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José Revueltas El apando oO Ediciones Era APUCABLES DEL COOIGO Pn Avena count PARAEL OS TRITOFE DRA Feber, MON Y PARA TODA A REPUELCA Ex MATER sss Sime impress 1977 ; ate de José Revueltas: 1978 viens Sime fe momma, Impreso y hecho en México " sore Bs leno pnd fecopa, i mp iro puede: otcpi, pris oa Per Noga mio mats sn le strain pr satan Pi eo may not be reproduce in wie on par Ine form without writen ah permision rom the publishers ww edictoneser.com mx Nee Yo hubiera querido denominar a toda mi obra Los dias terrenales, A excepcidn tal vez de los Ccuentos, toda mi novelistica se podria agrupar ba~ jo el denominativo comin de Los dias terrenales, ‘con sus diferentes nombres: Et tuto humano, Los muros de agua, etcétera. Y tal vez a la postre es0 vaya a ser lo que resulte, en cuanto la obra esté terminada o la dé yo por cancelada y decida ya no volver a escribir novela o me muera y ya no pueda escribirla, Es prematuro hablar dé eso, ero mi inclinacién serfa ésa y esto le recomen: darfa a la persona que de castalidad esté recopi: Jando mi obra, que la recbpile bajo el nombre de Los dias terrenales. (José Revueltas: entre licidos y atormentados, entrevista por Margarita Garcia Flores, Dio- rama de la Cultura, Excélsior, 16 de abril de 1972.) (1A Pablo Neruda Estaban presos ahi los monos, nada menos que ellos, mona y mono; bien, mono y mono, los dos, en su jaula, todavia sin desesperacién, sin desesperarse del todo, con sus pasos de extremo a extremo, detenidos pero en movimiento, atrapados por la escala z00l6- gica como si alguien, los demés, la humanidad, im- piadosamente ya no quisiera ocuparse de su asunto, de ese asunto de ser monos, del que por otra parte ellos tampoco querian enterarse, monos al fin, 0 no sabjan ni querian, presos en cualquier sentido que se los mirara, enjaulados dentro del cajén de altas rejas-de dos pisos, dentro del traje azul de pafio y la escarapela brillante encima de la cabeza, dentro de su ir y venir sin amaestramiento, natural, sin em- bargo fijo, que no acertaba a dar el paso que pudie- ra hacerlos salir de la interespecie donde se movian, caminaban, copulaban, crueles y sin memoria, mona ymono dentro del Paraiso, idénticos, de la misma pe- lambre y del mismo sexo, pero mono y mona, encar- celados, jodidos. La cabeza habil y cuidadosamente 1 recostada sobre la oreja iquierda, cha horirontal que seivia para certar e angosto os- ti " igo, Polonio los miraba desde lo alto con el ojo dere- cho i i clavado hacia la nariz €n tajante linea oblicua, encima de la plan- Poner sino de un solo oj i Sobre la charola de Sateméstocra dep eo, cabeza ; fuera del posti beva parlante de las ferias, desprendig dat oes co ual gue en Jas ferias, la cabeza que adivinn el en el cajén, se entrecruzal otre otro y ‘a cabera Parlante, insultante, con una ent "ga y lenta, Norosa, efi as oeales en el ondular de algo come une sand? Has gar a su madre cada vez qu : ae dentro del plano visual del ojo ‘Tbe. “aos pure . tos 12 ‘monos hijos de su pinche madre”, Estaban presos. Mas presos que Polonio, mas presos que Albino, mis presos que El Carajo. Durante algunos segundos el cajén rectangular quedaba vacio, como si ahi no hus biera monos, al ir y venir de cada uno de ellos, cuyos pasos los habfan Ievado, en sentido opuesto, a los extremos de su jaula, treinta metros mAs o menos, sesenta de ida y vuelta, y aquel espacio virgen, adi- mensional, se convertia en el territorio soberano, ina- Tienable, del ojo derecho, terco, que vigilaba mi metro a milimetro todo cuanto pudiera acontecer en esta parte de la Crujia. Monos, archimonos, estti- pidos, viles ¢ inocentes, con la inocencia de una puta de diez afios de edad, Tan estdpidos como para no darse cuenta de que los presos eran ellos y no nadie més, con todo y sus madres y sus hijos y los padres de sus padres, Se sabfan hechos para vigilar, espiar y mirar en su derredor, con el fin de que nadie pu- diera salir de sus manos, ni de aquella ciudad y aque- Has calles con rejas, estas barras multiplicadas por todas partes, estos rincones, y su cara esttipida era nada més la forma de cierta nostalgia imprecisa acerca de otras facultades imposibles de ejercer por ellos, cierto tartamudeo del alma, los rostros de mico, en el fondo més bien tristes por una pérdida irrepa- rable e ignorada, cubiertos de ojos de la cabeza a los 13 pics, una malla de ojos por t fe pupils eoréndleseala pans la mics, Ceci We zee Cl t6rax, Ios gitevos, decian y pensaban cles es “ Para comer y para que comieran en sus begare onde la familia de monos bailaba, chillaba, con oe 1s nifias y ta mujer, peludos por dentro, Gon las veinticuatro largas horas de tener ahi al mono casa, después de las veinticuatro horas de no en la Preventiva, tirado en la cama, sucio y Bajoso, con los billetes de los infimos sotomos, lenos vida. Sin sho do ear aS ca tito y Imarido, mujer € hijos, padre y padre, hijos ae Henn MOMs aterrados y universales. El Carajo supca rizals él también por el postigo. Polo- Fevatnnce (ode lo odioso que era tener ahia Et Carajo igvalmente encerrado, apardado en la celda, *; Pero $m Puedes siicy...!” La misma voz de cadencias Sars indents, con las que insultaba a los celado- dos uaban como un sello propa en gue eines on 4 ‘oscuras, no se les distinguiria unos de los otros sino nada més por el hecho de que era la forma de voz con la que expresaban la comodidad, la complacen- cia y cierta nocién jerarquica de la casta orgullosa, inconciente y gratuita de ser hampones, Claro que no podia. No a causa del meticuloso trabajo de intro- ducir la cabeza por el postigo y colocarla, ladeada, con ese estorbo de las orejas al pasar, sobre la plan- cha, sobre la bandeja de Salomé, sino porque a El Carajo precisamente le faltaba el ojo derecho, y con s6lo el izquierdo no veria entonces sino nada més la superficie de hierro, préxima, Aspera, rugosa, pucs por eso Jo apodaban #! Carajo, ya que valia un re- verendo carajo para todo, no servia para un carajo, con su ojo tuerto, 1a pierna tullida y los temblores con que se arrastraba de aqui para all, sin dignidad, famoso en toda la Preventiva por la costumbre que tenfa de cortarse las venas cada vez que estaba en el apando, los antebrazos cubiertos de cicatrices escalo- nadas una tras de otra igual que en el diapasén de una guitarra, como si estuviera desesperado en ab- soluto —pero no, pues munca se mataba—, abando- nado hasta Io tiltimo, hundido, siempre en el limite, sin importarle nada de su persona, de ese cuerpo que parecia no pertenecerle, pero del que disfrutaba, se resguardaba, se escondia, apropiéndosclo encar- 15 nizadamente, con el més apremiante y ansioso de fervor, enando lograba poseerlo, meterse en él, a arse en su abismo, al fondo, inundado de una feli: cidad viscosa y tibia, meterse dentro de su pro ia caja corporal, con la droga como un Angel lane y sin rostro que lo conducisa de la mano a través ‘te los rfos de la sangre, igual que si recorriera un largo Palacio sin habitaciones y sin ecos, La maldita y des, graciada madre que lo habia parido. “Te digo que more o siicy, no sigas chingando!” Con todo, la iad iba a vistarlo, exit, a pesar de lo inconce- que resultaba su existencia. Durante las visi enla sala de defensores —un cuarto estrecho, dese pence irregular, con bancas, leno de gente, reclusos y familiares, donde era facil distinguir a los abo: de x tinterillos (mas a éstos) por el aplomo y al aire Ge inecesaria astuci con que se seferfan aun de- tonnes a en un bisbiseo Ileno de afectacién, 7 my ‘onto, cuyas palabras deslizaban al oido de aus clientes, mientras diigian ripidas miradas de falta sospecha hacia la paerta (recurs mediante que lograban producir, del mismo modo, un: yor perplejidad a la vez que un acrecentariento de la fe, en el animo de sus defensos)—, durante a entrevista, Ja madre de El Carajo, asombrosamente fea como su hijo, con la huella de un navajazo 16 que le iba de la ceja a la punta del mentén, perma- necia con Ia vista baja y obstinada, sin mirarlo a él nj a ninguna otra parte que no fuese el suelo, la acti- tud cargada de rencor, reproches y remordimientos, Dios sabe en qué circunstancias s6rdidas y abyectas se habria ayuntado, y con quién, para engendrarlo, y ‘acaso ¢| recuerdo de aquel hecho distante y tétrico la atormentara cada vez. La cosa era que de cuando en ‘cuando Ianzaba un suspiro espeso y ronco. “La culpa no es de nadien, m4s que mia, por haberte tenido.” En la memoria de Polonio la palabra nadien se ha- bia clavado, insélita, singular, como si fuese la suma de un nimero infinito de significaciones. Nadien, este plural triste. De nadie era la culpa, del destino, de la vida, de la pinche suerte, de nadien. Por haberte tenido. La rabia de tener ahora aqui a El Carajo encerrado junto a ellos en la misma celda, junto a Polonio y Albino, y el deseo agudo, imperioso, supli- cante, de que se muriera y dejara por fin de rodar cn el mundo con ese cuerpo envilecido. La madre también lo deseaba con igual fuerza, con la misma ansiedad, se veia. Muérete muérete muérete. Susci- taba una misericordia lena de repugnancia y de c6- lera. Con lo de las venas no le sucedia nada, puros gritos, a pesar de que todos esperaban en cada oca- sién, sinceramente, honradamente, que reventara de 7 charco so- y calculado el tiempo curride, El Carajo ya se sentia ue se dieran cuenta de su suici. €R que esto habri: ie con la confianza de geen resultaban nauseabundos, escalofriantes. F.ra una fres- ca flor, natural y nueva, una gladiola mutilada, a la que faltaban pétalos, prendida a los harapos de la chaqueta con un trozo de alambre cubierto de orin, y Ja mirada legafiosa del ojo sano tenfa un aire ma- Ticioso, calculador, burlén, autocompasivo y tierno, bajo el parpado semi-caido, rigido y sin pestafias. Flexionaba a piera sana, la tullida en posicién de firmes, las manos en la cintura y la punta de los pies hacia afuera, en la posicién de los guerreros de cier- tas danzas exéticas de una vieja revista ilustrada, para intentar en seguida unos pequefios saltitos adelante, con lo que perdia el equilibrio e iba a dar al suelo, de donde no se levantaba sino después de grandes tra~ bajos, revolviéndose a furiosas patadas que lo hacian girar en circulo sobre el mismo sitio, sin que a nadie se le ocurricra ir en su ayuda, Entonces el ojo parecia morirsele, quieto y artificial como el de un ave. Era con ese ojo muerto con el que miraba a su madre en las visitas, largamente, sin pronunciar palabra. Ella, sin duda, queria que se muriera, acaso por este ojo en. que ella misma estaba muerta, pero, entretanto, le consegufa el dinero para la droga, los veinte, los cin- cuenta pesos y se quedaba ahf, después de darselos —converticios los billetes eri una pequefia bola pare- cida a un caramelo sudado y pegajoso, en el hueco 19 del pufio— sobre la banca dt ee ic le la sala de def goal entre leno de lombrices que le caia one pear in le las cortas piernas con las que no 2 can del dor de ae inv Stent fae 10 terminaba de i aoe oe se asia a sus entrafias miréndols con Sari " sin querer salirse del claustro mater. do de rejacng el saco placentario, en la celda, rodez . oe is « monos, dl también otro mone, dande ere sino a patadas, sn pone levantar pa a aa e un pdjaro al que le faltara un ala, Sou um sol fo sin poder salir del viene de su ma. a n ae ahi dentro de su . menos de eto se trataba y Polonio era el autor del convencerla y al fin —sin muchos tra i ‘ ajos— ella estuvo dispuesta, “Usted ya es una pe r- sona de edad, grande, de mucho Tespeto; con usted 3 con ust ho se atreven las monas” La cosa rina era asi, por dentr |. Se trataba —deci i 08 a fa Poloni ‘ ones dese con un hilo del tamafio Weuns suns sean yest ui em ta pur tirar de él y sacarlo después de que ie aa chi my eho aor enn ac —etra i6; tnuytany auliaran Meche y la Chats paca ny razarse y no tener que echar al bi madre, Como mas 0 20 de mala manera, uno de los recursos mas modernos de hhoy en dia, podrian decirselo La Chata o Meche, y ayudarla a que le quedara bien puesto. Ahi moria todo, ali quedaban sin pasar los espermatozoides con- denados a muerte, locos furiosos delante del tapén, golpeando la puerta igual que los celadores, también ‘monos igual que todos ellos, multitud infinita de mo- nos golpeando las puertas cerradas. Polonio se 1i6 las dos mujeres, Meche y La Chata igual, contentas por lo maciza, por lo macha que resultaba ser la vieja Gon haber aceptado. Pero bueno: claro que nadie pensaba que la madre quisiera servirse del asunto para una cosa distinta de la que se proponfan llevar ‘a cabo, y aquello no era sino una explicacién. La gasa iba a llevar, dentro de un nudo bien sélido, unos vein- teo treinta gramos de droga que las otras dos mujeres le entregarian a 1a madre de El Carajo. “Con usted no se han atrevido las monas, gverdad?, porque us- ted es una sefiora grande y de respeto, pero a nosotras, en el registro, siempre nos meten el dedo las muy infelices”, El recuerdo y la idea y la imagen cegaban Ge celos la mente de Polonio, pero extrafios, totales, tuna especie de no poder estar en el espacio, no en- contrarse, no dar € mismo con sus propios limites, fambiguo, despojado, unos celos en la garganta y en i plexo solar, con una sensacién cosquilleante, floja a Y aur involantaria atras del pene, como de cierta eyaculac fe proves no verdaders, una especie de con- a ¢ aleteaba, vil limi rele Iicrostpico, canbe, mrad deloen foe ra do do ergainme, y La Chata aparecia ante sesojs jounda tial, con sus muslos cuyas lineas, Seca ae so a s, aun dejaban por el con. taro po ht eo ee Ta des pre visto através dl vets,» cntalur sql obec vic estido, raluz —y aqui sobre- het ana “nontalgia concreta, de cuando Poors andaba libre: los evar dle hotel cloross a desin- fectants, as banas limpias pero no muy blancas oper de medio pelo, La Chata y él de un lado az del pao fuera, San Antonio Texas, Gua- temala,y aquella vex en Tampico, al caer de la tarde sobre lo Panvco, La Chata recostada sobre el bal- cin, de espa, el cuerpo desnudo bajo una bata ligera ls piemas Jevemente entreabiertas, el monte de Venus om wn capil de valle sobre las dos co- lumnas slos —aquello resultaba impos de retry Poon con las mismas waches de star pve Po tun trance religioso, se arrodillaba lbi "Nos meten el dlo™ Monash te oa . Mo-nas hi-jas- de to-da 22 su chin-ga-da madre, cabronas lesbianas. La madre ‘fe El Garajo levaria ali dentro el paquetito de droge Dieran frustrado inesperada- aunque los planes se hu del apando no se alteraban mente por culpa de esto por Io que se referia al papel que Ia madre iba a de- rempefiar—, l paquetito para alimentarle ¢l vicio a su hijo, como antes en el vientre, también dentro de tila, lo habfa nutrido de vida, del horrible vicio de vie vin, de arrastrarse, de desmoronarse como BT Carajo Se desmoronaba, gozando hasta lo indecible cada pe- daz de vida que s¢ le cafa. Ahora mismo enfazaba cae} brazo cl cuello de Polonis suplicdndole que To dejara mirar por el postige, y @ un lado de la nuca, tin poco atras y debajo de la oreja, Polonio sentia sobre la piel el beso hémedo de Ta Haga purulenta oh {que se habia convertido una de las heridas no cica- trizadas de El Carajo, Ios labios de un beso de estra {que To mojaba con algo semejante a un hilito de sa- liva que le corria por el cucllo hacia Ja espalda, todo por descuido, por la incuria més infeli2 y ‘el abando- Por din esperanza al que se entregaba. Potonio le dio tin pufietazo en el estémago, con la mano iaguier- fia, un torpe pufietazo a causa de 1a jncémoda po_ casi en. que estaba, con 1a cabeza metida en el postigo, y un puntapié abajo, éste mucho mejor, que povine rodar hasta la pared de hierro de Ta eelda, 23 con un grito sordo y san y sorprendido, quejé sin célera y sin agravion queria esnomés ver cuando llegue mi mama”, Habla fa, como on nie ani mand, cuando dea decir mi Puta madre, De verdad as. Fue necesarioimprovsa nuevos planes y Ia encargada de Hevarlos cabo peal Meche; la mujer de Albino, No vendrian a visitarlon 3 ellos Sino con el nombre de otros reeusos, pues aho- los no tenian derecho a vist a, ya tended, BL que edesspeaba is hl apando era Aino tal vex por ser el mis fuerte, hasta Hora Bor ale de dogs, peo sn recurs x eotas as n ‘odos los viciosos lo hacian c1 Ja:angsia cra insporate, Hab sido sade one rr Padrote, pero con Meche n, ella no se dejaba Badroteas era mujer honrida, ratera si, pero cuand s€aeastaba con otros hombres nolo hacia por dinero, Bada mis por gust, sin que Albino lo supera, claro esti. As se habta acostado con Polonio muchas veces hon buena, mucho muy buena, pero era honrada, Te avs de cada quien 1a primero dias de apan. f os entretuvo y distrajo con su dan vientre —anis bien tan slo Polono, pues Hl Corie ermancets host, sin entwiasmo y ‘in comprenier ni mierda de aquello—, una d: - i 5 una danza formidabl ci igi 0 4 ionante, de gran prestigio en el Penal, que oredr “Pinche ojete —se si lo tinico que yo 4 tan viva exeitacién, al extremo de que algunos, con un disimulo innecesario, que delataba desde luego sus intenciones en el tosco y apresurado pudor que pre- tendia encubrirlo, se masturbaban con violento y no- torio affn, la mano por debajo de las ropas. Era un verdadero privilegio para Polonio haberlo contempla~ do aqui, a sus anchas, en la celda, por cuanto en otras partes Albino siempre ponfa enorme celo respecto a la composicién de su pablico, como buen juglar que se respeta, y desechaba a los espectadores inconve- nientes desde su punto de vista, frivolos, poco serios, incapaces de apreciar las dificiles cualidades de un auténtico virtuoso. Tenia tatuada en el bajo vientre una figura hind’ —que en un burdel de cierto puerto indostano, conforme a su relato, le dibujara el eunuco de la casa, perteneciente a una secta esotérica de nombre impronunciable, mientras Albino dormia pro- fundo y letal suefio de opio més alla de todos los recuerdos, que representaba la graciosa pareja de tun joven y una joven en los momentos de hacer el amor y sus cuerpos aparecian rodeados, entrelazados por un increible ramaje de muslos, picrnas, brazos, senos y 6rganos maravillosos —el Arbol brahaménico del Bien y del Mal— dispuestos de tal modo y con tal sabiduria quinética, que bastaba darle impulso con las adecuadas contracciones y espasmo de los miis- 25 culos, la ritmica oscilacién, en espacia Ta epidermis, y un sutil, inaprehensble varsca ae tes caderas, para que aquellos miembros dispersos y de caprichosa apariencia, torsos y axilas y pies y pubis ¥ manos y alas y vientres y vellos, adguiriesen una unidad mégica donde se repetia el milagro de la Creacién y el copular humano se daba por entero en toda su magnifica y portentosa esplendidez. En el cubiculo que servia para el registro de las visitas, las manos de la celadora la palpaban por encima del vestido —después vendria lo otro, el dedo de Dios—, pero Meche no se podia apartar de la cabeza, preci- samente, la danza de Albino, una semana antes, en la sala de defensores, no bien terminaron de urdir los ‘iltimos detalles del primer plan, del que habia fraca- sado a causa del apando, y la madre de El Carajo contemplaba las contorsiones del tatuaje con «l aire de no comprender, pero con una solapada sonrisa en los labios, muy capaz de que todavia hiciera el amor a vieja mula, pese a sus cerca de sesentaitantos afios. En el rincén de la sala, a cubierto de las demés mira- das por el muro de las cinco personas: las tres mu- eres, El Carajo y Polonio, se habia desbraguetado Jos pantalones, Ia camiseta a la cintura como el telén de un teatro que se hubiera subido para mostrar la escena, y animaba con los fascinantes estremecimien- 26 tos de su vientre aquel coito que emergia de las lineas amules y se iba haciendo a si mismo en cada paso, en cada ruptura 0 reencuentro o reestructuracién de sus equidistancias y rechazos, en tanto que todos —menos El Carajo y su madre, que evidentemente luchaba por ocultar sus reacciones— se sentian recorrer el cuerpo por una sofocante masa de deseo y una risita breve y equivoca —a Meche y La Chata—Ies bail: ba tras del paladar. Desvestida ya de su ropa interior ‘Meche presentia los préximos movimientos de la ma~ no de ja celadora, y la agitaban entonces, cosa que antes no ocurriera, extrafias ¢ indiscernibles disposi- ciones de Animo y una imprecisa prevencién, pero en la cual se transparentaba la presencia misma de Al- bino (con el recuerdo inédito, cuando se poseyeron la primera vez, de curiosos detalles en los que jamas crey6 haberse fijado y que ahora aparecian en su me- moria, novedosos en absoluto y casi del todo pertene- cientes a otra persona) que no la dejaban asumir Ia orgullosa indiferencia y el desenfado agresivo con los que debiera soportar, paciente, colérica y fria, el ma- noseo de la mujer entre sus piernas. Por ejemplo, Ja respiracién agitada y sin embargo reprimida, conte- nida, 0 mejor dicho, ese resoplar intermedio, ni muy suave ni muy violento —y ahora se daba cuenta que habia sido Gnicamente por Ja nariz— de Albino, 7 sobre su monte de Venus, porque ya estaban ‘aqui, inexorables, acuciosos, el pulgar y el indice de la celadora que le entreabria los labios, mientras de sti- ito, con el dedo medio, comenzaba una sospechosa exploracién interior, amable y delicada, en un pausa- do ir y venir, los ojos completamente quietas hasta la muerte. Se trataba de entrar a la Crujfa con la visita general, y dispersas, confundidas entre los familiares de los demas presos, plantarse las tres mujeres por sorpresa ante la celda del apando, dispuestas a todo hasta que no se les levantara el castigo a sus hombres, inméviles y fijas ahf para la eternidad, como fieles perras rabiosas. La celadora, pues, y sus manoseos, eran la fuente del doble, del triple, del cuddruple recuerdo que se encimaba y sc mezclaba, sin que Me- che pudiera contener, remediar, reprimir, una esti- pida pero del todo inevitable actitud de aquiescencia, que la mona ya tomaba para si con un temblor an- sioso y un jadeo desacompasado —easi feroz y ‘inica- mente por la nariz, igual que Albino—, con Io que el propio vientre de Meche parecia transformarse —o se transformaba, en virtud de una sediciosa trasposi- cién— en el vientre de aquél (ella, Dios mio, como si se dispusiera a funcionar en plan de macho respecto a la celadora) al filtrarse dentro de estas sensaciones la imagen de Albino, durante aquellas escenas de la 28 primera ver, cuando a horcajadas a la almra de sus ojos infundia esa vida espeluznante y prodigiosa a las figuras del tatuaje brahaménico, y ahora Meche ima- ginaba ser ella mistna la que en estos momentos hacia danzar su vientre —idénticas, bien que secretas, invi- sibles oscilaciones— como instrumento de seduccién dirigido a la mona y a sus ojos cercanos, en tanto que ésta no sélo no ofrecia resistencia, sino que, sin saber- lo, a impulsos del soplo misterioso que hacfa transcu- rrir de tal suerte (sustrayéndolas al azar y al hecho fortuito de no conocerse) las relaciones internas que de pronto se establectan entre Albino, Meche y la celadora, se colocaba asi, apenas menos que metaf5- ricamente, pues le bastaria una palabra para hacerlo de verdad, en la propia posicién de Meche bajo el cuerpo de Albino, envenenada en absoluto por el amor de los adolescentes indostanos. Meche no podia formular de un modo coherente y légico, ni con pa~ labras ni con pensamientos, lo que le pasaba, el gé- nero de este acontecer enrarecido y el lenguaje nuevo, secreto y de peculiaridades tinicas, privativas, de que se servian las cosas para expresarse, aunque més bien no eran las cosas en general ni en su conjunto, sino cada una de ellas por separado, cada cosa aparte, ¢s- pecifica, con sus palabras, su emocién y la red subte- rranea de comunicaciones y significaciones, que al 29 margen del tiempo y del espacio, las ligaba a unas con otras, por més distantes que estuviesen entre sf y las convertia en simbolos y claves imposibles de ser comprendidas por nadie que no perteneciera, y en Ja forma més concreta, 3 Ia conjura biogréfica en que las cosas mismas se autoconstituian en su propio y hermético disfraz. Arqueologia de las pasiones, los sentimientos y el pecado, donde las armas, las he- rramientas, Jos érganos abstractos del deseo, la ten- dencia de cada hecho imperfecto a buscar su con. sanguinidad y su realizzeién, por mas incestuoso que Pareaca, en su propio gemelo, se aproximan a si ob- Jeto a través de una larga, insistente ¢ incansable aventura de superposiciones, que son cada vez la ima- gen més semejante a eso de que la forma es un an- helo, pero que nunca logra consumar, y quedan como subyacencias sin nombre de una cercanfa siempre incompleta, de inquietcs y apremiantes signos que aguardan, febriles, el instante en que puedan encon- trarse con esa otra parte de su intencién, al contacto de cuya sola presencia se descifren, Asf un rostro, una mirada, una actitud, que constituyen el rasgo propio del objeto, se depuran, se complementan en otra per- sona, €n otro amor, en otras situaciones, como los horizontes arqueolégicos donde los datos de cada or. den, un friso, una gargola, un dbside, una cenefa, no 30 son sino Ja parte mévil de cierta desesperanzada eternidad, con la que se condensa el tiempo, y donde las manos, los pies, las rodillas, 1a forma en que se mira, o un beso, una piedra, un paisaje, al repetirse, se perciben por otros sentidos que ya no son los mis- mos de entonces, aunque el Pasado apenas pertenezca al minuto anterior. Cuando Meche trasponia 1a pri- mera reja hacia el patio que comunicaba con las di- ferentes crujias, dispuestas radialmente en tomo de un corredor o redondel donde se erguia la torre de vi- gilancia —un elevado poligono de hierro, construido para dominar desde la altura cada uno de los angulos de Ja prisién entera—, todavia estaban fijos en su mente, quietos, imperturbables y atroces, los ojos de la celadora, negros y de una elocuencia mortal, como si se la hubieran quedado mirando para siempre. Po- lonio ya no pudo soportar por mas tiempo con la ca- beza incrustada en el postigo, y decidié ceder el pues- to de vigia para que Albino lo ocupara, pero al mirar de soslayo muy forzadamente hacia el interior de la celda, le parecié advertir movimientos extrafios, a la vex que se daba cuenta de que El Carajo habia cesado de gemir después de haberlo hecho sin parar desde que recibiera el pufietazo en el estémago. Con gran cuidado y lentitud, atento, precavido, se doblé Ia oreja que sobresalia del marco, para retirar hacia 31 eo) ) |) fl ft | atras la cabeza, con la preocupacién de si, entretanto, un recuerdo de su infancia), igual a una tarantula Albino no habria terminado ya de estrangular al uw maligna, con la misma sensaci6n que ivade los senti- ' llido, En realidad —pens6— no le faltaban razones dos cuando la arafia, bajo cl efecto de un Acido, se en- i para hacerlo, pero que esperara un poco, lo matarian crespa, se encoge sobre si misma —produce, por otra entre los dos en circunstancias mas propicias y cuan- parte, un ruido furioso ¢ impotente—, s¢ enreda entre do la droga ya cstuviera segura en sus manos, no antes Eis propias patas, enloguecida, y sin embargo no a] ni aqui dentro de la celda, pues el plan podria venir- muere, no muere, y uno quisiera aplastarla pero ii sea tierra y, lo quisieran 0 no, la madre de El Carajo tampoco tiene fuerzas para ello, no se atrevts Ie re i contaba de modo principal en todo aquello, Era sulta imposible hasta casi soltarse a Horar, Gemfa en : cuestién de pensar bien dénde y cuando matarlo des- un tono ronco, blando, gargajeante, con el que simu- i! pués (0 despuesito, si asi lo queria Albino), pero to- aba, a ratos, un estertor lastimoso y desvergonzado, re das las cosas en su punto. En efecto, se habia puesto mientras en su ojo sucio y Lleno de lagrimas lograba ' a gemir sin detenerse, desde que Polonio le propinara hhacer que permaneciera quieta, conmovedora, iran in el pufietazo y el puntapié, en una forma irritante, sida de piedad, una implorante mirada de profunda I repetida, monétona, artificiosa, con la que expresaba antocompasién, hipéetita, falsa, repleta de malévolas i! sin embozo alguno, en todos los detalles, 1a monstruo- veconditeces. Si Potonioy Albino habfan hecho alian- a sa condicién de su alma perversa, ruin, infame, ab- za con él, era tan solo porque la madre estaba dis- | yecta. Los golpes no habia sido para tanto y a mas y Trust a servrles, pero Hiquidado el negocio, volte i mayores y més brutales estaba acostumbrado su cuer- eet el tullido, que se largara mucho a la chingada, 1 po miserable, asi que esta impostura del dolor, hecha eatarlo iba a ser la tinica salida, Ia Gmica forma de tan s6lo para apiadar y para rebajarse, obtenfa los re- volverse a sentir tranquilos y en paz. “(Déjalo!”, sultados opuestos, una especie de asco y de odio cre- ordené Polonio con un vigoroso ‘empellén de todo el cientes, una célera ciega que desataba desde el fondo quetpo sobre Albino, Libre de las garras de Albino, del corazén los més vivos deseos de que suftiera a ex- Fl Carajo quedé como un saco inerte en el rincén. tremos increfbles y se le infligiera algan dolor mas Fstuvo a punto de que Albino Jo estrangulara, en real, més auténtico, capaz de hacerlo pedazos (y aqui realidad, y ya no se atrevia a gemir ni a manifestar 32 ) 33 | | | Protesta alguna. Con una mano que ascendié torpe ¥ temblorosa sobre su pecho, se acariciaba la gargan- fa y se movia la nuez entre los dedos como si quisiera reacomodarla en su sitio, El ojo le brillaba ahora Con un horror silencioso, leno de una estupefaccién con la que parecia haber dejado de comprender, de sibito, todas las cosas de este mundo, Només en ou to el plan se levara a cabo y la situacién tomara Curso, pensaba contdrselo a su madre, sinsabores espantosos que padecta, importaba nada de nada efimero goce, fan otro decirle de tos y c6mo ya no le sino nada mds el pequefio y Ia tranquilidad que le producia la dro- 8a, y cémo le era preciso librar un combate sin esca. Patoria, minuto a minuto y segundo a segundo, para obtener ese descanso, que era lo tinico que él amaba en la vida, esa evasién de los tormentos sin nombre @ que estaba sometido y, literalmente, cémo debja vender el dolor de su cuerpo, pedazo a pedazo de la Piel, a cambio de un lapso indefinido y sin contornos de esa libertad en que naufragaba, a cada nuevo su- Plicio, mas feliz. Introducir —o sacar-— la cabeza en este rectangulo de hierro, en esta guillotina, trasladar- se, trasladar el créneo con t. la frente, la nariz, las orejas, celda, fodas sus partes, la nuca, , al mundo exterior de la colocarlo ahi del mismo modo que la cabeza de un ajusticiado, irreal a fuerza de ser viva, requeria 34 inucioso, de la misma ma- fio cuidadoso, minucioso, ni - teraen que se etae lft de st enrains mate vee um tenaz y deliberado autoparirse con forces ‘gue arrancaban mechones de cabelio y que araiaban in piel Ayudado por Polonio, Albino a Be cc : ‘ima de la . Ia cabeza ladeada encima dt Alle Spajoestaban tos monos, en el cajin, con su antigua sresencia inexplicable y vacia de stones poner we ida contra la puer' - i Ia espal a n are pe pulltnad ‘Re Albino, Polonio prendié en aspiré larga y profundamente todos sus pulmones. El sol eaia a la mitad del ol ‘enun corte oblicuo y cuadrangula a cola ce maciza, corpérea, dentro de cuya radian mas vemovian y entrechocaban con senda vagocda cardeeas i , Jas particula , ange ee ea corta distancia de Polo- » de luz con rejas verticales ce la ventana, afuerte solar, la figura de se desdibujaba en Ia som- lumbre a un cigarro y y que trazabi nio, el marco: Al otro lado del contr je rosa y muda, : Corti peta montanes dc Ta boeanada de i luz 6 Polonio, invadieron la zona de ue solt6 Polonio, inva dee pen Sjeorden arrollador de las eras, fos elon Ins patas Ins nubes, os arreos y el tamulto des ce seria, fendose en la a, enciméndose y revolvién 1 baller ei de su propionvokinenescambiantes cuerp 35 ¥ pausados, para en seguida, poco a poco, a merced dl aire inmévil, integrarse con leve y sutil cadencia en una quictud horizontal, a semejanza de a revista vietoriosa de diversas formaciones militares después deuna batalla. Aqu{ el movimiento transferia sus for- mas a la ondulada escritura de otros ritmos y las lentisimas espirales se conservaban largamente en su instanténea condicién de fdolos borrachos y estatuas sorprendidas. La voz de Albino le llegé del otro lado dela puerta de hierro, queda, confidencial, con ter- nura. “Ya comicnza a entrar la visita”. La visita, La droga. Los cuerpos del humo desleian sus contornos, se enlazaban, construian relieves y estructuras y es. telas, sujetos a su propio ordenamiento —el mismo que decide el sistema de los cielos— ya puramente divinos, libres de lo humano, parte de una naturaleza mueva_y recién inventada, de la que el sol era el demiurgo, y donde las nebulosas, apenas con un soplo de geometria, antes de toda Creacién, ocupaban la libertad de un espacio que se habia formado a su Propia imagen y semejanza, como un inmenso deseo interminable que no deja de realizarse munca y no quiere cefiir jams sus limites a nada que pueda con- tenerlo, igual que Dios. Peto abf estaba El Garajo, un anti-Dios maltrecho, carcomido, que empez6 a saci dirse con las broncas convulsiones de una tos frenéti- 36 ‘acta golpear con ¢l cuerpo en ei eis Inenntentey atone con lide sordo y en fuga de un bongé al ge le ie iad j arche, el muro del rincén en que s b ne endemoniado con el ojo de buitre colérco al que asomaba la asfixia. Las Iineas, las espizales, los caracoles, las estatuas y los dioses enloquecieron, huyeron, dispersos y resquebrajados por las tepid ciones de la tos. Le faltaba un pulmén y a a mor Albino habria apoyado la rodilla con demasiada ur za contra su pecho cuando, momentos antes, at in de estrangularlo. Era un verdadero estorbo et ido. Gon gran esfuerzo Albino sacb la mano p\ ro postigo, pegada al rostro y encima de la nariz, oo 7 propésito de estar listo a recibir la droga Galen mento en que las mujeres se aproximaran 3 I an . de la cclda. De pronto una espantosa rabia eas re Spee tus dea ern aberea de 1 Cx wvia, el pus, cl pus de Ta her hen que date Io dejara adherido a la a a cl foreejeo y que Albino estuvo a Panto fe untae en os labios. Cerré los ojos mientras temblaba 2 tintineo de la cabeza sobre la plancha de hiero, a causa de la violencia bestial con que tenia apre os los dientes. Estaba decidido a matarlo, decic i a todas las potencias de su alma. Abrié los parp: 37 para mirar otra vez. No tardaria en comenzar el des- file de los familiares, pues las dos puertas del cajén, una frente a la otra en cada reja, ya estaban sin can. dado, para permitirles la entrada. Ellas no legarian juntas, sino a distancia, confundidas entre las visitas, Albino conjeturaba acerca de cuél seria la primera en aparecer, si La Chata, la madre 0 Mercedes, Me- che, con su bello cuerpo, con sus hombros, con sus piernas, alada, incitante, (Pero como que la evoca- cién de Meche en las circunstancias de este momento, se distorsionaba a influjo de nuevos factores, inciertog y Ilenos de contradicciones, que afiadian al recuerdo una atmésfera distinta, un toque original y extrafio: Meche vendria de pasar por una experiencia cuyos detalles ignoraba Albino pero que, desde que lo supo, una semana antes —cuando planeaban la forma de introducir la droga al Penal y Polonio habia pensado en servirse de la madre de El Carajo— permanecia fija en su mente en una forma u otra, pero aludiendo en todo caso a imagenes fisicas concretas. Con toda exactitud la celadora, en primer lugar, y luego el diverso e inquietante contenido que adquiririan dos Palabras escuchadas por Albino quién sabe dénde y cémo —entre enfermeras 0 médicos, mientras espe- raba ser atendido de algo en alguna parte, esto era Como un suefio o quizé fuese un suefio en efecto-—, 38 palabras que a favor de su earfeter de cireunloquio ‘écnico, condensaban una serie de movimientos y si- tuaciones muy vastos y sugerentes: postura ginecol6- gica. La celadora y su forma de registrar a cierto niimero de las visitantes, no a todas, sino de modo es- pecial a quienes venfan para ver a drogadictos y de étos a los que se sefialaban como agentes més activos del tréfico en el interior de la Preventiva: Albino y io. ¢Se les registraria en esa postura ginecolégi- co tae Stance as dos palabras absurdas— hacian de Meche algo ligeramente distinto a la Me- che habitual: violada y prostituida, pero sin que tal cosa constituyera un elemento de rechazo, sino por él contrario, de aproximacién, como si Je afiadiera un atractivo de naturaleza no definida, que Albino no se sentia capaz de formular. No le importaba que Meche pudiera haberse visto en un trance equivoco—y se lo preguntaria a ella misma con todos los detalles— en cl supuesto de una exploracién mas o menos excesiva por parte de la celadora, durante el registro: esto lo excitaba con un deseo renovado, de apariencia des- conocida, y un relato minucioso y veridico de Meche lo haria esperar, en lo sucesivo, una nueva forma de enlace entre ellos dos, mas intensa y completa, a la que no le faltaria, sin duda, un cierto toque de alegre y desenvuelta depravacién, en Ia que aquellas dos 39 palabras médicas desempefiarian, de algéin modo, de- terminado papel.) Aunque el “‘cajén” formara parte de la Crujfa, separado de ésta tinicamente por las mismas rejas que servian a los dos de limite, la pre- sencia de los celadores de guardia, encerrados ahi dentro, le daba el aspecto de una cércel aparte, una carcel para carceleros, una cércel dentro de la edrcel, por donde la visita tendrfa que pasar de modo forzoso antes de entrar al patio de la Crujia propiamente dicha, Este era el campo visual que Albino dominaba desde el postigo, una verdadera tortura, Més alto que el ventanillo —que en el caso de una estatura media estaba al nivel del pecho—, Albino tenia que mante- nerse encorvado, en una posicién muy forzada, para conservar la cabeza metida alli, lo que al cabo de algunos minutos le habia ocasionado un agudo dolor muscular en el cucllo y la espalda, aparte de hacer que le temblaran las piernas de un modo ridiculo y mortificante pues daba la impresién de que tenia miedo. Traspuestas por cualquiera de las tres mujeres —Meche, La Chata o la madre— la primera y se- gunda rejas del cajén, era cosa de hacer algo —un ruido, golpear la puerta a patadas— a fin de que repararan en el punto preciso donde se encontraba a celda del apando. Lo més correcto, naturalmente, pensé, serfa lanzar un insulto, gritarles una mentada 40 de madre los monos, pues para eso estaban abi. La cosa era verlas llegar, verlas entrar al cajén y luego al patio, para sentirse seguros de que todo habia marchado bien con el registro, con las monas. Por cuanto a Meche y La Chata no habria problema: Jas manosearian y ya, sin encontrarles nada dentro, La madre era lo importante. Que pasara, que pasara, que la pinche vieja pasara con los treinta gramos me- . A falta de otra palabra, lama- ban huelga a esto que iba a ocurrir: huelga de muje- res, Pero antes de que Meche, La Chata y la madre subieran hasta aqui, a la puerta de la celda, para sol- tarse a chillar, a gritar y patalear, antes de que la bronca comenzara en serio, la madre deberia entre- garles a ellos, precisamente al que estuviera con la cabeza en el postigo, el paquetito de droga. En este caso Albino, el Bautista en turno sobre la bandeja. Después, ya amacizado con la droga, se ocuparia de la muerte de El Carajo. Era facil liquidar el aso, en alguna funcién del cine, entre las sombras. Meterle Ja punta del fierro a través de las costillas, mientras Polonio le tapaba la boca, pues querria gritar como un chivo. No lo habian asociado con ellos debido pre- cisamente a su linda cara. Albino rié: només a causa de que tenia madre. Tener madre era la gran cosa para el cabrén, un negocio completo. Las visitas for- 41 maban cola en el redondel, a poca distancia —pero ain fuera del angulo visual de Albino—, para entrar Por turno a las respectivas erujias, hijas, muchachos, muy pocos hombres macuee otresen cada grupo, el aie zeceloso la mirada baja, as conversaciones, curicsamente, jamés gitaban en toro a las causas que habfan traido a la cércel a sus parientes. Nadie ponia en tela de juicio la culpabil. dad o la inocencia del hijo, del marido, del hermano: estaban ahi, eso era todo, No ocurria lo mismo con otro tipo de visitas. Cuando alguna sefiora de la ela. se alta Ilegaba a pisar estos lugares, las primeras ve- ces, su preoeupacion tinica, obsesiva, inanifiesta—que terminaba por carecer de toda légica y aun de simple ilacién— cra la de estableser un limite social preciso entre su preso —las causas por las que estaba detent. do, lo pasajero y puramente incidental de su trénsito por Ia prisién— y los presos de las demés personas Al suyo se Je “acusaba de”, sin tener ningin delito aunque las apariencias resultasen de todos modos sospechosas— y ya se habian movilizado en su favor grandes influencias, y dos 0 tres ministros andaban en el asunto. Quienes la escuchaban asentian invaria- blemente, sin discutir ni sorprenderse, con indulgen- cia © ineredulidad, sin que la gran sefiora parara cuentas en este género de piadosa cortesia, que ella 42 tomaba como deslumbramiento, si se afiade cierto lu- jo recargado con el que iba vestida. Pero a medida que su presencia se hacia mAs constante en la cola de las visitas, la sefiora de alcurnia iba modificando poco a poco su actitud y haciendo concesiones a la realidad. Cada vez hablaba menos de los personajes influyentes, la inocencia o la culpa de “su” preso de- caian notablemente como tema de conversacién y sus vestidos eran més sencillos, hasta que por fin en- traba a la categoria de las visitantes normales y ter- minaba por pasar inadvertida. La Chata distinguié la figura de Meche, atrés, entre otras mujeres de la cola, Suspiré. La envidiaba con ganas. Le gustaba mucho su hombre, su Albino, y desde que éste les mostrara la danza del vientre en la sala-de defen- sores, se sentia mareada por él en absoluto. Le pedi- ria a Meche que, sin perder la amistad, le permitiera acostarse con Albino. Una o dos veces nomas, sin que hubiera fijén, es decir, como si Meche no se fijara en ello. Un poco alejada de Meche, la madre de El Carajo se aproximaba renqueante, taimada. Se habia dejado introducir el tapén anticonceptivo, por Meche y La Chata, como si tal cosa, con Ia indi- ferencia de una vaca a la que se ordefiara. Ahi es- taban las ubres, pues; ahi estaba Ta vagina. Como lo calcularan, con ella no hubo registro, la respetaron 43 por su edad, la vaca ordefiada pas6 tan insospecha- ble como una virgen, Pero habian legado ya a la jaula de los monos, al cajén, El Carajo porfiaba en que lo dejaran asomar la cabeza por el postigo, por- que, decia, su madre no iba a querer entregarle la droga a ningdn otro mAs que a él, Pero porfiaba sin fuerza, sin esperanza. La cabeza de Albino le res- pondia desde afuera de la celda, con ira. Aparecfan por fin, allé abajo, Meche y La Chata. “jEsos putos monos hijos de su pinche madre!” Los ojos de las dos mujeres giraron hacia la voz: era su hombre. Pero faltaba la mula vieja de la madre, tardaba la infeliz, La cabeza de la guillotina se neg6 en seco a ceder cl puesto de vigia. Su mam no iba a ser tan tonta como para darles la droga a otros, terqueaba El Carajo. Puras mentiras. Tanto como deseaba ver a su madre ahora mismo, aqui, necesitndola tan desesperadamente. Le contaria todo, sin quedarse callado como otras veces. Todo. Las inmensas no- ches en vela de Ia enfermeria, sujeto dentro de la ca- misa de fuerza, los bafios de agua helada, lo de las ve- has: por supuesto que no queria morir, pero querfa morir de todos modos; la forma de abandonarse, de abandonar su cuerpo como un hilacho, a la deriva, la infinita impiedad de los seres humanos, la infinita impiedad de él mismo, las maldiciones de que estaba 44 hecha su alma, Todo. Terqueaba. “;Te digo que no jodas!” En estos momentos la madre de #1 Carajo cruzé las dos rejas del cajén y entré al patio de la Crujia. Estaban salvados. Orientadas por el grito que habia dado Albino, las mujeres se encaminaron hacia la celda de los apandados, pero con una suerte de traslacién magica, invisible y apresurada, unidas a los movimientos, al ir y venir y al buscarse entre si de las demés gentes, de un modo tan natural, pro- pio y desenvuelto, que no parecian distintas, ni par- ticulares, ni tener un objetivo propio y determinado, al grado de que ya estaban aqui, de pronto, y Meche se habia lanzado sobre la cabeza de Albino y Ia cu- ria de besos por todas partes, en las orejas, en los ojos, en la nariz, a la mitad de los labios, sin que la cabeza de Holofernes acertara a moverse, apenas aleteante, igual que el cuerpo de un pez monstruoso, con cabeza humana, al que hubiese varado un golpe de mar. “|Mijo! {On t4 mijo?”, exclamaba Ia ma- dre de El Carajo con una voz cavernosa y como sin sentido, pues parecia estar segura que desde el pri- mer momento iba a toparse cara a cara con su hijo y al no ser asi se mostraba extraviada y confusa, con ‘una expresién lena de miedo y desconfianza hacia las otras dos mujeres. “;On t4, on ta?”, repetia sin apar- tar los ojos de la cabeza y la mano expuestas sobre 45 la planchuela del postigo y bamboledndose con torpe- za como si estuviera ebria. La cabeza separada del tronco, guillotinada y viva con su tinico ojo que giraba en redondo, desesperado, en la misma forma en que lo hacen las reses cuando se las derriba en tierra y sa- ben que van a morir, desat6 desde el principio en Me- che y La Chata un furor enloquecido, pero diriase también jovial y, no obstante lo desquiciado de la si- tuacién, alegre. Se vefan incluso més jévenes de lo que eran —pues no legarfan a los veinticinco—, unas muchachas con poco menos de veinte afios, deporti- vas, clasticas, giles y gallardas al mismo tiempo que bestiales. Se habian montado sobre el barandal del corredor con las piernas cruzadas, sujetas con los pies cada quien a uno de los travesafios verticales, y des- de tal posicién, las faldas levantadas y los muslos al descubierto, lanzaban los gritos y aullidos més inve- rosimiles, agitando en el aire sin cesar las manos, ya crispadas, ya en un pufio, y los brazos, parecidos a ro- bustas y torneadas raices de acero, sacudidos por cor- tas y violentas descargas eléctricas, mientras los ojos, abiertos més all de lo imaginable, descompuestos y enrojecidos, tenfan destellos de una rabia sin mites. “Saquenlos, s4quenlos”, la palabra dividida en dos coléricas emisiones: séquen-lds, sdquen-lés. La madre permanecia inmévil en medio de las dos mujeres 46 aferrada con ambas manos al barandal, como al puente de un navio, vuelta hacia el patio y mirando de reojo, de vez en vez, hacia el postigo, en espera de ver ahi la cabeza de su hijo y no la de este otro hombre a quien no la unia afecto ni ternura algu- na, La cabeza, a sus espaldas, reclamaba, apremian- te, nerviosa, con asomos de histeria. “Venga el pa- quete, vieja”, primero conciliadora, pero en seguida agresiva dentro del sofoco de la entonacién cautelosa. “;Venga la droga, vieja pendeja! ; Venga el paque- te, vieja jija de la chingada!” Era muy posible que la madre no escuchara en realidad. Parecia una mole de piedra, apenas esculpida por el hacha de peder- nal del periodo neolitico, vasta, pesada, espantosa y solemne. Su silencio tenia algo de zool6gico y rupes- tre, como si la ausencia del érgano adecuado le im- pidiera emitir sonido alguno, hablar o gritar, una bestia muda de nacimiento. Unicamente Iloraba y aun sus lagrimas producfan el horror de un animal desconocido en absoluto, al que se mirara por pri- mera vez, y del que fuese imposible sentir misericor- dia o amor, igual que con su hijo. Las lagrimas grue- sas y lentas que resbalaban por la mejilla corres- pondiente al viejo navajazo que iba desde la ceja al mentén, en lugar de la linea vertical segufan el curso de la cicatriz y goteaban de la punta de la bar- 47 hha, ajenas a los ojos, ajenas a todo llanto humano. En el patio de la Grujia, los reclusos y sus familiares, con un aire de inaparente distraccién y como necesitados de algo que no era suyo y a lo que no podian resistir, se agrupaban poco a poco bajo las mujeres del ba- randal. Nadie osaba lanzar un grito o una voz, pero de toda aquella masa salia un avispeo sordo, entre dientes, un zumbar undnime de solidaridad y de con- tento, del que a nadie podsfan culpar los monos. Du- rante la visita de los familiares, el patio de la Crujia se transformaba en un estrafalario campamento, con Jas cobijas extendidas en el suelo y otras, sujetas a los muros entre las puertas de cada celda, a guisa de te- chumbre, donde cada clan se reunfa, hombro con. hombro, mujeres, nifios, reclusos, en una especie de agregacién primitiva y desamparada, de néufragos extrafios unos a otros o gente que nunca habia tenido hogar y hoy ensayaba, por puro instinto, una suerte de convivencia contrahecha y desnuda. La marea, abajo de las tres mujeres, crecfa en pequefias olas sucesivas, despaciosas, que se aproximaban como en un paseo, los hombres sin apartar la mirada, abier- ta y cinica, expectantes y a un tiempo divertidos y temerosos, de las trusas negras de Meche y La Chata. “Sal pues, pinche Carajo!” No entendfa. “| T4, que salgas ta!” La cabeza de Albino se sumié trabajosa- 48 mente en la celda y la madre pudo ver, casi en se- guida, igual que si se mirara en un espejo, como paria de nueva cuenta a su hijo, primero la pelam- bre htimeda y en desorden y luego, hueso por hueso, Ia frente, los pémulos, el maxilar, carne de su carne y sangre de su sangre, marchitas, amargas y venct- das, Colocé la mano trémula y tosca sobre la frente del hijo como si quisiera protejer al ojo ciego de los rayos vivos del sol. “El paquete, mamacita linda, el paquetito que trai,” pedia el hombre cn un tono quejumbroso y desolado. Aterrada, aturdida, sonm- bula de sufrimiento, con aquella mano que se posaba, sin conciencia alguna, sobre la frente del hijo, tenia, de stibito, un poco el aspecto alucinante y sobreco- gedor de una Dolorosa bérbara, sin desbastar, hecha Ge barro y de piedras y de adobes, un idolo viejo y roto, Dentro del repiquetear, all abajo, de tambo- res en sordina, cada ver se ofa con mAs frecuencia, distinta y aislada, alguna voz que coreaba el grito de las mujeres. Siquen-lés, siquen-lés. Provenien- te de la Comandancia, un rondin de diez celadores traspuso el cajén. La gente, sin dar el rostro, abrié el paso a sus zancadas disparejas y temerosas, de mo- nos a los que se habia puesto en libertad y no se acostumbraban del todo a correr, atentos més que nada a no aislarse del grupo, de la tribu, y no que- 49 dar a solas en medio de la multitud procek ii personal, impune, que fingia no verlos pianerdaad Corosamente, darles existencia fisica, y miraba a tre. vés de ellos del mismo modo que si se tratara de cuer. pos transparentes. La lucha contra Meche, La Chata y la vieja parecta no terminar munca, de-una accién ineruenta, sin dolor y muy lejana, Ys semi desnudas, las ropas en jirones, encontraban sem. pre un punto, una saliente, un travesafio, una hende. dura a la cual atorarse, mientras tres 0 cuatro ‘monos por cada una, hacian grotescos esfuerzos por arras. trarlas hacia la escalera. De la ronca voz, alld abajo, de la multitud, brotaba toda clase de las mds diver- sas exclamnaciones, gritos, denuestos, carcajadas, ya de protesta o compasién, o de salvaje gozo que exigia mayor descaro, brutalidad y desvergiienza al espec. téculo fabuloso y tinico de i a los senos, las nalgas, los vientres al aire. La madre, los cottos brazos levanta- des por encima de la cabera, se interponia en medio de las mujeres y los monos, sin hacer nada, con los Pesados y dificultosos saltos de un pajarraco al que se le hubiera olvidado volar, un eslabén prehistérico entre los reptiles y las aves. En uno de estos saltos cayé, resbalando sobre la superficie de hicrro del co- rredor, hasta quedar horquetada con el travesafio del barandal en medio de las piernas abiertas, 50 con el aspecto cosa que le impedia por lo pronto despefiarse desde lo alto, pero que no evitaria que cayera al patio de un momento a otro, la mitad del cuerpo suspendida en el vacio. Hiubo un rugido de pavor lanzado simulténeamente por todos los espectadores y se produjo entonces un silencio asfixiante, raro, igual que si no hubiera na- die sobre la superficie de la tierra, Los apandados mismos enmudecieron en su celda, sin ver, ‘inica- mente por la adivinacién de que estaba 2 punto de ccurrir algo sin medida. La mujer sacudia los bra- zos en un aleteo irracional y desesperado. “{No te muevas, vieja giiey!”, rompié el silencio uno de os monos y atrastré a la madre fuera del peligro ti- rando de ella por debajo de las axilas. Volvié a rei- nar el mismo silencio de antes, pero ahora no sélo por cuanto a la ausencia de ruido y de voces, sino por cuanto a los movimientos, movimientos en abso- luto carentes de rumor, que no se escuchaban, como si se tratara de una Ienta ¢ imaginaria accién sub- acudtica, de buzos que actuaran por hipnosis y don- de cada quien, actores y espectadores, estuviese me- tido dentro de la propia escafandra de su cuerpo, presente y distante, inmévil pero desplazando sus movimientos fase a fase, por estancos, en fragmentos auténomes e independientes, a los que armonizaba en su unidad exterior, visible, no el enlace de una 51

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