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I PÓRTICO

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Inmaculada Blasco Herranz
UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA

LA RELIGiÓN Y LAS MUJERES


NLA HISTORIOGRAFíA ESPAÑOLA
Que la relación entre mujeres y religión no resulta fácil de abordar
lo muestra la ambivalencia de las interpretaciones ofrecidas al res-
pecto. Para algunos, la religión ha sido liberadora de las mujeres,
les ha ofrecido consuelo y amparo a unas vidas concebidas como
especialmente abocadas al sufrimiento. Para otros, la religión ha
sido fuente de opresión y subordinación femenina, un hecho que
puede constatarse tanto en las declaraciones de inferioridad reco-
gidas en los textos sagrados de las diferentes religiones como en

,
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las prácticas religiosas que excluyen a las mujeres de la jerarquía de
poder. Cada una de estas interpretaciones responde a enfoques y
se inserta en marcos teóricos diferentes y, a menudo, en conflicto
entre sí. La primera interpretación coloca en primer plano la expe-
riencia y prácticas de las mujeres, dentro de una visión de recupera-
ción de los sujetos históricos y sus acciones. La segunda considera
de mayor relevancia explicativa las estructuras institucionales y los
discursos dominantes que las religiones impulsan y transmiten.
En el caso de la historiografía feminista española, esta ambivalen-
cia puede apreciarse cuando proyectamos una visión amplia de los
estudios relativos a diferentes épocas históricas. Mientras que la
historia de las mujeres referida a la España medieval y moderna, so-
bre todo la primera, ha prestado gran atención a la relación entre
• las mujeres y la religión, las historiadoras contemporaneístas sólo

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·1 FIevista de Historia y Pensamiento Contemporáneos

muy recientemente han comenzado a interesarse por los lazos entre las mujeres,
el género y la cuestión religiosa.' Esto se debe a varios motivos. Si para la época
medieval se ha afirmado que la religión constituyó un espacio privilegiado para
el ejercicio de libertad femenina, la evolución histórica hacia la contemporanei-
dad habría dado como resultado una Iglesia católica cada vez más jerárquica e
institucionalizada y una religión cada vez más normativa. La religión católica ha-
bría sufrido un proceso de transformación histórica según el cual habría pasado
de ser un elemento alentador de posibilidades a convertirse en instrumento de
control social y moral (muy especialmente para las mujeres). Junto a la evolución
histórica de la Iglesia y de la religión católicas, se podría afirmar, sin ánimo de
caer en una generalización reduccionista, que los enfoques empleados por la
historia de las mujeres en la época medieval difieren sustancialmente de aque-
llos aplicados para analizar la contemporánea, lo cual también ha influido en las
preguntas, búsquedas, análisis y, evidentemente, conclusiones sobre la relación
entre las mujeres y la religión. Que en los trabajos abordados por parte de la
historiografía medieval haya predominado la investigación sobre religiosidad fe-
menina no ha sido casual, sino más bien el resultado de una apuesta por situar
el protagonismo y la acción femeninas en el centro de la indagación y de la ex-
plicación, fruto del uso (más o menos explícito y fiel) de la
denominada teoría de la diferencia sexual y de categorías participación de las mujeres
analíticas que esta teoría ha contribuido a elaborar, como
en culturas políticas,
la de autoridad femenina. 2
movimientos sociales y
Por su parte, la historia de las mujeres que estudia los si-
glos XIX y XX ha orientado preferentemente su labor hacia
acciones colectivas
la recuperación de la participación de las mujeres en cultu-
ras políticas, movimientos sociales y acciones colectivas que habrían conducido
de alguna forma a la emancipación femenina. En esta búsqueda, el catolicismo
(como doctrina, institución, y prácticas sociales de ellas derivadas) ha sido consi-
derado, de forma generalizada, como un factor de subordinación de las mujeres
y un elemento de freno para el desarrollo del feminismo decimonónico (histórico
o de primera ola) en la España de finales del siglo XIX y comienzos del XX.3 Al
considerar que la religión católica no sólo no había favorecido el desarrollo del
feminismo, sino que, además, había constituido un freno para el mismo, dicha
investigación, ávida de encontrar las fuentes de liberación femenina, ha mos-

Mónica Moreno, "Mujeres y religiosidad en la España contemporánea" en Silvia Caporale Bizzini y


Nieves Montesinos Sánchez (eds.), Reflexiones en torno al género. La mujer como sujeto de discurso.
CEM-Universidad de Alicante, Alicante, 2001, pp. 27-45.

2 Ángela Muñoz, Mujer y experiencia religiosa en el marco de la santidad medieval. Asociación AI-
Mudayna, Madrid, 1988.

3 Geraldine Scanlon, La polémica feminista en la España contemporánea, 1868-1974. Siglo XXI, Madrid,
1986 (1 a ed. 1976), pp. 222-223; Concha Fagoaga, La voz y el voto de las mujeres. El sufragismo en
España (1877-1931). Icaria, Barcelona, 1985, pp. 123, 174-178; Mercedes García Basauri, "La mujer y
la Iglesia: El Feminismo cristiano en España (1900-1930)", Tiempo de Historia, 57 (agosto 1979), pp.
22-33.

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trado un interés más bien escaso por el estudio de la relación entre mujeres y
religión. Las contadas alusiones y reflexiones en torno a la misma han conducido,
inevitablemente, a interpretar que la Iglesia y el catolicismo constituyeron una
fuente de opresión para las mujeres.
En otros países de Europa occidental, sin embargo, ya hace varias décadas que
comenzaron a realizarse trabajos que ofrecían una imagen menos negativa de la
relación entre religión y mujeres durante la contemporaneidad (y no tanto en tér-
minos de opresión, de controlo de imposición). Según estos autores y autoras,
la participación de las mujeres, a lo largo del siglo XIX, en entidades vinculadas
a la Iglesia, habría supuesto una vía de obtención de beneficios a los que el mo-
delo de feminidad dominante imponía sus restricciones -espacios de sociabili-
dad respetable, ventajas personales y emocionales, formas de vida alternativas al
matrimonio, seguridad y protección, pluralidad de actividades, reconocimiento
social, desarrollo profesional, etc. En el cambio de siglo, la movilización contra-
secularizadora habría abierto para ellas una vía de acceso al espacio público y
político. 4 Esta nueva forma de entender la relación entre mujeres y religión en la
edad contemporánea, más atenta a los posibles efectos benéficos de la misma
sobre unas mujeres que, al fin y al cabo, vivían en un marco de relaciones de
género muy distinto al nuestro, también ha dejado su impronta, aunque más
tardíamente, en España. 5
Un caso de estudio concreto como es el de la movilización pública de las mujeres
en el seno del catolicismo social y político a finales del siglo XIX y comienzos del
XX permite apreciar los límites de una interpretación que se articula exclusiva-
mente en torno a la opresión que la religión ejerció sobre las mujeres. Si aplica-
mos este enfoque, que continúa presidiendo parte de la investigación histórica
feminista, dicha movilización se explica como resultado de la instrumentalización
y manipulación de aquéllas por parte del clero. Esta explicación, convincente
porque juega con un imaginario profundamente arraigado que tiene a la imagen
de la beata como centro, impide profundizar en otro tipo de explicaciones que
conceden mayor protagonismo a las mujeres. En efecto, la interpretación basa-
da en la manipulación parte de la premisa implícita de que las mujeres fueron
fácilmente manipulables, carentes de autonomía, y que sus intereses estaban

4 James F. Mcmillan, "Women and Social Catholicism in Late Nineteenth and Early Twentieth-Century
France", Studies in Church History. "Women in the Church", 27 (1990), pp. 467-480; Ivonne Turín, Fe-
mmes et religieuses en XIXe siecle. Le féminisme 'en religion'. Nouvelle Cité, París, 1989; Anne Marie
Sohn, "Les femmes catholiques et la vie publique en France (1900-1930)" en Marie-Claire Pasquier y
otros, Stratégies des femmes. Tuerce, París, 1984, pp. 97-120.

5 Pilar Salomón, "Laicismo, género y religión. Perspectivas historiográficas", Ayer 61 (2006) pp. 291-
308; Mónica Moreno, "Religiosas, jerarquía y sociedad en España, 1875-1900", Historia Social, 38
(2000), pp. 57-71; Inmaculada Blasco, Paradojas de la ortodoxia. Política de masas y militancia cató-
lica femenina en España (1919-1939). Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003; Miren L1ona, Entre
señorita a gar~onne. Historia oral de las mujeres bilbaínas de clase media (1919-1939). Universidad
de Málaga, Málaga, 2002; y Amelia García Checa, Ideología y práctica de la Acción Social Católica
femenina (Cataluña, 1900-1930). Universidad de Málaga, Málaga, 2007.

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subordinados a los del cura-confesor. Pero, además, impide localizar fenómenos


que fueron relevantes en la configuración de la sociedad contemporánea, como
lo fue el de la feminización de la religión, y atender, en toda su complejidad, a
otros como la movilización ya citada. Sobre esta última, de especial interés resul-
ta el estudio de algunos aspectos de la misma habitualmente descuidados, como
los efectos que tuvo la implicación de las mujeres en el movimiento católico a la
hora de minar la exclusión de las mujeres de la ciudadanía política, y la progresi-
va incorporación en su discurso de una evaluación de la situación de las mujeres
en la sociedad del momento en clave de discriminación y, en consecuencia, de
la reivindicación de derechos de los que habían sido excluidas al constituirse la
sociedad liberal.
En este sentido, dos pasos que convendría efectuar previamente para aproximar-
se al tema serían, por una parte, contextualizar mejor estos fenómenos no sólo
en un marco de historia política clásica, sino también, y principalmente, en uno
atento a los modelos de género imperantes en aquel momento histórico. y, por
otro lado, deconstruir el discurso de la manipulación "de la beata por el clero"
(que está presente en la retórica del anticlericalismo, y que es no sólo aceptado
de forma incuestionada sino asumido como factor explicativo por historiadores
e historiadoras). Esta deconstrucción permite a su vez atender a los efectos que
dicho discurso tuvo desde un punto de vista político: contribuyó a igualar mas-
culinidad con secularismo, pensamiento independiente, razonamiento científico
(los requisitos de ciudadanía), y, en consecuencia, se convirtió en argumento
para negar el voto a las mujeres. 6
A partir de estas consideraciones, las páginas que siguen apuestan por abordar la
relación entre género, religión y mujeres en la España contemporánea señalando
la relevancia histórica de dos fenómenos estrechamente ligados: el de feminiza-
ción de la religión y el de la movilización de las mujeres dentro del movimiento
católico. Y por analizarlos desde un enfoque que se aparta tanto de explicacio-
nes que enfatizan el papel dominador y opresor de la Iglesia como de aquellas
que, al atribuir al protagonismo y acción de las mujeres un lugar destacado en la
explicación de la movilización, concluyen afirmando que el catolicismo contuvo
posibilidades "liberadoras" para las mujeres.

UNA MOVILIZACiÓN PARADÓJICA:


LAS MUJERES EN EL MOVIMIENTO CATÓLICO
Si el objetivo es analizar la movilización pública de las mujeres católicas, resul-
taría muy fructífero prestar mayor atención de la que habitualmente se dedica
al movimiento en el que se desarrolló la participación de las activistas católicas,

6 Joan W. Scott, Only Paradoxes to Offer. French Feminists and the Rights of Man. Harvard University
Press, Cambridge, Mass, 1996, p. 103.

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al contexto político y social del momento y al marco de relaciones de género de
la época. Sobre los dos últimos aspectos, no podemos olvidar que en la España
de finales del siglo XIX no se consideraba a las mujeres como sujetos de dere-
chos civiles y políticos, y se había aprobado un código civil que subordinaba a
las mujeres casadas a la figura del marido. Esta exclusión de la ciudadanía civil
y política se había generado sobre (y, al mismo tiempo, estaba contribuyendo a
consolidar) un ideal de feminidad basado en la domesticidad. A las mujeres se
les asignaba unas cualidades, atributos y roles sociales como la delicadeza, la
pasividad, la religiosidad y la superioridad moral cuyo despliegue se esperaba
que efectuaran en el espacio privado. Por su parte, a los hombres se atribuían
elementos como la razón y la autonomía, asignados, a su vez, a la esfera pú-
blica.
Sólo si tenemos en cuenta que este modelo dominante de entender las rela-
ciones de género fue especialmente significativo para la vida de las mujeres y
hombres del siglo XIX, podremos apreciar, a su vez, la relevancia histórica (y
no sólo para la historia de las mujeres, sino para lo que podríamos denominar
"historia general") del proceso de transformación al que se vio sometido. La
modificación del ideal femenino de domesticidad, sustentado en el modelo de
las esferas separadas, se inició con las críticas del feminis-
tuvo como resultado la mo europeo, que había detectado las insuficiencias del
difusión de nuevas nociones sistema político liberal apoyado en el sufragio restringi-
do, y había denunciado la exclusión de las mujeres de la
de mujer, como la de sujeto ciudadanía civil y política desde la primera mitad del siglo
con derechos y sujeto político XIX. Pero, en realidad, las demandas de las sufragistas
empezaron a calar en el debate público europeo a finales
del siglo XIX y a lo largo del primer tercio del XX, en el momento de transición
desde una forma de participación política restringida a la era de masas, cuando
otros grupos sociales también estaban presionando para participar en la vida
política y conseguir así la posibilidad de defender sus intereses. Por lo tanto, la
visibilidad de este proceso de transformación de los discursos y de la práctica
de la exclusión vino de la mano de la aparición de la política de masas, y tuvo
como resultado la difusión de nuevas nociones de mujer, como la de sujeto con
derechos y sujeto político. En dicho proceso también participaron las activistas
católicas pues, al implicarse en un proyecto político que buscaba movilizar a
una base social amplia, acabaron actuando en el espacio público y reclamando
derechos políticos.
En cuanto al marco específico de dicha movilización, ésta se desarrolló en el
seno de lo que se ha dado en llamar recientemente movimiento católico (y que
aproximadamente hace referencia a lo que, en una acepción más clásica, se de-
nominaba catolicismo social y político). Por movimiento católico entendemos la
acción multiforme (prensa, asociacionismo de los seglares en entidades de todo
tipo: piadoso, socio-religiosas, benéficas, sociales -sindicatos, círculos católicos- y
educativo) que emprendieron los católicos en la sociedad contemporánea, desde

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finales del siglo XIX, y a lo largo de todo la primera mitad del siglo XX, con el
objetivo de frenar lo que percibían como una aceleración del proceso de secu-
larización (por el cual la religión iba siendo desplazada al ámbito de la creencia
privada), de contrarrestar la movilización anticlerical y los proyectos seculariza-
dores de los gobiernos progresistas del turno de partidos, y de recristianizar la
sociedad. 7
De una manera más amplia, dicha movilización católica no se entiende si no se
presta atención a lo que fue una confrontación entre dos rivales que mantenían
proyectos políticos enfrentados: clericales y anticlericales. Podría afirmarse que,
en esa pugna, cuya primera oleada ha sido detectada a finales del siglo XIX
(1899), las mujeres no quedaron al margen. Pueden localizarse, en aquellas fe-
chas, la formación de las primeras agrupaciones de librepensadoras y laicistas, y
también de entidades de mujeres católicas que, en un primer momento, traba-
jaban por la difusión de devociones católicas (siempre dentro de ese marco más
general de hacer frente a la secularización y de responder al anticlericalismo).8
Si bien ambas, laicistas y católicas, mantuvieron diferentes opiniones sobre el
papel de la Iglesia en la sociedad y el Estado, así como sobre la definición de
los principios que gobernaban la sociedad, también compartían una noción de
mujer similar: la de la mujer-madre que había de educar a los hijos en los valores
del modelo de sociedad que cada una de estas opciones defendía. La religión era
igual de relevante para ambas: unas consideraban que tenían que emanciparse
de ella, y otras que era el cristianismo lo que las había liberado de la esclavitud
a la que el paganismo había sometido a las mujeres. Desde esa comprensión
del papel social de la mujer como madre, y a raíz de la activación del conflicto
clericalismo/anticlericalismo, proyectaron esa imagen fuera del hogar, a una so-
ciedad que también necesitaba de cuidados maternales, transformándola en un
nuevo modelo femenino: el de madre social. De manera que, aunque manejaron
imágenes de género convencionales, uno de los elementos del modelo de género
decimonónico fue impugnado en el proceso: el de la separación de esferas de
actuación según los géneros. De esta manera hacían una transición a la esfera
pública que resultaba social y personalmente aceptable, pues actuaban según los
roles femeninos esperados.
Si nos centramos en el análisis de aquel de los dos bandos en liza del que nos
ocupamos en este artículo, el movimiento católico, de todas las interpretaciones
que en torno a él se han hecho, hay una que puede ayudarnos a entender mejor
por qué una parte del mismo lo constituyeron mujeres, que, al fin y al cabo, se-
gún el discurso eclesiástico hasta entonces dominante, habían de estar confina-
das en lo privado. Según la interpretación a la que me refiero, para alcanzar su

7 Julio De la Cueva, "Católicos en la calle: la movilización de los católicos españoles, 1899-1923", Histo-
ria y política 3 (2000), pp. 55-79.

8 Pilar Salomón, "¿Espejos invertidos? Mujeres clericales, mujeres anticlericales", Arenal 11-2 (2004),
pp.87-111.

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objetivo recristianizador, el movimiento católico, o una parte importante de él,
acabó adoptando comportamientos políticos modernos y apostando por la mo-
vilización de masas como mecanismo para ganar apoyos políticos y sociales. Esta
apuesta modernizadora en política tuvo como contexto un sistema político que,
al basarse en el turno del partido liberal y conservador, excluía otras opciones
políticas del juego político parlamentario, y se mostró especialmente evidente
cuando el sistema liberal oligárquico de la Restauración entró en crisis debido,
entre otros motivos, a las presiones de esos grupos antisistema. Dicho de otra
forma, los impulsores del movimiento católico, conscientes de la necesidad de
dar solución al problema de la entrada de las masas en la política, plantearon, a
lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX, la ampliación de la base social
de apoyo a su proyecto político recristianizador.
y, en esa búsqueda de apoyos políticos, crearon la oportunidad inédita para que
las mujeres reclamaran la ciudadanía política. O, para ser más precisos, una ver-
sión de la ciudadanía política femenina basada en las diferencias de género (las
mujeres en política regenerarían la esfera pública, aportando sus cualidades fe-
meninas), en el patriotismo español (uno de los rasgos de atribución de ciuda-
danía) y en una identidad política en tanto que católicas. En efecto, en ese pro-
ceso de movilización fue fundamental la construcción de una
un determinado tipo de identidad política en tanto que católicos, que afectó por igual
a hombres y mujeres, si bien habría que matizar diferentes
actuación caracterizado contenidos atribuidos a unos y a otras, y el carácter novedo-
por el proselitismo de la so que implicó para ellas, consideradas por la sociedad deci-
confesionalidad monónica como sujetos no políticos. Dicha identidad política
constituyó la base para un determinado tipo de actuación
caracterizado por el proselitismo de la confesionalidad y la militancia religiosa.
Pero tal identidad, que alimentó su activismo en el seno del movimiento católico,
no sólo se asentó sobre la religión, sino sobre otras dos categorías de identidad
con las que opera en íntima relación: el género y la nación española, que se hi-
cieron significativas para su identidad política en un contexto de percepción de
avance fulminante de la secularización y sus efectos sobre la sociedad y la nación
española.

DE LA FEMINIZACiÓN DE LA RELIGiÓN
A LA CONSTRUCCiÓN DE UNA IDENTIDAD POLíTICA
CATÓLICA
El vínculo entre feminización de la religión y movilización política de las mujeres
en el seno del movimiento católico resulta, en este punto, absolutamente rele-
vante. Porque, para su movilización, fue activado este discurso de gran arraigo
en la sociedad europea, y especialmente en la española. La feminización de la

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religión, entendida como atribución de mayor religiosidad a las mujeres o, si se


prefiere, como naturalización de la religión en tanto que atributo de feminidad,
fue un fenómeno que ha sido constatado en países católicos europeos durante
el siglo XIX, y que formó parte de la configuración del modelo de género basado
en las esferas separadas. Sobre el caso francés, que ha sido el más estudiado, se
ha relacionado la asociación de las mujeres con la religión con la existencia, en
la sociedad francesa decimonónica, de dos polaridades opuestas: por un lado
"lo político", espacio secularizado y masculino y, por otra parte, "lo religioso",
asociado con lo privado y lo femenino. 9 Por lo tanto, en la conformación de la
identidad femenina a lo largo del siglo XIX, la religión constituyó un elemento
central, que pasó a convertirse en un atributo más de feminidad. A finales de si-
glo, cuando la Iglesia católica reaccionó ante una secularización cuyo avance per-
cibía como amenazante, esa atribución de mayor religiosidad a las mujeres fue
uno de los principales motores discursivos para movilizar allaicado femenino. Al
suponerlas más cercanas a la religión, eran presentadas como los sujetos idóneos
para enfrentar el empuje, real o percibido, de la secularización, el anticlericalismo
y la descristianización en la sociedad de comienzos del siglo XX.
Pero otra dimensión de la "feminización de la religión" influyó también en
el proceso de movilización política de las mujeres en el movimiento cató-
lico. Esa otra dimensión alude a la feminización de la religión entendida
como hecho histórico numéricamente constatable. Es decir, el aumento
del número de mujeres en la práctica religiosa, el incremento de aqué-
llas que ingresaban en comunidades religiosas (de manera especial, en las
órdenes entregadas a la vida activa) y, por último, de las asociaciones de
mujeres seglares (dedicadas la caridad, a la educación de los obreros, y al
fomento de la piedad y el apostolado, o de devociones católicas). Este últi-
mo asociacionismo respondía al llamamiento más amplio que la jerarquía
vaticana dirigía a los seglares, para implicarse en esa tarea de enfrentar lo
que se percibía como un avance imparable del proceso de secularización.
En España, la Restauración facilitó que prosperaran, a lo largo del último
tercio del siglo XIX, este tipo de entidades, con un carácter local, al calor
de lo que Frances Lannon ha denominado "renacimiento católico".lO
El renacimiento católico, una de cuyas máximas expresiones fue el aumento de
congregaciones religiosas (vinculadas con la expansión industrial y urbana: orfe-
linatos, hospitales, reformatorios para paliar las miserias clase obrera; y colegios
para hijos e hijas de la burguesía católica), es visto por Lannon como efecto del
impulso de la cúpula eclesiástica española por restablecerse en el marco favore-

9 Claude Langlois, Le Caholicisme au féminin. Les congrégations fram;aises au XIXe siecle, Centre
d'histoire du catholicis':fle. Lyon, 1972; y Gibson, Ralph, "Le Catholicisme et les femmes en France au
XIXe siéc\e", Revue d'Histoire de /'Église de France, 79 (1993), pp. 63-93.

10 Frances Lannon, Privilegio, persecución y profecia. La Iglesia Católica en España, 1875-1975. Alianza,
Madrid, 1990 (1" ed. inglesa, 1987), pp. 81-112.

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cedor de la restauración borbónica de 1876, y como una forma de contrarrestar
tanto el poder perdido a lo largo del siglo como la atracción ejercida por socia-
lismo y anarquismo sobre las clases obreras urbanas. De dicho fenómeno, nos
interesa destacar aquí el significado de género, habitualmente desatendido por
los historiadores. Ya durante el siglo XIX, la experiencia de las congregaciones
bajo gobiernos progresistas había sido, según esta historiadora, desigual para
hombres y mujeres, pues éstas habían recibido un trato menos duro (por haberse
visto menos afectadas por las guerras de la Independencia y carlistas, por estar
menos politizadas y no ser tan atractivas para la desamortización, y por la con-
sideración de utilidad social que se les atribuía, tanto en beneficencia como en
educación). y, a finales de aquel siglo, como constata F. Lannon, el renacimiento
católico fue un "fenómeno fundamentalmente femenino".
A lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX, las entidades católicas de mu-
jeres seglares, que florecieron al calor del renacimiento católico favorecido por
el sistema político de la Restauración, no se desarrollaron al margen del proceso
de articulación del movimiento católico. Un movimiento católico que respondía
ya no tanto a una secularización abstracta, sino a dos amenazas concretas: la
oleada de anticlericalismo en la calle y la política liberalizadora de los gobiernos
progresistas del turno de partidos. Sin embargo, a lo largo de la primera década
del siglo XX, esta modalidad de participación en entidades educativas, piadosas
y caritativas sufrió una transformación de calado. En el proceso de expansión
del movimiento católico comenzó a hacerse alusión a la necesidad de integrar a
las mujeres como colaboradoras en determinadas actividades emprendidas por
el movimiento católico que se consideraban más ajustadas al ideal femenino
prevaleciente: la buena prensa, las ligas de consumidoras o la moralización de
espectáculos. Este cambio se debió en parte a que se amplificó entre los católicos
la percepción de una sociedad descristianizada, a cuya imagen contribuyeron las
medidas anticlericales puestas en marcha por los gobiernos liberales progresis-
tas; y por otro lado, a que la movilización católica en respuesta a lo anterior se
mostró conscientemente dispuesta a aceptar y protagonizar formas de protesta
pública modernas.
Esto repercutió en la red ya establecida de entidades femeninas generadas por
el renacimiento católico que, involucradas en actividades de beneficencia, edu-
cación de obreros, impulso de devociones o fomento de la piedad, pasaron a
integrar, y a situar en primer plano, un discurso de defensa de la religión frente
a la secularización y de combate para lograr imponer el modelo de sociedad
confesional por el que abogaban. Se fomentó, en definitiva, una movilización
moderna con objetivos bien definidos: frenar una secularización cuya cara iba
adoptando nítidos perfiles en la protesta anticlerical y en la introducción de le-
gislación laicizadora, y oponerle el proyecto de recristianización de la sociedad.
Pero además, el movimiento católico actuaba en otro frente complementario al
de la lucha anticlerical-contrasecularizadora, el de la construcción de una alterna-

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ti va católica de sociedad siguiendo los principios de la Rerum Novarum (sindica-


tos católicos, reforma social, intervención en las instituciones del Estado liberal).
Así, la defensa de la religión que se percibía amenazada se combinaba, en la
mayor parte de las iniciativas católicas, con la propuesta de regeneración social
siguiendo los preceptos de León XIII, a través de lo que se denominó en la época
"acción social católica". En primer lugar, habría que tener en cuenta cómo ciertos
sectores de la jerarquía eclesiástica, que durante todo el siglo XIX habían mante-
nido una posición reacia a la salida de las mujeres del hogar, comenzaron a acep-
tar la idea de que algunas mujeres pudieran dedicarse a la acción social fuera del
mismo. A las obras de caridad se habían dedicado, de hecho, las señoras de las
clases pudientes, pero tras la recepción de la encíclica papal y el impulso dado
al catolicismo social, se empezó a propagar un nuevo tipo de intervención en la
sociedad. Como en el resto del movimiento católico, las mujeres eran invitadas a
sustituir las clásicas obras caritativas por la acción social organizada. Ésta debía
guiarse por los principios de la Rerum Novarum, que buscaba afrontar la llamada
"cuestión social" (los efectos sociales y morales del liberalismo económico) a tra-
vés de la reforma de la sociedad empleando las instituciones del tan denostado
Estado libera!.11
Tanto en la lucha contrasecularizadora como en la acción social, se fue reser-
vando a las mujeres un papel importante, derivado de esas concepciones de
género y religiosas en torno al ideal femenino decimonónico. En cuanto a la
lucha contrasecularizadora, en un primer momento, la función que se atribuyó
a las mujeres como defensoras de una religión supuestamente amenazada por
la secularización estaba relacionada con su posición social como damas de la
buena sociedad. Y consistía en influir en su marido y familia, en las personas a su
servicio y en todos aquellos con los que mantenían relaciones comerciales. Este
papel se sustentaba sobre el ideal de domesticidad imperante y sobre su mayor
cercanía a la religión: las mujeres de las clases acomodadas, dentro de su esfera
de acción (en el hogar o en ámbitos vinculados a su rol doméstico) y sin salirse
de su papel como consumidoras, sostenedoras de redes de relación personales y
promotoras de obras benéficas, podían aportar mucho a la defensa de lo que, en
definitiva, era considerado un elemento consustancial a la identidad femenina, la
religión. Así pues, se trataba de una intervención de rasgos políticos, pero sobre
la base de definiciones de mujer decimonónicas: las mujeres intervenían en tanto
que madres, consumidoras, más cercanas a la religión, etc.'2
Si bien estas fueron las primeras modalidades de participación de las mujeres
en la lucha contrasecularizadora, el abanico se fue ampliando paulatinamente

11 Inmaculada Blasco, "Mujeres y "cuestión social" en el catolicismo social español: los significados de
la obrera" (en prensa, Arenal. Revista de Historia de las mujeres).

12 Inmaculada Blasco, "'Sí, los hombres se van '; discursos de género y construcción de identidades po-
líticas en el movimiento católico" en Nicolás, Encarna y González, Carmen (Eds.), Ayeres en discusión.
Temas clave de Historia Contemporánea hoy. Servicio Publicaciones Universidad de Murcia, Murcia,
2008.

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al calor de la lucha entre clericalismo y anticlericalismo. En ese proceso de im-
plicación, se fue expandiendo la gama de actuaciones ahora ya en el espacio
público, hasta llegar a la participación en política formal a finales de la segunda
década del siglo xx. De esta forma, fundaron asociaciones de Damas de la Buena
Prensa (lo cual simbolizaba el paso de actividades piadosas a propagandísticas),
actuaron contra la ley de asociaciones de 1906, intervinieron activamente en la
campaña contra la escuela laica a comienzos de 1910, y, tres años después, en
las protestas ante el proyecto de suprimir la enseñanza obligatoria del catecismo
a los hijos de padres no católicos).13 Más aún, en las manifestaciones contra la
ley de asociaciones, la prensa confesional las presentó como aquel asociacionis-
mo que había sabido aglutinar los esfuerzos de diferentes entidades católicas.
La actuación pública y militante que estas acciones significaban seguía siendo
justificada por su especial vínculo con una religión que sentían atacada, y porque
la política de los gobiernos liberal-secularizadores afrontaba cuestiones que ata-
ñían particularmente a las mujeres (la enseñanza laica a la educación de los hijos;
la ley de asociaciones a la Iglesia).14
El primer eje de identidad en torno al cual giró la movilización de las activistas
católicas, sobre todo la relacionada con la lucha contrasecularizadora, fue el ca-
tolicismo. Ser católico constituía la más relevante marca de
Ser católico constituía la identidad política, de la que había que hacer gala y demostra-
ción pública en todo momento. Pero, no sólo eran católicos,
más relevante marca de sino también mujeres que, sin haber sucumbido todavía al
identidad política laicismo, podían constituir la fuerza moral capaz de ser la
vanguardia de la recristianización y luchar contra la ignoran-
cia, la irreligión y el indiferentismo, causantes últimos, según la perspectiva de
los pensadores católicos, de la miseria moral y material del pueblo. La necesidad
de afrontar la secularización de manera combativa activó la feminización de la
religión, esa atribución a las mujeres de mayor religiosidad fraguada a lo largo
del siglo XIX, para movilizarlas públicamente, en primera instancia, por la vía de
la caridad yel reformismo social, y la lucha contrasecularizadora.
Por lo que respecta a la participación de las mujeres en la acción social, ésta se
concretaba en la creación de sindicatos femeninos, escuelas de formación social
y otro tipo de iniciativas que suponían una intervención mejor organizada y con
unos objetivos precisos de reformar una sociedad enferma. El modelo femenino
al que se recurría para animar a las católicas a participar en la acción social ya no
podía ser el decimonónico de la mujer en el hogar, ni el de la dama de la buena
sociedad volcada en las obras de caridad. El prototipo femenino que protagonizó
la acción social católica fue la "mujer social", una activa militante católica, con

13 Pilar Salomón, "¿Espejos invertidos? Mujeres clericales, mujeres anticlericales".

14 Inmaculada Blasco, "Más poderoso que el amor": género, familia, piedad y política en el movimiento
católico español", Pasado y Memoria 7 (2008), pp. 79-100.

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una preparación (tanto en cuestiones religiosas como sociales) más sólida y una
actuación más consciente. La mujer social se apoyaba en una determinada iden-
tidad de género, según la cual, se reconocían las diferencias prevalecientes entre
hombres y mujeres. Por ejemplo, eran asumidas, y reproducidas, la superioridad
moral femenina, las supuestas especiales cualidades de las mujeres para tareas
relacionadas con el cuidado de los otros (derivado de su capacidad procreadora
y de su destino materna!), y la también la supuesta mayor religiosidad de las mu-
jeres que formaban parte del esquema de géneros en la España decimonónica.
Pero se añadía un nuevo ingrediente: el de proyectar las cualidades asignadas a
las mujeres a la esfera pública, o mejor dicho, al espacio social, con la intención
de regenerarlo (y de frenar la secularización). La novedad residía, por lo tanto,
en la proyección al espacio público de todas aquellas cualidades femeninas y
católicas, desarrolladas hasta ahora en el ámbito privado, en la medida en que
se entendía que resultaría indudablemente beneficiosa, incluso imprescindible
para el buen funcionamiento social. Las cualidades psicológicas atribuidas a las
mujeres por la ideología de la domesticidad y el pensamiento católico, como la
ternura, la dulzura, el amor, la comprensión, la virtud moral, etc. las hacían más
adecuadas para ocuparse de campos de actuación pública como el de la bene-
ficencia, la educación católica y la moralización. En consecuencia, este discurso
de la implicación social (responsabilidad y utilidad femenina) suponía una ligera
modificación del anterior modelo de las esferas separadas, aunque partiera y se
apoyara en algunos de sus rasgos.
La religión yel género no fueron las únicas categorías de identidad sobre las que
se construyó esa identidad política católica. El nacionalismo español constituyó
el tercer elemento de identidad sobre el que se activó la movilización pública de
las católicas, el nacionalismo, entendido como pertenencia a la nación española
y servicio a la misma. Por una parte, no sólo la sociedad estaba en peligro, sino
también una patria entendida como nación católica. Por otro lado, para un pen-
samiento como el católico, el requisito para ser ciudadano no radicaba en una
noción de individuo autónomo y racional, sino en ser miembro de esa nación y
demostrar patriotismo. Al basar su concepción de ciudadanía en la pertenencia y
servicio a la nación española y católica, las católicas se presentaron como miem-
bros de la misma y exhibieron constantes muestras de patriotismo.
En ese proceso de fabricación de una identidad política en tanto que católicas se
fue configurando, a su vez, lo que en la época se denominó "feminismo católico"
o "feminismo sensato", un pensamiento que, aunque escasamente articulado,
sirvió como guía de acción para las militantes católicas. De manera genérica,
bajo "feminismo católico" quedaban englobadas todas las obras, asociaciones
e iniciativas femeninas impulsadas dentro del movimiento católico, o incluso,
de manera más general, dentro del marco de la Iglesia. Con él se buscaba pre-
sentar una alternativa, respetuosa con el catolicismo, al feminismo que estaba
adquiriendo relevancia pública en Europa, fraguado en el seno de aquellos pen-

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I PÓRTICO
samientos que la Iglesia consideraba sus más acérrimos enemigos, el liberalismo
y el socialismo. Esta línea de pensamiento se fue gestando a lo largo del primer
tercio del siglo xx. Un feminismo aceptable, de Alarcón y Meléndez, publicado
en 1908, los artículos de María de Echarri difundidos en la prensa católica duran-
te la segunda década del siglo, y el libro de Graciano Martínez, de 1920, además
de otros escritos y conferencias impartidas por activistas católicas simbolizan la
intervención de las mismas en el debate público en torno al feminismo y a los
derechos de las mujeres.
En estas publicaciones se puede rastrear la progresiva integración de un análisis
de la situación de las mujeres en la sociedad en clave de discriminación y, por
tanto, de reivindicación de ciertos derechos que les eran negados. En definitiva,
fueron gestando una versión de feminismo que intentaba compaginar la recla-
mación de algunos derechos sociales, civiles y políticos para las mujeres con el
ideario católico (o, más precisamente, con el católico-social). Ya a finales de la
segunda década del siglo XX, activas militantes católicas, como María de Echarri,
Juana Salas, María Bris y Carmen Cuesta, entre otras, exigieron la reforma de
algunos aspectos de la legislación civil discriminatoria vigente, solicitaron que
las mujeres casadas pudieran disponer de su salario, pidieron derechos laborales
para las madres, defendieron la educación y el trabajo extradoméstico de las
mujeres, y finalmente, reclamaron el ejercicio de la ciudadanía política femenina.
Por otra parte, la participación en el movimiento católico de un grupo de mu-
jeres que se convirtieron en propagandistas y periodistas, las llevó a formar
parte de las primeras españolas en ocupar cargos públicos. Quizás la figura más
destacada fue María de Echarri, una de las más conocidas representantes del
catolicismo social e impulsora de los sindicatos católicos femeninos de Madrid,
además de socia de la Acción Católica de la Mujer. Maestra de formación, inició
su activismo a comienzos del siglo XX a través de la prensa y del sindicalismo ca-
tólicos (publicaba con regularidad su "Crónica del Movimiento Católico Feme-
nino" en la Revista Católica de Cuestiones Sociales, y fue directora de La Mujer
y el trabajo, órgano del Sindicato de la Inmaculada de Madrid en 1909). Desde
estas plataformas impulsó una carrera pública que comenzó en 1918 con un
cargo como inspectora de trabajo en el Instituto de Reformas Sociales, y con-
tinuó con una vocalía en el Consejo Superior de Emigración. En 1924, gracias
al Estatuto Municipal de Primo de Rivera, fue nombrada concejal del Ayunta-
miento de Madrid; yen 1927 fue designada miembro de la Asamblea Nacional.

CONCLUSIONES
Este artículo ha mostrado algunas de las posibilidades analíticas que para la his-
toriografía española encierra la relación entre mujeres y catolicismo. Si procu-
ramos superar las tradicionales interpretaciones en torno a la misma según las
cuales el catolicismo habría supuesto para las mujeres bien el mantenimiento

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de su dependencia y subordinación, bien una fuente de liberación (aunque sólo


fuera personal), encontramos una fructífera veta de comprensión de la historia
de España contemporánea. Un ejemplo de ello lo constituye la feminización de la
religión, es decir, la consideración de la religión como un atributo de feminidad
a lo largo del siglo XIX, que marcó profundamente la historia posterior del país.
Una de las implicaciones de mayor calado de esta atribución de mayor religio-
sidad Uunto a unas supuestamente innatas e idóneas aptitudes para cuidar de
una sociedad a la que se percibía necesitada de intervención urgente y la defensa
de e identificación con una nación española que sólo podía ser católica} fue la
fabricación de una identidad política sobre la que se sustentó una nada desde-
ñable movilización femenina católica. La pugna mantenida por la Iglesia contra
el anticlericalismo y las políticas laicizadoras de los gobiernos liberales alentaron
la implicación pública de un grupo que se iba a convertir en un preciado sujeto
político en la era de la política de masas, independientemente de la evaluación
del mismo que hagamos desde el presente.

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