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De mi libro: “Noche de lluvia en Morelia” (2015)

Ismael Acosta García.

Cristo hombre.
Al primer revolucionario
socialista de la historia.

¡Oh, divino Maestro!,


en el profundo dolor de tus heridas
has detenido el tiempo,
y el hombre no ha comprendido
tu mensaje de paz, hermano mío.

Dos mil años no han sido suficientes


para entender tu sacrificio,
¡ni tus vicarios, Señor!,
porque en tu nombre
han cometido los crímenes
más horrendos de la historia.

Ya no vuelvas amigo a este mundo,


ve a otro rincón del universo
y siembra allá tu semilla de amor,
de esperanzas… y derrama tu luz.

Pero si vuelves, Señor,


no regreses herido
porque nadie te hará caso.

Haz girar de nuevo la rueda de la historia,


vuelve a revolucionar el mundo
que dejaste inconcluso
porque confiaste en nosotros
y todos te hemos defraudado.

Vuelve a redimir al desdichado


porque aún sigue oprimido,
hermano mío.
Vuelve con níveas telas
para que cubras la desnudez
de tus hermanos más pequeños
que aún visten andrajos.

Vuelve para que lances de tu templo


a quienes siguen lucrando con tu nombre.

Vuelve para que veas que tus vicarios


son más conocidos que tú,
a ellos los honran los hombres
más poderosos de la tierra,
y a ti te ultrajaron, Padre mío.

Maestro amado, vuelve,


para que hagas justicia por los pobres,
resucites la fe de tus hermanos,
humilles a los ricos poderosos
y ejerzas la justicia de tu reino
en este mundo, Señor,
¡en este mundo!
y comprendamos el verdadero mensaje
de tu segundovenida.

Pero si vuelves,
cubre bien tu carne macerada
y limpia el supurar de tu costado.
Puede te infecte la ignominia
que este mundo padece, Señor,
y no quisiera que te sientas triste.

Amadísimo hermano:
si vuelves, por favor,
¡ya no vuelvas con tus heridas
a detener el tiempo,
porque todos te hemos defraudado!
Amigo eterno.
Amigo eterno,
no me des riquezas materiales
que puedan ofender tu grandeza.

Si polvo soy y en él he de convertirme


dame arte, Señor,
dame destrezas que con mi arcilla
construyan al hombre de bien.

Acércame a la sencillez de tu belleza


que se descubre en las flores,
en los gusanos,
en las agrestes montañas
y en los precipicios.
En los ríos,
en los mares.
en los desiertos.

Dame humildad, Maestro y, cual a Isaías,


pasa un carbón encendido por mis labios
al emitir palabra para no herir
la bondad de mis hermanos.

En fin, dame pobreza


para ser agradecido con mi trabajo;
Dame esperanza para aspirar a recibir
de Ti la justa paga.
Pero dame, sobre todo, amor,
tolerancia y lealtad para mis semejantes.

Dame identidad de clase;


pon en mi conciencia
los principios sublimes de justicia e igualdad.

No permitas que caiga en tentación


y dame, al final, sabiduría,
para que tu obra sea.

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