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novela íntegramente o por partes y su utilización con fines comerciales.
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A vosotros, lectores, por vuestro
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CAPÍTULO 1
—Bueno, como hacemos todos los meses, os queremos pedir que rellenéis este
cuestionario —dijo levantando una de las hojas de papel y agitándola en alto—, ya que
es vuestra obligación como integrantes de las BDM, juventudes hitlerianas femeninas.
Para mañana los quiero todos. Sabéis que nos toca tarde al aire libre, pero los recogeré
igual, ¿de acuerdo? Ya sabéis cómo funciona: tenéis que escribir si vuestros padres o
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profesores os suponen un obstáculo para vuestro cumplimiento como miembros que
sois de ésta organización. Señorita Rosenbauer, reparta los cuestionarios.
Amara Rosenbauer era una chica con un físico normal que no llamaba mucho la
atención entre los demás, salvo por un pequeño detalle: su mirada. Fría como el acero,
reflejaba a la perfección su carácter, que se parecía más a una roca que a la
personalidad de un ser humano. Ella vivía por y para las BDM. Eran todo su mundo, y
eso la convertía en una persona fría y calculadora, aplicada y centrada sólo en ser la
mejor de las juventudes hitlerianas femeninas de su zona. Algunos la admiraban, pero
otros preferían estar muy lejos de ella. Incluso las pocas personas que conseguían
sacarle, muy de vez en cuando, una sonrisa claramente forzada sabían que nunca
podrían ocupar un lugar importante en su corazón; ninguna, excepto Erika, que
conservaba el puesto de honor desde hacía años. Era su mejor amiga, pero sus
personalidades eran totalmente diferentes; como el invierno y el verano. Erika luchaba
por sus propios ideales y sólo se encontraba entre aquellas jóvenes por pura
obligación. Ella no quería estar allí. Ella no odiaba a la gente distinta. Ella no odiaba a
los judíos. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Por qué un hombre había decidido que debía ser
así? ¿Por qué alguien creyó que estaba bien? Erika no pensaba de la misma manera. Lo
único que le gustaba de aquel lugar que se le antojaba horrible cada vez que lo
pensaba, era practicar deporte con tanta regularidad. Lo cierto era que, por mucho
que le pesara, le encantaban aquellas horas con las BDM. Ella era muy activa y, aunque
muy dulce y amable, además de ser una de las chicas más guapas del grupo y tener un
cuerpo perfectamente modelado por el ejercicio, no tenía casi ninguna amiga allí. Erika
las veía como inútiles marionetas seguidoras de una ideología que algunas ni siquiera
entendían; marionetas controladas por sus padres, que movían sus hilos sólo para
sentirse orgullosos. Por ello, Erika prefería apartarse de ellas y juntarse sólo con Amara
que, aunque fuese la mayor seguidora de las BDM allí presente, era su mejor amiga
desde que tenía memoria y, en el fondo, Erika seguía conservando vigente en ella la
esperanza de que Amara podría cambiar y ver todo aquello como ella lo veía. Además,
era la única del grupo a la que no le importaba demasiado su forma de pensar, aunque
fuese extraño teniendo en cuenta la ideología que seguía, pero así era.
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diario, claro que no el único. Amara seguía repartiendo folios a todas las allí presentes,
que no eran pocas.
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—Erika, la próxima vez te llevarás una buena —le sermoneó Amara en tono de
reproche.
—Para estar así, tan desganada, podrías quitarte de las BDM, directamente, o
acabarás mal, te lo aseguro.
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—Mira que porque eres mi amiga, ¿eh? Que si llego a ser otra persona te
habrías arrepentido de haber dicho eso. —Amara sonrió amistosamente, aunque, en el
fondo, le molestaba bastante que Erika hablase así del uniforme; de su uniforme.
Cerró la puerta tras de sí, y, antes siquiera de que Amara se marchara a su casa,
pudo escuchar la voz ronca y grotesca del señor Engels. Sabía que Erika intentaría
explicarse o protestar, y así fue, pues comenzó a oír la melódica voz de su amiga justo
antes de que aconteciera el sonido de un manotazo y, más tarde, el de Erika cayendo
al frío suelo. Amara no intentó intervenir; nadie intervenía en estos casos, pues era
peor. Sólo a su madre se le permitía hacía tiempo, cuando aún estaba viva. Se giró y se
marchó a su casa, sin volver la vista atrás.
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del grifo cayendo en la vajilla. Cerró la puerta cautelosamente y dio media vuelta. Una
esvástica colgada en la pared coronaba el marco de la puerta. La miró fijamente y, casi
con emoción, levantó su mano derecha e hizo de nuevo el saludo a Hitler. Volvió a
darse la vuelta y anduvo hasta la cocina, donde una mujer algo baja de estatura y un
poco mayor lavaba con vigor los platos y vasos que descansaban sobre el fregadero.
Aunque todo lo que hacía lo hacía con un entusiasmo extraordinario, se podía adivinar
el cansancio en su mirada. No era fácil trabajar sola para una familia entera. El señor
Rosenbauer, su padre, se negaba a colaborar en nada que no estuviese relacionado
directamente con el partido Nazi y las BDM, y entre él y su madre, habían decidido no
agobiar más a Amara con tareas de la casa, pues, al parecer, tenía suficiente con el
instituto y las juventudes, aunque para ella todo era como coser y cantar.
—Hola, cielo. ¿Qué tal tu día de hoy? —sonrió girándose por un instante para
vislumbrar el rostro de su hija.
—Sabes que tu padre sigue buscando trabajo. No es culpa suya que aún no lo
hayan querido contratar. Además, es él el que consigue el dinero para mantenernos a
las dos. —“Aunque sea cobrando el paro”, pensó para ella misma. Se frotó un brazo
por el frio y miró al suelo reluciente que ella misma se había llevado toda la mañana
limpiando con esfuerzo. En el fondo sabía que su marido no movía un dedo desde
hacía meses. Cuando decía que iba a buscar trabajo, en realidad se iba al bar de la
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esquina a beber cerveza con sus amigos del partido, pero ella se resistía a admitirlo. De
todos modos, aunque lo creyera y lo sermoneara por ello, no podría hacer nada más,
pues seguiría haciendo lo que le viniese en gana.
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La mesa del comedor era de una madera muy oscura y brillante, y, sobre ella,
reposaba un mantel de flores que la propia señora Rosenbauer tejió tiempo atrás. El
ruido de las cucharas golpeando los platos de cerámica era el único sonido que
inundaba la sala. El ruido de dos cucharas. Amara y su madre tomaban la sopa en
silencio, mientras veían cómo el vapor del plato del cabeza de familia se difuminaba
poco a poco. Entonces apareció por la puerta del comedor desperezándose
sonoramente, haciendo a su hija y a su esposa levantar la vista.
— ¡Hija mía! —gritó—. ¿Ya te has quitado el uniforme? ¡Qué poco entusiasmo
el tuyo de hoy! Normalmente lo llevas hasta que te vas a dormir.
Se sentó junto a Amara, y cada palabra que decía llevaba a la nariz de la chica el
amargo olor del alcohol. El señor Rosenbauer era un hombre temperamental con todo
el mundo. Nunca se le podía llevar la contraria ni contestar; ni siquiera Amara, su
mayor orgullo, podía, pero nunca lo había intentado, pues no había tenido motivos
para hacerlo.
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—Bien, como siempre. Erika se ha vuelto a llevar una reprimenda por parte de
la monitora Krause.
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Eran las seis de la mañana, y Erika se levantó de nuevo antes de la hora para
intentar disimular la hinchazón que le provocó el golpe del día anterior. Se encontraba
frente al espejo del cuarto de baño con una mano apoyada en el lavabo y la otra
rebuscando entre los cajones. Escondido en algún lado había un poco de maquillaje.
Miró arriba un instante, y vio su propio pómulo morado y algo deformado por la
hinchazón y el moratón. No iba a conseguir hacerlo desaparecer del todo, pero por lo
menos se notaría algo menos. Por fin lo encontró. Estaba tan bien escondido que hasta
a ella misma le costó adivinar dónde estaba. Si su padre lo hubiera encontrado se
habría metido en un buen lío.
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Llevaba media hora postrada ante el espejo y decidió que le había entrado
hambre, así que bajó a desayunar algo. Ya apenas se le notaba el golpe. Abrió la
despensa, y luego la nevera, y se sirvió una tostada y un vaso de leche. Pensativa miró
hacia la mesa. Se terminó el desayuno y apoyó su cabeza en sus brazos, dejando que
pasase el tiempo. Cuando se quiso dar cuenta era hora de irse. Sabía que su padre no
lo haría, así que se preparó la comida con rapidez, la metió en la mochila y abrió la
puerta principal. Se giró un segundo con la intención de decir “adiós”, pero sabía que
sería inútil esperar una respuesta, así que, con resignación, se marchó.
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—Mentir está muy feo, ¿sabes? Ambas sabemos por qué la tienes hinchada.
Erika abrió mucho los ojos, sorprendida. Era consciente de que Amara sabía que
su padre le pegaba, pero no que supiera que se maquillaba para disimularlo. Había
cogido tal práctica que no parecía que estuviese maquillada de verdad.
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En la puerta del local se agrupaban las chicas en fila por orden alfabético,
mientras la señora Bär pasaba lista con su suave y anciana voz.
—Engels.
—Faber.
Erika evitó mirar hacia atrás con desprecio para insultarla, pero, en el fondo, lo
estaba deseando.
Amara estaba más atrás, casi al final. Justo delante de ella estaban Sarah y
Alicia Rothstein. Eran hermanas gemelas y ambas seguían a Minna como a una abeja
reina. Eran casi tan prepotentes y arrogantes como su amiga, pero al ser menos guapas
y no tener un padre en la Gestapo, eran menos populares.
—Schäfer.
Nadie contestó. En vez de eso, una chica bajita con una corona de trenzas se
acercó a la señora Bär y le dijo algo en voz baja.
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Cuando la señora Bär terminó de pasar lista, y la monitora Krause recogió el
último cuestionario, hicieron el saludo a Hitler y marcharon en fila hacia el campo más
cercano.
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Erika se llevó las manos a las trenzas y se rehízo una que se había deshecho por
tumbarse en el suelo. Odiaba aquellos peinados, pero eran obligatorios, así que tenía
que aguantarse. Terminó justo cuando la última chica de la fila entregó su comida.
— ¡Muy bien! —dijo en alta voz la señora Bär—. ¡Las que lleven el uniforme
deportivo debajo, que se quiten la ropa normal, y, las que no, que se cambien ya! ¡Hoy
tocan carreras de relevos!
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que su amigas las miraba, deseosa de comenzar el juego. Llevaba casi una semana sin
hacer ejercicio de verdad, y eso la mataba. Ya comenzaba a sentir las ganas de correr
paseando a sus anchas por todo su ser cuando la señora Krause se alejó para decir que
ya estaban preparadas las pistas. Eran recorridos con unos cien metros por vuelta, más
o menos. Y era seguro que habría más de una.
—A las que les asigne el número uno irán con Rothstein, y a las que les asigne el
número dos, con Engels.
—Rosenbauer, uno.
Se quedaron más asombradas aún. Siempre les tocaba juntas, fuese lo que
fuese, pues las monitoras sabían que, si no, Erika no trabajaba correctamente.
También sabían, sin embargo, que tras una semana sin hacer deporte no podría
resistirse a una carrera de relevos.
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tensaban los músculos uno por uno. Algunas se recogieron las dos trenzas en una sola
para más comodidad.
Amara estaba muy preocupada por su amiga. Era la primera vez que no estaban
juntas, y eso la asustaba. En primer lugar, porque no sabía cómo iba a reaccionar, y, en
segundo, porque al ser un evento deportivo sabía que no tendría oportunidad alguna
de ganar contra Erika, y eso era lo que más le fastidiaba. Un repentino brote de orgullo
surgió en ella y decidió que no podía perder. Con decisión le cambió el sitio a Sarah,
dejándola en segundo lugar en la fila y obligándola a enfrentarse a Minna, mientras
ella se enfrentaba a su mejor amiga.
En los puestos de salida, muy cerca de oír el silbato sonar, Erika se preguntaba
por qué Amara había decidido cambiar su posición.
La primera valla negra la pasaron las dos a la vez y sin problemas. Rodaron con
el testigo en las manos; era la forma más rápida de pasarlas. Siguieron un tramo de
carrera igualadas y se acercaron a la primera valla blanca. Erika cada vez tenía que
acelerar más, y sudaba muchísimo. Estaba muy sorprendida de que Amara pudiese
correr tanto y nunca lo hubiese hecho. Llegaron al obstáculo. Amara, decidida, lo pasó
sin problema alguno. Con un salto desmesurado pasó la valla blanca con el testigo aún
sujeto. Erika, preocupada por el extraño comportamiento de su amiga, tropezó si
querer con el obstáculo y lo tiró al suelo. Retrocedió lo más rápido que pudo, lo colocó
bien y lo volvió a saltar, pero sabía que ya había perdido la carrera.
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Se acercó dubitativa con su comida entre las manos, y permaneció de pie unos
instantes frente a Erika. Esta le sonrió, y ni un atisbo de rabia o rencor nubló su mirada,
por lo que Amara no hizo ademán alguno de disculparse y se sentó. Su orgullo era
inmenso, y no le gustaba nada pedir perdón, por lo que no solía hacerlo; con su sonrisa
se dio por perdonada. Amara se retó a no sacar el tema de conversación de la carrera y
regodearse en su victoria, pero Erika se encargó de darle cuerda para hablar de ello.
—Gracias. Yo tampoco me veía capaz, pero ya ves. Supongo que tras una
semana sin hacer ejercicio, plantearte una carrera de relevos motiva, ¿no? Pero tú
también has estado muy bien. —Aunque fuesen estas las palabras que salían de su
boca, en el fondo no pensaba así. Estaba muy contenta de haberle ganado y tenía
infinitas ganas de regodearse en ello. En el fondo no pensaba que Erika hubiese estado
bien; lo único que cabía en su mente era que ella había estado mejor.
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******
Erika aquella tarde andaba sola ya que Amara se había entretenido con la
señora Bär hablando de algún asunto de las juventudes. Se había vuelto a colocar
encima el uniforme habitual. Aún seguía sorprendida por el asunto de la carrera, y
aunque le había molestado no ganarla, no sentía disgusto alguno. Sólo admiración y
sorpresa. Notaba el sonido de sus zapatos golpeando a la dura piedra del suelo. Como
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una sombra, se deslizó grácilmente y dobló la esquina de la calle, llegando, una vez
más, a la puerta de su casa. Inconscientemente, se llevó la mano al pómulo que había
sido golpeado. Le seguía doliendo, aunque ya casi no lo tenía hinchado. Abrió la puerta
sin mucha delicadeza y cerró de un portazo. No había nadie, así que no importaba. Su
padre estaba en una reunión del partido, o algo parecido. Se adentró en la cocina y se
preparó algo para cenar con las sobras que su padre había dejado en la nevera. Un
poco de carne descansaba sobre un vacío plato de cerámica con un modesto
estampado de flores. Lo miró melancólica. Era la vajilla preferida de su madre, y
siempre la usaba en ocasiones especiales. Recordaba su sexto cumpleaños, en casa.
Aquel día estaban Erika y sus padres. La señora Engels había vestido a su hija con una
preciosa falda añil y una camisa blanca con flores azules. Sus zapatitos blancos
sonaban por toda la habitación cuando se acercó a la mesa de la mano de su padre.
Los tres dibujaban inmensas sonrisas en sus rostros. Una enorme tarta de chocolate
estaba sobre la mesa con seis pequeñas velas sobre ella. El señor Engels soltó a Erika
de la mano y encendió las velas, quemándose el dedo.
—Sí, cielo, no te preocupes. Estoy tan alegre hoy que apenas me duele —sonrió
con dulzura.
“Que esto no acabe nunca”, se dijo. “Que siempre estéis conmigo los dos”, y
sopló las velas. El humo ascendía mientras su madre cortaba la tarta y colocaba las
porciones en los platos pertenecientes a esa vajilla. Pero qué poco duran los deseos.
Apenas unos días después, ella visitó a escondidas de su marido la tienda de un amigo
judío para comprarle un regalo atrasado a Erika, ya que no tuvo tiempo antes. Unos
seguidores radicales del partido aparecieron enfundados en pasamontañas en la
tienda, sacaron sus pistolas y dispararon a cualquier alma que osase moverse. Las
noticias llegaron aquella misma tarde a los oídos de los familiares.
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Reconocer que fue culpa del partido que su mujer hubiera muerto habría sido decir
que él se equivocó al seguir la ideología, y él no se equivocaba. En vez de eso, decidió
culpar a los judíos y se convirtió en un hombre más radical aún respecto a su postura.
— ¡Todo ha sido por culpa de ese maldito amigo judío! —decía cada día,
envuelto en lágrimas —. ¡Él y todos los demás judíos tienen que desaparecer, sólo son
un problema más en el mundo!
Tras esto, el señor Engels no sólo se convirtió en una persona más radical, sino
que también comenzó a aislarse de la gente que le quería. Cada día se alejaba un paso
más de Erika, y cada paso que se alejaba, un paso más lejos estaba de volver a ser
quien era. Había dejado de ser un buen padre, y, en general, había dejado de ser una
buena persona. Se volvió arisco con el paso de los años, y lo cautivó el alcohol.
Comenzó a sufrir constantes ataques de ira, y, la mayoría, contra Erika. En uno de ellos,
ebrio de alcohol, rompió todo lo que les quedaba relacionado con su mujer. Nunca
supo por qué, simplemente, lo hizo. Todo excepto la vajilla. La preferida de su madre,
que fue un regalo de su abuela antes de morir.
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—Erika, había pensado que podríamos dar una vuelta al salir de clase.
Erika lo miró con decepción. Lo cierto era que se esperaba algo más original,
pero, aún así, nunca habría aceptado. Se giró y no contestó. Le daba lástima herir los
sentimientos de un pobre chico, por mucho que estuviese en las juventudes.
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—A ver—interrumpió Amara, sin darle tiempo a terminar—, si no te contesta es
porque le da pena decirte que no, pero estoy convencida de que nunca saldría con un
chico como tú. Y probablemente me esté agradeciendo que te diga esto, pues seguro
que está pensando “vaya, a ver si se va de aquí”. Así que, ya sabes, déjanos.
Todo lo había dicho con una convicción y una seriedad en el rostro increíble, lo
que hizo que él, sin palabras, se girara y se fuese con la boca abierta. Lo cierto era que
había acertado en todo. Erika y Amara eran las únicas a las que nunca les interesaron
los chicos de las juventudes; creían que eran todos iguales y aburridos y, por unas
razones u otras, todos les parecían malas parejas. Erika los veía estúpidos y arrogantes,
y Amara, poco interesantes. En el fondo, eso suponía un alivio para el resto de las
chicas, pues así tendrían más posibilidades con los de las juventudes hitlerianas.
Todas miraban atónitas la forma en la que uno de los chicos más deseados se
volvía cabizbajo recién rechazado.
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Las clases de álgebra eran realmente complicadas y aburridas, pero tenían que
aguantar. Todos miraban a la profesora como si les fuese la vida en ello, y al más
mínimo gesto de cansancio o falta de atención la reprimenda por parte de la profesora
era inmediata. Erika prestaba atención, a diferencia de cuando estaba con las BDM, e
incluso se le daba bien el tema. Estaba muy metida en la explicación cuando, de
repente, la señora Krause irrumpió en la clase.
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hacia una sala vacía e inhabilitada del centro. Allí se sentó y, con un gesto, ofreció a
Laura asiento.
— ¿Por el cuestionario?
Krause sonrió.
—Pues…
Lo cierto era que Laura quería darse protagonismo y sentir que se le necesitaba
en las juventudes, pero no podía decirle eso a la cara a una de sus monitoras.
—Bien, pues necesitamos que nos lo cuentes todo con más detalles, puesto
que sí nos interesa.
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—Amara, ¿por qué crees que Krause ha sacado a Laura de clase? —preguntó
ignorando las suplicantes miradas del chico.
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— ¡Laura!—le llamó. Se acercó corriendo y levantando la mano enérgicamente,
esperando ser vista—. Laura, ¿qué es lo que ha ocurrido con Krause? Parecía
preocupada.
— ¿Por qué quieres saberlo? —se regodeó. Ambas sabían el por qué. Le daba
miedo que Laura se hubiese llevado un mérito y ella no.
—Simple curiosidad.
—Pues siento decirte que es algo privado entre Krause y yo, y no se puede
enterar nadie más.
—Bueno, Anna, pues como te iba contando… —fue lo último que se escuchó
antes de que Laura se perdiese con Anna entre la gente.
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Laura Schäfer había comido con una velocidad de vértigo y se había marchado
de nuevo con las BDM. Vivía un poco más lejos, y tenía que andar durante una hora
hasta el local, por eso salía antes de su casa. Iba pensando en la conversación con
Krause.
—Has hecho muy bien en decirlo —había comentado—. Tu valor nos ha servido
de mucha ayuda y se verá recompensado en tus notas de clase. Ya hemos hablado con
la señora Wulff.
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—No, no es nada —respondió. Siguieron andando, y Amara miró por última vez
a la calle aparentemente vacía. Creyó distinguir una sombra moviéndose en la
distancia, pero no le dio importancia y siguió andando.
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Mientras tanto, unos ojos acechaban entre las calles, investigando y analizando
cada uno de sus pasos.
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CAPÍTULO 2
Era de noche, y Amara volvía con Erika por la misma calle de siempre. Ya había
olvidado la sensación que notó al salir de su casa, pero, en aquel momento, resurgió
en su interior. Dejó de escuchar lo que Erika estaba diciéndole. Comenzó a alterarse y
miraba a todos lados, esperando escrutar una figura humana entre las sombras.
—Amara, ¿se puede saber qué te pasa? Hoy estás muy distraída y alterada,
chica.
—Que mañana, como hay tarde libre y no vamos con las BDM, podríamos ir a
ver algo al cine, ¿no? Han abierto uno nuevo cerca de aquí en un antiguo teatro.
Erika se paró frente a su casa para entrar, y Amara siguió adelante. Un par de
metros más lejos, en su puerta, rebuscaba sin parar en su mochila, intentando
encontrar las llaves. Estaba oscuro y no veía nada. Intentaba encontrarlas con la mayor
rapidez posible, pues, aunque la sensación de que la observaban había desaparecido,
la asustaba que volviese. Las encontró y esbozó una mueca de alivio. Le faltó el tiempo
para meterlas en la ranura de la puerta y entrar. La señora Rosenbauer estaba ya
durmiendo en su cuarto, y su marido se había dormido también escuchando la radio,
pero en el sofá, con un vaso de cerveza en la mano, que manchaba la alfombra
derramando lo poco que quedaba. La botella estaba sobre la mesa, vacía. Mucha gente
odiaría esa rutina, pero, para ella, la rutina era lo más importante. Siempre que
llegaba, su madre estaba dormida, su padre borracho en el sofá o en la calle, y ella se
preparaba la cena y se iba a la cama. Si no era así cuando ella llegaba, significaba que
las cosas no iban con normalidad, por lo que algo, por fuerza, tenía que ir mal. Se fue a
la cocina y se preparó la cena.
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La falta de profesores en, prácticamente, toda Alemania, provocó que las aulas
estuviesen sobrecargadas de alumnos. Unas cuarentaicinco chicas se distribuían por
toda la sala en pequeñas mesas de madera, desgastada y envejecida por los años.
Aquel instituto llevaba activo décadas. Era un instituto mixto, que ya era algo raro,
pero las aulas no lo eran, por lo que ellas estaban en una y ellos en otra.
******
Las calles estaban abarrotadas, y se notaba que aquel día era libre para las
BDM, pues se cruzaron con muchas de sus compañeras de las juventudes por el
camino. Minna caminaba entre ellas mientras charlaba con Alicia y Sarah, las gemelas,
hacia Amara y Erika, aunque, obviamente, no para hablar con las chicas. Pasaron justo
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por su lado. Amara seguía mirando al frente, pero Minna dejó de hablar un segundo
con sus amigas, únicamente para fulminarla con la mirada durante un instante. Tras
eso, siguió su camino, y sólo Erika se giró, extrañada. Aunque todos sabían ya de sobra
que Minna envidiaba a Amara a más no poder, Erika seguía sorprendiéndose.
— ¿Adultos o niños? Las de niño son hasta los dieciséis —comunicó con voz de
locutor de radio, como si se hubiese aprendido un diálogo de memoria.
—Niño.
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su derecha. Miró a su izquierda y vio algo. Una persona algo más alta que ella, aunque
no fue capaz de distinguir el sexo. Pero sí pudo notar su penetrante mirada clavándose
en ella. Se dispuso a girarse y preguntarle qué le ocurría, pero Erika llegó en el
momento menos oportuno.
Tan sólo le había dado un mordisco cuando chocó contra un chico alto y
moreno que hablaba con sus amigos, sin mirar a dónde iba, y cayó al suelo con la
chocolatina, echándola a perder.
— ¡Mi chocolate! —gritó furiosa—. ¡Mira lo que has hecho! ¡Podrías tener más
cuidado la próxima vez!
—Lo… lo siento mucho, no era mi… —dijo mientras intentaba calmarla con un
movimiento de manos.
—Vamos, Erika.
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amor. Además, en la que iban a ver salía su actor favorito. Una de las principales
fuentes de información sobre la situación de Alemania para los ciudadanos del país era
un pequeño documental que se emitía delante de cada película. Había finalizado ya
cuando alguien se sentó al lado de Amara.
—Oh, venga, perdóname, fue sin querer —suplicó. Amara lo miró de reojo. Se
metió la mano en el bolsillo y sacó algo. —Toma, es en compensación por haberte
tirado la otra. — Le ofreció una chocolatina y sonrió. Amara le lanzó una mirada
desafiante. Esperaba que bajase la mirada como todos los chicos que intentaban
hablar con ella, pero no fue así. Se mantuvo firme y sonriente, ofreciéndole el
chocolate. Amara se sorprendió. Sólo había conseguido que sonriese más, esperando
que su chocolate fuese bien recibido. Se sonrojó y lo cogió, mirando al suelo, incapaz
de fijar de nuevo sus ojos en él. Después de todo, no era tan feo.
******
Lara Schneider se preguntaba qué era lo que ella había hecho. De repente, la
habían despedido y le habían quitado su casa para hacer otro club del partido. Ahora
se había mudado con su marido, el señor Schneider, a casa de su hermana y su
cuñado. Afortunadamente, siempre tuvo una buena relación con ella, pues era toda la
familia que tenía en esos momentos, y, si no hubiese estado ahí, probablemente
habrían acabado durmiendo en un antro de mala muerte o, directamente, en la calle.
Removía con desgana una taza de té cuando comenzó a pensar qué podía
haber pasado. En el fondo, ella sabía que había sido cosa de Laura Schäfer, pero le
costaba reconocerlo. Era una de sus alumnas. Para ella, su marido y sus alumnas… o,
mejor dicho, “ex alumnas”, lo eran todo. Eran los pilares fundamentales de su
felicidad, y uno de ellos se había hecho añicos. Se preguntaba qué habrían pensado sus
chicas al no verle aparecer en clase de historia. ¿Le echarían de menos? Comenzó a
recordar el día en que decidió que quería ser profesora. No era la única niña de su
barrio que quería serlo, pero tenía un punto de vista muy diferente al de las demás.
Ella decía que no sólo le interesaba educar a aquellas que querían ser educadas, sino
que también quería conseguir que las más rebeldes y desinteresadas acabasen
queriendo aprender en sus clases. Ella quería proporcionarle un futuro a cada una de
sus alumnas, y estaba decidida a hacerlo lo mejor posible.
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—Lara, no puedes seguir así.
Lara Schneider la miró de reojo. ¿Cómo no iba a estar así? Le habían quitado su
trabajo y su hogar en cuestión de segundos. Siempre le habían dicho: “Si quieres tener
un futuro como profesora, ve al trabajo con el uniforme del partido”, y era cierto.
Todos los que querían prosperar en aquella época lo hacían. Ella iba con ropa de calle.
También le decían: “Nunca te interpongas entre las chicas y las juventudes”, y también
era cierto. Los cuestionarios como el que le costó el trabajo eran de lo más común en
Alemania en los tiempos que corrían. Ella nunca hizo caso de eso. Claro que nunca
tuvo que hacerlo, pues todas sus alumnas la adoraban y no hacían nada que pudiese
provocar un castigo o cualquier cosa similar que les interrumpiese las actividades de
las juventudes. Pero Laura Schäfer siempre fue una niña algo problemática, y eso,
obviamente, originaba castigos. Aunque ninguno había coincidido nunca con
actividades de las BDM. A Lara Schneider le daban igual el partido y las juventudes. No
estaba ni en contra ni a favor, pero lo que no iba a permitir era que le llevase a
impartir mal su profesión. Ella estaba ahí para educar a sus alumnas, y si tenía que ser
con mano dura, que así fuese. Ahora veía por qué la gente le aconsejaba que cambiase
esa forma de trabajar y que tuviese más en cuenta todo lo relacionado con el partido.
Su hermana aún seguía ahí, apoyada contra el marco de la puerta, y pudo ver
cómo, de los ojos de Lara Schneider, manaba una única lágrima que se quedó
escondida en sus párpados.
******
—El amor no es más que una quimera que el ser humano inventó para no
sentirse tan solo —contestó tajante—. Todos los animales viven en paz, procreando
con los especímenes del sexo opuesto, sin la existencia de relación amorosa alguna, y
la especie prevalece. Al hombre no le bastó con eso y quiso estar por encima del resto
de las especies, pero sólo consiguió otro punto débil. Ahí surgió lo que conocemos
como amor.
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Amara no creía en el amor. “De todas formas”, pensó, “aún no hay que
precipitarse. No creo que sea eso; no puede ser algo que no existe”.
Amara se quedó mirando boquiabierta al chico mientras éste se iba. Esperó que
le dijese adiós, que le mirara, que se girase… algo. Le fastidiaba mucho que alguien
cualquiera la ignorase de aquella forma. ¿Qué modales eran esos, que la veía y no
decía ni adiós? Ya había tenido suficiente con Laura Schäfer y su charla con Krause
como para que llegase otro cualquiera y le hiciese sentirse estúpida. Su orgullo era
demasiado fuerte para eso.
— ¡Amara, ¿dónde vas?! —gritó Erika para que la oyese, pero Amara no la
escuchaba.
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El chico se encontraba a unos metros de las dos jóvenes. Antes de girar la
esquina, se volvió y vio cómo la que perdió la chocolatina pisaba el suelo con fuerza.
Sonrió de forma picaresca, y siguió adelante.
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Minna, Alicia y Sarah se habían parado en una cafetería y llevaban allí ya dos
horas, aunque tan sólo habían pedido un cacao con leche cada una. Un viejo cartel de
colores gastados anunciaba el nombre del local desde un soporte que salía de la pared.
La cafetería se componía de una zona interior, una terraza en la planta de arriba y un
patio abajo, que era donde estaban ellas. Era un local antiguo, pero seguía yendo
muchísima gente, dado que allí se servía el mejor cacao de la zona; pero el cacao no
era la única razón por la que se habían parado allí. Un chico algo mayor que ellas, Heler
Ahrends, había dejado la universidad por culpa de sus padres y trabajaba allí para
intentar pagársela por sí mismo.
Uno de los objetivos del partido era dificultar el acceso a la universidad, pues
creían que era algo inútil y despreciable; por eso, las personas afiliadas al partido
intentaban disuadir a sus hijos de que entrasen en ella, o, si ya lo habían hecho, de que
la terminasen. Ese era el caso de Heler. El apoyaba al partido, pero creía que la
universidad era algo útil y necesario, no como sus padres. Tras un año en la
universidad con sus padres detrás suya intentando que la dejara, habían decidido
cortar de raíz con el “problema” y dejaron de costeársela. Nunca creyeron que fuese
capaz de encontrar un trabajo que le permitiese costearse las clases, y así era. El
trabajo de camarero no le daba suficiente para pagarse ni los libros, y, mucho menos,
la matrícula, pero él seguía ahorrando. También enviaba numerosas solicitudes de
becas, pero de momento no había habido suerte. Minna y sus amigas iban todos los
días que podían a esa cafetería por él. A Minna le encantaba aquel joven y daría lo que
fuese porque nunca consiguiese ir a la universidad y siguiese trabajando allí, aunque
era un trabajo duro. Cuarentaiocho horas semanales y una sola tarde libre no era un
trabajo ameno, pero era lo normal en los jóvenes trabajadores de la época. No iba a
encontrar un trabajo mejor.
— ¿Queréis algo más? —preguntó mientras sacaba una libreta para apuntar.
—Sí, tráenos otros tres cacaos, por favor —contestó Minna sonriente, sin
preguntar a las demás chicas. Le encantaba sentirse adorable, aunque en el fondo era
todo lo contrario. Además, solían pasar allí el día entero cuando podían, y aquel día no
era una excepción.
30
******
En la cocina, un hombre con una cutre redecilla que no cubría ningún pelo,
preparaba tortitas para la mesa tres. Era calvo, pero tenía patillas enormes y cejas
espesas. No era gordo, sino todo lo contrario. Tenía los músculos tan desarrollados
como un deportista profesional, por lo que la delicadeza que dedicaba a la cocina
resultaba muy extraña. Tenía un cigarrillo en la boca, pero cuidaba que no cayese
ceniza a la masa. Era un hombre pulcro en lo que se refería a la cocina, al contrario que
en todo lo demás. Era rudo, grande, poco delicado y un completo cerdo, pero se ponía
frente a la cocina de su cafetería y cambiaba radicalmente. Todos sabían que había
nacido para eso.
Heler entró con una bandeja y unos vasos y platos sucios. Él era el único
camarero del local, y trabaja mucho, teniendo en cuenta cuánta gente iba diariamente.
Pocos querrían aceptar aquel trabajo, por eso el dueño del local no se podía permitir
perderlo. Sabía que quería ingresar en la universidad y que en cuanto consiguiese el
dinero se iría de allí, por lo que le pagaba menos de lo debido. Así tardaría más en irse
y no tendría que buscar otro camarero. De hecho, dudaba que consiguiese salir de
aquel lugar algún día, pues sus padres lo habían echado de casa cuando les dijo que
quería seguir estudiando y ahora tenía que pagarse el piso que había alquilado y todas
las facturas, además de la comida y las necesidades básicas. Lo que le pagaba le daba
suficiente para eso, pero no le sobraba mucho para ahorrarlo para la universidad.
Además, más de una vez había perdido sus ahorros por algún imprevisto. A ese ritmo,
el dueño dispondría de un camarero de por vida.
—Un café con leche para la mesa dos, dos gofres con chocolate y nata para la
cinco y tres cacaos con leche para la ocho —dijo mientras clavaba tres papeles de su
cuaderno donde había apuntado el pedido en unos pinchos cerca del cocinero.
—Marchando. Llévate esas tortitas para la mesa cuatro y estos batidos para la
siete.
******
31
Nevin caminaba solo y mirando al suelo sin pensar muy bien adónde iba. En el
fondo, aquella chica le había parecido linda. Recordó la sonrisa escondida que esbozó
cuando le ofreció el chocolate y se sintió satisfecho. Dejó el sentimiento de
culpabilidad y se agradeció a sí mismo el haberle tirado la chocolatina apropósito.
“Nunca la hubiese imaginado sonriendo”, pensó.
******
La noche de aquel martes se hizo pasar lenta para varias personas. Amara no
podía dormir pensando en aquel chico, y daba vueltas en su cama intentando conciliar
el sueño. Erika andaba preocupada por su amiga, pues la había notado muy rara aquel
día y no sabía qué le pasaba. Otra persona a la que le costaba dormir aquella noche era
Lara Schneider, la profesora. Dormía con su marido en el cuarto de invitados de la casa
de su hermana. Sólo había una cama en aquella habitación, y el señor Schneider
decidió dormir con unas mantas y unos cojines sobre la alfombra para que su mujer no
pasase una mala noche, pero no lo consiguió. La cama era cómoda, sí, pero ella no iba
a ser capaz de pasar una buena noche en algún tiempo. Se tapó la cabeza con la
almohada como para ahuyentar los malos pensamientos, pero seguía dándole vueltas
a la cabeza. Normalmente, un miércoles se levantaría, se tomaría su taza de café casi
atragantándose por las prisas, saldría por la puerta y dedicaría toda la mañana a dar
clases a los alumnos de su instituto; pero aquel miércoles no sabía qué iba a hacer. La
noche comenzó a hacérsele eterna. No pudo dormir, y hasta el amanecer estuvo
buscando una solución, un solo rayo de sol en todo aquel embrollo, pero no encontró
nada. Nada. Aunque Lara Schneider era demasiado luchadora como para rendirse.
******
Después de que los primeros rayos de sol partiesen el cielo nocturno, los chicos
y chicas se agrupaban frente a la inmensa puerta del edificio escolar. Era la imagen de
siempre; Amara hablando con Erika, un grupito con Minna, Alicia y Sarah, Laura
Schäfer y Anna cotilleando mientras señalaban con el dedo a la gente de la que
hablaban. En la entrada y en el recreo eran los únicos lugares del instituto en los que
los chicos y las chicas se podían mezclar, aunque eso sí, seguía sin estar permitido.
Entonces, Erika reparó en algo poco normal.
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Estaba tan concentrado en la historia que, cuando sonó el timbre de entrada, ni se
inmutó. Se preguntaba si él la reconocería.
“No puede ser”, seguía lamentándose Amara. “No puede haber entrado a
finales de curso”.
—Hoy tengo dos noticias que daros. La primera —comunicó—, hay un alumno
nuevo en la clase de los chicos, y se llama Nevin Löwe. Probablemente lo habréis visto
en la entrada. He decidido comunicároslo para que no os extrañéis si lo veis por los
pasillos. Lo hemos aceptado a estas alturas de curso por cuestiones privadas, así que
nada de preguntas.
—Bueno, lo otro que quería deciros es una gran noticia para todos los
profesores, y espero que para el alumnado también. Algunas de las chicas de las BDM
de nuestra zona han sido seleccionadas para una competición de atletismo a nivel
nacional en Brandemburgo, a un par de horas en tren, y nuestra clase tiene el
privilegio de poder asistir a la competición y pasar allí un día entero con actividades
guiadas y demás, y volver por la noche a Berlín. Podréis hacer pruebas de atletismo y
nos sentaremos en las gradas en primera fila para ver la competición. A las chicas que
han sido escogidas se lo comunicarán esta tarde con las BDM. También os informarán
del día y la hora de las competiciones, que mañana comunicaremos aquí. Os advierto
de que, además de nuestra clase, una de las de los chicos también irá a ver las
competiciones. No quiero nada de roce, ¿entendido?—Wulff miró el reloj que colgaba
de la pared—. Bueno, ya hemos perdido mucha clase, mañana seguiremos con el
tema. Ahora, a dar historia.
33
******
La gimnasia era tan importante que pasó de una o dos clases a la semana a
ocupar cuatro o incluso cinco. Si alguien suspendía gimnasia, lo más probable era que
acabase repitiendo curso.
Había dos pistas, separadas por una verja metálica. En una estaba la clase de
Nevin, y, en otra, la de Amara.
—Oh, vaya, ¡quería daros yo la noticia! Bueno, pues que sepáis que podéis ir
alegrándoos, pues no es ella quien va con vosotras, sino yo —rió guiñando un ojo a la
clase en general. Risas cansadas y algún que otro suspiro de alivio inundaron el patio.
Eliza era una mujer increíble. No era tan dulce y afable como Lara Schneider,
pero tenía una personalidad ácida y divertida, y no era estricta en absoluto.
En las horas escolares llevaba el pelo recogido en una larga trenza color castaño
claro, pues era lo reglamentario. A aquellas que no llevaban el pelo recogido en
trenzas o coronas de trenzas las rapaban al cero como castigo, y la mayoría apreciaban
demasiado sus melenas como para eso. Sin embargo, Eliza era cantante y pianista en
un grupo de jazz al que habían llamado Los Escorpiones, y tocaban en locales privados
alejados de gente que pudiese llamar a la policía o similares, y, nada más subir al
escenario, ya fuese en concierto o en un ensayo, se soltaba el pelo. A la gente que iba
a verlos no les importaba; de hecho, les gustaba más así. Eliza y su grupo apoyaban al
partido nacionalsocialista, pero no en todo lo que dictaban. Lo del pelo les parecía una
estupidez. Así era Eliza, medio rebelde medio disciplinada. Eso sí, la mayoría de las
canciones de su grupo eran de crítica social. Por ello debían tener extremo cuidado al
elegir los locales donde tocar.
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— ¡Vale, distribuiros en cuatro equipos mientras voy a por el balón! ¡Jugaréis
por turnos! ¡Sarah, Laura, Anna y Erika, sois capitanes!
******
El señor Rosenbauer respiró una buena bocanada del aire sucio y ennegrecido
del local y dio un amplio sorbo a su espumosa cerveza en una jarra gris. Espiró
sonoramente tras tragar la amarillenta bebida y comenzó a notar más fuertes los
vapores del alcohol. Ya buscaría trabajo otro día.
“Mi marido estará esforzándose ahora mismo para conseguir trabajo”, pensó.
“Me esforzaré yo para prepararle una buena comida”.
35
******
Los equipos estaban hechos y el partido casi terminado. Dos de los equipos ya
habían jugado, y ahora el equipo con cintas rojas en la cabeza jugaba contra el de las
cintas negras. En el primero estaban Amara, Erika y otros chicos y chicas más, y, en el
segundo, Laura y Alicia, junto a otros compañeros. Amara, sin embargo, no prestaba
atención a su partido, sino al de los varones, en el que estaba jugando Nevin.
Iban empatados y él aún no había tocado el balón. “Seguro que es tan malo
jugando que le da vergüenza intentarlo siquiera”, había dicho Amara a Erika. El tiempo
se acababa y el balón lo tenía el equipo contrario. Un chico subió el campo con el balón
zafándose de todos los jugadores. Entonces Nevin le entró y le arrebató el balón,
sorprendiendo a todos en los últimos segundos. Tiró desde medio campo y metió la
canasta ganadora justo antes de que su profesor declarase el final del partido. Una
oleada de elogios y aplausos por parte del equipo ganador arroyó a Nevin, a quien
incluso mantearon. Los del equipo perdedor andaban serios hacia los vestuarios. Eliza
también señaló el final del partido de las chicas, y Amara se dirigió aparentemente
enfadada. Erika se fijó y miró luego al equipo manteando a Nevin mientras iba a hablar
con su amiga.
Amara se limitó a mirarla arqueando una ceja y no dijo nada, siguió andando.
—Sí, pero…
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—Pues ya está, no hay más que hablar.
Nevin corría al final del pasillo, pues iba a llegar tarde en su primer día y no
tenía ganas de llevarse una bronca y un castigo tan pronto. Vio a Amara y a Erika
llegando a la puerta del aula en la que debía entrar él. Pasó entre las dos chicas
empujando a Amara y, más rápido de lo que había corrido, se giró para agarrarla antes
de que cayese. En una fracción de segundo, se había quedado suspendida en el aire
sostenida por la espalda por la mano de Nevin. Él creyó ver un atisbo de
agradecimiento en su mirada, pero antes de que pudiese disfrutarlo, Amara se levantó
y comenzó a gritarle por su imprudencia.
Amara lo miró con asco y entró en la clase. Erika se paró antes de entrar, y,
riendo, miró a Nevin y siguió a su amiga.
Amara se puso a pensar; le molestaba tanto que Nevin pudiese tener razón…
Nadie se dio cuenta de ello, pero Minna estaba observando desde el otro lado
del pasillo, y no dudó en pensar que pasaba algo entre ellos.
******
—Buenos días, señor Faber —saludó una mujer que pasaba en el sentido
contrario. Faber no se molestó en devolver el saludo, no era su estilo. Entró en su
despacho, enmoquetado en rojo y con paredes blancas. Sólo había un ordenado
escritorio frente a la ventana, una silla detrás de este y otra delante y un sofá de cuero
gastado pegado a la pared frente a la puerta. Se dirigió al escritorio y dejó el maletín
ahí, sentándose en la silla. Lo abrió y sacó unos papeles de él. Una foto que se había
colado por error en el montón cayó al suelo. La levantó y sonrió al ver el rostro de su
esposa y el de su hija, Minna Faber.
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Pasó las horas revisando documentos, y, sobre las tres, se percató de que su
hija ya abría salido del instituto y estaría comiendo con su mujer en casa. Faber ojeaba
los papeles desordenados, aparentemente sin buscar nada. Pasaba las hojas escritas a
máquina y las dejaba amontonadas en una ordenada pila en la esquina de la mesa.
Miró al techo y se preguntó cuánto tardaría la visita que esperaba. Como
respondiendo a su pregunta, un hombre peinado hacia el lado que vestía un uniforme
similar al suyo entró en el despacho tras llamar a la puerta.
—Señor Faber, tiene visita esperando fuera. Dice tener cita. ¿Le dejo…?
El hombre se retiró con elegancia e indicó a la visita que pasase con un cordial
gesto de mano. La persona cerró la puerta tras de sí. Faber sonrió frívolamente y se
levantó para darle la mano.
—Pues tome asiento —dijo intentando hacer notar la misma frivolidad que su
superior, aunque era evidente que no la tenía—; ya empiezan a verse los resultados.
******
Las horas con las BDM habían pasado rápidas ese miércoles. Habían estado
escribiendo un artículo para su revista, acerca de las competiciones deportivas. Las
monitoras Bär y Krause informaron de que las elegidas para participar en las
competiciones de atletismo en Brandemburgo eran, como era de esperar, Erika, Amara
y Minna. Las tres más destacadas en casi todos los aspectos, incluido el deporte. El
viernes era el día elegido para la excursión. Habían avisado con muy poca antelación,
pero apenas les importó.
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Saliendo de aquel edificio de Berlín de las BDM, Amara Rosenbauer vio a Nevin
leyendo el mismo libro forrado en papel de periódico sentado en la acera, apoyado
contra el edificio contiguo. Levantó la vista y la saludó sonriente. Amara se sonrojó y
sonrió también, aunque antes de que nadie lo notase escondió la sonrisa tras un
fingido bostezo. Nevin volvió a su lectura. “¿Qué demonios tiene de especial ese
chico?”, pensó.
******
******
No sabía por qué lo había hecho, pero daba igual. Se sintió bien ayudando a su
madre y se preguntó por qué nunca lo había hecho. Aquella noche le iba a costar
conciliar el sueño y no le importó meterse en la cama algo más tarde; de hecho,
prefería estar haciendo algo antes que meterse a dar vueltas en la cama durante
horas. Colocó el último vaso en su sitio y apagó la luz de la cocina. Subió a su cuarto
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cuando se cruzó con su gato Natch, que se revolvió casi dormido entre sus piernas. La
siguió hasta su cuarto. Se cambió la ropa por un cómodo camisón y entró en la cama.
Como sospechaba, no lograba conciliar el sueño. Natch, por el contrario, había caído
rendido nada más subir a los pies de la cama. Amara pudo oír la puerta principal
abrirse y cerrarse, y se imaginó a su padre borracho mirar las escaleras y negarse a
subirlas, tirándose con resignación al sofá. Comenzaron a sonar ronquidos lejanos que
se apagaron al cabo de los minutos. Dejó de pensar en su padre y volvió a pensar en
Nevin. ¿Qué era lo que le pasaba? Ese chico era corriente, no tenía una inteligencia
superior a las demás, ni una habilidad innata para nada, y, sin embargo, tenía una
sonrisa tan agradable… Se giró de nuevo y miró a la ventana. A lo mejor la luz de la
luna le ayudaba a dormir. Cerró lentamente los ojos, y antes de que pudiese siquiera
imaginarse el sueño cayendo sobre ella, comenzó a oír ruidos en el cristal de la
ventana. “Clac… Clac…Clac”. Era un sonido constante y regular. Abrió los ojos y vio
manchas surgiendo en el cristal y desapareciendo al instante. Se quitó las sábanas de
encima y aguardó un segundo sentada en el borde de su cama. Volvió a oír aquel Clac y
se levantó deprisa. Se acercó y vio las manchas más de cerca. Eran pequeñas
piedrecitas golpeando su cristal. Abrió la ventana y se asomó con miedo y curiosidad a
la vez. Notó cómo el viento movía su pelo liso y suelto por primera vez en todo el día,
pues siempre lo llevaba en dos trenzas. Distinguió una difusa figura entre la oscuridad.
Era una persona alta y parecía la constitución propia de un chico joven.
— ¡Estás preciosa con el pelo suelto! —dijo gritando, pero a la vez en voz baja,
usando las manos como caja de resonancia.
—Quería verte bajo la luna —sonrió—, pero me duele el cuello de mirar arriba
esperándote, así que te agradecería que bajases.
Necesitaba parecer dura, pero su sonrisa era tan hermosa… Nevin se dio la
vuelta y cogió algo del suelo. Cuando volvió a mirarla tenía una rosa en la mano.
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—No es tan linda como tú, pero no he logrado encontrar ninguna tan bella. —
Esperó unos segundos y no supo si lo que se notaba en la mirada de Amara era duda o
ganas de bajar—. Dame una oportunidad, por favor. Sólo quiero hablar contigo. Te
suplico que bajes, Amara.
—Pues —Nevin pensó bien la frase antes de pronunciarla—, para pedir una cita
contigo.
—No eres el primero que me pide una cita. ¿Qué te hace pensar que voy a
concedértela a ti? Apenas te conozco.
— ¿Tampoco soy el primero que viene a estas horas a traerte una rosa a tu
ventana?
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La sonrisa de Nevin era amplia pero cerrada. Estaba claro que esperaba un sí.
—Lo sospechaba.
—Una cita; sólo una. Y ten presente que es sólo para que no te quejes de que
nunca te di una oportunidad.
Amara se fue de nuevo hacia su cuarto, sonriente, y Nevin se fue por el lado
contrario, también feliz. Ambos sabían que no le había concedido una cita sólo por eso,
pero nadie dijo nada.
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CAPÍTULO 3
—Erika, es sólo una cita para que me deje en paz; no significa nada,
¿entendido? Y ni se te ocurra decírselo a nadie.
—Está bien, está bien… A veces eres demasiado cruel, ¿lo sabías? El chico ya se
habrá hecho ilusiones. Es el primero al que le dices que sí.
Amara se ajustó las trenzas. Era lo que siempre hacía cuando no tenía nada que
decir. Giró la vista un segundo y vio a Nevin acercándose mientras terminaba de leer la
última hoja de su libro forrado en periódico. Sonrió y lo cerró a un paso de ellas.
—Buenos días.
—Estudio aquí.
—Venga, Amara, no pasa nada, hombre. Siempre estamos aquí solas, no nos
vendrá mal más compañía —reprochó Erika a su amiga.
Nevin se removió el pelo, tensando los músculos de sus brazos, que la camisa
de manga corta dejaba al descubierto al menor movimiento. Llevaba unos pantalones
vaqueros largos y algo holgados. Amara se extrañó. Aquella prenda no estaba de moda
y pocos lo usaban si no formaba parte del uniforme de su trabajo. Era un chico
demasiado extraño, pero eso le gustaba.
******
Lara Schneider estaba sentada en el sofá, sin saber qué hacer, con los codos
apoyados sobre la mesa. Su hermana y su cuñado estaban trabajando, y su marido
había salido a comprar. Había enviado ya tres solicitudes de empleo desde que la
43
despidieron, y esperaba respuestas. Un empleo era en Berlín, y los otros, con el
consentimiento de su marido, los había enviado a Múnich y a Frankfurt. Las solicitudes
para Berlín y Frankfurt habían sido rechazadas porque no querían meter a personal de
aquella edad entre sus profesores, y esperaba ansiosa respuestas para el trabajo en
Múnich, pues el no hacer nada le desesperaba. Era jueves, y desde el lunes por la
noche había estado así. Cambió de postura y se echó hacia atrás, apoyándose en el
respaldo del sofá. Entonces llamaron a la puerta. Su hermana le había dicho que
abriese ella cuando no estuvieran, así que a ello fue. Se levantó y, casi arrastrándose,
gritó desde el pasillo:
— ¡Ya va!
—Traigo el correo.
******
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Aunque permanecían en el mismo sitio, todas se habían distribuido en grupos,
como siempre, y hablaban cada una por su lado. Eliza dejó de estirar y se acercó a Erika
y Amara.
—No te preocupes, por un día que no vayas con las BDM no va a caerse el
mundo.
Amara nunca habría aceptado. “Las BDM ante todo”, se había dicho una vez.
Las BDM empezaban sobre las cuatro. De cuatro a nueve. Pero teniendo en cuenta el
tiempo que tardaba en prepararse y en llegar, no podría estar ni un rato con las
juventudes. Se negaba.
—Vamos Amara, sólo una vez —susurró su amiga—. Lleva esperando una cita
contigo desde que te vio en el cine, hazlo por él…
Amara se hizo de rogar algo más de tiempo, pero desde aquel instante estuvo
pensando en qué se iba a poner para ir al concierto.
******
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La clase de gimnasia pasó muy rápido, y apenas se dieron cuenta de que ya
habían terminado. Llevaban hablando desde que salieron de los vestuarios.
—Mira, Amara, hoy mi padre trabaja hasta tarde; vente a mi casa y lo vemos
allí.
— ¿Recuerdas aquella vez que no fui a las BDM porque se me había agravado el
resfriado y tuve que ir al médico?
Amara asintió.
—Era mentira. Le dije a mi padre que iba con las BDM y me fui al cine.
—Perdí dos días de clase y de BDM. Me dio pena perder instituto, pero todo
sea por las tardes libres.
—Sólo hay que estar atenta y coger el teléfono en cuanto suene, haciéndote
pasar por tu padre, y punto. Ah, y ¿recuerdas aquella en la que…?
Erika sonrió.
—Lo que te quiero decir es que no me van a pillar, he aprendido a mentir para
zafarme de ese mundo que tan poco me gusta. Y a ti tampoco te pillarán si haces lo
que yo te diga.
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Entonces vieron a Nevin, yendo por el lado opuesto del pasillo, en la dirección
contraria.
******
El señor Schneider entró en la casa de sus cuñados con una energía impropia en
alguien de su edad. Era un hombre robusto, aunque anciano, y tenía una espesa mata
de pelo canoso peinado con la raya en un lado. Su fornida figura resaltaba entre el
resto de personas de su edad. Era un hombre que se cuidaba. Comía sano y hacía
ejercicio, y nunca probó un cigarrillo ni una gota de cerveza.
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—Lara, no te preocupes, ya encontrarás otra oferta de trabajo, Alemania es
muy grande y…
— ¿Qué?
—Por ti, me iría a donde hiciese falta —susurró en su oído—. Además, ¡para
algo están los trenes y las cartas! —rió. La volvió a coger en volandas y sonrió—. Hay
que avisar a tu hermana y hacer las maletas, ¿no?
******
—Señor Faber, tiene usted visita. Es la misma persona que el otro día, ¿le dejo
entrar?
—Sí, dile que pase —“y de paso, que es un jodido impuntual”, pensó, pero se
contuvo.
Su visita cerró la puerta tras de sí. Se sentó, como el otro día, frente a Faber, y
calló unos instantes.
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—Estaba esperando para ver su reacción.
Faber no quiso saltar con impertinencias, pues, aparte de que no era su estilo,
no podía permitirse perder a aquel fichaje. Esa persona lo sabía, y por ello jugaba con
Faber como le daba la gana. Sabía que no corría riesgo alguno, por lo que continuaba
con su juego.
—Muy buenas.
En el fondo, se sentía algo mal jugando de aquella manera con su superior, pero
le gustaba darse el lujo de tener una diversión en el trabajo, aunque no lo hacía con
mala fe, simplemente para divertirse. En realidad era una buena persona.
Faber se levantó y comprobó que la puerta estaba bien cerrada. Agitó las largas
cortinas para comprobar que no había nadie (todas las precauciones eran pocas) y se
sentó de nuevo.
—Muy bien, pues te voy a decir qué es lo que tienes que hacer exactamente, y
ni se te ocurra hacer nada que no esté entre estos planes, ¿entendido?
—Entendido, su majestad.
******
49
Había salido, como de costumbre, diciendo que se iba con las BDM, pero nada
más salir a la calle, fue directa a casa de Erika. Estaba asustada, pero ansiosa a más no
poder. Tenía demasiadas ganas de probarse la ropa que llevaría a su cita con Nevin
como para esperar más, así que aceleró y llegó corriendo a la puerta de Erika.
Ella estaba echando un vistazo a toda la ropa que había en su armario. Ninguna
servía. Ninguna de las que había allí. Sacó todos los vestidos pomposos que guardaba
para despistar a su padre y levantó la placa de madera que hacía de suelo del mueble.
Ella misma había fabricado un suplemento escondido para guardar allí la ropa que a su
padre no le gustaba. Había colocado una tabla de madera del tamaño exacto unos
cuarenta centímetros por encima de la base original, apoyándolo en unas pequeñas
cuñas de madera que pegó en las esquinas para evitar que cayese, y había tapado el
hueco que se veía desde fuera con otra tabla de madera pegada a las paredes del
armario. Le había puesto también un pequeño trozo de tela roto para poder tirar de él
y levantar la placa de madera sin esfuerzo. Había quedado perfecto. Siempre le
gustaron las manualidades.
Estaba viendo la ropa que allí se escondía cuando oyó que llamaban a la puerta.
— ¡Ya voy, Amara! —gritó. Se levantó corriendo y bajó los escalones de dos en
dos, para llegar lo antes posible. La abrió y se encontró a su amiga esperando frente a
ella.
— ¡Vaya, sí que estás feliz! —se sorprendió Erika—. ¡Tú sonriendo! ¡Y encima
teniendo en cuenta que vas a perderte un día con las BDM! Vale, ya ha quedado claro
que te pasa algo con ese chico.
Erika guió a su amiga por el camino que ya tenía más que aprendido hacia su
habitación. Apartó todos los vestidos de la cama y le indicó que se sentara.
— ¿Por qué están todos los vestidos en el suelo? Se supone que no debemos ir
con ropa sucia, ¿no crees? Eso es de cajón —resopló Amara.
—Verás, es que la ropa que vamos a llevar no se acerca, ni por asomo, a esa.
— ¿Has ido alguna vez a un concierto de Eliza? No, y yo sí. Sé cómo va la gente
a estos eventos, y sé cómo te debo vestir. Tú espera y verás.
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—Ya sé que eres una rebelde y que te has rebelado contra el resto de la
sociedad, así como contra su ideología e incluso sus tendencias en lo que respecta a la
moda, pero yo no. Y sé que estas pensando en sacar tu maquillaje de su escondite,
pero ni se te ocurra.
—Amara, allí todas van así. Y te puedo asegurar que ninguna es una prostituta.
Tú déjame hacer mi trabajo.
—Además, ¿cómo pretendes salir de aquí con esa ropa sin que nos vean y nos
tomen por unas cualquiera? O peor aún, avisen a nuestros padres…
—Pero…
******
Nevin esperaba frente a la barra del local. Aún no habían salido a tocar Eliza y
su grupo, Los Escorpiones, pero poco les faltaba, y Amara y Erika aún no habían
aparecido. Iba vestido con unos pantalones vaqueros y una camisa blanca
desabrochada en los botones superiores. Miró otra vez su reloj de pulsera y giró la
vista hacia la entrada. El guarda de seguridad abrió la puerta y dejó pasar a dos chicas.
Nevin se levantó de la silla sin desviar la mirada. Erika dio las gracias al guarda y se
quitó la gabardina y el sobrero, dejándolos en un perchero cerca de la puerta. Amara
hizo lo mismo. Se acercaron, Erika sonriente, y Amara con expresión tímida. La primera
llevaba una camiseta negra que dejaba al descubierto todo el cuello y la parte superior
del pecho y unos vaqueros ajustados. Iba con el pelo suelo y liso, y se había maquillado
de una forma discreta pero encantadora. Amara, que iba más atrás, atraía todas las
miradas del local. Llevaba un vestido azul marino ajustado y corto, y la parte de arriba
le caía hacia un lado. Las piernas estaban al descubierto desde un poco más arriba de
las rodillas, y se notaba que intentaba taparlas con las manos. Llevaba también el pelo
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suelto y ondulado y un maquillaje similar al de su amiga, pero en ella lucía incluso
mejor.
Amara la fulminó un segundo con la mirada, pero sólo para guardar las
apariencias y no darle la razón.
Erika sonrió.
******
Las chicas estaban en una sala fresca y bien iluminada, llena de montones de
papeles viejos y máquinas de imprenta para su revista. Minna Faber había conseguido,
de alguna manera, averiguar que Lara Schneider se trasladaba a Múnich a trabajar, y
era un artículo para su revista, como despedida por parte no sólo de las BDM, sino de
toda la zona, a una profesora que había dejado huella no sólo como maestra, sino
como persona en general. Iba a ser un artículo emotivo, y a Lara le iban a regalar un
ejemplar de la revista. Todas trabajaban ilusionadas en aquel artículo, y algunas se
preguntaban qué había pasado con Erika, Amara y el resto de chicas que faltaban por
ir; Laura y Minna entre ellas. Minna era competitiva, y se alegraba de que Amara no
hubiese ido porque así no corría el riesgo de que ella hiciese mejor su trabajo en la
revista, aunque, por otro lado, le intrigaba saber qué había pasado.
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— ¿Eh? Pues verás, cuando se es de un estrato social tan alto como el mío las
noticias llegan a ti como moscas a la miel. Tengo contactos en todos lados, y uno de
ellos me informó.
******
Eran las ocho, y Heler llevaba sirviendo helados y cafés desde las tres. Estaba
totalmente agotado. Era alguien con mucho potencial, y lo estaba tirando literalmente
por el retrete. El dueño de la cafetería lo explotaba, y no le importaba. Heler, por su
parte, estaba ya cansado de enviar solicitudes de becas a todas las universidades de
Berlín, pero no desistía. Era soñador y esperanzado, y tenía la extraña certeza de que
iba a conseguir la beca. No había razón para que no lo hiciera, pues era un chico muy
aplicado, que sobresalía entre los demás respecto a su media en los estudios. No
entendía por qué aún no lo habían cogido para ninguna beca cuando había enviado ya
cerca de veinte solicitudes, y todas en Berlín. Algunas a la misma universidad. No tenía
sentido.
Estaba agotado de aquella rutina, pero cogió los platos, los puso en la bandeja,
y fue a la cocina a por la cuenta de los clientes. Además estaba el problema de Minna.
Era una niña, sólo tenía quince años, pero creía tener alguna posibilidad con él. Le
daba pena decírselo a la cara, pero no tenía nada que hacer al respecto.
Puso con sumo cuidado los platos en el fregadero. No sería la primera vez que
rompiese un plato y tuviese que costearlo con su propio dinero. Heler cogió un papel
donde ponía el importe exacto, y salió por la puerta de la cocina en dirección a la mesa
seis. Dio la vuelta acelerado y agarró unos batidos para la mesa ocho, que puso encima
de su bandeja. A veces le entraban ganas de morir cuando trabajaba, pero luego veía
las ganancias y, aunque fuesen pocas, se alegraba de seguir allí.
******
53
Aquel local era realmente enorme. Muchísima gente llenaba el lugar, y se
distribuían en mesas redondas y negras, en las que cabían unas dos personas. El
escenario estaba cubierto por un telón azul marino que no tardaría en descorrerse
para dejar ver a Los Escorpiones, pero hasta entonces, Nevin y Amara mataban el
tiempo hablando y dando profundos sorbos a sus refrescos sentados en torno a una de
las mesitas del local.
—Bueno —comenzó a decir Amara tras darle el último sorbo a su vaso—, y ¿en
qué juventudes estás?
— ¡Gracias por venir! Somos Los Escorpiones, y vamos a tocar algo de nuestra
propia cosecha —dijo entusiasmada—. ¡Esperamos que os guste!
Eliza miró a las teclas que parecían vibrar bajo sus dedos, deseosas de ser
pulsadas. El baterista comenzó a marcar un sencillo ritmo con su instrumento, y se le
unieron el saxofonista, el guitarrista y Eliza, que, además de tocar el piano, comenzó a
cantar a un ritmo casi hipnótico. Las notas comenzaron a juntarse en la cabeza de
Amara y formaron una melodía realmente atractiva; sin embargo, se dio cuenta de que
la canción era una crítica a la SS, y eso le ofendió… y le asustó.
—Lo hacen bien, ¿eh? —comentó Erika, que había llegado al lado de los otros
dos chicos sin que se diesen cuenta—. Lo hacen con tanto sentimiento que hasta da
miedo.
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Pasaron las horas casi sin hacerse notar, y ya habían acabado de tocar, y en
aquel momento Eliza estaba dando un pequeño discurso. Erika se había acercado al
escenario, y Amara seguía en la mesita con Nevin. No hablaban desde que
descorrieron el telón, pero entonces Nevin decidió romper aquel silencio entre ellos.
Amara se ruborizó por dentro, pero para evitar que aquel sentimiento saliese al
exterior, fingió un gesto de enfado
— ¡No quiero decir que no lo estés siempre! Ay, qué mal se me da esto…
Esta vez Amara lo miró, y parecía extrañada. Nevin estaba totalmente rojo, y
parecía debatir consigo mismo en su mente para dar el siguiente paso, que ni él sabía
cuál era. Se serenó, y se acercó a su compañera. Estaban tan cerca que podían sentir la
respiración del otro. Amara se encontró como en un sueño, de repente.
— ¿Qu…?
— ¡La pasma! ¡Todos fuera! —gritó el guarda de seguridad, sin dejar a Eliza
terminar su discurso.
— ¡Todos por la puerta trasera! ¡Entrad por el escenario, y al final hay una
salida!
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—Pero…
— ¡Corre!
******
Eliza estaba inclinada observando, desde detrás del edificio, como los agentes
de la SS se marchaban con más de siete detenidos. Los que habían conseguido coger.
—Faltaría más.
—Hace falta mucho más que esto para acabar con nosotros, Eliza.
—Siento todo lo que ha pasado, será mejor que volváis a casa. Espero que por
lo menos os hayan gustado las canciones. El hombre de la barra tenía las encuestas, las
habéis rellenado, ¿no?
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—Amara, lo siento mucho, no esperaba que esto pasase. Pero tranquila, no te
han podido reconocer, no han llamado a tus padres ni nada. Siento tanto que…
— ¡Me alegro mucho por ti! —gritó entusiasmada, intentando modular el tono
de voz para no llamar la atención— ¡Eso no tiene nada de malo!
—Erika, no sé qué me pasa. Me siento rara cuando estoy con él. Me preocupo
por mí misma.
—Por dos razones. En primer lugar, no podría tener suficiente tiempo para él
por estar con las BDM, y no pienso renunciar a estar con las juventudes.
“Cómo no, las BDM son lo primero y lo único en tu vida”, pensó Erika. No podía
soportar ver cómo su mejor amiga echaba a perder tantas cosas importantes de la vida
de una adolescente, y de una persona en general, por una estúpida organización de
chicas.
—En segundo lugar… estas cosas nunca acaban bien —susurró entre suspiros—
. Hay dos posibilidades; o no sirvo para esto y Nevin lo acaba pasando mal, o yo misma
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lo paso mal, y no me quiero arriesgar por alguien que acabo de conocer. No estoy
dispuesta a ello.
Sin darse cuenta, habían llegado a su calle y Erika se vio obligada a despedirse y
entrar en su casa.
—Amara, sólo quiero que hagas lo que te hará más feliz, y es esto. Es estar con
él, y lo sabes. —Metió la llave en la cerradura—. Espera un momento, que te traigo el
uniforme que dejaste en mi cuarto.
—Buenas noches, nos vemos mañana —se despidió en un tono más seco de lo
habitual en ella.
Amara anduvo hasta su casa, y entró, derrotada. Subió las escaleras a toda prisa
evitando ser vista por sus padres. Se quitó la ropa de su amiga y la guardó oculta en
una caja bajo la cama. Se dirigió a la ducha, y decidió dejar que los pensamientos se
evaporasen y desapareciesen bajo el agua caliente de la ducha.
******
—Sí, sí. Se han escondido bajo los nombres de Giselle, la madre, Hahn, el padre,
y el hijo es Nevin.
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— ¿Apellido?
—Löwe.
Se sorprendió más aún. No podía ser. Nevin Löwe, el nuevo, el “amigo especial”
de Amara. Minna reparó en esto un segundo más. Mientras lo meditaba, escuchó
cómo su padre se levantaba y corrió en silencio hacia arriba, para no ser vista.
—Todo un placer.
Ambos sonrieron, y el hombre salió deprisa sin mirar atrás. Debía de estar
asustado. Faber regresó a la cocina, y Minna permaneció en su sitio un buen rato,
meditando. Ya sabía cómo iba a complicar la vida de Amara.
******
— ¡Estamos sin dinero, ¿te enteras?! ¡Me han quitado el dinero del paro a
partir de ahora porque les ha dado la gana a esos hijos de perra!—gritó.
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El hombre se levantó, serio.
—Hoy ha quedado algo por zanjar entre nosotros, con eso de que alguien llamó
a la policía.
Amara dudó.
Repitió sigilosa el mismo recorrido que el día anterior y se encontró con Nevin.
Él intentó envolverla en un abrazo, pero ella se revolvió y lo esquivó.
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—Amara, por favor —suplicó mientras jugueteaba con su pelo—, no me hagas
sufrir así.
Nevin volvió a besarla, y esta vez no pudo evitar dejarse llevar. Nevin la
envolvió en un abrazo, y ella se dejó querer, por primera vez en su vida. Nevin se
separó, se agachó y cogió algo que tenía escondido tras él.
******
Habían quedado todos en la estación a las siete de la mañana para coger el tren
a Brandemburgo. Todos, chicos y chicas, estaban allí, juntos, aunque evitaban
mezclarse por las miradas de los profesores de gimnasia y las monitoras de las BDM.
Minna se acercó a Amara, sorprendiéndola, y le apartó del grupo para hablar con ella.
— ¿Conmigo?
—Tú espera y escucha. Ayer fue un hombre a declarar acerca de una familia
judía de la zona y yo escuché la conversación sin querer, y el caso es que no vas a
poder creerte cómo se llamaba uno de los integrantes de la familia judía.
—Nevin Löwe.
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—Minna, me odias desde siempre. ¿Por qué tengo que creerme esta historia y
no pensar que te la has inventado para que yo lo pase mal? Lo que no sé es cómo te
has enterado de lo nuestro.
—Sólo lo sospechaba, gracias por confirmarme las dudas. Pero escucha bien, yo
ya te he advertido. Ese chico es judío, y tú debes creerme o lo pasarás mal.
— ¡El tren acaba de llegar, todos dentro! —avisó Krause, coreada por Eliza, Bär
y el profesor de gimnasia de los chicos.
Minna lanzó un beso al aire como despedida y fue corriendo a subir al tren con
sus amigas Sarah y Alicia. Amara se quedó pensando un segundo. En el fondo, había
conseguido sembrar la duda en ella.
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CAPÍTULO 4
El ruido del tren era lo único que lograba acallar la fuerte y entrecortada
respiración de Amara, que denotaba tantos sentimientos juntos que era difícil de
clasificar. Estaba sentada junto a Erika, que dejó de ojear por la ventana para
preguntarse por qué Amara no dejaba de mirar al suelo y respirar de aquella manera.
— ¿Se supone?
—Todos los zorros del grupo, incluidos sus padres y amigos, persiguen, matan y
devoran a las gallinas, y uno de los zorros se ha enamorado de una gallina. ¿Qué hace
entonces? Le han educado para que las persiga y las mate, pero no puede hacerlo con
su gallina. Se ha enamorado. ¿Qué debe hacer? Aunque él no quiera verlo, sigue
siendo sólo una gallina.
—Amara, estás delirando. ¿Seguro que no estás mala? ¿Te duele la cabeza?
—Amara, no te entiendo.
Amara miró a todos lados asegurándose de que no la oían. Aquel vagón del tren
estaba abarrotado de chicas de su edad en una mitad, y chicos en la otra. Pudo
advertir la mirada sonriente de Nevin, que no sabía lo que le había contado Minna, en
algún asiento y notó una punzada de dolor en el estómago.
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—Erika, Minna me ha dicho que es judío.
—Nevin puede ser judío, y yo… yo puedo ser el zorro. Me han educado para
que rehúya a los judíos, para que los denuncie e incluso para que los odie, y yo he
aceptado esa educación porque es la que me parece mejor.
—No tiene por qué ser cierto. A lo mejor es una simple calumnia de Minna para
quitarte la felicidad del momento.
—No, no me atrevo… Me da miedo tener que elegir entre mis ideas y él.
—Erika, tú no lo entiendes…
Erika anduvo por el pasillo del tren sin una dirección fija. Sólo necesitaba andar
y despejarse un poco.
— ¿Cómo…?
—Erika, sabes que puedes confiar en mí. —Eliza se levantó y le puso una mano
en el hombro—. Siempre lo has hecho, aunque sea tu profesora.
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—Siéntate, no hay nadie en este asiento —ofreció mientras señalaba el lugar
vacío al lado de ella—. Seguro que te quedas mejor después de contármelo.
—Eliza, por favor, confío en ti. No puede enterarse Amara de que te lo voy a
contar, y Nevin, obviamente, tampoco.
—Pues sí, aunque parezca imposible. Pero eso no es lo que te quería contar. Es
algo mucho peor. Minna dice que Nevin es de familia…
— ¿Pobre?
—No, no es… ¡Oye! ¿¡Y qué tiene eso de malo!? —se alteró.
El silencio y la cara de Eliza al recibir la noticia eran las únicas cosas que los
sentidos de Erika percibían en aquel momento. Se había quedado total y
absolutamente sorprendida; y boquiabierta, también.
—Estoy segura de que es otra artimaña de Minna para hacerle la vida imposible
—“Aunque si fuese cierto…”. Eliza no cesaba de imaginar qué ocurriría si no fuese un
truco sucio. Si fuese verdad, Amara se vería en una situación realmente complicada,
que sólo debería acabar de una manera… y sería rompiendo con Nevin.
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Ambas permanecieron en silencio. Erika sólo deseaba que Amara no hablase
durante el resto del camino. No tenía ni idea de cómo enfrentarse a ella si volvía a
iniciar una discusión.
Por fin llegaron a la estación y se acabó la tortura para las dos. Nada más bajar
del tren, tuvieron que subir en un autobús que les llevase a las pistas. Amara apenas se
esmeró en levantar la cabeza para observar el paisaje. Estaba demasiado concentrada
en sus cosas como para hacerlo. El viaje se le hizo eterno y, cuando por fin llegaron a
las pistas de atletismo sobre las doce de la mañana, todos los chicos y chicas fueron a
ver la zona de competición a realizar pruebas de velocidad hasta que empezase la
verdadera competición, excepto Minna, Erika y Amara, que fueron a prepararse para la
carrera, que tendría lugar una hora más tarde.
Amara estaba desganada, y sólo podía pensar en Nevin. Estaba sentada en una
de las banquetas del vestuario, cambiándose la falda y la camisa por el cómodo
uniforme deportivo. El lugar estaba lleno de chicas de diferentes lugares de Alemania.
Todas decididas a ganar el oro. El premio, además de la medalla, era una subvención
para el grupo de BDM al que perteneciese la ganadora, por lo que la mayoría de las allí
presentes trabajaban bajo una gran presión gracias a sus monitoras. Erika terminó de
colocarse los zapatos y se acercó a Amara.
Erika parecía muy preocupada. Si Amara no se veía capaz de competir, era que
realmente estaba mal. Se preguntó hasta qué punto le gustaba Nevin, y hasta qué
punto creía en lo que Minna decía.
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—Si estuviese enferma, ¿me dejarían retirarme?
—No voy a ser capaz de correr bien así, y no quiero quedar en ridículo. —
“Además de que sé que Nevin iría a verme a enfermería si me pusiese enferma”,
pensó.
Erika dudó un segundo. Con un gesto, le pidió que le siguiese hasta un sitio
apartado de las demás.
Si hubiese sido otra persona, habría pensado que quería hacerle daño o que
aquello era una amenaza, pero tratándose de Erika, Amara estaba convencida de que
iba a enseñarle alguno de sus trucos.
******
Todos los alumnos estaban sentados en primera fila, y, las alumnas, en segunda
fila. Habían pasado una hora corriendo y haciendo divertidas pruebas tanto de
velocidad como de resistencia, y ahora les tocaba observar cómo competían sus
compañeras. Estaban esperando a que saliesen las competidoras, pero entonces, Erika
apareció sola y se acercó a una de las juezas. Le dijo algo, y esta corrió hacia el interior
de los vestuarios. La mayoría se quedaron extrañados, aunque otros no estaban ni
prestando atención a lo que ocurría.
Nevin se levantó entrecerró los ojos intentando ver mejor lo que pasaba, pero
no lo logró.
— ¡Me ha dado un tirón muy fuerte! —sollozó—. ¡Me duele mucho, y no puedo
andar!
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—Llevémosla a enfermería. —La jueza miró a Erika—. Señorita Engels,
ayúdeme. La llevaremos a que la observe la doctora y en cuanto volvamos comenzará
la competición. Me temo que ella… —Hizo una pausa—, no podrá competir.
“Perfecto”, pensó Amara, sonriendo por dentro, mientras por fuera no hacía
más que sollozar y quejarse del dolor.
La única salida de los vestuarios era a través de las pistas, por lo que tuvieron
que escoltarla por allí.
Desde las gradas, todos vieron salir a la misma jueza que entró acompañada de
Erika y cargando con una muchacha que cojeaba. Nevin se levantó de nuevo. No
estaba muy lejos, por lo que pudo distinguir el rostro de Amara caído y con gesto de
dolor. Sonrió. “No sabe mentir”, pensó. Se levantó rápido de su asiento y puso rumbo
a la enfermería. No sabía dónde estaba, pero se limitó a seguir a las chicas desde una
distancia prudente. Entraron en un modesto edifico, que probablemente albergaría
también cuartos de baño, y cruzaron una puerta blanca. Nevin entró en los servicios.
Una señora algo rechoncha se dio la vuelta y las miró con una cara amable y
preocupada.
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—Amara, no es nada grave, sólo tienes que reposar y dejar que el músculo se
relaje. Te voy a dejar descansar tranquila hasta que acabe la carrera. Estaré en la
habitación de al lado —dijo mientras señalaba la pared—, así que, si necesitas algo,
llámame con un grito. —La enfermera le guiñó un ojo, y salió de la habitación.
Amara no contestó.
— ¿Estás enfadada?
Silencio de nuevo.
— ¡Si ya sabía yo que era una tontería! ¡No me mires así, hombre, que es el
fondo siempre supe que no lo eras! —Amara rio—. ¿Cómo se me ocurre? Si era obvio
que Minna sólo quería fastidiar. Y por esto me he perdido la carrera… Lo siento, ¿eh?
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—Oh… no… —Amara tartamudeó. Comenzó a marearse y todo le daba vueltas.
Recordó una ocasión en la que llamó “basura” a los judíos y se rió de ello con sus
compañeras. Aquella vez opinó que sólo estaban allí para mandar a la deriva a su
querida Alemania. Le vinieron a la cabeza todas las reuniones con las BDM y las
ocasiones en que sus profesoras enumeraban motivos de sobra para aborrecer a una
raza claramente inferior; sin embargo, Nevin no parecía ser así. Era atractivo, fuerte,
inteligente, agradable… y judío. Esa palabra no hacía más que resonar en cada rincón
de su cabeza. Se tapó la cara con las manos. Se sentía estúpida creyendo que así podría
huir de lo que tenía delante de sus ojos, pero era lo único que podía hacer para darse
unos segundos de descanso ante aquella situación.
—Amara, escúchame bien; lo soy, sí, no te voy a obligar a aceptarme como soy,
pero te quiero. Necesito que sepas que no te voy a dejar escapar fácilmente si me
dices adiós.
—Oh, Dios… Eres judío… —Amara se quitó las manos de la cara y dejó a la vista
unos ojos llorosos.
—Pero Amara, ya has comprobado que soy una persona normal. No tengo
tantas diferencias contigo como creías que tendría un judío. E incluso he llegado a
gustarte, no puedes negarlo. —Nevin sonrió y se acercó más a la camilla de Amara.
Tenía una mano apoyada en el colchón y acercó la otra suavemente a la cara de la
chica.
—Sí, bueno…
—No sabes mentir, Amara. Me di cuenta nada más verte salir de los vestuarios.
—No tenía ganas de competir. —Amara se secó las lágrimas con el antebrazo y
estiró las piernas. Ya daba igual, pues Nevin lo sabía, y las tenía dormidas de no
moverlas.
70
—No comprendo cómo has conseguido que te crean.
—Típico de ella.
— ¿Esto significa que estamos juntos de nuevo? —Mostró una sonrisa mientras
se frotaba la mejilla que había recibido el impacto.
Nevin sonrió, y salió de la habitación. Desde la entrada del edificio, pudo ver
como la enfermera entraba en la sala donde estaba Amara y salía un par de segundos
después. Podría volver a entrar con la chica y seguir hablando con ella, pero decidió
marcharse, y volver con Erika al acabar la carrera.
******
71
Todas salieron a una velocidad inimaginable, y Erika iba en cabeza, muy seguida
de una chica morena y demasiado corpulenta para ser del sexo que era. Corrían sin
apenas pensar en lo que las rodeaba. Sólo tenían en mente una cosa: la línea de meta.
Erika siguió en cabeza toda la carrera y, como era de esperar, llegó en primer
lugar sin una gota de sudor cubriendo su despejada frente. La chica corpulenta llegó en
segundo lugar, y Minna no fue capaz de subir del tercer puesto. Por desgracia para
todos, sólo había subvención con el primer premio, y los dos siguientes eran una
simple medalla.
******
Amara estaba aburrida dando vueltas en la cama, sin saber qué hacer. Miró un
reloj que había colgado en la pared y calculó que ya estarían terminando de repartir
los premios. Esperaba ver aparecer a Erika con uno de ellos.
— ¡Amara, mira quién tiene la medalla de oro! —gritó alguien desde fuera.
— ¡He ganado!
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Erika actuó rápida y se colocó un brazo de su amiga por encima del hombro,
para hacer como si le ayudase a caminar.
Salieron los tres de allí, y nada más cruzar la puerta del edificio Amara se
enderezó y se separó un poco de Erika. Anduvieron por una especie de paseo
ajardinado hasta llegar a la entrada de las gradas, donde se agrupaban todos sus
compañeros y compañeras. Nada más llegar ellos, fueron con el guía a ver la ciudad de
Brandemburgo.
******
Todos los alumnos volvían con una muy buena opinión de la excursión de aquel
día; todos menos Amara, que no sabía cómo clasificar la suya. Estaba, de nuevo,
sentada mirando al suelo junto a Erika, que la miraba preocupada. Pero esta vez, la
mirada de Amara no era de tristeza ni de preocupación. Era una mirada propia de una
persona confundida. Erika no había abierto la boca en todo el viaje y decidió hacerlo
entonces, aunque, a juzgar por la mirada de su amiga, ya sabía qué había ocurrido,
pero no quería creerlo.
—Sí...
— ¿Hablasteis de lo de Minna?
—Sí…
—… Sí…
Erika suspiró. Esperaba no tener que animarla a la vuelta, pero tuvo que
hacerlo.
73
Amara se enderezó y la miró, más confusa todavía.
—Te equivocas, es mucho más simple de lo que crees. Sólo tienes que dar un sí.
—Pero…
— ¡No!
—Amara, acabas de demostrar que quieres estar con él, así que deja de hacerte
de rogar.
De repente, se oyeron a las azafatas del tren anunciar que habían llegado a
Berlín, y que bajasen con cuidado, sin dejarse nada en él.
Todos bajaron en fila del vagón con las mochilas a la espalda. Las monitoras
comenzaron el recuento típico para comprobar que no se había quedado ningún
rezagado en el tren, y se dirigieron a la salida de la estación. Desde allí, cada uno se las
tenía que apañar para regresar a casa. No era un camino especialmente largo hasta las
casas de Erika y Amara, por lo que decidieron volver andando. Amara esperaba a su
amiga en la puerta de la estación, cuando Eliza se acercó a ella.
—Verás… Creo que todos hemos notado que tienes algo con Nevin Löwe.
— ¿Quién te lo ha dicho?
—Sí, pero…
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—Escucha muy bien lo que voy a decirte. No tienes que asustarte, pero ten muy
claro quién es él. Cuando empiezas a salir con una persona, no sólo te comprometes
con él, sino con todo lo que le rodea. Recuerda quién eres tú y quién es él. No olvides
ni un solo instante de dónde eres, o te ocasionará multitud de problemas. Sólo es un
aviso.
Tras esto, Eliza se fue con las monitoras, dejando a Amara más confusa aún de
lo que ya estaba. Parecía que sabía, o tenía sospechas acerca de que Nevin era judío.
Entonces recordó que ella, siendo tan liberal como era, seguía siendo del partido, y le
entró miedo. Miedo de que alguien pudiese delatar a Nevin y meterlo en un lio.
******
La mañana del sábado había transcurrido sin ningún sobresalto; una mañana
tranquila en una reunión con las BDM. Había conseguido que Amara dejase de pensar
en Nevin durante un par de horas. Les habían dado los cuestionarios y todo había
pasado con normalidad. Ya estaba bien entrada la tarde y todas las chicas llevaban una
media hora esperando la llegada de Schneider a la estación. Minna tenía el ejemplar
de la revista que iban a entregar a Lara en la mano, y no permitía que nadie más la
cogiese, pues le gustaba ser el centro de atención y quería dárselo ella misma. De
repente, una comenzó a señalar y gritó.
Las chicas que se habían sentado, agotadas, se levantaron de golpe, y las pocas
que seguían de pie desde el principio, se enderezaron. Habían decidido dibujar una
pancarta para ella. Había un enorme “TE VAMOS A ECHAR DE MENOS” de colores, y el
resto de la pancarta estaba repleto de dedicatorias de cada una de las chicas de su
clase. Todas pudieron ver cómo Lara se inclinaba hacia delante y achinaba los ojos,
intentando ver. Se irguió y se fue acercando. A medida que caminaba, las chicas
comenzaban a distinguir una sonrisa en sus labios y lágrimas en sus ojos. Cuando llegó,
las lágrimas que antes se escondían en sus párpados habían salido y formaban
inmensos ríos en su cara. Estaba atónita, no podía creerlo.
75
—Pero… ¿Cómo…?
El marido de Lara, que se había quedado algo más rezagado cargando con la
maleta más pesada, llegó hasta el punto donde estaban todas, y vio cómo su mujer se
echaba a llorar sin control y comenzaba a abrazar a sus antiguas alumnas, una por una.
Finalmente, Minna le entregó el ejemplar de la revista.
—Señora Schneider —dijo Amara. Lara se fijó en que había dejado de llamarla
“profesora”—, nunca se olvide de su clase, porque nosotras seremos incapaces de
olvidarnos de usted.
Lara abrazó a Amara y siguió llorando. A Amara le resbaló una única lágrima por
la mejilla. La única que podía permitirse.
Tras unos minutos de emotiva despedida, Lara tuvo que marcharse tras las
puertas del tren con su marido. Todas sabían que le iba a ir de maravilla en Múnich.
******
El hombre obedeció y, con una leve reverencia con la cabeza, salió del
despacho.
76
—Qué es lo que ocurre.
—Creo que hemos ido demasiado rápido a la fase dos, no estoy seguro de que
vaya a funcionar.
—No.
— ¿Y negativos?
—Tampoco.
—Tengo mucho trabajo por hacer, si eso era todo lo que querías, aquí está la
puerta. La verdad, no entiendo por qué te preocupa tanto este trabajo.
—Y nunca lo entenderá.
******
77
—Amara, ¿tienes un segundo?
—Bueno, ya te habrá dicho Minna lo que ocurre con él, ¿no? —preguntó
Sarah.
—Verás, queremos advertirte de que no te espera nada bueno si sigues con él.
Te recordamos que estas en las BDM, y nosotras sabemos lo que ocurre. Tú misma
sabes cómo tratamos a la gente como él. No te conviene relacionarte con Nevin. —
Sarah finalizó con una mueca de superioridad y se giró.
—Está bien, escuchad vosotras ahora. Lo que ocurre entre Nevin y yo es cosa
nuestra, y las decisiones que yo tome no os incumben, ¿entendido?
—No nos hables así —reprochó Alicia—. Bueno, si es lo que quieres, adelante.
Ya te hemos advertido.
—Amara —dijo Erika tras un rato hablando en silencio—, quizás deberías tener
cuidado con ellas. Recuerda que Minna es su mejor amiga, y su padre trabaja en la
Gestapo.
—No hablo de ti, hablo de Nevin. Ellas son capaces de todo con tal de hacerte
la vida imposible.
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—Ni siquiera le has dado un sí y ya están amenazando. Ten mucho cuidado.
—No, yo te apoyo y creo que lo mejor es que estéis juntos, pero te pido que
tengas cuidado. Ahora me tengo que ir, creo que mi padre llegaba hoy antes y si no
llego pronto me va a matar. —Erika sonrió y abrió la puerta—. Hazme caso, por favor.
No te hagas la dura delante de ellas, preocúpate de cosas más importantes que tu
imagen.
La rutina había desaparecido desde hacía unos días. Su madre había conseguido
un empleo de camarera en un bar porque a su padre habían dejado de pagarle el paro.
Él seguía buscando trabajo; o eso decía. Amara seguía con sus cosas, y de vez en
cuando recogía la mesa u ordenaba el salón. Aquella noche fue una de aquellas veces.
Recogió la cocina después de cenar y ordenó el salón. Le gustaba hacer tiempo para
poder estar despierta cuando su madre llegaba del trabajo, pero no siempre lo
conseguía. Cayó rendida en el sofá nada más terminar de ordenar el salón.
Amara corría desesperada, huyendo de los árboles, del viento, del bosque y de
su propia sombra. Lloraba por pura angustia. Sabía que en el interior del bosque había
algo aterrador, pero no sabía qué. Huía sin saber a dónde con la vaga esperanza de que
no se adentrase más en aquel infierno. De repente, tropezó y cayó al suelo, chocando
contra un charco de lodo. Levantó la cabeza, asustada, y vio una mano que le era
familiar. Era Nevin, tendiéndole ayuda. Amara agarró su mano, agradeciéndola con
una sonrisa entre lágrimas. Comenzó a notar que le quemaba la mano. La apartó y
pudo ver la Estrella de David grabada en su mano a fuego. Nevin comenzó a
transformase, dando lugar al rostro de Eliza, que esbozó una malévola sonrisa.
Amara frenó en seco y sintió cómo sus pies se pegaban al suelo y era incapaz de
moverlos. Nevin se le acercó y le puso una mano sobre el hombro. Ahora volvía a tener
su rostro, pero sereno.
79
—No huyas. No me temes a mí, sino a lo que te han enseñado que soy.
—A ti.
—Juzga tú misma. Es cierto que soy quien crees, pero eso incluye momentos
como este. Ahora despierta. Y no olvides lo que ha ocurrido. —Nevin sonrió
afablemente y comenzó a difuminarse. Amara intentó cogerle la mano, pero ya era
tarde.
80
CAPÍTULO 5:
Su amiga rió.
— ¿Basta de qué?
— ¡De fingir que aún no has decidido que le vas a decir que sí!
81
Amara y Erika siguieron andando unos minutos y llegaron al local. Se sentaron
en una de las mesas de fuera y al momento fueron atendidas por un amable y joven
camarero.
— ¿Qué?
Erika sonrió dulce y amablemente y señaló con una mirada la calle. Amara vio
un chico alto y moreno andar hacia ellas, y, de repente, se dio cuenta de quién era y
del plan de su amiga.
—No me puedo creer que hayas avisado a Nevin —masculló con los ojos como
platos.
—Hola —saludó Amara con una voz demasiado tímida para ella.
—Traiga otro, por favor —pidió Nevin. El camarero se retiró con la bandeja y un
cordial gesto agachando la cabeza, y el chico se giró de nuevo hacia su acompañante—
. Bueno, Amara, creo que tenemos algo de lo que hablar.
—No me puedo creer la conspiración que habéis organizado para que hable
contigo.
— ¿Qué conspiración?
—Está bien, está bien —se rindió—. Es que necesito aclarar las cosas. —Nevin
cogió las manos de Amara en un cariñoso gesto y acercó su cara a la de ella—. Te
quiero, Amara —susurró— y nada cambiará eso. No importa quién sea, sólo importa si
tú me quieres a mí o no.
82
permitido a Nevin besarla, sino que ella le había pillado por sorpresa y ahora era él
quien debía dejarse llevar.
Minna y las gemelas estaban cruzando la esquina que daba a la cafetería donde
Heler trabajaba, charlando tranquilas, pero nada más dejar atrás la calle anterior y
estar frente al local, todas callaron. Vieron dos figuras de pie, en una de las mesas,
besándose tiernamente. Todas distinguieron a Amara y a Nevin. La expresión de
asombro en el rostro de Minna se transformó en furia e impotencia.
—No me ha hecho caso… Le han dado igual mis amenazas —gruñó apretando
los puños.
Minna estaba realmente furiosa y le daba igual todo menos Amara en aquel
momento. No le importó que Alicia se sintiese ofendida.
—Vamos a acercarnos, pero haced como si no los hubieseis visto, ¿de acuerdo?
— ¿Qué he dicho?
—Es una pena que su padre vaya a enterarse y se les acabe este rollo “parejita
feliz”, ¿no creéis?
83
—Ella es la que ha decidido no hacerme caso.
Minna miró de reojo a la mesa en la que estaba sentada. Había tres personas,
ella, Erika y Nevin. Los tres reían y charlaban, y pudo advertir cómo, en un momento,
Amara y el chico se cogían de la mano y se miraban tiernamente.
Las gemelas la miraron, pero hicieron caso omiso de ella nada más llegar Heler.
— ¿Qué os sirvo?
Heler cerró el cuaderno sin escribir nada en él, pues sabía de memoria lo que
las chicas querían. Siempre pedían un batido de chocolate y dos de fresa. Era fácil de
recordar. Se marchó con una sonrisa propia de camareros, dejándolas solas de nuevo.
—Ya sabes cómo se pone con todo lo relacionado con Amara. —Sarah se
encogió de hombros.
— ¿Qué?
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Minna estaba furiosa desde que vio a Amara y a Nevin juntos. En un principio se
levantó para ir tras ellos, pero pensó que no solucionaría nada y giró en dirección a la
casa de otra persona. Laura Schäfer. Su casa era realmente imponente. Aunque la
familia no era especialmente adinerada, el edificio era enorme. Y eso que Laura era
hija única, por lo que sólo vivían tres en una casa para siete. En la puerta reinaba una
aldaba con forma de cabeza de águila. Minna agarró el aro sin intimidaciones y golpeó
con fuerza la puerta. Los golpes resonaron por toda la calle. La puerta de madera
tallada se abrió, y tras ella apareció una chica algo delgada y aparentemente endeble,
junto a otra con mejor forma física. Eran Laura Schäfer y Anna Müller.
—La reina Minna con la plebe… Me interesa escuchar a qué se debe tal milagro.
Pasa, pasa —ofreció a su visita apartándose y dejando espacio con una sonrisa. En el
fondo, todos sabían que admiraba a Minna, aunque se hiciese la dura.
Minna devolvió una arrogante sonrisa y pasó dentro. Sin indicaciones de ningún
tipo, fue instintivamente al salón y se sentó. Laura simuló que no le importaba y se
sentó en el sillón de al lado con Anna.
Laura resopló.
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codos sobre la mesa, entrelazando los dedos de las manos. Se acercó un poco más a
sus acompañantes.
—Sí, por favor —suplicó Anna, cansada de tantas tonterías por su parte, y sólo
recibió una mirada de superioridad y arrogancia. Se calló y miró de nuevo al suelo.
—Si es cierto lo que creo, así como los rumores que pululan por el instituto y las
BDM, odias a Amara por ser el centro de atención de todos, ¿cierto?
—Conozco una manera ideal para vengarte de ella y hacérselas pagar todas
juntas.
Laura no pudo ocultar que desde que mencionó a Amara había comenzado a
prestar más atención, pero aquella frase consiguió que se separase del respaldo del
sillón y agudizara más los oídos para oír cada una de las palabras siguientes.
—Ah, sí. Es aquel chico tan guapo, ¿no? Sí, lo cierto es que lo he fichado. —
Laura rió modestamente.
—Amara Rosenbauer.
El odio de Laura creció un poco más. Cada cosa que hacía era como una gota de
agua llenando una inmensa bañera. Gota a gota, la bañera estaba a punto de
desbordar, y lo que acababa de oír no era una gota, sino un cubo de agua fría.
—Es que ahora viene lo mejor. Verás, ¿no le notas nada extraño a ese chico?
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—Su apellido, propio de cierta gente, el hecho de que no está en ningún grupo
de juventudes, su forma de peinarse y de vestir… No son propias de alguien de aquí,
¿no?
Laura abrió mucho los ojos, al igual que Anna, que no había hablado en ningún
momento, pero había escuchado toda la conversación, y se había quedado de piedra.
—Que Amara, siendo como es y teniendo el padre que tiene, está saliendo con
un judío.
Ahora Laura creía ver más claro a qué se refería Minna con lo de “vengarse de
ella”.
—Entonces, pretendes que le diga que sale con un judío para fastidiarle la
relación, ¿no?
— ¿Conoces a su padre?
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—Pero éste es capaz de matar a Nevin si lo pilla a solas por la calle.
—No seas dramática, Laura. Lo único que hará será prohibirle a Amara volver a
verle, gritarle y bajarla del pedestal de hija perfecta. Conseguiremos que deje a Nevin y
que su padre la repudie. Además… si se diese el caso que tú has mencionado… ¿qué
más da? Un judío menos del que preocuparse, ¿no crees?
—Entonces lo que quieres es que yo le cuente a su padre… ¿que su hija sale con
un judío?
—Exacto.
—A ver, piensa un poco. Todos saben que odio a Amara, incluido su padre. ¿Por
qué iba a creerme si le digo eso en vez de pensar que lo hago para hacerle la vida
imposible a su hija? Sin embargo, poca gente sabe con certeza que tú la odias, y su
padre creo que ni te conoce, así que no hay problemas, ¿no? ¿Puedo confiar en ti para
esto?
—Faltaría más.
******
—Podéis separar las manos, ¿eh? No os vais a perder ni nada por el estilo. —
Erika rió y entró en su casa.
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Los dos anduvieron unos segundos hasta llegar a la entrada del edificio.
Amara suspiró feliz antes de abrir la puerta y entró. Aquel día su madre no
trabajaba, por lo que esperaba verla en la cocina, pero, en lugar de eso, la encontró
frente a ella, justo delante de la puerta. Le lanzó una pícara mirada y una sonrisita.
—Soy vieja, pero, precisamente por eso, no soy tonta. Venga, dime cuándo
empezasteis a salir. —La señora Rosenbauer mostró una amplia sonrisa a su hija y
esperó impaciente a que contestase.
— ¡Madre! ¡¿Nos has estado espiando?! —la regañó fingiendo estar indignada.
—Nevin.
—Madre…
—Dime.
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—Bueno, está bien. Aunque no entiendo por qué.
—Igualmente.
Aquello había sido como el detonante para provocar que la chica lo contase
todo.
—Minna, cielo, me parece muy bien que vayas a informar al padre de la chica
de lo que está ocurriendo, pero no entiendo por qué me lo cuentas a mí.
90
—Pues para que vayas a por esa familia, ¿por qué sino?
******
— ¡Heler! —le llamó a gritos el dueño del local desde la puerta de la cocina.
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—Tienes correo. No sé por qué lo han mandado aquí, pero asegúrate de que no
vuelva a pasar o lo quemo, ¿entendido? Nos soy tu chico de los recados.
“Querido Heler,
Como sé que pasas todo tu tiempo en esa cafetería te envío la carta ahí, así la
leerás antes. Quería decirte que tu padre está totalmente empeñado en que no te
ayudemos, que ya volverás, pero yo no puedo hacer eso. Eres mi hijo y necesito saber
que estás bien. Estoy escribiendo esta carta a escondidas. Es de noche y tu padre está
dormido, así que estoy en el salón. Estoy recordando cuando te tumbabas conmigo en
este mismo sofá y jugábamos juntos. Te daba igual a qué, pero siempre querías jugar
conmigo. Bueno, no te escribo para decirte eso. En realidad lo hago para darte una
muy buena noticia para ti. He mandado dinero a la universidad en la que estabas antes
para pagar el tiempo que te queda por estudiar allí. Tienes una habitación reservada a
tu nombre. Además, como ya sabes, allí se encargan ellos de tu mantenimiento, por lo
que puedes dejar de trabajar. Siento no haberlo hecho antes, pero necesitaba tiempo
para recaudar el dinero.
PD: He leído todas tus cartas, pero tu padre no me dejaba contestar. Gracias
por acordarte de nosotros.
Con amor,
Mamá.”
Heler dobló de nuevo la carta y la dejó sobre la mesa con los ojos muy abiertos.
Tanto tiempo partiéndose el espinazo por mantenerse, y ahora, de repente… Era una
noticia estupenda, no cabía duda, pero Heler estaba demasiado sorprendido como
para hacer notar su alegría. En aquel momento, mientras el chico miraba atónito la
carta doblada, entró el dueño de la cafetería. Aquel hombre que lo había explotado sin
piedad alguna durante tanto tiempo.
Heler le lanzó una mirada que, por primera vez desde que trabajaba allí, no
decía “sí, señor”. Se quitó el delantal de camarero y se lo dio al hombre, sintiendo que
se había quitado de encima gruesas cadenas.
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— ¡¿Qué?! ¡¿Cómo que te largas?! —Aquel hombre acababa de perder a su
mejor fichaje y estaba comenzando a notar cómo la sangre se le subía súbitamente a la
cabeza y le rechinaban los dientes.
******
Sin que ella lo esperase, él le dio un beso y le sonrió como no hacía desde hacía
mucho tiempo. La mujer se sorprendió y se extrañó a la vez.
—En el cine.
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—Pues ya sabes, puedes dejar de trabajar y dedicarte a la casa, que es lo que te
corresponde. —El señor Rosenbauer sonrió de nuevo.
Oyeron cómo, justo tras ellos, la puerta se abría y supusieron que era Amara,
recién llegada del instituto.
—Ya estoy en casa —saludó sin mucho entusiasmo. Al encontrarse a sus padres
delante de la puerta y no preparándose para comer se extrañó —. ¿Qué ocurre?
Mientras tanto, Laura Schäfer había comido a toda prisa y se disponía a ir a casa
de los Rosenbauer a hablar con el cabeza de familia. Estaba muy nerviosa.
—Me voy con las BDM —dijo a su padre, con la vista fija en el suelo y el corazón
latiendo a mil por hora.
Laura abrió la puerta y miró una vez atrás. Aún estaba a tiempo de
arrepentirse; pero no lo hizo. Salió de su casa y comenzó a andar más rápido de lo
normal. Su casa y la de Amara estaban algo lejos, y si no se daba prisa podría
encontrarse con ella por el camino y tener que inventar excusas para no estar yendo a
las BDM. Las calles estaban vacías. A esas horas todos estaban encerrados en sus casas
comiendo o escuchando la radio. Menos ella, claro. Ella se disponía a hacerle la vida
imposible a una compañera revelando uno de sus mayores secretos a su padre. Llegó a
su destino sin apenas darse cuenta y suspiró frente a la puerta. Recordó por qué
estaba haciendo aquello. “Porque odio a Amara”.
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El señor Rosenbauer estaba tumbado en el sofá con la radio encendida, cuando
oyó que llamaban a la puerta.
—Estoy fregando, ¿puedes abrir tú, por favor? —suplicó la señora Rosenbauer
desde la cocina.
— ¿Qué quieres?
—Qué bien que me haya abierto usted —confesó asustada—, pues era con
quien quería hablar.
—Verás, me has hecho levantarme del sofá, así que dime ya qué es lo que
quieres.
— ¿Puedes ir al grano?
—No sé si lo sabrá, pero su hija está saliendo con un chico del instituto.
—Es lo normal a vuestra edad, ¿no? No digo que lo apruebe, pero si has venido
sólo por eso puedes ir marchándote ya. Además, ¿por qué me cuentas esto a mí?
—Bueno, que sepas que la broma no ha tenido gracia. Mi hija nunca sería capaz
de salir con un judío, si ella los odia. Que sepas que has perdido el tiempo, aunque no
entiendo por qué. Adiós.
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El señor Rosenbauer se dispuso a cerrar la puerta, pero Laura metió el pie en
medio y se lo impidió.
— ¡¿Quieres irte de una jodida vez?! ¡¿No ves que no soy tan estúpido como
para creerte?!
— ¡Pero bueno! ¡Vaya con los chicos de ahora, que se creen que somos tontos,
joder! —gritó mientras entraba de nuevo en su casa. Se dirigió de nuevo al salón y se
tiró sobre el sofá cuan largo era.
—Me voy con las BDM, padre —se despidió desde la puerta de la sala.
—Espera —dijo sin pensar. No se lo creía, pero no perdía nada por preguntar y
asegurarse—. Amara, tú… sales con alguien, ¿no es cierto?
—Yo, bueno…
— ¡¿Quieres contestar?!
—S-Sí, si tengo…
— ¿Cómo se llama?
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— ¿Por qué te has puesto tan nerviosa? Hay algo, ¿no?
— ¿Por qué dices eso? —susurró con un hilo de voz, utilizando la poca fuerza
que le quedaba.
— ¡Porque me lo han dicho, joder! —El señor Rosenbauer tiró la mesa del salón
al suelo. El vaso que había encima se rompió en mil pedazos—. ¡¿Cómo has sido capaz
de hacerme esto?! ¡¿Cómo has sido capaz de hacerte a ti misma esto?! ¡Eres un
desastre de hija!
Amara se rindió y comenzó a notar cómo todas las ilusiones y todos los sueños
que rodeaban a Nevin se desvanecían uno a uno. Toda la felicidad que rodeaba aquel
día a su familia por el nuevo empleo de su padre se había desvanecido de repente.
— ¡Tu hija sale con uno de los monstruos que van a arruinar este país! —
protestó señalándola despectivamente con un gesto de mano.
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— ¡Tú no te metas! —gritó encolerizado. Abofeteó a su mujer, empujándola y
provocando que cayese al suelo estrepitosamente. Amara se asustó mucho. Muchas
otras veces había visto a su padre enfadado, había presenciado cómo pegaba a su
madre, había escuchado palabras de todo tipo saliendo de su padre, pero nunca le
había dado tantísimo miedo. Su madre se levantó llorosa con una mano sobre la
mejilla abofeteada y se acercó más a su hija.
Amara estaba asustada. No sabía qué hacer, pero no podía perder a Nevin. Era
lo mejor que había pasado por su vida, aunque a su padre le pareciese imposible. Se
armó de valor como pudo, y se enfrentó a él en aquella batalla.
— ¡No puedes prohibirme hacer algo que no puedes controlar! ¡No vas a estar
vigilándome todo el tiempo!
— ¡¿Cómo se te ocurre hablarme así?! —gritó con furia. Con una fuerza
descomunal sacada del lado más oscuro de aquel hombre, le cruzó la cara a su hija. Ya
no se podía decir si aquel ser era un ser humano o un monstruo. Se había
transformado en Mr. Hyde sin previo aviso.
—No esperes que te vuelva a mirar con los mismos ojos, Amara —susurró su
padre, calmándose y quitándose las arrugas de la camisa—. Yo no te he criado así. No
me merezco una hija como tú. Eres una deshonra para esta familia.
—Vete con las BDM, llegarás tarde —dijo con desprecio. Amara no contestó y
se limitó a mirarle con lágrimas en la cara. El hombre la miró de nuevo y gritó con
furia—. ¡Lárgate, joder!
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Amara se giró y abrió la puerta. Miró una última vez atrás y comprobó que su
padre seguía escuchando la radio sin importarle que su propia hija llorase por su culpa.
Se marchó corriendo cerrando con fuerza la puerta, que sonó como si se hubiese roto
en cientos de pequeños pedazos de madera, al igual que la felicidad que reinó en
aquella casa hacía unos minutos. No pudo ver cómo su madre la miraba triste y
melancólica, recordando aquellos tiempos en los que apenas sabía caminar y todo era
más fácil.
******
Faber sonrió.
—Tengo unos contactos que han hecho por ti una parte complicada de la
misión.
—Lo sé, lo sé, pero te alegrará saber qué es lo que te han quitado de encima.
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— ¿Qué prisa tienes? —Faber se levantó de su asiento y se acercó a una mesita
sobre la que descansaba una botella de whisky y dos copas de un aspecto caro y
elegante—. ¿No prefieres antes una copa? —preguntó sabiendo cuál iba a ser su
respuesta.
—La gente como tú no sabe apreciar un buen whisky. Será que sois demasiado
jóvenes. —Faber se sirvió un vaso de aquel licor y bebió un trago, saboreando cada
gota—. Yo ya tengo mis años bien cumplidos. ¿Cuántos crees tú que tengo?
—Está bien, está bien. Es que me gusta la compañía humana de vez en cuando
—rió.
100
CAPÍTULO 6
La salida de las BDM era siempre mucho más ordenada que la del instituto. Las
chicas caminaban en fila hasta la puerta, y hasta que Krause o Bär daban la orden de
marcharse, no lo hacían. Aquel día, al salir del edificio, Amara había conseguido, por
fin, calmarse. Erika hablaba con ella, tranquilizándola, como de costumbre desde hacía
poco.
—No seas exagerada, por favor —suplicó—. ¡Es tu propio padre! Simplemente
te sermoneará un poco.
—No sé… estaba muy enfadado, y con razón —sollozó—. No sé si fue buena
idea contradecirle.
—No es lo que los demás piensen de mí, es lo que mi padre piense de mí,
¿entiendes?
— ¿Y por qué es eso tan importante para ti? Debería importarte sólo lo que tú
opines de ti misma y de tu vida. El resto debería darte igual. —Erika bajaba cada vez
más la voz. No sabía cómo convencer a Amara; era muy tozuda y, cuando se le metía
algo entre ceja y ceja, era imposible sacarlo de ahí.
Caminar por una calle vacía con la luna llena brillando sobre ella era una de las
cosas más relajantes para Amara, e intentaba utilizarlo a su favor. Escuchaba casi
ausente las palabras de su amiga, y, sin poder evitarlo, no les prestaba apenas ninguna
atención. Pensaba sin parar en Nevin, en su padre, en su discusión con él, y en lo que
pasaría cuando llegase a casa.
101
se tratase y lo llevó a su habitación. Se desvistió desganada y en silencio y se enfundó
su cómodo pijama. Deshizo la cama y se enterró entre sus sábanas, sintiendo, a través
de las sábanas, con la punta de los pies el caliente cuerpecillo de Natch, que se movía
al ritmo de su propia respiración.
******
Era muy temprano, pero habían quedado a esa hora. Aquella era la primera vez
que se acercaba a una de las mesas de esa cafetería sin un delantal y una libreta para
apuntar los pedidos. La noche anterior había recibido una carta de su madre citándolo
en aquel sitio. Era la segunda carta en una semana, y aquello era realmente
sorprendente, teniendo en cuenta que llevaban meses sin saber nada el uno del otro.
Desde luego, se había llevado una gran alegría al recibir la carta en la que le hablaba
acerca de su plaza en la universidad, pero no sabría decir si la mayor parte de la alegría
era por eso o por haber contactado con la persona que añoraba tanto desde hacía
tanto tiempo. Como saliendo de sus pensamientos y transformándose en realidad,
pudo ver la silueta de una mujer algo mayor, con el pelo canoso y recogido en un
discreto moño, acercarse sonriente. Heler se levantó deprisa y se incorporó hacia
adelante, asegurándose de que no le estaba engañando la vista. Pudo reconocer la
manera de andar de su madre. Pasos algo cortos y con los pies juntos, lentos pero
seguros, en los que se averiguaba el cansancio y el peso de la vejez. Heler permitió que
sus ojos se empapasen en lágrimas pero no dejó caer ninguna. Se secó rápidamente
con la manga de la chaqueta marrón y corrió a abrazarla sin tener presente que dejaba
la mesa vacía. A un par de metros su mente divagó y comenzó a pensar en que quizás,
después de tanto tiempo, no pudiese aceptar un abrazo. Poco a poco, detuvo la rápida
y decidida carrera y se paró frente a aquella mujer. Ambos se miraron unos segundos
y, finalmente, su madre sonrió y le abrazó, como él no se atrevió a hacer.
—Yo también, madre —sollozó abrazándola con más fuerza. Era mucho más
alto que ella, pero logró apoyar su cabeza sobre su hombro—. No sabes cuánto.
Heler pudo sentir que se detenía aquel momento y notó al tiempo pasar
despacio. Disfrutó cada segundo de aquel abrazo, hasta que, finalmente, su madre se
separó de él.
102
Ambos caminaron en silencio y se sentaron en torno a la mesa que Heler había
dejado vacía unos momentos atrás. Un hombre muy grande y musculoso con un
delantal ridículamente pequeño para él se les acercó con una libreta en la mano. Nada
más ver a Heler se le desfiguró la expresión. Disminuyó la velocidad y siguió avanzando
con una fingida sonrisa.
—Anda, Heler, tú por aquí sin un delantal y un sueldo que ganar. Qué novedad.
—Un placer, señora —saludó con una formal reverencia—. ¿Qué les sirvo?
A Heler le sorprendió mucho que le tratase de usted. Era la primera vez que
recibía un trato relativamente amable por parte de aquel hombre.
El individuo se marchó, dejándolos solos. Heler apoyó los codos sobre la mesa y
se vio obligado a preguntar.
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—Bueno, en primer lugar… porque quería darte esto. —La señora sacó de su
bolso un fajo de billetes. Heler abrió mucho los ojos al imaginarse la cantidad de dinero
que habría ahí. Se lo ofreció al chico.
—Pero madre, es mucho dinero. Esto podrías usarlo tú para viajar con mi
padre, o para comprar muebles nuevos, o por si tenéis algún problema. ¿Y si mi padre
se queda en paro?
—Está bien, lo haré. Bueno, pero no tenías que haberte molestado en venir, mi
padre podría haberte visto. Podrías haberlo enviado por correo.
—Los mensajeros son todos unos ladrones —rió—; además, tenía tantas ganas
de verte...
El antiguo jefe de Heler apareció de repente con una bandeja y un par de cafés
con leche, que dejó sobre la mesa. Se marchó en silencio y se giró antes de entrar de
nuevo por la puerta del local para ver de reojo a aquellos dos, que sonreían antes de
darle un sorbo al café.
******
La hora del descanso era siempre la mejor. Erika y Amara se sentaban bajo un
enorme árbol que daba sombra a una zona de hierba. Estaba rodeada de arriates
llenos de flores de colores, y se estaba realmente bien allí. Pasaban los minutos
charlando entre ellas de cosas sin importancia, mayormente, y observaban a los demás
ir y venir de todos lados. Algunas veces se les acercaba algún chico a flirtear con ellas,
saltándose las miradas de los profesores que les obligaban a permanecer en una parte
concreta del patio, o alguna chica afable en busca de compañía que ellas no
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rechazaban muy a menudo. Aquella vez se les acercó un grupo cuya compañía no era
muy agradable. Observaron a Minna Faber, a Sarah y Alicia Rothstein, y a unas
asustadas Laura Schäfer y Anna Müller venir desde la otra punta del patio.
— ¿Qué demonios hacen Laura y Anna con esas tres? —susurró Amara
extrañada a su amiga.
—Erika, ¿puedes irte? —ordenó con tono autoritario—. Queríamos hablar con
tu amiga.
Erika miró a Amara sin saber muy bien qué hacer, pero esta la miró y asintió
con la cabeza. La chica se levantó y se marchó, mirando a aquellas cinco que la
observaban entre risas.
—Bueno, nos hemos enterado de que a tu padre le ha llegado una noticia sobre
ti, ¿eh? Queríamos saber si ya te ha perdido el respeto y si te ha echado de casa o algo
parecido.
—Has sido tú… —masculló—. ¡Has sido tú! ¡¿Cómo puedes ser tan mezquina?!
—Amara se desesperó. Comenzó a hablar a voz en grito.
Amara no sabía qué decir. En el fondo sabía que Minna había tenido algo que
ver, pero no quería preguntar más por miedo a conocer la respuesta.
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—Laura… ¿qué te he hecho? —suplicó.
Amara cayó al suelo con las manos en la barriga y unas ganas enormes de
vomitar. No se esperaba aquel puñetazo, y le había dejado sin fuerza alguna para
levantarse y devolvérsela.
Las cinco se marcharon sonrientes como si nada hubiese sucedido, y Erika, que
intentó observar desde detrás de una columna, se acercó a su amiga, que aún
agonizaba de rodillas en el suelo.
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— ¡¿Pero tú has visto lo que te acaban de hacer esas desvergonzadas?! ¡Por lo
menos deja que avise a la señora Wulff!
— ¿Pero te estás oyendo? Si hacemos eso, la señora Wulff descubrirá que estoy
saliendo con un chico judío, y eso no me conviene. Déjalo estar y punto. Yo no pienso
dejar a Nevin, y ellas no pueden impedirme estar con él.
Amara agarró a su amiga más fuerte. Le lanzó una mirada suplicante y negó con
la cabeza.
Amara se sentó de nuevo. Lo cierto era que había conseguido fatigarla con
aquel golpe. Erika se sentó junto a ella.
—Está bien, no diré ni haré nada… pero, por favor, ten cuidado.
Amara asintió con la cabeza y dejó que la suave brisa veraniega acariciase su
rostro.
En el lado opuesto del patio, la zona de chicos, Nevin no descansaba. Había una
zona a la sombra y él se pasaba todo el descanso allí ejercitándose. Estaba en muy
buena forma, aunque no era muy musculoso. Se veía delgado y estilizado, pero tenía la
fuerza suficiente como para tumbar a su profesor de gimnasia sin esfuerzo. Estaba
centrado en sus ejercicios cuando se le acercó un grupo de alumnos.
Nevin se levantó del suelo perdiendo la cuenta de las flexiones que llevaba y se
secó el sudor de la frente con el brazo.
— ¿Sí?
107
—Minna es una buena amiga mía, ¿sabes? Me ha contado que estás saliendo
con Amara.
Nevin miró de arriba abajo a aquel chico rubio. Era de su misma estatura, y
también parecía ejercitado, aunque no tanto como él.
Rió.
—No es eso lo único que Minna me ha contado, perro judío. —Se aseguró
rápidamente que nadie miraba y le asestó un puñetazo en el ojo derecho—. Aléjate de
ella, escoria, o atente a las consecuencias. ¿Te ha quedado claro?
Nevin observó la borrosa imagen de los chicos marchándose por culpa del ojo
hinchado y, tras verlos irse, se colocó tras el árbol. El edificio no estaba rodeado por
altos muros, sino por unas vallas sostenidas por intermitentes columnas de ladrillos.
Las vallas eran bastante bajas. Nevin agarró la parte superior de una y se impulsó con
el pie sobre una de las columnas de ladrillo. Con un ágil movimiento, saltó hacia abajo
sin esfuerzo y se incorporó de nuevo sin dificultad.
—No pienso estar más aquí —susurró mientras andaba mirando de vez en
cuando hacia atrás, asegurándose de que nadie le había visto.
******
Había sido un día de clase realmente duro para Amara, y volvía a su casa
cabizbaja. Tenía claro que no iba a dejar a Nevin, pero no sabía qué iba a hacer con
108
Minna y las demás. Giró la esquina de su calle en compañía de Erika y pudo visualizar
una figura apoyada contra la pared de su casa. Vislumbró la alborotada melena de
Nevin y salió corriendo a saludarle.
Nevin le apartó con la mano y miró al suelo. Erika se interesó también por su
bienestar, pero al oír la siguiente frase decidió marcharse.
—He tenido un problema con unos chicos del instituto. Es una de las cosas que
quería mencionarte.
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—Nevin —susurró asustada, dejando desfilar en su cabeza sus peores
sospechas como soldados que, uno a uno, descargaban toda su artillería contra ella—,
por favor, suéltalo ya.
— ¿Quién?
—Amara, Minna les contó que soy judío. Me matarán si sigo contigo.
Literalmente.
—Hoy he empezado a salir con ella. Es lo mejor para ambos. Nos harán daño.
Nevin se giró y se marchó corriendo, lejos de Amara, que quedó sola en medio
de la calle, llorando. Ahora no podía ir a su casa y disimular que no le había pasado
nada, así que se dirigió a la casa de su amiga y llamó con los nudillos. Unos segundos
después, una desconcertada Erika abrió la puerta. Amara se abalanzó llorando sobre
ella y suplicó, casi sin palabras, que le dejase quedarse a comer. Tenía suerte de que el
señor Engels llegase por la noche, o no habrían podido charlar tranquilas.
110
Unos minutos después, Amara se había calmado, más o menos, y había
conseguido explicarle a Erika todo lo que había pasado. Ella escuchaba con atención,
totalmente sorprendida, dando, de vez en cuando, un bocado a la comida que
descansaba sobre el plato que había en frente suya.
— ¿Cómo puede hacerte esto? —Erika se pasó una mano por la cara—. Siento
mucho haberte animado a salir con él. De haber sabido esto, yo…
******
— ¿Que esta vez qué? —preguntó en un susurro junto al oído del otro
individuo. Su voz era realmente aterradora cuando se lo proponía.
111
— ¿No piensas quedarte a celebrarlo? —sugirió—. Mi mujer me regaló una
botella de whisky del bueno por nuestro aniversario, y la pensaba estrenar hoy.
—No bebo whisky, pero gracias —contestó ansioso por salir de allí.
—Escúchame bien. Ambos sabemos las cosas que se te están pasando por la
cabeza. Has hecho un gran trabajo, pero como se te ocurra echarte atrás ahora y
delatarnos le pondremos precio a tu cabeza. Tengo hombres entrenados para
perseguir, atrapar y matar con sus propias manos. ¿He hablado claro?
Con un violento movimiento, Faber soltó el brazo del visitante y se giró hacia su
botella de whisky.
— ¡Bueno! —gritó sirviéndose una copa—. Ha sido una bonita reunión; puedes
marcharte. —Una malévola sonrisa se dibujó en su rostro.
******
Erika y Amara no habían ido aquel día con las BDM. Lo de Erika era algo
relativamente normal, pero que Amara hubiese faltado dos veces en el mismo mes era
algo insólito para todas. Minna también estaba asombrada. Además, justo el día que
salían antes. ¿Qué podía haber pasado? Iba pensando en esto mientras se dirigía a la
cafetería de siempre con Laura, Anna y las gemelas, ya que, al haber salido antes,
tenían tiempo de tomarse unos batidos. Se dirigieron a su mesa habitual y esperaron a
que les atendiesen. Para su sorpresa, no fue Heler quien llegó, sino un hombre calvo y
musculoso. Esto decepcionó de sobremanera a Minna.
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—Vámonos, chicas.
Minna iba en cabeza del grupo, y, instintivamente, las dirigió hacia la calle de
Amara. No sabía por qué había ido allí, pero aprovechó la ocasión y probó suerte. A lo
mejor estaban en casa de Erika. Aunque nunca había entrado en la casa de ninguna de
las dos, se sabía de memoria dónde estaban. Se plantó frente a la puerta y se dispuso a
golpearla con los nudillos, pero Alicia le agarró la mano.
Con un movimiento rápido se soltó de Alicia y golpeó la puerta. Una voz muy
familiar resonó desde dentro de la estancia.
— ¿Quién es? —sonó desde el interior de la casa. La voz cada vez estaba más
cerca, lo que significaba que se había acercado a abrir.
Minna esperó con una sonrisa orgullosa y vio aparecer a Erika tras la puerta. Su
expresión cambió al instante al ver quién era la visita.
—Podría preguntar qué queréis pero veo más rápido cerraros la puerta. —Erika
hizo el intento de cerrarles, pero Minna interpuso su pie, evitando que cumpliese su
objetivo.
113
— ¿Por qué no ha ido con las BDM hoy, si puede saberse? —preguntó con tono
arrogante.
— ¿Qué ocurre aquí? —preguntó al tiempo que bajaba las escaleras. Minna
levantó la vista y dibujó una sonrisa.
—Entonces supongo que te deberías haber quedado en casa, ¿no? ¿Qué haces
en casa de Erika?
—Acabo de venir a… a pedirle una camisa que me dejé el otro día —improvisó.
—No te importará entonces que hable con tu padre sobre esto, ¿no?
— ¡No! —gritó casi inconscientemente. Sin darse cuenta había salido de la casa
y agarrado a Minna fuertemente por el brazo—. No lo hagas, yo... En realidad, lo que
ha ocurrido es que no me encontraba con ánimos porque Nevin y yo hemos terminado
—susurró—. Supongo que te alegrará saberlo.
La chica cerró la puerta de repente logrando dejar fuera a Minna y las demás.
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—Claro —respondió—. Espérate un minuto a que estas tontas se vayan de
delante de mi puerta o no te dejarán salir de aquí.
Un rato más tarde, tras haber pasado un minuto en completo silencio, Amara
abandonó la casa de su amiga, despidiéndose con la mano. Nada más oír el sonido de
la puerta al cerrarse, pudo ver de reojo salir de la esquina de la calle dos figuras
femeninas dirigiéndose hacia ella. Amara resopló y las ignoró en un principio, hasta
que la que encabezaba el grupo comenzó a hablar con ella.
—No entiendo dónde queréis llegar —farfulló mientras seguía caminando hacia
su casa.
—Reconócelo, desde que conoces a Nevin has dejado a las BDM totalmente
abandonadas. Hay gente que incluso dice que las vas a dejar.
— ¿Cómo que tienes que pensarlo? ¿No te parece que lo que te ha hecho ese
desgraciado es suficiente como para hace lo que te proponemos? —sugirió Sarah.
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una mesita que había junto a la puerta y levantó la cabeza. Vio la esvástica que colgaba
sobre el marco de la puerta y suspiró. Ya no sabía que sentía al mirar aquel símbolo.
Era todo tan contradictorio. Se giró de nuevo y anduvo hasta la cocina, encontrándose,
sin esperarlo, con su madre frente a ella.
— ¿Por qué?
—Es una pregunta sencilla. ¿Por qué te has quedado a comer en casa de Erika?
—No te preocupes, lo veo normal —confesó—. ¿Está dormido? Tengo algo que
decirle.
—No, está tumbado en el sofá con la radio, creo que sigue despierto; ve a ver.
—Cenaré antes.
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Amara observó cómo su madre se marchaba a su cuarto mientras se dirigía a la
nevera. Sacó una botella de leche y se sirvió un poco en un vaso. No tenía mucha
hambre, y con eso bastaría para llenarse.
—Padre —murmuró.
—Padre —dijo un poco más fuerte. Viendo que seguía sin contestar, suspiró y
comenzó a relatar los hechos—. Tengo que hablar contigo. Nevin y yo hemos
terminado. Me enteré de que era judío cuando ya estábamos saliendo, y, créeme,
estuve tentada de dejarle. Al final tomé la decisión equivocada, pero ya he rectificado
mis actos. —Amara seguía sintiéndose ignorada. Su padre no parecía escucharle
siquiera—. Por favor, padre —sollozó—, no podría aguantar que me odiases. Ya he
rectificado.
— ¡Pero no tuve conciencia de ello desde el principio! ¡No sabía quién era
Nevin!
—Bueno, pues… —Amara no sabía qué contestar. Si decía que había sido él
sería obvio que ella no tenía intención de hacerlo, y si decía que había sido ella misma
la mentira se notaría demasiado. Optó por la opción que le pareció más correcta—. Ha
sido él.
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—Es decir, que tú no tenías intención alguna de hacerlo
Avanzó despacio hacia la puerta del salón, pero Amara reaccionó deprisa y se
colocó frente a él en una fracción de segundo.
El señor Rosenbauer alzó una mano por encima de su cabeza con intención de
descargarla con fuerza sobre su propia hija, pero se detuvo y la bajó lentamente,
serenando su expresión.
—Ya se le pasará, tu padre es así. Ven —dijo mientras, con un gesto, la incitaba
a abrazarle—, hace mucho que no me das un abrazo.
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—Ese chico te sigue gustando, ¿no?
Ambas permanecieron abrazadas un buen rato, hasta que Amara, por puro
agotamiento, acabó durmiéndose en los brazos de su madre. Ésta limpió con la manga
de su pijama las lágrimas de las mejillas de su hija, y la contempló durante unos
momentos. Finalmente, haciendo caso omiso de su dolor de espalda, levantó a la chica
y la llevó a su habitación que, afortunadamente, estaba a un par de pasos de allí. La
metió en la cama con ropa y contempló la forma en la que dormía. Unos minutos
después, salió de ahí y se dirigió a su habitación, dejándola sola. Cerró la puerta con
cautela y se marchó.
Suspiró bajo las sábanas. Realmente, la propuesta de las gemelas no era tan
mala; pero le costaba tanto olvidarse de Nevin… Sin embargo, se había propuesto
intentarlo. No habría permitido que un chico cualquiera le hiciese eso de haber sido la
Amara de siempre, y ella no quería cambiar. Le gustaba ser como era antes, pero no
sabía cómo había cambiando, y, por lo tanto, no sabía cómo solucionarlo.
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Miró de nuevo el reloj de pared. Las seis y media. Bostezó. Se acurrucó entre
las sábanas y dejó que la noche la envolviese de nuevo. Ya pensaría al día siguiente,
estaba demasiado cansada.
Natch se desperezó a sus pies y se trasladó hasta estar junto a su cara. Se volvió
a tumbar y cerró los ojos.
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CAPÍTULO 7:
El fin de semana llegó sin muchos encuentros con Nevin. Alguno en los pasillos,
o en la salida del instituto, pero sin cruzar ni una palabra. Las cosas con su padre se
habían calmado, aunque seguía casi sin hablarle. Por otro lado, la propuesta de las
gemelas seguía en el aire. Amara aún no lo sabía, pero ese sábado por la tarde les daría
una respuesta.
—Es sobre Nevin —anunció con una sonrisa en los labios. Todas se extrañaron
un poco. Hacía días que no hablaban de él, pero parecía importante, así que decidieron
escuchar—. Veréis, cuando llegué a casa, mi padre ya había llegado, y escuché por
error su conversación.
—Ya van dos conversaciones de tu padre que escuchas por error —observó
Laura con malicia.
—Ya sé que es raro, pero hay que aprovechar las oportunidades que se te
presentan, ¿no? Bueno, lo que os quería contar. Estaba hablando con alguien de su
trabajo y me enteré de algo que nos puede mantener entretenidas esta noche.
—Al parecer está a unas calles de aquí; es una floristería que cierra los sábados.
No tiene mucha seguridad y eso es bueno. Me he tomado la libertad de ir a verla antes
de avisaros para comprobarlo.
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— ¿Y tu objetivo es…?
— ¿No está claro, Laura? Es una tienda judía. ¿Qué es lo más divertido que se
puede hacer en una tienda judía?
Laura rio. Ahora comprendía que su plan era destrozarla, literalmente. No era la
primera tienda judía destrozada ni sería la última, y, realmente, era bastante divertido.
— ¿Para qué?
—Alguien tiene que llevar la pintura y los rollos de papel. Nos vemos allí,
entonces. —Minna miró al camarero salir y atender a una de las mesas—. Me voy de
aquí, este sitio ya no es lo mismo.
—Bueno, chicas, nos vamos. Ya son las ocho y queremos cenar y ducharnos
antes de ir a lo de esta noche —se disculpó Sarah.
—Sí.
—Si ella participa, será evidente que quiere volver y que realmente se
arrepiente de su estupidez, pero si no lo hace, será que no quiere regresar al partido, y
tendremos razones para ajusticiarla si es necesario, ¿no crees?
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—Me parece bien, pero ¿dónde vamos?
—A Minna no le cae nada bien, es cierto, pero sabes cómo es ella. Si alguien se
presta a ayudar para algo en lo que se fastidie a algún judío no duda en aceptar a esa
persona, aunque luego ni le hable.
Alicia soltó a Sarah, algo confusa, aunque en el fondo sabía que tenía razón.
La mujer asintió con una sonrisa y se giró. Subió las escaleras con esfuerzo y
llamó a una de las habitaciones de la planta de arriba.
—Hija —dijo mientras entraba sigilosa—. Hay dos chicas fuera que preguntan
por ti.
“Sarah y Alicia”, pensó. Bajó las escaleras despacio y sin prisas y se situó frente
a ellas.
— ¿Queríais algo?
—Y supongo que queréis que vaya y la destroce con vosotras, ¿es eso?
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—Pues sí, has dado en el clavo —observó algo sorprendida.
—No sé, chicas. En serio os agradezco mucho lo que hacéis por mí, pero…
Las ansias de venganza se hacían cada vez mayores dentro de ella, eso no podía
negarlo. Nevin le había hundido la vida. Si las cosas le iban tan mal ahora era gracias a
él, pero también debía reconocer que le había hecho pasar muy buenos momentos;
momentos que echaba de menos. Amara permaneció dubitativa unos segundos
apoyada contra el marco de la puerta, pensando.
—A las once enfrente de la casa de Minna. Llévate una mochila, y avisa a Erika
si quieres.
Amara cerró la puerta y se apoyó contra ella, resbalando hasta el suelo. Se llevó
las manos a la cara y suspiró.
Se frotó los ojos con las manos y se levantó. Pensó que su madre la llamaría en
breve para cenar, y así fue. A los pocos segundos se oyó la suave voz de su madre
llamándole desde la cocina.
Amara agachó la cabeza. Sabía que era por ella, porque no le apetecía estar en
la misma habitación más de un minuto, pero no dijo nada. Se sentó y devoró en
silencio un plato de carne. Poco después, había subido a su habitación con la excusa de
que estaba cansada. Pasó los minutos mirando al techo de su habitación y acariciando
a Natch hasta que, sobre las diez y veinte, escuchó la puerta del cuarto de sus padres
cerrarse. Su madre ya se había ido a la cama y el peligro de ser descubierta había
disminuido notablemente. Con cuidado, salió de entre las sábanas. No se había
quitado la ropa para ahorrar tiempo. Metió la almohada y algunos cojines que tenía en
su habitación donde ella estaba tumbada antes e intentó darles forma para disimular
124
su ausencia. En realidad sabía que nadie iría a su cuarto por la noche, pero mejor era
prevenir que curar. Agarró su mochila, abrió la puerta despacio y bajó sigilosa las
escaleras. Se asomó al salón para comprobar que su padre estaba dormido, cogió las
llaves de la mesilla y salió de la casa. Con cuidado de no hacer ruido cerró la puerta. Ya
estaba fuera. Soltó un sentido suspiro de alivio y se dirigió a casa de su amiga. Dio la
vuelta a la casa y se colocó frente a la ventana del cuarto de la chica, que estaba en el
piso de arriba. Encontró unos guijarros en el suelo y los lanzó, recordando,
inevitablemente, a Nevin. Poco después una adormilada Erika se asomó a la ventana.
Amara le hizo claros gestos para que bajase, y así lo hizo. Unos segundos más tarde
estaban las dos juntas.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Erika—. Son las once menos cuarto, deberías estar
durmiendo.
—Erika, esta noche voy a salir a un sitio y quiero que tú también vengas.
—Déjame hablar —rogó—. Verás, Minna sabe dónde está la tienda de los
padres de Nevin, y hoy está cerrada.
—Sí, supongo que arrasaréis con la tienda y no dejaréis ni una pared limpia.
—Necesito demostrar que voy con el partido. ¿Qué opinas? ¿Te apuntas?
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—Bueno, pues nos vemos.
—Espera —suplicó. Amara se dio la vuelta y le miró—. ¿No hay ninguna forma
de disuadirte?
—Veo que has decidido venir —observó Alicia—. Has hecho bien. ¿Y Erika?
—Ella, bueno… —Entonces recordó las palabras exactas de Sarah algunas horas
antes; “lo siento mucho, pero si no lo haces iremos a por ti”. No quería que eso le
pasase a su amiga—. Cuando fui a buscarla estaba dormida y no conseguí despertarla
—improvisó para evitar decir que se había negado.
Sarah pareció advertir la mentira en sus ojos, pero Amara jugaba con la ventaja
de que ellas no la conocían muy bien, y no podían diferenciar tan bien como su padre
si mentía o no.
Las tres esperaron poco más antes de que llegasen Laura y Anna, que, como era
de esperar, hicieron preguntas.
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Amara cerró la boca de golpe. “¿Que me ofrecí?”, pensó. Al poco comprendió
por qué dijo eso.
—Se ofreció, ¿eh? —repitió Laura. Miró a la chica de arriba abajo, pero no con
la habitual expresión de asco que mostraba hacia ella, sino, más bien, con un poco de
respeto; no mucho, pero ya era más que nada—. Veo que por fin ves que perteneces a
este bando. —Guardó un par de segundos de silencio—. Está bien, pero no pienso
aceptar que me des órdenes, y tendrás que aceptar las nuestras, por ser la última en
llegar.
Justo a las once y media, ni un minuto antes ni un minuto después, Minna salió
de su casa, y, nada más ver a Amara, se quedó petrificada en una mueca de terror y
asco.
— ¿¡Qué hace ella aquí?! —gritó haciendo la misma pregunta que Laura, pero
mucho más enfadada.
—Sabes que te odio, ¿no? —susurró tajante mirando a la chica—. Pero sólo por
esta noche puedes participar —cedió—. La ayuda siempre es bienvenida en estos
casos. Me alegra que por fin hayas aprendido. Pero que conste que mañana te odiaré
de nuevo.
—Me parece bien —fingió. “Tampoco tenía mucho interés en ser amiga tuya”.
127
pero se había propuesto a ella misma lograr aquello, y el hecho de cargar con una
mochila llena de pinturas era un simple obstáculo en aquella carrera.
Por fin llegaron a la tienda y, sin poder evitarlo, se pararon unos segundos a
contemplarla desde fuera. Era una tiendecita modesta y algo pequeña. Los cristales
tenían algunos dibujos en forma de rosas o tulipanes. La puerta era de madera y tenía
tallada a mano una amapola en la esquina inferior derecha, probablemente, hecha por
los propios dueños de la tienda, al igual que los dibujos de los cristales. Un par de
macetas pobladas de flores de colores adornaban la entrada. Minna se acercó y arrojó
una de ellas al suelo, esparciendo la negruzca tierra sobre el suelo de la calle.
—Lo único que hay que hacer es darle una buena patada a esta puerta —
comentó mientras se acercaba a ella con aires de experta —. La cerradura está algo
rota, y un golpe fuerte la romperá del todo.
—Nada, da igual.
—Eso creía.
“El grabado es tan bonito…” pensó. Le daba pena destrozar una tienda tan
linda. Entonces recordó para qué estaba allí y sacudió la cabeza. No podía dejarse
llevar por sus emociones. No otra vez.
Las chicas dejaron las mochilas en el centro de la sala y comenzaron a sacar las
cosas.
Poco más tarde, Minna estaba arrojando macetas al suelo, Laura envolvía el ya
roto mostrador con papel higiénico, Anna lanzaba cosas a los cristales, rompiéndolos
128
en mil pedazos y agradeciendo que no hubiese vecinos cerca que pudiesen oírles,
Alicia pisoteaban flores dejando todo el suelo manchado y Amara pintaba con una
brocha sobre la pared. Cuando terminaron, aquel local parecía otro totalmente
distinto. Las bisagras habían cedido poco después de la patada y la puerta estaba,
literalmente, tirada en el suelo. Los dibujos de los cristales estaban esparcidos por
todo el lugar, el mostrador estaba envuelto en papel higiénico, había tierra y flores
pisoteadas en cada una de las esquinas, y en la pared estaba escrito en grande, con
letras moradas y claras pasadas de brochas, “¡LARGO DE AQUÍ, JUDÍOS!”. Amara no fue
capaz de escribir nada más ofensivo que aquello. Lo que sobró de los rollos de papel
colgaba de las tuberías que sobresalían de la pared. Las sillas que en su momento se
colocaron allí pensando en los clientes estaban tiradas y con las patas rotas. En
definitiva, aquel lugar que a Amara le había parecido tan acogedor, se había
transformado en un vertedero.
Tiraron lo que había sobrado de pintura al suelo y por las paredes, recogieron
los cubos vacíos y las brochas y se marcharon. Pasaron por encima de la puerta,
pisoteando la amapola que Amara, en un principio, intentó defender, pero luego
tumbó ella misma de una patada.
Amara llegó a su puerta pensando en qué había ocurrido aquella noche. Metió
la llave en la cerradura y la giró empujando la puerta hacia ella para evitar que sonase
demasiado. Cerró la puerta sigilosa y comprobó de nuevo que su padre continuaba en
el sofá. Estaba exactamente en la misma postura que antes de irse. Dejó las llaves en la
mesilla y subió despacio a su cuarto. Deshizo todo lo que había hecho bajo las sábanas
y guardó cada cosa en su sitio. Miró el reloj de pared y advirtió que eran más de las
dos. Había sido una noche agotadora. Se enfundó el pijama y se metió de nuevo en la
cama. Necesitaba dormir. Comprobó que Natch estaba dormido a sus pies y siguió su
ejemplo. Cerró los ojos poco a poco y se durmió.
129
******
Había pasado toda la mañana con las BDM frotándose los ojos por el cansancio.
No le sentaba bien no dormir, eso estaba claro. Erika no le había dirigido la palabra. Se
había limitado a esquivarla durante todo el día y ya comenzaba a molestarse, así que,
poco después de comer, fue a visitarla a su casa. Llamó nerviosa a la puerta y la recibió
un rostro indiferente.
—Erika, yo… —Amara no sabía cómo disculparse. Quería hacerlo, pero tampoco
sabía si serviría de algo—. Lo siento.
—No me pidas perdón a mí, Amara. No es la tienda de mis padres la que habéis
destrozado.
—Sí. —Amara contestó rápida, pero Erika podía notar el vibrar de su voz y su
mirada temblorosa. No decía lo que realmente pensaba.
—No te odio —respondió cortante— y nunca lo haré. Pero creo que has
cometido un error, y espero que, como persona inteligente que eres, te des cuenta de
eso pronto. Cuando lo hagas, avísame. Te recibiré de nuevo con los brazos abiertos.
Hasta entonces, prefiero estar sola.
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Erika entró y cerró la puerta tras de sí, dejando a Amara con la palabra en la
boca. Se marchó del portal de aquella casa, pensativa. Se lo había quitado todo. Había
perdido todo lo que quería por Nevin. En aquel momento no le apetecía mucho ir con
sus padres, así que se marchó a dar una vuelta por las calles de Berlín. Anduvo
cabizbaja, sin saber muy bien adónde iba. Sus propios pies la adentraron en callejuelas
que le resultaban extrañamente familiares. Poco a poco, las calles se hicieron más
oscuras y estrechas, pero Amara estaba en otro mundo y no tenía miedo alguno.
Estaba todo totalmente vacío, pero la chica notó una sensación que le era muy
conocida y regresó repentinamente al mundo real. Miró rápido hacia todas las
direcciones y comprobó que, para su alivio, no había nadie. Siguió perdiéndose por las
calles de su ciudad, pero más alerta, escrutando cada rincón y comprobando que nadie
la observaba.
Había una tienda con un cartel azul en la pared, y, en la esquina de la calle, una
farola con el cristal roto. Se adentró un poco más y vio un edificio con las ventanas
destrozadas y la puerta en el suelo. Se paró de nuevo y suspiró.
—Espero que tú no tengas nada que ver con esto —le sobresaltó una voz muy
familiar procedente de su espalda.
Se giró asustada y vio el rostro de Eliza, que cargaba un par de bolsas mientras
apoyaba un pie contra la pared.
—En persona.
— ¿Qué haces aquí? —se apresuró a decir mientras intentaba parecer ajena a
aquel destrozo.
—Vine a comprar unas cosas —comunicó señalando las bolsas— y te vi. Como
estos callejones son oscuros y peligrosos, pensé en advertirte de que por aquí no sólo
merodean las ratas, pero estabas tan ausente que ni te diste cuenta de que estaba.
— ¿Con qué?
131
—Este local está destrozado.
— ¿Y por qué crees que tengo algo que ver con eso?
— ¿Cómo lo sabes?
—Por aquí abundan bastante, y no se me ocurre otra razón para que participes
en algo así. Pero no entiendo por qué lo hiciste, sinceramente. Es cierto que no debes
relacionarte con judíos, no son como nosotros; Pero con mantenerse al margen es
suficiente. Yo creía que tú no te metías mucho en estos berenjenales.
132
—Todo se ha acabado —murmuró. Se dio la vuelta y se marchó de aquellas
oscuras calles.
******
—Más o menos.
El silencio hizo acto de presencia nuevamente. Las dos dieron un largo sorbo a
sus bebidas y continuaron con la conversación.
—No tengo ni idea de por qué piensas que Nevin es judío —murmuró. Eliza
encogió los hombros tratando de ocultar el evidente hecho de que se lo habían
133
contado—, pero has acertado de pleno. El caso es que… bueno, resumiendo, me ha
dejado —aclaró, omitiendo el hecho de que había comenzado a salir con otra chica.
—Ajá; entonces supongo que querrías vengarte, ¿no? —Eliza cogió de forma
elegante la taza y dio un sorbo corto al café.
Eliza dejó la taza de café sobre la mesa y meditó unos instantes. Tras unos
segundos en silencio, la miró con una expresión de duda.
—Quería volver a ser yo. Quería demostrar que soy yo de nuevo —admitió, casi
en un susurro.
******
134
Faber se sentaba en su imponente sillón, como de costumbre, cuando su
visitante habitual entró por la puerta tras una orden suya.
—Supongo.
—No lo sé.
—Bueno, en ese caso, ahora sólo hay que mantener unos días más de vigilancia
para asegurarse de que todo sigue según lo previsto.
—Pues sospechar porque alguien a quien no han visto en su vida les observa sin
parar.
135
—Tienes que serlo. Si no, no te espera nada bueno, y lo sabes.
El inquilino inclinó la cabeza y miró la mesa que tenía bajo sus manos. Ya había
olvidado por qué hacía lo que estaba haciendo.
—Escúchame; sabes quién eres y sabes lo que tienes que hacer. No necesitas
nada más para realizar el último tramo de la misión como es debido.
“Sé quién soy”, pensó. ¿Realmente sabía quién era en esos momentos y qué
debía hacer? Sabía quién quería Faber que fuese y qué quería que hiciese, pero eso era
lo que Faber quería. “¿En quién me he convertido? ¿Seré capaz de hacer lo que me
piden?”.
Aquella frase fue como un jarro de agua fría para el individuo, que recordó al
instante por qué estaba en eso. Su expresión se tornó segura de nuevo y asintió con la
cabeza.
******
Para su sorpresa, Erika no sólo le había abierto la puerta, sino que, además, le
había servido zumo y había permitido que se sentase en su sofá mientras escuchaban
la radio; quizás porque sabía que venía a disculparse. Al cabo de unos minutos y un par
de vasos de zumo, Amara se dignó a dar disculpas y explicaciones. Apagó la radio y
comenzó a hablar.
—No me tienes que pedir perdón a mí, sino a Nevin. Lo que has hecho estuvo
mal.
136
—Ya lo sé, pero sentía la necesidad de pedirte disculpas. No te hice caso y
ahora me doy cuenta de que tú tenías razón.
—Está bien, está bien. Sabes que sería incapaz de no perdonarte. Pero espera,
¿qué es eso de que has hablado con Eliza?
—Una historia muy larga —contestó mientras se levantaba del sofá—. Ahora
me voy a casa. Necesito una ducha y un buen descanso.
******
—No puedo seguir así con él. No se me da nada bien ocultar cosas, y ahora
mismo lo estoy pasando realmente mal. No puedo soportar haberle hecho esto a la
persona que quiero y no haber pedido ni una mísera disculpa.
137
La chica se encaminó, esquivando las miradas de los profesores que solían estar
más centrados en su comida, a la zona masculina del patio. Comprobó que Nevin hacía
ademán de irse de allí sin ser visto, pero lo agarró por el brazo y le obligó a mirarle a la
cara.
Amara suspiró.
—Verás, yo… No me odies por esto, pero colaboré con algunas chicas para
destrozar la tienda de tus padres —confesó, ignorando que el chico la había seguido el
día anterior, cuando se cruzó con Eliza y le confió lo que había hecho.
Nevin permaneció en silencio sin hacer intento alguno de zafarse de las manos
de Amara; simplemente, miraba dolido.
— ¡Lo siento mucho! Yo… —se disculpó mientras empezaba a lagrimear—, ¡yo
no pensaba en lo que hacía! ¡Sé que me odias, y, aunque estés con otra, yo te sigo
queriendo y haré lo que sea necesario para ayudar a reconstruir lo que he roto!
Ver lágrimas en el rostro de Amara fue algo que Nevin no pudo soportar, pero
debía mantener la compostura.
138
—No puedo creerlo —murmuró Sarah, incrédula.
—Le dimos una oportunidad de oro y mira cómo la desaprovecha —se quejó
Alicia.
—Hay que hacer algo —sugirió Minna, levantándose—. ¿Se cree que se va a ir
de rositas tras delatarnos y rendirse al enemigo? Pues se equivoca.
Todas las chicas se levantaron y siguieron a una Minna llena de orgullo hasta la
posición de Amara, que las contempló llegar asustada, pero se mantuvo firme.
Sarah esbozó una extraña sonrisa escondida que borró de su cara nada más
sentir la mirada del resto.
—Pues es lo que hay. La Alemania actual está dividida entre la gente que va con
el partido y la que no, y seas del grupo que seas, el otro estará contra ti. Ten en cuenta
quién es el grupo más poderoso cuando elijas, Rosenbauer.
—Pero lo es. Así que, o dejas las BDM y todo lo relacionado con ellas, o te
olvidas para siempre de Nevin y todo lo que le rodea. Creo que está clara la mejor
opción.
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Amara dudó, pero no acerca de qué contestar, sino acerca de cómo decirlo.
—Está bien —dijo, no muy segura de que su respuesta fuese la más indicada—,
elegiré. Dejo las BDM.
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CAPÍTULO 8:
—Voy a dejar las BDM —suspiró, nada más llegar al sitio en el que su amiga se
sentaba.
— ¡¿Que vas a hacer qué?! —preguntó, sin poder terminar de creerse lo que
oía.
Erika se levantó de un salto. Lo primero que Amara había dicho había sido
como una bomba para la chica.
Amara se sentó y se agarró las piernas flexionadas con los brazos. Suspiró. Su
amiga la siguió y se sentó junto a ella.
Amara enterró el rostro entre sus brazos. Notaba todas las miradas de Minna y
las demás clavándose en su persona, pero no les dio importancia.
—Pues lo lógico, que si me meteré en líos, que si estoy acabada… Lo que cabe
esperar, teniendo en cuenta lo que voy a hacer.
—Pues mira, ¿sabes qué? —preguntó. Amara le miró y encogió los hombros—.
No vas a estar sola. Yo también dejaré las BDM.
141
— ¡¿Qué?! —se alteró—. ¡No! ¡No, no, no! ¡Tu padre sí que te matará! ¡Te
echará de casa! ¡Te pegará! ¡No puedes hacer eso! —gritó mientras se levantaba, casi
inconscientemente.
—No me vas a convencer. Llevo tiempo queriendo dejar las BDM y esto es la
excusa perfecta —rió. Aunque, en el fondo, tenía mucho miedo.
—No, y tú tampoco. Nos vamos las dos a dar una vuelta. O, si lo prefieres, mi
padre vuelve tarde. Podemos quedarnos en mi casa con la radio y un par de zumos.
Amara sonrió y asintió. No era nada del otro mundo, pero era una buena forma
de pasar una tarde.
En el otro lado del patio, Minna y el resto de las chicas observaban atentas a las
dos amigas.
—Sí, nos ha delatado —se quejó Laura—. Creo que deberíamos hacer algo al
respecto.
—Ya se nos ocurrirá algo. Ahora deberíamos volver a clase —sugirió Alicia justo
al llegar la hora de regresar a los estudios.
******
142
dejarle un plato preparado, quizás para que no tuviese que hacerlo ella. Comió rápida,
sin apenas saborear la deliciosa comida de su madre, y recogió su plato. Lentamente,
avanzó hacia el salón, donde pudo ver a sus dos progenitores sentados, escuchando la
radio.
— ¿Adónde?
—Pues con las BDM, como siempre —mintió esperando no ser descubierta.
Se despidió con una última mirada y agarró las llaves de la mesita del pasillo.
Abrió la puerta, y se marchó.
—Tranquilo, Nevin. Saldrán en breve. Tienen que hacerlo. ¿Para qué iban a
pasarse la tarde allí si tienen que irse?
143
suelo era chirriante. Giró pasillos, entró por puertas y, finalmente, se encontraba
frente al despacho de Faber.
— ¿Quiere algo, señor Löwe? —preguntó uno de los hombres que custodiaban
la puerta. Ya lo conocían todos, debido a lo mucho que se le veía por allí últimamente.
—Pasar.
—Necesita una cita concertada para eso, señor. Me temo que no podré dejarle
pasar.
—Oh, Nevin. Qué sorpresa —susurró Faber, levantando la vista de los papeles
que se esparcían por toda la mesa—. ¿Es muy urgente?
—Sí.
El hombre le lanzó una mirada furtiva a Nevin, que le contestó con una pícara y
burlona sonrisa muy característica suya. Poco después cerró la puerta y se marchó,
dejándolos solos.
144
—No sé qué demonios te pasa en esta misión, pero me estás decepcionando.
No era tan difícil para el número de complicaciones que estamos teniendo, y, sobre
todo, por tú culpa.
—Creo que tú dirías algo así como que hemos creado un monstruo.
—Hoy ha faltado a sus obligaciones, y sabes a cuales me refiero. Creo que las
ha dejado y que se ha vuelto en nuestra contra, más o menos.
Nevin asintió con la cabeza y se levantó del sillón. Abrió la puerta y, frente a él,
se encontró al mismo hombre que lo retuvo hace unos momentos, mirándole con
odio. El joven se limitó a sonreír con malicia y salió de aquel pasillo.
Cuando Faber se aseguró de que se había ido, trató de volver a sus asuntos,
pero la cabeza no dejaba de darle vueltas. Ahora había que planear otra estrategia.
Solían tener muchas por si la primera no funcionaba, pero, teniendo en cuenta cómo
había acabado la primera, no sabría si alguna de las demás surtiría algún efecto. Dejó
escapar un suspiro.
—Espero que todo vaya bien —susurró—. Tampoco es una misión tan difícil.
******
Se había hecho algo tarde, pero no lo suficiente como para que las chicas de las
BDM estuviesen de camino a casa. Amara y Erika seguían absortas en sus asuntos,
145
pues el señor Engels tardaría en llegar. El sonido de la radio era lo único que se oía en
la habitación, hasta que Erika se cansó tras varias horas de silencio.
—Claro, dime.
— ¿Por qué has hecho esto? Quiero decir… ¿Por qué has dejado las BDM? ¿Sólo
por Nevin?
Amara comenzó a dudar. ¿Realmente era sólo por Nevin? ¿Qué le había hecho
cambiar de opinión tan radicalmente?
—Yo… no lo sé. Creo que, quizás, la manera en la que nos han educado sea un
poco excesiva. No sé, piénsalo. —Erika guardaba silencio, escuchando atenta cada
palabra—. ¿De verdad son tan diferentes? Son personas, ¿no? —La chica agachó la
cabeza, insatisfecha con su propia respuesta—. Aunque, en gran parte, esto que estoy
diciendo es gracias a que he conocido a Nevin. Y sé que debería odiarlo por lo que me
ha hecho, y darme cuenta de que todos ellos son iguales, pero…
—No, lo que haces es lo mejor —la consoló su amiga, pasándole un brazo por
encima del hombro—. Es cierto que Nevin se ha portado muy mal contigo, pero ha
sido sólo él, no todos los judíos del mundo, ¿entiendes?
Las dos permanecieron de nuevo en silencio. Erika se ahorró preguntar por qué
no podía, pues lo sabía más que de sobra. Nevin realmente le había llegado hondo.
146
Si el señor Engels veía que no habían ido con las juventudes, podía hacer
cualquier cosa. Estaban seguras de que, además de informar a los padres de Amara,
como era obvio, Erika acabaría realmente mal.
Ninguna habló más, pero el miedo que sentían se podía adivinar fácilmente en
sus ojos. Sabían que no podrían esconderse, pues para llegar a cualquier habitación de
la casa en la que el señor Engels no fuese a entrar había que subir las escaleras, y, para
ello, pasar frente a la puerta por la que acababa de entrar. Los pasos cada vez se oían
más cerca y Amara se sentía totalmente impotente por no poder ayudar a su amiga en
aquella situación. Erika respiraba entrecortadamente y tenía los ojos muy abiertos. En
el fondo, agradecía el haber apagado la radio. Así, su padre no las oiría y el infierno no
llegaría tan de repente.
Comenzaron a ver la punta de los zapatos negros tan reconocibles del señor
Engels, y Amara pudo sentir la respiración de su amiga como si fuese suya. Poco
después, el resto del hombre apareció en el salón. La primera expresión que adoptó su
cara no fue de enfado, sino de sorpresa. Miró de reojo el reloj de pared y entonces
llegó aquella cara que tanto temíamos ver.
—Yo…
—Me encontraba mal y decidí no ir… —improvisó, deseando, con todas sus
fuerzas, que su padre no rechazase aquella excusa.
—He dicho que te vayas de mi casa. Y ten por seguro que tus padres se
enterarán de esto. Yo que te creía una buena influencia —despotricaba mientras
miraba directamente a su hija.
147
Amara miró a su amiga, buscando una respuesta.
La chica negó con la cabeza. No podía dejarla sola, teniendo en cuenta que
había sido ella la que había hecho que se quedase en su casa, haciéndole compañía.
—Hazme caso. Por favor, vete —insistió. Amara no tuvo elección. Su amiga la
empujó suavemente con las manos para levantarla del asiento.
Tras eso, le lanzó al padre de Erika lo que pretendía ser la más dura de sus
miradas, pero no pudo evitar soltar una lágrima, que ablandó su expresión. Poco
después, se oyó el duro sonido de la madera que componía la puerta, estrellándose
con un duro golpe contra su propio marco. Amara había dado aquel portazo en señal
de su enfado y preocupación por Erika, que le agradeció aquel gesto.
— ¡Tu obligación es ir! ¡Me importa muy poco lo que Amara haga!
Interrumpiendo los gritos del señor Engels, el teléfono resonó por todo el salón.
Erika se alivió unos segundos por aquella tregua, pero recordó la conversación con
Amara esa misma mañana. “Llamarán a tu casa, Erika”, “Sólo tengo que estar atenta al
teléfono”.
—Yo lo cojo —murmuraron sus labios con voz casi robótica, antes de que ella
misma les diese permiso.
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Engels en silencio, sólo escuchando, hasta que, finalmente, pareció que acababa—.
Muchas gracias… Sí… Sí, sí, eso haré. Gracias. Hasta pronto —murmuró en un tono de
voz casi inaudible antes de colgar el aparato.
Erika no preguntó quién era, porque sabía que su propio padre aclararía las
dudas.
—Dice que hoy han hablado con ella unas compañeras tuyas. —En aquel
instante pasó por su cabeza la imagen de Minna seguida de todo un cuarteto de chicas
hablando con las monitoras. Sí, era lo más lógico. “¿Quién si no Minna?”, se dijo—. Al
parecer, has dicho algo así de “dejar las BDM”. Espero por tu propio bien que eso no
sea cierto.
—Yo no dije eso. —Y era verdad, ella no lo dijo. Fue Amara. Erika, simplemente,
se limitó a apoyarla.
—Me parto el espinazo todos los días para tener sobre la mesa una comida a la
que le puedas hincar el diente. Te consiento cada capricho, y lo único que pido a
cambio es que cumplas tus obligaciones como joven alemana que eres. ¿Era tanto
pedir?
149
Las chicas ya volvían de estar con las BDM, y, en teoría, ya deberían haber
llegado a sus respectivas casas, pero decidieron tomar una ruta alternativa para ver
qué tal les había ido a Amara y Erika. Aquella tarde habían salido a pegar algunos
carteles por las calles, cosa que hacían a menudo. Les había sorprendido que Amara
cumpliese su palabra. Ya sabía lo que iban a hacer esa tarde, y a ella le encantaba.
Siempre que salían ella era la primera en encontrar los sitios para pegar los carteles, y,
puede que por el simple hecho de sentir el aire en la cara, era de las pocas ocasiones
en las que sonreía con sinceridad. Nadie entendía cómo podía haber cambiado de
opinión de tal manera respecto a las BDM, que tanto le importaban.
—Vamos a ver qué le pasa —susurró Minna cerca del resto de las chicas—.
¿Qué, te han echado de casa? —dijo alzando la voz.
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Fingió reír para demostrar que, aunque estuviese sola contra cinco, controlaba
la situación.
Casi sin pensarlo, Minna le propinó una bofetada con la mano abierta en plena
cara. Entre aquella y la de su padre, ya iban dos en menos de una hora, y estaba
comenzando a no sentir su propio moflete.
—No eres nadie para hablarle así a Minna, Engels —masculló Alicia, dejando de
estar en segundo plano y acercándose más a la escena principal.
—Si no os importa, me marcho. Tengo mejores cosas que hacer que discutir
con cinco maniquíes.
—Te lo tienes bien merecido —se regodeó Laura, que fue coreada por todas.
151
Erika se levantó del frío suelo. Aquella vez si vio el puño de Minna dirigiéndose
directamente hacia ella, y le dio tiempo a pararlo con un rápido movimiento de mano.
Se dispuso a devolvérselo, pero antes de que pudiese darse cuenta, tenía encima al
resto de las chicas. No pudo ver muy bien quién, le clavó la rodilla directamente en el
estómago. Se inclinó con las manos en la barriga, pero se reincorporó rápida, a pesar
del punzante dolor en el lugar del impacto. La nariz continuaba sangrando y le había
venido un fuerte mareo a causa del dolor. Lanzó una patada al aire, que, casualmente,
atizó a una de ellas. Eso la reconfortó un poco. Haciendo caso omiso de todos los
dolores internos y externos, continuó en pie, lista para defenderse, pero, por
desgracia, eran demasiadas, y ella se encontraba demasiado mal. Notó cómo alguien le
agarraba los dos hombros y, agachándola un poco, le daba otro rodillazo, pero, esta
vez, en las costillas. Supuso que aquel último golpe fue por parte de Minna, debido a
que era extraordinariamente fuerte. Comenzó a dolerle el pecho, y deseó que no se le
hubiese roto ninguna costilla. Cayó de rodillas y sintió múltiples patadas que la
tumbaron en el suelo, golpeando tanto sus dos costados como la espalda y el pecho.
Ya no tenía fuerzas para pelear y se dejó golpear. Esperaba que se fueran pronto, pero
permanecieron un largo rato pateando lo poco que quedaba de ella. Cuando por fin
dejó de sentir los golpes, escuchó un sonido proveniente de una de las chicas y notó
saliva cayendo directamente en su cara. Dos más imitaron a la primera y escupieron en
Erika, que permanecía hecha un ovillo en el suelo. Cuando escuchó las pisadas y las
risas alejándose, se intentó incorporar, pero a medio camino comenzó a toser,
echando sangre bajo ella misma. Se dejó caer de nuevo sobre el líquido rojizo y deseó
que pasara alguien por aquella calle. Miró hacia un lado y pudo distinguir el pañuelo
rosa pastel de Minna. “Se le habrá caído del bolsillo”, se dijo. Cerró los ojos
fuertemente y los volvió a abrir, empapados en lágrimas. “Ayuda”, pensó, pero no fue
capaz de decirlo. En el fondo estaba segura de que no iba a llegar nadie. Por aquella
calle pasaba muy poca gente, y la hora no era la más indicada para ver a nadie fuera de
su casa. Entonces comenzó a desear que pasara rápido el tiempo. Sentía un cansancio
extremo y los párpados le pesaban. Cerró los ojos y se durmió. El frío de la noche haría
el resto.
Nevin había andado a paso muy lento, contemplando los gatos y los pájaros
que pasaban a su alrededor. Por fin había llegado a la esquina de la calle. Estaba muy
oscuro. No sabía por qué seguía allí, teniendo en cuenta que las obligaciones del sujeto
en cuestión habían acabado hacía algunos minutos. En el fondo se sentía un poco
culpable. Había andado tan lento a propósito, porque no quería vigilar más a nadie.
Suspiró y giró la esquina. Una silueta negra se dibujó a lo lejos, pero, dado lo oscura
que estaba aquella noche, no pudo distinguir muy bien si se trataba de un perro
grande o una simple bolsa de basura. Se acercó al mismo ritmo que había hecho todo
152
el camino, y la sombra cada vez se iba haciendo menos difusa. Creyó que era un perro,
hasta que pudo distinguir una mano humana.
“¿Una persona?”, pensó. Aceleró poco a poco el paso, hasta acabar corriendo
hacia quien quiera que fuese. Prácticamente, se lanzó al suelo junto al individuo,
clavando las rodillas en el suelo. Se le paró el corazón al poder distinguir una cara muy
conocida en aquel magullado cuerpo.
Dejó suavemente su mano sobre el suelo y le apartó con una caricia el flequillo
de la cara. Se levantó, borrando cualquier rastro de debilidad de su mirada, dispuesto a
avisar a las autoridades y a quien fuese necesario, y contempló por última vez la
escena. Se percató entonces de que, junto a ella, descansaba un pequeño pañuelo rosa
pastel. Lo levantó con cuidado y recordó haberlo visto antes en alguna parte. De
repente, como un relámpago, imágenes de Minna sacándolo de su bolsillo llegaron a
su cabeza.
153
Nevin golpeó la mesa con ambos puños con toda la fuerza que la rabia le
proporcionaba.
—Cálmate, Nevin, y deja de decir esas cosas sobre mi hija o atente a las
consecuencias.
Nevin cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia abajo. Guardó toda la ira que
estaba dejando salir como pudo, y volvió a mirar a Faber.
—Tu hija, y, conociéndola, supongo que también sus amigas, han asesinado a
Erika.
— ¿La rebelde?
Nevin no se inmutó, pero no hizo falta que lo hiciese para dar a entender que
sí. Faber se acomodó de nuevo en su asiento.
—Vale, tengo una pregunta para ti. ¿Cómo sabes que fue mi hija?
— ¡¿Cómo que y qué?! —gritó enfurecido, dejando escapar la rabia que había
escondido—. ¡Claro que altera mi misión! ¡Esto no entraba en nuestros planes! ¡No
tenía que morir nadie!
—Me da igual lo que tú opines. Tu misión sigue siendo la misma. Este tipo de
cosas son riesgos que hay que asumir.
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— ¡Que me da igual lo que tú pienses! —dijo a voz en grito, dando un fuerte
puñetazo sobre los papeles que había encima de la mesa.
—No voy a seguir metido en esto, Faber. Y pienso denunciar un asesinato a las
autoridades.
— ¿De verdad crees que van a hacerle algo a la hija de un importante miembro
de la Gestapo?
—Eso espero.
El chico se giró y, nada más dar el primer paso, sintió la mano de Faber sobre su
hombro. Teniendo en cuenta las misiones que tendría que realizar, había recibido un
entrenamiento y unas clases especiales, y se conocía a la perfección los puntos más
débiles del ser humano. Se giró con rapidez y localizó el punto de ataque más fácil:
bajo el lóbulo de la oreja. “Si se presiona, provoca insoportable dolor; si se golpea,
síncope inmediato”, fueron las palabras exactas de sus profesores. No era un golpe
mortal, pero tampoco quería matarlo; sólo ganar tiempo. Con una velocidad
inimaginable, golpeó fuertemente, con un solo dedo, ese punto, y contempló como
Faber parpadeaba sin parar. “Visión borrosa”, pensó. El hombre comenzó a
tambalearse y cayó al suelo de rodillas. “Mareos y vértigo”. Se llevó las manos a los
oídos con angustia. “Los sonidos se pierden poco a poco”. Finalmente, cayó al suelo
cuan largo era. “Desmayo”.
Se dirigió hacia los cajones del escritorio que estaban en la cara que daba al
asiento de Faber. Los abrió rápido, uno por uno, hasta que, en el último, encontró lo
que buscaba. Sacó una pequeña pistola, la miró sonriente, y la guardó en el pantalón
bajo la camisa.
—Una pena que no sea una Luger —murmuró, echando de menos la pistola
semiautomática con la que solía entrenar su tiro.
Se colocó frente a la puerta y abrió el pestillo con decisión. Salió del despacho y
cerró la puerta tras de sí, sin dejar ver lo que había detrás. Se encontró cara a cara con
el guardia de siempre, que le miraba enfadado.
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—Era muy urgente —se excusó fingiendo una sonrisa—. Me ha pedido que os
diga que no quiere que le moleste nadie por muy urgente que sea. Está revisando unos
datos que acabo de proporcionarle.
Andaba a paso rápido, pero sin llegar a correr. No podía levantar muchas
sospechas, pues la gente de aquel edificio ya había tenido suficiente con su carrera
para llegar al despacho. Mostrando fingidas sonrisas a cada persona que se le cruzaba,
siguió caminando. Nada más llegar a la salida del edificio, comenzó buscar un
escondrijo lo más rápido que pudo. En apenas medio minuto, Faber despertaría y
tendría a toda la Gestapo encima. La prioridad ahora era ocultarse.
— ¡Tú! —gritó señalando con el dedo al guardia, que miró hacia atrás
comprobando que no hubiese nadie más—. ¡¿Has visto salir a Nevin Löwe de aquí?!
156
—Quiero carteles de “se busca” con su foto y agentes de la Gestapo para
encontrarle —ordenó al guardia—. ¡Ya!
******
Había cenado y se había ido a la cama sin ningún problema, pero no podía
dormir. Aún nadie había llamado a su casa. A lo mejor el señor Engels se lo había
pensado mejor y no iba a avisar a sus padres, aunque era bastante improbable, por no
decir imposible. Como respondiendo a sus pensamientos, oyó sonar el teléfono. Sólo
había uno en la casa, y estaba en el salón, por lo que, para su desgracia,
probablemente lo cogería su padre. Se enterró más en las sábanas cuando dejó de
oírlo, suponiendo que ya lo habrían descolgado. Poco después, comenzó a escuchar
157
pasos, cada vez más cerca, y se hizo la dormida, pensando que, a lo mejor, preferirían
no despertarla y hablar al día siguiente, pero, en vez abrir la puerta de su cuarto, la
que abrió fue la del de su madre, cerrándola después con tranquilidad.
Pasaron los minutos, y Amara seguía sin conciliar el sueño. La puerta del cuarto
de sus padres se abrió y se cerró innumerables veces, y se oyeron pasos bajando y
subiendo las escaleras cada dos por tres. Ya era la cuarta vez que Amara se levantaba
sólo para dar una vuelta por la habitación, cuando escuchó abrirse y cerrarse la puerta
del cuarto de su madre. Como por un impulso, se arrojó sobre la cama y se enterró
entre las sábanas, haciéndose la dormida. La puerta se abrió rápidamente y, sin apenas
darle tiempo a pensar algo, encendieron las luces.
Mientras sus progenitores bajaban las escaleras, ella se puso las zapatillas y les
siguió, atemorizada. Llegó a la planta baja cuando ellos ya estaban sentados en torno a
la mesa.
El señor Rosenbauer entrelazó los dedos y puso ambas manos sobre la mesa,
delante de él.
—Hemos recibido una llamada de casa de los Engels. ¿Sabías que nos iban a
llamar?
—N-no —mintió.
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Amara permaneció quieta y callada, interpretando aquella pregunta como
retórica, aunque se equivocaba.
— ¡Exacto! —bramó el hombre, fuera de sí. Se calmó un poco y se frotó los ojos
con los dedos—. Ya no sé quién eres, Amara —susurró.
Amara quedó boquiabierta. Miró a su madre buscando apoyo, pero sólo vio
bochorno en su cara. Bochorno y tristeza.
Amara no tenía nada bueno que decir, pero el silencio era demasiado afilado
como para mantenerlo mucho tiempo sin hacer daño, así que decidió arriesgarse y dar
la cara.
— ¡Ya soy lo suficientemente mayor como para tomar mis propias decisiones!
—se quejó.
— ¡No puedes obligarme a pensar igual que tú! ¡Yo no soy tú!
— ¡Tú harás lo que yo diga que hagas! —vociferó, levantándose otra vez de su
asiento. Su hija le imitó y también se levantó.
— ¡Nunca!
159
—Ya no sabemos qué hacer contigo aquí. Ya hemos avisado a tus tíos y
reservado un billete de tren por teléfono. Te vas a alejar de todas las malas influencias
de aquí, Amara. Mañana temprano te vas a Baviera.
—El que sea necesario —dijo antes de marcharse por la puerta de la cocina.
160
CAPÍTULO 9:
Apenas eran las seis de la mañana cuando sonó el teléfono. El hombre, molesto
se levantó de su cama y bajó las escaleras sintiendo que le pesaba todo el cuerpo. Le
faltaba una hora para ir al trabajo y sabía que no podría dormirse de nuevo. Bajó el
último escalón, se acercó a la mesita del pasillo y agarró el teléfono.
—Policía local —respondió una voz femenina robotizada por culpa del
aparato—. ¿Hablo con el señor Engels?
Tras oír aquella frase, el hombre recordó haber dejado a la chica pasando la
noche sola, en la calle, y se alteró.
Dejó el teléfono descolgado sobre la mesa y corrió hacia la puerta. Abrió y salió
en pijama a la calle. No había nadie, sólo un pequeño charco de sangre seca. Corrió de
nuevo hacia dentro y, con la esperanza de que Erika fuese más hábil de lo que
imaginaba, subió al cuarto de su hija, pensando que, a lo mejor, había entrado por la
ventana, pero tampoco había nadie. Bajó los escalones con los ojos llorosos y agarró
de nuevo el teléfono.
—Señor Engels, siento mucho comunicarle que esta noche hemos recibido una
llamada anónima denunciando un asesinato. La víctima era…
—Una persona que ahora mismo está en busca y captura. Le prometemos que
le atraparemos lo antes posible. Su nombre es Nevin Löwe.
161
******
Aquella mañana no llevaba su uniforme de las BDM. Era lo único que había
permanecido en el armario. Cerró la gran maleta de cuero gastado y agradeció que no
explotase. No sabía cuánto tiempo estaría en Baviera, y, si resultaba ser mucho, tenía
demasiadas cosas que no quería dejar atrás. Comenzó a pensar en todo lo que iba a
abandonar por un tiempo indefinido cuando llamaron a la puerta. Su madre apareció
tras ella.
162
—Hola… ¿Está Amara en casa?
—No, acaba de marcharse a Baviera. ¿Qué ocurre para que vengas tan
temprano? Y ¿quién eres?
Sin saber muy bien por qué, había apuntado la dirección de los tíos de Amara
en una pequeña hoja de papel. Lo releyó para comprobar si estaba bien, y, muy
extrañada, se lo llevó de nuevo al chico.
—Tú… ¡Tú eres Nevin, el chico con el que salía mi hija! —exclamó, recordando
el día en el que los vio juntos.
Antes de que pudiese decir nada más, el joven había comenzado a correr y se
había perdido entre las calles de la zona.
El tren estaba a punto de salir de la estación y ya habían dado el aviso a los más
rezagados, como era el caso de Amara. Estaban recorriendo un extenso pasillo lleno de
gente, moviéndose de acá para allá, cuando vieron a un hombre vendiendo periódicos.
La chica hizo caso omiso de él, pero su padre no.
Amara se lo agradeció con una sonrisa. Poco después estaba subida en el tren
camino a Baviera. Vio cómo se cerraban las puertas y sintió, inexplicablemente, que no
163
iba a volver nunca a aquella estación. Se despidió con la mano de su padre y se
acomodó en su asiento. Abrió el periódico por la mitad, más o menos, y comenzó a
pasar las páginas. No había ninguna noticia interesante. En una de las fotos se
comentaba un asesinato. La única foto que había era una de lo que parecía ser un
charco de sangre. Comenzó a leer.
“Una chica fue hallada muerta frente a su domicilio la noche pasada gracias a
una llamada anónima. La víctima era una joven alemana de quince años llamada Erika
Engels…”
Amara dejó caer el periódico al suelo. Las lágrimas comenzaron a brotar en sus
ojos como la confusión en ella.
“La causa de la muerte fue una brutal paliza a manos de Nevin Löwe, un joven
alemán de…”
“Si alguien ha visto a esta persona, por favor alerte a las autoridades”. El texto
iba acompañado de una foto de Nevin.
Dejó caer el periódico de nuevo y se llevó las manos a la cara. Comenzó a llorar
desconsoladamente, mientras el ruido del tren ahogaba sus gemidos.
“Con suerte, no mucha gente lo habrá visto”, pensó. Entonces vio a un hombre
vendiendo periódicos cerca de los trenes. Se abrió paso entre la gente intentando
esconder su cara y llegó hasta él.
164
—Hola, joven. ¿Quieres uno? —saludó el vendedor—. Es una nueva edición
especial de la mañana. Noticias actualizadas y el discurso íntegro del Führer. Un joven
alemán como tú no querrá perdérselo, ¿no?
Agarró el periódico y pasó hoja por hoja mientras andaba hacia la salida de
trenes. Finalmente, encontró lo que buscaba.
“Una chica fue hallada muerta frente a su domicilio la noche pasada gracias a
una llamada anónima. La víctima era una joven alemana de quince años llamada Erika
Engels…”
“Si alguien ha visto a esta persona, por favor alerte a las autoridades”. El texto
iba acompañado de la misma foto que aparecía en los carteles.
— ¿Y el próximo?
—Pero puede coger ese tren —sugirió apuntando a una de las enormes
máquinas— hasta Düsseldorf y allí hacer transbordo hasta Baviera.
165
—Cuánto tiempo falta para que salga el tren a Düsseldorf —preguntó
sonriente. Tardaría más tiempo, pero por lo menos saldría de Berlín.
Nevin corría lo más rápido que sus piernas le permitían. No podía perder ese
tren. Estuvo a punto de caer un par de veces, pero recobró el equilibrio con facilidad.
Por suerte para él, aún quedaban un par de billetes. Compró uno con los Reichmarks
que cogió antes de salir de su casa y se quedó casi sin dinero. Se dirigió a los andenes
y, cuando llegó allí, un minuto después de perder de vista al hombre que le había
indicado qué tren coger, se vio obligado a esconderse lo más rápido que pudo entre la
gente. Enfrente de cada máquina había un agente de la Gestapo y otro de la policía por
puerta. Estaban repartiendo carteles, probablemente con su foto.
No lo había pensado, pero era más que obvio. Donde más vigilancia iba a haber
era en las fronteras de Berlín y en las estaciones de tren. Así se aseguraban de que no
pudiese salir de la ciudad.
166
—Disculpe —llamó uno de los guardias a alguien que parecía pertenecer al
personal de la estación.
— ¿Ha visto usted a este hombre? —preguntó enseñando una foto de un chico
moreno de pelo alborotado y brillantes ojos oscuros.
— ¿A Baviera? —repitió, mirando a todos los agentes que tenía alrededor, que
se acercaron a ellos al distinguir la mirada de triunfo de su compañero.
— ¿Y cuándo va a salir?
—Ya ha salido.
El chico se relajó cuando por fin dejaron muy atrás la estación, pero ahora tenía
que apañárselas de nuevo. Sólo podía desear que nadie le reconociera. El revisor
acababa de entrar en su vagón, y él estaba casi al final.
Buscó rápidamente un sitio libre con la mirada. Vio una madre al fondo del
vagón con un niño pequeño, un bebé entre los brazos y un asiento libre a su lado.
Comenzó a andar en esa dirección.
—Trece meses.
167
—Claro —respondió sonriente poniéndole al pequeño entre los brazos.
El revisor llegó justo en ese momento. La mujer y el mayor de sus dos hijos lo
miraron. Nevin se limitó a mirar al bebé intentando no mostrar mucho la cara.
— ¿Me entregan sus billetes? —pidió el hombre. Su voz se vio amortiguada por
el espeso bigote que cubría su boca.
La mujer le dio los billetes que tenía preparados de antemano. El hombre los
comprobó. Dos de niño y uno de adulto. La mujer continuaba mirándole mientras
agujereaba los tres billetes.
—Su billete, señor —pidió a Nevin, que se lo entregó sin dejar de mirar al bebé.
—Que tengan buen viaje —se despidió, antes de marcharse al siguiente vagón.
******
“Pero yo no imaginaba que iba a morirse, sólo quería que pasase un mal rato”,
le contestó.
“Ya lo sé, y por eso no te pasará nada. Ya lo estamos organizando todo. Pero si
te preguntan, solamente di: no sé nada. ¿Entendido?”
“Sí, papá”, respondió, sin mucho más remordimiento que el que había dejado
salir unos segundos antes.
168
— ¿Baviera? —preguntó confuso, soltando el bolígrafo sobre la mesa—. ¿Para
qué quiere ir a Baviera?
—Ni idea, pero eso es lo que nos ha dicho un hombre del personal de la
estación.
******
—Disculpe —dijo alzando la voz para lograr que llegase hasta él—, ¿sabe
cuándo sale el siguiente tren a Baviera?
169
“Necesito comprar un billete de tren, no puedo esperar que vuelva a funcionar
el truco del bebé”, se dijo, mientras guardaba el fajo en un bolsillo.
Faltaba una media hora para que el tren saliese, pero comenzó a andar hacia la
estación. Los billetes podrían agotarse en poco tiempo, y no merecía la pena
arriesgarse. Llegó y se acercó a un pequeño mostrador que había justo en la entrada.
—Muchas gracias.
La única posibilidad que tenía era llegar hasta dentro por un lugar que no fuese
alguna de las puertas y no estar en los vagones del tren. Vio entonces que la casilla del
maquinista estaba totalmente desprotegida. Se acercó vigilando cada uno de los
ángulos posibles y llegó hasta encontrarse con un hombre que vestía un modesto y
manchado mono.
170
Nevin se tranquilizó al sentirse dentro del tren. Miró hacia atrás y comprobó
que los agentes de la Gestapo y de la policía seguían absortos en sus tareas y no se
habían dado cuenta de que había entrado.
El maquinista sonrió.
—Sí, lo cierto es que nunca había visto desde la casilla del maquinista arrancar
uno de estos —respondió con una enorme sonrisa.
—Alex Gerber —mintió. Cuanta más gente supiese su verdadero nombre, más
probabilidades había de que le identificasen y le capturasen.
—Bueno, te dejaría seguir el viaje aquí, pero tienes que entregarle tu billete al
revisor.
—Ya, bueno…
—Si quieres puedes volver luego —sugirió, emocionado por el simple hecho de
que alguien se interesara por su trabajo.
171
El revisor se giró y le vio, casi tropezando por la velocidad suya y el tambaleo
del tren. Le entregó el billete y el hombre lo agujereó, devolviéndoselo después. Nevin
suspiró y busco con la mirada un asiento libre mientras el revisor se marchaba al
siguiente vagón. Encontró un asiento junto a una chica más o menos de su edad y su
padre. No pudo evitar acordarse de Amara al ver ese pelo rubio trenzado y ese rostro
serio. Se preguntaba si estaría dispuesta a acogerlo teniendo en cuenta lo que había
hecho. Además, lo más probable era que hubiese leído algún periódico en el que dijese
que él era el asesino de Erika. Se dejó caer sobre el asiento y dejó de pensar, pues era
lo que menos le apetecía.
******
Amara se despertó cuando oyó abrirse las puertas de su tren. Sacudió la cabeza
para despejarse y sintió los ojos hinchados. Se había pasado gran parte del trayecto
entre lágrimas y el resto se había dormido a causa del agotamiento. Su estómago la
había despertado un par de veces pero estaba demasiado adormilada y hambrienta
como para pensar en algo que no fuese llenarse de comida. Agarró la maleta con
ambas manos, que ahora pesaba un poco menos, pues la había vaciado de cualquier
cosa comestible. Salió del vagón dando tumbos y dejó su equipaje en el suelo,
controlado, mientras buscaba con la mirada. Lo cierto era que ella no había visto
nunca a esa parte de su familia. Vivían demasiado lejos. Sin embargo, sus tíos la vieron
cuando era un bebé y la madre de Amara solía mandarles fotos de vez en cuando,
acompañadas de cartas en las que siempre añadía “besos de parte de todos”, aunque
yo, realmente, nunca mandé ninguno de mi parte. No sabía qué aspecto tendría la
persona que me iba a ir a buscar a la estación, pero él o ella si lo sabría, por lo que se
limitó a quedarse de pie frente al tren del que había salido, tal y como sus padres le
indicaron. Pocos segundos después, había llegado alguien gritando su nombre.
La chica se giró hacia el lugar del que provenía su nombre y vio a un hombre
alto y rubio abriéndose paso entre la gente. Lucía una barba de pocos días y llevaba
unas gafas negras que, a pesar de ser demasiado grandes, le quedaban de maravilla.
Llevaba una modesta camisa verde de mangas cortas y una sonrisa muy reconfortante
dibujada en la cara.
172
—Bueno, yo soy tu tío Eldwin. Supongo que tú a mi no me recordarás, ¿no?
—Anda, deja que te ayude —sugirió—, que esa maleta debe pesar bastante.
El hombre se acercó a la chica y levantó su equipaje con una sola mano. Estaba
bastante en forma. Con la mano que tenía libre, hizo un gesto a Amara para que le
siguiese y se puso bien las gafas, que habían comenzado a caerse hacia delante. Se giró
para comentarle acerca de su viaje, pero al ver su cara, supo que no tenía muchas
ganas de hablar y siguió andando. Salieron de la estación y se encontraron con un
paisaje no muy diferente a Berlín. Las mismas casas, la misma gente, el mismo ruido, e
incluso la misma entrada a la estación. Todo era tan familiar que le dio la sensación de
no haberse movido de casa.
—Increíble —murmuró.
173
Eldwin soltó una carcajada y bajó del coche. Se acercó a la puerta de la verja y
la abrió. El espacio que dejaba era más que suficiente para meter el coche, pero él
decidió abrirla un poco más, por si acaso. Volvió a montarse y soltó el freno. Entró
lentamente y aparcó el coche frente a la puerta principal.
Eldwin se bajó y abrió el maletero. Sin mucho cuidado, sacó la enorme maleta y
la dejó en el suelo mientras cerraba la puerta que había abierto para meter el coche.
Cerró el maletero y esperó a que Amara saliese para cerrarlo con llave. Volvió a coger
el equipaje con una sola mano y llamó a la puerta principal con los nudillos de la otra.
Leyna era la tía de Amara. Tampoco se acordaba de ella, pero su madre le había
hablado varias veces de ella. Eran hermanas, y su madre era la mayor de las dos. Sólo
los tenía a ellos como tíos por parte materna.
La puerta se abrió dejando ver a una mujer con el pelo castaño claro recogido
en un elegante moño. Dos finos tirabuzones le caían a ambos lados de la cara. Parecía
muy joven aún sabiendo que su madre apenas le llevaba tres años. Aunque, bueno, su
tía tenía un marido que parecía agradable, una vida en un pueblecito en el campo, sin
estrés y sin prisas… Su madre no podía presumir de eso.
Eldwin la llevó hasta una habitación que a Amara le costó recordar, pues habían
pasado por lo menos siete más.
—Dormirás con tu prima. Se llama Zelda y tiene más o menos la misma edad
que tú.
Amara esperó mientras su tío abría y dejaba la maleta en el suelo. Luego salió y
miró a su sobrina.
174
—Bueno, os dejaré para que os podáis presentar. Os avisaremos cuando esté
lista la cena.
Las primas se levantaron y anduvieron por un par de pasillos por los que Amara
se habría perdido de no ser porque iba acompañada de su prima hasta llegar al
comedor. Era un sitio agradable y no muy grande, teniendo en cuenta el tamaño de la
casa. Una mesita adornaba el centro de la sala, y sobre ella descansaba un modesto
mantel de flores. Había platos vacíos desperdigados por la mesa y una enorme olla en
el centro. Amara esperó discretamente a que todos se sentaran, pues no sabía si
tenían algún sitio asignado o preferido. Algunos días después se dio cuenta de que
tenía razón.
La chica observó cómo Zelda abría la olla, metía un cazo y lo sacaba lleno de
una especie de estofado, que luego se sirvió en su plato. Repitió el proceso una vez
más y le cedió el cazo a su prima, que hizo lo mismo sin mucha seguridad acerca de lo
que estaba sirviéndose. Le pasó el cazo a su tía, que hizo lo mismo y se lo dio a Eldwin,
que se sirvió el doble de cazos.
175
“O está excesivamente rico, aunque que no tiene esa pinta, o este hombre
come demasiado”, pensó.
Zelda la condujo de nuevo por un camino del que Amara trató de acordarse
para la próxima vez que tuviese que regresar al cuarto. Entraron en la habitación y se
pusieron el pijama. A Amara le daba un poco de vergüenza cambiarse delante de ella,
pero su prima estaba totalmente desinhibida, así que no le dio importancia.
176
—Bueno —suspiró Zelda mientras se incorporaba y deshacía la cama para
meterse dentro—, cuéntame algo de ti, ¿no?
— ¿Y tú?
—Ya… bueno, mañana tienes instituto, ¿no? Hay que dormirse pronto.
— ¿Richelle? —preguntó.
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Pasó rápidamente una fría ráfaga de viento por la ventana que habían dejado
abierta y ambas se acurrucaron en sus camas. En realidad Amara pensaba que no iba a
pasar la mañana montada en un caballo, aunque no dijo nada.
—Buenas noches —contestó, tapándose con las sábanas. No había sido una
respuesta acompañada de una sonrisa; ni siquiera iba con un tono muy agradable,
pero ese día, justo ese día, no era el más indicado para poder ser amable. Lo intentaría
al día siguiente, si conseguía que se le despejase un poco la cabeza y olvidar a Erika y a
Nevin, aunque lo creía imposible.
Ya conocía a Erika pero nunca se había fijado mucho en ella. Tenían unos seis
años cuando Amara se llevó aquella muñeca al colegio. Entonces tenía los dos ojos en
sus respectivos sitios. Era la hora del recreo cuando Minna llegó con las gemelas y le
arrebató la muñeca.
—Pues cógela —reía la otra chica, lanzándosela a sus dos amigas. Por aquel
entonces, Minna era más alta que Amara, y a ésta le resultó imposible arrebatársela.
— ¿Por qué me odias? —lloraba Amara, restregándose las sucias manos por los
ojos para limpiarse las lágrimas.
178
—Para que aprendas —dijo.
—Gracias —fue lo único que respondió, pero desde ese día se convirtieron en
amigas inseparables.
—¡¡¡BASTA!!! —gritó con todas sus fuerzas, llorando. Cerró los ojos con todas
sus fuerzas y, al abrirlos, Nevin estaba frente a ella y Erika en el mismo lugar que al
principio. Tendida en el suelo, ensangrentada.
Nevin se acercó a ella y le pasó una mano por la cara. Amara se apartó deprisa,
sin darle tiempo casi a reaccionar. Se giró de nuevo para ver a Erika, pero sólo
encontró su muñeca. Al volver a mirar al frente, Nevin ya no estaba. Todo se había
vuelto negro de repente. Sólo estaba la muñeca. La agarró. Le faltaba un ojo, al igual
que a la Erika que estaba allí unos momentos antes. Mientras la miraba, las costuras
comenzaron a abrirse, y del interior de la muñeca brotaban chorros de sangre. Todo se
tiñó de rojo y la muñeca comenzó a moverse por sí sola. Curiosamente, se había vuelto
muy parecida a Minna, casi igual. Esbozó una malvada sonrisa y, abriendo la boca y
mostrando todos sus dientes acabados en punta, se lanzó hacia delante y mordió el
179
cuello de Amara, que comenzó a gritar desesperadamente, aunque sólo podía gritar el
nombre de Minna.
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CAPÍTULO 10:
Mientras esperaba a que la gente que estaba sentada cerca suya se levantase,
actuó como si se le hubiese caído algo al suelo para no levantar sospechas. Se subió de
nuevo el cuello del abrigo y se puso el sobrero, que lo había dejado en el asiento. Se
levanto, creyendo que había alguna esperanza de que no lo viesen, y se unió a la
extrañamente lenta multitud que salía del tren. Entonces se vio acabado. La fila iba tan
lenta porque todo el mundo, de uno en uno, tenía que pasar por la policía para que les
identificasen. Habían llegado hasta el extremo de buscarle en las maletas más grandes.
Pensó en permanecer en el tren, pero vio que en el último vagón terminaron antes y el
agente comenzó a revisarlo por dentro. La desesperación le hacía sudar a chorros. La
fila de gente que tenía atrás le empujaba, y podía ver cómo la gente de delante de él
cada vez era menos. Intentaba pensar rápido, pero ninguna idea llegaba a su cabeza.
Seguía notando la presión en su espalda y gente gritando obscenidades para que
avanzase.
181
agarró el abrigo por un extremo y, con un movimiento de muñeca, pasó el otro por
detrás del policía para agarrarlo de nuevo. Tiró del abrigo, acercándose el aturdido
hombre a él velozmente, le agarró los hombro, echándolo hacia abajo y le propinó un
fuerte rodillazo en la cara, que lo dejó casi inconsciente; todo en menos de una
fracción de segundo. No pudo hacer otra cosa que salir corriendo de allí, pero todos se
dieron cuenta. La estación era un hervidero de agentes de la Gestapo y de la policía.
Todas las puertas estaban protegidas y había varios desperdigados entre el resto de la
gente. Corría tan rápido como sus piernas le permitían, aunque se dio cuenta de que
eso le iba a servir de poco al contar cinco agentes en la puerta principal, que, además,
ya se habían dado cuenta de lo sucedido y defendían la entrada con muchas más ganas
que antes. Ya no podía pararse, no después de haber atizado a un policía, así que
mantuvo la carrera. Vio que las paredes estaban repletas de intermitentes ventanas
por las que, por lo que parecía, cabía un chico de su envergadura. Estaban algo altas, lo
suficiente como para no poder engancharse de un salto, pero no le importó. Para la
sorpresa de los agentes, desvió su camino hacia la derecha, directo a estrellarse contra
la pared, pero aprovechó la gran velocidad que llevaba para andar un par de pasos
sobre ella y engancharse con trabajo en un saliente de la ventana. Los agentes sacaron
rápidamente sus pistolas y se colocaron debajo, pero antes de disparar, saltó hacia
afuera. Rodó un par de veces por el suelo, pero gracias a eso amortiguó la caída. Sin
mucha más dificultad, corrió lejos y se camufló entre la gente, perdiéndose por
completo del punto de mira de los policías.
******
— ¡Amara! —gritaba una y otra vez, desesperada, cada vez más fuerte—.
¡¡Amara!!
182
— ¿Qué ha pasado? —Amara se llevó las manos a la cara y se limpió el sudor
que caía de su frente.
—Zelda nos avisó antes de irse al instituto de que no dejabas de gritar cosas en
sueños y de moverte como si estuvieses teniendo ataques —dijo Leyna, mirándola a
los ojos, algo preocupada—. Vinimos aquí y te vimos llorando y gritando.
—Ya era hora —masculló Eldwin tras su enormes gafas negras. Era él quien
estaba preparando la comida, y no Leyna, que estaba trabajando en el huerto, y eso
sorprendió a la chica.
Se lo agradeció con una sincera sonrisa. No tenía mucha hambre tras el atracón
de la noche pasada, pero aquello tenía muy buena pinta. Agarró el tenedor y comió sin
reparos.
—Mucho —masculló con la boca llena, lo que hizo que Eldwin soltara una leve
risa.
183
La chica tragó con esfuerzo y, para terminar de llevarlo al estómago, le dio un
largo sorbo al zumo de naranja. Aún tenía la pulpa. La madre de Amara solía quitársela
con un colador para que no tuviese problema en bebérselo, pero debía reconocer que
estaba bastante bueno con ella.
—O sea, los huevos —intuyó Amara, tras dar el último bocado a la comida que
tenía delante.
—Y su carne.
— ¡Bueno! —suspiró Eldwin limpiándose las manos con un trapo rojo que había
sobre la mesa—. No pensarás montar con eso, ¿no?
— ¿Por qué?
Anduvo por los largos pasillos hasta llegar a su nuevo cuarto, logrando no
perderse, y abrió de par en par el armario. Quitando sus faldas, apenas había una o dos
más. El resto eran sólo pantalones. Se sorprendió bastante, pues no estaba muy bien
visto que las mujeres llevasen pantalones. En zonas como Stuttgart llegaron incluso a
prohibirlo. Haciendo de tripas corazón, cogió unos pantalones negros algo ajustados,
se quitó la falda y se los puso. Se sentía algo incómoda, pues no solía llevar pantalones
y estos le apretaban las piernas, pero se resignó y se puso unas botas negras que había
184
junto a la puerta. Se dirigió a la cuadra que había en la entrada y se encontró a su tío
junto a los caballos.
—Tú puedes elegir entre Richelle o Floy, aunque creo que Richelle te gustará
más; es mucho más activa.
A Amara no le costó nada adivinar quién era quién. Zelda le había dicho que
Floy era muy vieja, y se le notaba bastante. Estaba mucho más decaída que los otros
dos. Era de un blanco apagado y tenía motas grises por el lomo. Tenía la crin trenzada
y blanca, también.
Era una yegua negra en su totalidad. Negro brillante. Los reflejos del sol en su
pelaje le daban un aspecto mucho más impresionante.
La chica dudó. Era obvio que no sabía. Apenas había visto un caballo en carne y
hueso un par de veces. Sin embargo, le daba mucha vergüenza admitirlo.
185
Amara se acercó al lado izquierdo de Richelle y puso el pie derecho en el
estribo. Eldwin la frenó antes de que continuara.
—Si lo haces con ese pie, acabarás sentada de espaldas —la aconsejó,
sonriente.
Amara quitó el pie y puso el izquierdo, tal y como su tío le había dicho. Imitó
todos los pasos y, en pocos segundos, se encontró mirando el mundo desde lo alto de
una yegua.
El hombre soltó una carcajada y agarró a ambos caballos de las riendas. Abrió la
puerta de la cuadra y los sacó fuera. Amara esperaba salir por la puerta principal, pero,
en lugar de eso, condujo a ambos animales al fondo de la parcela.
Amarra negó con la cabeza y su tío comenzó a explicarle todo lo que debía
saber, aunque ella no estaba prestando mucha atención. Se enteraba de lo que decía,
sí, pero estaba más concentrada contemplando el inmenso prado verde que se abría
ante ellos. Era muy diferente a lo que ella conocía. El color era muy intenso y de una
extensión inimaginable. A lo lejos también se veía paisaje rocoso.
186
—Bueno, creo que te has enterado de cómo montar, ¿no?
—Qué, te vas acostumbrando, ¿no? —la sobresaltó una voz tras de sí. Era
Eldwin, que había vuelto, por fin, de su largo paseo por el prado.
La chica negaba con la cabeza, aunque se reía, y por eso era más difícil tomarla
en serio. En un desesperado intento por que le hiciera caso y dejase de caminar hacia
el bosque, intentó bajarse de Richelle, pero un pie se le enganchó en el estribo y cayó
de bruces al suelo junto a la yegua. Intentó incorporarse pero el animal comenzó a
relinchar sobre ella y se asustó. Puso instintivamente las manos sobre la cara al
encontrarse a la enorme yegua alzada sobre ella y gritó. Antes de que pudiera darse
cuenta, Eldwin había bajado de Ahren y la había levantado del suelo justo antes de que
Richelle pisoteara el lugar donde ella había caído.
187
—Shhh…. —la calmó, acariciándole el cuello tan negro como el carbón—.
Tranquila, Richelle —susurraba. Parecía que funcionaba, pues la yegua cada vez
resoplaba menos—. Amara, creo que será mejor que lo dejemos por hoy.
Asintió. El corazón le latía tan fuerte que podía escucharlo y estaba asustada.
Eldwin caminaba encima de Ahren hacia la cuadra, pero ella prefirió ir andando
con las riendas en la mano. Prefería no volver a montar a Richelle por lo menos
durante un rato, pues ya había tenido bastante. El tiempo que quedaba hasta la
llegada de Zelda lo pasó en el corral, recogiendo huevos y mimando a las gallinas. Le
habían parecido seres muy curiosos para pasar el rato. Sin tener que esperar
demasiado, llegó Zelda del instituto y los cuatro se sentaron en torno a la mesa del
comedor. El mantel de flores de la noche anterior había sido sustituido por uno de
círculos de colores pastel. La comida consistía en un plato de carne que Amara prefirió
no identificar por si era de gallina y algunas verduras salteadas. Todos degustaban en
silencio hasta que Zelda lo rompió.
—De acuerdo, pero mañana tienes clase, ¿eh? Así que no te quedes fuera
mucho tiempo. Y llévate a tu prima.
188
—Un segundo —pidió Amara algo confusa—, ¿no vas con las BDM por las
tardes?
Aquello logró derrotar a Amara de un solo golpe. Iban a hacer que limpiara.
¿Cómo? No sabía fregar. Nunca había tenido que fregar gracias a su madre, aunque
era de las pocas privilegiadas entre las chicas de su clase. Sólo ella y Minna podían
permitirse ese lujo. Había visto cómo lo hacía Erika un par de veces y no parecía muy
difícil. Incluso se podría decir que era instintivo. Esperaba poder acordarse.
—Claro, puedes montar si quieres. Coge a Richelle, luego te alcanzo con Floy.
“Si lo haces con ese pie, acabarás sentada de espaldas”, recordó. Comprobó
que estaba subiendo con el pié indicado y se sentó en la montura que, para su alivio,
no se movió.
—Sé poner una montura como es debido —susurró entre discretas risitas.
Dio un par de vueltas para comprobar que no había olvidado lo poco que había
aprendido acerca de montar en el tiempo que habían pasado comiendo y sonrió. Su tío
era un buen maestro.
189
Miró hacia los árboles que inundaban el paisaje de fondo y dudó.
******
—Esta es una de las casas más grandes que hay en las afueras. ¿Para qué vas
allí?
— ¡Espere! ¡Se ha olvidado de…! —El hombre se resignó al ver que nadie le oía,
hizo una bola con el papel y lo arrojó a una papelera que había bajo el mostrador.
190
“Debe de haber venido con el resto de los agentes que llegaron a Baviera, pero
¿dónde estaba cuando escapé de la estación?”. En realidad, prefería no pensarlo y salir
corriendo a su destino, pero vio al coche parar justo frente al hostal en el que había
estado unos momentos antes. Faber y el agente al que golpeó entraron en el edificio.
Tan rápido como sus pies le permitieron sin ceder y tropezar, corrió lejos del lugar en
el que estaba. Pasó la estación y siguió corriendo hasta dejar atrás la zona más
urbanizada. Siguiendo las indicaciones del desdentado recepcionista, corrió por un
camino de tierra que estaba rodeado por una inmensa pradera y un bosque algo más
lejos pero que continuaba hasta donde alcanzaba la vista y envolvía a las intermitentes
casas que salpicaban el paisaje. Sin pensárselo dos veces, se encaminó hacia los
árboles. Era el lugar en el que había menos probabilidades de que le encontraran.
Había llegado con el resto de los agentes pero había permanecido alejado del
asunto hasta que vio cómo un chiquillo de apenas quince o dieciséis años esquivaba a
profesionales, golpeaba a uno de ellos y escapaba ileso. Habían seguido su rastro y
habían preguntado con su foto en la mano hasta que una mujer les condujo a aquel
hostal.
— ¿Ha visto a este chico? —preguntó con voz fría y enfadada al hombre que le
miraba desde el otro lado del mostrador.
El hombre dudó unos instantes y frunció el ceño. Entonces, como si una chispa
cruzara su mente, se levantó de la silla y rebuscó en la papelera hasta encontrar un
pequeño trozo de papel blanco arrugado. Se sentó de nuevo y lo estiró hasta que fuese
visible lo que estaba escrito dentro; entonces se lo ofreció a Faber.
— ¿Cómo se va?
El hombre, algo confuso le dio las mismas indicaciones que a Nevin. Apenas
unos segundos después, Faber y el otro agente habían salido de aquel hostal con el
papel en la mano y se habían montado en el coche. Cruzaron las calles en apenas unos
segundos hasta dejar atrás la estación de Baviera y llegaron al camino de tierra que les
191
habían indicado. No había nadie. Faber se bajó del coche y pateó el suelo con todas sus
fuerzas, descargando su ira.
******
—Tenemos apenas quince minutos antes de que vengan mis amigos. ¿Quieres
aprovecharlos o prefieres pasarlos dando vueltas en círculo?
Zelda sonrió y dirigió a Floy hacia los árboles. Amara la miró y la siguió,
contenta. Tenía ganas de ver cómo era lo que se escondía tras aquella barrera.
Entonces su prima se giró.
—Se me olvidaba, antes miré el correo y había una carta para ti, creo que es de
tu madre —anunció, tendiéndole el sobre cerrado—. Parece mentira que hayan
tardado tan poco en escribirte una, y también que haya tardado tan poco en llegar. Te
deben estar echando mucho de menos.
Amara se estiró hasta llegar a coger la carta sin caerse del animal.
—Luego la leeré —dijo tras comprobar que era de sus padres y guardarla
doblada en uno de los bolsillos del pantalón. No sabía por qué, tenía la esperanza de
192
que fuera de Nevin, explicándole por qué decían que él era el asesino de Erika. Aún le
costaba creerlo.
Las chicas ordenaron a los caballos andar hacia el bosque. Amara no había
salido de su reducido círculo en ningún momento y temía no ser capaz de controlar a
su yegua como es debido; sin embargo, lo hizo de maravilla. Se adentraron en el
bosque y anduvieron durante unos dos minutos, y el bosque seguía.
—Siempre hay una primera vez, ¿no? Si quieres ver el paisaje del fondo vas a
tener que hacerlo, o no nos dará tiempo —comentó—. Sígueme. Si veo que no puedes
seguir mi ritmo volveré a por ti y nos iremos de vuelta a casa, ¿vale?
— ¿Preparada?
—Más o menos…
193
—Sí, es muy bonito —confirmó.
El único varón era bastante alto, y bastante guapo. Tenía el pelo castaño claro y
corto, algo despeinado. Sus ojos esmeralda eran grandes pero preciosos, y tenía una
espalda enorme y varonil, al igual que sus manos, que eran fuertes y protectoras.
Ellas eran ambas morenas. Tenían el pelo casi negro y recogido en trenzas que
les caían a ambos lados de la cara. Una, la que más tarde descubrió que era Ebba, tenía
los ojos almendrados y azules; Wanda los tenía marrones y redondos, aunque eso no
le quitaba belleza. Era más guapa que su amiga, y su cuerpo estaba mejor modelado.
—Y yo Ebba.
Ambas le dieron dos besos en las mejillas y se dirigieron a hablar con Zelda.
194
—Pues lo que queráis, aunque quizás lo mejor sea ir al prado y tumbarnos a
hablar, así conocéis un poco a mi prima. Al parecer se quedará una temporada y será
estupendo que os conozcáis.
—Bueno —suspiró Wanda tras un largo rato conversando—, ¿y por qué has
venido hasta Baviera, si puede saberse? —preguntó con una sonrisa.
—No puede ser… ¡Yo también! —exclamó Ebba—. Claro que sin lo de las BDM y
que le echaran de casa.
—Sí, una amiga de Múnich me contó que había empezado a salir con un judío
que la había dejado por otra judía porque veía demasiados problemas en su relación —
confesó Wanda.
Dustin permanecía en silencio. Se había sentado junto a Amara, y cada vez, sin
saber cómo, estaba más cerca suya. Ella intentaba alejarse un poco disimuladamente,
pero siempre volvía a acercarse, además de que, como siguiese moviéndose para el
lado, acabaría por estar encima de Ebba. Entonces se giró y acercó su boca al oído de
Zelda.
195
— ¿Esa historia significa que tengo alguna oportunidad con ella? —le susurró
de forma que sólo Zelda se enterara.
—Amara, ¿por qué no quedas con Dustin esta noche? —preguntó sonriente. El
aludido se llevó una mano a la cara y comenzó a arder de la vergüenza.
Instintivamente se escondió entre sus rodillas.
Todos los chicos se levantaron para que Zelda pudiera recoger el mantel. Se
marcharon todos de la casa y Dustin se despidió con un beso excesivamente sentido en
la mejilla de Amara.
—Nos vemos esta noche —dijo, haciendo que Amara se sintiese cada vez peor.
—No seas tonta —le reprochó mientras ponía los cubiertos y las servilletas en
la mesa—, te lo pasarás bien. Dustin es un buen chico y es una buena forma de
olvidarte del que te hizo daño.
Amara colocó los vasos y los platos frente a cada silla y suspiró.
196
—Hoy hay pasta —anunció sonriente Leyna, sirviendo un plato a Amara, luego
a Eldwin, luego a Zelda y luego a ella misma.
—Bueno —suspiró Zelda cuando Amara dejó el último plato en su sitio—, aún
nos queda una media hora para que llegue Dustin, así que ¿por qué no te arreglas un
poquito? —sugirió.
— ¿No voy bien así? —preguntó. Se había quitado los pantalones y las botas de
montar y ahora llevaba una de sus faldas y una camisa blanca.
Amara no se ofendió aunque interpretó aquello por un “la ropa que llevas es
demasiado fea”, pero no le dio importancia.
—Adelante.
197
Amara se sentó en su cama con el papel entre las manos y comenzó a leer.
“Querida Amara,
Un abrazo,
Tu madre.
PD: Creo que deberías saber que antes de que me enterase del asunto de Erika,
Nevin vino a casa y le di tu dirección actual. No he llamado a la policía, eso es algo que
deberías hacer tú si lo crees necesario. Ten mucho cuidado.”
—Dustin debe de estar esperándote, así que, ya sabes. A por él— sonrió.
—No, así que intentad no hacer mucho ruido ahí fuera. Anda, ¡vete! —rió
lanzándole un cojín.
198
—Buenas noches —saludó mientras abría la puerta.
Otra punzada de dolor le recorrió el pecho. Eso fue exactamente lo que Nevin
dijo en su primera cita. Cada vez se sentía peor. No entendía cómo estaba con otro
chico sabiendo lo que sentía por él, pero hizo un esfuerzo por guardarse sus
sentimientos y le hizo pasar en un silencio absoluto a la pradera que había tras la casa.
— ¿Otra vez quieres ir allí? —preguntó incrédulo—. Esperaba que quisieras salir
a ver la zona o algo.
—Me gusta este sitio —confesó mientras abría la puerta que daba a la
pradera—. Es tranquilo y agradable. Hay pocos sitios así donde yo vivo.
A cierta distancia, Nevin permanecía escondido encima del árbol más alto que
pudo ver. Desde la copa, intentó comprobar a qué altura se habían quedado los
agentes y dónde exactamente se había metido. Al entrar en el bosque había acabado
por perderse entre los árboles, y darse cuenta de que le seguían agentes de policía y
de la Gestapo no ayudó mucho. Logró distinguir unas sombras moviéndose a unos
minutos de distancia. Le costó bastante, pues los árboles le tapaban la vista, y tampoco
supo con certeza que eran ellos, pero ¿quién iba a ser si no? Miró en todas las
direcciones hasta lograr distinguir una casa que estaba a unos metros. No quedaba
otra, tenía que ser la de los tíos de Amara. Bajó del árbol tirándose al suelo y rodando
en él. La hierba era abundante y mullida, lo que logró amortiguar la caída. Corrió en
dirección a la casa de los tíos de Amara sin que nada le detuviese.
199
—Verás, es que me sigue gustando mucho Nevin y… ahora nadie tendría
ninguna oportunidad conmigo. Lo siento mucho.
—Lo siento…
—No te preocupes —fue lo último que dijo con una sonrisa, esta vez sincera, en
los labios.
200
CAPÍTULO 11:
—Eres un asesino… —fue lo que dijo. Nunca creyó realmente que él fuese el
que mató a su mejor amiga, pero tenerlo frente a ella era diferente. No sabía si era
verdad o no, y mejor pecar de precavidos.
Nevin se giró. Se oían pasos cerca. Estaba seguro de que eran los agentes que le
perseguían. Necesitaba esconderse.
Amara abrió mucho los ojos. ¿La Gestapo? No podía creerse que la Gestapo le
persiguiera sólo por ser judío, tenían cosas mucho mejores que hacer. Escrutó de
nuevo la temerosa mirada del chico. Le tendió una mano.
—De acuerdo, pero seré lo más breve posible y espero que no hagas muchas
preguntas.
Amara asintió.
201
convertido en uno de sus agentes. Hace algún tiempo se empezó a llevar a cabo un
experimento en toda Alemania llamado “Vacuna Racial”. Yo soy parte de ese
experimento, y tú también. Consiste en persuadir a las jóvenes alemanas de que
mantengan relaciones con gente judía. Yo he hecho estas cosas antes, en varias
ocasiones, pero, esta vez, la cosa se descontroló. Tú no diste tu brazo a torcer y, en vez
de volverte en contra de los judíos, estuviste más a su favor de lo que esperábamos.
Por culpa de esto dejaste las BDM, y eso hizo que Minna y sus amigas asesinaran a
Erika. En cuanto lo supe fui a ver a Faber, el padre de Minna y mi superior en esta
misión, y le dije que lo dejaba y que pensaba denunciar a su hija. Faber no tardó en
manipular a la policía para inculparme en el asesinato de Erika Engels y desde entonces
huyo de la policía y la Gestapo. Pedí tu dirección en tu casa y vine hasta aquí buscando
refugio, pero me han encontrado, y ahora necesito que me escondas.
—Amara, luego te explicaré todo con más detalle y responderé a tus preguntas,
pero tengo prisa por salvar la vida.
—No hay mucho tiempo para presentaciones, así que Nevin, esta es Zelda;
Zelda, este es Nevin.
Amara vio a Nevin mirando por la ventana. La ventana del cuarto de Zelda daba
a la puerta de la verja de la parte del prado. Se giró alterado y sólo dijo:
202
—Casi han llegado.
Amara agarró del brazo a su prima y a Nevin y los sacó del cuarto, apagando las
luces del cuarto y llevándolos a la cocina. Cerró la puerta con sumo cuidado y sin hacer
ruido.
—Zelda, no hay tiempo para explicaciones, pero es muy urgente que me digas
un lugar donde pueda esconderle, por favor.
Su prima la miró confusa. No sabía qué hacer. Sus padres no sabían nada, y ella
sabía relativamente poco de todo aquello.
—Sí.
—Pero si no han llegado ya al prado les queda poco —intervino Nevin—. ¿Crees
que podrán abrir la verja por su cuenta?
Todos esperaron en silencio a la próxima frase que les hiciese perder más
esperanzas, si es que les quedaba alguna.
—La ventana de mi cuarto da al prado, ¿no? —comenzó a relatar. Los otros dos
asintieron levemente—. Nos vamos los tres a mi cuarto. Amara y yo nos metemos en
la cama. Tendrán que llamar a la puerta de casa si quieren entrar e inspeccionar. En
cuanto llamen, saldrás por la ventana y te esconderás en algún árbol. Sabes trepar,
203
¿no? —preguntó dirigiéndose a Nevin, que asintió—. Amara y yo haremos como si no
hubieras estado aquí y, como mis padres no saben nada, defenderán que no te han
visto en su vida.
Nevin dudó. Se levantó de la silla y dio una vuelta a la mesa. Una idea era una
idea, pero ¿funcionaría? No. No podía ser tan fácil. Había demasiados agentes como
para no poder dejar a un par vigilando bajo cada ventana.
Amara se sentó en la silla que Nevin había dejado libre y apoyó el codo en la
mesa. Tenía que haber alguna solución para todo aquello. Estaba absorta en sus
pensamientos cuando oyó a Nevin murmurando:
—Piensa rápido… —Lo había pronunciado en una voz casi inaudible, pero
Amara había conseguido escucharlo. Se mordió el labio y, repentinamente, como
movido por un espasmo, levantó la cara.
—No… —contestó.
—Y ¿tenéis chimenea?
— ¿Es ancha?
—No, no. No tengo la seguridad de que no vayan a mirar en ella, y, si por algún
casual lo hiciesen, no tendría forma de escapar a tiempo antes de que me atravesaran
de un balazo. Pretendo llegar al tejado desde ella.
Nevin fingió una sonrisa para intentar hacer ver que estaba seguro de sí mismo,
aunque, en realidad, no podría estar más asustado.
—Está muy oscuro y nadie se esperaría que subiese al tejado sin salir de la casa.
Están vigilando las entradas y las ventanas, pero no el tejado.
204
Amara lo miró, dudando de aquel plan. No había muchas probabilidades de que
saliera bien, y todos lo sabían.
—No te preocupes, me las apañaré —la tranquilizó con una sonrisa. Ella le
devolvió el gesto, entristecida, y se fue corriendo a su cuarto.
Los golpes en la puerta volvieron a sonar y Nevin adivinó que Zelda les estaba
dando un tiempo que debía aprovechar. Se metió en la chimenea. Era relativamente
ancha. Lo suficiente como para que Nevin pudiese subir por ella, aunque iba a resultar
algo incómodo, eso estaba claro. Inspiró fuertemente y echó el aire con más fuerza
aún. Apoyó la espalda contra una de las cuatro paredes de la chimenea y los pies en la
que estaba justo delante. Comenzó a andar por ella hacia arriba, con toda la velocidad
que se podía permitir sin destrozarse la espalda.
205
— ¿Qué? —soltó Eldwin, casi gritando—. ¡Pero bueno! ¿Qué les hace pensar
eso, si puede saberse? ¿Y a quién demonios buscan?
—Las razones que tenemos para sospechar que está aquí son asunto nuestro,
pero, si insiste, le puedo ayudar en la segunda cuestión —dijo entregándole un cartel
con la foto de Nevin. Eldwin lo miró, y Zelda también. Repentinamente, la chica sintió
cómo se le paraba el corazón.
Faber asintió.
Nevin agarró con esfuerzo el borde de la chimenea que salía del tejado. Apenas
un paso y estaría fuera. Se agarró con las dos manos y se quedó colgando con media
cabeza fuera de su escondrijo. Oteó el prado y vio a todos los agentes que vigilaban la
zona exterior. Eran al menos una docena. Afortunadamente, ninguno miraba hacia
arriba, así que, utilizando todas las fuerzas que le quedaban en ambos brazos, se
levantó y salió de la chimenea. Se agazapó en silencio, intentando ocultarse tras el
pequeño cuadrado por el que había salido y suspiró. Deseaba con todas sus fuerzas
que aquello saliera bien. Se miró la camisa. Estaba llena de hollín, al igual que la suela
de sus zapatos. Se apartó un poco la ennegrecida camisa y sacó la pequeña pistola que
robó del despacho de Faber. La cargó y la mantuvo en la mano, con el gatillo bajo el
dedo índice.
206
Los agentes habían registrado la mitad de la casa, y estaban llegando a la zona
de las habitaciones y el salón, y, por tanto, a la chimenea. A medida que avanzaban, los
guardias iban entrando en los cuartos de baño, las habitaciones de invitados y todo lo
que tenía puerta. De dos en dos, registraban cada sala con ahínco y se reincorporaban
al grupo anunciando que no había nada. Llegaron a la altura de la habitación de Zelda y
un agente abrió la puerta. Encendió la luz, y Amara se levantó de la cama fingiendo
haberse despertado por su culpa.
El hombre la miró con desprecio. Estaba claro que estaba pensando “no te
hagas la tonta”, pero no dijo nada. Quizás porque no tenían pruebas concluyentes que
certificasen que realmente había escondido a Nevin. En lugar de eso, dijo:
—Buscad en la siguiente.
— ¡No escondemos a nadie! —estalló Eldwin, con las manos en alto—. ¡No
deberían registrar nuestra casa sin motivo alguno!
207
se dejó esto en el hostal en el que preguntó. —Faber sacó un pequeño papel del
bolsillo y se lo entregó.
—Efectivamente.
— ¡No! —gritó la chica, asustada. Toda la familia se percató, nada más mirarle a
la cara, de que mentía. Eldwin le lanzó una mirada compasiva. Parecía que iba a
seguirle el juego.
Anduvo por la habitación aún con la vista fija en las chicas. Podía ver cómo el
rostro de las jóvenes se cambiaba al acercarse a determinados lugares de la
habitación. Se esforzaban por ocultarlo, pero realmente no podían. Cuanto más se
acercaba a la chimenea, más gotas de sudor frío recorrían sus frentes. Faber tocó la
chimenea y miró fijamente a las primas, que se mostraron asustadas en todos los
sentidos.
— ¡Ajá! —exclamó Faber, victorioso—. ¡Así que está aquí! Habría sido un buen
escondite de no ser por vuestra mala forma de ocultar cosas—comentaba mientras se
agachaba para entrar en la chimenea. Una vez tuvo la mitad del cuerpo en ella, los
comentarios se acallaron de inmediato. No había nada. Sólo una chimenea llena de
208
ceniza y hollín. Faber entrecerró un poco los ojos para ver mejor. En el hollín de una de
las paredes se dibujaba una ancha línea ascendente, y, en la pared contraria, huelas
perfectas de grandes zapatos. El hombre sonrió en el interior de la chimenea, y salió de
ella—. Bueno, agentes, creo que nos hemos equivocado de lugar. No es necesario
seguir buscando aquí.
Los agentes acataron sus órdenes y salieron en fila por los pasillos,
acompañados de la familia. Amara y Zelda se quedaron las últimas. Se aseguraron de
que nadie las miraba.
—Me debes una explicación —dijo en el mismo tono de voz, inaudible para
todos excepto para su prima.
Faber y el resto de los agentes se dirigieron hacia el prado, a avisar a los demás,
y cerraron la puerta principal tras de sí. La familia permaneció en silencio unos
segundos. Lo suficiente como para asegurarse de que los agentes estaban lo
suficientemente lejos de la puerta como para no oír nada.
Zelda miró a su padre y asintió. Estaba claro que les debía una explicación a
todos.
—Nevin… Nevin era mi novio —murmuró, con la mirada baja—. La noche antes
de coger el tren para Baviera, mi mejor amiga fue asesinada por la hija de Faber y sus
209
amigas. Faber es el hombre que ha estado antes aquí, el que dirigía el grupo. Para
encubrir a su hija, culpó a Nevin del asesinato y manipuló a la policía. Él… él es
inocente —sollozó.
— ¡Nevin! —escuchó. Era algo parecido al eco de una voz. Giró la cabeza en
todas las direcciones, pero no vio a nadie—. ¡Nevin, soy yo! —resonó la voz de nuevo.
Se percató entonces de que provenía de la chimenea. Una bala pasó a su lado y le hizo
dar un brinco del susto—. ¡Nevin, baja!
— ¡No tienes escapatoria, Löwe! —gritó Faber, sintiendo la victoria mucho más
cerca—. ¡Dos de mis hombres están subiendo al tejado, y como trates de entrar por la
chimenea te volaré la cabeza! ¡Ríndete!
210
suficiente. El hombre se quedó unos segundos más en un estado de confusión. No
recordaba que Nevin fuese armado. Eso complicaba mucho las cosas, sobre todo para
los agentes que había mandado al tejado.
El chico vio dos agentes asomándose por el tejado. Uno de ellos sacó la pistola, pero,
antes de que le diese tiempo a cargarla, Nevin había preparado y disparado la suya. La
bala le dio en la frente y el hombre cayó de espaldas, provocando un feo y
desagradable sonido al chocar contra el suelo. El segundo hombre hizo amago de bajar
del tejado, asustado, pero repitió el tiro y acertó de pleno en el blanco. Mientras
escuchaba cómo caía el cadáver del segundo agente, se apoyó levemente contra la
chimenea y respiró de forma entrecortada. Estaba acostumbrado a pelear y a hacer
prácticamente todo tipo de misiones, pero nunca antes había matado, y ni se le había
pasado por la cabeza matar a alguien de la Gestapo o la policía alemana. Despertó de
aquel trance y se movió rápido, corriendo agazapado por el tejado. Las cuadras
estaban pegadas a la casa, por lo que podría saltar a su techo sin ninguna dificultad y
esconderse dentro. Sólo deseaba que no quedasen agentes ahí. No le había gustado
matar a los otros dos.
Sentía las balas demasiado cerca, y eran muchas. Faber debía de tener mucha
munición reservada para él.
Amara salió de la casa seguida de Zelda, Eldwin y Leyna y observó las cuadras.
Dos agentes las vigilaban con dureza. Al ver a la familia, sacaron sus armas y les
apuntaron. Una de las pistolas apuntaba a Amara, y la otra a Zelda.
—¡Poneos de rodillas con las manos en la cabeza! —gritó uno de los agentes
mientras agitaba el arma a modo de amenaza—. ¡Ahora!
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—Nevin… —murmuró, llorosa. Sin intención alguna de evitarlo, se echó en sus
brazos. El abrazo apenas duró unos segundos, antes de que él la apartara para poder
hablar.
Eldwin no pudo reprimir lanzar una mirada a los cadáveres del suelo. Todos
muertos por aquel joven. Nevin se percató de ello y rectificó sus palabras.
—Está bien, no soy el asesino de Erika Engels. He hecho lo que he hecho ahora
en defensa propia. Me persiguen por algo de lo que no soy culpable, y han puesto
precio a mi cabeza.
—Ya habéis hecho mucho por mí esta noche. Si os ven ahora estarán
convencidos de que me habéis ayudado y podéis acabar entre rejas… o algo peor.
Volved dentro —el miedo era cada vez más obvio en la voz del chico.
Zelda vio escapar una lágrima de los párpados de su prima y comprendió que
nada le haría cambiar de opinión. Comprobó que sus padres ya estaban dentro, y dijo:
Zelda cerró la puerta con mucho dolor y sintiéndose impotente, pero sabía que
no podría haber sido de otra forma.
Nevin miraba de hito en hito a Amara. La chica cerró fuertemente los ojos e
hizo desaparecer cualquier rastro de llanto. Entonces se percató de la herida que
sangraba sin control en el brazo de Nevin. Se asustó, pero trató de mantener la calma.
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Cuando se dispuso a acercarse a examinarla, volvió a la realidad. Apoyó deprisa la
mano con la pistola en el hombro de Amara y disparó hacia adelante. Un agente cayó
al suelo y los demás se escondieron tras la pared.
— ¡Sube! —pidió.
El chico subió con una destreza impresionante y Amara dedujo que no era la
primera vez que montaba en un caballo. Se apoyó con una sola mano mientras seguía
apuntando con la otra a la esquina donde se escondían los agentes. Había tres
cadáveres más en el suelo a los que Amara prefirió no mirar.
— ¡Me quedan pocas balas, vámonos ya! —le gritó Nevin al oído, de modo que
los agentes no pudieran escuchar que se estaba quedando sin munición.
Amara dio la orden a Richelle y salió galopando de allí. La verja llegaba hasta
donde alcanzaba la vista, por lo que no podían internarse en el bosque, que era su
única salvación. La desesperación se apoderó de los dos al comprobar que los agentes
les seguían y seguían disparando. Tuvieron la esperanza de lograr dejarles atrás al ir
ellos a caballo y los otros a pie, pero de repente distinguieron las luces de un coche
poniéndose en marcha.
Nevin la miró confuso. No sabía si aquello iba a funcionar, pero, desde luego,
no había muchas más opciones. Bajaron del caballo a toda prisa y Amara le dio una
fuerte palmada. La yegua salió asustada en dirección a la cuadra.
213
pero el simple tacto del alambre en sus pies descalzos le hizo soltar un leve gemido de
dolor.
El vehículo aún estaba a una distancia suficiente como para no verlos trepando,
y eso les daba una ventaja. Si aún no sabían que iban al bosque, no los estarían
buscando allí y les darían más tiempo. Eso, claro está, si Amara lograba trepar la verja.
Reprimió sus gemidos y se mantuvo firme mientras sus pies se hacían cortes por culpa
del alambre. Llegó hasta arriba y el coche estaba más cerca. Saltó sin apenas
pensárselo y rodó por el suelo, amortiguando el golpe. La blanda y verde hierba del
prado ayudó a que no se hiciera daño.
Él le tendió una mano y, nada más notar el tacto de la de Amara, la agarró con
fuerza y corrió hacia los árboles. Se internaron en el bosque y vieron pasar el coche
delante de sus narices. No avanzó muchos metros más. Los suficientes para poder
llegar a la parte en la que la carretera se ensanchaba y podría dar la vuelta para
regresar a la puerta de la casa.
Amara tragó saliva. Sabía muy bien lo mucho que le dolería a Zelda si su yegua
moría en aquellas circunstancias. Trató de no pensar en ello y miró al joven.
214
ramas parecían buscar sus caras y más de una les dejaron señales en los brazos. Se
percató de que corrían en diagonal. Era lógico. Si corriesen simplemente hacia
adelante, tarde o temprano terminarían llegando a su zona, pero corriendo en
diagonal, a la vez que se alejaban del prado se alejaban de los agentes. Unos minutos
más tarde, momentos que se le hicieron eternos a los dos, llegaron a un acantilado que
apenas estaba a unos metros del suelo. Era el mismo que había visto Amara con su
prima aquella tarde. Era bajo, sí, pero recordaba haber girado la vista y haber
observado que llegaba muy lejos. Agradecía que su vista no le hubiera fallado. Delante
sólo había un inmenso prado salpicado de flores violetas.
Para bajar, el chico se agarró con las manos al borde del acantilado, de espaldas
al prado, y comenzó a resbalar los pies hacia abajo. Había pocos metros de altura,
pero, aún así, se hizo algo de daño al caer. La herida de bala había dejado de sangrar
gracias a un improvisado vendaje con un trozo de tela del pijama de Amara, pero dolía
bastante de todas formas, aunque no era excesivamente grave, sólo le había rozado.
Ella no se atrevió a hacer lo mismo y bajar solo con los pies desnudos y
vulnerables, así que se lanzó con toda la delicadeza que pudo sobre Nevin, que la
sostuvo con fuerza.
Estaban abajo y, durante unos segundos, sólo pudieron sentirse pequeños ante
la inmensidad de aquel enorme prado y las montañas que lo enmarcaban en un cuadro
perfecto. Se pegaron a la pared lo más que pudieron, y esperaron, de pie, quietos
como las piedras que les rodeaban. La mano de Nevin, nerviosa, buscó la de Amara.
Sólo se escuchaban sus propias respiraciones. No pudieron hacer más que aguardar.
No tuvieron que esperar mucho, al cabo de unos segundos se oyó un ruido
proveniente de arriba.
215
Faber se detuvo y contempló el prado salpicado de flores. Apenas parecían una
enorme mancha negra en medio de la noche. Pisó otra rama que se rompió, cediendo
ante el peso del hombre y provocando un crujido bajo sus pies. El ruido que provocaba
el movimiento de la hierba y las hojas secas que caían de los árboles también
colaboraba a delatar su presencia. Contempló el prado, pero nada se movía en él, así
que se dio la vuelta y siguió su camino. Se encontró con otros dos agentes.
— ¿Qué hacemos?
Faber guardó silencio unos segundos, andando hacia delante. Dudaba cómo
decirlo, pero estaba claro lo que pasaría.
Amara escuchaba las suaves voces alejarse cada vez más. Hablaban con un
volumen muy bajo, pero consiguió oírles y averiguar cuándo se marchaban.
—Creo —susurró con una voz que apenas pudo oír ella misma— que podemos
salir de aquí.
Nevin se separó de la pared y miró hacia arriba. Suspiró aliviado y se giró hacia
la chica.
—Más nos vale ir saliendo de aquí —dijo Amara, apartándose—. Podrían volver
en cualquier momento.
Nevin asintió.
216
—Llevamos horas caminando —masculló, jadeante—. ¿No podemos tomar un
descansito?
Nevin miró las gotas de sudor que le caían a ambos lados de la cara. No lo creía
conveniente, pero los agentes ni si quiera sabían dónde estaban, así que cedió.
Amara suspiró con una sonrisa y se sentó en el suelo. Notó las ramas crujir bajo
ella y se acomodó como pudo. Le pesaban los párpados y le costaba mantenerse en
pie.
—Eso espero.
—La casa de tus tíos esta cerca de Penzberg. Llevaremos andando unas nueve
horas. Si hemos andado en línea recta y en la dirección correcta, nos quedan un par de
horas para llegar a la frontera y entrar en Austria.
— ¿Y si no lo hemos hecho?
217
—El Zugspitze debería estar en la frontera con Austria y nos lo toparíamos de
frente en un rato si fuésemos en línea recta y en la dirección correcta. El problema es
que tenemos que seguir andando, porque no puedo verlo desde aquí. Las copas de los
árboles apenas dejan pasar la luz del sol, no veo más de lo que tengo ante mis
narices…
Nevin tocó un árbol con una mano y alzó la mirada. La decepción se dibujó
claramente en su rostro.
—Estos árboles son diferentes a los de casa de tus tíos. El tronco es mucho
menos rugoso, por lo que resbala más, y las ramas se acumulan en la copa. Es
imposible, y más aún con una herida de bala en un brazo —añadió, palpándose la tela
que hacía de vendaje y esbozando una mueca de dolor—. Bueno, sólo nos queda
seguir andando, Amara. Vas a tener que levantarte.
Los árboles comenzaron a cambiar y a dispersarse, y el sol cada vez se veía más
alto. Siguieron caminando a pesar del malestar durante un largo rato, pero, al cabo de
un tiempo, Amara cayó al suelo, sin fuerzas. Nevin se giró rápidamente y se agachó
casi instintivamente para levantarla. Sintió punzadas de dolor en el brazo de la herida,
pero no le dio importancia y la levantó del suelo.
Nevin la soltó cuando estaba de pie, pero sus piernas cedieron de nuevo y la
dejaron caer.
—Sube —fue lo único que dijo. Su mirada obligó a Amara a subir a su espalda.
Se agachó para que Amara pudiera subir y se levantó agarrando sus piernas. El
brazo le dolía y el cansancio podía con él, pero no se dio por vencido. Siguió andando
218
con la chica a la espalda. A los pocos minutos, ella estaba dormida, pero a Nevin no le
importó. Cuando los árboles se dispersaron un poco más se vio frente a una empinada
cuesta. Subió la mirada y no pudo reprimir una sonrisa victoriosa.
La rodeó con esfuerzo, lo que le retrasó un largo rato, pero siguió andando. Las
dos horas que él había estimado ya habían pasado, y media hora más, pero sólo veía
más árboles. Siguió andando un largo rato, pero el paisaje no cambiaba. No podía
seguir adelante mucho más, pero tampoco podía quedarse en medio del bosque.
Muchos animales salvajes acecharían a dos personas dormidas, y no tenían nada de
comer ni de beber. Siguió andando lo que las piernas le permitieron, pero acabó por
caer de rodillas al suelo. Dejó a Amara suavemente sobre la hierba y se tumbó a su
lado. Era imposible esforzarse, sabía que acabaría por caer, tarde o temprano.
Mantuvo los ojos abiertos apenas unos segundos, hasta que no pudo resistir más y se
durmió.
219
CAPÍTULO 12:
Nevin abrió lentamente los ojos. Tenía la vista borrosa, así que parpadeó un par
de veces para poder ver con claridad. Se incorporó un poco y sintió que se le hundía
levemente la mano al apoyarla junto a él. Una suave tela resbaló por sus piernas y
entonces se dio cuenta de que estaba en una cama ajena. Miró nervioso hacia todos
lados sintiendo su corazón latiendo en sus oídos, y sólo buscaba una cosa: a Amara. Era
una habitación demasiado pequeña como para meter a dos personas y que no llegaran
a encontrarse, así que se levantó deprisa buscando la puerta. Pisó descalzo el suelo de
madera y lo sintió cálido. La habitación estaba a oscuras y buscaba casi a tientas el
pomo, palpando las paredes. Lo encontró y abrió la puerta deprisa, asustado. Ante él
se abrió un estrecho pasillo. Empezó a correr por él, pero frenó en seco a la mitad.
Escuchaba el tintineo de una cuchara chocando contra las paredes de una taza. Era un
sonido que conocía muy bien y le traía muchos recuerdos, gracias a su padre. Siempre
se tomaba un café en una de sus tazas de porcelana blanca por las mañanas. Una voz
muy familiar le despertó de sus pensamientos. Era Amara. No lograba distinguir las
palabras, pero estaba claro que era ella. Comenzó a andar, acelerando cada vez más la
marcha y siguiendo la voz. Acabó corriendo por el pasillo, angustiado. Cada vez su voz
estaba más cerca pero el latido de su corazón le impedía escuchar qué decía, y su
angustia le impedía fijarse hacia dónde se dirigía. Llegó a la habitación de la que
provenía la voz, se apoyó con las manos en el marco de la puerta y sin llegar a ver qué
o quién había dentro, gritó con todas las fuerzas que el miedo le proporcionó:
— ¡AMARA!
—Nevin…
—Menos mal que estás bien, yo… —dijo levantando la mirada. Se percató
entonces de la presencia de otra persona en aquella habitación—. ¿Tú quién eres? —
preguntó subiendo la voz y separándose de Amara, colocándose delante suya.
Era un hombre ancho y fuerte, bien conservado, excepto por el hecho de que
las entradas eran bastante visibles en su melena castaña.
220
—Soy la persona que os ha salvado de morir en el bosque —anunció,
levantándose de su silla y mostrando su extremadamente elevada estatura—. Me
llamo Kellen, y debo decirte que eres un poco desagradecido.
—Lo siento mucho. Estamos asustados, no quería hablarle de esa manera. —Se
inclinó un poco hacia delante a modo de reverencia, pero Kellen se acercó y le paró
con una mano.
—No soy de la realeza ni nada parecido, no te tienes que inclinar ante mí,
Nevin.
Nevin miró confuso a Amara, que se encogió de hombros con una media
sonrisa.
221
—Sí, ya me ha contado tu amiga que fuisteis a pasear al bosque y os perdisteis.
No te preocupes, es algo normal —comentó, totalmente convencido de sus palabras.
Nevin escondió una sonrisa con esfuerzo. Al parecer Amara había pensado en
algunas cosas a la hora de facilitar información. Era un alivio.
Nevin buscó con la mirada algún reloj de pared, y, cuando comprobó que tenía
razón, escuchó a sus tripas rugir por el hambre. Se tapó la barriga con las manos, pero
el sonido no pasó desapercibido. Kellen soltó una sonora carcajada y dijo:
—Corre, coge todo lo que vayamos a necesitar y nos vamos de aquí —pidió,
mientras sus manos rebuscaban nerviosas entre la comida. Sacó una botella de agua y,
cuando sus manos quisieron regresar al interior de aquel frío lugar en busca de más
provisiones, algo le detuvo el brazo. Nevin se giró y vio a Amara mirándole desafiante.
— ¿Pero qué te pasa? —preguntó alterado—. ¡Eso nos hace falta si queremos
sobrevivir hasta encontrar un sitio donde alojarnos!
— ¿Qué te ocurre? —preguntó sin saber muy bien qué estaba pasando—. No
sabemos quién es este tipo ni lo que piensa hacer con nosotros. Lo más sensato es
huir.
222
Amara permaneció en silencio unos segundos, cabizbaja.
—Es sólo un pobre hombre, Nevin. Es viudo y vive sólo. Trabaja duramente en
el campo para poder ganar el dinero que usa para comprar cosas como la botella de
agua que pretendías llevarte. Tiene un hijo en la universidad al que le está costeando
los estudios. Nos ha acogido sin pedir nada a cambio, cuando podría habernos
utilizado para ganar algo de dinero. No quiero que le robes, Nevin. Es un hombre
bueno.
Los dedos del chico se deslizaron hasta dejar de lado cualquier mínimo
contacto con la botella. La joven la cogió con ambas manos, se levantó del suelo y la
colocó de nuevo en su lugar correspondiente dentro de la nevera.
—Me he levantado antes que tú y estuve hablando con él. Kellen te cambió el
vendaje del brazo y cuando pasó por delante de mi habitación en dirección a la cocina
me despertó.
Se llevó una mano a la herida, que ya no dolía tanto como él recordaba. Palpó
una suave y agradable venda que le recordó a las que su padre usaba cuando él se
hacía daño, que no eran pocas veces. Se vio incapaz de reconocer lo verdaderamente
agradecido que estaba por aquel detalle.
—No voy a robar —contestó tajante—. Me rugen las tripas, y Kellen dijo que
podía coger lo que yo quisiera.
—Ah… —fue lo único que respondió Amara, antes de soltar una pequeña y
apenas sonora risita, pero Nevin la oyó y se giró, sonriente.
223
Pocos momentos después, el joven estaba sentado frente a la mesa con un
enorme plato lleno de sobras frente a él. Había cogido y calentado un poco de todo lo
que había guardado, y comía sin parar.
—Oye, yo…
Nevin levantó la mirada y, quizás por el tono de voz que utilizó, apartó el plato
y dejó de comer para escucharla.
—Dime.
—Todo.
El chico dejó el tenedor sobre el plato y movió la silla para colocarse mirando
directamente a Amara. Carraspeó un poco para aclararse la garganta y comenzó a
relatar.
—Mi madre murió cuando era pequeño, apenas me acuerdo de ella. Mi padre
murió hace algunos años, y lo recuerdo a la perfección —murmuró con evidente
tristeza en su voz. Agachó la cabeza y la hundió entre sus manos unos segundos—.
Siempre… siempre me decía “piensa rápido”. Él me entrenaba desde que tengo
memoria con pruebas de agilidad y fuerza. Era muy típico que me lanzase pelotas
mientras sorteaba algún obstáculo, y lo único que decía era “piensa rápido”. —Calló
unos instantes—. Se transformaba totalmente en el trabajo y los entrenamientos.
Cambiaba. Eran dos personas distintas y opuestas. Le encantaba trabajar en la
Gestapo. Era su vida… y de hecho le costó la vida. No recuerdo muy bien ese día, pues
al principio no parecía muy importante. Yo estaba en casa, como siempre, esperando a
que mi padre llegase para cenar con él. En su lugar vino Faber a darme el pésame. Al
parecer estaban persiguiendo a un grupo de judíos que habían abierto una especie de
club clandestino contra el partido nacionalsocialista. No tuvieron en cuenta que iban
armados, y mi padre se llevó la peor parte.
224
El silencio casi provocó el llanto en Amara, que no pudo evitar abalanzarse
sobre Nevin y encerrarlo en un fuerte y protector abrazo. El chico dudó, pero le
devolvió el abrazo, agradecido. Se separaron y continuó relatando.
—Lo es. La Gestapo quería demostrarle al Führer que es muy posible que
jóvenes alemanas se enamorasen de judíos, y así conseguir evitar cualquier unión de
alemanes con judíos.
—Pero eso —se quejó—, ¡eso es imposible! ¡Es imposible impedir que dos
personas se enamoren! —Amara cerró la boca de repente. No se reconocía. Ella nunca
habría dicho eso. De hecho, habría apoyado la loca idea que la Gestapo tenía en
mente. Se pasó una mano por la cara e hizo otra pregunta—. ¿Por qué dejaste tu
misión? Creía que te gustaba formar parte de la Gestapo…
—En principio era una misión pacífica. Nadie tendría que resultar herido, pero
por culpa de todo lo que hemos montado, Erika… bueno, supongo que sabes lo que
pasó.
225
—La encontré sin pulso en medio de la calle junto a un pañuelo rosa pastel que
pertenecía a Minna.
Amara notó una punzada de dolor recorriéndole el pecho. Sabía que Nevin se
había ahorrado los peores detalles, como cómo murió y el estado en el que estaba,
pero no podía evitar que le doliese igual.
Ella sintió unas ganas irrefrenables de preguntar, pero la cara de Nevin advertía
que no era el momento más indicado para hacerlo, así que se limitó a observarle, en
silencio. No tenía nada que decir respecto a nada de lo que Nevin había hablado. No
tenía ningún comentario que no pudiese resultar ofensivo, obvio, estúpido o
insultantemente simple; sin embargo, a él pareció molestarle más el silencio que
cualquier comentario posible.
—Algo. Cualquier cosa. Lo que sea —murmuró con ojos suplicantes—. Odio
este tipo de silencio.
—No tengo nada que decir —respondió—. Sólo puedo darte las gracias.
Nevin calló un segundo, pero, después, la cogió con fuerza de los brazos y la
acercó hacia sí, envolviéndola en un abrazo.
226
— ¿Qué? ¿Cómo que “fuguémonos”? Te recuerdo que estamos en Austria. Ya
nos hemos fugado —comentó entre risas.
—No, no. Digo más lejos. Donde nadie pueda encontrarnos. A Francia, o
España… o incluso a Inglaterra —comentó emocionado—. Inglaterra parece un buen
sitio para asentarse. Separado de la tierra en la que estamos ahora.
—No es muy inteligente intentar esconder algo y contarlo a voz en grito sin
reparo alguno y ni siquiera preocuparse por si hay alguien tras la puerta.
— ¿En serio creíais que iba a pasear un rato? —preguntó con ironía—. Sabía
desde el principio que me ocultabais algo, así que decidí espiar un poco.
Los dos chicos se quedaron boquiabiertos. Le habían creído como tontos. Había
resultado ser mucho más listo de lo que pensaban.
227
—Os voy a dar dinero para dos billetes de tren a Francia y un poco más por si
acaso. Tengo amigos que trabajan en los embarcaderos de allí. Si les decís que vais de
mi parte, probablemente os consigan meter gratis en algún barco a Inglaterra. Si no, os
tendréis que buscar la vida.
— ¿Pero usted no era viudo? —preguntó Nevin, casi riéndose por lo absurdo de
aquella situación.
—Sí, bueno… Cuando dije que era viudo quise decir que mi mujer estaba
comprando en el centro —dijo con una pícara sonrisa—. Ahora coged esto.
—Con esto tendréis suficiente para dos billetes de tren a Francia. Salid de esta
casa y seguid recto; llegaréis al centro. Allí preguntad por la estación, es fácil de
encontrar. Ahora, ¡iros!
Amara se lo agradeció con la mirada y una sincera sonrisa y salió por la puerta.
Nevin la quiso seguir pero una mano lo agarró por el hombro.
228
Amara sintió la presencia de alguien y se giró. Supo que era Nevin desde el
primer momento, pero después de todo lo sucedido, mejor prevenir que curar.
— ¿Por qué crees que nos ha mandado a Inglaterra? Habría sido mucho más
rápido dejarnos en Francia y punto. O en algún sitio más cercano.
—Bueno, hemos comentado que Inglaterra era un buen lugar para vivir —
observó Amara—. A lo mejor al escuchar nuestra conversación se enteró de eso.
—Sí, tiene que estar bien. Viviremos en Londres, donde nació Peter Pan.
— ¿Quién?
—Es el protagonista de una obra de teatro escrita por Matthew Barrie. ¿Sigues
sin saber quién es?
229
—A mi madre —confirmó—. Es cierto que no la añoro. Casi no me acuerdo de
ella. Pero esta obra me recuerda su voz, y debo reconocer que eso me encanta.
Aunque… —el chico esperó en silencio unos segundos, meditando en sus próximas
palabras—. He de reconocer que siempre he envidiado un poco a ese niño.
— ¿Por qué?
—Bueno, supongo que porque yo tuve que crecer demasiado rápido, después
de lo de mi padre.
—Disculpe, señora.
—Sí.
230
—De acuerdo, muchas gracias —se despidió Nevin con una falsa y forzada
sonrisa.
Aquella calle se les hizo interminable a los dos. Fueron apenas dos minutos
caminando hasta llegar a la esquina, pero tanta gente les agobiaba, sobre todo por la
posibilidad de que les encontraran. Ambos sabían que era un miedo irracional, que era
prácticamente imposible, pero no podían evitarlo después de lo que habían pasado.
Amara calló unos segundos, con la cabeza gacha. Levantó la mirada y habló.
— ¿No te da miedo?
Nevin le agarró ambas manos con firmeza. Vio como bajaba la cabeza de
nuevo.
—Tengo miedo. Claro que tengo miedo, pero debo afrontarlo. No puedo volver
a Alemania. Tú sí. Nadie te obliga a venir y mucho menos yo.
231
fuesen juntos a Inglaterra, pero no encontró nada. Sólo miedo. Soltó un suspiro de
resignación. No podía hacer nada.
—Te diré lo que haremos. Vamos a entrar ahí los dos. Yo compraré un billete
para el próximo tren a Francia. Tú comprarás uno para Berlín.
Dentro había mucha más gente que fuera, aunque pareciese imposible. Se
abrieron paso poco a poco y con dificultades para llegar al mostrador. Se pusieron en
la cola, esperando a que les atendieran. Nevin miró a todos lados, simplemente para
contemplar aquel lugar antes de dejarlo atrás. Se fijaba en todas las diferencias entre
aquel lugar y la estación de Berlín. Una enorme lámpara redonda colgaba del centro
del techo, y había un segundo piso constituido únicamente de pasillos colgantes
adornados con vallas de un color similar al del bronce. Supuso que estarían
únicamente para llegar más rápido de un andén a otro y no toparse con tantísima
gente.
La cola se movió un par de pasos y Nevin con ella. Reparó entonces en una
pequeña tiendecita que había junto a ellos. Parecía vender todo tipo de prensa.
El chico comenzó a andar, acelerando cada vez más el paso, hacia la tiendecita.
Sacó el fajo de billetes del bolsillo y separó uno. Si iba a ir solo todo el viaje quería
tener algo con lo que entretenerse.
— ¿Cuál quieres?
—Cualquiera, no me importa.
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Amara vio aparecer a Nevin corriendo entre la multitud. La cola había avanzado
bastante en su ausencia y les quedaba poco para que les atendieran. La gente avanzó
un paso más justo cuando el chico llegó, jadeante, a su lado.
Amara leyó el titular, extrañada, y no creyó entender del todo lo que veía
escrito en letras negras en la parte superior de aquel ejemplar.
ARTÍCULO 1.
—Lo han conseguido. Han hecho lo que querían, después de todo lo ocurrido.
Supongo que lo nuestro ha ido directamente al Führer en un bonito informe, y ha
servido para hacerle ver que estaban necesitados de una ley así. Amara, lo siento pero
no…
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—En quince minutos. Las puertas ya están abiertas.
La dependienta del mostrador les entregó lo que habían pedido, y Nevin dejó el
dinero frente a ella. La vuelta fueron apenas un par de monedas.
Iban en dirección a Francia, y ninguno sabía qué iba a ocurrir allí. No sabían
siquiera si lograrían llegar a Inglaterra o acabarían perdidos en alguna ciudad francesa,
pero aquello no les importaba. Sólo querían dejar atrás su vida pasada. Alemania,
Austria, La Gestapo, Faber, sus padres, Erika… todos los recuerdos dolorosos se
quedarían en aquella estación. No sabían si iban a vivir felices o, simplemente,
tranquilos, pero tenían que intentarlo.
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