emplearon las unidades relativas de longitud:


15 dedos serían iguales a un palmo, 2 palmos iguales a un codo y
12 codos iguales a un gar. También emplearon patrones sociales
de peso y medidas. Para propósitos más exactos, los patrones de
longitud eran establecidos sobre varas de medir, y los patrones de
peso correspondían a pesas de piedra o metal previamente aceptados
para representar un grano de peso y un saco lleno de grano.
Existen vestigios arqueológicos del uso de fórmulas para
calcular superficies y volúmenes; todos ellos encontrados en los
templos, lugar donde los funcionarios del catastro probablemente
liquidaron y recaudaron las rentas.
Si suponemos que los funcionarios del catastro se hicieron,
en algún momento, responsables de la ejecución de obras públicas,
tenían que reunir ejércitos de trabajadores y tener por anticipado las
provisiones requeridas para mantenerlos. Por esto, debían calcular las
cantidades de alimentos y las materias primas que debían reunirse, y
estimar el tiempo probable durante el cual se iban a ocupar. Cálculos
que implicaban el contenido volumétrico de los taludes de tierra a
remover, el número de ladrillos necesarios para construir un muro, la
superficie a empedrar o adoquinar, la capacidad de almacenamiento
de los graneros, cuya forma podía ser cilíndrica o piramidal, y el
salario de los trabajadores de acuerdo a sus rendimientos.
Los funcionarios del catastro pudieron emplear cálculos
aproximados para determinar la capacidad de almacenamiento de
grano en una pirámide truncada, los cuales pueden ser expresados
mediante la fórmula:

Siendo h la altura de la pirámide; a y b un lado de la base y un


lado truncado, respectivamente. Esta fórmula no es correcta según la
geometría aplicada de hoy, pero fue bastante útil para los propósitos
del catastro babilonio. Más adelante, veremos que los egipcios

87
emplearon el cálculo correcto para hallar este volumen, lo mismo
que una aproximación bastante buena del número irracional π.
Los babilonios tenían una tosca aproximación a π, cuyo valor
era 3, y fue empleada para apenas estimar el volumen de un granero
cilíndrico y la superficie de una porción circular de tierra.
En la historia de la geometría se mencionan las tablas
pitagóricas, en las cuales se resolvían distintos triángulos rectángulos
usando solo números cuyos cuadrados eran perfectos. Entre ellas es
famosa la solución del triángulo rectángulo con lados 3,4 y 5. Estas
tablas fueron muy anteriores al teorema de Pitágoras, con el cual
culmina la obra de Euclides “Los Elementos”, elaborada en el año
300 a.C., aproximadamente.
Para el año 2000 a.C., estas tablas ya eran familiares para los
babilonios14, y parece que la regla que regía su solución, la suma
del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa,
también era conocida intuitivamente, pero no había sido demostrada.
Cuando los números empleados no producían cuadrados perfectos
recurrían a otros métodos, para obtener un resultado aproximado.
Por ejemplo, en una tablilla de un Museo de Berlín (Ibíd., p. 253) se
presenta una forma de cálculo de la diagonal de una puerta con 40
gar de altura y 10 gar de ancho. Bajo una representación algebraica
tenemos:

Siendo d la diagonal; h y w la altura y el ancho, respectivamente.


La fórmula arroja un resultado de 41,25 y el valor por el teorema
de Pitágoras es de 41,2310562562... Como podemos observar, los
babilonios se las ingeniaron con mucha destreza para evadir las

14 Hasta ahora no existen pruebas que le atribuyan a los egipcios el uso del resultado del teorema
de Pitágoras o de las tablas pitagóricas, aunque podemos suponer, por sus imponentes obras civiles,
que era de su conocimiento. A pesar de los avances de la geometría y la matemática babilonia, es
inexistente el ejercicio demostrativo (que solo empieza con los griegos) para probar una regla o un
método de cálculo. Simplemente, se empleaban los procedimientos de cálculo que pasaran la prueba
empírica.

88
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

cantidades irracionales15 mediante la mera utilización de cantidades


racionales.
En cuanto al cálculo de superficies, los babilonios aplicaron
la fórmula correcta para campos rectangulares, pero usaron
aproximaciones para superficies de cuadrángulos irregulares, cuyo
procedimiento generalmente era: se multiplicaban por aparte los dos
lados adyacentes y a estos dos productos se les encontraba la media.

Siendo a, b, c y d los lados del cuadrángulo irregular.


Este procedimiento producía resultados aproximados, pero lo
suficientemente exactos para que los funcionarios del catastro
pudieran controlar la renta de los predios en proporción a la
superficie de un cultivo de forma cuadrangular irregular. Igualmente,
las superficies triangulares se calculaban sumando las longitudes
de dos lados, con este resultado se obtenía la semisuma, y esta era
multiplicada por la mitad de la longitud del tercer lado. La superficie
obtenida de esta manera producía una mediocre aproximación.

Siendo a, b y c los lados del triángulo. Cuando los predios


tenían forma de polígono regular o irregular, se dividían en triángulos
y cuadrángulos, y procedían a calcular sus superficies, para luego
totalizarlas.
Sobre las técnicas de medición en el terreno no sabemos
prácticamente nada, excepto que el gar, igual a 12 codos, aparece en
varias tablillas como la unidad de longitud más utilizada para hacer
mediciones de terrenos cultivados relativamente pequeños. Podemos
suponer, en vista del uso de la vara de medir, que el gar y otras

15 Las cantidades inconmensurables, o sea, irracionales, constituyeron un problema no sólo para


los babilonios y para los egipcios, sino también para los griegos, quienes, a pesar de su asombrosa
capacidad demostrativa, trataron el problema a fuerza de especulaciones (Campos, 1993, p. 159-168).

89
unidades mayores se representaron en múltiples varas y se llevaron
al terreno para ejecutar las mediciones. Los funcionarios del catastro
encargados de la agrimensura representaron los terrenos en mapas,
sin tener en cuenta la escala y los detalles del predio que no fueran
diferentes a los tipos de cultivo y rebaño.
En el siguiente plano babilonio (Ibíd., p. 250) (Figura 2)
podemos apreciar la subdivisión en triángulos y cuadrángulos de
un terreno de forma irregular con sus respectivas mediciones. La
numeración corresponde al lenguaje cuneiforme akadio.
Detrás de esta primigenia “carta catastral” existe toda una
historia de prácticas, técnicas y ritos. Un agrimensor del catastro
debió ser un especialista en su profesión, con miradas, ademanes
y poses envueltas en una ceremonia semejante a un acto litúrgico.
Verlo embebido en esta actividad debió ser como asistir a un acto
ritual y mágico.

Figura 2. Mapa Babilonio

90
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

3.2.3 El Catastro en Egipto

Como todos los imperios, el egipcio conoció el catastro, tan


desarrollado y eficiente en sus funciones como el catastro sumerio
y babilonio. Del antiguo Egipto conservamos lo que los escritores
griegos nos contaron (Heródoto, Tucídides, Jenofonte, etcétera),
y los jeroglíficos (vocablo griego que indica “signos grabados
sagrados”) inscritos en las tumbas y en los papiros que reposan en
distintos museos.
Al igual que todas las sociedades hidráulicas, la sociedad
egipcia levantó su imperio en los valles de aluvión, en este caso, en los
valles de aluvión del río Nilo. “El Río”, como llamaban sus antiguos
habitantes al río Nilo, inundaba sus orillas de junio a septiembre de
cada año y, en promedio, subía su nivel hasta 8 metros; después de
su retirada dejaba una franja de suelo cubierta de limo muy fértil. En
este valle se cultivaba trigo, legumbres, viñedo y lino, y se explotaba
la ganadería.
Según decía Manetón16, un sacerdote egipcio que escribió
una historia de su pueblo hacia el año 280 a.C., el primer faraón
del imperio Egipto fue Menes (3100 a.C.), quien fundó la primera
dinastía y a quien se le atribuye la construcción de un dique en el
delta del Nilo. Durante las seis primeras dinastías (3100 a.C.–2340
a.C.) toda la orilla izquierda del río fue dispuesta para el riego, con
obras que terminó en la orilla derecha la XII dinastía (2000 a.C.–
1800 a.C.).
En la segunda dinastía (3000 a.C.) la propiedad comunal
desaparece, y toda la tierra es propiedad nominal del faraón. En la
realidad, los dueños de la tierra son la nobleza y los templos. Tanto
unos como otros cobran impuestos en especies a campesinos, siervos
y esclavos que la trabajan. Los campesinos no propietarios explotan
la tierra bajo arrendamiento, los siervos y esclavos bajo el trabajo
servil. Existían también los campesinos propietarios. Los templos

16 Los escritos de Manetón desaparecieron por completo, pero gracias a que fueron citados por otros
escritores, cuyos textos sí sobrevivieron, es que conocemos su trabajo (Asimov, 1981, p. 28).

91
se hacen más poderosos con las tierras que la nobleza les obsequia
a cambio de recibir, después de su muerte, los sacrificios y rituales
establecidos por las costumbres religiosas.
Existió una comunidad de arrendatarios que gozaba de una
aceptable condición económica, establecida en los alrededores de los
templos y en los dominios reales, y era conocida bajo el nombre del
kentiu-che; había otra comunidad conformada por campesinos sin
tierra, que tenía que acudir a trabajar en las grandes construcciones
civiles, y era llamada el fellah.
El faraón era considerado por el pueblo un dios terreno, y los
sacerdotes de los templos tenían la función especial de ensalzar su
condición, pero en contraprestación, el monarca se veía obligado a
adscribirles la tierra que solicitaran. Debido, desde luego, a que el
faraón era el objeto primordial de los cultos populares y los sacerdotes
unos intermediarios, los funcionarios del faraón tenían toda la
autoridad de controlar el catastro de los templos. Este fenómeno
también explica el intervencionismo recurrente del Estado en todas
las actividades agrícolas.

“Para vender lentejas había que pedir permiso y pagar un impuesto;


para fabricar cerveza, había que pedir permiso, comprar la cebada
a agentes del Estado y pagar un impuesto en especies; para pisar
la uva, precisaba también permiso, que costaba un tercio del vino
obtenido” (Alba, 1973, p. 30).

En la época de los Ptolomeos (232 a.C.–30 a.C., dinastía


de origen macedonio (norte de Grecia continental), con la que
moriría el imperio egipcio, los funcionarios del catastro del Estado
decidían lo que debía cultivarse en los campos. Era obligatorio que
las cosechas se trillaran en las eras del Estado, con el propósito de
deducir inmediatamente el impuesto correspondiente. El Estado
ejercía monopolio sobre el aceite de linaza, crotón y sésamo, luego lo
entregaba a intermediarios para su reventa. También tenía monopolio
sobre la sal, el incienso para actos litúrgicos, el papiro y los tejidos.

92
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

Durante toda la existencia del imperio, las ciudades contaron


con un granero del Estado, pero los administradores del granero eran
sacerdotes, seguramente formados en los templos para la actividad
catastral. El catastro del Estado tenía mayores responsabilidades que
el de los templos, pues se sabe que, además de controlar la renta de
las propiedades reales, estaban encargados de efectuar regularmente
un censo de tierras, campesinos y ganado. La pequeña propiedad del
campesino no se escapaba de sus obligaciones tributarias, por lo que
el Estado tenía los ojos puestos sobre ellas.
En épocas de debilitamiento del Estado, los templos
experimentaron sus momentos de grandeza. Se afirma, por ejemplo,
que llegaron a poseer más de la octava parte de las tierras cultivadas,
y que para ellos trabajaba un egipcio de cada nueve.
Referencia Heródoto que el faraón Ramsés II (1301 a.C.–1235
a.C.), hizo lo que hoy llamamos una reforma agraria, dividiendo
todas las tierras entre los habitantes del país, de tal modo que a cada
uno le correspondiera un cuadrado por suertes17, bajo la condición
de que pagaran una renta agrícola. Si el cuadrado de tierra o el lote
del campesino era recortado por las crecidas del río Nilo, se medía lo
perdido y en esta proporción se le disminuía la renta.
Gracias a este comentario histórico de Heródoto, podemos
reconstruir el importante papel que jugó el catastro del Estado. Para
que un funcionario del catastro pudiera determinar la parte del lote
que había inundado el río, debía tener de antemano un mapa del lote,
mapa que era fruto de las mediciones realizadas por los agrimensores
del catastro, y luego redefinir los límites del lote mediante nuevas
mediciones del terreno, plasmarlas en un plano y recalcular la renta
correspondiente.
Ser escriba del catastro o funcionario del catastro, que era lo
mismo, representaba una profesión “respetable” para la sociedad

17 Ignoramos las dimensiones de lo que Heródoto llamó un cuadrado de tierra. Pero podemos especular
que se trataba de la mínima unidad agrícola con la que podía subsistir un campesino egipcio. El reparto
por suertes fue una estrategia de redistribución de la tierra muy empleado en las civilizaciones antiguas,
donde se recurría a una especie de sorteo público. Más adelante veremos que en la Grecia Micénica se
empleó a sus anchas esta estrategia.

93
egipcia. Un papiro que data del Nuevo Imperio (1570 a.C.–1192
a.C.) muestra el prestigio y los privilegios que tiene un escriba, en
contraste con los sufrimientos de un artesano o agricultor:

“Escribe en tu corazón que debes evitar el trabajo duro, de cualquier


tipo, y ser un magistrado de elevada reputación. El escriba está
liberado de las tareas manuales; él es quien da órdenes... ¿No
quieres adquirir la paleta del escriba? Ella es la que establece la
diferencia entre tú y el hombre que maneja un remo. Yo he visto al
metalúrgico cumpliendo su tarea en la boca del horno, con los dedos
como los de un cocodrilo. Hiede peor que la hueva del pescado.
Todo artesano que maneja un escoplo (cincel), sufre más que los
hombres dedicados a roturar la tierra; la madera es su campo y el
escoplo su zapapico (herramienta a modo de pica). En la noche,
cuando está libre, se afana más de lo que sus brazos pueden hacer
(¿horas extraordinarias de trabajo?); todavía de noche enciende (su
lámpara para trabajar)” (Childe, 1983/1936, p. 228-229).

Ahora presentaremos los sistemas de conteo, medición y peso


(Ibíd., p. 252-263), con los cuales el catastro del Estado y de los
templos controlaban la renta agrícola que producían sus trabajadores.
La numeración era representada de la siguiente manera:

También dispusieron de fraccionarios. El cálculo de superficies


de campos triangulares era similar al babilonio: se sumaban las
longitudes de dos lados, con este resultado se obtenía la semisuma,
y esta era multiplicada por la mitad de la longitud del tercer lado.
Como ya vimos, la aproximación que arroja no es muy aceptable.

94
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

Siendo a, b y c los lados del triángulo. Sobre el cálculo de


cuadrángulos se procedía de la siguiente manera: se obtenía la
semisuma de dos lados adyacentes, luego la semisuma de los lados
restantes y, finalmente, se hallaba el producto de los dos resultados.
Este procedimiento producía un resultado no muy aceptable para
nosotros, pero bastante eficiente para los egipcios.

Siendo a, b, c y d los lados del cuadrángulo. Para determinar


la superficie de un campo circular, los egipcios contaron con una
aproximación bastante buena para sus propósitos, π = (16/9)2. En
un papiro de la colección Rhind (así conocida por los arqueólogos),
podemos encontrar el procedimiento empleado para determinar tal
superficie.

“Método para calcular una porción circular de tierra de 9 khet de


diámetro. ¿Cuál es su superficie? Réstale 1/9 a 9, a saber, 1. Quedan
8. Calcula con 8, 8 veces; resultan 64. Esta es su superficie en tierra:
6 millares-de- tierras y 4 setat” (Ibíd., p. 253).

Algebraicamente podemos expresar este método así:

Suponiendo que d es el diámetro. Al calcular el volumen de


una pirámide truncada se usó un procedimiento correcto desde la
perspectiva de la geometría aplicada. En el papiro de Moscú (Ídem.)
(como suele llamársele) encontramos los pasos empleados.

“Ejemplo de cálculo de una pirámide truncada (?). Si se te habla


de una pirámide truncada (?) de 6 (codos) de altura por 4 (codos)

95
en el lado inferior y 2 (codos) en el lado superior. Calcula con este
4 elevándolo al cuadrado, lo cual da 16. Duplica el 4, lo cual da 8.
Calcula 1/3 de 6; lo cual de 2. Calcula con 28, 2 veces; lo cual da 56.
Mira: es 56. Has obtenido la respuesta” (Ibíd., p. 252).

En una versión formulística, tenemos:

Considerando que h es la altura, a el lado de la base y b el lado


truncado.
En lo que corresponde al sistema egipcio de pesos y medidas,
escasamente conocemos las mediciones personales de longitud, y
el nombre de las unidades convencionales de longitud y área, sin
sus equivalencias con el sistema moderno de mediciones. Sobre el
sistema de pesos egipcio, apenas sabemos de la existencia del grano
de peso patrón, materializado en pesas de piedra o de metal, sin
equivalencias aceptables por la arqueología con el sistema moderno
de pesos.
Gracias a la colección Rhind18, sabemos que las mediciones de
longitud eran efectuadas en dedos, palmos y codos, y que para efectos
de medición de la tierra se empleaba el khet, cuyas dimensiones
modernas ignoramos. En cuanto a las unidades de superficie, se
habla de millares-de-tierras y del setat, pero también desconocemos
la magnitud exacta que dimensionaban.
Matemática, geometría y religión, tanto en Egipto como en
Babilonia, estaban íntimamente ligadas. La capacidad de prever el
período de construcción de una obra implicaba el conocimiento de
los tiempos de extracción y movilización de insumos, el cálculo de
los rendimientos de los trabajadores según el número y los niveles
de eficiencia y especialización, y la predicción de la cantidad de

18 En este papiro se hace una clasificación de distintos ejemplos de matemática y geometría práctica.
Los seis primeros problemas hacen referencia a la división de 10 hogazas de pan entre 1, 2, 6, 7, 8 y 9
hombres; los problemas entre el 7 y el 20 ejemplifican la multiplicación de fraccionarios; entre el 41 y
el 47 presentan cálculos sobre cantidades de grano contenidas en receptáculos de varias formas; entre
el 48 y el 55 exponen la determinación de superficies de terrenos de formas variadas, y otros ejemplos
que suman un total de 78 problemas.

96
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

alimentos requerida para sostener a los trabajadores; eran actividades


que se ejecutaban con el acompañamiento de ceremonias religiosas
previamente establecidas por la tradición: los obreros y campesinos
entonaban cantos litúrgicos al mismo tiempo que trabajaban, los
sacerdotes o escribas de los templos, responsables de la actividad
catastral, hacían de sus tareas un acto ritual de exhortación a la
precisión.
Particularmente, el catastro egipcio, proyectaba la construcción
de las pirámides en el espíritu de una especie de misticismo de
la precisión. Disponer de la naturaleza ahorrando todo tipo de
esfuerzos innecesarios para su aprovechamiento era el resultado de
unas prácticas místicas de escrupulosa predicción y precisión, que
tomaban la forma de sacrificios para propiciar a los dioses, con el
fin de compensar los desequilibrios provocados en una naturaleza
deificada (regulada por los dioses) y para ganar los favores de Osiris,
quien garantizaba la inmortalidad del alma.
Tenemos, en nuestro haber arqueológico, un papiro egipcio que
relata la orientación de un templo en el sentido del norte verdadero,
en una ceremonia llamada “estiramiento de la cuerda”. El rey es
quien pronuncia la respectiva fórmula sagrada:

“Yo he empuñado la estaca con el mango del martillo. Tomé la cuerda


de medir con la Diosa Safekhabui. Vigilé el movimiento ascendente
de las estrellas. Mi ojo estuvo fijo en la Osa (?). Yo calculé el tiempo,
comprobé la hora, y determiné los bordes de tu templo... Volví mi
rostro al curso de las estrellas. Dirigí mis ojos hacia la constelación
de la Osa (?). En ella puse de acuerdo el indicador del tiempo con la
hora. Yo determiné los bordes de tu templo” (Ibíd., p. 264).

Seguramente, la constelación a la que se hace referencia es la


Osa Menor, cuya estrella aparentemente fija es la estrella polar. El
objeto de esta ceremonia era la determinación de un meridiano fijo
de referencia, libre de las condiciones cambiantes de la naturaleza y
signo incorruptible de las manifestaciones divinas. Los dioses, según
la creencia, dejaban en la naturaleza las huellas de su inmortalidad y,

97
conocerlas implicaba adentrarse en los secretos del lenguaje infalible
de los dioses. Los templos estarían protegidos por los dioses, siempre
y cuando fueran construidos en concierto con su poderoso y perfecto
lenguaje. Por esto, establecer un meridiano “absoluto” para orientar
los templos era prueba suficiente de una efectiva comunicación con
ellos.
Por ejemplo, la Gran Pirámide (una de las “siete maravillas
del mundo” construida por el rey Keops hacia el año 2580 a.C.) está
emplazada de tal modo que sus lados se desvían del norte verdadero
únicamente en 0º 02’ 30’’ y 0º 05’ 30’’, probando, una vez más, la
penetrante obsesión por el conocimiento de las reglas inmutables,
con las cuales los dioses gobernaban la naturaleza.
Los vestigios encontrados hasta ahora no permiten afirmar que
los egipcios contaron con un sistema “absoluto” de referenciación de
los terrenos, pero sabemos que la determinación del norte verdadero
servía de base para la orientación, en un orden espacial sagrado, de
templos secundarios y de ejes peatonales de peregrinación.
Finalmente, si tenemos en cuenta la ceremonia del “estiramiento
de la cuerda”, y aceptamos que pertenecía a toda una tradición,
podemos suponer que el agrimensor del catastro, en sus prosaicas
labores, hacía uso de la estaca, las líneas visuales y el estiramiento de
la cuerda para materializar un lindero o, a su turno, para determinar
la superficie de un terreno.

3.2.4 El catastro en la India

Desafortunadamente, los registros arqueológicos sobre la


civilización del valle del río Indo no son suficientes para tener siquiera
una aproximación del catastro en la India. Según los pocos vestigios
encontrados, la civilización hindú había ingresado en la revolución
urbana simultáneamente con las civilizaciones mesopotámica y
egipcia, con una escritura propia, un gobierno centralizado y la
construcción de grandes ciudades.

98
CAPÍTULO III. Catastros en Mesopotamia,
Egipto e India

Para el año 2500 a.C. ya existían edificios de ladrillos cocidos


en horno, con alturas no menores a dos pisos. Los edificios contaban
con el servicio de un sistema de alcantarillado, y entre ellos se
distinguían talleres, fábricas, chozas de artesanos y transportadores,
y las lujosas moradas de los ricos comerciantes, la burocracia y los
funcionarios de los templos. En distintas excavaciones se hallaron
artículos que fueron elaborados por artesanos especializados, entre
los cuales tenemos: ladrilleros, carpinteros, alfareros, forjadores de
cobre, vidrieros, canteros, orfebres y joyeros; todas ellas profesiones
propias de una vida urbana compleja.
En cuanto a la escritura y la notación numérica indias, han
sobrevivido, en tablillas y sellos de cobre, e inscripciones breves
no descifradas todavía, pero permiten suponer la existencia de
funcionarios encargados, mediante el arte de la escritura, de
controlar el excedente agrícola que producían los campesinos. Las
grandes ciudades siempre han sido signo de absorción de excedentes
agrícolas, por lo que en principio debemos aceptar, a manera de
hipótesis, la existencia de una institución concebida para su recaudo,
y esta institución, como fenómeno histórico, es el catastro.

3.3 Conclusiones

El catastro de las revoluciones urbanas o de las sociedades


hidráulicas, jugó un papel fundamental en el nacimiento y en la
consolidación de las primeras ciudades. Su existencia se la debemos
a la lógica interna del desarrollo de la civilización, en cuyo afán
incansable de conquista y dominio (no solo de la naturaleza, sino
de sus propios fantasmas, como el reino de los dioses) crea y refina
instrumentos de control sobre la sociedad, con el único propósito
de hacer esa experiencia de lo descomunal, es decir, de los grandes
imperios, de las imponentes construcciones, del lujo y la de la
opulencia de la ciudad.
El catastro, como uno de estos instrumentos, sancionó la
posibilidad práctica de la vida urbana, hizo patente su funcionalidad

99
fiscal y administrativa, y puso a andar toda una tradición de gobierno
y organización del territorio.
Las civilizaciones posteriores, como la asiria, persa, hitita,
hebrea y micénica heredaron (al igual que otras ideas y tradiciones)
de Mesopotamia, Egipto e India, las prácticas de un catastro fiscal y
administrativo, y solo hasta la Grecia Clásica y el Imperio Romano
veremos cambios sustanciales en sus formas de actuar sobre la
sociedad.

100
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

CAPÍTULO IV
Catastros en Micenas y Grecia

101
102
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

4.1. El catastro micénico

Propagación del catastro de las revoluciones urbanas

Las tres primeras civilizaciones (mesopotámica, egipcia e india)


entablaron relaciones comerciales con pueblos cuyos asentamientos
estaban ubicados más allá de los límites territoriales y marítimos de
sus grandes imperios. Debido a esta fuerte comunicación comercial,
muchas de las tradiciones, inventos e ideas originarias de las primeras
civilizaciones fueron adoptadas por aquellos pueblos. Sin embargo,
solamente algunos de ellos constituyeron verdaderos imperios o
grandes civilizaciones, entre las cuales podemos contar el Imperio
Micénico, Grecia Clásica, y la República y el Imperio Romano.
De otras civilizaciones que experimentaron sus períodos
de gloria, como la asiria y la persa, solamente tenemos a nuestra
disposición algunos vestigios, los cuales son insuficientes para
reconstruir, aun de manera general, sus respectivos catastros.
Las sociedades asiria y persa hicieron parte de esas sociedades
hidráulicas, cuyas características, recordaremos: se construyeron
en valles de aluvión, tenían un poder centralizado y la propiedad
familiar o comunal prácticamente no existía. Pero tratar de ir más
allá de estas características implica, desde luego, entrar en la esfera
de las especulaciones.
Para poder realizar la reconstrucción de un catastro es
indispensable tener en nuestro horizonte de estudio información
suficiente sobre las relaciones económicas y sociales de una sociedad,
por lo que en la mayoría de los casos son imperios o sociedades
fuertemente organizadas los que satisfacen tal condición.
El pueblo micénico y su heredero directo, la Grecia Clásica, los
hebreos, los hititas y los etruscos (según la leyenda, fundadores de la
primera monarquía romana), integraron un grupo de sociedades que
los estudiosos han dado en llamar sociedades hidroagrícolas. Estas
sociedades se formaron en pequeños valles, al lado de riachuelos, y
no necesitaron de un poder centralizado para el aprovechamiento de

103
las aguas, pues no tenían que construir diques, canales, ni regular
las crecidas de los ríos. La conformación de la tenencia de la tierra
aseguraba la posibilidad de que la pequeña propiedad de la tierra
fuera rentable. La irrigación se hacía a pequeña escala y no exigía la
participación de un gran número de trabajadores (Alba, 1973).
Estas condiciones materiales, acompañadas de otras culturales,
crearon un escenario social propicio para el surgimiento de modelos
de gobierno y organización social, que propendían por la construcción
de un individuo soberano y autónomo, es decir, capaz de gobernarse
a sí mismo. En ese esfuerzo de trabajar sobre el hombre mismo más
que sobre la naturaleza, la sociedad griega aparece como la fuente
nutricia de la democracia moderna, la sociedad romana como forma
originaria del capitalismo y la sociedad hebrea como el foco de los
valores morales del mundo occidental.
De las sociedades hidroagrícolas solo nos es posible hacer
una reconstrucción del catastro en aquellas que se constituyeron
en grandes civilizaciones y nos dejaron suficiente información:
el Imperio Micénico, Grecia Clásica y la República y el Imperio
Romano, pues cada una logró consolidar las condiciones sociales,
políticas y económicas indispensables para fundar y administrar
numerosas ciudades, controlar extensos territorios y dominar en
ultramar importantes rutas comerciales.
La sociedad hebrea, por ejemplo, no fue de la categoría de
estas civilizaciones, aunque su imperio espiritual todavía subsista.
Desde sus inicios como agricultores en el siglo XII a.C., al llegar
a Canaán, los impuestos, la hipoteca de la cosecha, aperos y casa,
estaban terminantemente prohibidos por las leyes de Moisés.
Cada cincuenta años, en el año jubilar, se anulaban las
deudas, se repartían de nuevo las tierras, y los esclavos por deudas
recobraban su libertad. Todos estos elementos obstaculizaron el
desarrollo de una economía de mercado y el surgimiento de una vida
urbana, condiciones insoslayables para la aparición del catastro. A
pesar de las políticas del rey David (1013 a.C.–973 a.C.) y del rey
Salomón (973 a.C.– 933 a.C.), adoptadas para destruir este régimen

104
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

social, muchas de sus tradiciones fueron conservadas gracias a los


llamamientos de los profetas a la restauración de la vieja ley, la ley
de Moisés.
Otra sociedad hidroagrícola, que dejó hondas huellas en el
pueblo micénico es la sociedad cretense, cuyo conocimiento del
cobre desde el año 3000 a.C. (heredado de las revoluciones urbanas)
y la avanzada técnica para la construcción de barcos la hicieron una
potencia comercial marítima. Los cretenses se establecieron en la
isla de Creta, con una superficie de 8.000 km2, y construyeron una
próspera civilización desde el año 3000 a.C. hasta el 1400 a.C.,
época en que los antiguos griegos invadieron a Creta.
La civilización cretense se expandió durante este período
por las islas del mar Egeo hacia el norte, hasta llegar al continente
europeo. Cuando pisaron Grecia continental, ya existía, desde antes
del 2000 a.C., un grupo de tribus grecohablantes. Por estos tiempos,
los griegos practicaban la agricultura, pero no conocían el uso del
metal. Los griegos aprendieron rápidamente el estilo de vida de los
cretenses y comenzaron a construir grandes ciudades y a entablar
relaciones comerciales con sus vecinos.
En el año 1700 a.C., se afirma que Cnosos, la ciudad principal
de Creta, fue destruida por un terremoto. Mientras Cnosos trataba
de restaurar su imperio, los griegos se hicieron cargo del comercio,
ocuparon su tierra y empezaron administrar sus ciudades.
Prueba de esto último es el desciframiento de la escritura
Lineal B, por el arqueólogo inglés Michael Ventris, en 1952. Este
arqueólogo demostró que la escritura Lineal B se empleó mucho
después del año 1700 a.C. (las primeras tablillas encontradas datan
del año 1450 a.C.), y que consistía en una forma de griego, que no
usaba el alfabeto griego, pero sí valores fonéticos semejantes. Antes
del año 1700 a.C. los cretenses emplearon una escritura pictográfica
denominada Lineal A, la cual aún no ha sido descifrada. Por ello,
solo conocemos de la civilización cretense los vestigios de sus
emplazamientos y algunos documentos escritos en Lineal B.

105
Sin embargo, las numerosas tablillas en escritura Lineal B
contienen más información sobre la antigua cultura griega que sobre
la civilización cretense. Después de la invasión griega del año 1400
a.C., los cretenses nunca volvieron a recuperar su poderío, y los
griegos terminaron imponiendo sus dinastías en tierras cretenses.
Así pues, las tablillas y cerámicas encontradas en Cnosos (ciudad
capital de Creta), grabadas en escritura Lineal B, corresponden a las
gestiones administrativas de un imperio griego, el Imperio Micénico:

“Las tablillas del Lineal B de Cnosos datan del 1400 a.C. al 1375-
1350 a.C., fecha en que el palacio (de Cnosos) fue quemado, tal
vez por los micenios que aplacaban una insurrección nativa, o
como consecuencia de un terremoto; pero el uso del Lineal B
puede remontarse a 1450 a.C., cuando los intrusos del continente
(los griegos) dominaron Cnosos y obligaron a los cretenses a
escribir en el idioma que traían de su hogar y donde impusieron
su gusto en el arte y su manejo socio-cultural. De allí que el Lineal
B del palacio de Cnosos aluda a una sociedad idéntica a las de
los reinos continentales (Grecia continental), y todas ellas sean
complementarias entre sí. En esa fecha llevaron el arte de escribir
a Grecia, donde lo usaron para las necesidades burocráticas de la
administración de sus economías” (Wernher y Páramo, 1995, p. 35).

De este modo, la civilización cretense no ofrece los vestigios


suficientes para reconstruir, al menos, una breve presentación de su
catastro. Por el contrario, la arqueología puso a nuestra disposición
información más detallada acerca del Imperio Micénico (gracias a
las excavaciones realizadas en Creta y en Grecia continental, y al
desciframiento de la escritura Lineal B), a partir de la cual nos es
permitido iniciar un estudio general de su catastro.
El Imperio Micénico abarcó el período comprendido entre el
año 1400 a.C.y el 1100 a.C., también conocido como Edad Micénica
o Edad de Bronce o Heládico Tardío. Los griegos posteriores, gracias
a las obras de Homero, hablaban de este período como un período
heroico, en el que hijos de dioses griegos hicieron grandiosas
hazañas. La ciudad más poderosa de la época fue Micenas, ciudad
de la costa oriental del Peloponeso, por lo que este Imperio lleva el
nombre de Imperio Micénico.

106
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

4.2. El catastro en el Imperio Micénico

Para reconstruir este catastro existen dos fuentes principales


de información: la primera es, indudablemente, la escritura Lineal
B, y la segunda es la obra de Homero. Por ello, tendremos que
recurrir a diversos estudios de la filología, los cuales contribuyen
a desentrañar las distintas relaciones de propiedad que los antiguos
griegos establecieron con la tierra.
En la edad Micénica, las armas empleadas eran de bronce. En
el relato homérico de la guerra de Troya (1184 a.C.), ocurrida, desde
luego, en tiempos micénicos, los héroes blandían espadas de bronce,
arrojaban lanzas con puntas de bronce y exhibían escudos de bronce.
Durante su período expansionista, colonizaron un buen número de
islas del mar Egeo, fundaron ciudades en las costas y al interior de
Grecia continental, aseguraron rutas comerciales en el mar Egeo y se
adentraron hasta el mar Negro en una expedición comercial.
Pero, las mismas armas de bronce que usaron con destreza para
conquistar otras tierras, fueron inútiles para contrarrestar el embate
de los Dorios en el año 1100 a.C., los cuales usaron armas de hierro,
un metal más duro que el bronce. A partir de esta época, el Imperio
Micénico entra en decadencia y desaparece del panorama histórico.
Siguiendo con Homero, Gretel Wernher mostró cómo a través
del Olimpo homérico de la Ilíada (específicamente el canto XV)
y de tablillas exhumadas, podemos penetrar en los secretos de la
organización social micénica, “ligada a la tenencia de la tierra”.
Y Jorge Páramo estableció, también a partir del mismo canto y de
tablillas exhumadas, cómo en la época micénica se acostumbraba
recurrir a la suerte en repartos de tierras, situación que se hace
patente en la distribución del dominio del universo entre los dioses.
La estrategia metodológica que emplearon estos dos autores,
para proporcionarle claridad al mundo micénico es la siguiente:

“Estableciendo una comparación entre la vida micénica tal como la


presentan las exhumaciones arqueológicas y la escritura y ciertos

107
puntos de la sociedad homérica. De allí pueden brotar algunas
hipótesis que tendrían que ver con el origen del mundo olímpico, el
sistema territorial y la economía, y el origen aristocrático de la idea
de destino. Probablemente otras más” (Ibíd., p. 26).

Pero, en lo que respecta a nuestro estudio, consideraremos


solamente aquellas hipótesis que nos ayuden a recrear el sistema
territorial y la economía micénica. Los vestigios escritos en Lineal
B, provienen de algunas piezas de cerámica y de tablillas de arcilla
descubiertas en Micenas, Tirinto, Tebas, Orcómenos y Midea, pero
las ciudades que más contribuyeron fueron Cnosos y Pilos.
El Lineal B es una escritura de líneas onduladas irregulares
(semejante a la escritura manuscrita de hoy), y la Ilíada conserva
vocablos provenientes de la Edad Micénica. Por ejemplo, la oración
griega fasganoν argurohloν (espada tachonada de plata), conserva
en su primera palabra, phasganon, la forma intacta de la palabra en
Lineal B, phasgana (pa-ka-na), la cual aparece en varias tablillas y
en plural (Ibíd., p. 30)
En Pilos (ubicada en la costa oeste del Peloponeso) se hallaron
abundantes tablillas con escritura Lineal B, específicamente en un
palacio descubierto por Karl Blegen en 1939. Allí se mencionan los
nombres de distintos lugares, conservando un orden de norte a sur, y
particularmente, dos grandes provincias: “la provincia de más acá y
“la provincia de más allá”.
La provincia de más acá era gobernada por Pilos, y las tablillas
que reposaban en su palacio, correspondían a la administración de la
provincia de más acá. El palacio hacía parte del distrito de Pa-ki-ja-
ne, el cual era conocido por ser un centro religioso de importancia.
En total, la provincia de más acá estaba constituida por 10 distritos,
mientras que la provincia de más allá tenía 8 distritos. En la misma
excavación de Blegen (1939) se identificaron 600 tablillas en un sitio
que él denominó “el salón del archivo”.
Posteriores excavaciones hallaron las tablillas del “anexo” y
del “salón del trono”. Estos vestigios muestran que la necesidad de

108
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

dividir la administración de la provincia requería tanto de la escritura


como de diferentes dependencias administrativas.
En otras ciudades, como Tebas, se identificaron tablillas que
describían los “contenidos de un puesto de almacenamiento”. En
Micenas (excavaciones de 1950 y 1952) se encontraron 53 tablillas,
las cuales hacen alusión a las actividades de la burocracia del palacio.
Existen otras tantas, provenientes de Orcómenos y Cnosos, y una de
Mideas.
En general, todas estas tablillas, han sido descubiertas en
palacios u oficinas al servicio del palacio, los cuales, a su vez,
correspondían a centros religiosos relevantes. El palacio hacía las
veces de templo, pero según los testimonios de varias tablillas, la
nobleza era la que sostenía los santuarios, por lo que la monarquía
se hallaba libre de la influencia de la casta sacerdotal (Wernher y
Páramo, 1995, p. 58).
El hecho de que los sacerdotes fueran reducidos a sus prácticas
religiosas o a escribanos al servicio de la monarquía, traerá serias
consecuencias sobre la conformación de un estilo de administración
en la Grecia Clásica, si bien no tan estable como los anteriores, por lo
menos sí más público y justo. Frente al control de la casta sacerdotal
Wernher escribe:

“La escritura puntualiza santuarios y sacerdotes, así como regalos


a los templos, pero no incluye textos teológicos ni creencias
específicas, ni siquiera oraciones. Hay que recordar que todo el
Lineal B está animado por las necesidades administrativas de las
contabilidades palaciegas y el interés religioso está ausente de las
obligaciones de los escribas” (Ibíd., p. 61).

Buena parte de las tablillas contienen inventarios y nombres


geográficos. Por un lado, un grupo de tablillas de Pilos menciona
las distintas ofrendas que los micenos hacían a sus dioses: bueyes,
cabras, ovejas, cerdos, vino, aceite aromático, trigo, miel, lana, etc.
Igualmente, se clasifican las tareas que llevan a cabo las esclavas
con sus respectivos nombres: moledoras, hilanderas, vertedoras de
baños, etcétera.

109
Por otro lado, la serie E de las tablillas provenientes también de
Pilos contiene diversos censos de lotes privados y de uso comunal,
en los que se hace un conteo del ganado, se identifica el nombre
del campesino y de la zona, y se determina la cantidad de ovejas
y carneros de acuerdo al sexo. Estos dos tipos de inventario hacen
suponer la nítida separación entre el poder sacerdotal y el poder de
la nobleza y, en consecuencia, la existencia de dos tipos de catastro:
un “catastro sacerdotal” y un “catastro monárquico”, situación que
podemos identificar, por primera vez, en la sociedad micénica.
Si aceptamos la hipótesis según la cual las relaciones de poder
(que regulan los vínculos entre los dioses), descritas en la Ilíada,
expresan una organización social, económica y política de cuño
aristocrático en la sociedad micénica, entonces debemos concluir
que la mitología homérica da cuenta de una sociedad micénica
regulada por un gobierno monárquico (minimizando el poder de la
casta sacerdotal), cuya suprema autoridad no descansa en el poder
sacerdotal (gobierno fundado en las decisiones personales de los
intermediarios entre dioses abstractos, perfectos, imperturbables y el
mundo), sino en el poder político (gobierno fundado en las decisiones
convenidas entre la nobleza, acompañas de invocaciones a dioses
imperfectos, coléricos, fraternales, justos e injustos, en una palabra,
dioses humanizados, sin la injerencia de ningún intermediario).
Para los micenos, un gobierno fundado en el poder político
solo necesitaba de la valentía y la capacidad de persuasión con
propósitos mundanos; el arrojo para conquistar nuevas tierras o
someter a pueblos extranjeros, y el lenguaje indomable y vehemente
para incendiar los ánimos de quienes iban a la guerra u obtener
simpatías entre los miembros de la nobleza. Estas dos cualidades son
encarnadas por los héroes homéricos Agamenón (rey de Micenas),
Ulises y Aquiles.
Según las jerarquías establecidas, entre la nobleza se distribuía
la propiedad de la tierra, y el mecanismo empleado para distribuirla
era el sorteo. Desde luego, el sorteo se ejecutaba entre los miembros
de cada estrato de la nobleza. Por ejemplo, en un aparte del canto

110
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

V de la Ilíada, se realiza un sorteo solamente entre los tres hijos


de Crono, con el fin de distribuirse el dominio del cosmos. Dice
Poseidón:

“Pues somos tres hermanos, hijos de Crono, a quien Rea dio a luz:
Zeus y yo, y el tercero Hades, que reina en los infiernos. Todo ha
quedado dividido en tres; cada uno ha tenido su parte en el honor. Yo
obtuve en suerte, cuando agitamos (las tarjas en el casco), habitar
siempre el mar grisáceo, Hades obtuvo en suerte (habitar) la tiniebla
brumosa, Zeus obtuvo en suerte (habitar) el ancho cielo en el éter y
las nubes. La tierra ha seguido siendo común a todos y también al
alto Olimpo” (Ibíd., p. 63).

Esta cita nos da una idea del reparto de la tierra entre la nobleza
micena, y sobre la existencia de tierras comunes (cuya propiedad era
compartida entre ellos), para ser asignadas a campesinos pobres y
artesanos. En cuanto al modo de asignar la tierra entre campesinos
pobres y artesanos, también se recurría al sorteo.
La serie E de las tablillas de Pilos menciona dos clases de
tierras: la Ki-ti-me-na, tierra privada y la Ke-ke-me-na, pedazo
comunal. Los lotes pertenecientes a cada una de estas clases son
censados, pero solamente se tienen en cuenta los lotes ubicados
dentro del distrito de Pa-ki-ja-ne, el distrito sagrado gobernado
por Pilos. El propietario de la primera clase de tierras es llamado
telestas (te-re-ta), el cual es considerado un noble campesino. Este
propietario posee un campo cultivado, y debe pagar un impuesto al
palacio, aunque incumplir el pago no implicaba anular el derecho
a la propiedad. El telestas también puede dar en arriendo, onaton
(o-na-to), una parte de su latifundio, y los arrendatarios, onatares,
deben pagar un arriendo por el derecho a su explotación.
La segunda clase de tierras, la Ke-ke-me-na, es una tierra de
explotación colectiva, la cual está bajo el control del damos (da-mo),
persona encargada de administrarla con poder jurídico. El damos
puede explotar una parte de la Ke-ke-me-na, y la otra asignarla
a través de tres formas de concesión: asignación en etonion, o
“concesión total de aprovechamiento”, donde se beneficia una

111
sacerdotisa y un noble cortesano; asignación en kama (ka-ma), o
“concesión en usufructo”, donde se reconoce una retribución; y
asignación en onaton paro damo, o concesión en usufructo mediante
pago de arrendamiento, donde el damo arrienda una parte de su tierra
a campesinos llamados ktoinetai19. La tierra privada más extensa
pertenece al monarca, wanax (wa-na-ka), y su predio es llamado
témenos (te-me-no). El jefe militar posee la tercera parte del predio
del monarca, y su hacienda también recibe el nombre de un témenos.
En cuanto a otros estratos sociales, las tablillas refieren la
existencia de remeros, guardianes costeros, albañiles y servidores de
la deidad. Es del todo justificable la presencia de una estricta división
del trabajo y, a pesar de que no menciona directamente a campesinos
y escribanos, no por eso debemos ignorar el importante papel que
cumplieron en la economía micénica.
Las tabillas también hablan de sirvientes o esclavos, doeloi
(do-e-ro), los cuales pertenecen a los templos o a individuos libres:
“en Cnosos, trabajan los textiles y en Pilos hay tejedoras, moledoras
de cereal, preparadoras del baño” (Ibíd., p. 78).
Como en todas las civilizaciones antiguas, al mismo tiempo
que surge la vida urbana, surge el mercado y, con este, el aparato
jurídico indispensable para regularla. Este aparato, además de fijar
las reglas del juego para la convivencia cotidiana, fija las reglas para
regular las relaciones económicas.
De este modo, podemos suponer que los micenos contaron
con una normatividad apropiada para regir los actos de dominio y
transferencia de la propiedad inmueble, y para regular el intercambio
de mercancías. En cuanto a lo primero, no tenemos información
detallada, pero suponemos que el catastro monárquico registró y
validó, al menos, los actos de dominio y transferencia que merecieran
la atención de la nobleza. En cuanto a lo segundo, disponemos
de rigurosos estudios sobre el sistema de pesos y medidas. John
Chadwick, apoyado en el trabajo de Ventris (mencionado atrás),

19 Estas concesiones eran determinadas en el tiempo, por lo que la tierra siempre volvía a la comunidad.

112
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

estudió el contenido de las tablillas de Lineal B. A través de su vasta


investigación, reconstruyó, aunque no completamente, el sistema de
pesos y medidas miceno.
Difícilmente podemos saber acerca de cómo se adoptó este
sistema, ni tampoco determinar cuál de los dos catastros (el catastro
palaciego o el catastro sacerdotal) adoptó y ajustó primero el sistema
de pesos y medidas. Solo tenemos certeza de que los dos catastros lo
emplearon, movidos por la misma razón que explica el nacimiento
de cualquier catastro antiguo: absorber y controlar el excedente de
la producción agrícola para sostener la nobleza y sus funcionarios, y
realizar obras públicas.
Un grupo de tablillas que contienen ideogramas reveló, gracias
a los estudios de Chadwick, la información suficiente para establecer
una primera aproximación al sistema de pesos y medidas miceno. En
lo que corresponde al sistema de pesos, se ha identificado en rigor
una escala de pesos de tres unidades: un ideograma que representa
una balanza es la unidad de peso mayor y es llamado talanton;
otro ideograma señala la unidad de peso llamada dimanaion, que
equivale a 1/30 de un talanton; otro ideograma pone en evidencia
una unidad equivalente a 1/4 de dimanaion; y existe otro ideograma
que probablemente equivale a 1/12 de la unidad inmediatamente
anterior.
No se tiene certeza de las equivalencias de esta escala de pesos
con una escala de pesos moderna, y todavía hay muchas dudas acerca
de la veracidad de unos patrones de peso encontrados.
El anterior grupo de tablillas y otras adicionales, ofrecen una
serie de ideogramas correspondientes al sistema de conteo miceno.
Este sistema hace uso de números naturales (exceptuando el cero) y
de expresiones fraccionarias. No existen vestigios sobre la utilización
de cantidades irracionales, como sí es el caso de Mesopotamia y
Egipto.
En cuanto a las medidas de volumen, se emplearon ideogramas
para representar unidades de volumen, y las tablillas indican que se
usaron frecuentemente para medir vino y trigo. Dos ideogramas son

113
empleados para medir indiferentemente trigo y vino, y corresponden
a dos unidades de volumen distintas: una constituye la unidad de
volumen menor y es llamada kotyle (o copa); la otra equivale a
cuatro veces un kotyle. Existen dos unidades de volumen mayores
que se utilizan separadamente para medir trigo y vino. Para medir
trigo, la unidad de volumen mayor equivale a 240 veces un kotyle. Y
la unidad de volumen mayor para medir el vino equivale a 72 veces
un kotyle. De acuerdo a distintas investigaciones, se ha establecido
que el kotyle no expresó un volumen constante, pero se sabe que
osciló entre 270 y 388 cm3.
Las mediciones de áreas se efectuaron en función de la cantidad
de semillas necesarias para cultivar un predio, situación que se repite
en Sumer (Ver catastro en Mesopotamia). Este patrón para medir
áreas era llamado, simplemente, “unidades”. Una tablilla de la serie
E de Pilos, específicamente la tablilla Er312, anota una distribución
de semillas de acuerdo a la extensión en “unidades” de los predios
del rey, del jefe militar y de tres aristócratas (Ibíd., p. 73).
Desafortunadamente, no tenemos conocimiento alguno sobre
las unidades de longitud y las técnicas correspondientes para hacer
mediciones de terrenos. Pero, presumimos que se usaron unidades
personales de longitud y mediciones de terrenos en función de la
cantidad de semillas por surco, como en Sumer.
Es bastante extraño que no exista una sola tablilla que exhiba
operaciones matemáticas o soluciones de problemas prácticos.
Pero, a partir de esto, sí se deriva algo concluyente: ninguna de las
dependencias de los palacios encontrados, en donde se elaboraron
inventarios, tanto de ofrendas religiosas como de impuestos, ofrece
la más mínima idea sobre cómo y en qué se habrían de invertir estos
recursos (a excepción de las semillas).
Aquel catastro mesopotámico y egipcio, en el cual la casta
sacerdotal elaboraba no solo inventarios, sino cálculos para la
proyección y ejecución de obras públicas, ya no existe en la
sociedad micénica. Tanto esa soberanía con la que el catastro de
los templos mesopotámicos ordenaba la ejecución de una obra,

114
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

como esos grafismos creativos de los funcionarios pertenecientes al


catastro del Estado egipcio (cuando proyectaban, en ese misticismo
de la precisión, la construcción de una pirámide) desaparecen por
completo del mundo micénico.
Así pues, el catastro micénico dejó de administrar en materia de
obras públicas o, por lo menos, fue relevado de la función de proyectar
y ejecutar las obras públicas más importantes, para dedicarse, en
buena medida, a las funciones fiscales, o mejor, a realizar inventarios
y controlar los tributos. Solamente en la tablilla Er312, referenciada
atrás, podemos encontrar un ejercicio administrativo del catastro
palaciego (el catastro sacerdotal apenas inventariaba tributos), pues
señala una repartición de semillas entre el rey, el jefe militar y tres
aristócratas.
Podríamos suponer, a partir de esta tabilla, que el catastro
palaciego micénico continuó esa tradición de administrar la
actividad agrícola, muy propia de los catastros anteriores. Pero,
también podríamos sospechar que el catastro palaciego solamente
se ocupó de la administración de la tierra de aquellos propietarios
importantes. Estas dos hipótesis, acompañadas de la afirmación
según la cual el catastro micénico fue marginado de los procesos de
construcción de obras públicas, sugieren de inmediato la siguiente
afirmación: el catastro fue separado lentamente de sus actividades
administrativas, las cuales dieron lugar a la formación de la esfera
de la administración pública, cuyos funcionarios sufrieron a su vez
un proceso de separación del poder sacerdotal, para convertirse en
funcionarios públicos al servicio del poder político. Esta afirmación
tiene un doble fundamento.
Primero, las sociedades hidroagrícolas, como la micénica,
no concentraron sus esfuerzos en la construcción de grandes obras
civiles, sino en el fortalecimiento de un estilo de gobierno que
permitiera la construcción de un individuo de fuertes sentimientos
patrióticos y de marcada tendencia a deliberar sobre lo que era
conveniente o no para su pueblo. Este modelo de individuo fue el
encargado de minimizar la injerencia de la casta sacerdotal en los

115
asuntos públicos, hasta el punto de llegar a propiciar y materializar
la idea de un catastro público (separado del catastro sacerdotal), que
hemos llamado atrás catastro monárquico o palaciego.
Segundo, el hecho de utilizar los conocimientos técnicos
(de la matemática, la geometría, la agricultura, la metalurgia,
etc.) estrictamente necesarios para el comercio y las actividades
productivas, trajo como consecuencia el que fueran percibidos poco
a poco como conocimientos prácticos para aligerar los trabajos, y
no fórmulas mágicas de uso exclusivo de la casta sacerdotal. Por
ello, los sacerdotes micenos son expulsados de cualquier actividad
administrativa y reducidos a sus tareas religiosas o a inventariar los
tributos que ingresan a sus templos. Por su parte, los administradores
públicos debieron asumir (una vez se sintieron lo suficientemente
capacitados) muchas tareas que antaño desempeñaban los sacerdotes,
como los cálculos, diseños y presupuestos indispensables para
ejecutar una obra civil. Más adelante veremos el modo como estas
ideas permearon la vida de los griegos y fundamentaron su particular
mentalidad.
En lo que corresponde a las formas de liquidación de los
impuestos del catastro palaciego no se conoce nada. Escasamente
tenemos conocimiento de los tipos de ofrendas religiosas que
ingresaban a los templos, de acuerdo con los niveles personales de
riqueza del “tributador”. Esta información no proviene, precisamente,
de las tablillas de Lineal B, sino de lo que nos cuenta Homero,
en la Ilíada, cuando hace referencia a las ofrendas religiosas de
Agamenón. Sus ofrendas en grano son seis veces más que las del jefe
del ejército, y cuatro veces y media mayores en vino, miel y queso.
También regala un buey y pieles de oveja (Ibíd., p. 74). Frente a las
ofrendas de un monarca o un noble de las sociedades hidráulicas,
las ofrendas de Agamenón son realmente pobres. Esto se explica a
partir del hecho de que las sociedades hidroagrícolas no permiten
marcadas diferencias económicas entre sus miembros.
Por el contrario, los reyes y la nobleza participan de las faenas
agrícolas, al igual que luchan en las guerras junto a su pueblo. Homero
refiere un pasaje donde Aquiles se entraba en una competencia con

116
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

otra persona para decidir quién de los dos siega más, y otro pasaje en
el que Ulises labra su propia tierra y construye sus muebles.

Conclusiones

Finalmente, podemos derivar las siguientes conclusiones sobre el


catastro micénico.

• Encontramos dos tipos de catastro, un catastro monárquico o


palaciego y otro catastro de cuño sacerdotal.

• Los dos tipos de catastro sufrieron un proceso de separación de


las actividades administrativas, y se convirtieron en catastros
con funciones exclusivamente fiscales o censoras.

• La idea de un catastro meramente fiscal fue heredada por


culturas occidentales posteriores, la cual es conservada
hasta la modernidad y es la responsable de que hoy se asocie
cotidianamente el catastro con impuesto o censo.

• Aparecen las primeras manifestaciones de la administración


pública, idea que en la Grecia Clásica se convertirá en toda
una institución pública para administrar y gobernar la ciudad.

• La escritura y los conocimientos técnicos entraron en un


proceso de secularización, es decir, se difundieron lentamente
por fuera de la casta sacerdotal. Por ello, la labor de los escribas
no estaba sujeta a los intereses religiosos, y el conocimiento
empezó a ser visto como un instrumento para resolver
problemas prácticos.

4.3. El catastro en Grecia Clásica

Alrededor del año 1100 a.C., los dorios invadieron Grecia


continental y, blandiendo sus armas de hierro, derrotaron a los

117
guerreros micenos, cuyas armas eran de bronce. La Edad Micénica
llega a su fin, y los antiguos griegos ingresan en una etapa de
decadencia de tres siglos continuos, llamada la Edad de Hierro. En la
sociedad micénica se distinguieron dos tribus (desde luego de estirpe
griega), los jonios y los eolios. Un reducto de jonios resistió a la
invasión doria en el Ática, península triangular al oriente de Grecia
continental, donde se encuentra Atenas. Los eolios conservaron una
parte del Peloponeso y varias zonas situadas al norte del golfo de
Corinto. Muchos jonios y eolios, prefirieron migrar a las islas del
mar Egeo, hasta fundar ciudades en las costas orientales del mismo
mar.
En estas nuevas ciudades y en aquellos territorios defendidos,
los antiguos griegos fundaron pequeñas comunidades autónomas
conformadas cada una por una ciudad principal y terrenos laborables
en derredor. Lentamente, revitalizaron las tradiciones de gobierno y
administrativas de las ciudades micénicas, establecieron relaciones
comerciales en todo el mar Egeo, y llegaron a fundar ciudades en
Sicilia e Italia. Un buen número de colonias griegas prosperó a través
del comercio y la elaboración de artesanías; los alimentos, maderas
y minerales eran comprados a las tribus nativas. Para el siglo VIII
a.C., los pueblos griegos habían reunido las condiciones necesarias
para constituirse en los grandes protagonistas de la civilización
occidental.
Pero, durante los procesos sociales entre los siglos VIII y
V a.C., los griegos no solo revieron las prácticas de gobierno y
administrativas de sus ascendientes, sino que fueron más allá, las
criticaron y redefinieron; pusieron en marcha un modelo de sociedad
inédito hasta el momento en la historia de la civilización, se trata
pues de la ciudad-Estado democrática.
Las ciudades griegas eran pequeñas en comparación con
cualquier ciudad de los antiguos imperios. Atenas, en su período
de gloria, tenía una población de 43.000 ciudadanos adultos de
sexo masculino y, en suma, toda la población, entre niños, mujeres,
extranjeros y esclavos, no pasó de los 250.000 habitantes. Para el

118
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

siglo V a.C., la idea de una ciudad gobernada por un rey era ya


obsoleta.
En virtud de una tradición de gobierno, heredada de los
micenos, fundada en el poder político, en el espíritu patriótico y de
respeto al trabajo, y en el debate público de la nobleza sobre los
temas que concernían a toda la ciudad, y dadas las circunstancias
de ciudades con un número reducido de habitantes, los griegos
allanaron el camino para fundar la idea de un gobierno basado en
las decisiones de las asambleas públicas, a la sazón bastante viables
por el pequeño número de participantes. Las asambleas podían
elegir un gobernante, el cual era removido de sus funciones si era
incompetente o llegaba a ser demasiado poderoso. El gobernante era
designado con el nombre de arconte, que quiere decir primero, no
por ser un rey, sino por ser el primer hombre de Estado. También
existían concejos de ancianos encargados de impartir justicia, y con
frecuencia se les llamaba también arcontes o simplemente kósmoi
(ordenadores).
A pesar de que las ciudades-Estado sostuvieron constantes
guerras entre sí, los griegos no ignoraron sus raíces comunes. La
lengua, el reconocimiento de Zeus Olímpico como el dios principal,
el respeto tácito por el territorio sagrado como el templo de Delfos,
donde se pronunciaron los famosos oráculos de Delfos y los Juegos
Olímpicos, eran elementos de unión que en varias ocasiones
permitieron la unificación temporal de los griegos para enfrentar un
enemigo común.
Grecia alcanza su magnificencia en el período conocido
con el nombre de Grecia Clásica, el cual abarca el siglo V a.C. y
buena parte del siglo IV a.C. El siglo V a.C. es llamado el siglo
de Pericles, gobernante de Atenas. Durante este siglo se construyen
majestuosos templos y obras públicas exclusivamente dedicadas
a la contemplación, la reunión, la discusión y la enseñanza. Se
escribieron monumentales obras de literatura e historia; Esquilo,
Heródoto, Sófocles, Eurípides y Tucídides, al igual que Sócrates, el
héroe del lenguaje racional, vivieron a largo de ese siglo. El siglo IV

119
a.C. no fue menos glorioso; Platón y Aristóteles fundan la academia
y el liceo respectivamente, Jenofonte escribe sus Memorabilia
(Memorables) y Diógenes el Cínico “es más libre y poderoso que
Alejandro Magno”.
En lo que toca a la tenencia de la tierra, se distinguieron
básicamente dos clases sociales: una compuesta de campesinos
ricos y nobles, que poseían las tierras llanas, y otra compuesta de
pequeños propietarios, los cuales poseían las tierras montañosas.
Cada una de estas clases empleaban esclavos y prisioneros de guerra
para las épocas de cosecha o para el cuidado del ganado.
En consonancia con las ideas de justicia y felicidad, los griegos
cuidaron de que no existieran diferencias notables en cuanto a los
tamaños de la propiedad. En el siglo V a.C., gracias a las reformas
de distintos legisladores, las tres cuartas partes de los ciudadanos
atenienses eran propietarios, y en el siglo IV a.C. la propiedad mayor
del Ática medía solo 26 hectáreas.
Demóstenes, el famoso orador griego, no reunía con todas sus
propiedades más de 300 hectáreas (Alba, 1973, p. 42). Desde luego,
cuando en distintas colonias griegas se presentaba la concentración de
las tierras productivas en pocas manos, los campesinos desposeídos
se levantaban contra sus gobernantes, declaraban la abolición de sus
deudas y confiscaban los bienes de la nobleza y de los campesinos
ricos.
En Megara, alrededor del 410 a.C., en Samos, dos años
después, y en Siracusa, las insurrecciones de los campesinos pobres
condujeron a la redistribución de las tierras y las riquezas. En la
isla de Lípari, ubicada al noreste de Sicilia y colonizada por los
griegos hacia el año 580 a.C., refiere Diodoro Sículo que los colonos
redistribuían las tierras cada 20 años y que sus islas vecinas se
cultivaban de manera colectiva (Wernher y Páramo, 1995, p. 94).
La palabra griega para designar el lote o terreno que alguien
poseía era κλῆρος (kléros), y οἶκος (oîkos) se usaba para designar la
casa; de este modo, el kleros y el oikos constituían la totalidad de la
propiedad. Al respecto se escribe en la Ilíada, canto XV:

120
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

“(Héctor arenga a los troyanos) el que de vosotros, herido por arma


arrojadiza o por espada, alcance la muerte y el destino funesto,
muera; no le está mal morir defendiendo la patria. Su mujer y sus
hijos estarán a salvo en el futuro, y su casa y su tierra (oikos kai
kleros) no sufrirán daño, si es que los aqueos se van con sus naves a
su patria tierra” (Ilíada XV, 494-499, citado en Wernher y Páramo,
1995).

En este contexto de la Grecia Clásica podemos situar la


consolidación de un catastro democrático, libre de las presiones
de la casta sacerdotal, independiente de los intereses particulares
de la aristocracia, reflexivo y razonable frente a los compromisos
tributarios de la población, instrumento práctico y público para la
esfera de la administración pública y para el gobierno en general de
la ciudad. La reconstrucción de este catastro solamente es posible a
través de la historia, la literatura y la filosofía de la Grecia Clásica.
No existen pergaminos que hagan referencia a las actividades
cotidianas de la administración de las ciudades. Guerras e invasiones
no dejaron rastro de un registro o de un inventario escrito, y solo
gracias al deslumbramiento que provocaron el arte, la arquitectura, la
literatura y la filosofía griegas en los pueblos extranjeros o invasores,
se conservaron algunas de las grandes obras espirituales y materiales
de la cultura griega.
El catastro en la Grecia Clásica es una institución completamente
sumergida en la cultura clásica griega. Su reconstrucción precisa un
estudio minucioso de los autores clásicos, los cuales no proporcionan
información directa sobre las actividades administrativas, pero
sí ofrecen una referencia directa del espíritu de las instituciones
públicas, del mismo modo que el lenguaje griego nos sugiere ideas
significativas sobre sus procesos de formación.
Un catastro así reconstruido no puede pretender encontrar
información detallada sobre las técnicas de medición de los terrenos
(aunque de manera general sabemos que su agrimensura fue traída
de Egipto y de Babilonia, y sometida a los ejercicios demostrativos
deductivos en la obra de Euclides alrededor del año 300 a.C.), los
métodos de liquidación de los impuestos y las técnicas de registro

121
de la propiedad inmueble. Pero sí puede pretender, a grandes trazos,
un estudio de las ideas fundamentales que regularon las actividades
de este catastro.
Empecemos, entonces, con el estudio del catastro a través de
las palabras griegas que hacen referencia a esta actividad. Existen
dos palabras griegas para designar inventario o registro, ἀριθμός
(arithmós) y κατάλογος (katálogos). Sin embargo, arithmós es más
utilizada para significar suma, cantidad y numeración. Katálogos,
en cambio, significa catálogo, lista y registro. Ahora bien, katálogos
puede ser asociada a un buen número de palabras griegas que apuntan
a actividades esenciales del catastro tanto fiscal como administrativo;
palabras que conservan todas la raíz <kata>. Por ejemplo, Heródoto
escribe:

“Decían que ese rey (Sesostris) les había distribuido (kataneîmai) a


todos los egipcios del país, dándole a cada uno un lote rectangular
de igual tamaño” (Heródoto II 109, 1, citado en Wernher y Páramo,
1995).

Kataneîmai implica distribuir y, específicamente, se aplica


aquí para designar distribución de lotes. La distribución de lotes fue
una práctica del catastro egipcio, y los griegos solían distribuir por
sorteo sus tierras colonizadas, evocando la idea de que la suerte es
una manifestación de la justicia divina. En Platón, concretamente en
el diálogo las Leyes, puede leerse otro testimonio:

“Quien siendo padre redacte testamento para disponer de sus bienes,


deberá en primer lugar escribir como heredero a aquel de sus hijos
que considere merecedor de ello (...) Si algún hijo quedare sin que
el padre lo haya hecho poseedor de algún lote de la heredad, al
padre le será permitido darle cuanto quiera de sus otras posesiones,
pero no de la que constituye la heredad paterna o hace parte de los
recursos (kataskevîs) a ésta necesarios” (Las Leyes, 923c-d, citado
en Wernher y Páramo, 1995).

Kataskevîs indica recursos necesarios, provisiones,


equipamiento conveniente, pero también significa disponer con arte,

122
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

organización, constitución de un Estado. Palabras que revelan la


presencia de una antigua institución encargada de poner en orden las
relaciones de propiedad sobre los bienes. En Jenofonte, los sabios
legisladores o los funcionarios del Estado son llamados katastêsai:

“Diciendo que sería estúpido nombrar a los arcontes (katastêsai)


según las habas, mientras nadie quiere emplear un timonel sorteado
con ellas, ni un carpintero, ni un flautista” (Memorables, I, II, 9,
citado en Wernher y Páramo, 1995).

Existen otras palabras relacionadas con la actividad del catastro,


las cuales son muy pertinentes aquí. Katabálo, donde <bálo> indica
echar, pero con <kata>, significa ahora pagar, depositar, producir y
reportar. Katabolé, que significa depósito de dinero o pago, siendo
<bolé> lanzamiento o disparo.
Katanguélo, donde <anguélo> significa anunciar, notificar, y
con <kata> significa declarar, denunciar. Katadídomi, sabiendo que
<dídomi> indica ofrecer, dar, y con <kata> ahora indica repartir,
distribuir. Katateoréo, donde <teoréo> significa mirar, observar, y al
adicionar <kata> el vocablo significa examinar atentamente.
Katalégo, que significa enumerar, exponer detalladamente,
decir exactamente, inscribir y registrar, siendo <légo> reunir, contar,
computar, ordenar, prescribir. Kataxión, que quiere decir juzgar
digno, decidir, ordenar. Kataspeíro, palabra que menta sembrar,
plantar. Katástasis, que significa institución, establecimiento,
represión. Katastátes, la cual señala restaurador, restablecedor.
Katastréfo, que indica remover la tierra con el arado, siendo
<stréfo> revolver, trastornar. Katásjesis, cuyo significado es
posesión, ocupación. Katatáso, que quiere decir poner en orden o en
filas, siendo <táso> ordenar, formar, nombrar. Katoíkisis, fundación
de una colonia, asentamiento. Katéjo, invadir, ocupar, arribar, atracar.
Kátojos, que tiene buena memoria.
Estos vocablos griegos no dan cuenta, claramente, de su
relación con la actividad del catastro. Así pues, tenemos que estudiar
el papel que cumple en ellos la raíz <kata> o sus variaciones <kato>,

123
<kate> y <kathi>. <Kata> contiene tres significados fundamentales:
bajo tierra, conforme a la ley y distribución.
La expresión ‘bajo tierra’ tiene un significado particular. Los
griegos consideraban el entierro de algo como un acto de purificación
de ese algo, es decir, cuando algo estaba bajo tierra ingresaba en
un proceso de limpieza y expiación. Este algo podía ser un animal
o un cadáver. Esta idea de purificación tuvo resonancia en muchos
vocablos morales y, por supuesto, en expresiones propias de la esfera
de la legislación y la administración. No es gratuito, por ejemplo,
que la palabra para designar a alguien limpio, puro, sincero y justo,
conserve la raíz <kata>, o sea, katharós.
La palabra katastêsai, que designa funcionario o arconte en
Jenofonte, lleva en su raíz <kata> la idea de que esta persona es
justa e intachable. Ahora bien, el arconte es quien gobierna, pero
no según sus intereses particulares, sino según la ley establecida,
es decir, ordena y juzga lo que es digno para el pueblo (kataxión).
Por ello, quien ejerce justicia está dispuesto a reprimir y a restaurar
el orden (katástasis). Igualmente, el legislador griego cuenta con el
recurso de la infalibilidad, gracias a una memoria descomunal, tal
como lo figura Hesíodo cuando habla del dios justo por excelencia,
Nereo, el Anciano del Mar:

“Es llamado el Anciano porque es adivino infalible y benigno a la


vez, porque jamás olvida la equidad y porque no conoce más que
justos y benignos pensamientos” (Detienne,.1981, p. 39).

Por tanto, el legislador griego posee también una memoria


inequívoca (kátojos). En los periplos de la colonización griega, la
tierra se distribuía por sorteo, distribución que estaba signada por
un justo destino, el destino proferido por los dioses, por lo que la
palabra ‘arrojar’ en la expresión ‘arrojar la tarja’20, se escribe en
Sófocles katheînai (Wernher y Páramo, 1995, p. 110).

20 Ficha, guijarros o trocitos de madera utilizado en los sorteos para asignar los lotes de una colonia o
para seleccionar a quienes participarían en una empresa.

124
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

En vista de que esta distribución se rige por el principio de la


equidad, la palabra distribución se escribe katadídomi o, en Heródoto,
kataneîmai. La colonización debe invadir y ocupar (katéjo), por la
dignidad y para el beneficio del pueblo griego, y por ello mismo
funda una colonia o asentamiento (katoíkisis).
Quien imparte orden, expone y registra algo detalladamente
(katalégo), pero también ordena ese algo, o bien ordenando en
filas (katatáso) personas, nombres u objetos, o bien ordenando la
posesión (katásjesis). El ordenador de la posesión pronuncia las leyes
necesarias para la conservación de la constitución u organización del
Estado, por lo que indica los límites de la posesión, los recursos
necesarios o el equipamiento conveniente (kataskevîs), y establece
las obligaciones tributarias de los propietarios o lo que deben pagar
o depositar (katabálo).
Es posible que los vocablos griegos en mención, hayan
contribuido a la configuración de la palabra moderna ‘catastro’, pues
una documentada etimología hace provenir esta palabra del griego
bizantino katástijon. Más adelante abordaremos este tema de manera
exhaustiva.
El catastro es un inventario, por lo tanto, la noción de catastro,
en griego, se designó probablemente con la palabra katálogos, y
su función de registrar fue llamada katalégo. Aunque la palabra
katálogos implica registrar, también implica legislar y establecer
tributos. Sin embargo, estas asociaciones prueban que el catastro en
la Grecia Clásica fue una institución que, además de cumplir con la
función de registrar e imponer tributos a la posesión, contribuía a la
organización y conservación de un orden social justo.
Este catastro conocía los propósitos generales de su labor, por
lo que no se limitaba a sus funciones fiscales, sino que participaba
activamente en las deliberaciones sobre la mejor forma de administrar
y gobernar la ciudad, pues presumiblemente, tanto la labor de
registrar las posesiones como de imponerles tributos era parte del
debate en la esfera de la administración del Estado.

125
En consecuencia, tampoco era un catastro meramente fiscal
(como lo fue en algún momento el catastro micénico), pues el hecho
de ser parte integrante de la esfera de la administración pública, lo
convierte en un catastro muy particular, un catastro que hemos dado
en llamar catastro de vocación democrática.
No existen evidencias acerca de un catastro religioso en
Grecia. Posiblemente, los santuarios o templos más concurridos
elaboraron, según la tradición micénica, inventarios de las ofrendas
religiosas. El más importante de los templos fue el de la ciudad-
Estado de Delfos, ubicada al oeste de Beocia. La ciudad y el templo
fueron consagrados a Apolo (dios de la juventud, la belleza, la poesía
y la música) y a nueve diosas (las Musas), las cuales revelaban a los
hombres el conocimiento de las artes y las ciencias.
La tradición habla de que este templo hizo fama por sus
certeros oráculos, y que en virtud de las ofrendas y las comisiones
que se cobraban por custodiar muchos tesoros (protegidos también
por el hecho de estar en territorio sagrado), Delfos se convirtió en
una ciudad próspera. Muy probablemente, estas ofrendas y tesoros
fueron inventariados por un catastro religioso.
Respeto de la hipótesis de un catastro urbano en la Grecia
Clásica nos limitaremos a precisar algunas ideas. En el siglo V
a.C., las casas griegas de Atenas eran en general muy modestas, si
las comparamos con las grandes construcciones, como los teatros
y santuarios. La mayoría de aquellas tenía dos pisos y estaban
construidas con ladrillos sin cocer sobre una base de piedra. Contaban
con un patio central, y sus paredes eran interrumpidas por pequeñas
ventanas que daban a la calle (Woodford, 1987, p. 81).
En el siglo IV a.C. las casas habían experimentado algunas
reformas. En Priene (ciudad de la costa occidental de Asia Menor, al
norte de Mileto) las casas eran de planta cuadrada y se ajustaban al
trazo ortogonal de las calles. Se procuraba que todas las habitaciones
tuvieran acceso a un patio interior, el cual, en algunas ocasiones,
presentaba una hilera de columnas a un lado o a los cuatro lados
(Ibíd., p. 82).

126
CAPÍTULO IV. Catastros en Micenas y Grecia

No existía ninguna reglamentación sobre el tamaño de las casas


y la distribución de los espacios interiores, por lo que difícilmente
se encuentran diseños iguales. De este modo, la propiedad inmueble
urbana no parecía estar regulada por alguna institución, y solo
podemos afirmar que, en algunas ciudades, respetaba la proyección
urbanística de las vías y plazas del naciente urbanismo racional del
siglo V a.C., cuya plena madurez fue alcanzada en el siglo IV a.C.
Si las casas, en general, eran de planta irregular, experimentaban
una libertad de diseño y sus predios poseían extensiones distintas,
entonces hacían muy difícil la definición de criterios técnicos para
que el catastro liquidara los impuestos a las posesiones urbanas. Así
pues, si existió algún tipo de carga impositiva en la ciudad de la
Grecia Clásica debió obedecer a un simple criterio de tributación per
cápita, o algo similar.

Conclusiones

Para terminar, enunciaremos las siguientes conclusiones:

• Aparece por primera vez en la historia un catastro de vocación


democrática.

• El catastro democrático era parte integral de la esfera de la


administración pública.

• Las funciones básicas del catastro democrático, es decir,


censar la propiedad inmueble rural y liquidar sus impuestos,
probablemente se sometieron a las asambleas de ciudadanos,
en distintos periodos no definibles.

• La idea de un catastro democrático ha tenido resonancia en


los procesos de concepción y elaboración de los catastros
modernos, no como una idea esencial reguladora, sino como
una idea meramente formal para justificar su existencia.

127
128
CAPÍTULO V. Catastros en la República y en
el Imperio Romano

CAPÍTULO V
Catastros en la República y el Imperio Romano

129
130
CAPÍTULO V. Catastros en la República y en
el Imperio Romano

El catastro romano

En este capítulo asistiremos al nacimiento de un catastro


“fiscalista”, no un catastro fiscal como el catastro micénico, sino un
catastro movido por el espíritu ciego de la figura severa e incompasiva
del recaudador. Instrumento fiscal omnipresente, animado por
una refinada legislación, a veces oligárquica, a veces populista.
Institución al servicio de alguna maquinación senatorial, vehículo
eficiente de denuncias públicas, industria tributaria infatigable,
observador obsesivo de un mundo concebido como un libro abierto
de cuentas y recaudos.
La historia de Roma puede ser dividida en dos partes, una
que corresponde a la historia de la República Romana, y otra que
corresponde a la historia del Imperio Romano. La República Romana
subsistió desde el año 509 a.C., cuando es expulsada la monarquía y
se establece un gobierno compartido entre dos cónsules (que significa
asociados) de elección anual y con la obligatoriedad de respetar los
comentarios de la asamblea de los cien ancianos (el Senado), hasta el
año 29 a.C., cuando Octavio (sobrino nieto de Julio César) aplaca las
guerras civiles, reorganiza el gobierno y conquista la paz; finalmente,
en el año 27 a.C., recibe el título de Augusto (“responsable por el
incremento del bienestar del mundo”) y es llamado por el ejército
Imperator, que quiere decir comandante o líder.
Así pues, Octavio fue el primer Imperator (en castellano
Emperador) de la historia de Roma, y el iniciador de un largo
período en que el territorio romano fue gobernado por Emperadores.
El Imperio Romano atravesó la historia desde el año 27 a.C. hasta
el 486 d.C., cuando Clodoveo, rey de los francos, derrota a Siagrio,
gobernante de Soissons, el último vestigio del Imperio Romano de
Occidente. Aunque el Imperio Romano de Oriente seguía intacto,
ya se habían marginado del característico estilo de desarrollo del
occidente romano, para encaminarse hacia la fundación de una nueva
civilización, el Imperio Bizantino.

131
La sociedad romana absorbió todas las formas de tenencia de
la tierra, las técnicas agrícolas y constructivas que habían surgido
desde Grecia hasta la India, y desde el Cáucaso hasta el Nilo. Al
fundarse la República Romana, existía una población aproximada de
130.000 habitantes, y su territorio alcanzaba los 1.000 km2.
En la época de las guerras púnicas (las tres guerras contra
Cartago: 264 a.C.–241 a.C., 218 a.C.–201 a.C. y 149 a.C.–146
a.C.), la población ascendía a los 282.000 habitantes y el territorio
se acercaba a los 27.000 km2. Se dice que en la época de máxima
expansión del Imperio Romano (114 d.C.), Galia, Iberia, África
Septentrional, Mediterráneo oriental, Grecia, Asia Menor, Armenia,
Mesopotamia, Britania y, por supuesto, Iliria (Italia, Austria y
Yugoslavia) se encontraban bajo el dominio de un solo hombre, el
Emperador. La población de este gigantesco territorio sobrepasaba
los 100’000.000 de habitantes, se contaban 290.000 kilómetros de
caminos y una extensión aproximada de 9’000.000 de km2 (Asimov,
1988, p. 289).
Durante el Imperio, se producía y comerciaba vino, aceite,
trigo, algodón y toda clase de ganado. Las vías de comunicación
terrestres, fluviales y marítimas fueron seguras y rápidas, y
permitieron movilizar con eficiencia esta enorme riqueza. Al final
de la República existían grandes, medianos y pequeños propietarios.
Por ejemplo, Craso (115 a.C –53 a.C.), gobernante junto a Julio
César y Pompeyo, disponía de 25.000 hectáreas (Alba, 1973, p. 57);
y durante el Imperio, Sicilia, hacia el año 70 d.C., pertenecía a 84
personas. La mayoría de los predios (al menos en Italia y su ciudad
principal, Roma) estaban limitados por mojones, y su extensión era
determinada por profesionales, los gromatici o agrimensores, cuyo
cargo tenía un carácter público y religioso. Gromatici deriva su
nombre de groma, instrumento romano utilizado para medir terrenos
(Figura 3).
En las postrimerías de la República, las tierras no cultivadas,
los bosques y las tierras marginales (tierras limítrofes) pertenecían
al Estado. Las tierras colonizadas se distribuían individualmente o

132
CAPÍTULO V. Catastros en la República y en
el Imperio Romano

se vendían para incrementar el tesoro público. Las tierras que no se


distribuían o que no se vendían hacían parte del ager publicus (campo
público), las cuales eran reservadas para asignarlas a campesinos sin
tierra o a patricios (la nobleza romana), bajo la figura jurídica de
poseedores, mas no de propietarios.
En general, la sociedad romana estaba compuesta por plebeyos
y patricios (aunque esta distinción fue desapareciendo con el
tiempo). Los plebeyos (gente común) lograron con el tiempo acceder
a los cargos públicos, nombrar sus representantes (los tribunos) y
hasta tener sus propios cónsules. Otro componente importante era
el conformado por los clientes, los colonos y los esclavos, que no
podían poseer tierras (a excepción de los colonos) ni votar en las
asambleas. Sobre los clientes escribe Alba:

“El cliente era un hombre libre que pedía la protección de un jefe


de familia, recibían de éste tierra y equipo y, a cambio, aceptaba
los mismos deberes que un miembro de la familia (...) Su patrón –
cuyo nombre llevaba– lo representaba en las cuestiones de justicia”
(Ibíd., p. 48).

Se llamaba colono a quien arrendaba la parcela de un latifundio


y, a cambio de recibir la protección del latifundista, se comprometía a
no abandonarla. Un tipo de funcionario muy importante para nuestros
propósitos es el cuestor (que significa ‘indagar por qué’), cargo que
daba lugar a una clase de magistrados menores, que actuaban como
jueces y supervisaban los juicios penales.
El cuestor, posteriormente, será un funcionario a cargo del
tesoro público, dependencia del Estado que contó con un registro
de las obligaciones tributarias de los poseedores y propietarios.
Esta dependencia, reunió todas las condiciones para conformar
una institución de la misma importancia, el catastro fiscalista,
que, además de llevar aquellos registros, tenía a su disposición el
servicio de los gromatici y de personas encargadas de determinar
jurídicamente las distintas servidumbres rurales y urbanas, como
veremos más adelante.

133
Figura 3. El gromatici y la groma21

En el año 376 a.C., los tribunos Licinio Estolón y Sexto


Laterano presentaron una ley agraria y sobre deudas; después de
muchas oposiciones, lograron aplicarla. La ley anuló los intereses
del capital debido, beneficiando a los plebeyos, y limitó la posesión
de la tierra del ager publicus a 500 yugadas22.
Desde luego, esta ley se aplicó solo por algunos períodos. Se
tiene conocimiento de un censo, ordenado por Claudio en el año
312 a.C., no solo de la propiedad inmueble, sino de la propiedad
mueble. Gracias a este censo, se determinó una escandalosa cantidad
de campesinos y obreros pobres, por lo que muchos de ellos se
convirtieron en electores; y en el año 304 a.C. se aprobó la ley según
la cual debían divulgarse públicamente todas las fórmulas jurídicas,
hasta el momento conocida solo por escribanos y sacerdotes al
servicio del Estado, y por algunos patricios. Durante un largo

21 Recuperado el 18 de septiembre de 2017 de http://www.homolaicus.com/arte/cesena/storia/


Centuriazione/as9798/La%20centuriazione/Centuriare.htm
22 Extensión de tierra que puede arar un par de bueyes en un día. Esta medida de área es muy relativa
y depende del tipo de suelo y del ritmo de trabajo. Puede oscilar entre 1.600 y 4.000 m2.

134
CAPÍTULO V. Catastros en la República y en
el Imperio Romano

período del Imperio, el ager publicus solo podía asignar predios que
no excedieran las 250 yugadas.
A lo largo de toda la historia del Imperio, no se tiene referencia
de por lo menos una reforma agraria que incidiera en la distribución
de la propiedad privada; las que se elaboraron solo tocaron el tema
del ager publicus. En efecto, la propiedad empezó a ser entendida
como ius utendi, ius fruendi, ius abutendi, derecho de usar, derecho
de gozar y derecho de abusar de la cosa poseída. El propietario podía
erosionar la tierra, incendiar los bosques y secar las fuentes de agua,
sin que fuera sancionado por la ley.
En el siglo II d.C. se produjo un cambio en la administración
de justicia, por lo cual el tesoro público fue separado de toda
actividad judicial y, en consecuencia, el catastro fiscalista también.
El catastro ahora se encargaría de inventariar la propiedad mueble
e inmueble, recaudar sus respectivas obligaciones tributarias, y no
podría intervenir en la esfera de la legislación:

“Cambios en la administración de justicia sometieron las cuestiones


agrarias a decisiones administrativas más bien que judiciales, con
beneficio del gran terrateniente. Se sistematizó23 el sistema fiscal y
se estableció el catastro. Se encargó a los municipios24 el cobro de
los impuestos y se les hizo responsables del mismo (por lo que hubo
más y más renuencia a aceptar cargos municipales) (...) Como la
moneda era muy inestable, a menudo los impuestos se percibían en
especies” (Ibíd., p. 57).

Esta cita de Víctor Alba arroja luces sobre la forma como se


concibió el catastro romano. Pero antes hay que hacer una aclaración.
El catastro aparece ante los ojos de los historiadores como una
institución que debe cumplir, exclusivamente, con los requisitos

23 Aquí, se entiende por sistematizar, el hecho de organizar, jerarquizar y regular jurídicamente


las actividades fiscales del Imperio. Al emperador Adriano (76 d.C. –138 d.C.) se le atribuyen
estas reformas, las cuales estaban concebidas dentro de un plan orgánico de reestructuración de la
administración romana.
24 El municipio romano o municipium era una ciudad (con un entorno rural) sometida a Roma, pero
con todos los derechos de cualquier ciudad romana. Contaba con leyes propias para regular sus asuntos
internos. El municipio romano se vinculaba al poder de Roma a través de relaciones de vasallaje, sin
que fuera necesaria la identidad de costumbres y de lengua, o de un horizonte político común.

135
fundamentales del catastro moderno, es decir, censar la propiedad
inmueble y liquidar sus impuestos.
En el evento de que esta actividad esté vinculada a otras,
como la de administrar recursos, censar la población, legislar sobre
la propiedad inmueble o registrar la propiedad mueble, ya no se le
considera un catastro. Por ello, la cita menciona al catastro en el
momento en que se crea un sistema fiscal y una legislación igual o
semejante a la que regula el catastro moderno.
No obstante, mucho antes del siglo II d.C., durante “La Pax
Romana” (27 a.C.–14 d.C.), existían no menos de 80’000.000
de personas esparcidas sobre el territorio romano, de las cuales,
seguramente, millones tenían obligaciones tributarias por ser
poseedores o propietarios. Bajo estas circunstancias, el emperador
Octavio ejerció un control estricto sobre los recaudos del tesoro
público, situación que, evidentemente, no hubiera sido posible sin la
actualización de la información de un catastro.
En consecuencia, solo a partir del siglo II d.C., el catastro
romano configuró las características esenciales del catastro moderno,
sin que ello implicara un cambio en su carácter fiscalista, es decir,
ejecutaba, sin ninguna posibilidad de deliberación sobre sus cargas
y beneficios, las disposiciones que la legislación tributaria del
momento (que en la mayoría de los casos desestimuló al minifundio
y benefició al latifundista) considerara de su resorte.
Por el contrario, el catastro micénico, a pesar de ser un catastro
fiscal, fue un catastro en cierta medida más razonable en materia de
impuestos, si recordamos que la propiedad inmueble no podía ser
expropiada por cesar sus pagos.
Así las cosas, a partir de esta época, el catastro estuvo regido
por una legislación específica, según la cual se dedicaría solamente
al registro de la propiedad mueble e inmueble y a la liquidación de
sus impuestos. Estaría descentralizado en los distintos municipios
del Imperio (al menos en lo que hacía referencia al recaudo), y
concentraría los recursos obtenidos en el tesoro público.

136
CAPÍTULO V. Catastros en la República y en
el Imperio Romano

El catastro en la República de Roma

Después de las anteriores generalidades sobre el catastro


fiscalista, haremos una reconstrucción de sus actividades particulares
a través de la historia del derecho romano bajo el periodo de la
República. Este catastro toma la forma de institución desde el
momento en que los cónsules son separados de sus funciones
administrativas:

“Hacia la misma época (444 a.C.), los patricios comprenden que no


podían impedir por más largo tiempo todavía a los plebeyos el acceso
a la más alta magistratura: el consulado. Acaso por este motivo, y
también porque los cónsules, retenidos con demasiada frecuencia a
la cabeza del Ejército, no tenían lugar de emplear el tiempo en sus
funciones administrativas, ciertas atribuciones son sucesivamente
separadas del poder consular y erigidas en dignidades distintas,
que quedan largo tiempo todavía reservadas a los patricios. Así es
como, en 307 A.U.C.25 (446 a.C.), se crean dos cuestores, a los que
se confía la gestión del Tesoro Público; en 311 A.U.C. (442 a.C.),
dos censores, encargados de las operaciones del censo, guardianes
de las costumbres públicas y privadas” (Petit, 1978, p. 40).

Dado que, bajo la República, el catastro romano contó con la


competencia de censor, se puede suponer que trabajó de la mano con
el tesoro público, pero guardando distancia en sus oficios específicos.
Los censores debían tomar las decisiones de común acuerdo, no
estaban sometidos al veto de los tribunales y eran sustituidos cada
cinco años, al igual que cada cinco años se debía actualizar el censo o
catastro26. Ahora bien, durante la República el catastro tomó posición
frente a las cuestiones jurídicas:

“Hacia el fin de la República, la autoridad de los prudentes27 toma


una fuerza con la filosofía griega, que, después de una oposición

25 Las iniciales provienen de Ab Urbe Condita, que significa ‘desde la fundación de la ciudad’, cuya
fecha se ha fijado en el 753 a.C.
26 Cabe recordar que varios catastros modernos (incluyendo el colombiano) ejecutan la actualización
de su información cada cinco años. Así pues, esta práctica tiene sus raíces en la República Romana.
27 Se hace referencia a los seguidores del estoicismo, doctrina griega que argumentaba y practicaba el
ejercicio de una severa moral.

137
temporal del senado y de los censores, fue profesada libremente en
Roma” (Ibíd., p. 44).

Hasta el siglo II d.C. se supone que el catastro debía censar


la población. Sin embargo, solamente se censaba a los ciudadanos
o esclavos libertos. Posteriormente, podemos suponer que se creó
una institución exclusivamente para ello. Una forma de liberar a los
esclavos durante la República era registrarlos en el censo o catastro,
por lo que dentro de las formas de adquirir la libertad se escribe:

“Con el consentimiento del señor, el esclavo es inscrito en los


registros del censo, donde cada ciudadano tenía su capítulo. Este
modo de manumisión (liberación), aunque parece ser muy antiguo,
data, sin duda alguna, de Servio Tulio (578 a.C–535 a.C), no
pudiendo emplearse más que cada cinco años, y en el momento de
las operaciones del censo” (Ibíd., p. 87).

Sobre el derecho de propiedad, los romanos practicaron


una división básica de la propiedad: las cosas ‘divini juris’ y las
cosas ‘humani juris’, las cosas de derecho divino y las cosas de
derecho humano. Las primeras comprenden las res sacrae (cosas
sacras, como terrenos, edificios y objetos sagrados, los cuales eran
inalienables); las res religiosae (cosas religiosas, siendo inalienables);
y las res sanctae (cosas santas, también inalienables). Las segundas
comprenden todas las cosas profanas: las res comunes (cosas de
uso común); las res publicae (cosas públicas); las res universitatis
(cosas universales); y las res privatae (cosas privadas). Las cosas
de uso común no son susceptibles de apropiación individual y son
utilizables por todos los hombres. Tenemos el aire, el agua corriente,
el mar y las orillas del mar.
Las cosas públicas son de uso común, pero de propiedad
exclusiva del pueblo romano. Son las vías pretorianas o consulares,
los puertos y las corrientes de agua que nunca se consumen. Las
cosas universales son las ciudades y las corporaciones, incluyendo
las cosas de uso común que las integran. Por ejemplo, teatros, plazas

138
CAPÍTULO V. Catastros en la República y en
el Imperio Romano

y baños públicos. Y las cosas privadas, “que componen el patrimonio


de los particulares, las cuales pueden adquirirlas y transmitir a otros
la propiedad”.
Las cosas privadas se subdividen en cosas ‘mancipi’ y cosas
‘nec mancipi’. Las cosas mancipi eran: los fundos de la tierra y las
casas situadas en Italia y en las regiones regidas bajo el derecho
romano, las servidumbres rurales sobre los mismos fundos, los
esclavos, las bestias de carga y de tiro, es decir, los bueyes, caballos,
mulas y asnos. Las cosas nec mancipi eran: los corderos, las cabras,
el dinero y las joyas, y los demás animales y objetos que no eran parte
de las cosas mancipi. Las cosas mancipi eran consideradas las más
preciadas o los recursos necesarios para sobrellevar la existencia.
Las cosas nec mancipi eran superfluas o constituían la riqueza.
Parece ser que en el censo del primigenio catastro romano
ordenado por Servio Tulio se registraron solamente las cosas mancipi,
pues eran la principal fuente de sostenimiento del pueblo romano.
Adicionalmente, la tradición jurídica reconocía como propietario al
que apareciera en los registros del catastro o censo, y en el caso de
transferir la propiedad, debía reportar esta operación al censo, la
cual cobraba verdadera eficacia durante las verificaciones ejecutadas
por este cada cinco años (Ibíd., p. 169).
A Servio Tulio se le atribuye el establecimiento del primer
censo romano (o la primera actividad catastral romana), el cual
contemplaba: inscripción del nombre del jefe de familia en la tribu a
la cual pertenece o con la cual habita; declaración bajo juramento del
nombre y la edad tanto de su mujer como de sus hijos; y declaración
bajo juramento de sus bienes o fortuna, dentro de la cual figuran
los esclavos. La obligación de someterse al censo se le llamaba
incensus, y quien se rehusaba a ella era castigado con la esclavitud,
y sus bienes confiscados. Al respecto continúa Eugéne Petit:

“Las declaraciones estaban inscritas en un registro, donde cada jefe


de familia tenía su capítulo, caput. Debían ser renovadas cada cinco
años (...) Haciendo el censo conocer la fortuna de cada ciudadano,
Servio Tulio estableció sobre esta base una nueva repartición de la

139
población, desde el punto de vista del servicio militar y del pago
del impuesto (...) Los ciudadanos fueron divididos en cinco clases,
según que su patrimonio tenía un valor por lo menos de 100.000
ases para la primera, 75.000 ases para la segunda, 50.000 ases para
la tercera, 25.000 ases para la cuarta y 11.000 ases para la quinta28.
Estas clases están divididas en centurias (cien personas)” (Ibíd., p.
33).

Según el cuadro (Ídem), los Equites (Jinetes) no estaban


incluidos en las clases y registraban la máxima riqueza, pues de las
18 centurias, 12 pertenecían a las familias más ricas de la ciudad
y seis eran reclutadas entre los patricios. Los Pedites (Infantería)
sumaban 170 centurias, constituyéndose en el mayor componente de
la población.

Soldados Clases Centurias Riqueza según el censo


Equites - 18 Census maximus
Pedites 1 80 100.000 ases
Pedites 2 20 75.000 ases
Pedites 3 20 50.000 ases
Pedites 4 20 25.000 ases
Pedites 5 30 11.000 ases
Ingenieros - 2 Menos de 11.000 ases
Músicos - 3 Menos de 11.000 ases
Total Población - 193 -

En total, la población censada era de 19.300 habitantes. Las


personas que tenían menos de 11.000 ases, Ingenieros y Músicos,
integraban el séquito del ejército o sustituían a las personas de las
tropas regulares; también se desempeñaban como obreros o artesanos.
De acuerdo a la edad, se establecieron dos tipos de centurias, una
compuesta por personas entre los 17 y los 46 años cumplidos y,
otra, por personas entre los 47 y los 60 años cumplidos. El impuesto
era pagado por las cinco clases y por las personas que tenían no

28 Los historiadores han considerado que es bastante difícil determinar la equivalencia moderna
aproximada de unas.

140
CAPÍTULO V. Catastros en la República y en
el Imperio Romano

menos de 1.500 ases. Aquellos que poseían menos de 1.500 ases se


hallaban exentos de impuestos. No podemos determinar la cuantía
de los distintos tipos de impuestos; solamente sabemos que eran
proporcionales a la riqueza o patrimonio registrado.
Continuando con el derecho de propiedad, existe otra
clasificación de la propiedad más fácil de manejar: las cosas corporales
y las cosas incorporales. Las cosas incorporales correspondían a
“las concepciones del espíritu”, y las cosas corporales correspondían
a “todo lo que materialmente existe fuera del hombre libre”. Estas
últimas se subdividían en muebles (res mobiles) e inmuebles (res
soli). Los muebles eran los seres animados y los seres inanimados
que pueden ser movidos por una fuerza exterior.
Los inmuebles eran los fundos de la tierra, los edificios y
“todos los objetos mobiliarios que estén sujetos a estancia perpetua,
los árboles y las plantas, mientras están adheridas al terreno”. Esta
clasificación es muy útil para el catastro moderno, pero no lo fue
menos para el catastro romano, pues con ella se definían las figuras
jurídicas de la posesión, el interdicto, la enajenación, la usucapión y
otras tantas que tocan el tema de la propiedad inmueble.
Dentro de los modos de adquirir la propiedad encontramos los
establecidos por el derecho civil y los que provienen del derecho
natural o derecho de gentes. Los primeros son: la mancipatio
(mancipación), la in jure cessio (cesión ante el tribunal), la usucapio
(usucapión), la adjudicatio (adjudicación) y la lex (ley). Los
segundos son: la occupatio (ocupación) y la traditio (tradición). La
mancipación era una compraventa por medio de metálico y de la
balanza, ante cinco testigos. La in jure cessio era una compraventa
ante el magistrado.
La usucapión era la adquisición de la propiedad por una
posesión suficientemente prolongada. La adjudicación era ejecutada
por un juez en el caso de “la partición de una sucesión entre
coherederos”, en el caso de una “partición de cosas indivisas entre
copropietarios” y en el caso de definir los límites de las propiedades
inmuebles contiguas. Lo que el juez adjudica se convierte en objeto

141
de propiedad, soportando consigo las servidumbres y las hipotecas
gravadas. La lex era un acto de ley por el cual la propiedad era
atribuida a una persona. La ocupación era “la toma de posesión de
una cosa susceptible de propiedad privada y que no pertenecía a
nadie”. El solo hecho de poseerla hacía a alguien propietario. Por
ejemplo, animales salvajes, la caza, la pesca, el botín del enemigo
(exceptuando los territorios que se integraban al ager publicus), las
piedras preciosas, las perlas y el coral encontrados en el mar, sus
orillas y en las islas que para los romanos no pertenecían a nadie, y
el tesoro encontrado que no se le podía determinar su propietario. Y
la tradición, la cual se daba cuando una persona tenía la intención
de transferir la propiedad a una persona que tenía la intención de
adquirirla. Esta operación se realizaba, generalmente, mediante
una compraventa en metálico, una donación o un cambio. No era
indispensable que la transferencia de la propiedad revistiera una
justa causa, es decir, podía ser una causa falsa o ilícita29; solamente
se exigía la intención o voluntad de enajenar y de adquirir en el acto
de la transferencia.
De estos modos de adquirir la propiedad, la usucapión tenía
mucha importancia para el catastro romano. Bajo el derecho clásico
(siglos II y III d.C.), la usucapión aplicaba si se cumplían tres
condiciones: una causa justa, la buena fe y la posesión durante el
tiempo fijado. Cuando se tenía posesión de un inmueble durante dos
años continuos, el enajenante la intención de transferir la propiedad
y el adquirente la de hacerse propietario (causa justa), y el poseedor
creía haber recibido el inmueble del verdadero propietario, se
producía la usucapión. La causa justa se materializaba en el justo
título y el tiempo de posesión debía ser probado ante el juez. Si
había dudas sobre el verdadero propietario, el catastro o censo tenía
toda la palabra para decidir si era espurio o no. Se concibieron otros
modos de adquirir la propiedad, muy familiares para nosotros, como
la adquisición por accesión. Esta era definida así:

29 Por ejemplo, es causa falsa o ilícita, cuando una persona cree deberle algo a otra persona y, en
consecuencia, paga una deuda imaginaria. La persona que recibe el pago es ante el derecho romano
propietaria de la suma.

142
CAPÍTULO V. Catastros en la República y en
el Imperio Romano

“Un modo natural de adquirir, que daba derecho al propietario de


una cosa sobre todo lo que se incorpora, formando parte integrante
de ella, y sobre todo lo que se desprende de la misma para formar un
cuerpo nuevo” (Ibíd., p. 251).

En el evento de que un propietario ribereño vea aumentado su


campo a causa de aluviones, el terreno añadido será del propietario
en cuestión por accesión. En cuanto a la servidumbre predial, se
definía como una restricción a la propiedad inmueble, plenamente
justificada, en virtud del interés de la agricultura o de las necesidades
resultantes de la vecindad de los predios construidos y no construidos.
La servidumbre no podía procurar ventajas personales y debía ser
perpetua.
Las servidumbres se dividían en servidumbres rurales y urbanas.
Pero los predios urbanos eran concebidos como construcciones
situadas en la ciudad o en el campo30. Las servidumbres rurales se
subdividían en: servidumbre de pasaje, servidumbre de acueducto,
servidumbre de estanque, servidumbre de pastos, y otras servidumbres
que permitían el acceso a arena, piedras y otros materiales.
Las servidumbres urbanas se subdividían en: derecho de hacer
penetrar vigas en la muralla del vecino; derecho de hacer descansar
un edificio sobre un muro o sobre una construcción del vecino;
servidumbre de cloaca, la cual permitía que las aguas pluviales fueran
recibidas por las casas vecinas; y servidumbre de luminosidad, que
impide levantar construcciones que afecten la visibilidad o quiten la
luz a otras construcciones. Existen otras servidumbres que no son de
nuestro interés mencionar aquí.
Los magistrados y los jueces encargados de validar y registrar
(en el censo o catastro), en todos sus detalles, las compraventas
(vendedor, comprador, ubicación y atributos de la cosa) o cualquier
tipo de transferencia de la propiedad mueble e inmueble, también
se ocuparon de la creación y determinación de las servidumbres.

30 Se le llamaba predio urbano a todo predio construido, no importando que estuviese ubicado en los
entornos rurales de las ciudades.

143
Éstas se creaban y determinaban directamente de tres maneras: ante
un magistrado (in jure cessio); mediante un juez en un proceso de
partición o deslinde (adjudicatio); y por testamento. Ahora bien,
muchos magistrados y jueces tenían atribuciones censarias, pero
no eran propiamente funcionarios del catastro. Pues solo podían ser
funcionarios del catastro o censo, aquellas personas investidas de
una alta autoridad moral y legislativa, al menos durante la República:

“Fuera de las operaciones del censo y de clasificación del pueblo,


los censores, en tiempo de la República, tenían el poder discrecional
de excluir del senado a un senador o a un caballero de la orden
ecuestre. Podían también excluir al ciudadano de las centurias y
privarle del derecho de sufragio. Los motivos de estas medidas
tan rigurosas eran, por ejemplo: la intemperancia, el perjurio, el
lujo y la negligencia en la gestión del patrimonio. Esta mancha
(nota censoria) podía borrarse por alguna decisión de los censores
siguientes” (Ibíd., p. 153).

Es difícil determinar, claramente, si el gromatici era un


funcionario menor del catastro, o si era un trabajador independiente,
pues apenas sabemos que se desempeñaba en actividades tanto
públicas como religiosas. El gromatici, para obtener las mediciones
de un terreno, operaba de la siguiente manera:

“Se situaba un sciotherum -una varilla de bronce- derecho sobre un


círculo trazado probablemente en una placa de mármol. Se observaba
luego la sombra proyectada por la varilla y se marcaban los dos
puntos en que su extremo tocaba la circunferencia del círculo antes
y después del medio día; se unían los dos puntos con una cuerda que
se cortaba perpendicularmente con una línea que unía este punto con
la base de la varilla; esta línea era el cardo, mientras que la misma
cuerda era el decumanus. Una vez establecidos los ejes principales,
o también aceptada la orientación dada por algún elemento notable
del lugar, como podía ser una vía principal del tipo de la Vía Emilia,
si ésta discurría por el paraje en cuestión el agrimensor operaba con
un instrumento llamado groma o gnomon (al sciotherum se daba
también el nombre de gnomon, lo que ha causado cierta confusión).
Era éste un instrumento complejo; consistía en una cruz de brazos
metálicos (stella) de cuyos extremos colgaban unas plomadas; la
cruz se colocaba horizontal y excéntricamente sobre un armazón de

144
CAPÍTULO V. Catastros en la República y en
el Imperio Romano

madera (ferramentum) de forma que quedara situada directamente


sobre un tablero en el que se había trazado otra cruz (decussis),
una de cuyas líneas mayores se hacía coincidir con el eje (cardo o
decumanus) previamente elegido por el agrimensor. Las líneas se
fijaban luego visualmente” (Rykwert, 1985, p. 43-44).

La línea que unía los dos puntos que tocaban la circunferencia


del círculo antes y después del mediodía, proporcionaban una
orientación este-oeste aproximada, y se le llamaba decumanus;
luego, se trazaba sobre la placa de mármol una línea perpendicular al
decumanus. Esta línea perpendicular, proporcionaba una orientación
norte-sur aproximada, y se le conocía con el nombre de cardo. La
varilla de bronce, mencionada atrás, se hacía coincidir con el cardo.
La cruz de brazos metálicos (stella) se encontraba a la altura de mira
del agrimensor y coincidía con las orientaciones este-oeste y norte-
sur.
Para lanzar visuales, se utilizaban los brazos metálicos
como referencia o, a su turno, los desplazamientos de la sombra
proyectada por la varilla de bronce sobre la placa de mármol. Los
ejes de orientación podían ser arbitrarios, por lo que no se necesitaba
del eje este-oeste, sino que simplemente se hacía coincidir, mediante
líneas visuales, un brazo metálico con el eje material de una calle o
con el muro de un edificio. Al parecer, estos agrimensores podían
partir de una especie de datum: “el decussis del cardo maximus y el
decumanus maximus, el umbilicus (el ombligo)” (Ibíd., p. 56)
No podemos determinar si existían peritos avaluadores, o si sus
funciones eran absorbidas por magistrados y jueces, o si hacía parte
de las labores de los funcionarios del catastro. De todas maneras,
es claro que el catastro, hasta antes del siglo II d.C., desempeñó
muchas de las labores que la historia del derecho romano le atribuye
a los censores, jueces y magistrados que tenían algunas atribuciones
censarias.

145
Conclusiones

Para finalizar, expondremos las ideas básicas que rigieron al catastro


romano en la República y en el Imperio:

• El censo como institución romana reunió todas las


características propias de un catastro, en este caso, un catastro
fiscalista.

• El catastro fiscalista se define como un instrumento de control


estricto y no deliberante del excedente económico producido
por campesinos y obreros.

• Los impuestos se liquidaban sobre la base de la propiedad


mueble e inmueble.

• Antes de siglo II d.C., el catastro romano, o el censo, participó


del conteo de la población, del registro de la propiedad y de la
liquidación de sus impuestos.

• Después del siglo II. d.C., el catastro romano se concentró en el


registro de la propiedad mueble e inmueble y en la liquidación
de sus impuestos.

146
CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la
palabra catastro

CAPÍTULO VI
Discusión etimológica de la palabra catastro

147
148
CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la
palabra catastro

Etimología de la palabra catastro

Este aparte tiene dos objetivos principales: discutir la


etimología de la palabra catastro y explicar las razones por las cuales
la palabra ‘catastro’ tiene sinonimia con la palabra ‘inventario’.

La palabra catastro

El vocablo catastro, afirma el filólogo y romanista Joan


Corominas, entró por el este de España, pues Zabala (Bruno Mauricio
de Zabala, militar español, 1682-1736, documentación de 1731) lo
registra en Cataluña, y Jovellanos (Gaspar Melchor de Jovellanos,
jurista y enciclopedista español, 1744-1811, fecha de documentación
no aclarada) lo refiere a la Corona de Aragón.
Según la evolución del vocablo: catastro deriva del francés
antiguo catastre (hoy cadastre), este del dialecto italiano catastro y
del italiano catasto, y este heredero de la expresión catàstico (que
aparece en un documento veneciano de 1185), procedente del griego
bizantino katástijon. En opinión de Corominas, la palabra katástijon
(del dialecto griego que se conservó en el imperio Bizantino) figura
por primera vez en un texto de los siglos VIII-XI (Corominas, 1954,
p. 729).
En esta evolución se conservan los siguientes significados:
hoy, catastro, indica inventario de bienes; catastre se empleó
entre 1583 y 1704 significando lo mismo; catastro, como dialecto
italiano, se empleó en Urbino, Piamonte y Liguria, con el significado
de inventario; catasto, en toda la Edad Media se empleó como
inventario de todas las fuentes de renta, y todavía en 1560 aparece
como inventario de los bienes de un individuo; catàstico, en el
documento veneciano hace referencia a inventario; y el griego
bizantino katástijon nombra lista y libro de cuentas (Ídem.).
En cuanto a la morfología, la evolución de la partícula
<ijon> de la palabra katástijon hasta la partícula <ro> de la palabra
castellana catastro, no es en modo alguno problemática, si tenemos

149
en cuenta que las flexiones (o cambios) de los dos sustantivos
están fuertemente asociadas por una equivalencia semántica (de
significados), plenamente justificada en la evolución del significado
de catastro.
Si suponemos una evolución fonética estable desde katástijon
hasta la palabra castellana catastro, es decir, conservadora de la
partícula <katas>, la expresión <ijon> de katástijon, <ico> de
catàstico, <o> de catasto, <ro> de catastro en un dialecto italiano,
<re> de catastre, y <ro> de catastro en castellano, no sufre una
alteración fonética importante en opinión de la filología. La <j> de
la partícula <ijon> es gutural aspirada como la g de gema, por lo que
la partícula tiene un valor fonético similar al valor fonético gutural
de la partícula <ico> de catàstico, de la <r> en <re> de catastre en el
francés antiguo y de cadastre en el francés de hoy. Y si es al este de
España, es decir por Francia, por donde ingresó el vocablo catastro
según Corominas, entonces de <ijon> a <re>, la estable evolución
del valor fonético no es mera coincidencia, prueba de otro modo la
cercanía entre el vocablo griego katástijon y el vocablo castellano
catastro.
Existe otra etimología, establecida por Savigny (historiador del
Derecho Romano, 1779-1861) en el siglo XIX, según la cual catastro
proviene de la palabra latina capitastrum, derivada como una forma
de caput, cabeza. Sin embargo, esta etimología se construye sobre la
base de un error ortográfico, al escribirse la palabra francesa cadastre
por la palabra cabdastre. Esta última se escribía erróneamente por
un francés de Provenza (provincia de Francia), y hacía que <cab>
sugiriera la idea de caput (Ídem.). Además, la evolución fonológica
de capitastrum hasta catastro es completamente distorsionada. A no
ser que supongamos que la <i> latina haya desaparecido, y la <t> y
la <p> latina se hayan fusionado, u otra imaginada evolución.
No existe una documentación en la que se muestre la evolución
semántica y fonética de capitastrum hasta catastro, ni una evolución
morfológica que haga patente cierta cercanía. Aquella etimología
aparece registrada en varios diccionarios etimológicos anteriores a

150
CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la
palabra catastro

1950. Por ejemplo, Don Eduardo de Echegaray en un diccionario


cuya edición es de 1945, escribe:

“Del latín bárbaro capitastrum, registro del impuesto; formado de


caput, cabeza, porque en el principio fue contribución impuesta a las
personas, y luego a los bienes: francés, cadastre; catalán, catastro;
italiano, catasto, catastro”.

Después de la obra de Corominas (1954) se ha preferido no


tocar esta etimología, aunque existen otros diccionarios posteriores
que se han inclinado más por la facilista etimología capitastrum.

Catastro e inventario

Ahora, responderemos a la siguiente pregunta: ¿por qué


inventario es sinónimo de catastro? La palabra catastro proviene
del griego bizantino katástijon e inventario del latín inventarium.
Inventarium es una sustantivación del verbo invenire, hallar,
encontrar; y significa lista, memoria de hacienda y bienes.
Katástijon es la unión de los vocablos <kata> y <stijon>
(derivado de stíjos, línea). <Kata>, en virtud de la gramática griega,
es un adverbio que significa abajo, enteramente, y preposición que
significa en, sobre, dentro, debajo; y <stíjos> es un sustantivo que
significa línea, verso, escritura.
Por tanto, katástijon significa ‘en línea’, ‘bajo escritura’, o
como se ha traducido, ‘lista’, ‘listado’. De este modo, katástijon e
inventarium traducen desde sus raíces ‘lista’, y en su evolución han
guardado una fuerte similitud semántica, por lo que su sinonimia
en sus formas actuales ‘inventario’ y ‘catastro’ no es fortuita. Así
hemos respondido a la pregunta de por qué catastro e inventario son
sinónimos tan sonados.
Si recordamos que en la Grecia Clásica el vocablo katálogos
designaba inventario o registro; katalégo, inscribir o registrar;
katástasis, institución; y katatáso, poner en orden o en filas, entonces,
debemos admitir que estas palabras contribuyeron a configurar la

151
palabra que, posteriormente, en griego bizantino, se escribirá como
katástijon y que aún hoy se escribe significando lo mismo.
Es más, la raíz <kata> significaba en la Grecia Clásica
‘bajo tierra’, ‘conforme a la ley’ y ‘distribución’. Con el tiempo,
específicamente bajo la cultura medieval latina y el Imperio Bizantino,
se hizo común usarla como preposición para designar ‘debajo’,
‘dentro’, por lo que la traducción de katástijon (del griego bizantino)
como lista, derivada de ‘en línea’ o ‘bajo escritura’, denuncia la
pérdida de los significados ‘conforme a la ley’ y ‘distribución’. Esto
explica, de algún modo, porqué la palabra catastro en castellano,
cadastre en francés y catasto en italiano, solo refieren ‘en línea’,
‘bajo escritura’, lista, registro, inventario, y nada más.

‘Conforme a la ley’ y ‘distribución’

Katástijon nombra en griego bizantino ‘en línea’, ‘bajo línea’,


‘bajo escritura’; expresiones que hacen patente los atributos de algo
que debe ser puesto en un grafismo, una escritura, un signo. Ese
algo debe ser puesto en un signo porque debe estar ‘bajo escritura’,
o mejor, porque una ley ordena que debe estar en la constancia del
signo, de la palabra. Ese algo puede ser un objeto, unos nombres
propios, un terreno, un testimonio, una transacción en metal.
Obediente al espíritu latino, la palabra katástijon, en la Edad
Media, no evoca ya memoria política escrita, como sí lo hace la
palabra katálogos en la Grecia Clásica. Memoria política escrita
implica que algo debe reposar como palabra porque es solicitado,
replicado, interpelado, en una palabra, discutido en la asamblea para
que sea ‘distribuido’ y ‘conforme a la ley’. Por el contrario, memoria
fiscal escrita implica que algo debe reposar como palabra porque una
ley ordena su constancia, porque es medida de gobierno inquisitiva,
indagadora, censaria, averiguadora, en una palabra, fiscalista.
Katástijon es memoria fiscal escrita y, katálogos, memoria
política escrita. Además, en la Edad Media lo más indagado y
averiguado es la tierra, por lo cual katástijon es, ante todo, memoria

152
CAPÍTULO VI. Discusión etimológica de la
palabra catastro

fiscal escrita de la tierra. En otras palabras, katástijon, como memoria


fiscal escrita de la tierra, es fruto de una idea incondicionada y
reguladora de la Edad Media, esto es, el espíritu fiscal sobre la tierra.
En consecuencia, el hecho de que la expresión moderna ‘catastro’ esté
limitada a significar registro, inventario, lista, y que haya olvidado los
sentidos ‘conforme a la ley’ y ‘distribución’, de la palabra katálogos,
se debe a que la expresión katástijon y su evolución acuñó el espíritu
fiscal de gobierno sobre la tierra de la Edad Media.
Si este espíritu fiscal de gobierno le proporcionó el sentido de
memoria fiscal escrita de la tierra al vocablo katástijon; e inventarium,
a lo largo de la Edad Media, conservó el sentido de memoria fiscal
escrita de tierras, bienes muebles y metálico, entonces, debemos
afirmar que, inventarium y katástijon, en su uso medieval, significaron
lo mismo, por nombrar los dos, de alguna manera, memoria fiscal de
la tierra. Finalmente, la modernidad le concedió a inventarium (hoy
inventario) el sentido genérico de lista de objetos, y conservó del
vocablo katástijon (hoy catastro), el sentido medieval de memoria
fiscal de la tierra.

153
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