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LA PIEL Y LA MARCA

ACERCA DE LAS AUTOLESIONES

DAVID LE BRETON

EDITORIAL

Colección Fichas para el Siglo XXI


Serie Futuro Imperfecto
Colección FICHAS PARA EL SIGLO XXI
SERIE FUTURO IMPERFECTO

Título Original: La peau et la trace


© Editions Métailié, Paris, 2003.
Traducción: Carlos Trosman

Diseño, diagramación y tapa: Mariana Battaglia

Le Breton, David
La piel y la marca : acerca de las autolesiones / David Le Breton. - 1 a ed
. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Topía Editorial, 2019.
136 p.; 23 x 15 cm. - (Fichas para el siglo XXI. Futuro imperfecto; 41)
Traducción de: Carlos Trosman.
ISBN 978-987-4025-34-0
1. Identidad de Género. 2. Estudios de Género. l. Trosman, Carlos,
trad. 11. Título.
CDD 320.562

-
e, -
ISBN: 978-987-4025-34-0
© Editorial Topía, Buenos Aires, 2019

Editorial Topía
Juan María Gutiérrez 3809 3° ''A" Capital Federal
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idéntica o modificada, no autorizada por los editores viola derechos reser­
vados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
Sucede que todos sufrimos inevitablemente, en el curso de la vida, una
experiencia casi intolerable a la que habrá que darle lugar de ahora en
más, si se desea vivir, y vivir con cordura
Maurice Blanchot
INTRODUCCIÓN

RECURRIR AL CUERPO EN UNA SITUACIÓN


DE SUFRIMIENTO

Aproximar la muerte tan cerca cuanto se pueda soportar. Sin aflojar. . . si es


necesario incluso desmayando . � si es necesario, incluso muriendo
. .

G. Bataille, Le Coupable

Este libro se me ha impuesto, a mi pesar, en el cruce de Conductas


de Riesgo y de Signes d'identité, 1 es decir de dos investigaciones: una
sobre las conductas de riesgo de las j óvenes generaciones, y la otra sobre
la moda contemporánea en relación a las marcas del cuerpo {tatuajes,
piercings . . . ). Me conmovió la importancia de las heridas corporales que
los jóvenes en estado de sufrimiento2 se infligen con total lucidez. Espe­
cialmente porque no se trata aquí de comportamientos relacionados con
"la locura" , como se suele decir para desembarazarse de comportamien­
tos insólitos, sino de una forma particular de luchar contra el malestar
de vivir. Hombres y mujeres, sobre todo mujeres, perfectamente inser­
tos en el seno del lazo social, recurren a esto como una forma de regu­
lar sus tensiones. Nadie podría suponer sus comportamientos. O que
atravesaran por esa situación en un momento doloroso de su historia.
En general, nunca se lo han contado a nadie, experimentando un senti­
miento de vergüenza por haber vivido tal experiencia. Las lastimaduras
corporales (incisiones, rasguños, escarificaciones, quemaduras, lacera­
ciones, etc.) son el último recurso para luchar contra el sufrimiento
(como las conductas de riesgo, pero en otro plano) , remiten a un uso de
la piel que también implica un signo de identidad, pero bajo la forma
de heridas.

1 N. del T.: Signos de identidad.


2 N. del T.: "En souffrance" tiene un doble significado: en estado de sufrimiento
Y t ambién se refiere a un paquete que no ha sido reclamado en el correo, o algo
que ha quedado en suspenso, pendiente.

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En mi experiencia personal, he observado que estas heridas delibera'­
das preocupan profundamente, mucho más que las conductas de riesgo
de las generaciones jóvenes, que sin embargo alientan la hipótesis nada
insignificante de morir. A la inversa, una persona que se corta está lejos de
poner su existencia en peligro. Pero la incisión corporal deliberada golpea
las conciencias porque testimonia una serie de transgresiones insoporta­
bles para nuestras sociedades occidentales. Agrediéndose así, el individuo
rompe la sacralidad social del cuerpo. La piel es una barrera infranqueable
para no provocar el horror. Así mismo, es impensable que cualquiera se
lastime con total conciencia sin que se lo incluya en la locura, el masoquis­
mo o la perversidad. Hacer correr la sangre es otra transgresión prohibida,
dado que, para muchos de nuestros contemporáneos, su sola vista provoca
desmayos o espanto. Yendo más lejos, herirse es un juego simbólico con la
muerte en tanto imita el asesinato de uno mismo, el juego con el dolor, la
sangre, la mutilación.
La herida corporal deliberada, pero manteniéndose al margen de la
mutilación, es el hilo conductor de esta obra. La experiencia en los límites
analizada aquí obliga a pensar al hombre más allá de una intención inge­
nua de felicidad, de una autorrealización, lejos de especulaciones; por lo
contrario, nos confronta con la demanda brutal al dolor o a la muerte
para existir. El hombre no es un ser razonable o racional, va a lo peor con
total lucidez, y puede ser el único que no se da cuenta que pone su vida
en peligro, que se inflige heridas en la memoria o en el cuerpo que perma­
necerán indelebles. Incluso en la vida cotidiana se mezclan la ambivalen­
cia, la incertidumbre, la confusión, atajos que a menudo son los únicos
que todavía pueden tomarse mientras que los demás caminos se alejan.
Puede ser que el hombre pierda la posibilidad de elegir sus recursos y que,
temporalmente, entre en una zona de turbulencia donde su existencia se
tensa en el filo de la navaja. Se vuelve víctima de su inconsciente, de aque­
llo que se le escapa de sus comportamientos pero ya no responde a una
coherencia social o personal. A menudo, para seguir existiendo, le hace
falta j ugar con la hipótesis de su propia muerte, infligirse una prueba indi­
vidual, hacerse mal para tener menos mal en otra parte. La tarea es de una
antropología paradoja! como la de Georges Bataillé cuando hablaba en su
juventud de una filosofía paradoja! (Surya, 1 992, 6 1 0) . Son más bien las
lógicas de la humanidad (las antropo-lógicas) , las que aquí se ponen en

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juego. Es importante comprenderlas para entender por qué, en situacio­
nes de gran sufrimiento, el cuerpo deviene como un último recurso para
no desaparecer. Por propia naturaleza, nada de lo humano es ajeno a la
antropología, ciencia del hombre por excelencia.
El enfrentamiento con los límites que aquí nos interesa en ningún caso
es la voluntad disimulada de perecer, por lo contrario, es una voluntad de
mantenerse vivo, de despojarse de la muerte que se pega en la piel para
salvar su piel. Por supuesto, hay una ambivalencia. La búsqueda de uno
mismo toma caminos tortuosos. Para darse a luz, a menudo hace falta
correr el riesgo de perderse, no por elección, sino por una necesidad inte­
rior, porque el sufrimiento o la falta de ser lo atormentan y lo separan de
la existencia. En los comportamientos analizados aquí, se trata trampear
con la muerte o con el dolor para producir significados para uso personal,
para reinsertarse en el mundo. Pero es necesario no temer quemarse. A
menudo es esperando lo peor, que se puede acceder a una versión más
aliviada de uno mismo.
Si el enraizamiento en la existencia no está apoyado en las suficientes
ganas de vivir, sólo queda capturar furtivamente el sentido poniéndose
en peligro o en situaciones difíciles para encontrar por fin los límites que
faltan y, sobre todo, probar la legitimidad personal. Cuando la existencia
ya no está garantizada por los auspicios del sentido y del valor, el indivi­
duo dispone entonces de un último recurso tomando prestados espacios
poco frecuentados con el riesgo de perecer. Arrojándose contra el mundo,
lacerándose o quemándose la piel, busca autoafirmarse; pone a prueba su
existencia, su valor personal. Si el camino del sentido ya no está marca­
do frente a él, la confrontación con el mundo se impone por medio de
la invención de ritos íntimos de contrabando. Por el sacrificio de una
porción de sí en el dolor, la sangre, el individuo se esfuerza por salvar lo
esencial. Infligiéndose un dolor controlado, lucha contra un sufrimiento
i n finitamente más pesado. Salvar el bosque implica sacrificar una parte.
Así es la parte del fuego.
Aquí se expresa una idea antropológica fundamental, en el consen­
ti miento para despojarse de un fragmento de sí para continuar existien­
do. Se trata de pagar el precio del sufrimiento para tratar de liberarse, de
satisfacer una demanda abrumadora, pero que permite escapar del horror.
Las incisiones corporales son una forma de sacrificio. El individuo acep-

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ta separarse de una parte de sí para salvar toda su existencia. El reto. es
no morir. Son las heridas de la identidad, las tentativas de acceder a uno
mismo desafiando lo peor.
Mi trabajo de investigación a menudo me ha dado la sensación de un
lienzo donde cada obra es un hilo, un avance sobre una línea divisoria
que inscribe su necesidad antes que otro la lleve más lejos todavía. Del
cuerpo maltratado del mundo contemporáneo a las conductas de riesgo,
de las marcas corporales al dolor, estamos siempre en el mismo registro
de un sentimiento de identidad difícil de cristalizar, de un debate interior
que toma al cuerpo como rehén y es una especie de materia prima de la
difícil fabricación de uno mismo. Analizo de este modo las conductas
de riesgo de los jóvenes como formas de resistencia, maneras dolorosas
y torpes de incluirse en el mundo, de recuperar el control, de reparar
el sentido para existir. Signes d 'identité (Le Breton, 2002) recuerda que
las marcas corporales (piercings, 3 tatuajes, brandings, 4 etc.) son también
una manera de capturar las marcas simbólicas con el mundo. Aquí la
lesión corporal (incisión, quemadura, laceración, etc.) es una forma de
control de uno mismo para aquel o aquella que ha perdido la posibilidad
de elegir los medios y no dispone de otros recursos para mantenerse en
el mundo. Es entonces, de algún modo, una forma de "autocuración"
(Hewitt, 1 997) .
Le incisión5 deliberadamente infligida es un medio para escapar al
sufrimiento y de dar un paso hacia otro yo más propicio. Inventa un refu­
gio provisorio permitiendo retomar el aliento. Haciendo una fractura en sí
mismo, el individuo invoca otra presencia en el mundo, espera expulsarse
de sí, devenir por fin un otro y redefinirse de un modo más duradero.
De ningún modo es un acto ciego. Sin destacar la reflexión, no carece de

3 N. del T.: Piercing, del inglés "perforar". Práctica de perforar el cuerpo para
insertar aros u otras piezas de joyería.
4 N. del T.: Brandinges una técnica de escarificación del cuerpo que consiste en
quemar, escarar o lastimar partes de la piel para hacer dibujos con las cicatrices
de la herida, como un tatuaje sin tinta.
5 La incisión es la forma más corriente de las lastimaduras corporales
deliberadas, sobre todo en las generaciones jóvenes que son el punto de partida
de esta investigación. A menudo hablaré de incisión sobreentendiendo las otras
lastimaduras. Precisaré la naturaleza de la alteración cada vez que sea necesario.

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lógica aunque corte j ustamente con las maneras habituales del individuo.
De hecho no es irreflexivo aunque participe de un impulso. Descarga una
tensión, una angustia que ya no permite elegir los medios para liberar­
se. Pero a menudo se inscribe permaneciendo bajo la forma de un ritual
privado. Me refiero a los comportamientos habituales del individuo que
escapan a la vida cotidiana pero cuya significación subjetiva no por ello es
menos eminente.
Las agresiones corporales traducen un entramado de significados que
sólo echan luz sobre la historia del individuo, sobre las circunstancias que
preceden al acto. Las incisiones, las escarificaciones, las escoriaciones, las
raspaduras superficiales o profundas, los rasguños, las quemaduras de
cigarrillos, son a menudo hechas en el antebrazo o la muñeca izquierdos,
lugares del cuerpo fácilmente más accesibles, inmediatamente visibles y
que recuerdan entonces el control ejercido sobre uno mismo. A menudo
se hacen sobre el vientre o las piernas, con objetos que se encuentran al
alcance de la mano; instrumentos elegidos cuidadosamente y preciosa­
mente conservados si la autoagresión se inscribe en una repetición bien
organizada: máquina de afeitar, bisturí, cuchillo, tijeras, trozo de vidrio,
chinche, compás, clips . . . Para la población que aquí nos interesa, salvo
por los rasguños y raspaduras, pero "superficiales" , incluso cabellos arran­
cados, siempre es evitado el rostro en tanto que principio de identidad,
lugar importante de la sacralidad personal y social. La intención no es
borrarse del lazo social sino justamente purificarse de un sufrimiento para
retornar. Cuando es atacado el rostro, el pronóstico es más grave. El indi­
viduo empieza a perder el equilibrio y corta los puentes detrás de él.
Las autoagresiones al cuerpo pueden empezar muy tempranamente.
Diferentes trabajos muestran la "normalidad" de los movimientos "autoa­
gresivos" en la primera infancia: morderse, rasparse, pincharse, arrancar­
se costras, rasguñarse hasta sangrar, golpearse la cabeza, tirarse al piso.
Shentoub y Soulairac observan esto en niños de 9 meses a 2 años, con
una frecuencia máxima de entre 12 y 1 8 meses. Estos comportamientos
se inscriben en una trama relacional y satisfacen una exploración de sí
mismos y del entorno mientras se protegen de una tensión personal. Parti­
cipan de la formación del Yo y afectan sobre todo a niños hiperactivos,
sobre todo a los varones (Shentoub, Soulairac, 1 96 1 , 1 20) . El niño no
siempre percibe la consecuencia de su acto, ni ha aprendido plenamente

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su necesidad de descarga. Estas formas de autoagresiones son corrientes,.
pero disminuyen alrededor de los 2 años.
A medida que elabora el esquema corporal el niño abandona los
comportamientos asociados al dolor, aprende a evitar lastimarse. Si persis­
te, su acción está entonces orientada y dosificada en función del bene­
ficio secundario que obtiene. De este modo, las situaciones cargadas de
ansiedad o de cólera lo llevan a intentar llamar la atención de su madre o
de personas cercanas lastimándose. Si percibe el terror que induce en sus
padres, se instaura una relación perversa, volviendo a los demás rehenes
de su deseo. Ya de una forma precoz, la lesión corporal es un lenguaje,
una forma de ejercer presión sobre el entorno y de controlar las tensiones
interiores. En otras circunstancias también es el índice de un sufrimiento
aplastante. En situaciones de carencias afectivas graves, René Spitz ( 1 965)
observó en los niños comportamientos autoagresivos como golpearse la
cabeza, golpearse con los puños, morderse, arrancarse los cabellos, etc. A
menudo la muerte espera al final del camino si las situaciones de carencia
permanecen. Pero no hablaremos aquí de los niños, que requieren otro
análisis.
El estudio de los autoagresiones corporales deliberadas se considera
más avanzado en los EEUU, donde se han escrito importantes obras sobre
este tema (Hewitt, 1 997; Babiker, Arnold, 1 997; Smith, Cox, Saradjian,
1 998; Ross, Me Kay, 1 979; Kettlewell, 1 999) . Se han evaluado a tres millo­
nes de mujeres norteamericanas de todas las edades, que han pasado con
regularidad al acto con hojas de afeitar, trozos de vidrio, cuchillos, despe­
llejándose, quemándose, etc. En Francia, faltan las cifras, hay pocos textos
y fuentes de referencia, salvo de manera anexa, evocando otras formas
de sufrimiento, sobre todo en adolescentes (Corraza, 1 976; Pommereau,
1 997, 200 1 ; Marcelli, Braconier, 2000; Scharbasch, 1 986) , o en la lite­
ratura referida a la prisión (Frigon, 200 1 ; Gonin, 1 99 1 ) . En los EEUU
el tema es tratado sin moralismo, suscita menos susto y repulsión que en
nuestras sociedades europeas donde el respeto por la integridad corporal
se mantiene como un valor fundamental. El puritanismo norteamerica­
no, la reivindicación de los derechos personales, lleva a tratar sin reparos
un sufrimiento que, en la vieja Europa, permanece contaminado de una
transgresión intolerable. Las mujeres norteamericanas usan corrientemen­
te sus cuerpos como una superficie de protección de su malestar de vivir,

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pero una parte de los adolescentes y de las mujeres adultas europeas recu­
rren a esto igualmente, sin encontrar el mismo eco en la clínica o en la
reflexión antropológica. También es cierto que su número es menor. Los
no rteamericanos ponen en marcha programas de atención para las muje­
res en quienes las heridas autoinfligidas se vuelven una adicción. Si bien
los psiquiatras estadounidenses clasifican bien las autoagresiones corpo­
rales en un síndrome reconocible, todavía quedan en nuestra sociedad
anomalías poco estudiadas en sus especificidades.
Las incisiones corporales deliberadas, en el contexto de nuestras socie­
dades contemporáneas, componen la trama de esta obra. Si me detengo
un momento sobre las marcas corporales ligadas a los ritos de pasaje de
las sociedades tradicionales, es sobre todo para demostrar en qué, en nues­
t ras sociedades de individuos, aunque esté involucrado el cuerpo es mejor
hablar de ritos íntimos de contrabando, de ritos personales, privados. Se
trata de evitar el lugar común que consiste en decir que un joven impli­
cado en las conductas de riesgo o en autoagresiones corporales repetidas,
vive "una especie" de rito de pasaje o, a la inversa, que su comportamien­
to solamente es provocado por su ausencia en nuestras sociedades. Las
antropo-lógicas son más ambivalentes, más ricas de sentido, y es impor­
tante comprenderlas sin remitirlas a clichés.
Las prácticas ritualizadas y públicas de las agresiones deliberadas al
cuerpo son comunes en muchas sociedades humanas, más allá de los ritos
de pasaje donde son tradicionales {capítulo 1 ) . Así, todavía hoy en Fili­
pinas, durante la semana santa, hay hombres que piden ser crucificados.
Patrick Vandermeersch {2002) describe las flagelaciones que tienen lugar
en el norte de España, en San Vicente de la Sonsierra, en especial el jueves
y el viernes de semana santa. Allí también hay hombres que se flagelan
la espalda con largas trenzas de lino hasta producirse hematomas. "Cada
penitente tiene un acompañante que lo monitorea, lo incita o calma según
el caso, para que pueda entrar en trance, pero lo presiona a golpearse más
fuerte si flaquea. De hecho, se trata de evitar cualquier crueldad inútil.
Hace falta golpearse rápido y fuerte, llegar rápidamente al estado donde la
es p alda esté suficientemente magullada para recibir los pinchazos que van
a liberar al penitente" (p. 1 8) . Las disciplinas han marcado hace mucho
ti em po a las instituciones monásticas cristianas. No abordaré este uso del
dol or o de las alteraciones corporales porque excede la preocupación que

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anima esta obra de comprender cómo un sufrimiento individual encuen­
tra en un acto singular una salida provisoria. La tradición cristiana está
lejos de tener el monopolio del uso ritualizado del dolor y de las alteracio­
nes corporales como expresión de la devoción. Encontramos un principio
cercano en el Islam chiita. Las heridas por aflicción son comunes en los ritos
fúnebres de ciertas sociedades donde se araña, se corta la piel, se arrancan
los cabellos . . . Ciertas prácticas devocionales, en especial en el hinduismo,
requieren también de los místicos una voluntad para franquear los límites
de la carne {Roux, 1 988). La lista sería innumerable. Limitaré mi estudio
únicamente a los Occidentales que se inscriben en el lado difícil de la
preocupación del ser de nuestras sociedades, a los hombres y mujeres que
no temen lesionar sus cuerpos.6 La tarea es comprender, no j uzgar.
El cuerpo es para el hombre el primer lugar del asombro de ser uno
mismo. La condición humana es corporal, pero la relación con la encar­
nación nunca está del todo resuelta. El bello film de Marina de Van, Dans
ma peau, 1 confronta la inquietante extrañeza de estar apegado a una carne.
Muchas tomas de la película testimonian este proceso de alejamiento y
simultáneamente de retorno a sí mismo por la herida, vale decir el regreso
a la piel, el recuerdo de la interioridad materializada por la sangre o el
dolor. Esther es una mujer joven que ofrece todas las apariencias de una
feliz integración a la sociedad, posee una buena situación y vive con un
hombre que la ama. Un evento reabrirá una llaga de la infancia, una fragi­
lidad de la que no sabemos nada. Una tarde, durante una fiesta, mientras
atraviesa una construcción, se lastima seriamente la pierna, pero no se
da cuenta hasta más tarde. Esta confrontación inesperada con la carne, y
entonces consigo misma, la lleva de pronto fuera de los caminos trillados.
Se apasiona con sus llagas, las aviva otra vez, se crea otras, encontrando allí
consuelo a quién sabe qué desborde. Su compañero, muy normalizador,

6 Abandonaré la cuestión del masoquismo como una forma del erotismo lúdi­
co donde a menudo el dolor es utilizado como un ingrediente del placer bajo
la forma de incisiones, quemaduras, golpes o de "torturas" respondiendo a una
demanda explícita o aceptada en el marco de un contrato moral con su pareja
(Poutrian, 2003). Las heridas corporales evocadas en esta obra están en las antí­
podas, se inscriben en un contexto de sufrimiento personal, o una búsqueda de
autocontrol durante las performances o actos de artistas del Body Art.
7 N del T. "En mi piel" o "Dentro de mi piel" .

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no comprende su tranquila deriva. El mundo se desliza fuera de ella. Vivir
ya no le alcanza, no está más en la sensación de realidad, busca sentirse
existir pero pagando el precio. La descubrimos entonces borderline, sobre
el filo de la hoja de afeitar de una realidad que lentamente se le escapa, no
dejándole otros pliegues que su cuerpo al que se adhiere desesperadamente
rallándolo, haciéndolo sangrar, incluso devorándolo. Cuando pierde los
límites del mundo, los busca en su cuerpo, lacerando su piel, haciendo
correr la sangre. Esther abandona el lazo social, incluso le cuesta restaurar
la menor relación con los demás, refugiada en una habitación de hotel
donde celebra ritos sangrantes con su cuerpo, termina por lacerarse el
rostro, despedida simbólica del mundo que trasunta entonces la gravedad
de su estado. En las últimas tomas del film, ella está congelada, catatónica,
sobre una cama.
A la inversa de la joven mujer del film de Marina de Van, donde el
derrotero doloroso es sin retorno, los individuos de los que trata este libro
no son psicóticos, no ignoran cuánto sus hábitos perturban, molestan e
incluso repelen a los demás. Pero la escisión de su sufrimiento tiene ese
p recio. Más allá de los actos de ofensa a su cuerpo, llevan una vida perso­
nal que apenas se distingue de la de los demás. Para seguir existiendo,
para luchar contra el desorden, recurren a un medio que, sin dudas, no es
el mejor a los ojos de los demás, pero es lo único que funciona para ellos
(capítulo 1 ) . En las prisiones donde abundan estos comportamientos, lo
que importa es oponerse al embotamiento de los sentidos, al sufrimien­
to de la separación de los seres queridos, al sentimiento de inj usticia, al
desgaste del tiempo, al ocultamiento del cuerpo. Son actos circunstan­
ciales que permiten luchar contra el sufrimiento. En principio, cuando el
preso recobra la libertad paran inmediatamente (capítulo 2) .
En cuanto a los artistas, empujan su voluntad hasta un extremo en
que atentan contra sus cuerpos. Siguen una necesidad interior de crea­
ción, con total lucidez de lo que les cuesta. Analizaremos de este modo
las performances del body art, especialmente aquellas de Bob Flanagan
o de Gina Pane que ponen en escena la alteración corporal. Trataremos
de comprender la lógica que anima a aquellos que en nuestras sociedades
o c cidentales contemporáneas inventan ritos que exigen tener sangre fría,
como colgarse de ganchos fijados bajo la piel en búsqueda de "visiones" .
Ni los unos ni los otros están enfermos, al contrario, desean vivir más. Su

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desesperado deseo de vivir los conduce a los límites de la condición huma­
na, con el doloroso deseo de "reventar la opacidad de su piel que lo separa
del mundo", como escribió Arthur Adamov.8
He utilizado numerosos testimonios recogidos durante la investiga­
ción en torno del tatuaje y del piercing durante los cuales los individuos
evocaron prácticas de heridas deliberadas, me encontré con ellos, he
reanudado el diálogo con los piercers, con los artistas, los performers. En lo
que concierne a las generaciones jóvenes, ya conocía de larga data nume­
rosos testimonios porque el campo de las conductas de riesgo de los jóve­
nes se me ha vuelto familiar hace muchos años. Pude discutir sobre este
tema con distintos profesionales: trabajadores sociales, psicólogos, médi­
cos, directores de instituciones, etc. Les agradezco a todos por su ayuda.
Mi reconocimiento está dirigido sobre todo a quienes me acompañaron
en el curso de esta reflexión, a Thierry Goguel d'Allondans (IFCAAD),
Claudine Sutter (IFCAAD), Denis Jeffrey (Université Laval du Québec),
Hakima Aft El Cadi (Université Marc Bloch de Strasbourg), Sylvie
Frigon (Université d'Otawa), Constantin Zaharia (Université de Buca­
rest), Christian Michel (Université Marc Bloch de Strasbourg), Hnina
Tuil, Frarn¡:ois Chobeaux (CEMEA), Crass (Tribal Touch, Strasbourg),
Esté (Tribal Touch, Strasbourg), Lucas Zpira (Weird Faktory-Body Art,
Avignon), Anne-Dominique Moussay, Gérard Arnoult, Lydia Mazzoletti,
Dominique Guillien, Alain Heiny, Marieke Romain. Agradezco por su
ayuda a Meryem Sellani, Espéranze Delvaux, Perrine Labrux, estudian­
tes de Sociología en la Universidad Marc Bloch de Strasbourg, que han
reflexionado conmigo acerca de estas prácticas y han realizado una serie de
entrevistas con las personas que atentan contra su cuerpo de una forma u
otra. También quiero hacer un reconocimiento especial a Thierry Goguel
d'Allondans, Christian Michel, Carmen Ziegler y Hnina Tuil por haber
releído el manuscrito.

8 Arthur Adamov,je . . . ils , París, Gallimard, p. 27.


. . .

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CAPÍTULO 1

LA INCISIÓN EN LA CARNE:
MARCAS Y DOLORES PARA EXISTIR

Es cierto que la vida h umana está hecha de dos partes heterogéneas, que
nunca se unen. Una sensata, cuyo sentido está dado por propósitos útiles,
en consecuencia subordinados: es la parte que se muestra en la conciencia.
La otra es soberana: ocasionalmente, seforma a favor de un desorden de la
primera, es oscura, o más bien, si es clara, es encegueced.ora; de cualquier
manera, ella escapa a la conciencia.
George Bataille, L'Erotisme

Los juegos de identidad

El Yo que funda la relación con el mundo nos parece asegurado, irre­


futable, pero nada es más vulnerable, nada está más amenazado por la
mirada de los otros o por los eventos de la historia personal. No esta­
mos inmutablemente encerrados en nosotros mismos como dentro de
una fortaleza sólidamente guardada. La identidad personal nunca es una
entidad, no está encerrada, se trama siempre con lo inacabado. El mundo
en nosotros y el mundo fuera de nosotros no existen más que a través de
las significaciones que no cesamos de proyectar a su encuentro. El senti­
miento de ser uno, único, sólido, con los pies sobre la tierra, no es más
que una ficción personal que los demás deben sostener con más o menos
b uena voluntad. Ciertamente, si fuera demasiado flojo, inconsistente, la
existencia será imposible. La identidad no es substancial sino relacional.
Es u n sentimiento. El Yo es el ensamble de los discursos vitales que el indi­
vi d uo es susceptible de sostener acerca de sí mismo. Un instrumento que
se esfuerza en poner conciencia en un teatro de sombras, que responde a
l a cuestión de la imagen de sí mismo, pero que a menudo es ciego para los
caracteres que saltan a la vista de los demás.
El hombre no cesa nunca de nacer y sus condiciones de existencia lo
ca mbian al mismo tiempo que él influye sobre ellas. Los movimientos que

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animan el sentimiento de sí mismo no existen sino estrechamente ligados
a los movimientos de la sociedad. Sobre todo en las sociedades contenl.­
poráneas sujetas a un reciclaje permanente, exigiendo a sus miembros a
remodelar sin respiro sus investimentos, sus valores, sus relaciones con los
otros y con el mundo. El sentimiento de identidad se ha vuelto modular,
fluido, sin enraizamiento profundo, sujeto a la moda. Además, se renueva
según las circunstancias inherentes a la condición humana: un encuentro,
el nacimiento de un niño, un accidente, un duelo, una separación, una
decepción, etc. Un individuo crispado en una identidad inflexible, hoy día
sería barrido por los datos cambiantes de su entorno.
En principio, la identidad es un movimiento hacia lo idéntico, en el
sentido que lo esencial de uno mismo permanece en el tiempo, donde el
individuo se reconoce de una época a la otra. Pero también es flexible en
la medida que los eventos mellan o mejoran la autoestima, obligando a
cambios bruscos de valor, etc. La puesta en juego de las reservas de sentido
y de los valores propios para afrontar lo inédito en uno y alrededor de uno
es sin duda un dato antropológico elemental, porque más que nunca, en
la obsolescencia del mundo en que vivimos, es la cualidad que se exige de
los individuos. Una trama móvil de valores, de representaciones, de mode­
los, de roles, de afectos, orienta los proyectos y da las bases del sentido de
identidad construyendo una historia propia. Un "espectro de identidad"
(M'Uzan, 1 972) , por una parte consciente, pero escapando a cualquier
lucidez por lo esencial, traduce una relación con el mundo, un estilo de
presencia, una afectividad en acto, un sistema más o menos coherente de
valores y de señales. Pero esta trama siempre está abierta en relación a los
demás o a los acontecimientos.
Más allá de la impresión de ser uno mismo y de controlar su existen­
cia, se extiende un universo pulsional que nunca descansa y que ignora
al tiempo, dijo Freud. Las circunstancias pueden en cualquier instante
despertar el eco, recordar las cicatrices de la memoria. Lo que permanece,
la estructura durable, asegura el sentimiento de la continuidad de uno
mismo, restaura líneas afectivas modeladas en la infancia, en la historia de
vida. Así los eventos se anudan en un campo de fuerza y orientan larga­
mente la existencia, incluso aunque sea posible modificar el impacto para
lo mejor o para lo peor. Ciertos hilos de la historia parecen irrompibles y
siempre la vida gira alrededor de ellos, mientras que otros se desgastan o se

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ro mpen y permiten liberarse de sucesos dolorosos. El hombre está hecho
de in numerables laberintos que se entreveran en él, nunca tiene acceso a
su verdad, sino a su dispersión en las mil situaciones donde se encuentre.
Está siempre en una búsqueda de sí mismo de una forma propicia o dolo­
rosa , coherente o caótica, por lo tanto nunca abandona el orden del senti­
do . Permanentemente encarna una trama de lógicas múltiples donde las
cl aves se le escapan, pero nunca desespera mientras tengan sentido para él.
La adolescencia, más que otras edades de la existencia, se caracteriza
p la fluctuación de la autoestima. En esta etapa donde se trata de obte­
or
n er una nueva imagen yendo más allá de las viejas identificaciones de la
infancia, el joven está en búsqueda de sí mismo. Para algunos, el derrotero
es tanto más difícil cuanto las bases narcisistas estén fallando. El despertar
del deseo, la interrogación de lo femenino y lo masculino, la entrada en la
sexualidad, en este momento son percibidos como peligros que amenazan
la integridad difícilmente elaborada del Yo. El delicado pasaje a la edad
adulta se efectúa con la herencia estructural de la infancia, revive las fragi­
lidades y las fortalezas.
Si las heridas autoinfligidas afectan mayormente a los jóvenes, es
porque en el momento de la adolescencia, el cuerpo se transforma profun­
damente en su forma y sus funciones. A la vez ineluctable, raíz identitaria,
se asusta simultáneamente por sus cambios, las responsabilidades que lo
implican con los demás. Es una amenaza para el Yo. Por lo tanto, el cuer­
po es una adscripción al mundo, la única permanencia tangible, el único
medio de tomar posesión de su existencia. A la vez amado y detestado,
encarna un medio de expresión simbólica que se traduce algunas veces por
una búsqueda de originalidad en el peinado, las ropas, las marcas corpo­
rales (piercings, tatuajes, etc.) o un estilo diferenciado de relacionarse con
el mundo.
El joven sobreactúa lo que pretende ser, lo muestra en exceso en este
pasaje a la edad adulta que lo deja despojado. Escucha desde el principio
un discurso sobre sí mismo a través de la apariencia física que exhibe. Su
cu erpo es la única marca estable, aunque sea necesario conj urar la inquie­
tu d de los cambios que sufre, porque está en los fundamentos de la iden­
tidad y persiste allí donde el entorno aparece cargado de miedo e imprevi­
sibilidad. Esta incertidumbre conlleva, en contrapartida, una voluntad de
do m inio. El discurso recurrente de los jóvenes después de un tatuaje o un

19
piercingdiciendo que ellos se han "reapropiado" de su cuerpo testifica con
claridad su necesidad de un desvío simbólico para acceder al sentimiento
de identidad. Para el adolescente, el cuerpo es el campo de batalla de su
identidad en vías de constituirse. Los ataques contra él están dirigidos a
hacerle la piel, vale decir, a cambiarlo.
Si bien son numerosos los que atentan contra su cuerpo para cambiar
la imagen, los adolescentes no tienen el monopolio de esta cirugía del
sentido. Cuando el hombre o la mujer están luchando por vivir, pueden
volverse contra sí mismos para encontrar al fin sus marcas haciendo la
parte del fuego. Lo que ellos abandonan para existir retorna luego como
potencia. Lo que es válido para los adolescentes es válido también para
aquellos que, varios años después de la adolescencia, continúan cortando
sus cuerpos. Para cualquier hombre, su cuerpo es el rostro de lo que él
es. Quien no se reconoce en su existencia puede actuar sobre su piel para
cincelarla de otra manera. El cuerpo es una materia de identidad. Accionar
sobre él viene a modificar el ángulo de la relación con el mundo. Tallar la
carne, es tallar una imagen de sí mismo aceptable por fin, remodelando la
forma. La profundidad de la piel no tiene fin para fabricar la identidad.

La piel

La piel encierra al cuerpo, los límites de uno mismo, establece la fronte­


ra entre el adentro y el afuera de manera viviente, porosa, porque también
es una apertura al mundo, memoria viva. Envuelve y encarna a la persona
distinguiéndola de las otras. Su textura, su color, su tez, sus cicatrices, sus
particularidades (lunares, etc.) dibujan un paisaje único. Conserva, como
un archivo, las marcas de la historia individual como un palimpsesto del
cual sólo el individuo tiene la clave: marcas de quemaduras, de heridas,
de operaciones, de vacunas, de fracturas, signos grabados, etc. A tal punto
que las marcas agregadas deliberadamente pueden funcionar como signos
de identidad desplegados sobre uno: tatuajes, piercings, implantes, escari­
ficaciones, burnings . . . La superficie presentada a los otros está sostenida
detrás de la escena por eventos de la vida, heridas o defensas identitarias.
La piel es una barrera, un envoltorio narcisista que protege del posible
caos del mundo. Puerta que se abre o se cierra a voluntad pero a menu­
do también sin saberlo. Es una pantalla donde se proyecta una identi-

20
d ad soñada, como en el tatuaje, el piercing, o los innumerables modos de
ta en escena de la apariencia que registran nuestras sociedades. O, a
p u es
"1 i nve rsa, una identidad insoportable de la que uno desea despojarse y en
la cual las heridas corporales autoinfligidas son el índice. "La piel, escribió
l)i dier Anzieu ( 1 98 5 , 95) provee al aparato psíquico las representaciones
cons titucionales del Yo y de sus principales funciones." Es una instan­
cia de mantenimiento del psiquismo, vale decir del enraizamiento de la
ide ntidad dentro de una carne que individualiza. La piel ejerce así una
función de contención, es decir de amortiguar las tensiones que vienen
ranto de afuera como de adentro. Instancia de frontera que protege de
las agresiones exteriores y de las tensiones íntimas, otorga sobre todo al
i n dividuo el sentimiento de los límites de significado que lo autorizan a
s e ntirse sostenido por su existenc�a y no presa del caos o de la vulnerabili­
dad. La relación con el mundo de todo hombre es entonces una cuestión
de p iel, y de solidez de la función de contención. Estar mal en su piel 1
implica a menudo la remodelación de la superficie de uno mismo para
hacer una piel nueva donde hallarse mejor. Las marcas corporales son más
bien mojones de identidad, maneras de inscribir los límites directamente
en la piel, y no solamente en la metáfora.

La piel es doblemente el órgano del contacto. Si en principio condi­


ciona el tacto, mide también la calidad de la relación con los otros. Habla­
mm naturalmente de un buen o un mal contacto. La piel es el sismógrafo

de Ja historia personal. Es el lugar del pasaje del sentido en la relación con


el mundo. La psicosomática de la piel, o mejor aún, la fisiosemántica (Le
Breton, 1 990) muestra que las afecciones cutáneas son enfermedades de
la falta de contacto. Las madres de los niños afectados por eccemas son
poco pródigas en contactos cutáneos (Montagu. 1 979, 1 5 5). El eccema
i nfant il viene a obturar las lagunas de contac to piel a piel. El niño asume él
mi smo su envoltura cutánea pero, de manera ambigua, al mismo tiempo
manifiesta su falta de ser y satisface las estimulaciones que le faltan. En la
am b ivalencia, traduce su voluntad de cambiar de piel, sus síntomas son
un a ll amada simbólica en dirección de la madre para despertar su aten­
ció n y motivar su afecto. Pero simultáneamente, volviéndose "repulsivos",
so n un reproche a su abandono. El niño envía un pedido inconsciente a

1 N. del T. Etre mal dans sa peau literalmente "estar mal en su piel'', significa
l'star a
disgusto, con infelicidad, incómodo.

21
su madre para ser tocado. Simuldneamente, su eccema es u n a m a nera
tortuosa de experimentar por sí mismo esa envoltura corporal que el Otr6
no toca con suficiente amor y co n fi a nza . " Los espacios i n te r i o res y cxtd..
riores habladn del intercambio piel a p iel materno filial o p o r el contrari(¡
de los maltratos, los olvidos, los rechazos. Las destellos maternales soA
terribles. Colpean en la piel que los recuerda: en el acné, tatuajes, granos,
h u medad , m aquil l a j e , pe rmanecen las inscripciones . . . Las h u ell as de los
padres sobre uno mismo permanecen indelebles pero se matizan con el
tiempo, desvaneciéndose a voluntad de las autoreparaciones establecidas"
(Papetti-Tissero n , 1996, 18).
La piel es una mem o r i a viviente de las carencias de la infancia, poste­
rior a los eventos penosos vividos por el individuo. 1 ,os problemas crónicos
o circunstanciales a menudo dan granos, en sentido real o figurado, una
crisis de eccema, de pso r i asis o d e urticaria. A f-lor de piel se lec entonces
la edad moral del individuo. La irritación interior f-lorece sobre la pantalla
cud.nea. Si bien la piel no es m;Ís que una supcrf-icie, es la profundidad
f-igurada de uno mismo, encarna la int erioridad, Tocíndola, tocamos al
sujeto en sentido propio y en sen tido f-ig urado.
I.a piel es una superf-icie de inscripción de sentido. "El Yo, escribió
Freud, deriva en última instancia de las sensaciones corporales, principal­
mente de aquellas que tienen su origen en la superf-icie del cuerpo. Pode­
mos considerarlo como la proyección me11ral de la superf-icie del cuerpo¡
m;Ís aún, considerarlo¡ . . . l como representant l' de la supnf-icie del aparatd
psíquico" (Freud, J l)8 I, 2.)8). Didier Anzieu hizo el enlace entre las do �
instancias y habla del "Yo-Piel" Este último como "represent allte psíquicq
que emerge de los j uegos entre el cuerpo del 11i1-10 y L'I cuerpo de la madre '
como así también de las respuestas apo rtadas por la madre a Lis sensacio
nes y emociones del bebé, respuestas gestuales'.'' vocales" ( A nzi rn , 1985
100). La experirncia ulterior del mundo consolida o debilita los dato
según los eventos personales encontrados. 1 .a piel es el eterno ctmpo dl
batalla entre uno y el otro, y sobre todo, el otro e11 11no.
Las auroa gre s iones corporales, si son repetidas, forman una "envol ru
ra de sufrimirnto" que resuhlccc una fi111cil'lll deficiente de la insercil'> �
rn el mundo. A Edra de un invcstimenro atl:ctivo suf-icie11rc en la infancia
por med io de u11a reciprocidad tangible co11 los nLÍs cercanos afrctiva�
ll l l'll tl' , el i1 1dividuo queda l'll Edra, e11 su.-,¡ll'mo de sí mismo . " Resu l t a d
1
en u na fluctuación incesante de sus procesos identificatorios que enton­
ces a menudo privilegian el recurso a procesos y procedimientos iniciá­

ricos singulares entre los cuales el sufrimiento, en particular del cuerpo,


riene un lugar de elección" (Enriquez, 1 984, 1 79) . El cuerpo que no ha
sido sentido como experiencia de placer queda fuera de sí mismo, separa­
do, y sólo a través de un dolor controlado puede devenir signo de identi­
dad, emblema de uno mismo. La piel no es más la frontera propicia para
reg ular los intercambios de sentido. El dolor y la marca cutánea refundan
d contorno de uno mismo, reanudando una frontera a seguir, entre el
afuera y el adentro, ocluyendo las brechas. La envoltura de sufrimiento es
d p recio a pagar para asegurar la continuidad de uno mismo. En ningún
caso se trata de masoquismo porque el esfuerzo no está puesto en gozar
si n o más bien en sufrir y asegurarse de ese modo una existencia que de
otro modo sería demasiado incierta. Tentativa de "restituir la función
del yo-piel continente, no ejercida por la madre o el entorno . . . Yo sufro
e n tonces yo soy" (Anzieu, 1 98 5 , 204-205). Esta necesidad de hacerse mal
para tener menos mal, de probar sus fronteras personales para asegurarse
de su existencia, abarcan, por supuesto, enormes variaciones individua­
les, y la significación íntima del acto una asombrosa polisemia que trata­
remos de restituir aquí.

No hay dolor sin sufrimiento

Las heridas voluntarias remiten, por supuesto, a la pregunta por el


dolor. Pero lo interrogan de manera singular en lo que su posible virulencia
no previene el acto. En la necesidad interior del acto, está "olvidado"; cesa
de jugar un rol de protección del individuo. El dolor es un desgarramiento
de sí que rompe la evidencia de la relación con el mundo. Fija el hombre
a su cuerpo al estilo de la violación. No hay castigo físico que no implique
una repercusión en la relación del hombre con el mundo. El dolor implica
el sufrimiento. No está confinado a un órgano o a una función, también es
moral. El dolor de muelas no está en la muela, está en la vida, altera todas
las actividades del hombre, incluso aquellas que le gustan.
Pero si el sufrimiento es inherente al dolor, es más o menos intenso
según las circunstancias. Está modulado por la significación que toma el
d ol or, que está en proporción a la cantidad de violencia sufrida. Puede

23
ser ínfimo o trágico, nunca está ligado matemáticamente a una lesiónJ
El sufrimiento desborda el dolor especialmente en los casos de tortura q
de enfermedad, vale decir de una adversidad que rompe al individuo sin
dejarle elección. Por lo contrario, en las circunstancias que él domina �
el sufrimiento es insignificante y entonces permite conocer situacione�
límite, como por ejemplo en los deportes extremos o en el body art, el
dolor muda en algo separado de uno mismo con la intención de tocar
los márgenes de la condición humana. Así hay individuos que fuera de
cualquier referencia religiosa buscan vivir estas experiencias extremas en
una búsqueda de exploración de sí mismos (capfrulo 3). Sienten las cuchi­
llas del dolor, pero lo controlan antes que se transforme en sufrimiento.
Entre dolor y sufrimiento, los lazos son a la vez estrechos o laxos según
los contextos, pero profundamente significativos y abren camino a una
antropología de los límites. Si existe una pluralidad de dolores, es en prin­
cipalmente porque existe una pluralidad de sufrimientos.
A través de la agresión deliberada al cuerpo, el individuo sofocado
por su sufrimiento se hace daño para escapar de él, ataca su cuerpo con
brutalidad porque quiere liberarse. En esas circunstancias, la sensación
del dolor físico tiene profundas diferencias en cada individuo. La mitad
de los jóvenes internos de un correccional canadiense que se graba la piel
dicen no sentir ningún dolor después de su acción. 31% dicen experi­
mentar un dolor leve y el 18% solamente acusan un dolor extremo (Roos
y Me Kay, 1979). El momento de la alteración del cuerpo es raramen­
te doloroso en principio. Su objetivo es justamente cortar con el sufri­
miento, aunque el individuo no tenga una conciencia clara de ello. Está
anestesiado de su acción porque en primer lugar está en búsqueda de
alivio, de una descarga de tensión. Muriel recuerda el momento en que
se cortaba su piel con un pedazo de vidrio roto: "Yo tallaba, tallaba y veía
la sangre que corría, ni siquiera recuerdo que me dolió. Recuerdo que picabtl,
que picaba, eso sí. Creo que tenía tanto dolor en el corazón que realmente no
sentía el dolor." 2
Daniel Gonin, médico de prisiones, dijo que lo importante en las
autoagresiones corporales de los detenidos es la dificultad de cuidados,
"porque a menudo el detenido, que ha mostrado una insensibilidad al

2 Cuando los testimonios son citados sin referencia a una obra o a un artículo,
son producto de una recopilación personal.

24
dol or infligiéndose múltiples cortes, se vuelve cómodo, pusilánime, y
rrata de evadir las curaciones. Es necesaria toda la paciencia del agente
para convencerlo de dejarse curar" (Gonin, 1 99 1 , 1 47) . Esto sólo es una
ara oja aparente que opone en un mismo individuo dos significacio­
p d
nes radicalmente diferentes del dolor, y compromete dos relaciones con el
sufrimiento. Atacando su piel, el detenido se esfuerza en poner término a
su confusión, a su vacío. Encerrado en su cuerpo, sin otra perspectiva que
l os cuatro muros que lo encierran, abre su piel para acabar con su tensión.
Y, en la mayoría de los casos, lejos de sentir dolor, se sumerge en una sensa­
ci ón difusa de alivio. Después, enfrentando las consecuencias en la enfer­
mería, toma conciencia de un dolor tanto más vivo cuanto recupera su
situación de detenido, curado en condiciones rudimentarias, solo, privado
de su familia.3 La percepción del dolor está agudizada por el sufrimiento
en la situación carcelaria contra el cual trata de luchar. En ese momento,

él se vuelve sensible. De un episodio a otro, no se trata del mismo dolor


porque no son los mismos sufrimientos. En pocos minutos las circunstan­
cias redefinen lo que siente el detenido. Después de haber conjurado el
aumento del sufrimiento, ahora está confrontado con el dolor de la herida
provocada, pero simultáneamente reencuentra los límites de sentido que
le faltaban. Recupera sus marcas.
El dolor ofrece aquí la paradoja de brindar un medio de lucha eficaz
contra la virulencia de la tristeza. Amortigua el sufrimiento. Entonces es
buscado con intensidad como una forma de aturdirse, de pensar en otra
cosa. Stéphanie, colegiala de 1 8 años, después de cortes y episodios de
anorexia, logró por un momento liberarse y retomar el control de su exis­
tencia. Pero se vuelve a quebrar después de una frustración que no sopor­
ta. Se quema con un cigarrillo y revienta las ampollas que se forman en su
piel. Se aplica sal en las llagas. La quemadura es intensa, dura una semana,
p ero Stéphanie declara experimentar alivio, aunque trate de hablar más de
su acción. Más vale el dolor (que dominamos) que el sufrimiento (que se
i mp one sin remisión) . Si en ciertos casos al principio es capaz de aguan­
tarlo , el sufrimiento encarna siempre lo intolerable, el exceso que destruye.
La he rida materializa la angustia, la fija.

3 Mien tras que en el hombre libre la situación dolorosa es el arquetipo de la


reu ni ón de la familia para curarlo y cuidarlo.

25
Las mujeres más que los hombres

Que las autoagresiones corporales sean netamente superiores en


cuanto a cantidad en las mujeres m;Í.s que en los hombres conf-irma el
hecho que en las primeras el sufrimiento se int erioriza mientras que en
los segundos toma m;Í.s bien la forma de una agresión contra el mundo
exterior. Donde el hombre se proyecta con fuerza contra el mundo. la
mujer toma la angustia sobre sí. Esos comportamientos, incluso cuan­
do participan de los límites extremos, reproducen datos educativos que
le imponen al hombre una autodemostración, acompañando valores
tradicionalmente asociados a la virilidad: la agresividad, la violencia, el
alcoholismo, la velocidad en las rutas, que son a menudo explícitamente
valorizadas como conductas "viriles". El hombre debe demostrar que está
a la altura, que sabe enfrentar los desafíos, proteger su "honor", que es
resistente al dolor o sabe arreglarse con la ley si hay una chance de no ser
atrapado.
La mujer interioriza su confusión, traduce m;Ís Hcilmente una fragili­
dad que va de la mano con los criterios de seducción que se le imponen.
Que se doble ante el dolor está en el orden cultural de las cosas. Pero
su sufrimiento (el que est;Í en la vida), retorna contra su propia piel, la
mujer también rechaza el modelo de seducción que la sofoca y que hace
de su apariencia el mayor criterio de evaluación de lo que ella es, cuando
el hombre es más bien juzgado por sus obras. Precisamente ella dice que
está siempre a flor de piel. Y que está harta, subrayando esto con gestos
de rabia. Que artistas como Cina Pane u Orlan atenten contra sus cuer­
pos, despierta más miedo y resistencia social que si se tratase de hombres.
Hay m;Í.s mujeres que recurren a estas performances, aunque también los
hombres se dediquen a ellas. Estos artistas reivindican de todos modos un
an;ílisis político de sus cuerpos y de los bloqueos sociales que los encierran
en su condición. Una mujer supuestamente es fdgil, dulce, portadora de
vida, etc., no puede hacer correr su sangre o "perjudicar" su cuerpo. La
fuerza de la interrogación es aún más inquietante (capítulo 3).
Este investimento diferente de la piel en el hombre o en la mujer se
traduce también por el status respectivo de sus cortes. Mientras la mujer
suele actuar sola, es común que el hombre lo haga bajo la mirada de los
otros en una inequívoca demostración de su "virilidad". En una situación


d o nde está en dificultades, tiene la intención de mostrar "que tiene lo que
e tener" . Ciertamente, en su acción se traduce un sufrimiento, pero
b;ly q u
b i ncisión está sublimada, magnificada, desviada hacia otra significación
qu e s upuestamente lo valorizará4• Slim, de 1 7 años, está en un café con
a in igos de su edad que se burlan amablemente. Las mesas están plagadas
d e vasos de cerveza vacíos. El tono de la discusión sube. Slim ; que acumula
fracasos personales, repentinamente se enciende para expresar la fuerza de
su carácter. Se levanta la remera, toma el cuchillo que tenía en su bolsillo
v se tajea varias veces el pecho con aire de desafío. Sus amigos, asombra­

dos, lo acompañan al baño para limpiar la sangre. Slim ha proclamado


si mb ólicamente su virilidad, aunque la vida no le estaba sonriendo preci­
sa mente. Recordamos al personaje de Malraux, Kassner, en El Tiempo del
desp recio, que se marca a cuchillo la línea de la vida en la mano.
Es una lógica de autoafirmación la que anima al personaje de Samy en
el libro de Cyril Collard. "Samy va a la cocina, vuelve con un cuchillo. Se
planta delante del espejo del baño, las piernas separadas, el tronco ergui­
do; entonces se tajea metódicamente el torso, los brazos y los muslos con
el c uchillo. Agarra una botella de alcohol de 90º y vuelca el líquido sobre
los surcos rojos cavados en su carne."5 Bajo la mirada de sus dos amantes,
un hombre y una mujer, muestra su vitalidad, su virilidad, y traspasa así
el conflicto de una existencia siempre al filo. El hecho de tener sangre
fría y no temer lastimarse para imponer su posición es una actitud más
b ien masculina. Muchas quemaduras de cigarrillos se hacen bajo la mira­
da de los otros a quienes se quiere impresionar. A menudo dentro de un
grupo, a partir de un desafío lanzado por alguien que suele dar el ejemplo,
b urlándose de la impotencia de sus testigos para ir más lejos. La resistencia
al dolor es un valor clásico de la afirmación de la virilidad, de todos modos
ha marcado desde hace mucho tiempo la antigua historia del tatuaje, pero
sie mpre exige del público.

4 S ucede que algunos hombres atentan contra su cuerpo en forma discreta


Y algunas mujeres de manera pública y espectacular, pero son hechos menos
frec uentes, salvo en las instituciones, y volveremos sobre este tema. Sobre las
c o nductas de riesgo de las niñas, ver Hakima Ait El Cadi, 2002.
5 Cyril Collard, Les Nuitsfauves, Paris, "J'ai lu'', 1 989, p. 1 6 5 .

27
El corte del cuerpo como límite de identidad

Muchas incisiones conciernen a personas que sufren de ausencia dt


límites, de una incertidumbre acerca de las fronteras de su psiquismo y df
su cuerpo, de su realidad y de su ideal , de aquello que depende de ellos y
de lo que corresponde a los otros. Son vulnerables a la m i rada de los dem ..
o a las fluctuaciones de su entorno. La inconsistencia del Yo fragiliza s 9
relación con el m undo y los pone en carne viva, es decir despellej ados d�
sentido, sin defensa contra las heridas narcisistas infligidas por los demás o
por su indiferencia de acuerdo a sus expectativas. Falla la cohesión de uno
m ismo, el narcisismo necesario para la existencia no está suficientemente
fortalecido. Cualquier decepción es vivida con intensidad, sin retroceso.
Tienen el sentimiento de no ser absolutamente reales, de no habitar verda­
deramente en sus cuerpos y en sus existencias. La insuficiencia de una
relación sólida y confiable con el mundo provoca el volverse contra uno
m ismo en una especie de cirugía brutal pero ritual , signi ficante, para reen­
contrar lo más cerca de sí las marcas que faltan. Entonces los momentos
fulgurantes de pasaj e al acto se i mponen con una necesidad i mperiosa en
los momentos de crisis.
Un hombre de unos treinta años llega a consulta médica por causa
de la fatiga que siente. El médico generalista le pide que se desvista. El
hombre lo hace y revela un pecho lacerado por grandes cicatrices. El médi­
co, demudado, le pregunta qué le ha pasado. En los días precedentes,
el hombre vivió un con flicto con su esposa. Ella, dice el hombre, no lo
comprende. No soportando más su indiferencia, agarró un cuchillo, se
rasgó las ropas y se tajeó el pecho. Entonces le dijo a su mujer: " Ves, esto
que me hago no es nada en comparación de lo que tú me haces. " El dolor, la
incisión, la sangre corriendo que desborda en un sufrimiento aplastante.
Frente a la parálisis de cualquier posibil idad de acción, el pasaj e al acto
restablece una l ínea de orientación, retorna al individuo al sentimiento de
su presencia. Le recuerda que él está vivo por medio de la brutal sensación
de existencia que sign ifica la ruptura cutfoea. La imposibilidad de salir
de la situación por medio del lenguaje fuerza el pasaj e por el cuerpo para
descargar la tensión. El dolor psíquico es un freno simbólico para oponer
al sufrimiento, una manera de contener su hemorragia y transferirla a
un espacio donde deviene por un instante controlable. Ú ltima tentativa,
desesperada, de mantenerse en el mundo, de encontrar un amarre. Es un

28
d olor homeopático porque previene un sufrimiento indecible y aplastan­
re. La marca corporal lleva el sufrimiento a la superficie del cuerpo, allí

d o n de deviene visible y controlable. Se lo extirpa de una interioridad que


p a rece un abismo.
Muriel, de 1 6 años en ese momento, ha escrito con fragmentos de
vi d rio sobre su piel las iniciales de su compañero toxicómano mientras él
es tá en la cárcel, formula de manera ejemplar la potencia de la atracción
del corte en esos momentos de angustia: "Eres tan desgraciada en elfondo
de ti misma, es la pena de amor, sabes. Te sientes desgraciada en tu corazón, y
en to nces te haces mal para tener un dolor corporal más fuerte, para no sentir
más el dolor en tu corazón, ¿te das cuenta un poco cómo es?"
Martine, hoy con 38 años de edad, se ha cortado durante mucho
riempo alrededor de sus 20 años, cuando era estudiante. ''Es un estado de
ánimo. Una especie de exceso de alguna cosa. Hace falta que yo lo haga salir,
como la pus. A�o destructivo. Es como una energía negra, hace falta que la
elimine, que la haga salir ftsicamente de mí, quizás porque yo no la puedo
decir. "Evoca de ella misma la inquietante búsqueda de marcas que atenazó
su existencia. ''Ha bía una búsqueda de límites. Pero no solamente a través
del hecho de cortarme. Quería encontrar el punto do nde ya no podía ir más
lejos. Esos límites los encontré en el riesgo, el peligro. Me he puesto sin cesar en
situaciones de desequilibrio. Estaba buscando a�o que me llevara de vuelta
a donde esta ba a salvo. " A los 1 3 años, Isabel, impregnada del sentimien­

to de su soledad, de su insignificancia, se tajea las muñecas para hacerse


la promesa que algún día podrá amar a alguien. Pacto de sangre con su
propia historia, mensaje lanzado más allá del tiempo a la otra Isabel que la
espera dentro de unos años para exorcizar el sufrimiento de ser uno mismo
y de no quererse. El corte es el precio a pagar por el intercambio simbólico
co n el tiempo para asegurarse un futuro mejor. Haciéndose daño, puede
es perar que el maleficio afloje por fin su influencia.
Kim Hewitt recuerda, a sus 1 4 años, un fuerte enojo de su madre
co ntra su padre y su impotencia para intervenir. Se encontraba en ese
mom ento en el baño y con un pedaw de metal que encontró, se raspó la
pi e l del antebraw para poner fin a su ebullición interior (Hewitt, 1 997,
VII) . Las autoagresiones corporales son gritos liberados en la carne a falta
de le nguaje. Este testimonio de sufrimiento es ambiguo porque es una
n egaci ón de la comunicación (Killby, 200 1 , 1 24) . Recurrir al cuerpo

29
marca el fracaso de la palabra y del pensamiento, la evasión del significa­
do. Ambivalencia de una marca que a menudo no busca ningún testigo.
"Lo que no puede ser dicho en palabras, dice Kim Hewitt, deviene un
lenguaje de sangre y de dolor" (Hewitt, 1997, 58). La herida trata de llevar
el lenguaje a otro nivel, de ir más allá del impasse relacional, de la impo­
tencia frente al mundo, pero se priva de los recursos de la palabra.<' En
lugar de gritar o mostrar su angustia contra el mundo o contra aquellos
que son responsables, el individuo la vuelve contra sí mismo.
Frente a la oleada de afectos que viven, ciertos adolescentes se golpean
la cabeza contra un muro, se rompen la mano contra una puerta, se
queman con un cigarrillo, se cortan, se raspan, se mutilan para conte­
ner un sufrimiento que arrasa todo a su camino.7 Golpeando el mundo
en forma que lastime, retoman el control de un sentimiento potente y
destructor, buscan algo que lo contenga y encuent ran entonces el dolor o
la herida. Conjuración de la impotencia por medio de un desvío simbóli­
co que permita tener donde agarrarse en una situación que se les escapa.
O bien, secretamente, se hacen inscripciones cutáneas con un compás, un
vidrio, una máquina de afeitar, un cuchillo...
El corte es superficial o profundo según la intensidad del sufrimiento
que se sienta, está limitado a un punto del cuerpo o disperso. Hace a la
economía de una posible intervención sobre el mundo. Cambia su cuerpo
ante el fracaso de cambiar un entorno nefasto, o amortiguar una ofensiva
del exterior sobre sí, amenazante para el sentimiento de identidad. La inci­
sión es, primero, una cirugía del sentido. La conversión del sufrimiento
en dolor físico restaura provisoriamente el enraizamiento en el mundo. El
apaciguamiento obtenido es diferente según las circunstancias y las perso­
nas que agreden a su cuerpo. Algunos se dicen "calmados" por el solo
hecho de la herida, otros por el dolor sentido en el momento, otros más

G A veces para reencontrarlas después si el acto ha tenido testigos o si las cicatrices


son de repente deliberadamente descubiertas y suscitan la interrogación del
entorno. En ese caso, el llamado encuentra al fin un destinatario.
7 No es anodino que la práctica intensiva de skate o de roller implique
múltiples heridas y fracturas. No cesan de caerse y de lastimarse en búsqueda
de un instanre de virtuosismo, como si fuera necesario siempre rasparse contra
el mundo para sentirse existir, a falta de límites de sentido encuentran por fin
el tope de un límite físico (Le Breton, 2002b).

30
b i e n p o r el correr de la sangre. En principio, el apaciguamiento es siempre
p ro vi s ��io. No resuelve � inguna de l�s circunstancias que han provocado
b re n s10n, pero proporciona un respiro.
Los atentados a la integridad corporal ni siquiera tienen, en principio,
[J hipótesis de morir. Las incisiones, las escarificaciones, las quemaduras,
[o s pinchazos, los golpes, las raspaduras, la inserción de objetos en la piel
n o so n el indicador de una intención de destruirse o de morir. No son
re ntativas de suicidio sino tentativas de vivir, última manera de abrochar
[os sentidos en su cuerpo haciendo la parte del fuego, vale decir sacrifican­
d o u na parte de sí para poder continuar existiendo. La herida autoinfligida
n o e s un sufrimiento sino una oposición al sufrimiento, es un compromi­
s o, un intento de restauración del sentido. La conspiración íntima no está
c ontra la existencia sino a su favor, trata de abrir una salida permitiendo
p o r fin ser uno mismo. El pasaje al acto de los cortes corporales o de las
c o nductas de riesgo, conjuran una catástrofe de los sentidos, absorben los
efectos destructivos fijándola en la piel y tratando de recuperar el control.
Sin duda sería tranquilizador eliminar el problema de aquellos que
atentan contra su cuerpo remitiéndonos a la locura, a la enfermedad, pero
es imposible no ver que una inmensa mayoría de quienes proceden así
muestran todas las apariencias de una integración social sin problemas. Si
las autoagresiones corporales abundan en las instituciones totales (hospita­
les psiquiátricos, prisiones, reformatorios, etc.), no están menos presentes
en el seno de la sociedad, en individuos donde los allegados a menudo
están lejos de imaginarse que ellos recurren a semejantes prácticas para
mantener un control sobre sus vidas. Las heridas corporales deliberadas no
s on más índices de locura que las tentativas de suicidio, las fugas, los tras­
t orn os alimentarios u otras formas de conductas de riesgo de las jóvenes
ge ne raciones, son más bien tentativas de forzar el pasaje para existir (Le
Breton , 2002b). Martine, citada anteriormente, lo dice con fuerza: ''Las
co rtaduras, eran la única manera de soportar ese sufrimiento. Eran la única
ma nera que encontré en ese momento para no desear morir. "
La alteración corporal es una redefinición de uno mismo en una
si tu ació n dolorosa. Puede ser única, remitiendo a un episodio que en ese
rn o m ento haya desbordado la capacidad de elaboración simbólica del
s uj eto , pero puede repetirse muchas veces, deviniendo una manera habi­
t ual de luchar contra el miedo a la fragmentación. Los trabajos dan cuenta

31
<le cicatrices que van de u n as pocas a m ás de una centena según los i ndi.
vid uos ( S i m pso n , 1 980, 267) . La muñeca es el primer l ugar del cuerp �
tomado como obj etivo, pero ta mbién el antebrazo , el pecho , el vientr�
o las p iernas. El rostro rara vez es tocado , porque j ustamente encarna el
principio sagrado de la identidad personal , el l ugar m �ís sagrado de uno
mismo. Si finalmente es atacado, entonces el i ndividuo ha hecho un paso
fuera de la vida ord i naria y entra en los p reludios de la psicosis. El deseo
de salvar el rostro traduce la vol u ntad de mantenerse den tro del l azo social,
de no ro m per los puentes. Aunque j uegue co n los l í m i tes, el i ndividuo no
p ierde del todo el control de su acción. Fn las formas m�ís crón icas , más
densas, que no son las que aquí nos i nt e resan , h ay una perdurable "envol­
tura de sufrimiento" ( Enriquez, 1 9 84) que asegura la existencia. Una
m u ltitud de violencias auto i n A igidas p u n túa n e n tonces una vida perso nal
en el fi lo de la n avaj a. El cuerpo es desi nvestido de todo disfrute que no
sea el del dolor (Anzieu, 1 9 8 5 , 209) .

El segu ro de la navaja8

La incisión erige un dique para conj urar el senti m i e n to de pérd ida


narcisista, el aumento fulgurante de una angustia o u n afecto que amenaza
arrasar todo a su paso. '1 El s u fr i m iento desborda, hace fractura y amenaza
con destru i r un Yo debili tado , vulnerable. El rol de escudo pro tector de
la piel es desbordado por la v i ru lencia de los afectos y cortarse es la ú n ica
oposición al senti m iento de estar herido. La restauración de los l í m i tes del
yo se efectúa por el regreso a la concreción de la piel y la sangre. El dolor
del s u fr i m iento es eli m i n ado por una agresi ó n vuelta co ntra uno mismo

8 N. del T Cmn d' arrh es el t í r u l o original e n francés. S e refiere al seguro de la


navaj a q u e l a m a n t i e n e to tal m e n t e abierta c o n b hoja e x t e n d i d a o to tal men te
cerrada c o n la h o j a guardada. Este t i p o de navaja se l l a m a en francés " C o u teau
a eran d , arrct" .
9 Las a u t o m u t i lacio nes son aco m pa ñ adas a m e n udo de act i tu des q u e la p s i ­
q u i at r ía clas i fi ca como "e n fe r m edades m e n tales" , ta n t o e n los a u t i stas como e n
los p s i c ó t i c o s . Pero podríamos p regu n t a rn os legít i ma m e n t e s i esas c o nduccas
s o n p roducto de u n s í n t o m a i n h erente a su estado o una reac ció n a las c o n ­
d i c i o nes de existe n c i a que t i e n e n , u n a resistencia a l a i n d i feren c i a , al encierro,
m u chas veces e n relac i ó n a l a violencia s i m b ó l i ca d e la i n s t i t u c i ó n o de las
fa m i l ias cor res p o n d ien tes .

32
ue allí es el único lugar donde es manejable. Mediante un regreso
p orq
br u tal a la realidad, la herida deliberada provoca el retorno a la unidad de
u n o m ismo. Habla del rencor contra sí mismo y contra los otros llevando
l o s golpes al lugar del cuerpo, la piel, que simboliza mejor la interface con
d mu ndo. Pretende cortar de raíz el malentendido.
El sujeto experimenta una intrusión mortífera, vive un colapso de los
se ntidos, el despliegue de un afecto que parece no tener fin; se lanza contra
su cuerpo para inscribir un límite sobre la piel, una fijación del vértigo. En
l u ga r de ser una víctima, deviene un actor, como en las otras conductas
d e riesgo. Cortarse la piel es un medio paradoja!, pero provisoriamente
efi caz, de luchar contra el vértigo por la iniciativa de saltar al abismo,
pero controlando las condiciones. Cuando el sufrimiento ahoga, colapsan
los límites entre el yo y uno mismo, entre el afuera y el adentro, entre el
sentimiento de presencia y los afectos que golpean. La salvación es chocar
contra el mundo en busca de un continente. La herida trata de romper la
d isolución, testimonia la tentativa de reconstruir el lazo interior-exterior
p or medio de una manipulación de los límites de uno mismo. Es una
restauración de la envoltura narcisista. El ataque psíquico se reabsorbe
sobre una piel que no es totalmente suya, porque el cuerpo no es aceptado
ya que lo enraíza en una existencia repudiada, tampoco totalmente ajena
porque es a él a quien busca maltratar.
Para reencontrar un vínculo comprometido con el mundo, el ataque
a l cuerpo es un seguro, un freno. Si es conocido por su entorno, la movili­
zación eventual de los amigos, los maestros, o por supuesto de los padres,
es e ntonces una inyección de sentido que restablece por un momento el
narcisismo maltrecho. El sujeto reencuentra entonces sus marcas con los
o tros por medio de la palabra y ya no necesita reencontrarlas en la superfi­
c ie de su cuerpo. El desvío por la agresión corporal es una forma paradoja!
<l e apaciguamiento. El cuerpo es material de cura porque es material de
id e ntidad, es el soporte de una medicina severa pero eficaz. El dolor purifi­
ca al sujeto de sus "humores" infelices, lo reubica en el camino después de
h aber pagado la deuda de un momento. Que corra sangre es una especie
d e "dre naje" de esa inundación de sufrimiento que ahoga al individuo.
Re medio contra la desintegración personal, la incisión es cortar por lo
sa no para salvaguardar la existencia. Es un rito privado para retornar al
in u ndo después de haber fallado y perdido su lugar, pagando el precio. El

33
correr de la sa ngre refuerza la frontera entre el adentro y el a fuera, m a te ­

rializa una frontera tranquilizadora. Se trata de liberar tensiones i n t o l e ra ­

bles que amenazan d es i n teg ra r al Yo . D espu(·s de la incisión o el pasaj e al


acto sobre el cuerpo, vuelve la cal m a, el m u ndo n u evamente es pen sab l e
a u n q u e a menudo continúe d ol oro so.

Las inscripciones corporales tradicionales en los ritos de pasaje

Las i nscripciones corporales acom p a ñ a n los ri tos i n i ci á t i cos de n u me­


rosas sociedades trad i c i o n ales : c i rc u n c i s i ó n , ablación, s u b i n c i s ió n , defo r­
m ac i ó n , l i mado o arra n cado de d ie n tes , a m p u tación de u n dedo , esca­
r i ficaciones, tatuaj es , esco riaciones, q u e m ad u ras , gol pes, i nt i m i daciones,
p ru ebas d i ve rsas , etc. Arn o l d Van C e n nep rec uerda que "el cuerpo h u m a­
no h a s i d o tratado como u n s i m p l e pedazo de madera que cada uno ha
tal l ado y arreglado a s u manera: cortando lo que sobresal ía , perforando l as
paredes , ro turando l as superficies planas, y a veces , co n verdaderos decha­
dos de i m agi n a c i ó n [ . . . ] las m u t ilacio nes son un medio de d i ferenciación
defi n i tiva" (Va n C e n n e p , 1 98 1 , 1 04 y 1 06) . 1 11 A l a m a rca fís i ca que a partir
de ahora des igna al j oven para ser ap robado p o r e l grupo, a m e n udo el
d o l o r agrega su s u p lemento c u i dados a m e n te des t i lado, como si no fue ra
menos n ecesario , más alLí. de la m a rca grabada . El trazo corporal , con el
d o l o r que lo en raíza, aco m pa ñ a la m u tación o n tológica, el pasaj e de u n
u n iverso s o c i a l a o t r o , transfo rmando l a a n ti gua relac i ó n c o n el m undo.
La c i catriz, que posee u n a s i g n i ficac i ó n p rec isa para la cultura i m p l icada,
trad uce en la p iel l a i n mers i ó n al seno del gru po. El c ue rpo no pertenece
m ás al j oven , es el m i e m b ro de un cuerpo colectivo. La marca r i tual redo�
bla el ca m b i o on to lógico del i n iciado , que ya no es el mismo después de la
redefi n i c i ó n de l a que su carne ha sido obj eto .
El d o l o r sufrido d u r a n te los r i tos d e pasaje lleva a m e n udo a l j oven al
límite de la con d i c i ó n h u m a n a para vo l verlo un hombre en tero a qu ien,
de aquí e n adelant e , no asustar;Í.n l o s peligros n i los e n e m igos. Pe ro el
r i to ta m b ién part i c i pa de u n a rede fi n ic i ó n rad ical del n ov i c i o . La m eta�
morfosis de u n o m i s m o no es solamente moral, tam b i é n es fís ica. En

1O S o b re l a teo r i za c i ó n p o r A r n o l d Va n C e n n e p de l o s r i to s de pasaje y un
debate e n t o rn o d e la s i t u ac i ó n co n re m por;Í n e a , re m i to a ·¡ h i e r r y C o guel
d 'Allondans (2002) .

34
1 11uchas sociedades, los iniciados ven así sus cuerpos rediseñados mientras
J g uantan el dolor y muestran que son más fuertes que la naturaleza que
se e xpresa en ellos. En los Aché, por ejemplo, la ascensión a la edad adulta
se r raduce por una laceración dorsal profunda. El hombre joven, estirado

so bre el piso, ofrece su espalda al "fendeur" . 1 1 Con una piedra cortante, el


h omb re raja la piel desde el hombro a los riñones. La desgarra emplean­
d o rodas sus fuerzas y traza líneas derechas y paralelas en una docena de
co rtes. "El dolor es atroz, comenta Pierre Clastres, pero [ . . . ] no escuchará
J I j oven dejar escapar quejas o gemidos: antes perderá el conocimiento,

p ero sin aflojar los dientes. Con ese silencio se mide su valor y su derecho
a ser tomado como un hombre consumado" ( Clastres, 1 972, 1 73- 1 7 4) .

Tiles citas podrían aquí continuar largamente.


El rito de pasaje de las sociedades tradicionales solicita, por medio
de episodios a menudo dolorosos, los recursos morales requeridos por la
co munidad. Declara los valores fundantes del lazo social, y sobre todo
ororga a sus miembros una experiencia del dolor en un encuadre ritual
que los prepara para soportar las vicisitudes de la existencia. En un entor­
no hostil, el coraje es, en efecto, una virtud esencial para la supervivencia
Jel grupo. El dolor sufrido interioriza una memoria de la resistencia a
la adversidad que vuelve al iniciado menos vulnerable frente a las prue­
bas inherentes a su condición. La marca corporal es el sello de la alianza,
tiene sentido para cada uno de los miembros de la comunidad. Es un
s igno de identidad que nadie discute. El iniciado es socialmente redefi­
nido por una modificación física de su apariencia que tiene un eminente
valor simbólico. Su identidad sexual está establecida de una vez por todas.
Ac o ger el signo distintivo sobre la piel y domesticar el dolor con los ojos
abiertos, manifiestan la bravura de un joven que no cede bajo el yugo y
at estigua su membresía completa a la comunidad. El escritor guineano
C : a mara Laye recuerda todavía el momento en que esperaba la circunci­
si ón: "Sabía perfectamente que iba a sufrir, pero quería ser un hombre, no
1n e parecía que nada podía ser demasiado doloroso para acceder al rango
d e h o mbre. 1 2 El rito de pasaje es una escuela de moral social.
Una afectividad en común se mantiene entonces entre los jóvenes
d e un a misma edad a través del recuerdo de anécdotas, de esfuerzos y

l J N. del T. "Lonjeador'', que hace cortes a lo largo, como tiras o lonjas.


1 2 Camara Laye, L'enfant noir, Paris, Plon, 1 953, p. 1 25 .

35
em o c io nes co m par t i das . La m isma marca físi ca material i za permanente­
m e n t e s u des t i n o co m ú n . De este m o d o la c o n t i n u i dad se opera de u na
ge n e rac i ó n a la o t ra. La v ía seg u i da e n o t ros t i e m pos por los anc i a n os
d u rante sus m is mas p ruebas mov i l iza e n los j óvenes los recu rsos i nt e r i o res
para volverse d i g n o s . No s u fre n solos, s i n o j u nt os , c o m o sus pad res (o s us
mad res s i se t rata de n i ñas) , s u s a n cest ros , en u n a s u ces i ó n s i n fi n d o n de
cada u n o had u n d ía la demostració n de su exce l e n c i a pe rso nal . El d o l o r
es u n a pote n c ia de m e ta m o rfos i s , est;Í sel lado p o r u na c i catri z p lena de
s e n ti d o q u e marca en l a carn e u na m e m o r ia i n d e l e b l e del ca m b i o y de la
perte n e n c i a al g ru po .
E n esas sociedades el h o m b re no se perten ece, s u s t a t u s de perso n a l o
s u m e rge, co n s u es t i l o p ro p i o , en el s e n o d e la co m u n idad . Las i nscripcio­
n es sobre s u cue rpo i m p ri m e n u na cos m ogo n ía co m p re n s i b l e para todos,
n o pertenecen a una dec i s i ó n i n d iv i d u a l . Son tam b i é n el signo de u na
1 ·1
i na l i enab l e i gualdad .
A la i n versa, e n n uestras sociedades occ i d e n tal es d o n d e p red o m i na el
i n d iv i d u a l i s m o democrático , vale dec i r el h o m b re separad o de los o t ro s y
l i b re de s us elecciones y sus val o res , cada u n o hace lo que le parece con
s u cuerpo. Po r c i e rt o el Estad o , a t ravés d e las l eyes , defi n e u n e n c uad re
de i nt e rve n c i ó n , y p roscribe p o r ej e m p l o la m u t i lac i ó n salvo que sea por
razo nes médi cas . Pero el c u e rpo se m a n ti e n e en pote n c i a co m o p ro p i edad
del s u j eto. Y las marcas q u e él se i n fl i ge sólo le co n c i e rn e n a él , traducen
d e todos modos u na re i v i n d i cac i ó n de la i n d i v i d ual i dad . N u estras soc i e­
ciades no co nocen n i n g ú n r i to de pasaj e , no s a b r ían ad e m ;Ís q u é tran s m i­
t i r. Pero la d i ficul tad del acceso a la edad ad u l ta y el deseo de escapar de
la crisis e x i s te n c ial , i m p l i can la m u l t i p l icac i ú n de p ru ebas perso nales q ue
los j óvenes se a u to i n A igen p a ra convence rse q u e estfo a la al tura de las
c i rc u n s tancias .
La fab r i ca de u n o m is m o , en las soci edades occident ales, i m po n e :i
algu n os u n c h o q u e severo co n el m u ndo. ( : o m o p o r e j e m p l o l as co n d u c­
tas de ri esgo de las j óvenes ge n e rac i o n es . Le jos de a poyar esos co m po rt a­
m ie n t o s , n uestras sociedades b uscan m ;Ís b i e n p reve n i r estos actos perci bi.J

1 .) " [ .a m a rca s o b re e l c u n p o . i g u a l s o b re r o d os los c u e r p o s , a n u n c i a : ru n d


r e n d rús e l d eseo d e p o d e r,ru n o re n d ds e l d eseo d e s u m i s i ó n . Y esa l ey i n sepa�

r a b i e n o p u e d e e n co n t ra r p a ra i n scr i b i rse m ;Ís q u e o t ro e s p ac i o i n se p a r a b l e : d


p ro p i o c u e r p o . " ( Cl a s r re s , 1 9 7 4 . 1 60 )

36
dos como algo que pone en peligro sus reservas físicas y morales. El cotejo
entre las marcas corporales de estas sociedades tradicionales y el piercing,
el tatuaje o las incisiones, sólo tiene un valor anecdótico, aunque unas y
0 r ras apunten a fabricar la identidad. Su estatus cultural y su significació n
í ntima son distintas. Pero lejos está de ser indiferente que miembros de
so ciedades tan opuestas se encuentren recurriendo a la piel, al dolor y a las
m a rcas para imprimir una metamorfosis personal.

Ritos íntimos

En nuestras sociedades, son los individuos con malestar social quienes


cortan sus cuerpos en solitario. La agresión al cuerpo es puntual; responde
al desborde del sufrimiento y no se renueva más, el individuo queda enton­
ces asustado de su acto o recurre a otras formas de autocontrol. Pero para
algunos, deviene una manera regular de existir, de mantener en juego las
heridas afectivas cotidianas. La incisión es entonces una ceremonia secre­
ta cumplida como una liturgia íntima. Son los cortes que dejan menos

marcas cutáneas, salvo los de los momentos más agudos de dificultades


personales. La incisión es la ritualización in extremis de lo insostenible,
de un pasaje doloroso de la existencia, una "auto-iniciación", dijo Kim
Hewitt ( 1 997) , una "autocirugía'' (Favazza, Favazza, 1 987, 1 95) operada
co n urgencia porque no había otra salida. Algunos individuos dependen
de s us cortes como otros dependen del alcohol o de la droga. Ante cada
evento doloroso, vuelven allí en busca de tranquilidad. Hace falta romper
el c uerpo sin cesar para mudar de piel, alejarse de la adversidad. Si bien los
cortes tienen aquí una función de identificación en la economía psíquica,
sólo se hacen en línea de puntos, por otra parte, en las sociedades tradicio­
n ales, bajo una u otra forma, son una manera eficaz inmediatamente de
i nscrib ir una memoria del cambio en la carne.
La incisión es una ritualización salvaje de la liminaridad, un escape
fu e ra del intermedio. La impotencia para salir del paso, para neutralizar lo
i n tol erable, provoca el repliegue sobre sí, el refugio en el cuerpo a través
d e una ceremonia íntima y secreta. La prueba es la autorrevelación, quita
ª l a existencia las trampas que impiden mirarla a la cara, disipa la impo­

s i b i li dad de continuar viviendo. Muestra simbólicamente la vieja versión


d e u n o mismo devenida insoportable y el surgimiento de otra que todavía

37
no s i e m p re es sól i da y fel iz. La sangre que corre materializa la ruptura
radical con el viej o Yo (o su renovación regular si se trata de una ritual idad
inscri p ta en el tiempo) , manifiesta la efusión de la i nt e r i o ridad m ás sagra­
da, la más cargada de sentido.
La i ncisión es u n episodio dentro de l a b úsqueda de uno mismo, un
mo mento de despoj o. De ahora en adelante una pa rte de la vieja piel y de
la viej a sangre queda detrás , pero resta u n cam ino por lograr. Y a m e n u­
do es necesario recomenzar. Pero el rito íntimo es generador de sentido
aunque no sea la repetición de una palabra primo rdial com o en las cere­
m o n i as rel igiosas de las sociedades trad icionales. Cristal iza la afectividad y
ata y desata los h i los de la ex istencia. Movi l iza el i ncon sciente fi j ando los
recursos personales en l a resol ución de una dificultad. Es eficaz en aquell o
q u e auto riza el pasaj e p roviso rio, e s u n pali ativo antes de encon trar u n a
solución m ás propicia.
Martine, ya c i tada, habla de l a ritualización de sus cortes . D u rante
m uchos aÍlos, los i mplementa con poca modificació n . B usca pri mero la
calma, esperando la tarde, con la certeza que d ispo n d d. más h oras por
dela n te sin que nadie venga a molestarla. "No había urgencia, no me tira­
ba sobre un cutter. Había una preparación pam no infectarme. Tenía miedo
porque si había u ruz infección debz'rz hablar con un médico. No queda hablar
de eso. Luego estaba preprzrando la pluma, nccesitabr1 el pcZpel. Era necesario
que tomara la sangre directamente, ya sea pam escribir, ya sea para mastietzr el
papel. No era improvisado. Luego, había una parte de improvisación, porque
no calculaba, yr1 no sabía cudndo ibrz a hrzcerlo. Pero había un momento en
que tenía la necesidad de hacerlo. Debía tener mín mds pdginas en mi cuader­
no donde escribir con mi sangre. "
Lo que permanece i m pensado en la h istoria i ndividual engendra la
repetició n . Un tiempo c i rcu lar domina l a existen cia del i ndividuo y l o
rem ite a los m ismos to rmentos y a l as m i s m as fo rmas de reso l ución de
tensiones . La i n cisión regular es una man era de dom i nar los flujos, de
dec i d i r por uno mismo sobre su apertura o s u cerrazó n . Para aquel o
aquel la que se corta, de una forma pacífica, meticulosa, se cum ple u n a ¡
res p i ración del sentido, un uso de su cuerpo com o obj eto transicional . La;
apertura de la piel es una respi ración paradoj a!.
¡
Po r ej e m plo en el perso naj e de Erika, p ro fesora de p i a n o , en la novela¡
de Elfriede J c l inek. Esa m uj er está i n mersa en u n sufri m i ento que no,

38
co n fiesa, siempre bajo la dependencia de su madre aunque ha pasado
l argamente los treinta años. No tiene ninguna vida privada, salvo los
momentos robados que ella pasa en los cines pornográficos o los sex­
sh ops. Ella aborrece su cuerpo. Cualquier forma de sensualidad le evoca
u na animalidad insoportable. Dueña de sí misma de una manera marcial,
e s muy dura con sus estudiantes, a quienes no cesa de humillar. Ya adoles­
ce n te, confrontada a un padre loco, rápidamente encerrado en un asilo, y
a un a madre que pretendía regular todo en su vida, se corta regularmente,
en contrando así un medio de salvaguardar su individualidad. "Espera
siempre con impaciencia el instante donde podrá tajearse al abrigo de
l as miradas. Apenas. Piernas separadas, ella se sienta frente al espejo de
aumento para afeitarse y hace un tajo que se supone agranda la abertura
que sirve de puerta de entrada a su cuerpo. Sabe por experiencia que tal
corte no le hará mal, porque sus brazos, sus manos y sus piernas a menu­
do ya le han servido como objetos de experimentación. Su pasatiempo
favorito: tallar su propio cuerpo. 14 Operación sobre el sentido donde ella
maneja los instrumentos con habilidad. No siente ningún dolor abrién­
dose así, por lo contrario, aleja su malestar.
El reencuentro con un hombre joven que la cortejó con pasión trastor­
nó su existencia. Terminó por escribirle proponiéndole un pacto erótico
sadomasoquista donde la ritualización del dolor lograría el refinamiento
que ella aspira hace largo tiempo, impotente para disfrutar de su cuerpo
de otra manera. Aunque desea consagrarse a la tortura y la subordinación,
a pesar de todo quiere mantener el control de la obra. Quiere elegir sus
cadenas. "Hace falta que él se diga a sí mismo: esta mujer está comple­
tamente abandonada en mis manos mientras que es él quien está en las
s uyas [ . . . ] . Ella escribió por ejemplo, negro sobre blanco, que se retorcerá
co mo un gusano en las cadenas crueles donde tú me dejarás por horas
e nteras, golpeándome con el puño o con el pie e incluso flagelándome en
to das las posiciones posibles e imaginables! [ . . . ] Erika exige por escrito
que él la acepte como esclava y le dé ciertas tareas [ . . . ] A continuación
Er ika cuenta con comprar otros accesorios hasta que hayamos constituido
u n pequeño conjunto de instrumentos de tortura. Y jugaremos j untos los
d os sobre ese órgano privado" ( 1 9 1 sq. ) .

1 4 Elfriede Jelinek, La Pianiste, París, Jacqueline Chambon, p . 76

39
Klemmer, el j oven hombre, está asombrado ; toma conciencia con
repulsión del detalle de las ceremonias a las que ella lo invita. Orgulloso
de su j uventud y su virilidad , no teniendo ni nguna duda sobre sí mismo,
creyendo que rendirá servicio a una dama mayor que él a quien imagina
dispuesta de buena gana a una aventura, descubre con horror un mundo
que no sospechaba. Y Erika ve bascular lentamente su frágil edificio. Ella,
a quien aterrorizan los golpes y no aceptaría recibirlos con j úbilo si no son
dados por su amante y en un encuadre preciso, teme que ahora Klemmer
la golpee por rencor o incomprensión. Y eso fuera del escenario que ella
ha elegido. El dolor que ella buscaba, ritualmente puesto en práctica con
suplicios largamente meditados, eran la promesa de un goce, pero si ella
se hace golpear fuera de contexto, los golpes serfo sufrimiento, humilla­
ción. Klemmer se marcha expresando su asco por tocarla. La misma tarde,
desesperada, falta de amor, se acerca a su madre que la aparta con horror.
El pacto sadomasoquista propuesto a Klemmer proporciona aquí otra
versión de la alteración corporal donde la fi nal idad es, sin amb igüedad , el
acceso al orgasmo en una relación de confianza con el otro. É ste es acep­
tado con delei te en el marco de un intercambio de fantasías, con la certi­
dumbre que el marco no será desbordado. Hecha por otro, durante una
relación erótica consentida, la incisión se convierte en una cuestión para
conocer a los demás, un signo de reconoci miento. Pero Erika, que esperó
tanto para hacer la experiencia, no tendrá esa oportunidad.
El fin de la obra nos ofrece una tercera escanción del dolor infligido:
después de las incisiones rituales y la demanda de suplicios consentidos
rechazada con repulsión por Klemmer, ella cede a la necesidad de lasti­
nurse picándose con aguj as, llorando. Ya no esd. el apaciguamiento de
sus antiguos ri tuales íntimos, su acción est�i marcada por el sufrimiento,
grita con su cuerpo. Klemmer vuelve, la gol pea, la viola, se demuestra a sí
mismo su virilidad humillando a esa m ujer que no comprende. Derrum­
bada, ella se taj ea de nuevo el cuerpo, en plena calle, clavándose un cuchi­
llo en el hombro, marcando el deterioro de su ritual ín timo y el desborde
del sufrim iento.
Cuando ella se corta por pri mera vez, Caroline Kettlewell (2000) tiene:
1 2 años, se siente vacía, sin relieve para los ni ños de su edad, siempre rde- ¡
rida en forma negativa en relación a una hermana, dos años mayor, seduc-1
tora, rodeada de amistades, mejor en deportes, en la escuela, en diseño, !

40
e n pintura. Sorprendida por los ctl umnos cuando se cortaba las muñecas
con un cuchillo en los baños de su escuela, se descubre importante a los
ojos de los demás. Y a partir de allí siente que dispone de un medio eficaz
p a ra luchar contra su insignificancia. En forma regular, pero con pausas a
veces de muchas semanas o muchos meses, se corta durante una veintena
de años. A sus ojos, su cuerpo es un objeto siniestro al que está desgra­
ciadamente atada. No lo habita completamente, no ama su femineidad.
"Es la historia de una persona ordinaria que trata de detener un viaje en la
oscuridady sobre rutas inesperadas. Puedo decirte que no importa que quizás
conduzca a través de un camino ciego y caótico. Puedo decirte que la idea y
la urgencia de cortarme parece venir de mi propia piel { . .] Me suelo cortar
porque funciona y porque las alternativas son peores { . .}. Cortarme era mi
defensa contra un caos interno, contra un mundo que escapaba a mi control
Pero yo no sabía de dónde venía el caos" (58, 60) . 1 5
Después de l a primera incisión, Caroline dijo que jamás tuvo l a inten­
ción de detenerse en tanto ese acto ponía en orden su caos interior y le
aportaba un apaciguamiento inaccesible de otro modo. Según las circuns­
tancias que ilustran el desarrollo de su vida, ella se corta cada día o dos o
tres veces en la semana. "Cortar era una solución para todo " (63): decep­
ción, arrepentimiento, culpabilidad, inseguridad, frustración, incertidum­
bre por el porvenir, etc. La incisión es una especie de pértiga que ayuda a
mantenerse sobre el hilo de su existencia. Ella busca la buena medida del
apaciguamiento cortándose más o menos profundamente según la pena
experimentada. Trazando sobre su piel {brazo, cadera, pierna, lóbulo de la
oreja) líneas paralelas que ella dice que siempre cura enseguida, Caroline
afirma sin ambajes su fascinación hacia la máquina de afeitar, elegida por
su forma y su corte después de diferentes ensayos. Ella no esconde su j úbi­
lo al despegar, llegado el momento, los papeles protectores para liberar la
hoja de afeitar. "Dejé que el beso de la hoja de afeitar abrace la piel pálida
de mi codo izquierdo, tirando suavemente, tan suavemente que podía sentir a
través de la hoja la resistencia muy débil y la repentina liberación de la carne
a lo la rgo de mi brazo " (27) . Caroline se corta más bien a la noche, a la luz

15 "Puedo decirte que también hay personas que se cortan, se muerden, se roen,
>e queman, se golpean, se pegan, se quiebran, se arrojan contra la pared, se pican.
Algunos entre nosotros son especialistas del método que han elegido, y sólo se
f>reocupan por el trabajo por hacer y están siempre listos. " (Kettlewell, 2000, 59)

41
de una lámpara. Enmascara cuidadosamente las heridas bajo sus ropas,
disimulando su secreto para las personas de su entorno. Se las calla incluso
con los terapeutas con los que se encuentra a veces.
Paralelamente a las incisiones regulares, evoca episodios frecuentes de
anorexia que testimonian la misma dificultad para asumir su cuerpo y
su sexo. 16 Sus cortes son una ceremonia de purificación, una manera de
encontrar la "limpieza". Ella trata de deshacerse de una carne vivida como
deshonra. Ese ejercicio de crueldad sobre sí misma, más allá de la resolu­
ción de una tensión, no existe sin un beneficio secundario; ella siente un
''soplo de adrenalina". No ignora la rareza de ese recurso, pero no puede
escaparle. Si bien a veces llega a sentirse más fuerte y piensa en abando­
narlo, vuelve febrilmente con la primera decepción, avergonzada, con una
conciencia aguda de la singularidad de su camino. Cuenta su molestia
para comprar, un día, una máquina de afeitar en una farmacia, y disimu­
la su compra con otras compras insignificantes. Está mortificada porque
piensa que el comerciante puede dudar de alguna cosa. Una vez que regre­
sa a su casa, saca con deleite las hojas de afeitar de su envoltura: "Tenía que
sa ber cómo esa hoja de afeitar cantaría su nota c/,ara so bre mi piel. Sólo una
vez, me decía. Una vez más, porque sí, cuán delicada, era /,a pelícu/,a nítida, de
su pasaje" ( 1 24) . Una tarde, mientras se tajeaba los lóbulos de las orejas, se
preguntó a quién pertenecía el rostro que se dibujaba en el espejo delante
de ella. ''Llevaré /,a hoja de afeitar a mi cara, cortaré y tal/,aré en la sangre, los
huesos y /,a estructura para hacer algo que yo reconozca. Extirparé esa agrada,­
ble Caroline, esa mierda, de Caroline que nunca es ella misma sino lo que ella
piensa que los demás esperan que ella sea" ( 1 5 5).

Hacer piel nueva

En la existencia estamos en nuestro cuerpo; nuestra condición huma..:


na se despliega en una condición corporal. El Yo está diluido en el cuerpo.:
Pero a menudo, el individuo vive su cuerpo como un otro, el otro más!
cercano con el cual tenemos que convivir para lo peor. La incisión es un �
voluntad de cortarse de un cuerpo intolerable porque no está reconocido j
1 6 Numerosas investigaciones observan que alrededor de la mitad de l J
mujeres que atentan regularmente contra su cuerpo también sufren de anorexi �
y bulimia. (Favazza y Favazza, 1 987, 206)
1
\

42
co mo propio. Se escapa por todos lados, abrochado sin embargo dolorosa­
m ente a uno mismo. El individuo se siente encerrado en un cuerpo deve­
nido una carga, del que trata de retomar el control. El personaje de Erika,
ya citado, embutida en la represión de lo pulsional en ella, testimonia bien
de esa actitud que consiste en purificar regularmente un cuerpo percibi­
do como impuro. Erika trata de neutralizar una fisiología que le rehúye.
La sangre de sus reglas fluye contra su voluntad y le recuerda el destino
de mujer que ella rechaza. Toma la iniciativa de adaptarse a la realidad
haciendo un anti destino. Ella misma decide sus cortes y desde dónde
libera su sangre. Igual que en la relación con Klemmer, finge someter su
cuerpo, hacerlo vomitar de dolor, pero de una manera premeditada, a
rravés de un ritual que lo convierte simultáneamente en disfrute. Exorciza
así una insoportable pero necesaria fusión con su madre. "Cortándose"
regularmente, "corta" el lazo, afirma una autonomía simbólica. Recupera
el aliento. Deviene así amante de las relaciones de adentro y de afuera que,
sin embargo, se le imponen.
Las autoagresiones al cuerpo implican también a mujeres jóvenes
pegadas en una relación con el otro de la que no pueden desenredarse. La
identificación proyectiva de los padres (la madre sobre todo) perturba en
su contra sus bases identitarias, las vuelve inciertas de sus límites perso­
nales y de las fronteras del afuera y del adentro. Están sujetas al control
parental que le impide respirar y hacerse cargo. Anne busca de este modo
romper el cordón umbilical simbólico con sus padres, sobre todo con una
madre que ella juzga invasora. Comienza a beber alcohol, a fumar porros
con los amigos, a multiplicar, no sin vergüenza, las aventuras sexuales
sin protección. Le asegura a su madre que su cuerpo le pertenece sólo a
ella. Se quema con cigarrillos y se traza grandes cortes en los muslos y los
b razos. Como toda incisión, su acto tiene múltiples significaciones, más
all á de castigarse por conductas que ella hace menos por gusto que para
poder existir a los ojos de sus padres, se esfuerza por "cortar" la dependen­
cia con su madre, por romper con la fusión del cuerpo para parirse a sí
misma, disfrutar de su propia existencia. Busca dolorosamente meterse en
el mundo.
Para muchos adolescentes que se sienten prisioneros de sí mismos,
se trata de arreglar un cuerpo que cambia, una carne insoportable. 1 7 Las

1 7 El odio al cuerpo (que simultáneamente es odio a sí mismo) se cruza

43
modificaciones corporales y pulsionales de la adolescencia a menudo
provocan bocanadas de ansiedad cuya virulencia depende de los recursos
del Yo para absorberlas o evitarlas. Las crisis de angustia por lo general
son acompañadas por un sentimiento de irrealidad, de fluctuación de los
límites entre el afuera y el adentro. El miedo al colapso provoca el sobre­
salto desesperado de volverse contra uno mismo para aferrarse a un límite
tangible, el de la piel. La vacilación aterrorizante del sentido sólo es conte­
nida por el freno de la acción que rebana lo vivo. Es un llamado al orden,
al mismo tiempo que es rabia contra un cuerpo que ha devenido irrecono­
cible. El pasaje al acto es una tentativa de recuperar la continuidad psíqui­
ca. Atacando su cuerpo, trata de romper con la sofocación del sentido:
"Necesitaba que lo hiciera sufrir, este sucio cuerpo, dijo Ai'cha. Yo lo odiaba,
sólo me traía problemas. No lo había elegido. No pedí nacer. Desde que tuve el
coraje, lo ensucié realmente: me divertía quemándo me con colillas de cigarri­
llos, o, cuando estaba en clase, agarraba mi cuttery me sangraba, muchas cosas
así. Una verdadera sádica en realidad " (Aft el Cadí, 2002, 1 57) .
Tenso por la sexualización, con la incertidumbre que pesa sobre el
porvenir en ese momento de cruce de caminos, de hecho el cuerpo pare­
ce un obstáculo para el desarrollo de uno mismo. Podemos pensar que
muchas incisiones efectuadas por chicas son una tentativa de retomar el
control de un cuerpo que les rehúye especialmente en el momento de sus
menstruaciones. Decidiendo sobre su sangrado, le muestran a su cuer­
po los límites de su poder. Se esfuerzan en ubicarse como interlocutoras
frente a una carne que se les sustrae. Hablan de su disgusto por las mens­
truaciones, la sexualidad, la maternidad, etc. Un estudio de Rosenthal et
al ( 1 972) muestra un lazo estrecho entre las incisiones y las menstruacio­
nes. Estos autores observan que el 65% de las mujeres que se auto muti­
lan experimentaron una relación negativa con sus reglas. La mayor parte
sufre además de amenorrea o de ciclos irregulares. El 60% de las inscrip­
ciones corporales sobrevienen durante su menstruación, 20% en los dos
días siguientes y 20% en los dos días precedentes. Como es imposible no

en las jóvenes generaciones con la locura por los imaginarios tecnológicos


contemporáneos del adiós al cuerpo: cyber sexualidad, sueños de cyborgisación
de la humanidad, adhesión innumerable de chips informáticos que faciliten
por fin el esfuerzo de existir asimilando lo que resta del hombre a una máquina
sofisticada. (Le Breton, 1 999)

44
s a ngrar, ellas toman la iniciativa, enmarcando o participando activamente
e n un proceso fisiológico que, de otro modo, se les escaparía.
La intención inconsciente, pero poderosa, es a veces despojarse de sí,
c ambiar la piel modificando la textura. Voluntad de regresar al cuerpo
an terior, aquel de la infancia que no era trastornado por ninguna pulsión,
ni ngún cambio, y que los padres, en principio, tomaban a su cargo sin
d e masiados dilemas. Nostalgia de un cuerpo que no interroga al mundo y
que apenas suscita la atención de los demás porque sus necesidades bioló­
gicas elementales no conllevan dificultades. La autoagresión corporal tiene
�o rno objetivo bloquear simbólicamente el desarrollo de un cuerpo inso­
p o rtable que fuerza a nuevas responsabilidades, apelando a una vulnera­
bilidad inesperada. Es una tachadura, un trazo rabioso sobre uno mismo.
Las incisiones son corrientes en las chicas que lo pasan mal, que apenas
se reconocen en su cuerpo y abren en sí mismas una especie de brecha
p ara escapar a la asfixia de ser uno mismo. La apertura de la carne marca
la resistencia íntima a una piel que las contiene mal. Volverse contra la
envoltura es una forma de tratar de deshacerse de ella, una tentativa de
darse forma de una manera diferente para estar por fin de acuerdo con
uno mismo. Abrir la piel remite a abrir el sentido, a liberar las significa­
ciones tanto para retomar el control de una situación que se fuga, como
para tratar de cambiarse. El deseo de romper una insoportable imagen de
s1 mismo.

Existir

"Es bueno que duela, porque prueba que eres real (lo real), que eres vivien­
te (vivo) '', es un discurso que aparece a menudo en aquellos que agreden
s u cuerpo. Vivir es insuficiente, el individuo no ha investido lo suficiente
a su cuerpo, su anclaje en el mundo, le falta experimentar las sensaciones
lJ Ue por fin lo lleven a un sentimiento de enraizamiento en sí mismo. Yo
exi sto en el momento que me corto porque estoy inmerso en una situa­
c ió n de gran potencia emocional y sensorial. El dolor, la herida, la sangre,
fu erzan el sentimiento fuerte de existir por fin. Cuando al Yo le falta apun­
t al am iento en el mundo, y la imagen del cuerpo sufre para establecerse
co mo un universo propicio, solamente las sensaciones vivas ponen al día
l a i mpresión de ser uno mismo. Existir no es suficiente, hace falta sentirse

45
existiendo. Sólo el i ncre m e n to de l a sensac i ó n su pera el de rru m b a m i e n to
de s í y la i n co n s i s te n c i a de la i m agen del cucr po. 1 º
" J{,nía unrz fz.Jación con el dolor, recuerda M a rri n e . l:rrt sin duda d sz((n o
q ue de golpe yo me uoluírt yo. l:l dolor cm una f(nwrl de decir yo. " La i n ci s i ó n
es e nt o n ces u n a m a n e ra d e re i nsert a rse en el m u n d o , de s e n ti r p o r fi n l o s
l ím i tes de s í , de vivi r por u n m o m e nt o e s a u n i ó n del y o y de l a i magen
del cuerpo. Al l í donde n o q ueda m ás q u e e l cuerpo para expe r i m e n ta r s u
e x i s t e n c i a y h acerla eve n tu a l m e n t e reco n o c i b l e a los d e m ás , el corre de la
p i el dev i e n e u n modo de reasegu ro de la iden t i d ad perso n a l . La fal ta de
anclaje e n el e n to rn o , e l sen t i m iento de i n s i g n i fi ca n c i a perso n a l , no dejan
otra o pc i ó n . Yo exi s to porque me s i e n t o y el d o l o r lo atestigua. S i no es
en el m o m e nt o de la i nc i s i ó n , lo se r:í. en el m o m e n to de la c i catrizac i ó n .
"Mis padres pmaban e l tiempo pelerindose _Y _yo tcnírr la impresión de no exis ­

tú; de golpMrme contm un muro de indiférencifl. Huhicm desetzdo q ue elfos


se o cup e n de mí, me p rohíhmz sfllil: No fo hacían )' eso me f{zltrthfl. Cortarme
em unrl m a n em de decirles: dmemne, tóme n me e11 sus /mizos, yo existo, hagrm
rdgo. " ( Lu c i e , 1 7 años) . El co rrer de la san gre es u n tes t i m o n i o de ex isten­
c i a , una p rueba de estar al fin vivo.
N i co L1s ( 1 6 a ñ os) que declara n o experi m e n t a r n i ng u n a d i fic u l tad
perso nal , usa l a i nc i s i ó n co mo u n a m a n e ra d e e x p l o ración de sí: "htoy
aburrido de frz uida , no veo cómo podría estar conectado con fa m u erte. Es
para diuertirme. Prrso el rnchillo por mi lmrzo. Fw corta 1111 poco ftt p iel Fso
es todo. 1:1 do lo r es psicolrJgico, t!Í p u edes domillf1rlo. No se trr1tr1 de sadis m o , es
sólo el p la cer de j uga r con el rnchillo. Puede ser prtm el color de lr1 sangre,
z 1cr

110 lo sé. h ltt 1í11im p tt rt e hizrl!Ttl de mi peno/l(ilidtlrl. Creo q ue esttÍ ligttdrt a


la rtdolescmcia. Cwt n do yo sea p adre 110 creo que rn11ti111íe hacién do lo. fJcro
,

cuando comie11zo rt ir de11wsir1elo lejos, finw p o rqu e lo e11rnmtro rep ugwlllte .

A((l,U llOS .li tlttl ll de los pum tes, otros se co rta n . f:ºs la rn riosidtld, prmt ver el <fc'C­
to. " Aq u í n o se trata d e j uga r rn n la m ue rt e o de d i s i par u n s u fri m ie n to (al
m rn os e n las palabras recogidas) sino de i r m;Ís a ! Lí de s í , de exper i m e n tar

1 8 Ver r a m b i <.'.· n K i m H ew i u ( l 'J 'J 7 , 24 sq. ) . La n ec e s i d a d de srn r i rsc c x i s rir


rt· ro rn a i gu a l m e nr e co m o u n l c i rn w r i v en Li s p LÍ c t i c1s fís i c�1s y d e p o rt i \'as de
"
r i esgo d o n d e j u s r a m e n r e l os a d e p ro s d e c L n;1 n d t·sL· a r "e n c o n r ra r s u s l í m i t es ,
" a tra\'csa rl os" , e n c o 1 H r a r l o s "so p l o s d e a d re n a l i n a" , e r e . N o es a n od i n o q ue
r a m h i é n cs t <.'.· m m· p rese n t e t' n Lis a c r i v i d a d es fís i ca s d l· Li j u ff n t u d , e n e s p L· c i al
rn l a s d e d e s l i 1a 111 i cn ro . ( le B re w n , 2 0 0 2 h ) .

46
una sensación de estar ahí. La voluntad es estimularse, sentir algo fuerte,
como si la vida no alcanzara para hacerlo. ''Estoy atravesando fases donde
rne siento vacío, donde tengo la impresión de no existir" (Stéphanie, 1 8 años) .
Sylvia Plath evoca en un poema sus tentativas de suicidio. "Morir, lo
h ago excepcionalmente bien [ . . . ] , lo hago hasta el punto de experimentar
el sentimiento de realidad." Marie, una paciente de John Kafka, explica
có mo ella se corta lentamente, sin sentir nada al principio, pero dete­
n iéndose cuando experimenta, por fin, la ''sensación exquisita de sentirse
profondamente viva". Ese sentimiento es tan fuerte que ella se contiene
c o n dificultad para no seguir escarificándose también el rostro o el tronco
( Kafka, 1 969, 209) . Describe el correr de la sangre como una sensación
ra n voluptuosa que ella se sorprende porque tan poca gente recurra a ella.
La herida corporal es la búsqueda tentativa de un nivel de dolor o de aper­
rura de la piel que dé j usto la sensación de existir. Una vez alcanzado, la
p resión psicológica se relaja.

Volverse contra uno mismo

La incisión es a menudo retornar contra uno mismo la violencia


dirigida contra una persona o una situación que no puede ser aborda­
da. Pretende llegar a otro, inaccesible, intocable, pero percibido como la
fuente del sufrimiento actual. Se hace a sí mismo lo que desearía hacerle
al otro, mientras disipa una furia que arrasa todo a su paso. Por poder, el
sentimiento de impotencia es conjurado en un instante. Actitud ambi­
valente que, simultáneamente, calma al individuo en las diferentes áreas
de sentido donde se debate. "Prefiero cortarme a mí que a otro. De todas
maneras, no tendría a nadie para cortar" (Anne, 1 7 años). 'jNo voy a sangrar
a mis padres!" (Lude, 1 7 años) . Luc está enojado con su padrastro porque
p iensa que no lo comprende. Pero es imposible que ponga en juego su
agresividad contra un hombre, compañero de su madre, con quien tiene
rnás de lo que dice, y se abre el brazo con un cuchillo que estaba sobre la
rnesa.
Otras circunstancias son eminentemente masculinas y remiten a un
i maginario de la virilidad. La incisión corporal es a menudo una forma
de salir de un impasse relacional cuando las personas no desean llegar
a los golpes pero se encuentran atrapados en una acalorada disputa. El

47
hecho de cortarse la palma de la mano con un cuchillo para hacer brotar l a
sangre es una modal idad extrema para salvar el honor, volviendo sobre sí l a
violencia que era destinada al otro. Aquel que pasa al acto sobre su cuerp o
no ha renunciado a hacer prevalecer su punto de vista, ha hecho reco­
nocer su sufrimiento, afirmando así su virilidad, pero también su digni­
dad. Su adversario permanece agitado, aunque en principio el incidente
cerró la tensión. Esta afirmación de coraj e personal busca una reputación
de "duro" susceptible de proteger al individuo. En el film de Sean Penn,
Indian Runner ( 1 990) 1 9 , Joe y su hermano Franck conocen a una adoles­
cente tumultuosa, coqueteando con la deli ncuencia. Sin embargo Joe se
vuelve policía. Busca encauzarse en un camino más propicio, su hermano
regresó golpeado de Vietnam y su compañera espera un hijo. Pero él se
niega y prefiere huir de sus responsabilidades en una vida fácil que lo lleva
regularmente a prisión. Durante una escena m uy fuerte, Joe, después de
haber intentado retenerlo por última vez, con una mezcla de rabia e impo­
tencia se planta un cuchillo en la palma de la mano mientras su hermano,
conmovido, se alej a. Simultáneamente, Joe le m uestra su sufrimiento por
no poder convencerlo pero también el hecho de que él prefirió i ntegrarse
a la sociedad no por debilidad sino por elección.

Tentativas de suicidio

Se dice que entre 1 30 y 1 80. 000 son las tentativas de su icidio que
comprometen al conj unto de las generaciones en Francia. Alrededor de
800 j óvenes de menos de 24 años se matan cada año. Las tentativas de
suicidio son de 50 a 60 veces superiores. Las proporciones que afectan a
otras franjas etarias no tienen una medida en común. Si bien los j óvenes
se suicidan menos que los ancianos, testimonian en cambio una tasa de
tentativas netamente superior. La m uerte golpea tres veces más a los varo­
nes que a las mujeres; sin embargo las tentativas son más n u merosas en
estas últimas (Barometre-Santé, 2000) .211 En la franja etaria entre 1 5 y 20

1 9 N. del T " Ba j o l a m i s m a sangre" el t í tul o en la ve rs i ó n en espailol .


20 Pe ro las fo rmas de m o r i r no son l as m i s m a s . Los varones usa n , en efecto,
medios rad icales, l a vol u n tad de des t r u i rse es más p ro n u nciada, sin m iedo de
atacar s u apariencia: a h o rca m iento, defenes trac i ó n , arma de fuego. Las m u j e­
res recu rren a esto igualmen te pero en m e n o r p roporc i ó n , u t i l izan a men udo

48
¡1ños, contamos una proporción de 7 para las niñas y de 1 ,9 para los varo­
nes . En las jóvenes generaciones, el juego con la muerte remite primero a
una sed de existencia, separarse de las gravedades personales. La inmensa
m ayoría de las tentativas de suicidio se efectúa por la ingesta de medica­
m en tos. Las niñas que recurren a este procedimiento son netamente más
n umerosas que los varones. Otra modalidad corriente, a medio camino
e ntre la autoagresión corporal y la intención de morir, es la flebotomía. En
efe cto, muchos se tajean las venas de las muñecas.
La tentativa de suicidio es a menudo una voluntad de vivir (Pomme­
reau, 200 1 ; 1 997) . El juego con el límite es el último medio para existir.
Las lesiones corporales son lo contrario del suicidio, todavía se procura
u n a salida. Tentativas de tachar el texto de una existencia devenida into­
lerable, no son en ningún caso un deseo de mutilarse o de alterar dura­
deramente su cuerpo.21 "Suicidio simbólico", escribió sobre esto Sylvie
Frigon (200 1 , 5 1 ) , juego con los límites, asimilable a una ordalía matiza­
da, donde la voluntad de vivir domina todavía. Karl Menninger analiza
las auto mutilaciones como suicidios focalizados, acciones parciales contra
el cuerpo para salvaguardar lo esencial ( 1 938, 203y 237) . Las fl.ebotomías
tes t imonian ese juego ambiguo donde se trata de acercarse a la muerte sin
arrojarse del todo en la boca del lobo. Por el contrario, las mujeres jóvenes
que se cortan hasta lesionarse los tendones, traducen una voluntad de
profundizar un sufrimiento demasiado intenso para poder extirparlo de sí.
Las tentativas de suicidio de aquellos que tienen la costumbre de cortar­
se regularmente indican, por el contrario, un desorden de su ritualidad
í n t ima. Hemos descripto la ceremonia minuciosa de Caroline Kettlewell,
y especialmente la fascinación que experimentaba por su máquina de afei-

medios que preservan su integridad corporal: intoxicación medicamentosa


sob re todo.
2 1 Al contrario de las personas que sufren enfermedades mentales agudas de
las que no hablaremos aquí. Nuestra intención es mantenernos dentro de una
p sicología conservando la perspectiva del lazo social y de una búsqueda de sí
mismo del actor. Recordamos el personaje de Barbey d 'Aurevilly, Lasthenie
de Ferjol, que se mata lentamente "en detalle - ¿y en cuánto tiempo? Todos
l o s días, y un poco más, con las alfileres. Ellas [su madre y la vieja buena]
recogieron dieciocho, clavadas en la región del corazón" . Barbey d 'Aurevilly,
" Una historia sin nombre" Obras romanescas, T2, Gallimard, La Pléiade, 1 966,
347-348.

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tar. Pero cuando ella trata de matarse, sus acciones son una caricatura de
aquellas que efectúa habitualmente. Toma una caj a sucia para recoger l a
sangre, rompe un vidrio y se apodera un brillo de ella. Pero n i bien taj eó
su piel se borró su deseo de morir, el primer corte le dolió y parece más
bien que ha profanado su piel por su falta de precisión. La nostalgia del
rito, el deseo de renovar momentos alguna vez queridos en su lucha contra
la adversidad, se apodera de ella. Ren uncia pronto a la radicalidad i nicial
de su acto. Al día siguiente se compra un nuevo kit de afeitar. "Entonces,
yo era como un famador radiante dejando caer un nuevo intento de parar y
preparándose para volver a su aspiración como un hambriento " ( Kettelwell ,
2000, 1 42) .
En una novela sin duda autobiográfica, aparecida en Londres en
1 963, un mes antes de su suicidio, Sylvia Plath proporciona a su heroína
la intención de matarse abriéndose las venas en un baño caliente. Pero
cuando va a pasar al acto , ella recula: "La piel de mis muñecas se veía tan
blanca, tan vulnerable, que no podía decidirme a hacerlo. " Fi nalmente ella se
vuelve contra otra parte de su cuerpo, su tobillo: "No sentí nada al princi­
pio. Pero al cabo de un instante sentí una fi'na impresión en profandidad, una
gran gota brillante y roja se infoiba sobre los labios de la herida. La sangre se
acumulaba sombríamente, como un ftuto, para rodarfi'nalmente a lo largo de
mi tobillo hacia el talón de mi zapato negro, de charol. 2-' Sylvia Plath describe
a la distancia, como un j uego estético, ese movimiento de colores sobre
el fondo de una especie de desapego de sí m ismo. El m iedo repentino
porque su madre vuelva a la casa detiene su acto. Ella se lava y se cura.

Castigarse

La significación del corte corporal es plural, sólo se comprende a través


de una historia personal. La preocupación de castigarse por su conduc­
ta o su dificultad de acceder a uno m ismo p uede también acompañar el
acto. Los psiquiatras, siguiendo a Charles Blande! ( 1 906) , asocian la auto
m utilación a una búsqueda de autocastigo. Karl Menninger ( 1 938, 249)
retoma el principio por medio de un cuadro psicoanalítico haciendo del
acto una manera de repeler la presión del superyó. La tensión se disipa por

22 Sylvia Plath, La Cloche de détresse, París, Gallimard, 1 972, p. 1 60 .

so
el abandono de una parte del cuerpo. Pero las autoagresiones corporales
d e las que nosotros hablarnos, lejos de ser la búsqueda de una mutilación23
m anifiestan más bien una voluntad de "hacer la piel" para escapar a una
i magen insoportable de sí mismo. Muchos jóvenes declaran su odio hacia
ellos mismos o el hecho de que no se aman. Pero no amarse es primero
no haber sido amado por los demás (o pensar eso) . La autoestima es una
rnedida de la mirada de los demás. Para investir su propio cuerpo de valor,
hace falta sentirse investido por los otros, de lo contrario reina el senti­
miento de estar sin interés, de no valer la pena, de ser nulo. Ese cuerpo que
cambia, donde el adolescente no se reconoce, hace falta castigarlo, o fijarle
una marca, para reencontrarse.
Ciertamente, el alivio no dura mucho y el equilibrista debe seguir
avanzando por el filo de la navaja con la pértiga de volverse contra el
p ropio cuerpo. Cynthia, de 1 7 años, le dijo a Xavier Pommereau: "Cuan­
do mi corazón sangra, y crece la rabia en mí, es necesario que haga eso. Es
como un castigo que me hago . . . por ser una tonta, muy débil, por estar a
merced de los demás. Tomo mi hoja de afeitar y me corto de un solo golpe para
no tener demasiado dolor y cuando mi brazo comienza a gotear sangre, me
acuesto y cierro los ojos en paz conmigo misma" (Pommereau, 1 997, 207) .
Hay a menudo una dimensión expiatoria en el sacrificio de una parte
de uno mismo o en el dolor infligido. Arrepentimiento de haber tolera­
do un hecho vivido como una humillación, imposibilidad de expresarse,
de decir sus sentimientos, de poner término a una situación intolerable,
rabia contra esa impotencia, etc. Uno de los beneficios secundarios de la
cortadura es "castigarse" por haber controlado mal su existencia, tener
que pasar por allí para no ser destruido en el sufrimiento. Por lo tanto,
de forma casi unánime, el sentimiento de culpabilidad surge al final de la
h erida. La vergüenza experimentada por no poder resolver de otro modo
sus dificultades es comúnmente formulada.

Purificación

La cuestión de la conjuración simbólica del sufrimiento no está ausen­


te en la consulta a un profesional. Joe deseaba un piercing doloroso, pero
23 Charles Blondel toma ejemplos de las enucleaciones, castraciones, mutila­
ci ones de dedos, etc. Que desbordan nuestra propuesta.

51
en la tienda a la que concurre, le dicen que él ya tiene los que provocan
más dolor. El artesano le comenta entonces del branding y del cutting.
''Por una razón u otra, un cutting parecía una buena idea ese día. " Decide
hacerse grabar dos l íneas que contienen un ojo sobre un brazo. "La prime­
ra cortadura fue /,a sensación más extraña que jamás tuve. Fue bastante malo.
Pero había otra sensación difícil de describir, /,a sensación del escalpelo que
pasaba suavemente por mi piel como un hilo. Pero poco después comencé a reír
[. . . } Yo no sabía por qué me reía tanto, pero me aliviaba de todas /,as cosas que
me molestaban, el dolor interior que estaba allí hacía mucho tiempo. " Luego
viene el momento doloroso donde la piel se quita para dej ar una marca
más sensible de la figura deseada. "Fue para mí el momento más simbólico.
Cuando me mudé, me separé de una chica con lt1 que había vivido dos t1ños.
Un mes antes de mi partida, el/,a me dejó. Eso me dolió como nunca antes me
había dolido. Entonces /,a piel que despegaba era un símbolo, una especie de
limpieza. Era formidable pensar que ht1bía dos líneas de piel, una por cada
año [. . . J Al salir, tenía un sentimiento maravilloso, /,a impresión de estar
por encima del mundo. Había superado otro de mis miedos. Me había hecho
cortar también por esa razón. La sensación continuó mientras volvía a casa en
auto y se mantuvo por días enteros. "
En los casos de violación, de i ncesto sobre todo, o de tocamientos
sexuales sufridos, la herida repetida es una forma simbólica de salir de una
cotidianeidad sobre el filo de la navaja para reencontrar una existencia que
no tendría mayor problema en i rse con la muerte. Una de las intenciones
expresadas es la de la purificación del Yo como si hubiera all í un medio
de lavar la deshonra por la sangre, y de reencontrar j ustamente los límites
perdidos. El j oven, simbólicamente mutilado, afirma que su cuerpo sólo
le pertenece a él . Lucha activamente contra la disolución de sí (Hewitt,
1 997, 5 5 ; Favazza, Favazza, 1 987, 202; Schapiro, 1 987) . Lo intolerable
de la muerte en la vida y de la vida en la muerte apela a la necesidad de
liberarse de la ambivalencia, de cortar en la intensidad del sentido y de la
carne para que llegue por fin la curación del trauma. La herida infligida
es una tentativa de salir del círculo del sufrimient o produciendo sentido,
esforúndose en volverse activo.
M ichel, actualmente detenido, se corta hace 7 años, por lo menos
una vez por semana. No siente ni ngún dolor haciendo su acto. "No llego
a encontrarme. La cabeza me da vueltas, el corazón golpea, tomo una hoja

52
rfe afeitar, me corto. Wl mejor después. " Durante la entrevista, él se revela,
do da
l·vocando los ''recuer s que ron n': Y al final habla. A los 6 años, fue
d c c i ma de agresiones sexuales por parte de su tío. Nunca le ha contado a
nadi e . Este evento destruyó su infancia. Ha rechazado por mucho tiempo
d horror gracias a la heroína, antes de encontrar una respuesta más eficaz
:i sus ''angustias" recurriendo a los cortes.

Haciendo correr "la mala sangre", está purgando la angustia escondi­


da, se esfuerza por "lavarse", a la imagen de Caroline Ketdewell que decía
reen contrar su "limpieza" al final de cada cortadura (2000)24• La sangre
d rena la parte mala de sí, lo deja provisoriamente puro. "Cuando el dolor
co mienza a hablar, lo hace silenciosamente. Si voz aparece como una cortadu-
111 en la pierna, una quemadura en un brazo, una piel despegada o raspada

regu la rmente. No hay sonido, solamente un malestar y un dolor silencioso


que toma la forma de otro dolor, auto infligido, y cuando este segundo dolor,
colateral sobreviene, se articula en la sangre o en ampollas segú,n vuestra
definición, aunque no sea un lenguaje que ustedes aprecien", escribió Janice
McLane ( 1 996, 1 1 1 ) a propósito de las secuelas de violencia sexual.
La herida corporal es una memoria del trauma reavivada sin cesar, una
tentativa siempre a renovar para retomar el control. La repetición marca la
persistencia del sufrimiento. Todavía faltan las palabras o los interlocutores
para expresarlo. Lo indecible del evento encuentra únicamente el lenguaje
Je u n cuerpo que debe sangrar y ser castigado por la injuria. La herida
t;' ,nbién revive un borde, allí donde, en especial en los casos de incesto,

roda límite simbólico ha sido destruido. Es más bien una ''voluntad de


sobrevivir" (Killby, 200 1 , 1 26) , de ninguna manera una sed de muerte.
Pero los marcos de referencia alterados por la violencia de otros no vuelven
a su solidez anterior. Si la herida reintroduce un límite, se desmorona de
i n mediato, obligando a comenzar de nuevo cuando las olas del sufrimien­
to vuelven a golpear los diques de un Yo muy magullado todavía para
resistir. Nuevamente se impone la necesidad de un límite inscripto sobre
l a piel para reencontrar sus marcas de identidad.

24 Las tentativas de suicidio atañen en profundidad a los jóvenes que han


sido víctimas de abusos sexuales. En el Centre Abadie de Bordeaux, en 1 996,
sobre 32 1 jóvenes suicidas con edades entre 14 y 25 años, 76 de 254 chicas y
� varones sobre 67 declararon haber sufrido violencias sexuales (Pommereau,
200 1 , 1 1 1 ) .

53
El esfunzo d o l o roso de sal i r del tra u m a tro p i eza co n el estrec h o a ncla.
j e de la h e rida en el even to q u e b usca s u pe ra r. El rito í n t i m o está e n carcela
<lo en u n a memoria q u e se trata de con j u rar. La ú n ica salida para que ces\
la repeti c i ó n <le la h e r i d a es otra m a n era <l e e x p resar el s u fri m ie n t o , ya ne
med i a n te el cuerpo s i n o por las palab ras , a a l g u i e n que pueda com p ren.
derlo. S ó l o u n a memoria l iberada e n u n c iada por l a palabra y no por el
dolor y la sangre, es suscep t i b l e <le ro m pe r el h ech izo de l a herida repetida

Inscribir los signos

Si b i e n las i nc i s i o n es hechas en secreto s o n mayo ri tariamente femeni­


nas, l as quemaduras de cigarri l l o , los "pacto s de sangre" y los tatuaj es reali­
zados p rec i p i tada m e n te son por lo ge n e ral mascu l i nos. El s i g n o corporal
que se i n fl ige del i be radame n t e es u n a m a nera de acelerar al pasaje, de
convocar al t i e m po para deve n i r fi n a l m e n t e u n o m is m o , a part i r de a h o ra,
s i n esperar más. B ricolaje s i mból ico para p rec i p i ta r la l l egada de u n estatus
deseado mostd.ndole a los o t ros h asta qué p u n to u n o esd. a la altura de
l as c i rc u n s ta n c i as . Búsq ueda de mad urez p o r medio de u n rito personal
que es e ficaz s i rea l m e n te l e da al j ove n el s e nt i m iento de haberse vuelto
ese otro que tanto d esea. Y a men udo l a metamorfósis en efecto se opera.
En la adolesce n c i a , los tatuajes real izados por u n o m is m o y l ast i m á n do­
se, co n res u l tados de m a l a ca l idad , son s ignos de i d e nt idad esc r i tos den tro
de la p i e l en un m o m e n t o de d u d a , d ur a n t e la ri t u a l i zac i ó n pen osa de un
pasaj e e n tre dos o r i l las. f:stas son i nc i s i o nes, pero s u b l i m adas, co n tro la­
das, eve n tu a l m e nt e re iv i n d i cadas co n fe ro c i d ad ( q u e no es el caso con las
otras i n c i s i o nes) . Por l o ta n t o , l as sign i fi cacio nes e n la o b ra n o est;Í n m uy
alej adas. La p i e l se bri nda como u n espac io t ra n s i c i o n a l para s u perar u na
p r u eba perso n a l . Esos tatuajes dcctuados cerca de la p u bertad , de manera
sol i taria o co n la co m p l i cidad de u n a m igo , re m o n ta n a u n m o m e n t o de
c r i s i s , de d i ficu l tad de e nt rar en la v i d a . Escri b i e n d o sob re su cuerpo, y
sobre todo ren u n c i a n d o a rec u r r i r a u n p ro fes i o n a l , el adolescente to ma
sus m �l l"L·as co n el m u nd o , busca a p ro p i a rse de u n cuerpo que cam b i a y le
da m i edo. Est;Í e n p l e n a meta m o rf() s i s y p rueba reto m a r el co n tro l d e sí
m i s m o . La m a rca c u d nea es una tlmn a d e p o n e r d i sta n c i a d e l a angustia o
del m a l estar de v i v i r que lo to m a en u n c ru c e de cam i n os d o n de n o sabe
q u t'.· d i rccc i ú n segu i r.

54
El tatuaje hecho por uno mismo es a menudo masculino, manifies­
rJ una voluntad de ruptura con un medio anterior. Es un juego con un
¡ in aginario de la virilidad. De factura corrientemente simple, hecho con
d i ficultad con la mano derecha sobre la muñeca opuesta o en las piernas,
c o n un equipo improvisado, doloroso, obedece a menudo a la voluntad de
··marcar" una relación afectiva percibida entonces como esencial. Forma
d e incorporar a aquel o aquella que tiene en su piel por medio de su
11ombre o de sus iniciales, incluso de una dedicación amorosa. Ese apuro
de posesión del otro ilustra también cuánto el joven está obsesionado por
e l miedo inconfesado de estar solo. Luc, de 1 6 años, se grabó sobre el
b razo izquierdo sus iniciales y las de su amiga dentro de un corazón. Es su
p rimera relación amorosa. Es un sismo inesperado que por fin le da alegría
de vivir. Apenas puede imaginar vivir sin esta joven compañía. Previamen­
r e han hecho el amor algunos días. La incisión en la carne es un pacto de
s a n gre, una determinación de eternizar la relación. Un seguro simbólico
so bre el futuro para que el otro no se aleje. Algunos años más tarde, él
se pregunta cómo hacer desaparecer ese signo comprometedor deveni­

do fuente de conflicto con su nueva compañera. Esos primeros tatuajes


adolescentes buscan j ustamente otorgar una consistencia a aquello que es
vivido como dolorosamente frágil. El compromiso se efectúa olvidando
que un momento de la vida no es la vida y que una incisión o un tatuaje, ·
i ncluso mal hecho, es, en adelante, parte integrante del paisaje de la piel.
Muriel, ahora con 22 años, recuerda una relación caótica, a sus 1 6
años, con un muchacho adicto de 1 7 años. La primera vez que ella se
marcó la piel, estaba en un parque con una amiga. Su novio entonces
estaba en prisión: "Estaba en el parque donde pasábamos todo el tiempo con
él. Encontré un pedazo de vidrio, estaba infeliz, empecé (se ríe) a marcarme a
mí misma y todo. Al principio tenía una F, y después, creo quefue después de
La doceava o treceava vez que él estaba preso, que hice la N, por suerte él no lo
ha hecho más (risas). No lo preparé, estaba sentada, vi un pedazo de vidrio y
ya, fue sobre la marcha. " Ella ''graba" las iniciales de su compañero sobre su
b razo izquierdo. En un primer momento, Muriel se hace cargo de restituir
si m bólicamente a su novio por medio de hacerse ella misma lo que cree
que él sufre en prisión. Cuanto más lo amenazan, tanto más ella se borra
a sí misma en un sacrificio consentido e inconsciente para restablecerlo
en su potencia. De este modo le dice que le pertenece en cuerpo y alma.

SS
Adem�ís, l o s u b raya mostrando las c i c a t r i ces a sus pad res, a s us a m i gos }'
a m i gas. 'El m b i é n es u n a ten t a t i va de reten er u n a rel a c i ó n a m o rosa q ue
s i e n te a m e n azada : "Me dije rz mí mismrl, si me gmbo sus iniciales, él es mío,
w1die mds lo hrl hecho por él, él es mz�y mío. " [ ,os com portam i e n tos d e su
n ov i o a p e n as ca m b i a n , a u n q u e d i ga q u e est�Í "(}} gulloso " y le guste m i rar
las m a rcas m ie n t ras le d i ce q u e es d "lom ". A l l í, s i n d u d a , M u ricl d escu bre
u n a fo r m a e ti cu. de l uc h a r co n tra su s u fri m i e n to . En efecto , e l l a m a n t i ene
el acto d e cortarse, y e n c u e n t ra u n a fo r m a d e ca l m a rse: "/,t1 p rimcrtl vez,
lo hice con un /Jidrio que c11co11tré y después, co 111 0 111u1 locil, dos o tres días
después rcprzsé por encinw de Iris cortr1dums con una hoja de a_/('ittlr, y en esa
épom me pilser1br1 con 1111 cortttplu mas en mi orrtcm, ento11Cl's se habír1 vuelto
prdctimrncntc sistemdtico, ¿te dils rnentt1? lím pro11to il(r;o stllífl mt1I, _yo repa­
saba encima. /,o hice dumnte 1m año. Cmi tod1ts ltls som1w1s. "
B e rn a rd , hoy co n l a edad de 27 a l1os, se h a cortado a los 1 5 a ños, en
m u ch as ocas i o nes, d ur a n t e "pcrlodos oscuros ". 1 )eseaba ex p e r i m e n t a r s us
l í m i tes. Co m p a ra s u acto con el ''primer porro " o al hecho de i nvo l uc ra rse
"
en cosm sigilosm, prohibidas ". Se graba las i n i c i a l es d e su a m i ga de ese
m o m e n to. Ren ueva m u c h as veces los cort e s d ur a n t e m o m e n to s d i fíc i l es.
"F\pcrimmttlbr1 uwz cicrttl alegr/a al h11cerlo. h·a corno w1a /Jtil/Julfl, r1(r;o que
te Í1t1dr1 ropirm: "
J o h n se ha cort ado m uc h o t i e m po y se h a hecho sangrar porque "era
lo lÍ11ico que se podlfl hflccr ", s u v i d a "h1thú1 estado 11u�y rctorcidr1 en todos
los scntidos " y s i n n i n gú n sos tén afectivo p o r p a rt e d e los d e m á s . La m e n t a
s i n d u d a a q u e l l as cicatrices , pero m �ís q u e nada p o r q u e las p reteri ría en
o t ra parte. Ad m i te q u e se h a cortado sobre tod o p o r "ocio " y p o r '!1wclús­
mo ". U n d ía co m p ró u n esca l pelo en u n a t i en d a . Y deci d i ó cortarse p a ra
graba rse u n a fi gu ra geo m <.'.·trica. Su elecc i ó n csd en el costado izq u i e rdo de
su caja ro dcica, a u n q ue él reco n oce q u e n o es el m e j o r l u ga r. En dccro,
experi m e n ta u n vivo d o l o r c u a n d o co m i e n za s u t rabaj o . Ha to m ado tod as
las p reca u c i o n es de aseps i a . Fs ta p reo c u p ac i ó n p o r la h i g i rn e d i s t i ngue
los co rtes h echos co n l a i nt e n c i ó n de i nscri b i r un signo e n su c u e rpo de
a q u e l l os cortes hechos p o r i m p u l so . Pe ro al u 1 n t i 11 u a r su acc i ú n , el d o l o r
s e h o rra y J o h n s i e n te "un 1rliflio i11crdhlc CO l l / O si /,¡ piel s e h11 hintl q11itarlo ''.·
" Vimm tl mi mente, c11drt 11ez q11c me quito mi l�shirt, /r; c1t111ció11 y el dolor
tic ilqucllil 11ochc czumdo tlgng11/ csils l/11etls tl mi rne1po. " Vo l u n tad de tener
u n c u e rpo para uno m i s m o , p u ri fi ca d o , reto m a d o .
El empeño para marcar su cuerpo traduce también la toma de pose­
sión simbólica radical de sí mismo. En referencia al estilo de música que
es cu chaba en esa época, Eric, de 1 7 años, se tatuó la inscripción Heavy
¡\;fetal sobre el brazo con una aguja empapada en tinta. Quería romper
c on sus padres provocándolos. Ese acto de independencia es, igualmente
e n es tas circunstancias, un acto de lealtad, por ''mimetismo ", dijo, a otro

,,ru po: "Sólo quería impresionar a mis padres. . . La mayoría de las personas
�ue en esa época escuchaban hard tenían un aire agresivo, los cabellos largos,
J1aquetas negras, todos con los brazos tatuados. Hice lo mismo. " Para unirse
si mbólicamente a un grupo con el que ella deseaba relacionarse, Laura se
h i zo, ella sola, tatuajes rudimentarios: "Tenía 13 o 14 años y me la pasaba
con una banda de amigos todos mayores que yo, todos habían pasado por
ttZt dores o se tatuaban ellos mismos. Les pregunté cómo habían hecho. Me
ua
exp licaron que se hacía con una aguja y con tinta china, entonces empecé a
htZcérmelos con una aguja de coser. Es muy largo, muy doloroso, es un horror y
da resultados asquerosos " ( tatuadora, 2 1 años) .
Ese tatuaje inaugural, a menudo poco planeado, hecho por uno mismo
de una manera furtiva, lejos de las tiendas de los profesionales y de su
cultura, responde a una urgencia personal, y es una manera de ponerse en
oposición, de dar nacimiento a otra versión de uno mismo. André se tatuó
tres puntos en triángulo sobre el hombro izquierdo en los baños de la
escuela. Reproduce, sin conocer el significado, un signo que vió en algún
otro. La intención de afirmarse está redoblada por el hecho que le gusta
mostrar su tatuaje "para asustar", para verse como un ''duro ". Los cortes
corporales en los varones, al contrario que en las mujeres, a menudo se ven
co mo trofeos, emblemas de virilidad que vienen a sellar las dudas sobre
uno mismo. El tatuaje, incluso mal hecho, representa un aura imaginaria
de potencia y de peligro que incita a los demás a poner distancia, a evitar el
conflicto. Coraza que produce una seguridad renovada, parece confirmar
u n a identidad difícil de establecer. Ayuda a reconstruirse.
Pascal, de 22 años, electricista, participa de la movida Black Metal.
Dice que la música forma parte del 90 % de su vida. Su enfoque es radical
en esta búsqueda de límite del significado más cerca del cuerpo, esta nece­
si d ad interior de sentirse existir poniéndose a prueba, mientras idealiza
u na visión "gótica'' del mundo que le da carne a su existencia: ''Primero

empecé a abrirme los brazos, estoy lleno de cicatrices en los brazos. Solo algunas

57
1¡d. Pero ahora es mayor y dispone del dinero suficiente para hacerse el
; J n1aje que sueña: un dragón tribal. Katt da la impresión de querer marcar
,u cuerpo de manera visible, de tomar posesión simbólicamente. La marca

es un signo de pertenencia a sí misma.

En las instituciones cerradas, que agrupan poblaciones marginadas


p or la sociedad, las marcas corporales son un recurso para crear un lazo,
i nscribirlo sobre la piel como una memoria indefectible. Constituyen el
i n ici o de un entre-sí permitiendo fijar fronteras simbólicas en un espacio
p o r lo demás anónimo. En Grandview, un correccional canadiense para
.1 dolescentes, las inscripciones cutáneas abundan (Ross, McKay, 1 979) .
A menudo expresan la lealtad a una "novia'', una confidente. Sin que
L1 dimensión sexual esté en juego, se marcan entonces sus iniciales, su
nombre, un eslogan. La mayor parte de las inscripciones son, en efecto,
bíblicas, testimonian una alianza, un contrato mutuo en el que el perga­
m i n o es la piel, a menudo un medio de presión cuando la "novia'' plantea
problemas. Incluso si remiten a la historia personal, el hecho de "grabarse"
es u n a condición esencial de pertenencia al grupo. Las chicas que rehúsan

hacerlo son marginadas, incluso mal vistas por las otras internas.

La sangría identitaria

La sangre es un recordatorio consciente de la seriedad del evento,


y también del precio de existir. '¿Hay alguna cosa más fascinante que tu
propia sangre? dice Caroline Kettlewell. Su roja belleza. Su pulsación inme­
diata [ . } La idea de la sangre me lla ma, hipnótica y seductora. ¿ Cuántas
.

ueces conocemos la sangre de nuestras venas? Se revela únicamente como el


mensajero de una mala noticia: herida, enfermedad, el repentino deslizamien­
to de un cuch illo o el pinchazo del médico. ¿Por qué sólo la encontramos en

el desastre?" (Kettlewell, 2000, 4) . La sangre es ambivalente, substancia de


v i da y simultáneamente de muerte, posee una doble cara propicia para los
u sos terapéuticos tradicionales. Sus poderes en materia de curación son
am pliamente extendidos en las medicinas populares. Por cierto, la sangre
que brota de una carne lastimada es objeto de horror, toca las prohibicio­
nes esenciales: en primer término aquello que la hace brotar, el respeto a la
i ntegridad del cuerpo, el miedo a la muerte. Nada nos es indiferente vién­
dolo fuera de su receptáculo corporal. Substancia eminentemente cargada

59
de sentido, cristal iza un aura de sacral idad. Un reflej o de represen tacio.
nes la vuelve una substan cia peligrosa de m a n i p ular. Muchas sociedade�
h umanas controlan el fl u j o con rigor, por ejemplo, asignando a la sangre
reglas con estrictos tab úes . Aunque con l l eva menos cuestionamientos que
los trasplantes de ó rganos, la transfus i ó n de sangre n u nca es u n a acción
médica tra n q u i l a para el receptor. Que la muerte haya podido gol pear
a través del S I DA, por transfusio nes sangu íneas po rtadores de gérmen es
de la i n fecci ó n , ha redoblado la amb ivalencia de n uestras sociedades al
respecto.
Como l a sangre viene también del i n terior del cuerpo, se l a asocia a
men udo con el alma, encarna j ustamente la i nt e rioridad. Que franq uee
el u m b ral de la piel rep resenta u n a fract u ra i n to l e rable, ya no está en su
lugar. Confro n tación metafr)rica con la muerte, no l a podemos ver sin ser
golpeados de rebote. Pero si b rota de un corte deli berado , entonces parti­
c i pa de la l i berac i ó n de lo sagrado para uso perso nal. El i n d ividuo la m i ra
correr len tamen te con fasci nació n , está en otro mundo. Es el amo de l as
heridas que s e i n flige. El sufri m iento está an tes que el acto , en senti r q ue
la existencia i mp lica una violencia frente a l a que el i ndividuo no p u ede
hacer nada. La sangre, s i gno de vida, asociada al co razón que late m ien­
tras esté encerrado bajo el c i rc u i to de la piel, está del lado de la m uerte
s i brota del cuerpo. " El acto de verter la sangre debe ser el más podero­
so un iversal mente, como ejemplo de at ravesamiento de la barrera e n tre
l as partes i n ternas y las externas del cuerpo" ( H ewitt, 1 997, 1 6) . Pero la
sangre también es el signo b r i l l ante del entrecruzam iento de la vida y la
m uerte. S ímbolo efi caz en las manos de quien lo em plea, la sangre de la
i n cisión es u n elemento esencial de l a d ra maturgia inventada por q u i e nes
no pueden más. Es como un h umor mal igno que se alej a del cuerpo, u na
"mala sangre" que marca la toma de distancia con el sufrim iento.
M uchas personas que se cortan así, cuent a n que al ver los co rtes su
cal ma se ex tiende ( Favazza, Favazza , 1 98 7 , 1 94 ) . El las las m i ran como un
b�ilsamo visual sumado a la sensac i ó n fís ica de alivio debido al corte. Su
col o r vivo es u n reco rdatorio para l lamar la atención sobre la realidad q ue
se i m pone con fuerza. M arie cue nta cómo l a sangre q u e recu b re su piel le
da "un bano voluptuoso, lrt sensrtción de un mlor pltzccntero q ue se extiende
sobre todo su cuerpo, moldmndo los con tornos _y esculpiendo su forma " ( Kafka,
1 969, 209) . " S i e m p re y cuando algu ien tenga sangre, escribe Ka&a, l leva

60
en sí la trama del objeto transicional capaz de darle el calor y el confort de
la envoltura" (209) .
Para Martine, la vista de la sangre era al principio insoportable. Por
ranto, cuando se cortaba las sensaciones eran bien diferentes: ''Había vérti­
ITO,
,,
malestar, incomodidad, y al mismo tiempo un júbilo al ver la sangre.
Me acuerdo de una vez que me corté más fuerte de lo que quería. Tenía una
,degría al ver la sangre que corría, corría en abundancia y era un júbilo. Pero
tttmbién tenía un temor muy grande porque estaba desequilibrada, de hecho
l'staba en peligro. " Muriel, que se marcó con un trozo de vidrio las iniciales
de su novio preso, contó cómo la vista de la sangre la tranquilizaba: "\lés
!rt sangre, es realmente una parte de vos, está en vos, te hace vivir y ves cómo
({} rre. Sabes que vives. Cuando te cortás sentís sensaciones, te sentís viva. Es
({}mo si supieras que tu vida te pertenece. Sé que yo puedo hacer correr mi
sangre cuando quiera, soy realmente ama de mi cuerpo, existo. Ese es un poco
el sentimiento cuando ves correr tu sangre. " La práctica de la incisión es una
especie de sangrado identitario, un brotar metódico de la sangre para una
relación más feliz consigo mismo y con el mundo. Un rito personal para
conj urar el malestar de vivir a fin de purificarse.

La. cicatriz

En el estatus de las cicatrices también hay un analizador de las rela­


ciones diferentes con la piel según la construcción social de los sexos. En
l o s varones, especialmente en los medios populares, las cicatrices producto
de accidentes, las agresiones, las pruebas físicas o deportivas, a menudo
son vividas como trofeos de identidad, marcas tangibles de una virilidad
i ncuestionable. Tener la piel dura provee un estatus a los ojos de los demás,
y por lo menos autoestima. La tendencia viene de lejos, fue observada,
p or ejemplo, por Bloch y Niederhoffer, en los años '60: "En las bandas de
negros o de portorriqueños, muchos varones ostentan con orgullo cicatri­
ce s de golpes de cuchillo, aunque puedan haberlas adquirido involuntaria­
rn e nte en el transcurso de un combate de bandas. En los años siguientes,
e sas cicatrices [ . . . ] son a menudo exhibidas orgullosamente por hombres
rn aduros, como prueba de su fuerza" (Bloch, Neiderhoffer, 1 963, 1 30) .
Además, las cicatrices son a menudo erotizadas por los varones, lugar
i rnportante del narcisismo individual, pero también por sus parejas feme-

61
ninas a las que les gusta acariciarlas o abrazarlas como marcas de virilidad.
Los hombres las viven m<is corrient emente como un signo de identidad ,
como una afirmación de la fuerza del carácter.
Las chicas se preocupan a menudo de marcas susceptibles de ser mal
interpretadas por sus parejas masculinas. Ésas, en efecto , contradicen a sus
ojos la seducción que se les impone a ellas como un deber ser. A menos
que se trate de chicas inmersas en un proceso de autodenigración, en cuyo
caso apenas tienen la preocupación de ahorrárselas. En el conj unto, l a
cicatriz es aceptada como un s igno fuerte si es lo suficientemente discreta
para pasar en parte desapercibida y que ellas puedan sim ultáneamente
investirla de su atención como l a memoria viva de un momento difícil ,
pero superado.
La cicatriz es una manera de fijar el mal en tre quienes se dañan el cuer­
po en profundidad, encarna el recuerdo del control de un sufrimiento, de
un control sobre uno mismo. Mirándola, el individuo a menudo experi­
menta tranquilidad, el sentimiento de haber superado un período penoso.
La marca dej ada por una cirugía simbólica es un signo virtual de curación.
Se i nscribe en los meandros de la h istoria personal donde los sucesos están
siempre suj etos a revisión, recuerdan el pasaje por un episodio doloroso o
son el signo de una antigua indignidad. Es percibida como una deshonra
o como un motivo de gloria, según l as circunstancias. A menudo es reivin­
dicada como un elemento esencial de la identidad personal, un motivo de
orgullo.
Si bien la propia mirada sobre uno m ismo es la primera fuente de
sentido, se enraíza primero en la mirada del otro. La relación amorosa, por
ejemplo, puede erotizar una cicatriz y borrar desde entonces la carga nega­
tiva que tenía asociada. A la i nversa, también puede a men udo crear una
dificultad, si la pareja (hombre o mujer) choca contra ese signo del cuerpo
como un obstáculo penoso. La apreciación de la cicatriz personal, sobre
todo si se trata de viej os cortes o quemaduras deliberadas, se enreda co n el
j uego del deseo, de la conveniencia, de la imagen de sí mismo. Cristal iza
el sentido, pero nunca de un modo congelado, sólo los albures de la histo­
ria personal son susceptibles de en unciarlo. Así, las cicatrices a menudo
son vividas como el tranquilo recuerdo de un viej o momento. O a veces
como el honor de haber pasado por allí. Pero ese valor reside primero en
la mirada de los otros, de aquellos que importan . Ya l o hemos dicho, los

62
\ ' arones o los hombres viven más fácilmente sus cicatrices como un signo
de i dentidad, como una afirmación de la fuerza del carácter.
En el conjunto, el apego a la cicatriz es claro. Marca sobre el cuerpo
u n momento intenso de la historia personal y quitarla sería entonces una
fo rm a de negación. De manera significativa, Bernard dice que ha tenido
s u e rte de poseer esas marcas: ''Es un poco idiota, pero no es como las cicatri­
(CSde un accidente, por ejemplo. Son mis cicatrices propias, aquellas que me
hice yo mismo. Tienen una significación porque te las has hecho en un cierto
período, es íntimo. "

Los testigos del corte

Si el individuo que altera su cuerpo lo hace de una manera delibera­


da para retomar el control durante un episodio de sufrimiento, está en
búsqueda de una redefinición positiva de sí mismo. Por lo contrario, para
los testigos del acto o para aquellos que ven las consecuencias sangrantes o
simplemente la cicatriz, la empresa es insoportable y provoca temor.25 El
ataque contra el cuerpo provoca un reflejo intolerable de identificación: el
testigo impotente se ve por un instante en el lugar del otro. La ebullición de
la emoción marca la ruptura brutal de lo prohibido: el cuerpo profanado,
la sangre que corre, el dolor infligido. La defensa más común es considerar
como un cliché tranquilizador la "locura'', el "masoquismo" para empujar
el acto hacia lo impensable, neutralizarlo relacionándolo con una catego­
ría moral fuera de toda razón. Robert R. Ross y Hugh B. McKay explican
que incluso antes que a "los años de exposición a traumatismos físicos, los
equipos médicos reaccionan con repugnancia a las injurias que las perso­
nas se infligen automutilándose. La reacción es sin duda más acentuada
en aquellos que tienen responsabilidades a su cargo, como los trabajadores

sociales, el personal de las instituciones, los equipos médicos o los padres.

2 5 A menudo, para poder abordar estas cuestiones de redefinición de uno


rnis mo por medio del dolor o el corte, especialmente durante el curso de la
Maestría de Antropología Médica, pude medir la viva resistencia de los estu­
di antes o de los auditorios a poder concebirlos de otra manera que no sea una
forma patológica para poner fin a un cuestionamiento insoportable. Es preci­
samente en esos lugares ambiguos donde la antropología debe penetrar, porque
son los más significativos.

63
La actitud frente a un individuo ensangrentado , quemado , escarificado
o estro peado es por lo general una mezcla de horror y de culpabil idad"
( Ross, McKay, 1 97 9 , 1 0) . El entorno está i ndefenso y no tiene palabras
para comprender un acto que les parece sin medida, absurdo, golpean do
con fuerza los recursos de ident i fi cación con el otro. Caroline Kettlewell
cuenta así la confusión de sus padres después de haberla sorprendido en
los baños de su escuela secundaria mientras se taj eaba el brazo. '¿Por que
ese silencio? Estoy segura que esta cuestión hace que los otros se sientan terrible­
mente incómodos. Porque habltlr daría sentido, substtincia y permanencia al
evento. Porque nadie querría imaginarme en serio de otro modo que sólida y
digna de confianza " (2000, 23) .
M;is alhi del prej uicio corriente que en principio estigmatiza el acto
remitiéndolo sin examen del lado de la locura o del masoquismo, las
autoagresiones corporales a menudo conllevan también el reflejo de un
vocabulario de den igración o de un j uicio a priori que impregna, a su pesar
(?) el vocabulario psiquiátrico : automutilación, autoagresión, int e n to de
suicidio, violencia autoinfligida, etc. Los térm i nos fallan para designar la
in tención de las personas que real izan estos actos, y las encierra, en prin­
cipio, en una sintomatología que no dice nada de la confusión que sienten
o de la búsqueda de supervivencia. Por el contrario, asignan la conducta
a una alteridad i nsoportable. Montan un cordón san i tario neutralizando
de antemano todo cuestionam ienro. Una pantalla viene a obscurecer la
co mprensión del acto , corta paradojalmen te la palabra en lugar de i nducir
el cam ino del pensamiento. Numerosos testimon ios in forman de cómo
sufren una d i fícil acogida las mujeres norteamericanas que atentan contra
la int egridad de sus cuerpos, que son curadas en fo rma agres iva, a menu­
do cosidas sin anestesia, consideradas como en fermas y como "pérdidas
de tiempo" ( Kilby, 200 1 , 1 2 8 ) .
Sabiendo la atención extrema que suscita en los dem;is l a vista d e una
herida in fligida en esas condiciones, el individuo la mant iene para sí, la
cura él m ismo en la intimidad de su cuarto o del baño. El acto la mayo ría
de las veces es vivido en soledad, como una especie de locura Íntima que, al
mismo tiempo calma pero también brinda el senti m iento de estar aparte ,
de no ser del todo "normal". Ese sentimiento de vergüenza experimen tado
frente al corte aparece regularmente en los testimonios. Martine recuerda
heridas, a veces importantes, en sus m uñecas. Para eludir las preguntas

64
111 uy precisas de su entorno, culpó a un pestillo en su puerta con el que se
,i r�1üó por accidente. Ella habla de "el malestar para dejar la normalidad.
/)el temor del juicio de mis padres y que tomen conciencia que yo no soy del
rodo la persona que ellos creen tener enfrente. No era posible confrontarse con
otl idea. " Unos quince años antes, regresando a ese período de su existen­

c i a , dijo sentir una ''culpabilidad " por haberlo vivido. Siempre oculta ese
e p is odio, incluso con su terapeuta. ''Estoy loca por hacer eso " es un discur­
so c omún que traduce claramente la dimensión de estar atravesando por
u n pasaje delicado que permiten los cortes corporales. Prótesis provisorias
para apuntalar el sentimiento de que el yo se desvanece, demasiado rasga­
do para soportar la angustia cara a cara. El sentimiento de vergüenza que
�1co mpaña casi todos los cortes es una garantía del retorno hacia un nuevo
i n vestimento de sí mismo.
Muchas de las personas interrogadas, que nunca habían hablado con
nadie de sus cortes, sorprendieron a sus parientes al revelar sus cicatrices.
Pero nunca osaron hablarles de ellas, y al mismo tiempo tenían la inquie­
tud de no ser interrogadas por ese tema. En esta perspectiva, las cicatri­
ces, si existen, son cuidadosamente ocultadas, las relaciones más íntimas
susceptibles de inducir explicaciones, son evitadas. Por lo tanto, la expe­
riencia muestra que su descubrimiento por parte de los demás contribuye
a que la persona salga de su autodenigración y le brinda la primera distan­

cia propicia. K.im Hewitt lo dice finamente: ''Hace unos años una amiga
lllUJ cercana me había confesado que ella también se cortaba. Escuchándola,
percibí por primera vez que no estaba solo. Me di cuenta que el cuerpo tenía
u n paisaje privado sin pala bras, supe entonces que tendría que encontrar un
le nguaje para habla r de mis cicatrices" (Hewitt, 1 997, VIII) .
Entre aquellos que reivindican su acto o desdeñan las críticas de su
l'n to rno, una afirmación retorna de manera constante: "Mi cuerpo es mío,
con él hago lo
que quiero. Es la única cosa que puedo controla r. Yo soy la dueña.
Si yo quiero hacerlo, el equipo, las chicas, o tú y tus leyes no pueden detenerme.
Si yo decido marcarme, lo hago. Nadie puede detenerme. Si yo quiero engor­
dar, puedo. Si yo quiero parecer fea, puedo. Tus hombres pueden castigarme,
¿y qué? Soy yo quien controla. Si ustedes me castigan, yo los controlo al mismo
tiempo que ustedes me controla n': dice una reclusa de Grandview al terapeu­
t a qu e se esforzaba en poner término a su comportamiento (Ross, McKay,
1 979, 1 33-4) . Discurso ambiguo que habla sobre la potencia personal y

65
j ll l'ga co n l os d l' m ;Ís co 1 1 t ro Lí 1 1 d o l os co n s u co n d u c t a . Lsta j oven m u j er 11 (
i g n o r a q u L· l' n Li l r i m a i n s ta n c i a m ;u H i L' n e el pod e r. A t aca n d o a su cu np0
s u b o rd i n a p rn v i so ri a m e n t e a l eq u i po , p reoc t 1 p;1 d o s en c ur a rl a y ocu pán
d os e d e l' l l a , re m i e n d o que e l la vuelva a h acer l o . Es c i e rr o que s u c u c rp(
le pnt L' l l ell" , p e ro p o r m ed i o de él e l l a u m b i c' n s u j eta a los d e m ;Í s . " }(
lo had11 solr1 e n 111 i rnrtrto rn 1 1 1111 tscrrljh'lo ro hifrlo r l mi pr1rlrc. I >cscrn:r¿_ab1
111i uíklll. Hifhír1 rwrrcrrs, cicrttriccs. Flil lo r¡11t _ ¡10 r¡11enír. A1c crtlnlflhif per1
trnnhic;n 11//' palllitír1 11111stlilr lili st!f·i·illl im to ti torio l'l 11w ndo. Pero de hcchc
yo disi11wlt1hif mis cicr1triccs npnw1rlo r¡11c a�r.:,1tit11 l11s rlesrnhrie1t1 " ( S tc'p h a.
n i e , 1 8 a í10s) . A m h i va l c n c i a d e l j u ego e n t re m o s t ra r y ocu l tar. La c i ca trb
est;Í d i s i m u l ad a a la v i s ta de los o tr o s . A l gu n os , s i n e m b a rgo , espera n su
descuh r i m i c n ro i n esperado p a ra pod e r p o r f1 n e x p resa r s u a n g u s t i a sin
reservas . A l recu rri r a tal p roced i m i e n to , se m e1,cL1 11 aq u í l as m a rcas del
s u fr i m i e n t o y la vergü e n z a . Stép h a n i e exp resa c l a ra m e n te q u e e l l a d e te sta
actuar así.
La m a n i p u l a c i ó n d e l o s p a r i e n tes es, a m e n u d o , u n a d e l as i nt e n c i o nes
n ús i m portan tes del acto , i n c l u s ive a u n q u e n o p u e d a ago ta rse e n esa sola
s i g n i fi ca c i ó n . La a m e n aza de la au roagres i ó n co rporal d e l i be rada ata las
m a n os d e un e n to rn o aterro r i za d o . Co n fi e re un poder re l a t i vo a aquél q ue
se a t reve . Este t i po d e rel a c i ó n se e n c u e nt ra a m rn u d o en u n a fa m i l i a , un
gru po de a m i gos o u n a pare j a . S i hay a m e n a1.as , expo n e n a las p e rsonas
p róx i mas a d ec i s i o n es terri b l es p o rque " l as r i m ;í n d ose, e l i n d i v i d u o d ispo­
ne, efec t i va m e n te , d e un m ed i o efi caz p a ra l as t i m a r a los d e rn ;ís" ( Ross,
M c Kay, 1 9 7 9 , 6 1 ) . S o b re tod o a a q u e l l os a q u i rn es est;Í apega d o . "Me
corto r1 men udo ptmt mantener 111/fl prtreja que q11iae irse. Fw impresiona y él
no st1he cómo ht1ccr " ( Ak h a , 1 (1 a ñ os ) . El m u n d o d e l e n c i e r ro , s o b re todo
l a p r i s i ó n , est;Í co r ri e n t e m e n te co n fro n ta d o a estas t e nt a t i vas d esespe radas
d e h acerse esc u c h a r a l l í d o n d e los i n d i v i d u o s esLÍ n p r i vados d e rod a otra
p os i b i l i d a d d e reco n o c i m i e n to d e s u q u e j a . A r m a e fi caz p e ro d e d o b l e filo
p o rq u l' c i e rt a m e n t e se i m po n e a l os i nt e rl oc u to res se n s i bles a l a s a m e na·
zas o a l a s a u toagres i o n e s , pero en caso co n t ra r i o , el i n d i v i d u o no p u ede
ech a rse a rr ;Ís . Vo lvere m o s s o b re es to ( C a p ítu l o 2 ) .
S i h i L' n b s i n sc r i p c i o n es corporales s o n m ;Ís frec u e n t e m e n te Ín t i ma5
!' secretas , en l a s i n s t i t u c i o n es cer rad as t i e n e n u n va l o r p o l í t i co de rcsis·
tL· n c i a , d e rec h azo ;d rn c i cr ro y a la d i s c i p l i n a . S o n ex h i b idas co m o un
m a n i fi e s to , u n a c to de acusac i ó n o rgu l l os a m e n t e d es p l egado. Rohcrt R
¡�os s y Hugh B. McKay observan así en un hogar que "ciertas chicas con

c ic;1rrices grabadas en su piel adoptan deliberadamente un estilo de vesti-


111e n ra que acentúa el valor eminente de sus cortes con T-shirts sin mangas .

.\ un as eligen también el color de sus ropas de modo de suscitar un vivo


. lg
c o n t raste con sus cicatrices" (Ross, McKay, 1 979, 27) . Los cortes corpo­
r;iks llaman la atención sobre sí, conjuran la soledad y el sentimiento de
n o s er comprendida. Aunque por lo general son solitarios y secretos, otras
1 cces son pedidos de ayuda, una búsqueda desesperada de reconocimien­

ro . Las instituciones totales están a menudo confrontadas a esos actos de

�il reración de uno mismo que permiten escapar de una rutina mortífera y
L·ncontrar por fin, aunque sea por un instante, una escucha, que les pres­
fL' i l atención. Se trata de testear la importancia personal, de convencerse
de n o estar todavía tomada por la insignificancia. La abundancia de actos
co ntra el cuerpo en prisión, por ejemplo, manifiestan la necesidad de un
re conocimiento de uno mismo que falta en lo cotidiano. La impresión
de no ser nada, de ser indiferente a los ojos del mundo, está conjurada al
recurrir al cuerpo, aunque las significaciones de la incisión no estén claras.
Para Robert R. Ross y Hugh B. McKay, "la automutilación puede ser un
medio más eficaz para ventilar la frustración en el seno de una institu­
ción, que una reacción explosiva, una confrontación directa con uno de
los miembros del equipo o una tentativa de eliminar del entorno la fuente
de la frustración" (Ross, McKay, 1 979, 6 1 ) . Haciendo retroceder a los
m iembros del equipo, sin b uscar confrontación pero volviendo contra sí
m is mo la tensión experimentada, el individuo puede, en efecto, ganar en
si m patía, en comprensión, y ver su estatus mejorar en la creencia que no
1·a a repetir su acción.
La historia de Aurélie es reveladora de la utilización social de los cortes
cor porales para forzar un pasaje hacia los demás. Ella tiene 1 5 años y vive
L' l l un hogar destrozado. Sus padres se han separado, pero el discurso

1naterno no deja de desacreditar al padre. Aurélie manifiesta su males­


t a r por medio de las incisiones y también por sus repetidas tentativas de

s u i cidio. Después de una breve estadía en psiquiatría por el miedo de sus


Padres, a quienes ya no espera, es recibida en un hogar de adolescentes
l o n dificultades. Se corta regularmente el brazo y muestra sus cortes a
l o s educadores impresionados, poniéndose T-shirts de mangas cortas. Es
d i fíc il establecer un proyecto con ella, mientras se escapa y entra en una

67
b úsqueda desesperada de reconoci m iento por m e d i o de sus autoagresi o..
nes corporales que le otorga n , a pesar de tod o , la p rueba que se p reocupan
por ella evidenciada por l a mov i l i zac i ó n del eq u i po y los c u idados que
le b r i n d a n . En c a m b i o u n a noche, por pri m e ra vez, se corta el rostro,
m arcando el c ruce a u n n i vel de gravedad que la co n fi n a a o t ra b reve esta­
día e n p s i q u iatría. A s u regreso al hogar, s u fre u n fu erte rech azo p o r parte
de la d i rectora, u n a m u j e r aten ta y sen s i b l e . Se anuda u n e n fren tam i ento
en el c u rso del cual Aurél i e p roclama su "odio" a la i n s t i t u c i ó n . Palabra por
s u p uesto a m b ivalente. Tódo s ucede como s i el absceso de sentido acabara
de rom perse. Los l í m i tes han sido reco rdados con fi rmeza p o r u n a m ujer
que Auré l i e est i m a m a n i fiesta m e n te. En los d ías s i g u i entes, e l l a acepta un
p royecto que co n t i n uad i n c l usive varios años m ;Ís tarde.
A m e n udo el co rte corporal en una i ns t i t u c i ó n es tam b ién una búsq ue­
da de afecto, de sostén de p a rte del educador o de la educado ra referen­
te. Una tarde, Stéphan i e esc r i b i ó d u ra n te m uchas ho ras en s u cuaderno
acerca de su angustia. Pero reavivó las h eridas. Se co rtó. "Quiero ver si me
hace más mal que todo eso ", le d i j o a la edu cado ra q u e s e n t ía m ás cerca­
na. "Cúrame ", l e d i j o exte n d iendo s u m u ñeca de l a que b rotaba sangre.
Está en b úsqueda de lo que podríamos l l a m a r u n a maternal izac i ó n , un
m o m e n to de reco n c i l iación afectiva que su madre n u nca l e p udo dar.
Muchas otras i n te r n as , de todos modos , rehúsan tamb i é n con s u l tar un
médico; p refieren hacerse c u rar p o r la trabaj ado ra social m ás cercana. Las
care n c i as parentales, sobre todo l as de l a madre, se reparan de este modo
con la i n te n c i ó n de testear la co m p as i ó n de q u ien la cu ra. La "matern ali­
zaci ó n" de los c u i dados es u n a manera de veri fi car el grado de afecto hacia
u n o , s i n duda es ta m b i é n u n a o p o r t u n i dad de co n fi a r que sería i m po s i ble
con el médico. Aún cuando las c u ras son l a rgas y d o l o rosas, en gen eral
son h echas de este modo. Reto rn o elemental a u n a p r i m era i n fan c i a real o
soñ ada donde la madre la c o n t e n ía.

El final de los cortes

A q u i e n es a l teran su p i e l les fal ta la palabra para expresar la emoción


que s i e n t e n , y por lo tanto para m a n te n e r s i m bó l icamente el s u fri m i en·
to a d i s t a n c i a . S i los recursos del sentido fu n c i o n a n , el i n d ividuo reto ma
en parte l as riendas de la s i tu aci ó n , no dej a que sus afectos lo abru m en·

68
Responder con su cuerpo puede volverse la única posibilidad. Pero no
h ace falta que sean excedidos por el grado de violencia simbólica que
si en ten. Kim Hewitt hace referencia a las incisiones que durante mucho
r i empo se infligía desde la infancia hasta que un día recurrió a ellas inútil­
mente. Durante un conflicto con su compañero de entonces, se cortó la
muñeca. Experimentando al mismo tiempo un momento de estupor por
h aberse atrevido a hacerlo. Con un sentimiento de vergüenza, recuerda
rodavía aquellos años, escribiendo en su libro, los puños pringosos de su
ro pa pegados a su brazo. Mientras tanto, ella devino otra y, no deseando
reencontrar un modo de resolución que "funcionaba'' en su adolescencia,
d escubre por fin con horror que no está más en esa situación y que hoy
dispone de recursos que vuelven inútil la agresión hacia el propio cuerpo.
Es a partir que la frustración o la angustia se vuelven dolorosas, que
finalmente se desarrolla la distancia entre una misma y el mundo, enton­
ces recurrir al cuerpo cae por sí mismo. Es lo que dice a su manera Marti­
ne. Ella se puso como objetivo la redacción de su tesis para la universidad
co mo un símbolo de su acceso, por fin logrado, a la madurez. ''Después de
la redacción de mi tesis, es como haber dado vuelta la página. Aquello terminó
así. "Y por lo tanto, agrega: ''El sentimiento que me llevó a cortarme, lo volví
a sentir todavía algunas veces '', pero de aquí en adelante no volvió a pasar
al acto.
Habitualmente, el parto progresivo de uno mismo vuelve menos
común este recurso. De todos modos los cortes son efectuados con una
d istancia crítica. A lo largo del tiempo la ritualización se atenúa poco a
poco. Incluso en el caso de Caroline Ketdewell. Un día, un compañero le
dijo que el hecho que ella se cortara lo preocupaba profundamente y que
se sentía culpable. Carolina se defendió, pero descubre que una relación
amorosa le impone tomar en cuenta el sentimiento de los demás. Al día
si gu iente, por primera vez, durante una hora le cuenta al psicoterapeuta
que la ayuda a superar una depresión, cómo ella se corta regularmente. Sus
e o nes desaparecen poco a poco sin que haya un día preciso que marque
el fi nal. "Cuando dejé de cortarme, fue solamente porque podía permitírmelo,
f!orque mi necesidad aparentemente había culminado su curso natural" (p.
1 76) . La necesidad interior de los cortes para resolver la tensión no se hizo
s e ntir más. Se había operado un camino de sentido, de ahora en más ella
<: s capaz de poner distancia con los eventos que la lastiman.

69
A menudo el fin de los cortes se establece en la co nfrontación tangibl e
con la muerte. John Kafka ( 1 969) cuenta la historia de Marie, una adoles­
cente en tratamiento psicoanal ítico duran te ci nco años. En su primera
in fancia, estuvo gravemente enferma y sufrió en especial una enfermedad
de la piel que impedía que sus padres la tocaran. Kafka habla al respecto de
un "hambre de contacto" que an i ma a la niña, que de todos modos detona
un vivo dolor cuando se la toca. Más tarde, siendo adolescente, no soporta
más ver a sus padres destrozarse frente a sus ojos. Comienza a cortarse los
brazos y las piernas y a obstaculizar la curación de sus heridas. Hospi tal i­
zada por una neumonía que debería haber sido fatal , se cura contra todo
pronóstico. Marie encuentra fi nalmente un mejor co ntrol de su existencia.
Encuen tra trabajo, recurre a la ci rugía estética para borrar las cicatrices
que ahora le resultan insoportables. En el transcurso de su psicoterapia,
establece poco a poco una frontera entre su mundo interior y el de afuera,
a parti r de ahora la piel no será m;Ís atacada como un l ím i te defectuoso.
Cumple, de aquí en adelante, su papel de frontera entre uno m ismo y los
otros, encarna un yo-piel uni ficado. En la experiencia de Marie, la inmi­
nencia de la muerte probablemente haya funcionado como una ordalía
que resign ificó radicalmente el valor de su existencia para poder sobrevivir
(a pesar de los pronósticos de los médicos) .

Escarificaciones en los comercios

Las autoagresiones deliberadas al cuerpo en forma socia l m e nt e públi­


ca, reivind icada, comienzan en los años '70 en los entornos sadomasoq uis­
tas o gay de los Estados Unidos y Canadi Pero también se encuentran
en la calle en el movi m iento punk, dent ro de un registro rad ical men­
te di ferente, donde el cuerpo es quemado, tal lado, esca rificado, clavado,
tatuado , perforado, etc. con un deseo vol u n tario de disidencia radical con
la sociedad inglesa de la época. Hemos rastreado este recorrido en otro
lugar ( Le Breto n , 2002a) . Hoy d ía abundan los negocios para modifica­
cicrnes corporales. Si bien ciertas pr;ícticas como el bmnding, el cutting, las
escarificaciones, el peeling, o los i mplantes son todavía poco frecuentes en
las sociedades europeas, esd.n presen tes en U . S . A . hace muchos años. Los
comercios o negocios proponen a las personas que lo desean, satisfacer sus
demandas. Las autoagresiones corporales de este tipo son de otra natura-

70
1 cza que el tatuaje o el piercing, donde el objetivo es puramente estético
;n1 nque el momento de su realización sea importante, aquí la experiencia
de la imposición de la marca es lo más destacado.
El hecho de hacerse escarificar por un profesional, eventualmente
r odeado de amigos, eligiendo el lugar y las condiciones de la operación,
p o r lo general es vivido en los Estados Unidos como un rito privado que
;1 p unta a una transformación positiva de uno mismo. A menudo el cliente
a breva en un imaginario de escarificaciones amerindias o africanas, y vive
ese momento como equivalente a un rito de iniciación, como si fuera él
m ismo un miembro de esas comunidades tradicionales. Entonces la esca­
rificación es a la vez una despedida de la antigua versión de uno mismo, y
s i multáneamente la memoria de una superación personal. "El corte se vive
ca si siempre como una experiencia conmovedora y espiritual, una manera
de crecer, de sanarse" , dijo una profesional Quno, Vale, 1 989, 1 05).
James Myers describió así una tienda de cutting, en San Francisco, al
comienzo de los años '90, dirigido por Raelynn Gallina. Ella se presentaba
al público como "cortadora'' desde hacía 8 años después de haber descu­
bierto la existencia de las incisiones durante encuentros sadomasoquistas.
Tomó un largo tiempo para enumerar los lugares del cuerpo favorables
para los cortes, las precauciones de higiene, los riesgos en que se podía
i ncurrir en caso de negligencia. James Myers contó un público de 43
personas de las cuales la mayoría eran gays o lesbianas. Muchas querían
sufrir las incisiones ese mismo día. Una de ellas llamada Rosie, tenía unos
cuarenta años. Quería inscribir sobre su piel, a nivel del omóplato izquier­
do, el dibujo de un animal estilizado dentro de un triángulo. Mientras
Raelynn comienza su trabajo, Rosi gime suavemente, y dice: ''Es intenso,
maravillosamente intenso " (Myers, 1 992, 256) . El corte es cepillado con
al cohol e inflamado ante los gritos del público. Después Raelynn comple­
ta s u trabajo impregnando la herida con tinta negra. Otra mujer se acerca,

dl a ya se ha tallado hace 9 meses y viene a renovar la experiencia.


Por cierto, aquí se expresa la búsqueda paradoja! de una estética del
Yo. Sin embargo, también podemos pensar que esas inscripciones corpo­
ra l es han sido efectuadas bajo una forma ritual, en presencia de especta­
d o res, participando para algunos de un juego sadomasoquista, pero para
otros de una especie de ceremonia de reparación. Es sobre este aspecto que
i n siste Raelynn Gallina: 'L4 menudo, ser escarificada -el acto de ser cortada

71
y sobreuivir rl elfo- es unrz experiencúz poderosa ptZm !tZS personrzs. Sobre todo
para aquellas que //fln cstt1do e11 sitw1ciones de uiolencir1 o que htZn e>.peri­
mentado unfl serie de problemfls en rn liidfl. Pedir ser cortado (en unfl situa.
ción no /liofentrz sino por el con tmrio amorostl, confirzdtl, solidaria), srmgrar
y termiwzr con fl{rz,o hermoso, eso cum y te enmxuflcce, _y p uede dr1rte mucha
potencir1 " ( Va l e , J u no , 1 9 8 9 , 1 0 5 ) . As í , B o b F l a n aga n se h ace p o n e r un
bmnding por Fak i r M usafar del a n te de u n a a u d i e n c i a de 70 perso nas. D i ce
sen t i r u n a i m p res i ó n m uy fuerte. "La e.\pcrien cir1 m si mismfl, con flmigos
alrededor tz�yo que te sostienm, produce un smti111i{'}1to de rerd proximidad
f. . . /. Em 11nr1 especie de rito de ptZSflje ", a g re g a para a u m e n ta r la i m por­

t a n c i a q u e l a expe r i e n c i a ha ten ido para él . .' r , A l co n t rario de los co rt es


sol i ta r i o s , a q u e l l os q u e s o n h e c h os d e n tro de las t i e n das de m o d i f-lcac i o nes
co rpora l es p a rt i c i p a n de u n c l i m a de reAex i ó n pe rso n a l , de paz m e n tal . Su
s i g n i f-lcac i ó n no es la m is m a q u e para el i n d i v i d u o q u e est�Í en las ga rras de
u n i n tenso s u fr i m i e n t o o p a ra u n artista portador de u n a re Aex i ó n críti­
ca s o b re e l estatus del cuerpo. Las a u roagres i o n cs corporales respo nden,
e n tonces, a una c u ri o s i d ad perso n a l , a p u n t a n m �ís bien a una rep resenta­
c i ó n de u n o m is m o e n el c o n texto de u n a soci edad o a l a i m agen de s í q ue
t i e n d e a p reva l ecer sob re c u a l q u i e r o t ra c o n s i d e r ac i ó n . Pa r t i c i p a n t a m b ién
d e una e x p e r i m e n t a c i ó n de u no m is m o . La p reocu pac i ó n d e experi m e n t ar
sensac i o n es i néd i tas o de destaca rse de los denüs por u n s i g n o c u d neo
i ns ó l i to a l i me n t a u n recorr i d o d o n de el s u fri m i e n to est�Í ausente o i ncon­
feso. Po r el co n t rar i o , el d o l o r fís i co de l a i n scr i pc i ó n est�Í re i v i n d icad o . En
E u ro p a , pocos c l i e n tes so l i c i ta n a los p rofes i o n a les i n terve n c i o nes de este
o rd e n . Pero su n ú m e ro no cesa de crecer. E n c o n t ras te, aq uel l os q u e lo
so l i c i ta n s o n 'fyersowzs que sflhcn fo que quieren _y sahm fo que hacm " ( Fsté,
colocad.o ra de piercings , �- B años) .
En u n tes t i m o n i o en I n ternet, E r i k dec l a ra haberse hecho grabar sobre
l a p iel de su b razo l a p a l a b ra tew1city p o r u n p ro fes i o n a l . M i r�í ndose e n el
espej o de la t i e n d a , u na vez q u e el trabaj o es t�Í term i n ado, nota: "h1rzba
orgulloso _y honmdo de un corte tfln pe;j-ecto. Crzdr1 segundo de dolorfúe una
Jmcción de esa belle:w y una gmtifimción persontZ! que me tmia lt1 nuzrca
f. . . / La experiencia fite terrible. Acmmjr1ri11 tl curzlquiem que lo reproduzca
si encuentra un artista valioso. YrJ tu ve lrz suerte que fite un r1migo el que me

26 Acerca de estas fo r m as de ri rual izaci ó n dd s u fr i m i en to , ver D e n i s Jeffrey


( 1 99 8 ) .

72
(ortó, lo que volvió las cosas más satisfactorias. Pero estética y espiritualmente,
i'S lo más grande que haya hecho. "
Esté descubrió el poder de los cortes sobre ella a los 1 3 años: ''Fue en lo
de una tía instrumentista quirúrgica. Estaba de vacaciones en su casa, descubrí
11 n a caja con los instrumentos quirúrgicos, escalpelos, ese tipo de cosas, comencé

il marcarme con el escalpelo. Era algo que conocía desde siempre. Cuando tuve
esos instrumentos en la mano, comencé a hacerlo, sin saber absolutamente por
qué. " Así, ella se marca regularmente antes de descubrir el universo del
p iercing y de las escarificaciones y de transformarlas en su trabajo. Recha­
za en su historia personal una razón particular que la haya empujado a
actuar. Dice buscar "la sensación de la apertura del cuerpo y la comunicación
con el entorno ". ''El hecho de trabajar con la sensación del cuerpo " es lo que
le importa. Observando los cortes producto de sus actos, ella lee su histo­
ria personal, pero también "la historia de mis sensaciones, vale decir en qué
época y de qué manera yo era capaz de aprehender mis sensaciones. " Por lo
contrario, ella no siente ningún dolor: "Cuando hago las escarificaciones y
!as perfo rmances, tengo como un fenómeno de anestesia, es como si perdiera
contacto con todo aquello que es sensación de dolor, yo no hago nada para eso,
no tomo ninguna droga, no hago meditación, nada. Cuando me hago escari­
ficar, estoy allí, soy capaz de mirar lo que me hacen, pero no siento dolor. Vér
un cuerpo que se abre puede ser aterrador, pero no, miro lo que pasa y necesito
/ier el cuerpo abrirse, pero dolor no, nunca dolor. " La autoagresión corporal
en este caso, es más bien una experimentación de uno mismo, el deseo de
n o dejar nada sin explotar para un mejor aprovechamiento del cuerpo.

73
CAPÍTULO 11

AUTOAGRESIONES CORPORALES DELIBERADAS


EN SITUACIÓN CARCELARIA

Para mí, la prisión está cuando eres despojado de


to s las capas protectoras: los ruidos son estridentes,
da
los espectáculos brutales, los olores nauseabundos.
Las cicatrices son como tatuajes del espíritu.
Estás reducid<> al más pequeño denominado r común
-solitario (asustado y débil al punto de estar sofocado
por la autocompasión)- y siempre en medio
de los demás
Breyten Breytenbach, Confesión verídica de un terrorista albino

La ruptura del sentido en situación carcelaria

"Sostenido por un camarada, escribe Daniel Gonin, el detenido


presenta en la enfermería su brazo derecho (el más solicitado) chorrean­
do sangre. Es como una hemorragia en capas, la sangre brota sobre toda
la superficie externa de la espalda hasta la muñeca, el dorso de la mano
generalmente es perdonado. A menudo, la camisa pegajosa está cortada de
manera regular. La piel también está abierta en estrías, cortes con hoja de
afeitar, seguramente, hechos cada dos o tres centímetros" (Gonin, 1 99 1 ,
1 46) . Allí donde lo único que queda es el cuerpo para probar su existencia
y hacer, eventualmente, que los demás la reconozcan, el dolor, el corte
corporal deliberado deviene un modo puntual de reafirmación. El mundo
carcelario conoce numerosas autoagresiones de los detenidos, o detenidas,
hacia su integridad física. Infinitamente más que en el mundo exterior. Si
b ien la opinión pública está impresionada sobre todo por la cantidad de
suicidios, el tipo de rutinas de la autoagresión sigue siendo en gran parte
desconocida (Toch, 1 975, 5).
La prisión se cierra sobre el detenido o la detenida como un largo
ri tual de degradación y de humillación (Garfinkel, 1 956) . El despoja-

75
miento de uno mismo comienza con los trámites de ingreso, duran te
los cuales se retiran las alhajas, el dinero, los efectos personales. Pesado,
medido, designado por una matrícula, su antigua identidad es, a partir de
ahora, ocultada. Sustraído de su familia, de su sexualidad, de sus hijos, de
sus amigos, de su trabajo, de sus aficiones. La prisión da nacimiento a un
nuevo individuo estampillado por la administración penitenciaria. Induce
una experiencia radical de despojamiento de sí, una detención del tiempo.
El detenido deviene provisoriamente otro. Está privado de los derechos
elementales de abrir las puertas, todas cerradas con llave. Hay otro que lo
precede y decide sus entradas y salidas. Ha perdido su estatus de hombre
o de mujer, su dignidad esencial.
A menudo la familia está alejada geográficamente y las visitas son difí­
ciles. Las mujeres, más que los hombres, sufren su aislamiento y, sobre
todo, el no poder ver a sus hijos. Cuando un hombre está preso, sabe que
su compañera los cuidará. A la inversa es mucho menos corriente. Las
mujeres detenidas por lo general ya tienen hijos cuyos padres no apare­
cen, porque están separados o porque ni siquiera son capaces de tomarlos
en cuenta. A partir de los 1 8 meses, en la legislación francesa, cuando
sus madres están en prisión, les quitan los niños y son ubicados en una
familia de guarda, o puestos a cargo de su familia o confiados al padre.
Entonces puede pasar largo tiempo sin que sepan nada de ellos. Por otra
parte, las mujeres a menudo fueron maltratadas antes de su encarcelación:
violencias sexuales o físicas por parte de un padre o un padrastro, de un
marido o un concubino, o de otras personas de la familia (Frigon, 200 1 ;
34) . Incluso a causa de s u anterior tipo de vida (prostitución, toxicoma-'!
nía) con su cortejo de trastornos del sueño, de la alimentación, problemas·
'
ginecológicos, la seropositividad, las secuelas de maltratos anteriores por
los hombres que compartieron su vida. El encierro agrava estas patologías·
y agrega otras, ligadas en especial al sufrimiento físico. La victimización de
las mujeres se prolonga en la prisión (Frigon, 200 1 , 47) .
Para los hombres o las mujeres encarceladas, los vértigos, las dificul­
tades dermatológicas1 , dentales, de alimentación, de evacuación, etc. ,

1 Daniel Gonin, médico de cárceles, observa que muchos detenidos concurren


a la enfermería con la espalda cubierta de acné en los días o semanas que sigue n
a su encarcelación. Insignificante en los que ingresan, los problemas dermato­
lógicos representan el 23% de las patologías carcelarias entre los 7 días y los

76
s on corrientes. El envejecimiento parece acelerarse allí, al mismo tiem­
º que la denigración de uno mismo. El tiempo de la detención está
P
\·ado de sentido, eternamente recomienzan los mismos no-eventos, en
u n empleo del tiempo inmutable y banal, dividido solamente por las
\·i sitas, el correo, la preocupación por el proceso o por la salida; duración
s i n espesor de sentido mientras que, afuera, los niños crecen y la vida
sigue su curso. Una existencia artificial, un simulacro de vida se desliza
l e ntamente al seno de un mundo marcado por una privación sensorial. Se
re fuerza el sentimiento de no ser nadie, sino un engranaje insignificante
e n una maquinaria indiferente que sólo funciona destruyendo las identi­
da des individuales.
El encierro es, antes que nada, la reducción del cuerpo a la impotencia,
privación de movimiento, promiscuidad entre los detenidos (detenidas) ,
c eldas diminutas, eventuales violencias físicas o sexuales (Welzer-Lang,
1 996) , un empleo del tiempo impuesto, comida insípida, ausencia de
roda intimidad . . . La persona encarcelada está constreñida a desvestirse y
a estar desnuda delante de los supervisores o de los otros detenidos o dete­

nidas, sin reparos de su humillación. Las requisas corporales a menudo


s on homologadas a una especie de violación simbólica cuando las wnas
íntimas del cuerpo (ano, vagina, boca) son inspeccionadas dentro de una
perspectiva de seguridad de la institución, las toallas sanitarias expuestas
a los ojos de los guardianes. Sylvie Frigon nota de este modo una serie de
testimonios tomados en prisiones canadienses: "La semana pasada, tenía
mi regla y fui a la Corte. Hey, tú te desvistes, te sacas la toalla sanitaria,
la pones en un papel, y yo te doy otra, y te miro todo el tiempo mientras te
fa cambias, só/,o falta que ella vea si realmente hay sangre. . . A h, yo esta­
ba avergonzada " (Frigon, 200 1 , 42) . Corinne Rostaing cita la noticia de
una información remitida a los guardianes de una prisión francesa: "Las
requisas son medios de control indispensables, destinadas a asegurar la
seguridad y prevenir agresiones . . . El agente, después de separar al deteni­
do de sus efectos personales, procede a la requisa corporal según el orden
s i guiente. Examina los cabellos del implicado, sus orejas y eventualmente

4 meses de estadía. Entonces es el primer motivo de consulta. Entre los 4 y 8


rneses, más de un cuarto de los detenidos sufren alguna enfermedad de la piel
( Conin, 1 99 1 , 1 34) . Vemos nuevamente cómo la piel es un órgano de contac­
to. Cuando el individuo sufre privaciones, la piel habla a su manera.

77
el aud ífono, dcspu<'.·s su boca, pidiéndole que levante la le n gua, y, si es
necesario, que retire la prótesis dental. Ffrctúa después el control de l as
axilas hacie n d o subir y bajar los brazos , a n tes de inspec cio n a r las ma nos
pidiéndole q ue se pare los dedos . La c n t repie rn a de u n individ uo puede
permitirle disimular diversos obj etos, lo quL· implica que el agente le h aga
separar las pie rn as para p roced e r al co n t rol" ( Rostaing , 1 ')97, 1 2 8 ) . La
transgresió n del reglamento ex p o n e a m u c hos castigos . Los con f-lictos con
el pe rsonal son i n evitables . Las medidas disciplinarias exasperan el resen­
timiento. FI d e te nido no es m;Í.s que un o b j eto , un i n t é rprete. Asimismo
las ten sio nes e n t re los detenidos (o dete nidas ) , a causa de la radio , la tele­
visión, inco mpatibilidades de h umor, cte .
La c oexistencia en u na celda estrecha impone un c o m pro miso con
el scntimiento de id e n t idad , la di g nidad personal, la co modidad de los
unos y los otros. La violació n de la inri m idad es perman e n t e . Su cue r po
ya no le perte n ece al d etenido, incluso los momL·ntos m ;Í.s Í n timos : orin ar,
d e fecar, lavarse, to mar una duc ha, etc . suceden baj o la mirada, o po r lo
m en os la p roximidad , de los d e m ;Ís , los otros d etenidos o los gu;i rdianes.
La p risión es un mundo de la transparencia de la mirada bajo el amparo
de una vigilancia metic ulosa que trans forma toda vida p rivada en escena
pú blica. En la c elda, no h a y lugar pa ra retirarse en soledad para tene r un
respiro , ni siq uie ra para las actividades Íntimas de la exis t e ncia. "J::rtaba
.1 m tr1rlt1 m el hmío _y 1111 gwmlia, 1111 hon1hrc. m t rri m mi celda. Ht1h1í1 una
rc/listr1 Pla vboy sohre mi 1nesa. Yr1 estahr1 se11t11rlr1, )' 1;1 hizo como si no h11hiera
r1t1dic, entró en rni celda. tomó lr1 Playboy q11c cstaha conm�rz,o 01 mi celda.
((mu'nzó 11 hojmrla. )' co me11zó 11 hahlan11e. /\ss.', )'º cst11hrr smtildrr tn el
hmlo, ch.'. lhl!Íl lrs lmrgfls hr1j1rs, pssi.1 No srrhúr qr11; hilccr (se n'd . . . 1111' quedé
ah! m el hillío . . . esperé que st fill'm " ( Frigon, 200 1 , 44) . Las c eldas son
regularmente requisad as en busca de drogas , de medicame ntos prohibidos
o de obj etos ilícitos . El detenido no es m;Ís el a m o de su proxemia, de be
compartir permanentemente, sin poder elegir nunc1 , el escaso espacio del
que dispone con sus compa1-1cros de celda o sus guardianes.
FI rncicrro induce a la despersonalización. ¡.:¡ individuo se reconoce
cada vez menos , tanto en la f orma de su rostro o de su cuerpo co m o en
sus percepciones sensoriales que se empohrecen en relació n a la asepsia de
los lugares . ;\ menudo experimenta una scnsacic'm de fr ío que perdura a
pesar de los equipamientos o las estaciones. Signo revelador, en 1 (> 7 '1 , en

78
¡ :kury-Mérogis, los espejos no estaban autorizados en las celdas, y una
111 ujer encarcelada podía pasar muchos años sin poder mirarse. (Gins­
b e rg , 1 992, 1 53) . Manera radical de eliminar al hombre privándolo de
s ll rostro. El encierro hace otro de uno mismo, el individuo se encuentra

p r isionero de una carne que reconoce cada vez menos. La homosexualidad


ci rcunstancial es corriente, consentida o impuesta a los detenidos (o dete­
nidas) incapaces de defenderse. Los olores son los de la prisión, fétidos,
desagradables, olores de suciedad o de productos de limpieza . . . La vista,
es encialmente bajo la luz artificial, está siempre cortada por los muros o
los barrotes; el gusto descartado bajo los auspicios de la comida carcelaria
o de los productos "de cantina''; el sonido, a partir de allí, reducidos a las

rej as o a los portazos, la mirilla que se levanta, las interpelaciones, los gritos
de aquellos o aquellas que se quiebran o se pelean, a la televisión . . . La
sensorialidad carcelaria es ella misma carcelaria, está reducida a poca cosa,
es parte del problema.
La desaparición de las reglas es un hecho corriente en la encarcela­
ción de las mujeres. Inquietas, temen un embarazo, y luego, tranquili­
zadas, están preocupadas por esta sustracción de sus cuerpos. Para otras
sucede a la inversa y tienen reglas abundantes que sobrevienen muchas
veces por mes. Muchas patologías están ligadas al estrés, a la espera del
p roceso, a diversas peripecias con los abogados o la familia. También aquí
s o n las mujeres las más afectadas: hipertensión, enfermedades cutáneas,
i n somnio, úlceras, caída del cabello, vértigos, problemas de la vista, de la
audición, anosmia, anorexia, quejas somáticas, perturbaciones del sistema
digestivo, depresiones . . . (Ginsberg, 1 992) .
La promiscuidad de las celdas, la imposibilidad de aislarse de la mira­
da de los otros, la retención a la espera de un momento donde los demás
salgan, induce temibles constipaciones. Todos los observadores de la
pri sión insisten en la denigración de uno mismo, el sufrimiento agudo
que afecta a la mujer encarcelada, el sentimiento de culpabilidad frente al
delito, a los niños, a la familia (Ginsberg, 1 992) ; los hombres están más
i n dinados a proyectar sus insuficiencias sobre los demás y a pavonearse de
s us acciones aunque hayan fracasado. Los dispensarios están enormemen­
te solicitados por los detenidos y las detenidas, en busca de una escucha,
de atención, de un medicamento que calme, de un tiempo, por fin, inves­
ti do de valor. Por lo tanto, como lo señaló una enfermera: "Los detenidos

79
tienen p�inico al dolor: aquí no la pasamos m al , ¡la pasamos hiper mal!
H acemos cu ras de urgencia ún icamente. Pero el problema es que frente a
esta inmensa demanda, respondemos sólo las urgencias" ( Rostaing, 1 997,
1 88).

El cuerpo sufriente del detenido

El mu ndo de las prisiones sabe de abundantes actos dolorosos de los


detenidos contra sus propios cuerpos : huelgas de hambre, quemaduras de
cigarri llo, cortaduras , esco riaciones, ingestión de obj etos, mu tilaciones.2
Daniel Gonin cita los labios cosidos de algunos deten idos metaforizan ­
do la angustia que sienten por la privación de sus palabras . "Todos esos
labios tu mefactos, enrojecidos, 'ensalch ichados' por las ataduras que los
mantienen prisioneros y pegados, donde en cada punto perlan gotas de
serosidad, no pueden nús que mostrar la decadencia del lenguaj e carce­
lario, la red ucción de un cuerpo parlan te a una carne purulenta y muda.
La urgencia médica por cortar los h i los es menos im perativa, el detenido
puede pascar su insostenible m udez delante de todos los sordos que había
frecuentado, como la pancarta que agita un h uelguista" (Gonin, 1 99 1 ,
1 49) . La herida corporal , cuando deviene autom utilación es un llamado
de socorro por la i m potencia para actuar en la maquinaria penitencia­
ria o j udicial. Al no poder moverla, se busca co n movcrla, tomando un
ataj o para i n ten tar, a pesar de todo, cam biar las cosas . Las mujeres se
auto mutilan mucho menos que los hom bres. A men udo son arañazos,
laceraciones superficiales que acompañan pensamientos negativos. 1 Esas

2 D u r a n te el a ñ o 1 99 7 , h u bo l 2 'i s u i c i d i os , 1 0 2 2 t e n t a t i vas de s u i c i d i o y 1 .)37


a c t o s d e a u to m ut i l a c i ó n e n t re l o s 7 4 . 7 3 8 dete n i d o s ( M a rc h e t t i , 2 00 1 , 48'i ) Le
.

Monde del 2 3 d e m ayo d e 1 9 9 6 c i ta u n i n fo r m e d e l I C A S d o n d e fig u ra u n a


p ro p o r c i ó n d e l 6 a l 1 6 t¡,'(¡ de h os p i ta l izac i o n es e n l a s p r i s i o nes fran cesas d e b i das
a actos d e a u to de s t ru cc i ó n .
3 H . " fo c h ( 1 9 7 'i , 1 2 7- 1 2 8 ) i n f(i r m a n d o s o b re s u e x p cr i rn c i a perso n a l e n
v a r i a s i n s t i t u c i o n es d e t i po c a rcel a r i o , c o n s i dera la a u to m u t i l ac i ó n c o m o u n a
fo r m a d e a fro n ta r la advers i d a d . E n u n h oga r p a ra j óvenes del i n c u e n t es , n o tó
u n a tasa d e a u to m u t i l a c i o n es del 7 , 7 % (son 'i7 d e te n i d os s o b re 1 O 'i 4 ) ; en
u n a p r i s i c'm d e h o m b res ad u l to s , la tasa eva l u a d a es d e (1 , 'i %; en u n a p r i s i ó n
de m u j e re s , de 1 0 , 8 % . Fn 1 9 9 1 , Da n i e l ( ; o n i n a p u n ta 9 % de acto s de a u t o
m u tilac i ó n e n t re l o s d e te n i d os d ur a n t e su p r i m e r período de e n c a rcel a m i e n to ·

80
h eri das a menudo son juzgadas con impaciencia y desprecio como una
fo rma de "llamar la atención".
El autoatentado corporal tiene como objetivo poner fin a una preo­
c upación obsesiva relacionada con el exterior, acerca del cual no se puede
hacer nada: un duelo, un pedido de separación, la enfermedad de un
familiar, la fuga de un niño, etc. La vida continúa sin ellos, para su fami-
1 i a, sus hijos, sus amigos. La situación radical de impotencia, en tanto que
l a urgencia llama desde afuera, induce el pasaje al acto. El autoatentado
corporal es un intento para conseguir la paz, romper con el retorno de
b angustia o de la inquietud. El detenido amortigua sobre su cuerpo la
r ensión interna que lo corroe. El miedo de la cicatriz o de sus secuelas
1 1 0 actúa para impedir el pasaje al acto, borrado por un sufrimiento más

i ntenso, una impotencia que bulle dentro de sí y busca desesperadamente


u n a salida. Es a menudo enterándose de una mala noticia, por una carta
por ejemplo, cuando el detenido pasa al acto. El dolor no desactiva el acto,
i ncluso no se lo tiene en cuenta en el momento y no siempre se lo siente,
aunque luego aparezca; la incandescencia del acto retumba en las conse­
cuencias de la herida, que ahora demanda la curación. Los psiquiatras del
siglo pasado, al estilo de Lombroso, consideraban de todos modos, en un
i ntento radical por delimitar una naturaleza particular en el delincuente
diferente del resto de la población, que la población carcelaria era insen­
si ble al dolor, del mismo modo que era incapaz de experimentar ciertas
emociones elementales como sentir el sufrimiento de los demás.
El chantaje por el dolor también es apropiado para ejercer un poder
sobre los demás. Y a menudo no quedan otros medios que contar con la
culpabilidad de aquellos a quienes está dirigido el acto. Así un detenido,
cuya compañera ha decidido separarse, la amenaza con matarse. Ella insis­
te. Entonces él se lacera el pecho y debe ser hospitalizado. La autoagresión
es un arma temible y perversa para atar las manos de los allegados. Y para­
l elamente, es una certificación simbólica de la adscripción. Declaración

<.:ntre 7 días y 4 meses. A continuación, los porcentajes se establecen alrededor


de 4 , 5 o/o después de los 6 meses, y se mantienen luego alrededor de un 3,5 o/o
( Gonin, 1 99 1 , 1 5 1 ) . En otra institución de encierro a menudo los individuos
sufren dificultades de adaptación, apunta que el 38,4 o/o de los detenidos tienen
u n a historia de autoagresiones corporales en detención y que el 3 1 ,7 o/o se han
la s timado durante sus estadías en prisión.

81
d esespera d ;l de a m o r a q u i e n lo rec h aza c o n el d eseo fr rn1 d e rev e rt i r l as
cos;1 s .
Se t ra t a ta m b i é n de e j er c e r u n c h a n ta j e s o b re l a ad m i n i s trac i ó n p e n i ­
t rn c i a r i a o j u d i c i a l p a ra o b t e n e r ga n a n c i a . L J n L"j e m p l o e m b l c m ;Í t i rn e n H.
"] (ich u n d et e n i d o se s i e n te a m e n a zad o p o r s u s co m pa 1-1 cros de
( 1 t) 7 'i , 8 ) :
ce l d a . Co n u n a mezc l a d e s u fr i m i e n to y d eseo d e i n fl u i r s o b re el d i rector
de la p r i s i ó n , se corra la m u li eca en v a r i o s l u ga res con u n a h o j a de a fr i t ar.
FI méd ico q u e l o ex a m i n a co n s i e n te i n m ed i a t a m e n te a s u t ra n s fr re n c i a.
Es tos a c to s s o n co r r i e n tes e n p r i s i ó n , p e ro m u es t ra n de m a n e ra ex p l íci­
ta q ue los deten idos que l l ega n a estos e x t r e m o s p l a nt e a n u n a c u e s t i ó n
d e v i d a o m ue rt e a s u s i nt e rl oc u to res El j u ego c o n l a ex i s t e n c i a p repara
p a ra l o peo r s i l a q u e j a n o es escu c h a d a . ;\ m e n u d o se t rata s o l a m e n tL' de
cam b i a r de ce l d a o d e u n c o m po rta m i e n ro p a ra escap a r a l acoso d e l o s
o t ro s d e t e n i d o s o ree n co n t ra r u n a t ra n q u i l i d ad perd i d a . En p r i n c i p i o , el
acto no es cí c a l c u l a d o , s u r ge co m o u n a n eLTs i d a d i nt e r i o r q u e a l c a n za
su o b j e t iv o p o r el te m o r del establ cc i m i e n ro pen i t rn c i a r i o d e u n a reci­
d i v a nüs seria. Pero ta m b i é n es un arma te m i b l e e n m a n o s de dete n i dos
l úc i dos y d e t e r m i n ad os p a ra o b t e n e r l a s a t i s facc i ó n de u n a d e m a nda. Allí
d o n d e la p a l a b ra n o c o n ve n c i l'l , e l c u e rpo to m a e l co n t ro l e n l a b ú s q ue ­
da de a te n c i ó n de l os rep resen t a n tes de la i ns t i tu c i ó n . A d i fe re n c i a de la
re i v i n d i ca c i ó n o ral p erci b i d a a m e n u d o como a b u s i va p o r el pe r so n a l , la
h e r i d a d e l i berada i m p l i c a u n a s o l i c i tu d m í n i m a re t ra n s m i t i d a por la d e los
méd i co s o l os e n fe r m ero s . H ab l a de la i m pos i b i l i d a d d e co n ti n u a r v i v i en­
do e n esas co n d ic iones, es u n ped i d o de ayud;t . " O tra s a l i d a m uy buscada,
d i ce B re y t cn B reyte n bach co n f-i n ado por m u c h o t i e m p o en las m a z m o r ras
sudafricanas , era traga r h o j as de a fr i t a r. El deses p e rado l a t ragaba ro ta y
e n v u el t a en u n papel h igié n i co -con l a es p e ra n z a LJ Ue n o l e haga j i ro n es
las e n tralias. Eso p rovocaba d o l o res abdo m i n a l es h o r r i b les y, después d e
l a co n s u l ta , el m é d i co e n viaba al p r i s i o n e ro a l a e n frrm ería o i n c l uso a u n
h os p i tal en el exte r i o r. Natural m e n t e , algunos cal c u la ba n m a l el go l p e y
termi n a b a n m uertos." '
FI recu rso p o l í t i co , cua n d o e x i ste, est;Í u n i d o a u n e n f() qu e s a c r i f-i c i al .
C o r ta rse u n dedo, u n a fal a n ge, t ra ga rs e u n t e n e d o r, etc. Son los modos

4 B reytcn B reytc n bach , Conft'sión uerídica de un terrorista albino, Pa rís, Stoc k,


1 9 8 4 , p . 24(1 .

82
corrientes de reivindicación, formas de hacer presión sobre los jueces o de
1nediatizar una causa. Más allá de la lucha personal contra la administra­
ci ón o para hacerse escuchar en los tribunales, el detenido también tiene
c omo objetivo, con mayor o menor lucidez, llevar al público a presenciar
la injusticia que él cree sufrir. Mediante el dolor que se inflige, se esfuerza
e n ejercer una presión eficaz. El detenido apuesta al carácter sagrado de la
exi stencia (incluso de la suya) y sobre el hecho que la administración no
p uede dejarlo auto destruirse sin intervenir, sobre todo si los medios están
al corriente. La incisión de las venas de la muñeca es una forma habitual
de tentativa de suicidio en prisión, cuando en realidad de lo que se trata es
m ás de vivir que de morir. Quienes quieren morir recurren sin duda con
mayor frecuencia a colgarse.
Herirse es el último recurso para ser reconocido como sujeto y no sola­
mente como detenido o detenida (Hewitt, 1 997, 63) . Provoca las curacio­
nes, otra atención para sí, la ruptura de una rutina mortífera. Finalmente
crea un evento. Convoca a otros interlocutores más allá de los guardia­
nes, a otras relaciones, redefine en profundidad, pero por poco tiempo,
la relación con los otros en la trama carcelaria. Un detenido de 39 años
explica: "Trato de escapar cortándo me. Puede parecer estúpido, pero foncio­
na. La gente me ayuda cuando me corto. Breyten Breytenbach describe la
"

desesperación de los condenados a perpetuidad lanzados en la búsqueda


apasionada de hacerse mal, no importa cómo. "Si ellos pudieran fabricar o
meter mano en no importa qué cosa que corte, se seccionarían el tendón
por encima del talón sin importar que eso signifique quedar estropeado
para el resto de sus días. Hay tipos que se envuelven con papel higiénico
las piernas y las ponen al fuego. Otros roban Brasso (un producto para
pulir metales con limaduras dentro) y han tenido éxito en inyectárselo.
Si nada funciona, algunos consiguen aguja e hilo, remojan el hilo en sus
excrementos y se lo insertan bajo la piel con la aguja. Al cabo de un tiem­
po , la podredumbre de la carne está garantizada" (p 245).5

5 En un testimonio sobre el Gulag en la Unión Soviética, un viejo detenido,


que trabajaba como cirujano en la prisión, dio cuenta de múltiples auto muti­
laciones de los detenidos. Recordaba haber curado hombres "que se habían
cortado las venas, cosido los labios, cosido botones sobre la piel, cortado dedos de las
manos o de los pies, los órganos genitales o las orejas, que habían tragado objetos
extraños, etc. " (Favazza, 1 987, p. 236) .

83
Para algunos, la herida es una protesta por medi o del cuerpo cont ra.
una pena percibida como i n j usta, sin relación con el deli to. El detenido
expresa su desacuerdo y su i ra encontrando un medio relacionado con su
impotencia. Se ve a sí mismo como una víctima i n j ustamente condenada.
a una detención desproporcionada. La violencia se vuelve contra sí mismo
en lugar de encontrar adversarios reales (j ueces, abogados, etc. ) . El deteni­
do busca de este modo castigarse por su person al idad, por su propensión
a meterse en problemas, por el dolor que le genera a su familia. El odio
hacia sí mismo lo incita a lasti marse, a redoblar el castigo mientras se rebe­
la contra él . Las heridas, la sangre que corre, el dolor de la cicatrización,
son tentativas de hacer una piel nueva. El efecto de metamorfosis es provi­
sorio pero eficaz. El deten ido conjura el sufri m iento y reto ma las rutinas
carcelarias, u n momento de paz.

Lastimarse para sufrir menos

I ncisiones, escari ficaciones, escoriaciones, quemaduras, inge stión de


objetos, arroj arse violentamente contra un muro, contra una puerta . . . son
actos para co n j ur a r un sufri m iento di fuso fij�indolo en un punto preciso
y traduciéndolo como una marca. La herida auto i n A igida cal ma por un
i nstante el sufrimiento. Sara, una mujer de Québec, lo dice a su manera.
Un error de la ad m i n istración le impide ver a su h ij o en Navidad , deses­
perada, d ice "estaba enloqueciendo, y en lugar de desctlrgarme con otm, me
fai a mi celda, tenía que hacer algo. Había una rabia en mí, tenía que stdir.
Como sufría m ucho eso hizo que me abriera por p rimem vez. Después, fae
como un 'uf'. un alivio como si eso hubiem btzjtzdo la tensión que hflbítl en
mi ". ( Frigo n , 200 1 , 50) .
Jean ne, condenada a perpetuidad por com plicidad en el asesi nato de
su h i j a por parte de su co mpañero que la gol peaba y la aterrorizaba, exce­
dida en ese momento por los hechos, se "co rta" regularmente en una suer­
te de ceremonia para su hija: "Htzce trece años que me corto. Sobre todo en
el mes de septiembre. Ctldtl flño, es el mes mds duro, septiembre. E· el mes en
que clltt m u rió, el 2 de septionhre. Y después estd la pérdidtz de mi ptzdre y es
el mes en que tu 11e mi tzborto espontdnco. Fntonces yo, yo me corto. Me corto
no importa con qué: los pequeríos cortrzplumas que tenemos en rteury, latas
de conserva, pedazos de vidrio que rompo de mis platos. />ara mí, cuando me

84
"orto, es mi castigo, es el sufrimiento que el/,a sufrió. Ypor mí quiero continuar.
Si; q ue no cam ia na , to el mun me lo ice. Eso no cam iará na .
b da do do d b da
¡'vo es así que volverá, lo sé muy bien, pero di mi pa/,abra. " Jeanne vuelve
Jd hospital donde ha estado internada quince días después de haberse
"c ortado" otra vez y haber intentado matarse. Christel Trinquier que la ha
encontrado, observa que desde su primer entrevista Jeanne exhibe las cica­
r r i ces celebrando sus "desaparecidos": "Durante nuestra primera entrevista,
,1 1í n
antes que ella me hable de /,a promesa hecha a Audrey (su hija muerta),
fl'[!antó bruscamente su chaqueta y estiró los brazos mostrando el interior, sin
q uitarme /,a vista, como buscando mi reacción. Mostrar sus cicatrices, forzar
" Las personas a mirar/,as cuando faltan /,as pa/,abras para expresar el dolor y /,a
desesperación. Profundos cortes en su carne torturada que el/,a porta como un
estandarte" (Trinquier, 1 997, 29 sq. ) .
Otras detenidas usan del mismo modo sus cuerpos como u n memo­
ria l del dolor y se cortan en particular los días o los meses que marcan los
a niversarios de los episodios penosos de sus existencias. Ellas se abocan
a s í a ceremonias secretas, conmemoraciones simbólicas largamente medi­
tadas. Las cicatrices de la memoria penetran así en la piel. La rabia, el
sufrimiento se ritualizan suavemente. El ejemplo de otra detenida indica
a Laurence una vía que toma prestada a su vez: ''En marzo y en septiem bre,
es entonces cuando me corto más; marzo es el aniversario de nacimiento de
111i hija, y septiem b re es el de /,a muerte de mi padre: dos momentos de mala
si erte afuera" (Marchetti, 200 1 , 1 1 3- 1 1 4) . Las automutilaciones abun­

dan en verano cuando hace calor, pero en el horizonte está únicamente


el encierro. O los fines de semana, sobre todo la noche del sábado al
domingo, o los días feriados, los días de aniversarios alegres o penosos,
donde hace falta contener dolorosamente la impotencia imaginando a los
demás afuera.
Encontramos en prisión, bajo una forma exacerbada, las antropolo­
gías de la incisión que hemos analizado en la vida "ordinaria'' , el hecho
de lastimarse para sufrir menos, para frenar un flujo de sufrimiento que
so foca. El individuo retoma el control de su cuerpo. La incisión se hace
p ara esquivar la impotencia, una modalidad simbólica que le restituye la
i nic iativa al individuo. Un hombre detenido explica: ''Les puede parecer
extraño, pero después que me corto así, me siento diferente. Como si h ubiera
cortado alguna cosa en mí, puedo recomenzar a hacer /,as cosas. " El detenido

85
v u e l ve a se n t i r q u L· e x i s tl' . La capac i d ad d l' sopo rt a r la p ru eb a d e l a e n ca
r
cela c i ó n m ezcl a gran c a n t i dad d e d a t o s : l a h i s to ri a perso n a l , l a s i t u ació
,
fa m i l i ar, l a edad , e l t e m p e ra m e n t o , el g u s to p o r la soledad o e l co n r ac t0 ,
e l ;\/,a r e n l a a s i g n ac i ó n d e l a s c e l d a s , etc. p e ro s o b re tod o , l a s i g n i h cació;
d e l d el i to p a ra el i n d i v i d u o , de l a pen a , l a ac t i t u d de l a fa m i l i a o de la
p e rso n as ce rca n a s . ' '

Las heridas deliberadas en las instituciones

S i b i e n l as h e r i d as co rporales a m e n u d o se m a n t i e n e n
D i s c retas y so l i ta r i as p a ra l os i n d i v i d uos q ue p e r m a n ecen e n el i nte­
r i or d e l lazo soc i a l , n o s u cede l o m i s m o l' n l as i n s t i t u c i o n l's , lo h e mo.
v i s to p a ra l as p r i s i o nes, d o n d e t i e n e n d e i n med i a to u n val o r d e d e m o stra
c i ó n pe rso n a l . Las cicatri ces o l os ve n d a j es son resal tados frec u e n t e m e nte
to m a n d o el va l o r de u n s i g n o de reco n oc i m i e n to de s í . En ese u n i vers< ,
de d eval u a c i ó n d e l a p a l a b ra d e d o n d e v i e n e la m ayoría d e los res i d e n tes.
el c u e rpo es el ú n i co l ugar de a h r m a c i ó n d e l yo . De m a n era a m b ivalente.
exp resa el s u fri m i e n to y la p rovocac ió n , perm i te escapar a l a .i n d i fr re ncia.
" fo m a n d o poses i ó n d e su ca rgo en u n a casa co rrecc i o n a l c a n a d ien­
se, m ;Í.s b i e n p a rec i d a a u n a p r is i ó n , q u e rec i be a d o l escentes de rn t re 1 2
y 17 a ii os , Roos y M c Kay d esc u b re n a d o l esce n t es d e m acrad as y obesas.
1 1 7 res i d e n tes sobre 1 .) (1 ya se h a n "grabado" su
i n sa t i sfrchas con la v i d a .
p iel p o r lo m e n os u n a \'l'/.. ( :asi cad a ch i ca j oven t i e n e m a rcas de cortes o
d e fras c i ca tr i ces sobre las p i e rn a s , los h raws o el ros t ro . U t i l izan agujas.
c u c h i l l os, c u a l q u i er cosa q u e p e n e t re la p i e l y d e j e u n a m a rca . ( ) t ras se
q ue m a n o t raga n pedazos d e v i d r i o , i n s i g n ias u o t ros o b j etos . La i n s ticu·

(1 ! .a p LÍ u i ca Lkl t a t u a j e , c l a n d e s t i n a , c o n h n ra 1 1 1 i c n t a s i m p ro v i s a d .i s , fue
c o r r i e n t e d u L1 1 H e n H 1 c l 10 t i L· rn p o L· n Lis p r i s i o 1 1 L· s , t mLiv í.1 se e n c u e n t r;1 ,d l í con
L· I d o l or q u e la a c o 1 1 1 pú1 a . Su p ro h i b i c i ó n es u n <l i n c i ta c i ó n a la t ra n sg rL·s i ú n en
L1 1 1 1 ed i d a q u L· su e j L·c u c i <'l ll a rt esa n a l . q u e e x i ge m u c h as p reca u c i o n L· s . L'S un•1
; 1 fi rn u c i ú n de d i g n i d a d pns o n a l . u n ges to de i n d e p e n d e n c i a q u L· V<l c o n t ra el
rcgL1 m L· n t o . Ls u n a m a n na de p e l e a r co n tra la ;1 d m i n i s r ra c i ó n y t e s t i m o n i al
Li c o n t i n u i d a d d e s u l i h rL· a l bL·d río 1 <1 1 1 t o p<1ra L· I u t u a d o r c l a n d es t i n o com0
p a ra su c l i e n t e . U n o v o t ro c o r r e n el r i esgo d e ca s t i gos u h os t i ga 11 1 i e 1H o s , pero
' '

s a b e n u s a r l o s i n 1 ns 1 i c i o s Lk Li i n s t i t u c i ú n p<1 r;1 l l c v 1 r a cabo s 1 1 p ro y L·c 1 0 . EsO)
n w m e n to s s o n l o s qi i s o d i o s de u n a C LTe n w n i <I l ] U L' ;1 b re l os m u ro s Lk Li p r i s i Ófl
y l : 1 n m·ce u n SL' l l l i m i e n t o de reco n q u i s ta de u n o m i s m o ( ! .a B rL· t o n , 2002b).
tÍll de Grandview cristaliza todas las violaciones a la integridad corporal
li
0nocidos. El equipo está sobrepasado y sólo responde por la represión o
l
l.¡ e ncierro, acentuando entonces los pasajes al acto en una espiral sin fin.
Solamente una ínfima minoría (3,2 %) de las marcas corresponden
,1 co rtes efectuados de un golpe, las otras persiguen una intención, son

¡ 11 i dales, nombres, citas, en relación con su "compañera'' (la chica de la


l-ual están más próximas pero no necesariamente con connotación amoro­
��1 ) . Son mensajes de ternura, de fidelidad, de cólera, medios de presión,
d e mostraciones de afecto o de cólera en referencia. En ese contexto de
,1lc jamiento de los padres, de tensión con el equipo institucional, el apego
;i otra chica es una manera de escapar a la soledad y de encontrar un poco

de afecto. "Las automutilaciones eran la manera como las chicas expresa­


ba n su independencia, su autonomía, su libertad personal. Era un acto
de propiedad [ . . . ] , una forma elegante de control de su entorno social.
Por medio de su acto, ellas podían provocar y controlar la intervención
de los adultos" (Ross, McKay, 1 979, 1 34) . Las marcas corporales son, en
este punto, valorizadas por las residentes como una cultura de oposición
que ellas efectúan a menudo durante ceremonias colectivas, con el desco­
nocimiento del equipo institucional. Un grupo de chicas se encuentra y
cada una inscribe un mensaje sobre su piel. Una cierta presión se ejerce
de todos modos sobre las adolescentes demasiado tibias para responder a
esa exigencia (p. 45). Por otra parte, las chicas que no tienen marcas ni
s iq uiera gozan de la estima de sus compañeras. Las autoagresiones corpo­
rales pertenecen a una subcultura del establecimiento, a un fenómeno
de grupo. Si bien el 80 % de las ingresantes las consideran en principio
como absurdas, las tres cuartas partes cambian rápidamente su percepción
v comienzan a practicarlas. En la mayoría de los casos, están solas cuando
p asan al acto.
Contrariamente a las actitudes anteriores del equipo de Grandview
que consideraba las autoagresiones corporales como patológicas y busca­
b a ponerles fin por medio del castigo o el encierro, Roben R. Ross y
H ugh McKay se esfuerzan por desactivar las tensiones entre el equipo y
l as residentes, por restaurar la palabra, el intercambio. Logran eliminarlas
a l interesarse en ellas, interrogándolas acerca de sus recursos. Tomando el
pretexto de un estudio sobre las autoagresiones corporales, las interpelan
co mo personas de recursos y no como pacientes. ( 1 33) , como socias y

87
no co m o c h i cas con p ro b l l'. m a s . Rl'.c l u ta n p r i m no a l as l íd e res del grup()
y las t ra n s fo r m a n l'.n m i l'. m b ros del l'.q u i po co n s i dn;i n d o l as como ex per.
tas, i n cl u s i w como "ps icólogas j u n i o r" en su rel ac i ó n con s u s c a m a radas.
El co n j u n to de res i d e n tl'.s rl'.c ibl'. u n a fo r m ac i ó n en psi coterapi a para que
puedan co m p re n d e r m e j o r los p r i n c i p io s , pero sobrl'. todo para poder
l'.scuc h a rsl'. m e j o r e n tre e l l as m is m a s .
Estas n u evas modal ida(ks dl'. fu n c i o n a m i e n to co n j ur a n e l s e n ti m i ent()
de vacío. A b ren u n ho rizo n t l'. de sent ido susce p t i b l e de m ov i l izar a las
adolesce n tes, de p royecta rl as en el t i em po de m a n e ra p ro p i c i a . l nterro­
gfo d o l as l a rga m e n t e sobre sus p rácticas de i n scri p c i ó n corpo ra l , Ross
y M c Kay redefi n e n l a s i g n i h caci ó n . Las técn i cas de m a n i pu l a c i ó nq ue
u t i l izaba n co n el eq u i po de C ra n d v i ew, ú l t i m o recurso para h ace rse escu­
char, ya no s o n necesa r i as . La autoagres i ó n corpo ra l de p ro n to carece de
s e n t ido co m o búsq ueda del con t ro l de l a a u to n o m ía p o rq ue el equipo
no se co n fro n t a m ;Ís con e l l a s . A part i r de a l l í l as adolescentes se s i e n ten
responsables , i m pl i cadas en la v i d a de la i n s t i tu c i ó n co m o pares y no como
i nt e rn as a d o m i na r, ree n c u e n tr a n s u amo r p ro p i o . · La restaurac i ó n de un
c i e rt o gusto p o r v i v i r perm i te u n re i nves t i m i e n to pos i tivo de s í m is m o . El
cue rpo deja de ser u n ca m po de bata l l a Í n t i mo .

7 R o b e n R . R o s s y H u g h B . ivk K a v a p u n t a n L" l L· ;; i t o d e s u e m p re s a , e l fi n a l de
l a s a u t o m u r i hc i o n e s . Pe ro r a n 1 h i L· n obser v a n e l d L·s o rd e n d e l co n j u n to d e los
m i e m b ro s d e l a i n s r i t u c i ú n p a ra q u i e n es s u s m é to d o s s o n h cr t'· r i co s v l os s i g u e n

so h 11 1 e 1 H L' p o r o h l i g ac i <'rn , 1· co n t i n tLl l l co n s i d er ;m d o q u e s<í l o L1 rep res i <'i n y la


c o e rc i <Í n s i rve n p a ra c o n t ro l a r a las a d o l esce n t e s . L1 res i s t e n c i a a l os cun b ioS
y el re t o rn o a l a s r u t i n a s se i m p o n e n (y a s í t ;1 1 1 1 b i t'.· n Lis a u to m u t i l a c i o n es co n
l o s m i s m os co m po rt a m i e n t os i n d u c i d os i n c o n sc i c n t L' m L' l l l e p o r l o s m i e m b ros
d e l eq u i po ) .

88
CAPÍTULO 111

LA INCISIÓN DE UNO MISMO:


DEL BODY ART A LAS PERFORMANCES

La vida nos es dada en un desborde intolerable


del ser, tan intolerable como la muerte. Por eso, en
la muerte, al mismo tiempo que se nos da se nos quita,
debemos buscarla en el sentimiento de muerte, en los
momentos intolerables donde nos sentimos morir,
porque la existencia está en nosotros sólo por
exceso, cuando la plenitud del horror y de la
alegría coinciden
Georges Bataille, prefacio de Madame Edwarda

El cuerpo como obra de arte

La implicación personal del artista en una obra hecha con su vida y


con su cuerpo, no separada de él en un soporte exterior, aparece a comien­
zos del siglo ' con artistas como Duchamp, aunque se desarrolla en los
aí1os '60. La preocupación de una estética se borra entonces frente a una
ética, ya no se trata de erigir un culto a la belleza, incluso paradoja!, sino
de interrogar sin complacencia los fundamentos de la vida cotidiana para
revelar la dimensión construida y arbitraria.
La primer época del body art se inscribe en un momento de trastor­
nos sociales que agitaron en profundidad los fundamentos culturales de
nuestras sociedades occidentales: la guerra de Vietnam, el enfrentamiento
con el bloque comunista, el movimiento por los derechos civiles, la lucha
es tudiantil, el cuestionamiento de las relaciones hombre-mujer y de la
an tigua moralidad en especial a través de la liberación sexual, el culto del
cu erpo, el descubrimiento de las drogas, etc. Los cimientos mismos de la
so ciedad experimentan una sacudida de sentido de donde saldrá modifi­
cada en múltiples aspectos. Una conciencia aguda nace de la brecha entre

l N del T: el autor se refiere al siglo XX.

89
b.s p os i h i l i d a d L·s d c d csa r ro l l o i 1 1 d i v i d u a l y l a s o b l i ga c i o nes m o Lt l cs qut
Li s sociedades rra ra n dc i rn po 1 1 n a s u s 11 1 i c 1 1 1 b ro s . Los l c m as pa ra r ra 1 1 s for_
m a r la soc i L· d a d ( M a rx ) o p a ra ca m b i a r l a v i d a ( R i m ha u d ) co n j u ga n SIJ.s
fit LTl.a .s c r í r i cas co n r ra u n m u n d o q ue sc o b s r i 1u L' l l perd u ra r a pes a r de
s u s d es i g u a l d ades y s u s i n j u s t i c i a s . La co 1 1 c i c 1 1 c i a i n sa r i s fc c h a d e ;t lgu nos
a rr i s ras csd v i va v l l eva a la i n ve n c i ó n de f o rn u s ra d i ci l es de c x p rc; i o nes
a rt t s r t cas.
F I es ta b l ec i m i e n to d e l a rr c co rn o a CL i <Í 1 1 dcsa r ro l l a un a n ;í l i s i s por el
co m p ro m i s o p nso n a l i n m e d i a to co n l o s ti 1 1 1 c i o n a m i e n t o s soc i a l es , c u l tu­
rales o p o l í t i co s . El hodv rtrt es u n a c r í t i c1 , p o r m ed i o d e l c u n p o , de l as
co n d i c i o n es de e x i s rc n c i a . ! .as p e r fó r m a n c c s s o n u n d i s c u rso sobre el
m u n d o , de n i n gú n m od o s o n p o rn ografía , o c ru e l d a d , o m asoq u i s mo
o exh i b i c i o n i s m o o c o m p l a c e n c i a , a u n q ue S l\1 11 de va l o res d e s i gu a l e s . Ya
sea n i m p rovi sadas o l a rg a m e n te p re p a radas m e d i a n t e u n e j e rc i c i o fís ico
o s i m hó l ico s o b re u n o m i s m o , sacuden l a segur i d ad del espectad o r. 1 n te­
rroga n co n fue rza l a i d e n t i d ad sex ual , l o s l í m i tes co rporales, la res i s te nci a
fís ica, las rep res e n tac i o n es de lo m ascu l i n o y de lo fe m e n i n o , la sex u a l i d ad ,
la m i c c i ó n o l a excrec i ó n , e l d o l o r, l a m uerte, l a rela c i ó n con los o b j et os ,
el espac i o , l a p u e s t a e n pel igro de u n o m i s m o , cte. El c u e rpo es el l ugar
res p l a n d ec i e n te d o n de esd c u est i o n a d o el m u n d o . La i nt e n c i ó n ya no es
l a afi rmac i ó n d e l o b e l l o s i n o l a p rovocac i ó n d e l a ca rn e , l a s ubvers i ó n del
cu e r po , l a i m po s i c i ó n d e l d i sgu s to o d e l h o r ro r, l a efu s i ó n e spe c tac ul ar
de lo rep r i m i d o . El c u e rpo e n tra en esce n a en su m a te r i a l i d a d y de una
m a n e ra a veces r a d i c al . Des taca n d o l as m a ter i a s 0 1wí n i cas (sa n gre , ori na,
excre m e n t os , cs p n m a , vó m i to , etc. ) , d i se ñ a u n a d ra m a t u rg i a q u e n o deja
i n d e m n es a l o s espectado res y d o n d e el a rt i s r;1 paga co n s u pnso n a para
ex p resa r p o r m e d i o d e l c u e r p o su rec h a10 a l o s l í m i tes i m p u e s to s a l a rt e o
cn la v i d a cot i d i a n a . La d i s pos i c i ó n de a l ca 1 1 1a r fís i c a m e n t e a l o t ro se a fi r­
m a en l a escala d a d e al tcr ac i o n es o l as p u es ta s en esce n a . El especta d o r es
tocad o , p a r t i c i p a p a ra p ro c u ra rl e s u fr i m i e n tos a l a rt i s t a (o eso es l o q u e se
i m ag i n a ) . La pe r f o r m a n ce es u n espej o c r í t i co de n u es t ro s co m po rt a m i e n­
tos o de n u es t ra s cegu e ras i n te l e c t u a l e s , l l eva a co n s i d e ra r de o t ro m o d o la
rel ac i ó n co n ve n c i o n a l con el m u n d o .
El hor(v a rt e s u n a i n s u rrecc i ó n d e l o s se n t i d os co n t ra l a s rep rl·scn ta­
c i o n es as�p t i ca s d e l cunpo en el m u n d o c o nr c m po r;Í n eo de las i m ;Ígc n cs Y
la rn nci n c ía . Ex p resa el rcc h a1,o d c l a h i pocres ía de u n d i scu rso de l i be ra-

90
1 ¡ ó n , de bienestar, sostenido por los medios o la publicidad, pero desmen­
; ¡ d o permanentemente por las condiciones reales de existencia. Resuena
0 1110 un puñetazo sobre la mesa de las connivencias sociales, como una

; 1 c ga tiva a respaldar por más tiempo el cuento de hadas. El público es una


t.; cusa y una caja de resonancias para la meditación en acción del artista,
1 encuentra eco aunque a menudo sea reemplazado por el objetivo de la

ri l m adora o de una máquina fotográfica. Desde el escenario hasta la sala se


¡ uega un intercambio de emoción que nutre el enfoque del artista, indu­
c ie n do a su vez, con su comportamiento, la turbación de los espectadores.
¡ as performances de body art reconectan, por una parte, con la antigua
r r �1dición de la catarsis.
Una de sus paradojas es, sin duda, sacudir el espejo social destacando el
narcisismo del artista. El escritor usa la mediación de la escritura. Aunque
d escriba lo obsceno, permanece vestido con palabras. Y la palabra perro no
m uerde. El artista se pone al desnudo, se despelleja o se masturba, mues-
1 r a , a menudo literalmente, su ombligo y explicita sus estados de ánimo,
ha c e una obra de su cuerpo. Si la mierda descripta no huele, la real del
�1rtista provoca la retirada del público. La sangre que corre en una narra­
l ión no tiene el mismo impacto que aquella que surge del hombre o la
m ujer que acaba de cortarse. El espacio del body art testimonia el rechazo
.il distanciamiento de la obra sobre un soporte externo a uno mismo. La
i ntención es j ugar con el tiempo, hacer obra de lo irreversible pero con
la ambigüedad de filmar o fotografiar las performances. "Las cintas de
películas son armas publicitarias, escribió Henri-Pierre Jeudy, el artista se
ve obligado a mantener su reputación mostrándolas regularmente, de lo

co ntrario, desaparece de la escena pública" Qeudy, 1 998, 1 23) .


Para muchos artistas el cuerpo es puesto al descubierto, pintado,
expuesto, decorado, estropeado, desgarrado, quemado, cortado, pincha­
d o, acoplado, injertado con otros elementos, etc. Se convierte en mate­
r i al destinado a suplicios, a remodelaciones. En un gesto ambivalente, el
c uerpo es reivindicado como una fuente de creación. Sangre, músculos,
h u mores, piel, órganos, etc. son puestos en evidencia, disociados del indi­
v iduo y vueltos materias prima de la obra. "Cuerpo sin órganos" disponi­
h le para todas las metamorfosis, incluso para su tortura o su desaparición,
a su hibridación animal o sexual cuando los artistas trabajan con el traves­
t i s mo de la ropa, o también corporal subvirtiendo las formas orgánicas.

91
Las extracciones o los trasplantes de órganos, los cambios hormonale,
o qui rúrgicos de sexo , las man ipulaciones genéticas, el morp hing, la info r_
mática, etc. han cambiado radicalmente las apuestas y el contexto del bod;
art. Si bien el cuerpo de los años '60 encarnaba la verdad del suj eto, s1.¡
existencia en el m u ndo, hoy no es más que un artificio sometido al diseño
permanente de la medicina o de la i n fo rmática. Autonom izado del sujeto
,
se ha vuelto una especie de alter ego , un mero accesorio de la existen­
cia, etc. En otro tiempo soporte de la identidad personal , hoy no es más
que una materia prima. En la época de I n ternet o de los viajes espaciales,
los artistas post modernos o p ost humanos j uzgan i nsoportable posee r el
mismo cuerpo que el hombre de la Edad de Piedra. Tienen la i nt ención
de elevar el cuerpo a la altura de las tecnologías de punta y someterlo a
una vol untad de dominio i n tegral. Lo perci ben co mo una serie de piezas
descartables y que se puede h ibridar con las máquinas. O bien, a la inve r­
sa, se rebelan contra esas man ipulaciones y reivi n di can su pertenencia a
la carne.
En el body art, el dolor no está valorizado, no es redentor o i n iciático,
tampoco es u n límite, es indiferente, no se detiene allí. En el peor de los
casos es un recordatorio irrisorio de la "carne"2, la protesta de una máqui­
na corpo ral que las tecnologías contemporáneas han vuelto obsoleta. Los
mordiscos y moretones de Vito Acconci reflexionan sobre el espacio físi­
co del cuerpo , las quemaduras de Oppenheim. Diego Bardan , torero de
origen español, ligado al m ovimiento Pán ico , se hizo circuncidar públi­
camente en el Teatro Palace el día de Navidad de 1 972. Algunos meses
antes, había realizado " la autocornadtz, ceremonia durante la cual se l asti­
ma profundamente con un cuerno en una galería de arte de París . Con
su sangre, mancha las caras de Topor y de Olivier y la cabeza rapada de
Arrabal" (Arrabal , 1 973, 26) . Journiac, para quien u n a obra de arte es una
obra de resistencia, se marca con un h ierro al roj o vivo un triángulo sob re
el brazo en memoria de los homosexuales depo rtados y para testimoniar
su doble disidencia como artista y homosexual .
En Rythm O, Marina Abramovic, cuyo trabajo lleva a los lím i tes la
tolerancia del organismo, dispone objetos sobre una mesa: aguj as, esp i -

2 N J e l T: La B re r o n u t i l iza aq u í l a p a l a b ra "vi a n Je" que se refi e re a la carn e ya


m u erta de u n a n i m a l p reparada c o m o a l i m e n to , en l uga r de "ch a i r" q u e e s la
c a rn e Je u n cuerpo vivo, q u e p uede ser a n i m a l o humano.

92
11as, una pistola cargada, etc. Se pone a continuación a disposición del
p úblico que está autorizado a servirse sin límites de es_os instrumentos
50bre su cuerpo. Tina Takemoto es una artista ligada a Angela Ellsworth
p or una_ relación de amistad y de trabajo. En 1 993, los médicos le descu­
bren a Angela un linfoma. Entonces las dos mujeres marchan j untas en
un largo combate contra la enfermedad. Tina se siente atrapada en la

p érdida de límites propios entre salud y enfermedad, entre sí misma y


d otro. Las pesadillas vienen a rondar sus noches. Para participar de los
d olores de su amiga, realiza una performance en marzo de 1 995, duran­
te la cual se adhiere cinco fósforos a su brazo derecho antes de encen­
derlos "en un intento de participación de los efectos acumulativos de
l as inyecciones de quimioterapia'' vividos por Ángela (Takemoto, 200 1 ,
1 1 2) . Acompañamiento simbólico del sufrimiento del otro, tomando allí
también la iniciativa en una forma ritualizada donde el enfoque privado
se conj uga con la escena artística. La lista es larga, me detendré en un
p uñado de artistas. 3

Gina Pane o la lucha contra los sufrimientos del mundo

Gina Pane es, sin duda, la artista que ha impulsado más lejos la pregun­
ta sobre los límites cutáneos de la condición humana. En Escalada no anes­
tesiada, en 1 97 1 , con pies y manos desnudos, se sube a un marco de metal
con escalones munidos de puntas aceradas. El mismo año en Comida,
televisión, fuego, ingiere carne cruda superando su asco, mira las noticias
en televisión en una postura inconfortable, y apaga fuegos ardientes en la

arena con los pies descalzos hasta que el dolor la obliga a detenerse. En
1 972, se queda dos horas suspendida del parapeto de una ventana del
doceavo piso de una casa (fe) . En Leche caliente, vestida de blanco, alterna
cortes con hoja de afeitar en su cuerpo con el lanzamiento de una pelota
de tenis contra el muro. Corta su cara antes de tomar una cámara y filmar
largo tiempo al público, concentrándose en los rasgos de ciertas personas.

3 No evocamos aquí a Orlan, cuyo trabajo me parece esencial, pero en un


registro de análisis completamente diferente (Le Breton, 1 999) . Si bien Orlan
recurre a la autoagresión deliberada de su cuerpo, lo hace por la mediación de
la medicina y aboliendo el dolor solicitando la ayuda de la peridural o de otros
a n algésicos durante las intervenciones llevadas a cabo sobre su cuerpo.

93
Acción ambigua que denuncia la pasividad social frente a la violencia, la
indiferencia delante del horror, también la anestesia de la mirada.
En 1 973, en Acción sentimental, se corta la mano con una hoj a de afei­
tar y clava espinas de rosal en su brazo. En 1 974, para Psique, reproduce
sus rasgos en un espejo. Se corta entonces los arcos supercil iares co n una
hoja de afeitar y la sangre que corre sobre el espejo completa el desdobla­
miento especular. Manipula entonces plumas de páj aro (simbolizando la
ternura) y pelotas de caucho, una amarilla (pulsión de muerte, negativi­
dad) , la otra azul (signo de vida, positividad) . Se para l uego en una escale­
rilla, con los ojos vendados, el paño todavía empapado de sangre, y trata
de transm i tir un mensaj e de esperanza para la humanidad, pero su boca
queda muda. Entonces se corta el vientre en cru z al rededor del ombligo ,
lugar del origen de la vida. Un simbolismo estrecho rige cada momento de
sus performances. En Autorretmto(s), ella se muestra como m uj er y artista .
Acostándose sobre un lecho de velas encendidas, metaforiza el sufrimiento
de la mujer que da a luz; las co n tracciones se i m ponen para mantener el
sufrimiento en sí m isma: el m icrófono vol teado contra la pared no repro­
duce ningún sonido: la mujer debe quedarse muda. Ento nces se corta la
piel cerca de las uñas mientras una serie de diaposi tivas muestra una mujer
aplicando esmalte en sus uñas. La mujer no existe m<is que en una aparien­
cia que la mutila. Durante la última fase, haciendo gárgaras con la leche
cal iente mientras la sangre se mezcla con la leche, conj uga dolorosamente
dos símbolos de la condición femenina: la leche y la sangre.
Las acciones de Gina Pane tienen la intención de limitarse a la super­
ficie de uno mismo, no son muti laciones . " H ace falta, dice ella, que
el cuerpo explote, ir en todas d i reccio nes , dej arl o co nquistar espacios,
nuevas tierras." La herida es una escritura, viene simból icamente a cris­
talizar y cal mar otra herida. " Por esa abertura del cuerpo, no quiero dar
sangre al pueblo, ni ser un glad iador, tampoco un prim itivo de una socie­
dad arcaica [ . . . ] La herida marca, identi fica e inscribe un cierto malestar.
Está en el centro de mi p rfrtica, es el gri to y el blanco de mi discurso. La
afi rmación de la necesidad vi tal , elemental , de la rebelión del i ndividuo .
Una actitu d que no es en absoluto autobiogr<Íhca" (Schlatter, 1 996, 5 3 ) .
Ella no se alza para dar lecciones. Lejos d e pretender aportar u n a verd ad
a los demás, hace de la herida un acto de com unión paradoj a!. Lej os
del masoq uismo que ella rechaza, el dolor es un do n, una tentativa de

94
c u ración, un movimiento de liberación. Gina Pane pone en escena un
sacrificio ofreciendo ella misma su dolor por el precio de una conciencia
c·� p andida del sufrimiento de los demás y en la perspectiva simbólica
Je disminuirlo. Una resistencia simbólica (mística sin duda) se expresa
c ontra la inj usticia del mundo. No lo hace dentro de una dimensión
c r istiana que no evoca en esta performance, sino en una intuición de su
p ertenencia al cosmos. Hay en Gina Pane un deseo de ritualizar el sufri­
miento social (la guerra, la opresión de las mujeres, etc.) asumiéndolo
sobre ella.
Si bien Gina Page sigue siendo dueña de sí misma durante sus perfor­
rnances, confiesa que en su vida personal, su sueño, sus sueños, se siente
afectada. Cada acción está minuciosamente preparada, jalonada de esque­
mas que no deparan ninguna sorpresa. Un fotógrafo registra la memoria.
Esta preparación la vuelve vulnerable, debe quitar de sí toda protección.
Cuando entra en el espacio de la performance, se pierde "en la carne de los
otros", queda inmersa en el público como si estuviera en una caja de reso­
n ancia. Vive una "actitud que se podría comparar con el amor" (Schlater,
1 996, 348) . Como un sanador que da toda su energía a los enfermos
que lo consultan, ella se siente "completamente vaciada", experimenta la
i mpresión de volar, de estar desprovista de cuerpo. Las acciones de Gina
Pane son ritos privados abiertos a los espectadores y a la historia del arte,
que apuntan a exorcizar una parte del sufrimiento del mundo. En una
entrevista, ella cita la experiencia de los chamanes, sanadores, al seno de
su comunidad, de males que ya han experimentado desde adentro: "Los

médicos-sanadores de una herida son al mismo tiempo ellos mismos


portadores de una herida [ . . . ] . Ellos encarnaron, fueron afectados por el
problema moral de la enfermedad. Es lo contrario de la medicina actual.
Entonces, si yo tengo una problemática que quiero compartir con otros,
<:ncarno lo que digo" (3 52) .
Ella tiene la intención d e expandir l a conciencia de aquellos que la
m iran liberarse de prohibiciones mayores, aquellas del dolor y de la muer­
te que son las únicas que conservan, precisamente, un poder de subver­
s ió n, de emoción j usta para sacudir a la audiencia. "El sufrimiento nunca
<:s un gesto gratuito en Gina Page, escribió Franc;:ois Pluchart, atento críti­
co de su obra. Ella combate, denuncia, entra en lucha contra los deter­
rninismos: contra quienes se lavan las manos, contra los que consideran

95
la escalada del horror un principio de acción o de gobierno, contra las
que digieren tranquilamente después de haberse saciado, indiferentes al
resto del mundo" (Pluchart, 2002, 232) . El rechazo de la "cara trági ca
del cuerpo , es generador de angustia y de alienación y parece perfecta­
mente indecente en una sociedad que no para de hablar del "progreso
del hombre" (Schlatter, 349) . S i bien Gina Page se lastima quemándose,
lacerándose, cortándose, rasgándose los vasos sanguíneos, poniéndose en
posturas dolorosas, es para denunciar las trabas morales que pesan sobre
el cuerpo de la mujer y la violencia banalizada que reina en nuestras soc ie­
dades. Mis "experiencias corporales" , declaró en j unio de 1 97 4 , "tienen
como objetivo desmitificar la imagen común del cuerpo percibido como
un bastión de nuestra individualidad, para proyectarla en su realidad
esencial de función de mediación social . . . El cuerpo es el i nstrumen to
primero y natural de la sociología." Ella sabe que la integridad corporal es
un valor intocable en nuestras sociedades, sobre todo tratándose de un a
mujer. Alterando su envoltura cutánea, dejando que la sangre se derrame,
sacude profundamente los imaginarios sociales y consigue su objetivo de
provocar la reflexión, vale decir, volver a uno mismo. Las marcas de sus
heridas se borran porque las incisiones o las quemaduras son superficia­
les, pero la i n terrogación prosigue su camino, permanece todavía hoy día,
después de su m uerte.
Gina Pane no ignora la agitación de la audiencia, la emoción, el recha­
zo, el enojo, los mecanismos de identificación en relación a ella, con una
sensibilidad redoblada por el hecho de que ella es mujer, que su piel está
rasgada y la sangre corre. El espectáculo del dolor físico es intolerable para
el público. Catherine Millet, crítica de arte, expresa así su malestar frente
a las acciones de Gina Pane: "Nunca pude, después, asistir a una de sus
acciones, me sentía incapaz de verla, a pocos metros de mí, cortarse la boca
para mezclar su sangre con leche para hacerse gárgaras . . . Por lo contra­
rio, como monaguillo improvisado para servir La Misa para un cuerp o,
dijo Michel Journiac, el 6 de noviembre de 1 969 [ . . . ] 'com ulgué' en esa
ocasión comiendo, no una hostia, sino una pequeña rodaj a de budín que
el artista había preparado con su propia sangre" (Millet, 1 998, 200) . En
esa circunstancia, ella superó su disgusto, entonces i ngiere una sustan cia
que la asquea, pero falla en ubicarse a una distancia afectiva suficiente de
Gina Pane. Se trata de ver, pero ella se dej a penetrar por la identificaci ó n

96
con el dolor que supone sufre el artista. Tal es la fuerza de las ceremonias
de Gina Pane.

Stelarc o la obsolescencia del cuerpo

Algunas de las primeras acciones de Stelarc consistieron en coserse los


l abios o los párpados, o quedarse varios días agarrado con ganchos en la
espalda al muro de una galería. Él comenzó la serie Suspensiones en 1 97 1 ,
p rimero uniéndose al espacio con cuerdas y arneses antes de radicalizarlo
a partir de 1 976 utilizando ganchos de acero inoxidable fijados en la piel.
La repartición del peso implica entre catorce y dieciocho puntos de inser­
ción (tantos puntos de dolor) según la performance encarada. Operación
d elicada que requiere en sí misma un promedio de cuarenta minutos. Así
clavado, sin el menor alivio de analgésicos y gracias a la elasticidad de la
piel, Stelarc es izado en el espacio y se mantiene colgado por horas. Para su
performance de 1 980 en Tokyo, Eventfar rock suspensión, flotaba adosado
al cielo, su peso estaba contrabalanceado por una pesada piedra. En 1 98 1 ,
en Seaside suspensión, es barrido por el viento y la bruma sobre las olas.

En City suspensión, sobre el Teatro Royal de Copenhage, describe grandes


círculos en el espacio enganchado a una grúa.
Stelarc realiza así una veintena de suspensiones entre 1 976 y 1 988, el
cuerpo ensartado y enganchado con sogas. En los momentos de ser izado
o bajado, el dolor se apodera de él, en general le hace falta una semana para

recuperarse y para que las heridas cicatricen. A la inversa de los buscadores


de emociones y de espiritualidades" que hoy utilizan suspensiones como
una forma de autorrevelación, Stelarc rechaza toda forma de misticismo o

de complacencia con respecto al dolor. Insiste que él es el mismo antes y


después de sus performances. En su forma de ver, el cuerpo así en levita­
ción es "una especie de escultura en el espacio". "Las acciones de suspen­
derse no son manifestaciones de chamanismo, de condicionamiento por
el yoga o de puesta en armonía del cuerpo por una especie de búsqueda
trascendental o espiritual [ . . . ] . Sus performances son simplemente accio­
nes artísticas [ . . . ] . Mi pensamiento es el mismo antes, durante y después
de la performance" (Donguy, 1 996, 2 1 5) . Stelarc de hecho radicaliza en
su obra la obsolescencia del cuerpo, su toma de distancia de la especie y
su insignificancia frente a las tecnologías actuales. La era darwiniana, dice

97
Stelarc, se desvanece. Para él y muchos otros contemporáneos, el cuer pf
es una especie de caparazón anacrónica del cual urge desembarazarse. tl
mortificación de la carne, su transformación en puro material, parece It
última sacudida antes de su eliminación.

La lucha simbólica contra la enfermedad: Flanagan, Athey

"La enfermedad y el masoquismo tienen en común el hecho de ser doi


cuestiones cuya visión asusta a la gente", escribe Flanagan que ha reali�
do performances poniendo en escena autoagresiones corporales. Flanagaq
reivindica sus gustos sadomasoquistas (Flanagan, 2000; Liotard, 1 988;
Miller, 1 999) . En un clip, Happiness in slavery (Reiss, 1 992) ) , es torturadÓ
hasta morir por una máquina que le abre el vientre y aspira sus órganos
antes de expulsarlos como gusanos hirvientes. En el medio metraje Sick,
asistimos a humillaciones, a escenas sado maso. Lo vemos clavarse un clavo
en el pene durante una performance, coserse los labios. En 1 989, durante
dos performances en la Southern Exposure Gallery de San Francisco, ambas
intituladas Nailed, se colocó unos cincuenta ganchos en la piel, que se
rompían uno tras otro. A continuación se cosió el escroto con hilo y aguja
y clavó el resto de la piel sobre un pedazo de madera. Repitió esta acción
reiteradamente, en especial durante su performance Auto-erotic SM en Los
Ángeles. "Bob estaba sentado frente al público desnudo y sin vergüenza,
hablando con ingenio e inteligencia, haciendo chistes mientras se clavaba
el escroto en el piso", escriben A. Juno y V. Vale (Flanagan, 2000, 6) .
En Visiting hours, una performance creada en 1 992 en el Museo
de Santa Mónica, Flanagan recreó la atmósfera de una sala de hospital .
Después del simulacro de una sala de espera, donde las revistas para los
pacientes tratan de literatura sadomasoquista, la mirada de los visitantes
se detiene un instante en un muro hecho de cubos para niños. Cada uno
tiene una letra: C, F, S, M. CF para Cystic fibrosis4 (la enfermedad que
está sufriendo: la mucoviscidosis) y SM (sadomasoquismo) , el arma que
él opone a la enfermedad. Otros cubos intercalados hacen un lazo simbó­
lico entre los accesorios médicos y los utilizados en el sadomasoquismo :
dibujos de capuchas de cuero o de látigos, o escalpelos, estetoscopios ,

4 N del T: Fibrosis quística.

98
etc., instrumentos para el sufrimiento de los que indica la equivalencia
a su modo de ver. Otro muro muestra una radiografía de sus pulmones

arruinados por la enfermedad, con el brillo luminoso de los piercings que


o rnan sus pezones en primera línea. Sobre un "muro de dolor" , muestra
750 fotos de su rostro mientras experimenta episodios de dolor delibe­
rados de tonalidad diferente en el marco de sus prácticas SM. Él está
acostado en una sala durante toda la performance. Los visitantes vienen
a hablarle. Cada tanto un sistema de poleas lo iza por los pies en plena

conversación.
En su obra, la violencia sufrida a causa de las intervenciones médicas
se opone al j úbilo de las violencias consentidas en el encuadre del pacto
SM con su mujer Sheree o por su propia iniciativa durante sus performan­
ces. Toda la existencia de Flanagan oscila entre el sufrimiento impuesto
por la enfermedad y las curas, la inminencia de la muerte, una violencia
que se le impone a su pesar y que él debe contrarrestar. Y, por el otro lado,
como una parodia burlona que sube la apuesta, el dolor deliberadamente
buscado, fuente de júbilo sensorial, de complicidad, especialmente con su
compañera Sheree, para conjurar a la muerte y al progreso de la enferme­
dad.
Bob Flanagan está afectado desde su nacimiento por una enfermedad
incurable que le deja una esperanza de vida apenas superior a los 25 años.
En realidad vivirá hasta los 43 años, pero transformando su cuerpo en una
obra de arte en el escenario de un incansable teatro de la crueldad. Desde
niño, se expone al frío, se cubre el cuerpo de pegamento, se queda noches
enteras en una posición incómoda, se flagela, se perfora, etc. Se inflige sus
primeras heridas mirando al dolor y a la muerte a los ojos y sosteniendo
d desafío. Por este atajo, deja de ser una víctima y retoma el control de
s u existencia. Al dolor necesario de las curas médicas, opone un dolor

que él se inventa y que se transforma en un reaseguro, una tentativa de


preservarse contra el dominio absoluto de la enfermedad. Flanagan lucha
contra ella tomando la iniciativa del dolor y transformándolo entonces
e n disfrute. Por medio de su acción, desactiva la violencia: "Nací con una
enfermedad genética por la cual debería haber muerto a los 2 años, luego
a los 1 O, luego a los 20 y así, pero yo estoy siempre presente. En una lucha
si n fin no sólo por sobrevivir, sino también para atenuar la enfermedad,
aprendí a combatir el mal con el mal" (Liotard, 1 998, 1 3 5).

99
Bob Flanagan multiplica las pruebas personales con una sed perma­
nente de legitimidad, preocupado por mantener a raya la amenaza de
muerte. Todas sus pruebas de resistencia, como él las llama, lo confirman
en su potencia personal para enfrentar lo peor. Formas apenas atenuadas
de ordalías sucesivas cuya lógica lleva a una práctica apasionada de juegos
sadomasoquistas. En Bob Flanagan, no hay nada de abnegado, no se trata
de un guerrero respaldado por la seriedad. Son pocas las fotos donde no
aparece iluminado por su sonrisa. Su humor, su tranquilidad, estallan en
cada una de sus performances o en lo que dice. Ninguna batalla le hubiera
impedido reírse a este hombre decidido, que sabía más que los demás
acerca de la infinita fragilidad de la existencia. Flanagan mantiene la cabe­
za alta frente a las amenazas, aunque el precio a pagar sea alto.5 Al final de

cada prueba superada, siente una sensación de paz, de desprendimiento,


de fortalecimiento del carácter, y evoca alusivamente al chamán y la serie
de "pequeñas muertes" que son tantas como renacimientos personales.
Para no morir, ha multiplicado las pequeñas muertes.
En los meses que precedieron a su desaparic�ón, Bob Flanagan por
primera vez cede terreno a la enfermedad. Se aleja del pacto SM anudado
con Sheree, quien percibe cómo su compañero se le escapa. En el film Sick,
el dolor ligado al avance de la enfermedad queda a menudo sin respuesta
de su parte. Él había logrado hacer retroceder la inminencia de la muerte
más allá de cualquier límite concebible, pero de repente se desmorona, en
el límite de sus fuerzas. Le pregunta a Sheree: "¿Me estoy muriendo? No
comprendo. Todo esto es estúpido. Nunca creí del todo en mi existencia.
No alcanzo a comprender." El dolor como gozo es ahogado por el dolor
de la enfermedad, que es sólo sufrimiento.
Ron Athey en Mártir y santos ( 1 983) juega con el imaginario cristiano
e impone el espectáculo de la muerte y el dolor. Travestis, toxicómanos,
strip-teasers, se infligen heridas. Ellos mismos se cosen los labios, se perfo­
ran con agujas, se cortan con hojas de afeitar o se ciñen la frente con una
corona de agujas hipodérmicas. Durante otra performance, graba letras
sobre la espalda de un artista seropositivo, enj uga la sangre con serville­
tas de papel antes de colgarlas de una soga cerca de los espectadores, un

5 "Quisiera hacer los últimos actos, dijo. Quisiera colgarme del cuello,
castrarme -cosas que fantaseaba a menudo pero que nunca hizo porque son
muy riesgosas o no tienen vuelta atrás" (Flanagan, 2000, 55).

1 00
poco inquietos. Ron Athey ha fundado una "familia por elección" de una
decena de integrantes, "todos gays y seropositivos, que lo acompañan en
sus performances donde la hoja de afeitar talla la carne, donde el sexo
se mutila y la sangre corre en mortíferos chorros, donde el debate juega
sin cesar entre el cristianismo y la transgresión, sociedad y sida, y donde
la expiación de los pecados está acompañada de un derecho irrevocable:
elegir libremente su sexualidad" (Baqué, 2002, 1 33). Artista que reivindi­
ca su homosexualidad, su antigua dependencia de la heroína y su seropo­
sitividad, hace de su cuerpo una cantera permanente de experimentación.
Las automutilaciones que se inflige son para él exorcismos. Ritualiza el
dolor de la enfermedad y el sufrimiento por haber perdido muchos de sus
amigos. De este modo retoma el control de su caos interior volviéndose el
supervisor de su dolor. "Cuando me atravieso con una flecha, realizo una
metáfora de San Sebastián para representar la discriminación de las perso­
nas seropositivas, inclusive al seno de la comunidad gay" (Liotard, 200 1 ) .
Como para Bob Flanagan, el S M es un atajo para golpear a la enfermedad
y hacerla retroceder.

Las performances o la búsqueda de uno mismo

La dimensión pública de las performances, en especial de la suspen­


sión, difiere de las creaciones del body art donde el artista trata de hacer
una obra con su cuerpo, con la preocupación de conservar un registro
por medio del video o las fotos, mientras que el peiformer quiere vivir
una experiencia interior.6 Esto último está más alejado de las instancias
sociales, por lo general en el entorno de hombres y mujeres que compar­
ten su búsqueda, que ya la han vivido o se preparan para conocerla. El
público del artista es, por el contrario, compuesto de amateurs, de críticos,
radicalmente alejados del contenido de la acción. En la performance, la
alteración voluntaria del cuerpo es más que nada un valor de metamor-

6 De hecho la frontera, si es que hay una, entre body art (o arte carnal, para
hablar como Orlan) y performance en la movida de los modern primitives es
difícil de establecer. Para algunos de sus protagonistas, es inclusive una duda
difícil de zanjar. Ciertas performances son, por cierto, estrictamente experi­
mentadas como shows, entonces están en las antípodas del deseo de explora­
ción de uno mismo.

101
fosis personal, se logra metódicamente con la intención de cambiarse a sí
mismo, para explorar los territorios todavía desconocidos que ocultamos.
La preocupación de mostrarse a los otros, que en cambio caracteriza a los
artistas del body art, aquí es secundaria, aunque muy a menudo esas expe­
riencias sean realizadas en público. La voluntad primera es la de actuar
sobre uno mismo y eventualmente abrir camino a los demás.
El performer de las suspensiones es, sobre todo, un buscador de senti­
dos, un explorador de sensaciones, llevándolas al límite de la condición
humana. ''Para mí las performances son espectáculos para mostrarles a otras
personas, del medio o no, lo que se puede hacer con su cuerpo, pasar agujas
por el cuerpo, transformaciones, pinchos faciales, colgar pesos de los piercings
que ya tenemos, etc. Experimentamos sensaciones muy fuertes por la presencia
del público. La gente es sensible a lo que está pasando y hay un intercambio
muy extraordinario. Se trabajan las sensaciones del cuerpo y también las de los
demás. En su propio cuerpo, se observan las diferentes capas de sensaciones. De
un segundo al otro, tus sensaciones se modifican. Incluso sentimos cómo una
persona enfrente, en las suspensiones, tiene mucho calor o está nerviosa" (Esté,
33 años, piercera) .
Hay también una dimensión de convivencia, de compartir, de trans­
misión de una cultura común. Esté dice, riéndose, que ''cuando somos
muchos y trabajamos juntos a diario, a veces tenemos ganas de una pequeña
fiesta. Algunos se hacen una comida, nosotros nos hacemos una perfo. Tenemos
ganas de pasarnos las agujas, estar juntos. Y en público. Hay una parte de
espectáculo. Quiero decir, aunque le impacte a todo el mundo, es un espectá­
culo como cualquier otro. "
Fakir Musafar (nacido en 1 930) es una figura prominente de la movi­
da contemporánea de las modificaciones corporales. Desde su infancia,
experimentó una multitud de modificaciones corporales que terminó por
presentar en público. Apasionado por un reportaje de la revista National
Geografic, hace doce años él comprime su cintura en un estrecho corsé
para parecer un adolescente atrapado en un cinturón ritual como en la
fotografía que lo impresionó. Al año siguiente, realiza un primer piercing a
través del prepucio con la ayuda de un broche finamente cortado. La expe­
riencia dura varias horas pero, dice, "el hecho de hacerlo muy lentamente,
sometiéndome totalmente a la experiencia, es un evento trascendental y

1 02
espiritual."7
Muchos años antes de la pasión social por las modificaciones corpo­
rales, Fakir Musafar se perfora la nariz, las orejas, los pezones, se hunde
agujas en el cuerpo, se tatúa a sí mismo. Se somete a descargas eléctri­
cas, a prácticas de constricción con corsés, cinturones, lazos, cadenas. Se
entrega a experiencias de privación del sueño, del alimento, etc. Recubre
íntegramente su cuerpo con una pintura dorada que impide la respiración
tegumentaria. Con anzuelos, engancha en su pecho objetos pesados, apli­
ca cargas a sus piercings, se somete con todo conocimiento de causa a una
operación que alarga su pene gracias a los pesos que le ata. Lleva regular­
mente una pesada estructura de metal que toma prestada de los discípulos
hindúes de Shiva, constituida por una serie de largas puntas de metal que
penetran su cuerpo y forman una especie de abanico en torno a él. Se
cuelga con ganchos fijados en su pecho o en todo su cuerpo, se acuesta en
camas de hojas de afeitar o de espinas, etc. Durante largo tiempo realiza
sus experiencias solo, antes de mostrarse en público y conocer la notorie­
dad, en 1 978, durante una convención de tatuaje en Reno.8 Lidera una
implacable exploración de las posibilidades del cuerpo "casi al borde de la
muerte" . Poniéndose en situaciones extremas, Fakir Musafar se desprende
de sí mismo para acceder a experiencias de metamorfosis personal.
El sufrimiento, ya lo hemos visto, es la dimensión moral del dolor, su
medida subjetiva, es tanto más doloroso cuanto es impuesto, pero, de otro
modo, se atenúa si es experimentado deliberadamente. En el caso de Fakir
Musafar o de otros adeptos de los Modern Primitives o de francotiradores
como Lukas Zpira (artista, piercer), sigue siendo un hecho menor, ellos
tienen la iniciativa, está controlado por la fuerza de voluntad, por técnicas

7 De este modo establece simbólicamente, a su modo de ver, el acto de naci­


miento de los Modern Primitives. En esta corriente muy apegada a la experi­
mentación sobre uno mismo, nos remitimos a Le Breton (2002ª) . Una versión
un poco acortada de la extensa entrevista de A. Juno y V. Vale ( 1 989) con Fakir
Musafar apareció en Heuze (2000) .
8 Sanders describe una secuencia de branding y de burning en un atelier de
modificaciones corporales, dirigido por Fakir Musafar, en San Francisco,
donde también vemos trabajando a Jim Ward que anima un taller de piercing
y a Raelynn Gallina para un taller de piercings genitales y de cutting (Sanders,
1 992) .

1 03
personales, por una capacidad íntima para enfrentarlo cara a cara. El dolor
está bien experimentado, pero sin el sufrimiento que volvería su experien­
cia intolerable. Cuando esos performers dicen que el dolor no existe, a
menudo formulan que el sufrimiento está ausente de su experiencia, no
que no les duele. Si se tratase de tortura, si sus pruebas les fueran impues­
tas por la fuerza, probablemente no podrían recuperarse. Fakir Musafar
describe muy bien el dolor como una ''sensación': siente el terremoto pero
sin la virulencia del sufrimiento. ''Para mí no hay dolor real, sólo una cosa,
la sensación. Esformidable experimentarla porque sientes que estás verdadera­
mente vivo. " Explica a continuación que si se golpea un dedo contra algún
elemento del dispositivo sentirá dolor porque ese dolor será inesperado.
Toma como ejemplo los adeptos al karate que también frenan cualquier
experiencia de sufrimiento entrenándose en romper ladrillos con las manos
y los pies. ''La negatividad del dolor (intensidad, sensación inesperada) sólo
afecta a aquellos que no han hecho una búsqueda en ellos mismos. Si tienes el
suficiente entrenamiento, instrucción y práctica, puedes trascender, transmutar
o cambiar una sensación en lo que tú quieras" Ouno, Vale, 1 989, 1 2- 1 3) .
S u historia personal, s u búsqueda íntima, llevan estos individuos a
decidir cómo someterse a pruebas que viven como experiencias iniciáticas
en las cuales ellos son los únicos directores. Fabrican lo sagrado, momen­
tos de excepción, yendo hasta el fondo de un enfoque radical en donde el
cuerpo es la materia prima. Los dolores de la suspensión son descriptos
por Lukas Zpira como un "llamado vital", un ''anti-suicidio", una forma
de decir cuánto es un incentivo para reconstruirse y confirmarse a uno
mismo el valor de cada instante que pasa. Esté dice que ella no siente nada:
"De hecho, algunos días antes de una performance, se me produce una especie
de anestesia. Es un efecto que yo no busco de ningún modo. Sucede solo. Yo sé
en quéfecha haré una performance y mi cuerpo se pone en ese estado. No siento
más el dolor" 9 (33 años, piercera) .
Una joven Norteamericana, testificando en Internet, vive con intensi­
dad una fiesta de branding dirigida por Fakir Musafar y sus colaboradores,
no menos prestigiosos para ella. Su compañero sufrió sin parpadear su

9 Esté plantea también la cuestión de la droga que permite acceder más rápido
a un segundo estado y nublar los efectos del dolor, que utilizan algunos adeptos
a la suspensión o a las performances: "Muchas personas que hacen peiformances
toman drogas. Yo formo parte de aquellos que las rechazan. "

1 04
primer branding. Ahora es su turno. "Estoy nerviosa y cuando me acuesto
sobre la mesa (¡y Cleo Debois me sostiene los pies!), me concentro en mi respi­
ración [. . . } Todo el mundo mira. La primer marca no es dolorosa, de ningún
modo, es bella como lo será la modíficación. Me siento realmente en armonía
con mi cuerpo en ese momento. Desearía que el branding no termine nunca.
Cuando están hechas las tres marcas, me levanto [. . . } Siento una corrien­
te de endorfinas mientras me pierdo en la multitud. Ahora hay un pequeño
amigo rosado que viaja conmigo, por todas partes. Lo amo. Es un recuerdo
eterno, para mí al menos, de que la experiencia de las modificaciones corpo­
rales es la más importante. " Serían aquí innumerables los ejemplos de un
dolor asumido sin temblar porque no tiene sufrimiento, controlado por
la fuerza del carácter de un individuo que decide lo que vive y sabe que
puede detenerse en cualquier momento, sostenido también por el pode­
roso clima afectivo que acompaña su acto. La prueba personal es objeto
de una expectativa apasionada de transformación, arranca al individuo de
sus antiguos pesares. Sólo el individuo es responsable de lo que vive. Esca
agitación Íntima provoca un examen de conciencia, un retorno sobre la
historia personal, que a menudo refiere al respecto la imagen de la "espi­
ritualidad".

Las suspensiones

La suspensión se ha transformado en una prueba para acceder a una


conciencia modificada. Actualmente a menudo es realizada por jóvenes
Occidentales dentro de la movida de Fakir Musafar y con la preocupación
de vivir una experiencia espiritual destinada a cambiar su relación con el
mundo. Recordemos los orígenes de esca experiencia sobre los límites, a
menudo llamada Sun Dance por aquellos que la practican. La "ceremonia
anual de los Mandans" descripta a mediados del siglo XIX por el pintor
Georges Caclin ( 1 959, 74 sq.) es el momento fuerte de un rico de pasaje.
Después de cuatro días de ayuno y eres noches sin dormir, los futuros
iniciados, agotados, son puestos en manos de los preparadores: "se trata
anee codo de poner los ganchos en el cuerpo de los torturados, a veces en
la parce superior de la espalda, detrás de los hombros, o sobre el pecho,
sobre el bíceps o el antebrazo, sobre los muslos y bajo las rodillas." Uno
de los hombres levanta la piel unos centímetros y la perfora de lado a

105
lado con su cuchillo "cuidadosamente embebido en alcohol para hacer
la operación más dolorosa''. Otro inserta los ganchos en las heridas así
abiertas. La operación dura muchos minutos durante los cuales el joven
permanece inmóvil, inclinado hacia el suelo, para facilitar la tarea de los
dos hombres. Una cuerda tendida hasta la cima de la cúpula medicinal
también es sólidamente fijada a los ganchos agarrados en la espalda o el
pecho, se agregan objetos como cráneos o armas, y los jóvenes Mandans
son izados en el vacío. "La impasibilidad, observa Georges Cadin, diría
incluso la serenidad con la que esos jóvenes hombres soportan su martirio
era más extraordinaria aún que el propio suplicio. No había ninguno que
no mantuviera un rostro inalterado mientras que el cuchillo con alcohol
atravesaba su carne. Incluso algunos, al darse cuenta que yo dibujaba,
alcanzaban a mirarme a los ojos y a sonreír, mientras que yo, escuchando
el crujido del cuchillo en sus carnes, no podía retener mis lágrimas. " La
piel tensa hasta romperse bajo sus pesos, la sangre goteando dándole una
tonalidad lúgubre al suplicio. Algunos se desmayaban bajo el dolor. Con
largas pértigas hacen dar vueltas sus cuerpos. La prueba no se detiene allí.
Luego se arrastran hacia otra parte de la estancia donde uno de los guerre­
ros los está esperando con un hacha en la mano, delante de un cráneo de
bisonte. Cada uno a su turno expresa su deseo de dar su dedo meñique
como sacrificio al Gran Espíritu y pone la mano sobre el cráneo: "El dedo
saltaba de un golpe de hacha. Vi a muchos hombres que, en esa prueba,
ofrecían al dios su índice después de su meñique, con la misma impasi­
bilidad: sólo conservaban los tres dedos indispensables para manejar el
arco." La ceremonia no está completa todavía. Los jóvenes, siempre entor­
pecidos por los ganchos y los objetos que los desgarran, son arrastrados al
centro del pueblo. Lanzando gritos horripilantes, los hombres de la tribu
forman una ronda. Se ponen correas en las muñecas de los iniciados, y
son empuñadas por los hombres que entrenan a los supliciados en su loca
carrera. "Se forma una segunda ronda alrededor de la primera: la de esos
pobres cuerpos entrenados por sus dos sólidos conductores; van a luchar
así otra vez para resistir el mayor tiempo posible a la muerte, lo que quiere
decir hasta un nuevo desvanecimiento." Cuando al fin colapsan, la carrera
sin embargo no se detiene. "Los arrastran, inertes, y al mismo tiempo que
su sangre, pierden las cargas agarradas a sus cuerpos; y sus carnes se desga­
rran, liberando los ganchos. Estos instrumentos de tortura no pueden ser

1 06
retirados de otra manera; si alguien mete mano, ofendería al Gran Espí­
ritu y correría el riesgo de volver inútiles todas las pruebas ya sufridas."
Hoy día, los descendientes de los Indios Mandans viven en las grandes
ciudades norteamericanas. Han dejado de reproducir ese rito de pasaje que
sólo tenía sentido en un mundo desaparecido donde los iniciados eran los
guerreros de un pueblo nómade alimentado por una religión que impreg­
naba todos sus gestos y acciones. La dureza de la ceremonia iba de la
mano con esa exigencia moral que tenía cada iniciado de mostrarse digno
para su comunidad. Su desarrollo provenía de un simbolismo meticuloso
y reenviaba a una cosmogonía donde cada acto, cada objeto, incluso cada
dolor, estaban investidos de una significación precisa. El momento de su
realización no estaba librado al azar: "Se celebra cada año durante la luna
de engorde (junio) o la luna cuando las cerezas se vuelven negras (j ulio) ,
siempre en la época de la luna llena, porque el crecimiento y decrecimien­
to de la luna nos recuerda nuestra ignorancia que va y viene; pero cuando
la luna está llena, es como si la Luz eterna del Gran Espíritu se extendiera
sobre el mundo entero" (Sapa, 1 97 5 , 1 05). Ese mismo Gran Espíritu que
establece el mito en la comunidad insiste en la dimensión colectiva de la
ceremonia: "En ese gran rito ustedes ofrecerán su cuerpo en sacrificio en
nombre de toda la tribu; por ustedes la tribu ganará en sabiduría y fuerza.
Sean siempre concientes de las cosas que les digo hoy, son sagradas [ . . . ]
En el futuro ustedes serán los conductores de su pueblo, y deben mante­
nerse dignos de este piadoso deber. ¡Sean misericordiosos hacia los suyos,
compórtense entre ellos y ámenlos! Pero recuerden, [ . . ] vuestro pariente
.

más cercano es su Abuelo y Padre Wakan-tanka, y después de Él viene


vuestra Abuela y Madre la Tierra'' (Sapa, 1 97 5 , 1 1 1 y 1 4 1 ) .
S i bien esos ritos han desaparecido hace mucho tiempo, n o han deja­
do de ejercer menos fascinación a los ojos de algunos occidentales. Fakir
Musafar describe su asombroso descubrimiento del rito Mandans en las
páginas de la obra de Georges Catlin. Con Jim Ward, otro personaje esen­
cial de la corriente actual de la cultura norteamericana de las modifica­
ciones corporales, decidió vivir a su vez esa experiencia. Pero extrajo de
la Danza del Sol solamente el momento de la suspensión, abandonando
las otras secuencias del ritual. Ignorando el significado de los elementos
de la ceremonia, lo realiza como un motivo de demoscración personal.
Fakir Musafar es enganchado en el pecho con piercings por los que se

1 07
pasa una soga, y es izado a una sólida rama por Jim Ward. Conoce enton­
ces "un momento de éxtasis y de estado alterado de la conciencia'' (Vale ,
Juno, 1 989, 3 5 ) . Para los dos hombres, el descubrimiento es decisivo y lo
reproducen a menudo, volviéndose los exploradores de una práctica que
muchos otros han retomado en su momento.
El rito Mandans ha sido netamente tergiversado de sus principios.
Ninguna preparación anterior, ningún ayuno o privación del sueño,
ninguna purificación en la tienda para transpirar, ningún conocimien­
to del mito y de las significaciones más complejas. Si bien los Mandans
estaban en búsqueda de visiones para cambiarse a sí mismos y contribuir
mejor a la substancia de su sociedad, hoy día se trata, para aquellos que
experimentan las suspensiones, de conocer una forma de éxtasis y de gene­
rar visiones personales. Eso que tenía sentido para toda una comunidad
amalgamada alrededor de una visión del mundo fundada sobre ritos preci­
sos, deviene de este modo en nuestras sociedades una forma de explora­
ción de uno mismo. Las pruebas son entonces un camino de pasaje para
una metamorfosis íntima que ya no exige una disciplina de vida, pero sí
una puesta en valor de recursos físicos y morales.
Se distinguen dos enfoques en relación a las suspensiones radicales. El
individuo puede ser suspendido por medio de ganchos fijados en su pecho
o en su espalda, provocando una sensación de sofocación muy cercana a
ser colgado por el cuello. La experiencia puede prolongarse sin peligro por
apenas unos veinte minutos. Por el contrario, si los ganchos se ponen en
todo el cuerpo, el individuo puede mantenerse colgado por horas.
Las suspensiones tienen también otras versiones. Esté (piercera, 33
años) , por ejemplo, dice conformarse por el momento con hacerse trac­
ciones sobre el rostro o los brazos con ganchos y cuerdas agarrados al
cuerpo, sola o de a dos: ''Es algu.ien que tira, o sos vos, o dos personas que se
ponen en equilibrio una con otra, que estdn en suspensión, pero no totalmente.
A estas cosas no se llegan de un día para el otro. Deben pasarse etapas. Pero yo
no estoy mucho en suspensión porque las personas que lo hacen reivindican a
las sociedades tradicionales y eso me molesta. Prefiero hablar de performance
porque desde mi punto de vista estd mds dentro del arte contempordneo, del
body art." Las suspensiones están organizadas cuidadosamente, en ningún
caso significan abandonarse al dolor. Implican una preocupación vigilante
del equipo, una confianza absoluta hacia los partenaires y los asistentes .

1 08
Las condiciones de asepsia, la preparación psicológica, la determinación
del carácter, la búsqueda personal, son indispensables para el buen desa­
rrollo de la prueba.
Hace dos años, Crass, piercer, dueño del negocio Tribal Touch en
Estrasburgo, me comentó su deseo de realizar próximamente una suspen­
sión en el espacio con ganchos fijados por todo su cuerpo para sostenerlo.
Deseaba conocer las "visiones", reencontrar el éxtasis del chamán en el
contexto urbano de nuestras sociedades contemporáneas. "Hace mucho
tiempo que muero de envidia por realizar esta experiencia de suspensión en
el espacio. Ahora me siento maduro para eso. Ahora estoy en búsqueda de la
visión. Llego a un momento de mi vida donde he tenido elprivilegio de haber
vivido casi todos mis sueños. Hoy soy un adulto hecho. Trato de serlo en todo
caso, vivo con mi compañera, que se volverá mi mujery la madre de mis hijos.
Ahora quiero pasar a una etapa superior, ser menos extrovertido, guardar las
cosas un poco más para míy saber a dónde voy. Tengo una misión importante
a cumplir, entre otras cosas en relación a mis hijos, a mi mujer. Pero tengo
en mí este nómade dormido y creo que haciendo esa suspensión sabré defini­
tivamente dónde estoy, si soy un nómade o definitivamente un sedentario, si
debo quedarme aquí o partir. Creo que esa será la última pieza de mi edificio.
Después de eso voy a encontrar mi camino o al menos una sabiduría defini­
tiva. Necesito enfocarme para ser empujado a visiones o a mensajes que no
siempre .comprendo enseguida. Necesito eso ahora, no creo en el azar. Lo he
deseado por años, ahora estoy listo, mi angustia y mi temor han desaparecido,
es el momento de hacerlo. "
Hoy Crass habla con admiración: ''He descubierto algo magnífico,
maravilloso. Eso me hizo mejor. Cuanto más experimento sobre mí, mejor me
siento. Descubrí mil cosas de las cuales nunca había tenido conciencia. Yo era
agresivo, por ejemplo. Sentía que nadie en el mundo me comprendía. A partir
del momento en que me encontré solofrente a mí mismo, con mis acólitos que
me tiraban de todos los costados, comprendíporfin que estaba en lo correcto y
que no tenía ningún deseo de justificar lo que hacía. Hacía lo que quería de
mi cuerpo en especial cuando eso me provocaba placer. Insisto sobre la palabra
placer. No confundirse. No se trata de sadomasoquismo, el dolor no existe.
No forma parte del proceso. Además yo detesto el dolor, le escapo como todo
el mundo. Las suspensiones y los rituales me ayudan a crecer, eso me ayuda a
crecer todavía más. Es lo mismo para todos mis amigos. "

1 09
Lukas Zpira, al mismo tiempo profesional de las modificacio nes
corporales y artista, se reivindica como un hacker corporal, el pirata de las
formas orgánicas que él rechaza porque limitan su relación con el mundo .
Su cuerpo es una obra que reanuda sin cesar. Se define como ''un rompe­
cabezas que armo y desarmo·: Ha realizado muchas suspensiones radical es
desde hace tiempo, confiesa voluntariamente que en su juventud ten ía
deseos de lastimar su cuerpo, de desaparecer. "Tomé posesión de mí, sin
negar mi genealogía. " Antes, no soportaba "mirarse en un espejo ". Esa preo­
cupación de reconstruirse en profundidad, de inventarse, de romper con
una historia, sin duda no es inocente, pero poco importa. ''Fue anterior­
mente, es la historia de otro. "El derrotero en Lukas fue realmente iniciático,
suscitó un nuevo nacimiento.

La cuestión del "primitivismo"

El individualismo libera al sujeto de la fidelidad moral o social. No


porque la franquee totalmente, en muchos aspectos sigue siendo depen­
diente de ella, pero su margen de creación se amplía tanto más cuanto la
cultura del entorno carece de espesor real y funciona como un gran super­
mercado de bienes materiales y simbólicos. El bricolaje de significados
caracteriza ahora la relación con el mundo. De este modo, las autolesio­
nes corporales como los recortes, las escarificaciones, las quemaduras, etc.
están asociados a un discurso bastante común que tiene como objetivo
el reencuentro con las fuentes "primitivas". Inmersión en la naturaleza,
lo "primal" deviene una búsqueda que reivindica la autenticidad, refe­
renciando a las presuntas "sociedades primitivas" . Los Modern Primitives,
una comunidad informal nacida en los Estados Unidos, de la cual Fakir
Musafar es una figura central, apelan a lo "tribal" y tratan de introdu­
cir lo "primitivo" en el corazón de lo "moderno" . Las únicas sociedades
mencionadas son aquellas que se dedican a las modificaciones corporales
o a ceremonias religiosas donde lo que importa es tener sangre fría, como
si los miembros de esas sociedades no tuvieran otras preocupaciones que
tallarse o decorarse el cuerpo. Reivindican estas sociedades habituadas a las
inscripciones corporales como modelos a reverenciar. Pretenden entrar en
su escuela, apropiarse de su "sabiduría'' sin identificarse con la totalidad de
su cosmogonía y sus prácticas culturales, sin ir a vivir en contacto con ellos

1 10
sí es que todavía existen, pero tomando prestados un puñado de signos.
Eminentemente posmodernos, los adeptos al "primitivismo", a su
modo, son adeptos al collage cultural. Son occidentales perfectamen­
r e integrados, que tratando de no renunciar a ningún privilegio de su
sociedad, transforman los antiguos rituales en performances, buscando en
ellos una puesta en juego intensa del cuerpo, donde el dolor controlado
es un ingrediente esencial. Se esfuerzan en conciliar un modo de vida
que no desean perder de ningún modo, con escapes imaginarios que les
permitan explorar otras virtualidades de existencia. Les importa que las
modificaciones corporales sean hechas para resaltar la desnudez y no para
s er disimuladas bajo las ropas o que las performances que ellos evocan
s ean celebraciones religiosas precisas. La transformación del mundo real
en imagen encuentra aquí un nuevo avatar.
El "primitivismo" pone en escena un "Otro", rectificado en los térmi­
nos occidentales contemporáneos, albergando arrepentimientos, nostal­
gias, y transformando la alteridad en un doble inverso de uno mismo.
El Otro es radicalmente suprimido en tanto que Otro, se brinda como
una superficie de proyección de sueños actuales permitiendo más que una
crítica de las condiciones de existencia, un desarrollo personal. Su cultura,
de la cual no recordamos mucho, es transformada en tatuajes, escarifica­
ciones, o en performances sin preocuparse de qué significaban esos reco­
rridos en su cosmogonía o en su vida cotidiana. Se transforma en espec­
táculo. Lo que tenía sentido para toda una comunidad unida alrededor
de una visión del mundo fundada sobre ritos precisos deviene en nuestras
sociedades en un modo de exploración de uno mismo. Estas ceremonias
entonces son ejecutadas en tiendas de Nueva York o de Marsella, de Berlín
o de Londres, pero sin embargo con la intención de vincularse con una

gran ficción.
El "primitivismo" se ha transformado en un refugio seguro que permi­
te una planificación tranquila en un mundo resueltamente opuesto a esas
referencias imaginarias. Estamos más bien ante una liquidación simbólica
de el Otro que en un reencuentro que implicaría mezclarse y compartir su
existencia y su visión del mundo, en lugar de contentarse con un tatuaje
del cual sus significaciones se escapan a quien lo recibe. Reducción de el
Otro a uno mismo, sin franquear la línea de sombra. Ya en Las i-óces del
silencio, Malraux recuerda que nosotros somos los herederos y los contem-

111
poráneos de las obras del mundo entero. Pero el "museo imaginario" no
es la existencia concreta sobre el terreno de el Otro. Falta el viaje y la meta­
morfosis interior a partir de su contacto directo.
Genesis P-Orridge, un profesional de las modificaciones corporales,
ilustra este collage que transforma las sociedades tradicionales en una serie
de clichés y las recicla en la dimensión post-moderna de nuestras socie­
dades. Evocando las escarificaciones, las asocia a una "pequeña muerte"
y enumera en un revoltijo "las sociedades chamánicas como aquellas del
Tíbet o de las culturas amerindias" . Otro adepto, citado por Margo de
Mello ( 1 995, 45) declara: "Culturalmente hablando, todas las sociedades
primitivas han hecho cosas como ésas (branding, tatuajes, piercing) desde
los albores de la humanidad. Es básico, son prácticas instintivas. Yo prac­
tico rituales. Son cosas religiosas." La referencia es una comodidad, una
etiqueta que más bien da cuenta de un mal uso.
Un hombre como Fakir Musafar no se deja engañar. En un film,
después de haber realizado un rito en un lugar sagrado, una suspensión
tomada de la Sun Dance de los Indios Mandans, comienza repentinamen­
te a jugar al golf. Rasgo de humor, pero también un claro testimonio de
la relación lúdica que mantiene con antiguos rituales que perdieron su
enraizamiento cultural. Fakir Musafar litigó con los Indios Mandans de
los que tomó el término Sun Dance cuando se suspendía con ganchos del
pecho o de otras partes del cuerpo. Ellos consiguieron que no pudiera
continuar utilizando ese término. En el mismo film, él lleva las "Lanzas de
Shiva'' , un pesado andamiaje metálico cuyas puntas penetran la piel. Fakir
Musafar no es más hindú que mandan, juega y se aplica a una búsqueda
de sensaciones. Decide él mismo la significación de sus pasos con total
indiferencia de su dimensión religiosa.
Los performers o artistas de la movida de los Moderns Primitives están
profundamente insertados en la cultura norteamericana, aprovechando al
máximo sus referencias, mientras intentan lúdicamente desprenderse de
ella. La única ruptura en la cuestión sería hacer realmente el salto, conver­
tirse permanentemente en ese "Otro" casándose de manera radical con su
forma de vida y no solamente con algunos segmentos de ritos transforma­
dos en espectáculos o en pruebas personales. Los Modern Primitives tienen
perfectamente aprovechada la aparición de una world culture donde ellos
picotean a discreción los datos que les interesan. Lo que no desvirtúa para

1 12
ilada su sinceridad pero los ubica en las antípodas de una posición de
resistencia a las condiciones actuales de existencia.
El llamado al "primitivismo" o al "tribalismo", si bien no tiene mucho
sentido a nivel antropológico, confiere una legitimidad personal. Quienes
se refieren a ella proponen la salvación por medio de una prueba física que
éOtraña una metamorfosis personal. Se trata más bien de encontrar en el
cuerpo una verdad sobre uno mismo que la sociedad ya no puede dar. El
c uerpo es, en ese imaginario social, el último refugio, el lugar en el hombre
de una autenticidad a reconquistar, en procura de recursos enterrados.
Estas pruebas radicales tienen la misión de llenar la falta del ser debido a
las condiciones de la existencia contemporánea. Se abocan a restaurar una
unidad rota con uno mismo, a favorecer reencuentros propicios con las
raíces "primitivas" de sí. 1 0
Olivier, fundador del estudio Tribal Act en París, también se inscribe
éO la movida del primitivismo moderno y acepta esa mezcla cultural sin
reparos. Descubrió las virtudes de las lesiones corporales al comienw de su
adolescencia en una especie de desafío. Entonces tenía fobia de las agujas,
s e negaba a superar su aprehensión. A los 1 5 años, ''me planté una aguja
en el antebrazo, y aquello fue revelador. Tenía algo nuevo. Una vez clavada, la
aguja, me sentéy analicé mis reacciones { .} primero la estupefacción, un leve
.

reflejo de pánico, y luego una especie de desprendimiento, un estado de hiper


lucidez" (Heuze, 2000, 1 1 9) . A la distancia, se declara ''niño occidental del
siglo XX, nutrido de ciencia-ficción, y no de origen massai o dayak" ( 1 1 9) y
se posiciona como ''un buscador de sensaciones físicas y espirituales" ( 1 25).
Hace su debut en Montreal durante performances realizadas en locales
SM o gays. Se clava veinte o treinta agujas en el cuerpo y juega con el efec­
to de estupor de su auditorio. ''No había propiamente un mensaje, pero sin
embargo obligó a que todo el público se cuestionara. " Después él radicalizó
sus pasos, entrando en una dimensión que califica de ''espiritual" y toman­
do entonces a su cargo, en la movida de Fakir Musafar, un cierto número
de elementos rituales venidos de otras sociedades. "De un cierto modo, esas
performances son una adaptación contemporánea de rituales 'primitivos'. No
pretendemos, una vez más, reiterar los rituales tradicionales, pero la idea de
individuos exhibiendo un duro trabajo corporalpuede recordar las procesiones

1 O Para una crítica más detallada de esta cuestión del "primitivismo" en las
modificaciones corporales en general, remitimos a Le Breton (2002a) .

1 13
vegetarianas de Phuket o los rituales de los indios kavadis. Elpúblico no puede
evitar sentir, casi táctilmente, lo que sucede en el escenario. Se juega con fas
emociones" (Heuze, 2000, 1 22) . Pero el recorrido es en principio interior,
se trata de emplear el dolor y las lesiones en el cuerpo como una herra­
mienta para la metamorfosis de uno mismo: ''Es muy dificil de explicar,
pero marca una etapa, una nueva percepción de uno mismo y de los demás,
más lúcida, 'sagrada'. No soy un iluminado, pero creo realmente que existen
medios como esos para acceder de manera temporaria a las percepciones avan­
zadas de nuestro entorno " ( 1 22) .
Crass está a la misma distancia crítica con respecto a la referencia al
"primitivismo" . Habla de "parodias de verdades rituales. Tratamos de apro­
ximarnos a aquello que nuestros ancestros o los otros han vivido, pero estamos
muy lejos. Buscamos una justificación ancestral o histórica a nuestras acciones
y gestos, sería suficiente ver una actividad practicada por los humanos desde
siempre para diferenciarse, para conocerse. Nos quedan los Modern Primitives
para quienes el término es exacto. Queremos ser modernos y mantener una
parte de primitivismo, un Tribal Touch (risas, es el nombre del local de Crass).
Hay una frase de Basho que dice: 'No sigas los pasos de tus mayores, más bien
busca lo que ellos han buscado. Yo tengo internet, el satélite, etc. pero trato
'

de mantenerme siendo un ser humano simple, quiero decir, de encontrarme


frente a mí mismo. "
Esté rechaza del mismo modo las alusiones a las sociedades tradicio­
nales, ella inscribe las performances o suspensiones más bien en el registro
del body art y de una búsqueda personal. "Cuando comencé con elpiercing,
hace 4 o 5 años, me sentía cerca de las culturas tradicionales. Ahora mucho
menos porque encontré que hay un efecto de 'saqueo' de esas culturas. Pienso
en eso y me molesta un poco. Hay pilares culturales y hacen en Occidente como
suelen hacer, es un poco como la importación. Quiero observar bien, ver qué
es lo que se hace, pero hace falta decir claramente que todo lo que ha sido
traído aquí ha sido masticado por Occidente. Creo que debemos continuar
aprendiendo de las culturas tradicionales pero sin copiarlas. Ese aspecto de
'reproducción' me molesta. Suspenderse, ponerse en tal o cual estado de espíri­
tu porque tal cultura lo hace, eso me molesta. Hay muchas cosas para crear"
(Esté, piercera, 33 años) .
Las performances, y en especial las suspensiones, son un medio de
imponerse una prueba personal temible con la sensación de vivir gracias

1 14
1 e lla una curación, una ampliación de su mirada hacia el mundo. La
; ransfiguración de uno mismo se inscribe en un bricolaje contempo ráneo
que hace de la cultura de los otros el pre-texto para un desarrollo que sólo
,¡ rve para uno mismo. En nuestras sociedades occidentales, las pruebas
p ersonales que uno se inflige, ya sea que se trate de conductas de riesgo o
de ritos inspirados en las sociedades tradicionales, son formas de cristali-
1.ación del sentimiento de uno mismo. El individuo vuela más allá de los
l ímites (de sentido) que le faltan en su relación con el mundo.

115
CAPíTULO IV

LA PARTE DEL FUEG0: 1


UNA ANTROPOLOGÍA DE LOS LÍMITES

La potencia que tiene la muerte por lo general ilumina el significado


del sacrificio, que opera como la muerte, en el sentido que restaura
un valor perdido por medio del abandono de este valor
Georges Bataille, Teoría de la religión

Sacrificio

El gow de existir en gran medida se sostiene por el sentimiento del


ndividuo de estar unido a los demás, al mundo. Una deuda tranquila,
a de recibir sin cesar, comenzando por la vida, convoca la permanen­

te restitución que alimenta el lazo social j ustamente baj o la forma del


intercambio. Ya se trate de un servicio prestado o la belleza de un rostro,
estamos agradecidos a los demás y al mundo de existir como ellos exis­
ten . Y ese sentimiento nutre el lazo social, produce la reciprocidad y

m1Jre todo la confianza, el sentimiento de ser establecidos por la socie­


d id, sostenidos por la acogida de los demás. En cambio, la persona que
experimenta una falla en su enraizamiento con el mundo sufre, se siente
menospreciada, es decir olvidada en alguna parte por la indiferencia y
la distancia de los demás. Está por fuera de la reciprocidad, o por lo
menos se percibe de ese modo. Entre muchas otras formas, como las
conductas de riesgo, las alteraciones corporales son un camino oblicuo
para recuperar el sentimiento de ser necesario. Las manipulaciones de la
piel para manipular la imagen de uno mismo se ofrecen como un recurso
inesperado. La inmensa cuestión del sacrificio toma aquí una amplitud
insospechada.
El sacrificio de una parte de uno mismo esperando, en forma incon­
fesada, inconsciente, una respuesta, es decir del retorno a una existencia

1 N del T. Expresión francesa que significa: "sacrificar una parte para salvar lo
primordial".

1 17
propicia, es una intento de demandar a un Otro, más allá de lo soci .
Retomando el control, deviniendo un actor más o menos lúcido de .
sufrimiento por medio de la inmersión consentida en el dolor, el peligro
de volverse contra su propio cuerpo, el individuo genera un intercarnb ¡ .
simbólico con la muerte, o más bien con un significante más allá de L
social infinitamente más poderoso. Demanda de una instancia metafísic
.
para reencontrar la legitimidad de existir pero que pasa necesariament t
por el riesgo de perderse. Se trata de fabricar la identidad con el dolor (
la muerte recuperando la iniciativa bajo la forma de un desafío o de un
pasaje al acto. 2
Intercambio simbólico porque es necesario aceptar perder o perderse.
incluso morir, para poder vivir, pero sobre todo para ganar una sensa­
ción propicia de sí mismo, rebelarse contra la ausencia del ser y superarla.
experimentando el sentimiento que por fin vale la pena apegarse a la vida.
Forma extrema del don-contra-don en una versión que Mauss ( 1 950) no
había previsto puesto que esta vez se trata de un contrato inconsciente con
los límites, con la posibilidad de destruirse o mutilarse.
Haciendo el sacrificio de una parte de uno mismo, u ofreciéndose al
riesgo considerable de morir, como en las formas drásticas de la ordalía, el
individuo está en búsqueda de una modificación de sí. Donde la sociedad
fracasa en su labor de orientación simbólica, él interroga una instancia
más allá, en un rito oracular -pero no lo sabe-, un rito íntimo que respon­
de de manera radical sobre el valor de su existencia. Pero hace falta pagar
el precio de la consulta.
Fabricando lo sagrado para uso personal, provocando la trascenden­
cia por el dolor o el riesgo de muerte, el individuo busca redefinirse. El
sacrificio de una parte de sí lo arranca de lo ordinario, y en especial de la
rutina de su sufrimiento, proyectándolo repentinamente hacia otro lado,
en otra escena de la existencia, pero donde él mismo ha abierto la posibi­
lidad haciendo la parte del fuego. Aquí el sacrificio no es un intercambio
interesado con los dioses, él ignora qué busca, se le impone al indivi duo
a su pesar, pero se trata de restaurar un sentimiento de identidad herido.

2 A menudo, las autoagresiones corporales, las automutilaciones de los


psicóticos, guardan una relación estrecha con la intención de sacrificio en un
contexto de delirio religioso. Se trata de mutilarse para salvar al mundo o de
castigarse por una deshonra personal.

1 18
ie traduce como un dolor consentido, una marca en la piel, pero deseada,
1ue asume un sufrimiento más vasto y permite circunscribirlo y superarlo.
:.a iniciativa de la incisión es una respuesta inconsciente pero poderosa
J sentimiento de caos que amenaza arrasar con todo. Bajo la forma de la
ierida, el individuo paga el precio del alivio.
La paradoja de esta forma terrible de sacrificio es que encuentra su
irigen y su fin en el individuo, destinatario último de la búsqueda bajo la
orma de un renacimiento de la existencia. Pero este enfoque es incons­
:iente para uno mismo. Etimológicamente el sacrificio es aquello que
.uelve sagrado (sacra facere) , por lo tanto consagración, pero es el propio
ndividuo quien pasa de un mundo a otro, quemando los sucesos donde
:1 es, contra su voluntad, un artesano.
Atacando su cuerpo, el individuo ofrece la parte por el todo sin saber
:ealmente a quién se dirige, ignorando incluso el objetivo final de su acto.
?rivándose, aumentando el dolor por un momento, pero manteniendo el
:ontrol, cesa entonces de ser llevado por la corriente sin fin del malestar
ie vivir, el sacrificador es susceptible de recibir a cambio el apaciguamien­
:o, o por lo menos un momento de respiro, tal vt:z incluso un tiempo de
:emisión de su angustia. El sacrificio, escribe Georges Gusdorf, pone en
narcha "la circulación de un influjo de fuerzas que tratan de provocar y
:itilizar lo mejor de las circunstancias" ( 1 948, 5 0) . Gusdorf piensa aquí,
mr supuesto, en el sacrificio religioso, efectuado en un marco ritual preci­
;o, pero la propuesta vale para los ritos privados que se infligen quienes
)Onen su existencia en peligro de este modo o se vuelven contra sus cuer­
ms para inscribirles una marca.
El sacrificio aquí evocado es una forma inédita que existe únicamente
:n la descomposición de acciones individuales y no están relacionados
ialvo en la similitud de recursos y en el sufrimiento a soportar. Esta­
mos en las antípodas del sacrificio religioso, utilitario, que se ofrece a los
iioses conciliadores por medio de ritualidades comunes (Mauss, 1 950;
Gusdorf, 1 948, Caillé, 1 99 1 , 2000; Godbout, Caillé, 1 992) . Los ritos,
iquí, son privados, sólo conciernen al individuo que los implementa.
Despojarse de una parte de uno mismo es una garantía para no perderse.
La escisión de una parte maldita es una garantía para vivir. Lo que aban­
dona en el universo profano de su existencia se metamorfosea en sagrado,
vale decir en fuerza, en intensidad de ser. El individuo actúa como si el

1 19
orden del m undo se j ugara en él y el hecho de creerlo, a su pesar, confie
t\
a su acto una cierta eficacia. Modificándose a sí mismo, descuenta q1.¡ .
se modificará el orden de las cosas , la confusa red de relaciones dond �
está inserto sin experimentar el reconocimiento esperado. El sacri fic1·
(j
de lo\
busca la potencia sin la mediación tangible de otro, de un Dios o
dioses; la circulación de la energía va de uno mismo a uno mism o . t
reciprocidad de dar, recibir, devolver, se ej ercita al seno de una m is"'
•11.¡

existencia del hombre en búsqueda de un reconocimiento y en busca d\


otra versión de sí mismo.

La negación social de la muerte

La muerte se convirtió en el límite de la condición humana. Tecni fica


dos en exceso en las diferentes etapas de sus procesos, el acto de morir y Li
muerte hoy día ya no pertenecen al orden simbólico, de ahora en más so11
objeto de una fuerte negació n . " Hoy no es normal estar muerto , y esto e '
nuevo , constata J. Baudrillard. Estar muerto es una anomal ía impensable
todas las demás son inofensivas frente a esta. La muerte es una delincuen
cia, una desviación incurable" (Baudrillard, 1 970, 3 1 ) . Ya no está canee
bida en las representaciones colectivas como un destino del hombre, sirn
como un accidente del camino, una violencia exterior.
Prohibición fundamental , la muerte aterra y fascina, es peligros�1
porque no sabemos lo que está escondiendo, pero atrae, posiblemen tl
posea las respuestas tan esperadas. Nuestras sociedades occiden tales fo
rechazan fuera de su significación simbólica, están fundadas en un dual is­
mo estricto entre la vida de un lado y la m uerte del otro , la negación Sl

esfuerza por mantener la escisión . La muerte es hoy un no-lugar, la an tí­


tesis de una existencia convertida en pura positividad, fijación del tiempo .
allí donde la muerte es una insoportable disipación y una fecha lím ite. En
muchas sociedades , sin embargo , la muerte continúa siendo integrada en
el núcleo de la existencia individual y colectiva. Participa del intercamb io
simbólico entre uno m ismo y el mundo, los ancestros, lo invisible , etc.
La m uerte entonces no es algo prohibido lleno de ho rror, es otro m undo
pero mezclado con el de los vivos . Las ceremon ias religiosas, las plega rias ·
las peticiones no cesan de vivificar el contacto. La negación de la mu erte
en nuestras sociedades produce un considerable poder de atracción , u11

1 20
ar de fascinación y de transgresión para apoderarse de las partes de lo
11�
1� rado que oculta .
.'
El sufrimiento ya es un cuerpo a cuerpo con la muerte, provoca enton-
1 :s el deseo de terminar, de combatirla en su terreno con la esperanza de
s
1,. hacerse de ella. Allí donde es un obstáculo trágico para la existencia,
.: trata de reconciliarse, de inscribirla nuevamente en el centro de uno
11 i smo y entonces en el centro del lazo social. Para quienquiera que esté
:1chando por existir, la fuerza de lo prohibido llama a la transgresión. No
:ene nada que perder, pero todo por ganar, comenzando por su existen­
j;i. Pero el juego con la muerte o el autoatentado a la integridad corporal
, i una forma de "levantar la prohibición sin suprimirla'' (Bataille, 1 965,

; 1 ) y así cazar en el territorio de lo sagrado. ''Aunque el horror nunca se


:onfunda con la atracción, si no se puede inhibirlo, destruirlo, el horror
.:fuerza la atracción" (Bataille, 1 965, 293). Poner su existencia en juego,
1lrerar su cuerpo, son transgresiones mayores que no lo dejan moralmen­
e intacto. Si el individuo lo decidió por sí mismo, bajo el golpe de una

1rcesidad interior y en un contexto de sufrimiento agudo, encontró un


1livio paradojal. No por la resolución del problema, sino por haber toma­
Jo prestado un atajo que le da por fin un momento de respiro. El indivi­
Juo recupera el aliento, busca otra posición para afrontar sus dificultades.
Como la muerte no se comparte, porque no está más en el centro del
.azo social como una evidencia en común, retorna bajo una forma brutal,
co mo � na fuerza de transgresión, de demanda simbólica. Lo mismo ocurre
co n el dolor. La muerte es lo indecible, pero también el dolor que final­

nente encarna algo de la muerte. Precisamente desde que está proscripta


:n el curso de la existencia, cazada por los procedimientos médicos, despo­

ada de todo valor, se impone como un recurso transgresor contra ciertos


:srados de sufrimiento personal. También es la sacralidad social del cuerpo
que provoca las agresiones sobre él en los momentos de angustia personal.
El dolor, la herida, la sangre, la muerte, son los recursos más poderosos
l urante los episodios de sufrimiento porque expresan inmediatamente la
J i sidencia, el grito, el rechazo. Se ofrecen así como tentativas de curarse
lpelando a lo peor. No por una elección totalmente deliberada, sino por
la carencia de otras alternativas. La muerte socialmente reprimida vuelve
�quí bajo la forma de un intercambio, reintroduce el sentido, anuda un
�ontrato simbólico.

121
Del sufrimiento i neluctable se pasa a una decisión personal d e last¡
marse por un acto simul dneo de exorcismo y de sacrificio. Se trata di
conjurar la muerte que se pega a la piel exponiéndo nos al riesgo de mor¡
o de perder la integridad corporal . "De la m uerte natural, aleatoria e irr
t
versible, se pasa a una muerte dada y recibida, por lo tanto reversible en t
intercambio social" ( Baudrillard, 1 979, 203) . Para quienes j uegan con s i
existencia, el dolor o la herida devuelven a la muerte al centro del ínter
cambio incluso aunque lo hagan a título personal ; vuelven a ser partícipe,
La prohibición de la muerte invoca la transgresión de aquellos que n(
tienen nada que perder y todo para ganar, alimenta el poder de q uiene
corren el riesgo de infringirla ( Le Breton , 2002b) :
La administración simbólica de la muerte, acompañando la transgre
sión de una serie de prohibiciones implícitas, provoca una perturbació1
interior del i ndividuo (y de eventuales testigos) . El levantamiento de 1
negación pone en marcha una eficacia simbólica propia para modificar e1
parte la representación que el individuo se hace de sí mismo. Cambiand<
su mirada en relación al m undo, el individuo cambia al m undo dentr<
del que vive. Encuentra la tranquilidad un instante o menos, y a vece
duraderamente. Como mínimo se las arregló in extremis para escaparse d
la turbulencia que temía lo arrastrara y destruyese si él no hubiera opuest¡
resistencia. La muerte (simbólica) , el dolor, ya no son deficiencias de l
vida, sino los últimos recursos, en estas circunstancias particulares, par
l ibrarse de otra m uerte que se pega a la piel y asfixia. Homeopatía simbóli
ca que consiste en j ugar el dolor contra el sufrimiento. "Se trata de acerca
la m uerte tanto como se p ueda soportar. Sin desmayar -si es necesaric
incl uso m uriendo" ( Bataille, 1 944, 1 28 ) .

La incisión como forma de lucha contra e l su&imiento

La autoagresión corporal es un ataque al cuerpo de la especie, perr u rb


las formas humanas y por eso suscita problemas y rechazos. Quien se cort
o se quema expresa su desprecio o indiferencia hacia el cuerpo terso, higk
n ico, estético , acabado, como es habitual en nuestras sociedades con teJ11
poráneas. La sacralidad difusa que rodea socialmente al cuerpo es alte rad <1
profanada. " Estropeando" su cuerpo, como diría el discurso comú n , t
i ndividuo entra en una especie de disidencia. Atacar la imagen del cuerp(

1 22
1, p or ende de uno mismo) , infligirse dolor deliberadamente, son las dos
1 .1 nsgresiones esenciales para la sociedad, y para el individuo dos maneras
1 ,· expresar su rechazo a sus condiciones de existencia.3 Rompiendo los
1nites del cuerpo, el individuo cambia sus propios límites y se enfrenta
•1nrnltáneamente con los límites de la sociedad, ya que el cuerpo es un
.1n1bolo para pensar lo social (Douglas, 1 97 1 ) .
Poner la tensión fuera de uno mismo por medio de l a herida corporal
1ti es necesariamente una falta de mentalización, es el primer nivel de la

,·s istencia al sufrimiento. Insurrección inmediata contra un sentimien-


11 de despersonalización, de irrealidad o de vacío. Ciertamente, en este

11omento el individuo apenas puede elegir los medios, a menos que haya
)rablecido con la incisión un pacto a largo plazo y la utilice regular­
ncnte para mitigar sus dificultades para vivir. En lugar de ser aplastado
.'or lo intolerable, realiza una escena eficaz que sólo es trágica a los ojos
Jcl observador. La incisión es una tentativa de auto curación. El sufri­
n iento está en aumento, mucho más que el acto que busca calmarlo. El
Jolor y el corte cumplen una función identitaria, son un anclaje simbó­
ico inscripto en la propia carne. Por medio de una especie de sacrificio
n consciente ofrecen la paradoja de proteger de una amenaza aterradora
Je destrucción de uno mismo, son una cortina contra un sufrimiento
n tolerable.

La herida deliberada es una reactivación del tiempo. Donde la dura­


:ión parece congelada en un estancamiento extremo, arroja una pasarela
'obre el mundo venidero, pone al tiempo de nuevo en marcha. Por cierto,
:1 alivio obtenido a menudo es breve, pero cuenta con la ventaja de esca­
i a r de la boca del lobo y dar un respiro. La autoagresión al cuerpo es un

iu nto de apoyo para recuperar el control, un giro de 1 80º frente al sufri-


1l i ento que autoriza a seguir siendo actor de su existencia. Sella por un
llomento la herida narcisista. Si la herida fue sufrida por una limitación
l s ica, un acto de tortura o una agresión, provocaría un sentimiento de

l Nuestras sociedades occidentales siempre han reprobado las modificaciones


o rporales propias de las sociedades tradicionales, especialmente durante
1is ritos de pasaje, cargándolas en el registro de la barbarie. En cuanto a las

icruales modificaciones corporales (tatuajes, piercings, etc.), son recibidas con


11nbivalencia, ha cambiado su signo social porque hoy están reivindicadas por
r'ivenes per fectamente integrados socialmente.

1 23
horror, pero decidida por el propio individuo, es, a la inversa, una follti;
de luchar contra la angustia.
Cuando las bases de la autoestima están todavía frágiles, en carne Vi.va
el cuerpo sigue siendo el campo de batalla de la identidad. La ambivalenci
;
al respecto lo convierte en un objeto transicional destinado a amortigua
los golpes de un enraizamiento problemático en el mundo. El individuo ¡<
mima y lo desuella, lo cura y lo maltrata, lo ama y lo odia con una inten
sidad variable ligada a su historia personal, y a la capacidad de su emorn(
de servir o no como contención. Cuando faltan los límites, el sujeto lo
busca en la superficie de su cuerpo, se arroja simbólicamente (y no meno
realmente) contra el mundo para establecer su soberanía personal, difercn
ciarse de los demás, cortar por fin entre el afuera y el adentro, establece
una zona propicia entre interior y exterior. El cuerpo es una materia d
identidad que permite encontrar su lugar en el tejido del mundo, pero nr
sin pasar por algunas turbulencias y maltratos.

1 24
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1 32
INDICE

Introducción
Recurrir al cuerpo en una situación de sufrimiento 7

Capítulo 1
La incisión en la carne: marcas y dolores para existir 17
Los juegos de identidad - La piel - No hay dolor sin sufrimiento -
Las mujeres más que los hombres - El corte del cuerpo como límite
de identidad - El seguro de la navaja - Las inscripciones corporales
tradicionales en los ritos de pasaje - Ritos íntimos - Hacer piel nueva -
Existir - Volverse contra uno mismo - Tentativas de suicidio - Castigarse
- Purificación - Inscribir los signos - La sangría identitaria - La cicatriz
- Los testigos del corte - El final de los cortes - Escarificaciones en los
comercios.

Capítulo 11
Autoagresiones corporales deliberadas en situación carcelaria 75
La ruptura del sentido en situación carcelaria - El cuerpo sufriente del
detenido - Lastimarse para sufrir menos- Las heridas deliberadas en las
instituciones.

Capítulo 111
La incisión de uno mismo: del body art a las performances 89
El cuerpo como obra de arte - Gina Pane o la lucha contra los
sufrimientos del mundo - Stelarc o la obsolescencia del cuerpo - La lucha
simbólica: Flanagan, Athey - Las performances o la búsqueda de uno
mismo - Las suspensiones - La cuestión del "primitivismo".

Capítulo IV
La parte del fuego: Una antropología de los límites 1 17
Sacrificio - La negación social de la muerte - La incisión como forma de
lucha contra el sufrimiento.

Bibliografía 1 25

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