Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Tribunal Constitucional
Tribunal Constitucional
INTRODUCCIÓN
Rawls nos recuerda cómo el problema político actual es buscar estructuras legales
homogéneas que se hagan cargo del hecho de la diversidad, sin que las mayorías aplasten a
las minorías. Las Constituciones, en general resuelven este conflicto, pero por su naturaleza
son abstractas. Es entonces el Tribunal Constitucional el llamado -siguiendo la fórmula
comúnmente referida al Tribunal Constitucional alemán- a “someter la política al derecho”.
Es en la labor del intérprete constitucional que se establece la forma concreta en que la
misma ha de regir, acercando la práctica institucional al estatuto fundamental.
Si bien en su origen el sentido de esta institución era forzar al legislador a respetar las
Constitución, con el tiempo sus atribuciones han variado ampliándose incluso al control de
determinados actos administrativos, lo que no es más que la consecuencia de la ampliación
que en algunos países ha tenido la potestad reglamentaria.
Es en este camino de ampliación de las labores del Tribunal Constitucional que su accionar
ha dejado de referirse en exclusiva a la llamada “justicia constitucional“ 1. Así, por ejemplo,
las atribuciones relativas a pronunciarse sobre la inconstitucionalidad de un partido político
o las inhabilidades de determinadas personas para ser ministros de Estado, contenidas en los
números 10 y 13 del artículo 93 de la Constitución Política de la República no son propias
de la justicia constitucional, en su sentido inicial.
Por su parte, existen una serie de organismos que sin ser parte de la justicia constitucional, si
velan o controlan la supremacía de la misma como, por ejemplo, la Contraloría General de la
República. En otros términos, la labor de velar por la supremacía constitucional no se agota
en la justicia constitucional -la que en nuestra opinión implica la interpretación obligatoria
de un precepto constitucional por parte de un órgano competente, luego de un procedimiento
y frente a una presunta discrepancia entre una norma de rango inferior y la carta
fundamental, a dos interpretaciones posibles de ésta o ante un requerimiento previo
establecido por la propia Carta Fundamental-, sino que es más amplia.
1 Noción esta última de alcances imprecisos y que, en nuestra opinión, no involucra toda la gama de actividades
que se entregan al Tribunal Constitucional. Silva Bascuñán profundiza el punto, a objeto de determinar qué tipo
concreto de justicia constitucional existe en Chile.
como el carácter concentrado o difuso del mismo.
Finalmente a modo de introducción, hacemos notar la que llamaremos paradoja inicial del
Tribunal Constitucional: Nace en las democracias para protegerlas de las mayorías
expresadas a través de la ley. Criticar el Tribunal Constitucional por amparar posturas de una
minoría conduce a poner en duda el sentido de dicha institución. En efecto, la misma protege
las mínorías de acuerdos de las mayorías -como es una ley- sobre la base que existe un texto
previo y superior que vincula a todos. Por ello, el origen democrático del texto fundamental
es presupuesto ineludible de la existencia legítima de un Tribunal Constitucional.
Suele hablarse de Rousseau como uno de los padres del constitucionalismo. En efecto, el
pacto social que origina dicha institución superior se plasma, en definitiva, en el documento
que denominamos Constitución. Sin embargo, las ideas de Rousseau sobre la voluntad
general, expresada en las leyes, no dejaban campo para la existencia de una Constitución en
el sentido formal que la limitara. La voluntad general que se expresa tanto en la ley como en
la Constitución es, en sí misma, infalible y en consecuencia carece de sentido limitar al
legislador. Sí interesa que los jueces se sometan a las mayorías que se han expresado. Por
todo ello, no es nada de raro que este sistema teórico que fue decorado con textos
constitucionales haya hecho crisis en los comienzos del siglo veinte, en perjuicio de las
minorías. Surge así la importancia de la supremacía real de la Constitución y la necesidad de
crear mecanismos que la controlen. Las experiencia alemana a contar del año 1933 da cuenta
de una manera dramática de cómo el legislador “pasa a ser la mayor amenaza para la
libertad”, al decir de García de Enterría2.
El sistema francés tradicional era heredero de estas ideas, en el entendido que al ser el
parlamento el titular de la soberanía no era factible someter sus decisiones a un control
posterior. A partir de 1958 se incorpora al sistema francés la institución del Consejo
Constitucional cuya labor corresponde a un control preventivo de constitucionalidad de
ciertas leyes, en donde existe además una acción limitada.
Suele hablarse del modelo de los Estados Unidos en contraposición al modelo austriaco de
control de la constitucionalidad. El primero -conocido como judicial review- radica en los
jueces comunes la labor de velar por la supremacía constitucional. Por el contrario, el
segundo de dichos modelos, asociado necesariamente a Kelsen, da cuenta de órganos
especializados y distintos de la judicatura ordinaria a los que les confía esta labor de
legislador negativo.
Se habla de un “control judicial difuso e incidental”, como anota Pereira Meneaut, heredero
del sistema inglés pero reforzado por la existencia de una constitución escrita. Los jueces
inferiores declararán, con validez relativa, la inconstitucionalidad de una norma legal, siendo
el precedente del Tribunal Supremo el que unificará los criterios de manera más o menos
vinculante. No existe un control previo de constitucionalidad, sino uno represivo y por ello
se habla de un sistema “incidental”.
Es a propósito del Tribunal Constitucional que, con razón, muchos autores se refieren a la
materia relativa a la forma de interpretarse la Constitución Política de la República.
Sin querer profundizar sobre este punto, dado que el mismo ya ha sido analizado, en la
medida que el Tribunal Constitucional gane en legitimidad luego de la reforma de 2005
debiese incorporarse en mayor medida al conocimiento colectivo las tendencias originalistas
o de otra especie de los diferentes ministros.
En efecto, hasta la fecha se aprecian en los fallos del Tribunal Constitucional tendencias de
interpretación de las normas constitucionales principalmente originalistas, textualistas,
finalistas y sistemáticas. No obstante ello, en el futuro y sobre la base de una mayor
legitimación del Tribunal Constitucional, se incorporarán tendencias evolutivas, como ha
sido la vía recorrida por otros países.
Este tribunal, que alcanzó a emitir 17 pronunciamientos, fue tácitamente disuelto el año
1973. Dentro de las resoluciones relevantes de la última etapa de este tribunal vale la pena
destacar los siguientes: i) el que aceptó la validez de que el Presidente de la República
nombrara en otra cartera a un ministro suspendido en razón de haber sido acusado
constitucionalmente por parte de la Cámara de Diputados, y; ii) aquel en que declaró su
incompetencia para pronunciarse sobre el conflicto entre el Congreso y el Presidente de la
República, generado a consecuencia que del proceso de reforma constitucional.
De alguna forma, los criterios de este primer tribunal constitucional se vieron reflejados en
la Constitución Política de la República de 1980.
En el sistema chileno, a contar del año 1980, son varios los órganos constitucionales que
tienen el deber de velar por la supremacía constitucional. Con razón se habla de un control
difuso de la supremacía constitucional, sistema que no se ha perdido con motivo de la
reforma del 2005. En efecto, si bien esta última traspasó la facultad de declarar la
inaplicabilidad de las leyes de la Corte Suprema al Tribunal Constitucional, siguen siendo
válidas las disposiciones generales de los artículos 6 y 7 de la Constitución Política de la
República. Aún más, luego de la reforma de 2005 se refuerza este carácter, pues se señala en
el inciso primero del artículo 6 que los órganos del Estado deben “garantizar el orden
institucional de la República”. Si bien en su origen esta modificación tiende a ser la
contrapartida de la privación del rol de garantes de la institucionalidad en carácter exclusivo
de las Fuerzas Armadas, su contenido es amplio y apunta en el sentido indicado.
Dentro de las críticas que suelen hacerse al sistema difuso del control de la supremacía
constitucional se encuentra aquellas que señalan que el mismo tiende a restar fuerza a las
interpretaciones de la Carta Fundamental, exponiendo el sistema a contradicciones e incluso
a “multiplicar, virtualmente, los textos constitucionales”3.
El sistema de control constitucional de 1980 fue criticado tanto en su fase orgánica como en
cuanto a sus atribuciones. Sin lugar a dudas, para los críticos de la institucionalidad de la
Constitución de 1980, la labor de un tribunal destinado a resguardarla no puede ser de fácil
aceptación. Más allá de dicha crítica inicial, resultaba del todo conveniente un reflexión
desapasionada sobre el tipo de tribunal que cumpliría, sobre la base de un amplio consenso
social, las importantes labores a las que se encuentra llamado.
En cuanto a sus atribuciones, las mismas no se encontraban exentas de críticas. Una de las
principales era la carencia de la facultad de declarar la inaplicabilidad de una ley con efectos
absolutos. Otra de las críticas era la falta de control de dicho órgano sobre las normas que no
eran enviadas a su revisión preventiva, por ejemplo, por tener naturaleza de orgánicas
constitucionales. Finalmente, se criticaba la acción restringida que existía a su respecto, la
que quedaba radicada en ciertas autoridades.
3 PEÑA G., CARLOS, Sobre la Relevancia de la Justicia Constitucional, La Jurisdicción Constitucional Chilena
ante la Reforma. Cuadernos de Análisis Jurídicos. N. 41, Universidad Diego Portales. Santiago de Chile, 1999.
Generación de los miembros del Tribunal Constitucional.
Los miembos durarán 9 años en sus cargos y se renovarán por parcialidades cada tres años.
Son inamovibles en sus cargos. Debe tenerse presente que a su respecto ni siquiera procede
la acusación constitucional regulada en los artículos 52 y 53 de la Constitución Política de la
República.
Los ministros del Tribunal Constitucional no podrán ser reelegidos, salvo el que fue electo
como reemplazante, lo cual ocurre en aquellos casos en que se debe reemplazar un ministro
por cesar en sus funciones, pues en dichos eventos el mismo dura sólo lo que le restaba al
ministro que cesó. En tales casos, el reemplazante es elegido por quien corresponda,
considerando quién había nombrado al ministro que cesó.
Por su parte, los ministros del Tribunal Constitucional no podrán ejercer la profesión de
abogados ni formar parte de la judicatura, no pudiendo contratar con el Estado, ser director
de una sociedad anónima ni desarrollar gestiones de carácter administrativo.
- Si cesa en su cargo alguno de los ministros que no haya sido nombrado por la
Corte Suprema, será designado por el tiempo restante quien corresponda, por el
Presidente de la República o por el Congreso Nacional, según sea el caso;
- Los ministros serán designados de conformidad a esta norma transitoria antes del
11 de diciembre de 2005 y entrarán a ejercer sus funciones el día 1 de enero de
2006.
El inciso penúltimo del artículo 92 actualmente vigente señala que el Tribunal Constitucional
funcionará en pleno -con un quórum para funcionar de al menos 8 miembros- o dividido en
dos salas de cinco miembros, con un quórum para funcionar de al menos 4 miembros.
vii) Resolver los reclamos cuando el Presidente de la República no promulge una ley
debiendo hacerlo o promulge una diversa a la aprobada;
Contra los fallos del Tribunal Constitucional no procederá recurso alguno. Dicho Tribunal
sólo tiene competencia para rectificar errores de hecho a dicho respecto. Ahora bien, nada
impide que el Tribunal Constitucional varíe un criterio expresado previamente en un fallo, lo
que se ve reforzado con el criterio relativo al control concreto de la constitucionalidad de las
normas en sede de inaplicabilidad.
La ley orgánica constitucinal del Tribunal Constitucional es la ley 17.997 de 1981 la que fue
recientemente reformada mediante la ley 20.381 de 28 de octubre de 2009 a objeto de
reflejar los cambios de la regulación constitucional del Tribunal Constitucional.
Hacemos presente en este punto que la reforma de 2005, junto con modificar el
orden en que se comprendían los tipos de leyes que debían pasar por este control
preventivo, incorporó los tratados internacionales en tanto contengan normas de
dicho rango. Se trata de establecer en el texto constitucional una noción
jurisprudencial y doctrinaria preexistente que, en todo caso, es absolutamente
necesaria. Por lo demás, esta norma es coherente con la del actual número 1 del
artículo 54, en cuanto este último expresa que los tratados internacionales, en su
aprobación por parte del Congreso Nacional, deben respetar los quórums que
correspondan según la materia sobre los que recaen.
Otro tema a tener presente es que, dentro de una misma ley, pueden existir
preceptos que deban pasar por este control de constitucionalidad y otros que no,
en cuanto a las materias que tratan unos y otros. En el fallo dictado por el
Tribunal Constitucional en relación a la ley general de educación se estableció la
doctrina de que es la Constitución Política de la República la que determina las
materias propias de ley orgánica constitucional y no el propio legislador, de
manera que lo señalado por éste no vincula necesariamente al Tribunal
Constitucional al momento de realizar su control (rol 1363, sentencia de 28 de
julio de 2009).
Hacemos presente que los críticos del sistema de leyes orgánica constitucionales
plantean la posibilidad de que el Tribunal Constitucional, por la vía de realizar el
control de constitucional de la leyes orgánicas, pueda disminuir al máximo el
alcance de las mismas dando lugar a una denominada “derogación técnica” de la
normativa. Lo anterior, por la vía de considerar restrictivamente el alcance de la
materia que debe quedar regulada por dicho tipo de normas. El rol 160, del año
1999, sigue esta línea de interpretación restrictiva del alcance de las leyes
orgánicas constitucinales.
Esta atribución fue incorporada en la reforma de 2005 al artículo 93. Se trata, sin
duda, de un importante avance desde que los auto acordados han entrado a
regular de manera detallada y a veces excesivamente restrictiva materias
constitucionales como, por ejemplo, la acción de protección.
Silva Bascuñan sostiene que esta atribución del Tribunal Constitucional sólo
puede ejercerse desde el momento en que se da cuenta ante la cámara de origen
de determinado proyecto, pues sólo en ese momento se ha iniciado la tramitación.
Por el contrario, la misma no existe entre la presentación del mensaje o moción y
el momento en que se da cuenta del mismo y, por ello, en esa etapa previa no
puede intervenir el Tribunal Constitucional, siendo resorte del promotor del texto
el retirarlo si estima que el mismo encierra una inconstitucionalidad.
El ejercicio de esta atribución por parte del Tribunal Constitucional puede ser a
solicitud del Presidente de la República, de cualquiera de las Cámaras del
Congreso Nacional o de al menos una cuarta parte de sus miembros en ejercicio.
Dicho requerimiento debe ser formulado antes de la promulgación de la ley o de
la remisión al Presidente de la República de la nota que le informa la aprobación
del tratado internacional y, en todo caso, no después de 5 días de ocurrido
cualquiera de estos eventos. La idea es no mantener la incertidumbre en relación
al proyecto, acotando los plazos para que el mismo se convierta en ley o tratado
internacional.
Por otro lado, esta atribución puede ser ejercida tanto en relación a aspectos de fondos,
es decir, cuando la norma del decreto con fuerza de ley no es conciliable con la
Constitución Política de la República, o por problemas de alcance más o menos formal,
relativos, por ejemplo, al cumplimiento del mandato delegado dentro de los plazos
determinados por el Congreso Nacional materia, por lo demás, en relación a la cual el
Tribunal Constitucional ya se pronunció antes de 1973. Este criterio fue reiterado en el
rol 231 de 1996, el cual señala que el alcance de la “cuestión” de constitucionalidad
relativa a un decreto con fuerza de ley no es el mismo que el relativo a las leyes, entre
otras razones, por la oportunidad en que proceden ambos requerimientos.
Así, algunos casos típicos de estos cuestionamientos pueden ser, por ejemplo, que se
exceda el mandato, que se ejerza fuera de plazo o que se haga sobre una materia en
relación a la cual no procede delegación de facultades legislativas de conformidad a lo
dispuesto en el artículo 64 de la Constitución Política de la República.
Esta materia puede ser promovida por cualquiera de las partes o por el Tribunal que
conoce del asunto, de lo que se desprende que no es posible solicitar una declaración en
abstracto sino que debe tratarse de una norma que concretamente puede resultar
aplicable.
Si bien se trata de una materia novedosa, la evidente similitud que en ciertos aspectos
presenta con las normas sobre el recurso de inaplicabilidad del que conocía la Corte
Suprema hacen relevante analizar la jurisprudencia que a su respecto se sentó por este
último tribunal. En razón de ello, reiteramos lo señalado en su momento a este respecto.
Derechamente, nos encontramos ante una nueva atribución del Tribunal Constitucional,
incorporada el 2005. Al respecto, un primer comentario: Nos parece razonable que,
declarada la inaplicabilidad concreta de un precepto por considerar que el mismo,
atendido los hechos o demás normas, puede devenir en una inconstitucionalidad
aplicativa a determinado caso, se revise derechamente la inconstitucionalidad abstracta
del precepto. Ahora bien, nos parece que también debiese existir la atribución de declarar
inconstitucional un precepto legal sin necesidad de un recurso previo de inaplicabilidad
pues, de algua manera, esta atribución trata de la esencia de la función del Tribunal
Constitucional en cuanto protege a las minorías de las mayorías parlamentarias
ocasionales.
Esta facultad, luego de declarada la inaplicabilidad, puede ser ejercida de oficio por el
Tribunal Constitucional o requerida por cualquier persona, pues existe acción pública al
respecto atendido el interés general en que las leyes respeten la Constitución Política de
la República. En todo caso, se remite de manera amplia la regulación de la acción
pública al respecto y el procedimiento que deberá seguirse para actuar de oficio, a la ley
orgánica constitucional.
Esta atribución puede ser ejercida por cualquiera de las cámaras del Congreso Nacional o
por una cuarta parte de sus miembros en ejercicio. La misma tiende a resguardar el
trabajo legislativo y se debe ejercer dentro de los 30 días siguientes a la fecha de
publicación del texto diferente al aprobado o dentro de los 60 dias siguientes a que se
debió promulgar el texto aprobado.
Sobre este punto se debe tener presente que la doctrina estima que si la resolución
representada ha sido dictada por un organismo de la administración del Estado diferente
al Presidente de la República, es el mismo el único llamado a solicitar el
pronunciamiento del Tribunal Constitucional. Atendido el tenor literal de la norma del
número 9 del actual artículo 93 de la Constitución Política de la República, esta
interpretación es cuestionable, a menos en aquellos casos en que la resolución es dictada
“por orden del Presidente de la República”.
Esta atribución se ejerce sólo a requerimiento del Senado, apreciando los hechos en
conciencia.
La acción a este respecto deberá ser iniciada por cualquiera de las autoridades o
tribunales en conflicto. Nos parece que, al menos en hipótesis de contiendas negativas de
competencia, debiese existir la posibilidad de que los particulares afectados pudieren
accionar en estas materias, de manera de obtener alguna forma de pronunciamiento de
parte del Estado.
Existe acción pública a efectos que el Tribunal Constitucional ejerza estas facultades,
existiendo un control previo de admisibilidad de la acción por parte de una sala contra
cuya resolución no procede recurso alguno. Dicho tribunal apreciará los hechos en
conciencia.
14. Pronunciarse sobre las inhabilidades, incompatibilidades y causales de
cesación en el cargo de los parlamentarios.
En su momento, se consideró inapropiado que estas causales fueran declaradas por los
propios parlamentarios. Se trata de causales jurídicas que, por lo mismo, deben
sustraerse del Congreso Nacional. El Tribunal Constitucional ha ejercido esta facultad en
algunas oportunidades declarando, por ejemplo, que carece de competencia para resolver
una suerte de recusación contra un parlamentario, cuando se intente que el mismo se
sustraiga de votar una materia. Así ocurrió en el rol 165 de 1993, en donde se intentaba
inhabilitar a los senadores designados por la Corte Suprema de votar una acusación
constitucional contra ministros de dicho tribunal.
La acción a este respecto corresponde a cualquiera de las Cámaras, dentro de los 30 días
siguientes a la publicación o notificación del acto impugnado. En caso que no se
impugne que el Presidente de la República excede la potestad reglamentaria autónoma,
la acción corresponde tambien a una cuarta parte de los miembros de cualquiera de las
cámaras. Básicamente, lo que se quiere evitar es que el Congreso entorpezca el ejercicio
de la potestad reglamentaria del Presidente de la República, claramente reforzada en el
texto constitucional vigente.
Las sentencias dictadas a este respecto se publicarán en el Diario Oficial dentro de los 3
días siguientes a su dictación.