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El Caso White 11906 PDF 337876 6119 11906 N 6119 PDF
El Caso White 11906 PDF 337876 6119 11906 N 6119 PDF
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El caso White
de rol, sino que utilizaban su sistema de reglas para desarro-
llar tramas e historias propias del cine negro americano de los
años 30-40 y teniendo como protagonistas a personajes como
investigadores privados, detectives de la policía, agentes de
FBI, etc. Esperamos que disfrutéis tanto jugándolo cómo lo
hicieron en su momento los jugadores que lo testaron. ¡Buena
suerte y buena caza!
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Jordi Cabau Tafalla
Parte novela, parte juego, este libro que tienes en las manos es dife-
rente, pues no es uno, sino muchos. En este libro tú eres el protago-
nista. Tus decisiones y el azar te pueden conducir, cada vez que lo
abras, a nuevas aventuras, a veces muy diferentes entre sí, tanto por
su contenido como por su desenlace. Y tu primera decisión empieza
ahora mismo:
…vuelve la página.
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Jordi Cabau Tafalla
Creación del personaje
Bien, parece que eres un tipo con agallas… Aunque aquí hay que
demostrarlo. Así que vamos a empezar por lo primero, y es ver de
qué madera estás hecho, cuáles son tus virtudes y cuáles tus fla-
quezas.
Agilidad (Cuerpo)
Indica la capacidad del personaje a la hora de saltar, tratar de caer
de pie en caso de caída, trepar por rocas o muros, correr, esquivar o
luchar cuerpo a cuerpo.
Callejeo (Mente)
Representa cómo se desenvuelve el personaje en los barrios mar-
ginales de cualquier ciudad: Su capacidad para conseguir informa-
ción, para mezclarse con delincuentes sin llamar la atención, etc.
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El caso White
Conducir Vehículo (Cuerpo)
Como su nombre indica, es la habilidad que indica cuán bueno (o
malo) es el personaje al volante de un vehículo de cuatro ruedas
(Automóvil, Furgoneta o Camión).
Cultura (Mente)
Indica la formación académica del personaje. Con valores altos,
dispone de estudios superiores y es un erudito. Con valores bajos,
abandonó a edad temprana sus estudios disponiendo de una forma-
ción básica.
Disimulo (Mente)
Permite pasar desapercibido, no llamar la atención, incluso desapa-
recer entre una multitud si uno se siente perseguido.
Disparar (Cuerpo)
Esta habilidad, como su nombre indica, representa la pericia del
personaje con las armas de fuego (armas de fuego cortas, largas y
automáticas).
Etiqueta (Mente)
Si la habilidad anterior es propia de tipos duros, esta es de la de los
que gustan de las buenas maneras: Sirve tanto para tratar con edu-
cación y hasta aparente servilismo a un superior, o para hacer alarde
de modales exquisitos cortejando a una dama o en cualquier evento
de la “alta sociedad”.
Mando (Mente)
Permite dar órdenes a subordinados o a gente acostumbrada a obe-
decer (por ejemplo, criados), con la seguridad de que serán cumpli-
das. En tiempo de guerra, esta habilidad también sirve para llevar a
la batalla a un grupo de soldados.
Maña (Cuerpo)
Si la habilidad de Agilidad permite realizar proezas atléticas, esta
habilidad indica la destreza del personaje con sus manos. Su uso
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Jordi Cabau Tafalla
puede abarcar desde hacer una reparación de urgencia hasta forzar
una cerradura, robar una billetera o escamotear discretamente algo
ante las narices de su dueño…
Medicina (Mente)
El valor de esta habilidad indica la capacidad del personaje para cu-
rarse a sí mismo o a los demás de heridas o enfermedades. Un valor
bajo indicará que el personaje apenas sí sabe ponerse una venda
sobre una herida para evitar que siga sangrando; un valor alto sig-
nifica que el personaje podría ejercer tranquilamente como médico.
A efectos de juego el jugador podrá hacer UNA ÚNICA tirada por
esta habilidad al finalizar un combate pero, al tratarse de una cura
rápida (unos primeros auxilios y poco más), recuperará solamente
1D6 Puntos de Resistencia.
Nadar (Cuerpo)
Habilidad que mide la destreza natatoria del personaje. Un valor
muy bajo en dicha habilidad indicará que el personaje no sabe na-
dar o apenas sabe mantenerse a flote en un estanque de aguas tran-
quilas.
Percepción (Mente)
Muestra la capacidad del personaje para fijarse en detalles que nor-
malmente pasarían desapercibidos. También sirve para calcular la
agudeza de sus sentidos.
Sigilo (Cuerpo)
Si la habilidad de Disimulo permite pasar desapercibido, movién-
dose poco o nada, esta habilidad permite poder moverse en silen-
cio, sin llamar la atención de quien pudiera estar alerta.
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El caso White
Supervivencia (Cuerpo)
El uso de esta habilidad permite al personaje saber desenvolver-
se en medio de la naturaleza: buscar agua, comida, improvisar un
refugio para dormir, orientarse, saber seguir rastros, etc. Aparente-
mente poco útil en un entorno urbano… aunque nunca se sabe.
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Jordi Cabau Tafalla
El combate
Armas Blancas
Se usa con la habilidad de Agilidad. Salvo que en el texto se diga
lo contrario, en el primer asalto de combate el enemigo no sufrirá
daño alguno si el personaje pasa la tirada… aunque si el personaje
la falla sí que sufrirá el daño que le corresponda. Esto refleja la
dificultad inicial de aproximarse al oponente en el caso de las Ar-
mas Blancas, lo que las convierte en menos letales que un arma de
fuego.
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El caso White
do se usa. Su mayor potencia también indica un mayor volumen,
con lo que suele ser evidente ante ojos expertos cuándo un persona-
je lleva encima una de estas armas.
Otras Armas
Armas cortas de gran calibre, metralletas Thompson, granadas de
mano, escopetas recortadas, etc. La época que nos ocupa es prolí-
fica en cuanto a medios de liquidar al prójimo. Las características
de dichas armas vienen descritas en el momento en que aparecen
en juego.
El daño
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Jordi Cabau Tafalla
Armas
El personaje empieza el libro con un arma a elegir entre:
Dinero
En nuestra cuenta corriente del banco tenemos una cantidad de dó-
lares igual al valor inicial de nuestra habilidad de Buena Fortuna
multiplicado por 100 (entre 500 y 1000 $); hasta un 10% de dicha
cantidad la lleva el protagonista “encima”, o se halla disponible
de forma inmediata. El protagonista puede disponer de todo o par-
te del dinero que tiene en su cuenta (o ingresar dinero en ella) en
cualquier momento del juego, salvo en aquellos en que la acción
transcurra en momentos y/o lugares en los que, por lógica, sea difí-
cil hallar una sucursal bancaria abierta: en una solitaria gasolinera
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de las afueras, a medianoche, en domingo, etc. Asimismo, a lo largo
del texto el personaje podrá ganar o perder dinero, (ya sea porque
se lo roben o lo gaste).
AHORA
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El caso White
—Ten un poco de paciencia, Carter: Dentro de dos o tres años
el asunto se habrá olvidado y podrás retomar tu carrera donde la
dejaste. Necesito a hombres como tú en la división de detectives.
Aguanta el chaparrón y luego todo volverá a ser como antes...
—No capitán —dijiste—. Todavía tengo el suficiente orgullo
como para no dejarme pisotear. Smith es un gusano y tarde o tem-
prano caerá: entonces regresaré al cuerpo con la cabeza bien alta.
—Bueno, chico —dijo Banks—. Aquí estoy para lo que necesi-
tes. Espero que tengas suerte en tu nuevo negocio...
Sentado tras la mesa de tu flamante despacho piensas en las pa-
labras del capitán: “Suerte, eso es exactamente lo que necesito”.
Con los pies apoyados en la mesa echas un vistazo a tu alrededor.
El deslucido papel pintado de las paredes hace juego con los pocos
muebles de segunda mano con que se halla amueblada la habita-
ción: una mesa, un perchero, un par de sillas, un archivador para
guardar los informes de los casos (prácticamente vacío) y una me-
sita de ruedas con una vieja máquina de escribir Underwood a la
que le falla la A.
Solitario sobre la mesa de tu despacho, el teléfono permanece
inmóvil igual que un enorme escarabajo negro y reluciente que se
hubiese visto paralizado al encenderse la luz de la habitación. Aun-
que hace casi quince días que no has recibido ninguna llamada sa-
bes que funciona correctamente y resistes el impulso de descolgarlo
para comprobar que hay línea.
Por el ventanal de tu despacho contemplas el invernal cielo gris
de Los Ángeles; cierras los ojos mientras, a lo lejos, la sirena de
un coche patrulla trae a tu mente recuerdos felices de los años de
servicio en el cuerpo...
... y no es hasta el tercer timbrazo que te das cuenta de que ¡el
teléfono que está sonando es el de tu despacho!
Abres los ojos y, de forma mecánica, lo descuelgas llevándote el
auricular al oído:
—David Carter al habla ¿dígame?
—¿Señor Carter? ¿Carter el detective? —preguntó una voz fe-
menina al otro lado de la línea.
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—Yo mismo.
—Usted no me conoce señor Carter; mi nombre es Bárbara Whi-
te y tengo un trabajo para usted ¿podría acudir al 1710 de Ever-
green Terrace? Se trata de un tema demasiado delicado como para
hablarlo por teléfono... —la cuidada entonación, propia de una bue-
na educación, no podía ocultar un ligero tono de inquietud.
—Ahora mismo salgo para allá —dices intentando que tu voz no
parezca demasiado ansiosa. Cuelgas el teléfono, te pones el som-
brero y la gabardina y, al abrir el cajón de tu escritorio para coger
las llaves de tu coche, tu mirada se posa en el arma que guardas en
él...
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El caso White
batería y un piano de cola lo llenan casi en su totalidad. La pared de
atrás del escenario está cubierta con unas pesadas cortinas negras
tras las cuales entrevés una entrada para los artistas.
Sentado frente al piano un hombre joven interpreta libremente
versiones de algunos éxitos del momento, llenando el local de una
música suave e intimista que se confunde con el ruido de conversa-
ción y risas de las pocas mesas que están ocupadas.
A tu derecha ves la barra del bar, hecha de madera pulida con
adornos de latón y con una docena de taburetes vacíos frente a ella.
Te sientas en uno de ellos esperando a que te sirvan.
Frente a ti la pared está cubierta de estantes donde se hallan las
bebidas que pueden pedirse en el local. En una pequeña repisa bajo
estos se hallan dispuestos ordenadamente los elementos que permi-
ten a los barman atender a los clientes y servir las bebidas: vasos,
copas, cucharillas, hielo, etc.
Fijado a la pared hay un teléfono con algunos botones, observas
que solo dos de ellos están marcados: uno como “Guardarropa” y
el otro como “Oficina”.
—¿Qué va a ser, amigo? —frente a ti acaba de detenerse el bar-
man.
—Bourbon con hielo.
—Okey —responde, marchándose a buscar lo que le has pedido.
Mientras esperas te fijas que tras la barra del bar hay otra puerta.
En cierto momento observas cómo uno de los otros dos camareros
que hay sirviendo en el local entra y sale por la misma, confirmando
tus sospechas de que tras dicha puerta se halla el almacén del bar.
—Aquí tiene —comenta el barman mientras deposita un vaso
frente a ti—, no recuerdo haberle visto antes por aquí ¿es la primera
vez que viene al Blue Iguana?
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Jordi Cabau Tafalla
Si fallas, ve al 84.
Si tienes éxito, ve al 131.
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—Soy el detective Carter ¿Cómo se llama, señora?
—Señorita. Señorita Marble —puntualiza la anciana.
—¿Hace mucho que vive aquí, señorita Marble?
—Desde que se hizo la casa, hace unos treinta años.
—¿Conoce a su vecino del apartamento de al lado? ¿El señor
Ricardo Ortiz?
—¿Por qué lo pregunta? —El rostro de la anciana ha adoptado
una expresión de repentino interés; parece bastante evidente que
una de sus principales aficiones es la de cotillear acerca de sus ve-
cinos, por lo que decides aprovecharte de ello.
—Sospechamos que pueda hallarse implicado en un delito...
—¿Qué delito? —pregunta ansiosa.
—No puedo decírselo... —contestas—. La investigación es con-
fidencial...
—¿Es por lo de las mujeres?
—¿Qué mujeres? —inquieres interesado.
La señorita Marble te hace un gesto para que acerques la cabeza.
—Ayer él no pasó la noche en casa, pero esta madrugada, a eso
de las cinco, alguien ha entrado en su apartamento.
—¿Está segura?
—Totalmente. Tengo el sueño ligero y lo he oído perfectamente.
Se ha paseado por la casa, ha usado el baño y se ha acostado en la
cama.
—¿Sabe quién era?
—Al principio no, pero a eso del mediodía alguien ha llamado
insistentemente a su puerta. He mirado por la puerta entreabierta,
no es que me guste hacerlo, por un momento he pensado que llama-
ban a mi puerta, ya sabe...
—Es perfectamente comprensible —dices disculpándola.
—... Y he podido ver a una mujer de esas que le gustan a él, ya
sabe a qué me refiero...
—Asientes con la cabeza en un gesto de complicidad—... y una
chica joven ha abierto la puerta. Las dos se han metido en la casa y
han salido juntas al cabo de un rato.
—¿Está segura de que no ha sucedido nada más? —preguntas.
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—Hace unas dos horas he oído un fuerte ruido proveniente de su
apartamento. He mirado por la puerta...
—Es natural... —te apresuras a decir.
—... He oído algunos ruidos en el apartamento contiguo y al
poco rato han salido dos hombres con cara de fastidio.
—¿Uno alto y grande y otro bajo con cara de rata?
—¡Sí! ¿Son delincuentes?
—Lo siento, no me dejan decir nada —dices con aire confiden-
cial—. ¿Sabe si alguna de esas personas llevaba algo? ¿Un paquete,
una maleta?
—La chica joven llevaba una bolsa de viaje.
Sacas la foto de Katherine y se la enseñas a la anciana.
—¿Era esta joven?
—¡Sí! ¿Es una delincuente? —se apresura a preguntar.
—La estamos buscando para interrogarla por el asunto que nos
ocupa, lamento no poder decirle más. ¿Sabe si alguna de esas per-
sonas había acudido anteriormente al apartamento del señor Ortiz?
—Creo que la mujer, pero no estoy segura.
—¿Podría describírmela?
—No me fijé mucho... estatura media, no llegaría a los trein-
ta, pelo castaño claro y ojos del mismo color. Zapatos oscuros de
medio tacón y una pulsera de oro en la muñeca izquierda con una
pequeña cruz colgando de ella. Vestía un traje azul sencillo y nada
despampanante pero, créame, solo un tipo de mujer visitaba esa
casa.
“Suerte que no se fijó, un poco más y me le hace una foto” pien-
sas.
—Muchas gracias, señorita Marble, me ha sido de gran ayuda.
Ojalá todos los ciudadanos colaboraran como usted.
—De nada, agente —la anciana está henchida de orgullo, ade-
más de tener tema de comadreo para varias semanas.
Desciendes lentamente las escaleras y te diriges hacia tu coche.
Subes al mismo pensando en toda la información que has obtenido
cuando un gruñido de tu estómago te recuerda que no has comido
nada desde el desayuno. Echas un vistazo a tu reloj. “¡Casi las seis
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El caso White
de la tarde ¡Con razón tenía hambre!” Ya sabes cuál va a ser tu
siguiente destino: el restaurante de Velma situado en la esquina de
tu oficina.
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Jordi Cabau Tafalla
—¡Cállate idiota! —gruñe Cara de Rata.
Permaneces unos instantes pensando en qué hacer. Por fin te de-
cides.
—Venga, adelante —dices indicándoles con el cañón de tu arma
que se dirijan hacia la oficina—. Esas manos bien arriba.
Ambos hombres levantan las manos y empiezan a caminar hacia
la oficina lanzando esporádicas miradas por encima del hombro.
Pasa al 43.
Pasa al 110.
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El caso White
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Al ver que la comunicación se ha cortado Bárbara también cuel-
ga el teléfono.
—Bien —comentas mientras te levantas— usted se quedará
aquí y yo iré a buscar a Kate.
—Yo iré con usted —te responde Bárbara poniéndose de pie.
—No, podría ser peligroso. Quédese aquí y yo traeré a Kate sana
y salva.
—No me ha entendido, Carter. No le estoy pidiendo permiso
para venir —es la primera vez que escuchas ese tono en la voz de
Bárbara White... Y es evidente que no aceptará un “no” por res-
puesta.
—Bien, vendrá conmigo, ¡pero hará exactamente lo que yo le
diga! ¿Entendido? —dices con firmeza.
—Lo que usted diga.
—Bien —antes de salir compruebas que tu arma esté preparada
para funcionar, Bárbara te observa mientras lo haces.
—¿Cree que va a necesitar eso?
—No lo sé, pero prefiero llevarlo por si acaso...
Pasa al 236.
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El caso White
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Jordi Cabau Tafalla
Prosigues tu búsqueda en el armario, donde descubres un par de
trajes, un smoking y una gabardina, así como media docena de ca-
misas planchadas y diversos complementos de vestir, todos ellos de
la misma talla. En los archivadores metálicos encuentras facturas,
recibos y todo tipo de papeles concernientes a la administración
del negocio. Mirando por encima algunos de ellos descubres que
Edward Hanson es el propietario del “Blue Iguana” desde hace solo
cuatro años. Antes el local se llamaba Bruno’s y era propiedad de
un tal Bruno Martinelli, quien se lo vendió a Hanson.
En el lavabo ves un par de toallas con las iniciales E.H. y diver-
sos útiles de aseo. Te acercas a la caja fuerte e intentas abrirla giran-
do la manija. Como suponías está cerrada y careces de la habilidad
para abrir una caja de estas características.
Estás a punto de salir de la habitación cuando hay algo que te
llama la atención en los paneles de madera de la pared oeste: una
puerta disimulada por estos. Te acercas a la misma y giras un pe-
queño tirador...
Pasa al 32.
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El caso White
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Jordi Cabau Tafalla
con hielo frente a ti. Le das las gracias y luego te vuelves hacia
Paddy.
—¿Y bien?
—Me debes cuarenta dólares —responde el irlandés.
—Antes debo decidir si te los has ganado, ¿qué averiguaste?
—contestas.
—White & Company es, mejor dicho, era, una fábrica de hi-
lados que hay cerca de Venice. La fábrica es propiedad de un tal
Thomas White, un hombre de negocios que tiene una oficina en el
centro de la ciudad...
—... dime algo que no sepa —interrumpes a Paddy—. ¿Cuaren-
ta dólares por eso?
—¡Espera, eso no es todo! —Responde el irlandés—. White
también se dedica a realizar inversiones en bolsa. Este verano pa-
sado invirtió mucho dinero en valores muy rentables pero arriesga-
dos, perdiendo mucho dinero. Parece ser que ha tenido que malven-
der muchas de sus propiedades para poder pagar las deudas que le
generó esa operación...
—Sigue... —dices interesado.
—De hecho, me parece que esa fábrica es lo único que le que-
da... y acaba de incendiarse. Según me han comentado el incendio
ha empezado en un local contiguo y se ha extendido rápidamente
al suyo.
—¿Eso es todo? —preguntas— Me parece que eso no vale cua-
renta dólares...
—¡Qué dices! —responde airado el irlandés— ¡No sabes la de
gente con la que he tenido que hablar para obtener esa información!
Por cierto —dice bajando la voz— hay algo más.
—Soy todo oídos.
—He hablado por separado con dos agentes de seguros que sue-
len pasarse por aquí a tomar la última copa antes de irse para sus ca-
sas... ambos me comentaron que sus respectivas compañías habían
asegurado contra incendios la fábrica de White desde noviembre
pasado y, por lo que sé, no son los únicos...
Lanzas un silbido mientras Paddy asiente con la cabeza.
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El caso White
—Esto que te acabo de contar solo lo sabes tú, Carter.
—Bien, parece que te debo cuarenta dólares —te sacas el dinero
del bolsillo y le pagas. Descuéntate el dinero de tu Hoja de Perso-
naje.
—Es un placer hacer negocios contigo, David —dice Paddy ha-
ciendo el gesto de levantarse. Le detienes poniendo tu mano sobre
su brazo.
—Una última cosa Paddy ¿te suena un club nocturno llamado
“Blue Iguana”?
—¿El local de Reno Hanson? Claro —responde mientras vuelve
a sentarse.
—¿Qué puedes decirme al respecto?
—No mucho, hace años el local pertenecía a un tipo llamado
Bruno quien lo compró y remodeló para convertirlo en club noctur-
no. Tuvo poco éxito, más que nada debido a la mala gestión, y las
deudas empezaron a acumularse. Después Reno compró el local a
buen precio, redecorándolo y cambiando el nombre por el de “Blue
Iguana”. Va tirando, tengo entendido.
—¿Qué sabes de ese tal Reno Hanson?
—Hizo un pequeño capital con el contrabando ilegal de alcohol
durante la prohibición. Le pillaron un par de veces y se salió con
pequeñas condenas. Tuvo la suficiente vista como para comprar el
“Blue Iguana” antes de que el final de la prohibición acabara con su
negocio. Tengo entendido que suele organizar partidas de póquer
de alto nivel y que tiene en nómina un par de matones ¿te suena el
nombre de “Kid” Williams?
—No.
—Llegó a participar en la final del campeonato estatal de pesos
pesados, pero tuvo que abandonar el boxeo profesional porque se
descubrió que había tongo en los combates. Es uno de ellos. El otro
no recuerdo cómo se llama, pero tengo entendido que es un mal
bicho.
—Gracias ¿qué te debo? —respondes echando mano a tu carte-
ra.
—Déjalo, invita la casa —dice Paddy—. Y a la copa también
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Jordi Cabau Tafalla
—dice levantándose de la mesa— ¡A ver si te pasas una noche de
estas y echamos unos dardos!
—Cuenta con ello —respondes.
Te quedas unos minutos saboreando tu copa y dándole vueltas
en la cabeza a lo que te acaba de decir Paddy. Echas un vistazo al
reloj de la pared: son las once y cuarto. Terminas tu copa de un tra-
go y te diriges al teléfono público del local...
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Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 168.
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El caso White
al “Blue Iguana”, un abandonado almacén de mercancías. Te acer-
cas al ventanal, pero está a demasiada altura como para ver al otro
lado. La luz es muy débil, y parece provenir del otro extremo del
almacén.
Examinas detenidamente la pequeña puerta de servicio: tiene un
aspecto bastante abandonado, como si no hubiera sido usada en
años... por lo que te llama la atención que la cerradura sea prácti-
camente nueva.
Te alejas de la puerta y te acercas a la entrada del callejón. A la
luz de las farolas observas el almacén, hecho de ladrillo rojo con
techo de chapa ondulada a dos aguas, amplios ventanales situados a
unos tres metros sobre el suelo y dos grandes puertas tipo persiana
en la fachada que da a la calle para dejar pasar los camiones. Es
evidente por su aspecto exterior que el local lleva varios años sin
usarse, por lo que te llama la atención la novedad de la cerradura y
la luz que proviene del interior.
Hay tres formas de penetrar en el almacén: los ventanales, las
puertas de carga o la entrada de servicio. Descartas inmediatamente
las puertas de carga: es evidente de que hace años que no se han
abierto y, en el caso dudoso de que tuvieses suficiente fuerza como
para levantarlas, el escándalo que harías sería mayúsculo, poniendo
sobre aviso a cualquier ocupante del almacén.
Las otras dos opciones son, o forzar la cerradura de la puerta de
servicio o trepar hasta uno de los ventanales e intentar abrirlo desde
fuera.
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Jordi Cabau Tafalla
Caes sin apenas ruido sobre tus pies y permaneces inmóvil unos
instantes mientras tus ojos se adaptan a la penumbra del lugar...
Dirígete al 379.
Pasa al 369.
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El caso White
...tu mente no puede dejar de pensar. “Es evidente que los White
ignoran el macabro contenido de su piscina”, piensas, “y con toda
seguridad el cadáver que encontré es el chófer de la familia, Ri-
cardo Ortiz. Pero ¿quién lo ha matado?, ¿y por qué? Los tipos que
secuestraron a Kate seguían buscando al chófer al día siguiente de
que este hubiese muerto, por lo que no podían ser sus asesinos...
aunque también podrían haberle mentido a Kate. Lo cierto es que
un asesino entró hace dos noches en el jardín de los White y es-
tranguló a un hombre, y ese asesino sigue libre. Si no lo atrapo los
White podrían estar en peligro”
Echas un vistazo a Kate que ha vuelto a dormirse en el asiento
de atrás. Apagas el motor, desciendes del coche y cierras las puertas
con llave...
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Jordi Cabau Tafalla
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El caso White
Se trata de una fotografía casi de tamaño natural en la que la
cantante aparece vistiendo un traje de noche de lentejuelas mientras
su rostro, con el mentón apoyado en las manos entrelazadas, esboza
una leve y sugerente sonrisa. Pero lo que te llama la atención de la
foto no es que la artista aparente una edad cercana a los treinta, ni
que tenga el pelo y los ojos de color claro (la foto es en blanco y
negro y, por el tono de gris de la misma, la artista bien podría tener
el pelo y los ojos de color castaño claro)... si no la pulsera que lleva,
de la cual cuelga una pequeña cruz...
En ese momento recuerdas la conversación que tuviste con la
anciana vecina del chófer de los White, describiendo a la mujer con
la que se había marchado Katherine:
“... No llegaría a los treinta, pelo castaño claro y ojos del mismo
color... y una pulsera de oro en la muñeca izquierda, de la cual col-
gaba una pequeña cruz... “
Llamas a la puerta principal del local, pero nadie te responde;
diriges tus pasos al callejón y llamas a la entrada posterior con el
mismo resultado.
Echas un vistazo a tu alrededor... haz una tirada por la habilidad
de Observar.
Una hora después tú, Thomas y Bárbara White estáis ante la puerta
de la habitación de Kate esperando que salga el médico de la fami-
lia, el doctor Herbert, la discreción del cual ha garantizado la madre
de Kate. Mientras este llegaba has aprovechado para informar a
Thomas White de lo sucedido hasta el momento. La puerta se abre
y sale el doctor Herbert, lo cierto es que tiene el aspecto del típico
médico de familia de las películas: ligeramente calvo, rechoncho y
con gafas.
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Jordi Cabau Tafalla
—Kate estará bien en unas horas —dice, dirigiéndose directa-
mente a Bárbara— No le he administrado ningún medicamento,
bastante morfina lleva ya en el cuerpo, pero es joven y se recupe-
rará pronto. Ahora lo mejor que puede hacer es descansar. Si su
estado variase no dude en llamarme. Buenas noches.
—Buenas noches, doctor, y muchas gracias —responde Bárbara.
El doctor responde con una inclinación de cabeza y desciende
las escaleras.
—Ya sé lo que acaba de decir el doctor —comentas— pero de-
bería hacerle un par de preguntas a Kate...
—¿No puede esperar a mañana? —dice Thomas, visiblemente
molesto.
—Mañana tal vez sea tarde —respondes—. No se preocupe, pa-
raré inmediatamente si veo que incomodo a Kate.
—No sé... el señor Carter nos ha ayudado tanto... —dice Bárbara
dubitativa.
—Pueden estar presentes, si lo desean —esta última afirmación
parece terminar de convencer a la madre de Kate, que da su con-
sentimiento.
Entráis los tres en la habitación, Kate tiene los ojos cerrados,
pero los abre al oír la puerta.
—¿Eres tú, mamá?
—Sí, cariño —responde la señora White.
—Perdóname. No volveré a escaparme.
—No hay nada que perdonar, cariño. Lo importante es que estés
bien —dice mientras le acaricia la frente—. Este es el señor Carter,
quiere hacerte unas preguntas. Él nos ha ayudado a encontrarte.
—¿Es usted policía? —te pregunta Kate con un poco de miedo
en la voz.
—Lo fui hace mucho tiempo... —respondes— Si no quieres
contestarme, no tienes por qué hacerlo, Kate.
—No puedo dormir. Pregúnteme —dice la joven.
—Bien, tú y Ricardo, el chófer, teníais intención de huir juntos,
¿verdad?
—Sí... —dice en voz baja.
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—¿Qué sucedió la noche en que debías escaparos juntos?
—Habíamos quedado en el jardín a la una, junto al pozo falso.
Estuve esperando hasta las dos y, al ver que no venía, salí de casa
por la puerta principal, paré un taxi y fui a casa de Ricardo, pensan-
do que lo encontraría allí...
—... Pero no estaba —comentas.
—No..., no estaba. Abrí la puerta de su apartamento con una
llave que me había dado y me quedé dormida esperándole.
—... Y te despertó Dakota, la amiga de Ricardo. ¿Qué te dijo?
¿Por qué te fuiste con ella? Bárbara y Thomas te observan intriga-
dos, ya que no les habías contado nada de todo esto.
—Me dijo que había ido al apartamento de Ricardo para avisarle
de que unos tipos iban a darle una paliza. Ricardo les debía dinero
y, como no podía pagarles, le iban a romper las piernas. Me asusté
mucho y Dakota me dijo que no podía quedarme allí, me ofreció
quedarme en su apartamento hasta que apareciese Ricardo.
—... Y la seguiste. ¿Sabía ella lo de tu fuga con Ricardo?
—No, y se enfadó mucho con Ricardo cuando se lo dije.
—¿Por qué?
—Me dijo que ella y Ricardo habían sido novios hacía tiempo,
pero que lo habían dejado correr y ella no le deseaba ningún mal.
Cuando le dije que iba a fugarme con Ricardo se puso furiosa con
este, sobre todo cuando le dije que era menor de edad. Dijo que se
merecía que le rompieran las piernas...
“Estoy de acuerdo”, piensas.
—¿Qué pasó luego? —comentas.
—Dakota se marchó a trabajar y me dejó sola en su apartamento,
diciéndome que no abriera a nadie. Eran las nueve de la noche, más
o menos. Acababa de irse cuando dos tipos, uno muy alto y otro
bajo entraron en el apartamento buscando a Ricardo.
—¿Les abriste tú?
—No. Tenían llave aunque, por lo que dijeron, me pareció en-
tender que Dakota no lo sabía. Al ver que Ricardo no estaba me lle-
varon con ellos. Yo no quería ir, pero me amenazaron con hacerme
daño, pensaban que yo sí sabía dónde se ocultaba Ricardo.
46
Jordi Cabau Tafalla
—¿Dónde te llevaron?
—No lo sé, me taparon la cabeza con un trapo cuando entré en
su auto. Condujeron un rato y luego el auto se detuvo, el grandullón
me sacó en volandas, caminamos un trozo, subimos unas escaleras,
me sentaron en una silla y me quitaron el trapo. Me enfocaron una
lámpara a los ojos y me interrogó acerca de Ricardo.
—¿Quién?
—Otro hombre, parecía el jefe.
—¿Qué sucedió luego?
—Al ver que yo no sabía nada estuvieron a punto de soltarme.
Pero estaba tan asustada que les conté quién era yo y lo de mi fuga
con Ricardo. Entonces se olvidaron de él y decidieron pedir un
rescate por mí... y eso es lo último que recuerdo claramente. Me
sujetaron y me pincharon algo en el brazo, a partir de ahí todo es
confuso.
—Gracias, Kate, eso es todo. Ahora prueba de descansar un
poco —dices mientras sales de la habitación.
Pasa al 66.
47
El caso White
—Oiga, amigo, ya ha oído a la señorita ¿por qué no se va a des-
cansar a su casa y deja que todos cenemos tranquilamente?
Apenas ha terminado Bert de hablar que el camionero se gira
rápidamente y, de un puñetazo en la mandíbula, lo deja tumbado en
el suelo cuan largo es.
Todo el mundo en el local parece haberse quedado paralizado:
las secretarias, el anciano, las camareras...
¿Qué haces?
¿Intentas tranquilizar al borracho?
¿Te acercas sigilosamente y le noqueas de un puñetazo en la nuca?
¿Sacas tu arma y le amenazas con ella para que se vaya? (Solo si
la llevas)
49
El caso White
los límites de la ciudad, en la que medio centenar de mansiones de
diversos estilos se hallan rodeadas de inmensos jardines y bosques.
“No me extraña que no conociese este sitio” piensas “está muy lejos
de los ambientes por los que siempre me he movido”. Una amplia
y cuidada carretera, apenas transitada por algún que otro coche de
lujo, serpentea entre las mansiones. No te cuesta mucho encontrar
el 1710 de Evergreen Terrace: se trata de una espléndida mansión
de dos plantas con un inmenso jardín en la parte de atrás. “Creo que
este es el golpe de suerte que necesitaba”, piensas mientras detienes
el coche frente a la mansión.
Al bajar del coche observas que las nubes prácticamente han
desaparecido, dejando ver un límpido cielo azul en el que brilla el
sol de invierno.
50
Jordi Cabau Tafalla
tación, quedándoos James y tú a solas.
—¿A qué hora se va el servicio, James? —preguntas al mayor-
domo.
—A las diez —responde. Miras tu reloj: falta muy poco para esa
hora.
—Si no le importa, permaneceré aquí hasta entonces. No les
diga nada, prefiero que tampoco sepan que me quedo aquí. Luego,
si acaso, me quedaré en la salita de espera del servicio. Puedo des-
cansar en uno de los sofás que hay allí.
—Bien, señor. Cuando se hayan ido le prepararé algo de cenar.
—Muy agradecido, James.
El mayordomo sale de la habitación y tú te sientas en una silla
meditando sobre lo sucedido en los últimos días...
Pasa al 166.
Sin dejar de mirar esta vez a los dos truhanes, giras la cabeza lige-
ramente hacia la figura que hay tendida a tus espaldas.
—¿Katherine Banner? ¿Es usted?
Una voz soñolienta, probablemente narcotizada, responde.
—Mmmm... ssí.
—No se preocupe, está a salvo. Todo ha terminado —mientras
dices esto te acercas al teléfono que hay sobre el archivador. Lo
descuelgas y, comprobando que hay línea, pides a la operadora que
te ponga con el capitán Banks de la policía.
—¿Carter? ¿Qué sucede?
—Hola, capitán Banks. Necesitaría que me enviase un coche
patrulla y una ambulancia a la dirección que voy a darle. Por cierto
¿podría venir usted? Preferiría explicarle los detalles personalmen-
te...
Pasa al 398.
51
El caso White
52
Jordi Cabau Tafalla
esa operación...
—Sigue... —dices interesado.
—De hecho, me parece que esa fábrica es lo único que le que-
da... y acaba de incendiarse. Según me han comentado el incendio
ha empezado en una fábrica contigua y se ha extendido rápidamen-
te a la suya.
—¿Eso es todo? —preguntas— Me parece que eso no vale cua-
renta dólares...
—¡Qué dices! —responde airado el irlandés—¡No sabes la de
gente con la que he tenido que hablar para obtener esa información!
Por cierto —dice bajando la voz— hay algo más.
—Habla.
—He hablado por separado con dos agentes de seguros que sue-
len pasarse por aquí a tomar la última copa antes de irse para sus ca-
sas... ambos me comentaron que sus respectivas compañías habían
asegurado contra incendios la fábrica de White desde noviembre
pasado y, por lo que sé, no son los únicos...
Lanzas un silbido que Paddy oye a través del auricular.
—Esto que te acabo de contar solo lo sabes tú, Carter.
—Bien, Paddy, te debo cuarenta dólares. Esta semana me paso
por ahí para tomar una copa y pagártelos. Una última cosa ¿te suena
un club nocturno llamado “Blue Iguana”?
—¿El local de Reno Hanson? Claro.
—¿Qué puedes decirme al respecto?
—No mucho, hace años el local pertenecía a un tipo llamado
Bruno quien lo compró y remodeló para convertirlo en club noctur-
no. Tuvo poco éxito, más que nada debido a la mala gestión, y las
deudas empezaron a acumularse. Después Reno compró el local a
buen precio, redecorándolo y cambiando el nombre por el de “Blue
Iguana”. Va tirando, tengo entendido.
—¿Qué sabes de ese tal Reno Hanson?
—Hizo un pequeño capital con el contrabando ilegal de alcohol
durante la prohibición. Le pillaron un par de veces y se salió con
pequeñas condenas. Tuvo la suficiente vista como para comprar el
“Blue Iguana” antes de que el final de la prohibición acabara con su
53
El caso White
negocio. Tengo entendido que suele organizar partidas de póquer
de alto nivel y que tiene en nómina un par de matones ¿te acuerdas
de “Kid” Williams?
—Me suena ¿no llegó a participar en la final del campeonato
estatal de pesos pesados?
—Recuerdas.
—Cierto, pero tuvo que abandonar el boxeo profesional porque
se descubrió que había tongo en los combates. Es uno de ellos. El
otro no recuerdo cómo se llama, pero tengo entendido que es un
mal bicho.
Oyes unos pasos que se acercan.
—Tengo que colgar, te veo esta semana —te despides apresura-
damente.
—Hasta luego, Carter.
Instantes después Thomas y Bárbara White entran en el salón...
54
Jordi Cabau Tafalla
—La señora White me ha mandado llamar —le interrumpes—.
Soy Carter, el detective.
—¡Oh! Permítame que le acompañe —responde, haciéndose a
un lado y haciendo un gesto invitándote a entrar—. Soy James, el
mayordomo ¿puede darme su sombrero y su gabardina?
—No, gracias, cómprese unos —respondes—. ¿Puedo ver a la
señora White?
—Sígame, señor Carter. Le está esperando —responde Pingüino
mientras se aparta para dejarte paso y hace un gesto invitándote a
entrar.
Nada más cruzar el umbral te hallas en un amplio recibidor de-
corado con gran lujo y distinción: armaduras, cuadros y otros ob-
jetos de arte llenan las paredes. Frente a ti una amplia escalinata
conduce al piso superior (bajo esta puedes distinguir una pequeña
puerta que probablemente dé a las dependencias del servicio). Una
gran puerta doble a tu izquierda y otra a tu derecha completan las
salidas de la estancia; el mayordomo se dirige a esta última y la
abre echándose a un lado:
—El detective, señora White —dice con el mismo tono de voz
que habría utilizado para anunciar al callista.
Entras lentamente en la habitación mientras te quitas el sombre-
ro.
Paseas tu mirada alrededor: la luz del mediodía entra por los
amplios ventanales situados en la pared de la derecha y la que hay
frente a ti; en la pared de la izquierda una gran puerta doble comu-
nica con otra dependencia que no puedes ver, pues está cerrada.
Te encuentras en un gran salón decorado con discreción y buen
gusto. Algunos pocos objetos de arte colocados estratégicamente,
así como una acertada combinación de colores, lo hacen acogedor
y cómodo. El mobiliario lo componen diversos sillones, una lujosa
y potente radio, tocadiscos y un mueble bar. Frente a una gran chi-
menea hay una mesa de juego tapizada de verde rodeada de cuatro
sillas. Sentada en una de estas se encuentra Bárbara White jugando
al solitario. Pese a que la habitación no es muy soleada, lleva unas
gafas de sol ocultándole los ojos. En una mano sostiene el mazo de
55
El caso White
cartas y con la otra sostiene un cigarrillo. Con un gesto de esta últi-
ma te indica que tomes asiento frente a ella, cosa que haces.
Bárbara White parece concentrada en el juego y aprovechas esos
instantes para examinarla detenidamente...
...Una hora después tú, Thomas y Bárbara White estáis ante la puer-
ta de la habitación de Kate esperando que salga el doctor Herbert.
Mientras este permanecía dentro has aprovechado para informar
al padrastro de Kate de lo sucedido hasta el momento. La puerta
se abre y sale el doctor Herbert, lo cierto es que tiene el aspecto
del típico médico de familia de las películas: ligeramente calvo,
rechoncho y con gafas.
—Kate estará bien en unas horas —dice, dirigiéndose directa-
mente a Bárbara—. No le he administrado ningún medicamento,
bastante morfina lleva ya en el cuerpo, pero es joven y se recupe-
rará pronto. Ahora lo mejor que puede hacer es descansar. Si su
estado variase no dude en llamarme. Buenas noches.
—Buenas noches, doctor, y muchas gracias —responde Bárbara.
El doctor responde con una inclinación de su cabeza y desciende
las escaleras.
—Ya sé lo que acaba de decir el doctor —comentas—, pero de-
bería hacerle un par de preguntas a Kate...
—¿No puede esperar a mañana? —dice Thomas, visiblemente
molesto.
—Mañana tal vez sea tarde —respondes—. No se preocupe, pa-
raré inmediatamente si veo que incomodo a Kate.
—No sé... el señor Carter nos ha ayudado tanto... —dice Bárbara
dubitativa.
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Jordi Cabau Tafalla
—Pueden estar presentes, si lo desean —esta última afirmación
parece terminar de convencer a la madre de Kate, que da su con-
sentimiento.
Pasa al 317.
57
El caso White
58
Jordi Cabau Tafalla
de acabar. Tras unos instantes de silencio la señora White deposita
la baraja encima de la mesa, apaga nerviosamente el cigarrillo y,
echándose hacia atrás en la silla fija su mirada en ti como si te viera
por primera vez.
—Así que usted es el detective ¿no? —su agradable voz dejaba
traslucir un cierto apresuramiento, como si tuviera ganas de acabar
con aquel encuentro lo antes posible.
—Sí —respondes lacónicamente.
—El trabajo que voy a encargarle es un asunto privado, y no
desearía ver a la prensa mezclada en este asunto. Banks me dijo
que podía confiar en usted ¿puedo hacerlo? —Al oír el nombre de
tu antiguo jefe comprendes qué haces allí.
—Puede hacerlo.
—¿Sabe por qué está usted aquí?
—No.
Bárbara White dejó escapar un largo suspiro y encendió un ciga-
rrillo, arrellanándose en la silla.
—Esta mañana Evelyn la doncella, al entrar en la habitación de
mi hija Katherine para despertarla porque no bajaba a desayunar, ha
visto que estaba vacía y que Katherine no había pasado la noche en
casa. Hace un par de días tuvimos una fuerte discusión y sospecho
que se ha fugado. Mi hija tiene diecisiete años, señor Carter, y no es
la primera vez que se escapa de casa...
—¿Qué hizo las otras veces? —preguntas.
—La primera vez fue hace dos años, también después de una
fuerte discusión, y regresó llorando al cabo de un par de horas des-
pués de que descubriera que no sabía qué hacer ni adónde ir. Aun-
que llamé a la policía, su intervención no fue necesaria... la segunda
vez también llamé a la policía, pero al ver que transcurrían las horas
sin que apareciese contraté a un detective que me recomendó el juez
Harvey, mi vecino. El detective la encontró al día siguiente cuando
se hallaba a punto de embarcarse en un autobús con destino a San
Francisco. Esa vez Katherine se llevó dinero y una maleta con ropa.
—¿Por qué no ha contratado esta vez al mismo detective?
—Era un hombre mayor y ya se ha jubilado. Harvey me dijo que
hablase con el capitán Banks, y él me dio su número de teléfono.
59
El caso White
—¿Por qué San Francisco?
—Lo cierto es que no lo sé. Es una ciudad grande... supongo que
Katherine pensaba que allí habría un lugar para ella.
—¿De qué discutieron entonces? ¿De lo mismo que hace dos
días?
La pregunta pareció coger desprevenida a la señora White, pues
tardó unos segundos en responder.
—¿Importa eso?
—Tal vez pueda darme una pista de dónde buscarla... Tras unos
instantes de duda, la señora White respondió:
—Kate es fruto de mi primer matrimonio y me culpaba del fra-
caso de este, haciéndome única responsable.
—¿Y es eso cierto? —Como un gancho directo a la barbilla, la
pregunta pareció dejar fuera de combate a Bárbara White durante
unos segundos, aunque enseguida reaccionó. Sin embargo su voz se
había vuelto más fría...
—Le pagaré sus honorarios habituales más una prima cuando
encuentre a mi hija. Si no me necesita más, tengo una cita en el
Club de Campo —dijo mientras se levantaba de la silla.
—Me gustaría examinar la habitación de su hija...
—Por supuesto —dijo, presionando un botón dorado que había
en la pared. Instantes después se abre la puerta por donde has entra-
do, haciendo su aparición Pingüino.
—James, acompañe al señor Carter hasta la habitación de Kate
—dice, dirigiéndose después a ti—. James le ayudará en lo que
necesite. Si me disculpa.
—Cómo no.
La señora White abandona la habitación, dejándoos solos a Pin-
güino y a ti. Este te mira como si acabase de verte por primera vez.
—¿En qué puedo ayudarle señor?
—Quiero examinar la habitación de Katherine.
—Sígame, señor —dice James mientras abandona la habitación
por la misma puerta por la que ha entrado.
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Jordi Cabau Tafalla
61
El caso White
Una vez tras los bultos observas más atentamente a los dos hombres
que están descendiendo por la escalera. Uno de ellos es fácilmente
distinguible ¡es gigantesco! y, pese a su enorme tamaño, sus movi-
mientos no son torpes ni desmañados; viste un traje sin corbata y
lleva la cabeza descubierta. El otro hombre, solo un poco más bajo
que la media, parece un enano al lado del gigante. Viste traje con
corbata y lleva un sombrero echado hacia atrás; la expresión de su
rostro te recuerda vagamente a un roedor.
—He oído algo ¡seguro! —dice Cara de Rata.
—Yo no he oído nada... —responde el gigante.
—¡Tú no oyes ni tus propios pedos!
—¿No será que estás perdiendo? Por cierto —comenta el gigan-
te, contando con los dedos— ya me debes veinte dólares.
—¡Cállate y echa un vistazo por ahí! —responde malhumorado
Cara de Rata. Ambos se despliegan y empiezan a buscar entre los
trastos...
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El caso White
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Jordi Cabau Tafalla
—Sí —respondes lacónicamente.
—El trabajo que voy a encargarle es un asunto privado, y no
desearía ver a la prensa mezclada en este asunto. Banks me dijo
que podía confiar en usted ¿puedo hacerlo? —Al oír el nombre de
tu antiguo jefe comprendes qué haces allí.
—Puede hacerlo.
—¿Sabe por qué está usted aquí?
—No.
Bárbara White dejó escapar un largo suspiro y encendió un ciga-
rrillo, arrellanándose en la silla.
—Esta mañana Evelyn la doncella, al entrar en la habitación de
mi hija Katherine para despertarla porque no bajaba a desayunar, ha
visto que estaba vacía y que Katherine no había pasado la noche en
casa. Hace un par de días tuvimos una fuerte discusión y sospecho
que se ha fugado. Mi hija tiene diecinueve años, señor Carter, y no
es la primera vez que se escapa de casa...
—¿Qué hizo las otras veces? —preguntas.
—La primera vez fue hace dos años, también después de una
fuerte discusión, y regresó llorando al cabo de un par de horas des-
pués de que descubriera que no sabía qué hacer ni adónde ir. Aun-
que llamé a la policía, su intervención no fue necesaria... la segunda
vez también llamé a la policía, pero al ver que transcurrían las horas
sin que apareciese contraté a un detective que me recomendó el juez
Harvey, mi vecino. El detective la encontró al día siguiente cuando
se hallaba a punto de embarcarse en un autobús con destino a San
Francisco. Esa vez Katherine se llevó dinero y una maleta con ropa.
—¿Por qué no ha contratado esta vez al mismo detective?
—Era un hombre mayor y ya se ha jubilado. Harvey me dijo que
hablase con el capitán Banks, y él me dio su número de teléfono.
—¿Por qué San Francisco?
—Lo cierto es que no lo sé. Es una ciudad grande... supongo que
Katherine pensaba que allí habría un lugar para ella.
—¿De qué discutieron entonces? ¿De lo mismo que hace dos
días? Bárbara White tardó unos segundos en responder.
—¿Importa eso?
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El caso White
—Tal vez pueda darme una pista de dónde buscarla... Tras unos
instantes de duda, la señora White respondió:
—Kate es fruto de mi primer matrimonio y me culpaba del fra-
caso de este, haciéndome única responsable.
—¿Y es eso cierto? —Como un gancho directo a la barbilla, la
pregunta pareció dejar fuera de combate a Bárbara White durante
unos segundos, aunque enseguida reaccionó. Sin embargo su voz se
había vuelto más fría...
—Le pagaré sus honorarios habituales más una prima cuando
encuentre a mi hija. Si no me necesita más...
—Me gustaría examinar la habitación de su hija...
—Por supuesto —dijo, presionando un botón dorado que había
en la pared. Instantes después se abre la puerta por donde has entra-
do, haciendo su aparición Pingüino.
—James, acompañe al señor Carter hasta la habitación de Kate
—dice, dirigiéndose después a ti—. James le ayudará en lo que
necesite. Si me disculpa.
—Cómo no.
La señora White abandona la habitación, dejándoos solos a Pin-
güino y a ti. Este te mira como si acabase de verte por primera vez.
—¿En qué puedo ayudarle señor?
—Quiero examinar la habitación de Katherine.
—Sígame, señor —dice James mientras abandona la habitación
por la misma puerta por la que ha entrado.
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Jordi Cabau Tafalla
Su débil luz deja gran parte de la pieza en penumbra pero, aun así,
resulta evidente que te hallas en el despacho del dueño del local: la
mesa de despacho hecha de caoba, un sillón forrado de cuero tras
ella, un archivador metálico, un par de silloncitos frente a una me-
sita baja, una caja fuerte bastante grande, un armario, algunos cua-
dros similares a los de la salita de estar, etc. Una espesa alfombra
cubre el centro de la habitación y las paredes se hallan recubiertas
de paneles de madera oscura de suelo a techo, dándole a la estancia
un aspecto distinguido. En la esquina sureste hay un lavabo con un
espejo rodeados por un biombo y en la pared este hay una ventana
a través de la cual solo se ve la oscuridad de la noche.
Procedes a examinar la habitación, cuidando de dejar cada cosa
en su sitio.
La pasas, ve al 11.
No la pasas, ve al 304.
Pasa al 343.
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Jordi Cabau Tafalla
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El caso White
a la mente es que está en plena zona industrial de Los Ángeles y
que cerca de allí confluyen varias líneas de trenes de mercancías.
Conduces en silencio y no habláis nada hasta que llegáis a vuestro
destino.
—Aquí es —dices, apagando el motor.
En toda la esquina solo hay un edificio de apartamentos ya que el
resto de edificios son naves industriales. No veis a nadie en la calle
y, aparte de tu auto, solo ves algunos camiones aparcados pertene-
cientes a las industrias de la zona. El edificio de apartamentos es
bastante antiguo, de principios de siglo, y muestra claros síntomas
de deterioro. La puerta de entrada está bloqueada por unos tablones
y no se ve ninguna luz en las ventanas: un gran cartel que hay en el
techo anuncia que todo el edificio está en venta.
Bajas del coche y te giras hacia la madre de Kate, por un mo-
mento estás a punto de decirle que permanezca dentro del auto has-
ta que tú regreses... pero sabes que no lo hará.
—Venga conmigo pero quédese todo el rato detrás de mí ¿en-
tendido?
—Sí.
Abres el maletero del coche y rebuscas entre los trastos que hay
acumulados en el mismo. Sacas una linterna eléctrica y una palan-
queta. Compruebas la linterna y ves que las pilas no están gastadas
del todo.
—Sosténgame esto —dices mientras le das la palanqueta a Bár-
bara—. Intente no abrirle la cabeza a nadie...
La mujer agarra con fuerza la palanca y ambos avanzáis hacia la
entrada el edificio. Una vez ante esta apartas un par de tablones que
hay sueltos y giras el pomo de la puerta... no te sorprende ver que
se abre. Ante ti solo ves oscuridad.
—Recuerde: siempre detrás de mí —dices a Bárbara...
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Jordi Cabau Tafalla
71
El caso White
En los pocos segundos que has observado la pieza has podido
ver que, en esta, solo hay una mesa de despacho, con una lámpara
y un sillón de madera tras él... y, en un rincón, una figura humana
tumbada sobre unas viejas mantas.
Captas un movimiento por el rabillo del ojo, y te giras rápida-
mente... para descubrir que Cara de Rata acaba de lanzar algo con-
tra ti a la velocidad del rayo.
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Jordi Cabau Tafalla
—¡Ya va! ¡Ya va! —Instantes después se abre la puerta y fren-
te a ti tienes a un hombre de unos sesenta años, de pelo y bigote
blancos como la nieve, ojos castaños y gafas gruesas. Parece tan
sorprendido de verte allí que casi se le cae la pipa que está fumando
de la boca. —¿Y usted quién diablos es?
—Mi nombre es David Carter. La señora White me ha contrata-
do para buscar a su hija. Desearía hacerle algunas preguntas, si no
está muy ocupado ¿puedo pasar, señor...?
—Wolfkin! ¡Henry Wolfkin! No sé cómo podré ayudarle, señor.
Pero pase, pase —dice mientras se hace a un lado, invitándote a
entrar.
Una vez dentro de la casita aprovechas para echar un vistazo
al reino de Henry, el jardinero. El ambiente es agradable, en un
rincón arde una estufa de leña junto a la cual hay una mesa y una
silla desvencijadas. De un perchero cuelga un viejo abrigo y sobre
la mesa puedes ver algunas herramientas y un aparato de fumigar
desmontado. Apoyados y colgados en las paredes hay gran varie-
dad de utensilios para el cuidado del inmenso parque de los White:
un enorme cortacésped, sacos de semillas, palas, rastrillos, es-
caleras de mano, botes de pintura, útiles para la limpieza y cuidado
de la piscina, etc...
Henry Wolfkin viste una vieja camisa de cuadros, un gastado
pantalón de pana y unas botas de goma de media caña, sobre todo
ello lleva un delantal impermeable de color verde.
—Solo hay una silla —dice— pero si quiere sentarse…
—No gracias, permaneceré de pie... ¿usted solo se encarga de la
selva de ahí fuera?
—No —dice sonriendo—. Dos o tres veces al año la señora
White contrata a media docena de peones para que me ayuden en
las tareas más pesadas. Yo solo realizo trabajos de mantenimiento y
conservación ¡y aun así no doy abasto!
—¿Puede decirme algo acerca de la desaparición de la señorita
White?
—Lo cierto es que me he enterado no hace mucho, cuando he ido
a la cocina a pedirle algo de comer a la señora María, la cocinera.
73
El caso White
—¿Ha visto algo inusual por el jardín estos días? Tal vez en su
momento no le diese importancia...
—Pues no... —dice pensativo el jardinero— lo cierto es que no...
—Si se acuerda de algo, hágamelo saber a través de James.
—Lo haré señor Carter, lamento no haberle podido ser de ayuda
—Henry Wolfkin parece sincero.
—No se preocupe, y gracias por su ayuda.
74
Jordi Cabau Tafalla
—La señora se ha encargado de comunicárselo.
Algunos pequeños detalles decorativos te han hecho observar que
la joven que ocupa esta habitación es ya toda una mujer con ideas
propias. Tu registro te ha confirmado que Kate se ha llevado una
maleta con algunos de sus trajes más sencillos y elementos de aseo.
No has encontrado ningún diario ni ninguna pista de adónde pueda
haberse ido la joven. El cuarto de baño era moderno y muy limpio,
de allí solo has podido observar que faltan algunos objetos de aseo
personal, así como un par de toallas. Aparte de ello, lo único que
te ha llamado verdaderamente la atención es un levísimo olor a
colonia masculina barata en un par de las prendas de uno de los
armarios. La clase de colonia que no usaría un hombre del círculo
de conocidos de Katherine.
Tu inspección de la habitación ha terminado, sales de esta y te reú-
nes con James mientras meditas en las conclusiones que has podido
sacar de tu examen.
Pasa al 65.
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El caso White
76
Jordi Cabau Tafalla
—... Bien... escúcheme atentamente, le diré lo que debe de ha-
cer, tome nota...
—Sí... —responde Bárbara, señalándote un bloc de notas y un
lápiz plateado que hay junto al teléfono.
—Meta el dinero en una bolsa de papel de modo que abulte lo
menos posible. Si es necesario, métalo en varias bolsas no mayores
de un palmo de largo. Esté esta tarde a las cinco en la esquina que
hay entre la calle Vance y la avenida Brown. Allí hay una cabina
telefónica: permanezca junto a ella y a las cinco en punto recibirá
una llamada dándole más instrucciones. ¿Entendido?
Apuntas rápidamente el nombre de las calles y, antes de que ha-
yas terminado, Bárbara
White se dirige al secuestrador.
—... Lo he entendido, pero antes querría hablar con mi hija para
asegurarme de que está bien.
—Eso no es posible —dice la voz.
—¡Si no puedo hablar con mi hija llamaré a los federales y usted
no tendrá el dinero!
Incluso a ti te sorprende la autoridad y firmeza con que Bárbara
ha dicho estas últimas palabras. Transcurridos unos segundos, oyes
de nuevo la voz del secuestrador.
—Espere...
Al cabo de unos instantes, una voz femenina se oye al otro lado
de la línea.
—¿Mamá? ¿Eres tú mamá? —la voz parece confusa y desorien-
tada pero, a diferencia de la del secuestrador, esta vez se oye con
toda nitidez.
—¡Kate! ¿Estás bien? —responde emocionada la señora White.
—Estoy mareada... me han dado algo... tengo los ojos tapados.
Hace frío y tengo mucho miedo... —dice la joven sollozando—
perdóname por haberme escapado, mamá... te quiero...
—Yo también te quiero hija; no hay nada que perdonar —las
lágrimas acuden a los ojos de Bárbara—. Tranquila; mamá se ocu-
pará de todo.
77
El caso White
—... No me han hecho daño... hay uno muy alto que... —la voz
se interrumpe bruscamente, siendo sustituida al cabo de unos se-
gundos por la del secuestrador.
—Como puede oír, su hija está bien. Haga lo que le he dicho
y no llame a la policía. —La comunicación se interrumpe brusca-
mente, han colgado.
Permaneces callado mientras Bárbara White llora en silencio,
al cabo de unos instantes se seca las lágrimas con la punta de un
pañuelo y te mira con los ojos enrojecidos.
—Era ella ¿verdad? —dices, mientras la mujer responde afirma-
tivamente con la cabeza.
Echas un vistazo al reloj de encima de la chimenea: tienes algo
más de cuatro horas hasta las cinco de la tarde para intentar averi-
guar dónde se halla Katherine...
78
Jordi Cabau Tafalla
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El caso White
Pasa al 65.
80
Jordi Cabau Tafalla
81
El caso White
83
El caso White
85
El caso White
Si es así, dirígete inmediatamente al 159.
En caso contrario, pasa al 181.
El cristal está sucio y dentro está oscuro, pero aun así puedes dis-
tinguir unos muelles de carga vacíos y lo que parece ser la oficina
del almacén. Esta se encuentra en una esquina del local, a unos
tres metros del suelo, y se accede a ella por una empinada escalera
de madera; los bajos están ocupados por otra dependencia, proba-
blemente servicios o vestuarios para los trabajadores. Al principio
86
Jordi Cabau Tafalla
no ves nada más que te llame la atención pero, por un instante, te
parece escuchar el sonido de unos pasos sobre un suelo de madera
proveniente de la oficina. “En teoría el almacén debería estar des-
ocupado”, piensas; te llevas la mano al bolsillo comprobando que
tu arma sigue allí.
Pasa al 172.
87
El caso White
Pasa al 310.
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Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 174.
CAMIONERO BORRACHO
89
El caso White
vas, “las bisagras están engrasadas”: un dato más a añadir a la lista
de curiosidades de este caso.
Entras en el almacén, cerrando la puerta a tus espaldas. Perma-
neces quieto unos instantes
hasta que tus ojos se acostumbran a la penumbra. Distingues un
muelle de carga vacío y restos dispersos de embalajes y cajas de
madera. Todo ello con aspecto de llevar mucho tiempo allí abando-
nado. Lo único destacable es lo que parece ser la oficina del alma-
cén. Esta se encuentra en una esquina del local, a unos tres metros
del suelo, y se accede a ella por una empinada escalera de madera;
los bajos están ocupados por otra dependencia, probablemente ser-
vicios o vestuarios para los trabajadores. Encaminas tus pasos hacia
allí.
Pasa al 28.
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Jordi Cabau Tafalla
catriz en la mejilla izquierda. Te fijas que él también ha aprovecha-
do para examinarte a ti... y que no parece especialmente nervioso
de tener un arma apuntándole directamente al pecho.
Apenas han pasado unos pocos minutos desde que has abandonado
el local. Por suerte dejaste la puerta abierta, por lo que no tienes
que preocuparte en buscar un modo de volver a entrar al mismo.
Entras con el arma preparada y con todos tus sentidos alerta, aun-
91
El caso White
que enseguida observas que la puerta del vestuario sigue cerrada...
los dos secuestradores no parecen ser muy valientes. “Mejor para
mí”, piensas.
Te acercas sigilosamente a la puerta, pues oyes voces provinien-
do del interior.
—¿Y si todavía está fuera, Bugs? —dice el grandullón con un
deje de temor en la voz.
—¡Ese ya está a diez millas de aquí! —responde despectiva-
mente Bugs—. ¡No quiero estar aquí dentro cuando regrese Reno!
¡Y menos cuando no encuentre ni a la chica ni el dinero!
“¡El dinero!”, maldices mentalmente, “¡lo había olvidado! No
recuerdas haber visto ninguna bolsa con aspecto de contener el di-
nero... aunque tampoco registraste los cajones del archivador, ahora
que lo piensas.
Te escondes tras la esquina que forman las paredes de la oficina
y esperas... al cabo de unos instantes oyes cómo cae con estrépito
el trozo de metal que colocaste apoyado en la puerta del vestuario.
Una exclamación de sorpresa seguida de una maldición te ha-
cen sonreír, pero sigues esperando el momento propicio... en ese
momento oyes el ruido de un auto entrando en el callejón. Apenas
tienes tiempo de esconderte en la oscuridad antes de que se abra la
puerta del almacén.
Pasa al 212.
Pasa al 161.
93
El caso White
—Sí...
—Quería darle las gracias por haber traído de vuelta a la señorita
Katherine, señor. Todos en esta casa la apreciamos mucho.
—No tiene por qué dármelas, es mi trabajo. ¿Podría hacerle unas
preguntas, James? Hay un asunto que me intriga, pero preferiría
que hablásemos en otro sitio más reservado, no aquí, en medio del
recibidor.
James te mira extrañado, pero hace un gesto indicando que le
sigas.
94
Jordi Cabau Tafalla
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Jordi Cabau Tafalla
97
El caso White
no relacionado directamente con el caso. Decides que lo mejor es
concentrar tu atención en averiguar el paradero de la joven Katheri-
ne, por lo que desciendes las escaleras hacia la planta baja.
Pasa al 105.
98
Jordi Cabau Tafalla
La canción finaliza y todo el mundo aplaude con brío. Dakota
sonríe y habla al público por primera vez.
—Gracias por haber venido al “Blue Iguana” esta noche... per-
mítanme que les presente a mis compañeros. Al piano, Louie —este
ejecuta algunos arpegios—, Bill a la batería —el susodicho realiza
un rápido redoble— Studs al contrabajo —para no ser menos este
lanza algunas notas con su instrumento— ... y la que les habla,
Dakota. Espero que disfruten esta noche con nuestra música. Gra-
cias.
Mientras el público responde con algunos aplausos, Bill y Studs
se levantan y descienden hasta la barra del bar, donde el camarero
les sirve unas cervezas. Dakota se queda sola con el pianista, y este
inicia las primeras notas de una canción: “On the sunny side of the
street”. Los minutos transcurren y el local se va llenando poco a
poco. De tanto en tanto alguno de los músicos sube y baja del es-
cenario para descansar un poco mientras la cantante ejecuta las di-
versas piezas. Lo cierto es que tiene bastante talento y te descubres
moviendo los pies al ritmo de la música hasta que, al finalizar una
canción, la joven comenta entre los aplausos del público:
—Ahora nos retiraremos durante media hora para descansar un
poco. —Se oyen algunos lamentos entre el público, pero Dakota los
silencia levantando la mano—. Pero antes de irnos voy a interpretar
para ustedes una canción que siempre ha sido una de mis favoritas,
“Paper doll”. —El público aplaude mientras Dakota empieza su
canción. Una vez finalizada esta la cantante y los músicos desapare-
cen tras las cortinas... llenándose repentinamente el local del típico
ruido de vasos, risas y charla.
Aprovechas que los camareros están atareados para atravesar la
puerta que hay en la pared este junto a la barra. Aparte de un par
de clientes que te miran con indiferencia, nadie parece advertir tu
maniobra.
Pasa al 134.
99
El caso White
Las calles por las cuales avanzáis empiezan a ser cada vez menos
transitadas. “Cara de Rata” se gira a menudo para asegurarse de
que nadie le pisa los talones, pero gracias a tu habilidad consigues
seguirle sin que se dé cuenta.
Al cabo de una media hora llegáis a la esquina donde se encuen-
tra el “Blue Iguana”... y ves como “Cara de Rata” se mete en el
pequeño callejón que hay junto al local.
Pasa al 308.
100
Jordi Cabau Tafalla
101
El caso White
Tienes éxito, pasa al 46.
Nada ¡que no hay manera! Pasa al 153.
El cristal está sucio y dentro está oscuro, pero aun así puedes dis-
tinguir unos muelles de carga vacíos y lo que parece ser la oficina
del almacén. Esta se encuentra en una esquina del local, a unos tres
metros del suelo, y se accede a ella por una empinada escalera de
madera; los bajos están ocupados por otra dependencia, probable-
mente servicios o vestuarios para los trabajadores. El lugar parece
abandonado y no ves nada más que te llame la atención.
Ve al 172.
CAMIONERO BORRACHO
102
Jordi Cabau Tafalla
—¿Puedo ayudarle en algo, señor? —te giras para ver que Ja-
mes, el mayordomo, ha vuelto a subir por las escaleras. Probable-
mente el ruido de tus pasos en el suelo de madera le haya hecho
regresar.
—No, simplemente tenía curiosidad por saber que había tras esa
puerta...
—Son las dependencias de los señores, señor. Si me acompaña,
le llevaré adonde se encuentra el servicio.
—Gracias, no querría perderme... —maldices interiormente al
mayordomo mientras le sigues escaleras abajo.
Pasa al 105.
Te fijas en los dos tipos que acaban de entrar: uno de ellos es casi un
gigante, viste un traje sin corbata y lleva la cabeza descubierta. El
otro hombre, que es el que ha hablado primero, parece un enano al
lado del gigante, viste traje con corbata y lleva un sombrero echado
hacia atrás; la expresión de su rostro te recuerda vagamente a un
roedor. Su aspecto coincide plenamente con la descripción dada por
los vecinos del chófer de los White y con la descripción que Kate te
dio de sus secuestradores.
—¿Y bien? —se interesa Hanson.
—Ya hemos eliminado cualquier rastro del almacén... —dice el
más bajo.
—¿Qué quiere que hagamos ahora jefe? —pregunta el más alto.
—Este es para ti, Bugs, son de mi auto —dice mientras deposita
un juego de llaves encima de la mesa. Luego deja otro manojo de
103
El caso White
llaves junto al primero y dice—. Y este otro es para ti, Kid, son de
mi apartamento.
Ambos se las meten en el bolsillo mientras Hanson sigue ha-
blando.
—Bugs, acompaña a Kid hasta mi apartamento y déjale allí.
Toma —dice entregando una nota a Kid—. Verás un par de maletas
en mi dormitorio: aquí tienes una lista de lo que debes meter dentro
—luego se vuelve a Bugs—. Mientras tanto llena el depósito del
coche y comprueba que no le falte de nada. Cuando volváis aquí
nos largaremos y cruzaremos la frontera por San Diego. Una vez
allí, cada cual seguirá su camino. Tengo que terminar de ordenar
algunas cosas —dice señalando el montón de papeles que tiene en-
cima de la mesa —daos prisa.
—¿Cuándo repartiremos el dinero? —pregunta Bugs.
—Cuando lleguemos a México —responde Hanson.
—Preferiría que fuera antes... tengo mis propios planes... Si no
le importa, jefe —añade inmediatamente.
—Bien, me parece justo —comenta Hanson con fingida des-
preocupación—. Haced lo que os he dicho y repartiremos el dinero
cuando regreséis. Si alguien se quiere venir conmigo a México,
tengo sitio en el coche. Daos prisa, no quiero quedarme aquí más
tiempo del necesario.
Bugs y Kid asienten y salen del despacho dejando la puerta
abierta tras ellos. Hanson sigue rompiendo papeles... hasta que oye
como la puerta de la salita se cierra tras los dos sicarios. Permane-
ce unos instantes inmóvil escuchando como sus pasos se alejan y,
cuando dejan de escucharse, se lanza sobre el teléfono.
—¿Taxis Vitale? Envíen uno inmediatamente a la puerta princi-
pal del “Blue Iguana” —permanece unos instantes escuchando—.
¿Diez minutos? ¡Perfecto! A nombre de Hanson —cuelga, espera
unos segundos, y vuelve a descolgar apretando un botón del teléfo-
no—. ¿Mary? Acabo de pedir un taxi, llámame al despacho ense-
guida que llegue. Gracias, encanto.
Hanson rompe un par de papeles más... pero está demasiado ex-
citado. Los tira todos de golpe dentro de la papelera, saca una ceri-
104
Jordi Cabau Tafalla
lla y la lanza dentro. Mientras empiezan a arder saca las maletas del
armario... y avanza hacia el rincón donde te ocultas con la evidente
intención de coger su abrigo y su sombrero...
Pasa al 143.
Pasa al 341.
105
El caso White
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Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 161.
107
El caso White
Pasa al 49.
108
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El caso White
Sentada en la mesa vestida con un uniforme azul claro y llevan-
do un mandil, hay una mujer de unos cincuenta años. Lleva el pelo
gris recogido en un moño y tiene la piel morena. Pese a que tiene la
vista fija en un bol de patatas que está pelando, ha percibido vuestra
entrada y comenta:
—¿Alguna novedad sobre la señorita, señor Jaime? —La última
parte de la frase la ha pronunciado en español.
—Todavía no, María —responde James—. Pero este señor de-
sea haceros algunas preguntas al respecto...
Al pronunciar estas palabras, tanto María como la chica del si-
llón parecen ponerse en guardia y fijan su mirada en ti...
Ve al 128.
110
Jordi Cabau Tafalla
debe de tratarse de alguien de categoría. Pronto deduces la identi-
dad de su ocupante al descubrir las siglas
T.W. bordadas en diversas prendas de ropa: Thomas White. Te lla-
ma la atención que el señor de la casa ocupe una habitación aparte
de la de su esposa, pero estos millonarios suelen ser bastante ex-
céntricos.
Ve al 373.
Caes sin apenas ruido sobre tus pies y permaneces inmóvil unos
instantes mientras tus ojos se adaptan a la penumbra del lugar...
Ve al 388.
113
El caso White
has pedido y te la entrega.
—Ricardo no tiene teléfono, el que le he anotado es el de su
casero, que vive en el mismo edificio.
Echas un vistazo a la dirección: un modesto barrio residencial
situado cerca del centro.
—Gracias. Por cierto, necesitaría una fotografía reciente de la
señorita Katherine ¿podría proporcionarme alguna?
—Cómo no, sígame.
Ve al 216.
114
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 120.
Ve al 313.
115
El caso White
cuidar de mi negocio. De todos modos, gracias a los dos —dice
girándose a Bert.
—De nada —decís ambos a la vez.
—Quédate así un rato —comenta Velma.
Instantes después aparecen por la puerta dos agentes uniforma-
dos.
—¿Qué ha sucedido aquí, Velma? —pregunta uno de ellos.
—Yo se lo puedo explicar todo, agentes —dices, adelantándote.
—¡Carter! —exclama el más viejo de los dos.
Le reconoces, y pronto estáis hablando de las últimas novedades
que han habido en el departamento hasta que un gemido provenien-
te del suelo les recuerda el asunto que los ha traído hasta allí. Les
informas en jerga policial de lo sucedido mientras Velma, Bert y las
camareras asienten confirmando tu declaración.
—¿Querrán presentar una denuncia? —dice el agente más jo-
ven. Velma te mira y tú asientes.
—No será necesario. Llévenselo a comisaría y que pase la borra-
chera en una de sus celdas. Creo que será suficiente.
—Bien —los agentes ayudan al borracho a levantarse y se diri-
gen a la salida.
—¿Sabe Carter? —dice el más viejo antes de irse— Hay gente
que le echa de menos en el departamento ¿Volverá?
—Tal vez... La vida da muchas vueltas.
—Hasta la vista, pues —dice llevándose los dedos a la visera de
la gorra.
Te das la vuelta y echas un vistazo a Bert, cuyo aspecto es bas-
tante lamentable.
—¿Llamo a un taxi para que te lleve a casa? —propone Velma
preocupada.
—¡Por favor! ¡Mis compañeros se reirían de mí! —gruñe dolo-
rido Bert.
—Yo lo haré —dices. Sabes que el taxista no vive muy lejos de
tu casa.
—Te lo agradezco —dice Bert—, ahora mismo no estoy en con-
diciones de conducir.
116
Jordi Cabau Tafalla
—Vamos —dices mientras le ayudas a levantarse de la silla—.
Gracias por todo Velma.
Ambos salís juntos del restaurante y no es hasta que aparcas el
taxi de Bert frente a su casa y lo dejas en manos de su preocupada
esposa que te das cuenta de que no has pagado la cuenta del restau-
rante. “Seguro que Velma lo sabe”, piensas.
117
El caso White
—Sabes mi nombre, pero yo no sé el tuyo —contesta dando
unos pasos a un lado para ver mejor donde estás.
—Me llamo David. Por favor quédate quieto Vince, me pone
nervioso verte mover tanto. Y no querrías recibir un balazo por ac-
cidente ¿verdad? —Vince se detiene en seco al oír tus últimas pa-
labras.
—¿Para qué te paga el señor White, Vince? ¿Para que te desha-
gas del cadáver de Ortiz?
—¿No lo sabes? —responde sonriente. Empieza a ponerte ner-
vioso este tipo, tus amenazas no parecen impresionarle y es eviden-
te que sabe muchas cosas.
—Voy a decirte lo que creo, Vince —le dices—. Creo que tú
mataste a Ricardo Ortiz.
—¿Ah sí?
—Sí. Creo que hace dos noches viniste aquí para entrevistarte
con el señor White. Por eso él se “olvidó” de soltar a los perros esa
noche, para que pudieras cruzar sin problemas el jardín. No habría
problemas si os veíais en su despacho ya que los otros tres habi-
tantes de la casa no os molestarían: la señora suele tomar pastillas
contra el insomnio, el mayordomo estaría durmiendo la borrachera
y la chica no vería nada, pues su habitación está en la otra punta de
la casa.
Vince permanece en silencio sin decir nada, y tú continúas ha-
blando...
—Imagino de lo que debisteis hablar: aunque su esposa es millo-
naria, White está arruinado
¿y qué mejor forma de recuperarse que incendiar su fábrica y
cobrar el seguro?. Pero claro, White necesitaba a alguien que le
hiciese el trabajo sucio de forma que la compañía de seguros no
sospechase que había gato encerrado. La idea de que el incendio
empezase en otro edificio es francamente buena ¿se te ocurrió a ti?
El silencio de Vince confirma que vas por buen camino. El ita-
loamericano da unos pasos, pero tú te mueves interponiendo el ár-
bol en su ángulo de visión. Sigues hablando...
118
Jordi Cabau Tafalla
—... Pero algo salió mal ¿verdad? Dio la casualidad que esa fue
la misma noche en que el chófer pensaba fugarse con la hija de
White. Seguro que el mejicano ya estaba escondido en el jardín
esperando a que apareciese la chica cuando tú llegaste. Apuesto a
que debió veros hablar a ti y a White a través de las ventanas del
despacho de este... puedo imaginar lo que pasó por la mente de Ri-
cardo al oíros hablar: seguro que debió pensar que era una excelen-
te oportunidad para sacar un dinero extra amenazando a White de
contarlo todo. Por desgracia para él, lo descubristeis ¿de quién fue
la idea de matarlo? De White ¿no? —lanzas esta última afirmación
con la intención de herir el orgullo de Vince... y da resultado.
—Te equivocas, amigo —responde despectivamente—. White
no vio nada, fui yo al salir de la casa quien vio a ese tipo escondido
entre los arbustos. Hice como que no le veía, pero di la vuelta y lo
sorprendí por la espalda. No me costó mucho hacerle hablar, me lo
contó todo. Cuando vi la clase de tipo que era, vi que solo me iba
a traer problemas, lo estrangulé e intenté esconderlo en esa mierda
de pozo de juguete, pero no servía, entonces se me ocurrió lo de la
piscina.
—¿Sabe White lo del chófer? —preguntas.
—No ¡qué va a saber ese inútil! —responde despectivamente—
¡Debería haberle cobrado el doble por impedir que el mejicano se
llevase a su hija!
—Inútil... ¿ya sabes que tenía la fábrica asegurada con más de
una compañía? Seguro que se olvidó de decírtelo. Claro, entonces
le habrías pedido más de cinco mil dólares por el trabajito... y enci-
ma te cargas a un tipo gratis, ¿quién es aquí el inútil?
Lanzando una maldición en italiano Vince se agacha repentina-
mente, cogiéndote desprevenido.
Pasa al 23.
119
El caso White
120
Jordi Cabau Tafalla
Regresas junto al cartel que hay en la entrada principal y, asegu-
rándote de que no hay nadie cerca en ese momento, lo arrancas de
un tirón cuidando de preservar intacto el rostro de la cantante.
Regresas rápidamente a donde has dejado aparcado tu auto...
Dirígete al 28.
121
El caso White
Tienes éxito. Consigues ocultarte tras los bultos
sin llamar la atención, ve al 191.
Tu escondite no es lo bastante bueno. Pasa al 376.
122
Jordi Cabau Tafalla
No dirá nada.
—Bien. Usted me iluminará el camino y yo llevaré a Kate hasta
el coche —dices mientras le pasas la linterna—. En marcha.
Pasa al 374.
123
El caso White
cia la misma haciendo girar el pomo para descubrir, una vez más,
que está abierta. Abres lentamente la puerta intentando no hacer
ruido.
Sigues a James hasta el área ocupada por el servicio pero, una vez
allí, te guía hasta su habitación, un pequeño dormitorio compuesto
por una cama, una mesita de noche, un armario no muy grande y un
escritorio con una silla ante él.
—¿Sí señor? —dice James, volviéndose hacia ti.
—¿Quién se encarga de soltar a los perros cada noche en el jar-
dín?
—Habitualmente yo, señor.
—¿Habitualmente?
—A veces el señor White desea estirar las piernas por el jardín
antes de acostarse y, para que no le molesten los perros, asume la
responsabilidad de soltarlos una vez terminado su
paseo.
—¿Esto siempre ha sido así?
James permanece pensativo unos instantes.
—Desde hace una semanas, señor.
—¿Antes no tenía esta costumbre?
—Pues, ahora que lo menciona, no, no la tenía.
—Hace dos noches ¿quién se encargó de soltar a los perros?
—Fue el señor White, señor.
—¿Y anoche?
124
Jordi Cabau Tafalla
—Yo, señor.
—¿Suele realizar estos paseos muy a menudo el señor White?
—No, señor.
Pasa al 117.
Pasa al 140.
128
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 135.
Pasa al 167.
130
Jordi Cabau Tafalla
Nada más llegar al pie de las escaleras se abren las puertas dobles
situadas a tu derecha y por ellas sale James el mayordomo llevando
una bandeja con un vaso vacío.
—¿Puedo ayudarle en algo, señor?
131
El caso White
—Desearía hablar con el resto del servicio ¿dónde podría en-
contrarles?
—Sígame, señor.
—Gracias...
132
Jordi Cabau Tafalla
del club: artículos y útiles de limpieza, sillas de recambio, cajas con
licores, tabaco, vajilla, posavasos, estuches de cerillas con publici-
dad del club, etc.
En la pared sur está la entrada de servicio que has visto desde
la calle y entiendes por qué no viste una cerradura en el exterior:
la puerta está asegurada por un barrote que se cierra y abre desde
dentro. También observas que el acceso que acabas de abrir no tiene
ni cerradura ni manija por la parte que da al almacén por lo que es
imposible de abrir desde este. En la pared de la derecha hay otra
puerta y proveniente de ella escuchas el ruido provocado por los
clientes del club nocturno; es evidente que se trata de la puerta que
viste tras la barra del bar. Como no quieres ser sorprendido allí por
ninguno de los camareros regresas al despacho de Hanson cerrando
la puerta a tus espaldas.
Pasa al 353.
133
El caso White
cuidar de mi negocio. De todos modos, gracias a los dos —dice
girándose a Bert.
—De nada —dices.
—¿Llamo a un taxi que te lleve a casa? —propone Velma preo-
cupada.
—Yo lo haré —dice Bert.
—¿Seguro que podrás? —dice la mujer.
—Sí, no te preocupes Velma. ¿Vamos, David? —dice, dirigién-
dose a ti.
—Sí, necesito descansar.
Ambos salís juntos del restaurante y no es hasta que Bert te deja
en casa que te das cuenta de que no has pagado la cuenta del restau-
rante. “Seguro que Velma lo sabe”, piensas.
135
El caso White
136
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 158.
138
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 155.
140
Jordi Cabau Tafalla
Ve al 216.
141
El caso White
... por lo que decides echar un vistazo a la puerta del rincón.
Ve al 203.
142
Jordi Cabau Tafalla
últimos días han sido agotadores —dice Thomas White.
—Lo entiendo —respondes...
Pasa al 346.
143
El caso White
Si tienes éxito, pasa al 276.
En caso contrario, ve al 383.
Ve al 344.
144
Jordi Cabau Tafalla
una puerta frente a la ventana, aunque el ángulo del pasillo no te
deja ver el final del mismo. ¿Qué haces?
“¡No hay manera!” piensas. Tras casi media hora intentando abrir
la maldita cerradura decides que la tarea está más allá de tus posi-
bilidades.
145
El caso White
Recuerdas que, ayer por la tarde, cuando registraste el aparta-
mento del chófer de los White, encontraste dicho envoltorio tirado
de un modo que solo habría sido posible si quien lo hubiera hecho
hubiese participado en el registro o hubiese llegado al apartamento
después de efectuado este.
Te levantas y examinas detenidamente la puerta del otro local.
146
Jordi Cabau Tafalla
viene a tu mente, y añades— Ortiz tiene una cuenta pendiente con
el Don, y el Don quiere saber.
Ves que Hanson está asustado, y te parece sincero cuando te
responde.
—¡Le juro que no lo sé! ¡Me harté de sus promesas y envié a mis
hombres a que le dieran una paliza y le dijeran que no quería volver
a verle por aquí si no me traía lo que me debía!
¡Pero no lo encontraron! ¡Se había dado el piro! ¡Alguien debió
de avisarle! Permaneces unos instantes en silencio para dar más
fuerza a tus palabras.
—Si me has mentido lo sabré... y no volveré solo. No te muevas
—dices mientras te diriges hacia la puerta que da al almacén sin de-
jar de apuntarle. La cruzas rápidamente, cerrándola a tus espaldas,
coges una caja de bebidas y la apoyas en la puerta dificultando su
apertura desde el despacho. Te diriges a la puerta de servicio que da
al exterior, sacas el barrote que la asegura, y cruzas rápidamente la
calle en busca de tu auto mientras ves como un taxi gira la esquina
y se detiene ante el club nocturno.
Sonríes para tus adentros pensando en la cara que pondrá Reno
cuando descubra que ya no tiene el dinero. Con un poco de suerte,
ya estará en México para entonces. Subes a tu auto y arrancas como
una bala sin ni tan siquiera perder tiempo en encender las luces.
Todo ello apenas te ha llevado un par de minutos.
Una vez estás a varias manzanas de allí, enciendes las luces y
moderas la velocidad mientras lanzas un suspiro de alivio.
147
El caso White
Te diriges al salón y, al cabo de pocos minutos, aparecen Tho-
mas y Bárbara White.
—Mi esposa y yo hemos decidido que lo mejor para Kate será
que este asunto se airee lo menos posible —te dice Thomas Whi-
te—. Si la policía interviene tarde o temprano la noticia saltará a la
prensa y ello supondría otro trauma para Kate. Es preferible dejarlo
todo tal y como está, la tranquilidad de Kate bien vale esos doscien-
tos mil dólares.
—Le estamos muy agradecidos por todo lo que ha hecho por no-
sotros —dice Bárbara— No olvidaré que, si mi hija sigue viva, es
probablemente gracias a usted. Recibirá una buena recompensa por
ello... —hace un gesto para acallar tus protestas— la mejor forma
de agradecérmelo es olvidar este asunto y guardar la mayor discre-
ción posible acerca del mismo...
—Descuide —comentas.
..Poca cosa más hay que decir, te despides de la familia White y
abandonas su mansión.
Una vez en la calle te pones tu sombrero y te diriges con paso
lento hacia tu auto. Subes al mismo, lo pones en marcha y permane-
ces unos instantes pensando en lo que acaba de suceder.
“Es evidente que los White ignoran el macabro contenido de su
piscina”, piensas, “es indudable que el cadáver que encontré es el
chófer de la familia, Ricardo Ortiz. Pero, ¿quién lo mató?, ¿y por
qué? Los tipos que secuestraron a Kate seguían buscando al chófer
al día siguiente de que este hubiese muerto, por lo que no podían ser
sus asesinos. También podrían haberle mentido a Kate. Lo cierto
es que un asesino entró hace dos noches en el jardín de los White
y estranguló al chófer, y ese asesino sigue libre. Si no lo atrapo los
White podrían estar en peligro”
Enciendes las luces y pones en marcha el auto, dirigiéndote al
único lugar donde puedes proseguir tu investigación, dado lo avan-
zado de la noche...
148
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 193.
149
El caso White
150
Jordi Cabau Tafalla
—¿Carter? ¡Soy Bárbara White! ¡Por fin le encuentro! ¡Hace
una hora que intento localizarle! ¡He llamado a su despacho varias
veces hasta que la compañía telefónica me ha dado este número!
—la voz de la señora White parece muy nerviosa y alterada. Echas
un vistazo al despertador que hay en la mesilla de noche intentando
averiguar la hora que es hasta que recuerdas que anoche te olvidaste
de darle cuerda.
—¿Qué hora es? —preguntas.
—¡Son las nueve y media de la mañana! —responde Bárbara
White. Miras por la ventana para ver que los rayos de sol se están
filtrando a través de la persiana. ¡Te has quedado dormido vestido
encima de la cama!—. ¿Qué sucede, señora White? ¿Hay alguna
novedad? —notas un tono extraño en la voz de la señora.
—¡Venga inmediatamente a mi casa! ¡Hemos de hablar de algo
muy importante! —dice nerviosa.
—¿Y no me lo puede decir por teléfono? —respondes extrañado.
—No. Venga por favor —dice, casi suplicando, la señora White.
—¿Qué pasa? —dices.
Tras unos instantes de silencio, oyes la voz llorosa de la señora
White que te responde.
—Han secuestrado a Katherine.
—Voy para allá inmediatamente —respondes, colgando el telé-
fono ya completamente despierto.
Te cambias rápidamente la ropa arrugada y sales a la calle. Coges
un taxi para que te acerque al restaurante de Velma, donde dejaste
aparcado tu auto la noche anterior. Pones en marcha el motor con
la intención de dirigirte rápidamente a la mansión de los White...
151
El caso White
Pasa al 357.
Pasa al 206.
153
El caso White
—¿Eres tú, mamá? —Kate tiene los ojos cerrados, pero los abre
al oír la puerta.
—Sí, cariño —responde la señora White.
—Perdóname. No volveré a escaparme.
—No hay nada que perdonar, cariño. Lo importante es que estés
bien —dice mientras le acaricia la frente—. Este es el señor Carter,
quiere hacerte unas preguntas. Él nos ha ayudado a encontrarte.
—¿Es usted policía? —te pregunta Kate con un poco de miedo
en la voz.
—Lo fui hace mucho tiempo... —respondes—. Si no quieres
contestarme, no tienes por qué hacerlo, Kate.
—No puedo dormir. Pregúnteme —dice la joven.
—Bien ¿tú y Ricardo, el chófer, teníais intención de huir juntos,
verdad?
—Sí... —dice en voz baja.
—¿Qué sucedió la noche en que debías escaparos juntos?
—Habíamos quedado en el jardín a la una, junto al pozo falso.
Estuve esperando hasta las dos y, al ver que no venía, salí de casa
por la puerta principal, paré un taxi y fui a casa de Ricardo, pensan-
do que lo encontraría allí...
154
Jordi Cabau Tafalla
—... Pero no estaba —comentas.
—No..., no estaba. Abrí la puerta de su apartamento con una
llave que me había dado y me quedé dormida esperándole.
—... Y te despertó Dakota, la amiga de Ricardo. ¿Qué te dijo?
¿Por qué te fuiste con ella? Bárbara y Thomas te observan intriga-
dos, ya que no les habías contado nada de todo esto.
—Me dijo que había ido al apartamento de Ricardo para avisarle
de que unos tipos iban a darle una paliza. Ricardo les debía dinero
y, como no podía pagarles, le iban a romper las piernas. Me asusté
mucho y Dakota me dijo que no podía quedarme allí, me ofreció
quedarme en su apartamento hasta que apareciese Ricardo.
—... Y la seguiste. ¿Sabía ella lo de tu fuga con Ricardo?
—No, y se enfadó mucho con Ricardo cuando se lo dije.
—¿Por qué?
—Me dijo que ella y Ricardo habían sido novios hacía tiempo,
pero que lo habían dejado correr y ella no le deseaba ningún mal.
Cuando le dije que iba a fugarme con Ricardo se puso furiosa con
este, sobre todo cuando le dije que era menor de edad. Dijo que se
merecía que le rompieran las piernas...
“Estoy de acuerdo”, piensas.
—¿Qué pasó luego? —preguntas.
—Dakota se marchó a trabajar y me dejó sola en su apartamento,
diciéndome que no abriera a nadie. Eran las nueve de la noche, más
o menos. Acababa de irse cuando dos tipos, uno muy alto y otro
bajo entraron en el apartamento buscando a Ricardo.
—¿Les abriste tú?
—No. Tenían llave aunque, por lo que dijeron, me pareció en-
tender que Dakota no lo sabía. Al ver que Ricardo no estaba me lle-
varon con ellos. Yo no quería ir, pero me amenazaron con hacerme
daño, pensaban que yo sí sabía dónde se ocultaba Ricardo.
—¿Dónde te llevaron?
—No lo sé, me taparon la cabeza con un trapo cuando entré en
su auto. Condujeron un rato y luego el auto se detuvo, el grandullón
me sacó en volandas, caminamos un trozo, subimos unas escaleras,
me sentaron en una silla y me quitaron el trapo. Me enfocaron una
155
El caso White
lámpara a los ojos y me interrogó acerca de Ricardo.
—¿Quién?
—Otro hombre, parecía el jefe.
—¿Qué sucedió luego?
—Al ver que yo no sabía nada estuvieron a punto de soltarme.
Pero estaba tan asustada que les conté quién era yo y lo de mi fuga
con Ricardo. Entonces se olvidaron de él y decidieron pedir un
rescate por mí... y eso es lo último que recuerdo claramente. Me
sujetaron y me pincharon algo en el brazo, a partir de ahí todo es
confuso.
—Gracias, Kate, eso es todo. Ahora prueba a descansar un poco
—dices mientras sales de la habitación.
Una vez fuera, los padres de Kate se te acercan y te preguntan
intrigados.
—¿Qué es todo eso del chófer, los dos tipos y la fuga a Oklaho-
ma? —pregunta intrigado Thomas White.
—Dakota —respondes— y es un nombre artístico.
—No nos lo ha dicho todo, señor Carter —dice la señora White.
—Lo cierto es que su hija tenía pensado fugarse con el chófer
de la familia, Ricardo Ortiz. Sospecho que iban a irse a Méjico y,
una vez allí, Ricardo utilizaría su influencia sobre Kate para casarse
con ella.
—¡Pero si es menor de edad! —dice Bárbara.
—Hay lugares en los que no piden el certificado de nacimiento
para casarse, señora White. Me parece que esta parte del plan era
ignorada por su hija aunque, una vez en Méjico, estaría completa-
mente a merced de Ricardo. Creo que la auténtica intención de este
era, una vez celebrado el matrimonio, exigirles a ustedes una gene-
rosa compensación económica para deshacer el entuerto.
Thomas White lanza una maldición.
—¡Cómo le ponga las manos encima!
—No creo que vuelva a aparecer por aquí... —comentas.
—Pero eso no explica lo del secuestro de Kate... —dice Bárbara.
—Ricardo estaba metido en varios asuntos turbios y unos indivi-
duos nada recomendables le buscaban para satisfacer una deuda de
156
Jordi Cabau Tafalla
juego —respondes—, Kate se encontró en el peor lugar y en el peor
momento, eso es todo. ¡Ah, por cierto! He recuperado su dinero.
Transcurren unos instantes de silencio.
—¿Qué podemos hacer ahora? —dice Bárbara White.
—Pueden tratar de olvidarlo todo e intentar rehacer sus vidas,
esa es una opción —contestas.
—¿O... ? —interroga Thomas.
—... Pueden intentar llegar hasta el final del asunto y pretender
que los que le han hecho daño a Kate paguen por ello. En ese caso
hay dos opciones, o sigo investigando por mi lado hasta hallar a
los culpables y luego nos ponemos en contacto con la policía, o
llamamos directamente a la policía y les comunicamos todo lo que
sabemos y que ellos sigan a partir de ahí...
—¿Puede dejarnos solos un momento? —dice Thomas White.
—Por supuesto —respondes—, les estaré esperando en el salón.
157
El caso White
no está muy bien ventilada. Ello motiva que, cuando estés a punto
de salir, un ligero olor proveniente de la zona de la cama te lleve
a examinar más detenidamente esta, descubriendo en una caja de
zapatos dos botellas de whisky escocés añejo, una de ellas prácti-
camente vacía.
“¡Caramba con el mayordomo!” piensas. Sales de la habitación
dejándolo todo tal como estaba. Una vez en el pasillo miras a tu
izquierda, por donde este continúa y a la puerta situada frente a ti
y a la derecha, que sabes va a dar al distribuidor que da al jardín.
“Tal vez será mejor que no me pillen fisgando por aquí”, piensas,
“debería salir al jardín y buscar al jardinero y al chófer”...
158
Jordi Cabau Tafalla
159
El caso White
—No sé... ¿qué dirán Louie y Dakota? —dice Studs dudando.
—Has de ayudarme a convencerlos. Me consta que Dakota está
un poco harta de este sitio...
¿Aprovechas que están de espaldas a ti y concentrados en su
conversación para cruzar al otro lado del pasillo?
¿O regresas sobre tus pasos y escuchas tras la puerta que pone
“Privado”?
160
Jordi Cabau Tafalla
rrectamente peinado y afeitado; sin embargo, su esposa tampoco ha
tenido tiempo esta vez de vestirse y todavía lleva una bata encima
del camisón de dormir; observas que no lleva maquillaje y que tiene
los ojos enrojecidos de haber llorado, le tiembla la voz al hablar y
parece sinceramente afectada por lo sucedido.
—Esta mañana, a eso de las ocho y media, cuando mi esposo
estaba a punto de marcharse a su oficina, han telefoneado pregun-
tando por él. James le ha pasado la llamada y ha resultado ser un
hombre que ha afirmado tener secuestrada a mi hija y ha exigido
que paguemos un rescate si queremos volver a ver a Kate con vida.
—Entiendo ¿estaba usted presente cuando se ha hecho esa lla-
mada?
—No... Mi esposo me ha despertado inmediatamente informán-
dome de ella. Te giras hacia el señor White.
—¿Qué puede decirme de esa llamada? —preguntas.
Pese a la calma aparente que mantiene Thomas White mientras
te habla, te das perfecta cuenta de que también está afectado por
todo el asunto.
—Me desperté esta mañana poco antes de las ocho, como cada
día. Me arreglé y estaba a punto de pedir un taxi para dirigirme a la
oficina cuando James me informó de que había una llamada de un
hombre que preguntaba directamente por mí.
—¿Cómo se presentó ese hombre a James? —preguntas.
—Dijo tener noticias de Katherine y que solo las diría a mí o a
su madre.
—Cuando habló con usted ¿qué le dijo?
—Fue muy rápido... dijo que tenía a Katherine en su poder y
que debíamos pagar un rescate de 200.000 dólares si queríamos
volver a verla con vida. Que no llamásemos a la policía y que vol-
vería a llamar al mediodía dándonos los detalles sobre cómo debía
realizarse la entrega. Para que supiese que no mentía describió con
detalle la ropa que llevaba Katherine cuando se marchó y un par de
detalles sobre su físico que me indicaron que, o conocía muy bien
a Kate, o verdaderamente esta estaba en su poder: una cicatriz en la
pierna, consecuencia de un profundo corte que se hizo cuando tenía
161
El caso White
doce años, y una mancha en la piel del brazo izquierdo, seguida-
mente colgó.
—¿Reconoció la voz? —preguntas.
—No... aunque sonaba un poco extraña, como apagada —dijo
Thomas White—. Era la voz de un hombre adulto, eso sí. No tenía
ningún acento característico.
“Probablemente utilizaría un pañuelo para disimular la voz...
“, piensas. Permaneces unos instantes en silencio barajando en tu
mente todo lo que has averiguado hasta el momento y te das cuenta
de que no puedes descartar la posibilidad de que realmente Kathe-
rine haya caído en poder de algún desaprensivo...
—¿Dijo que iba a llamar a un taxi para ir a la oficina? ¿Acaso no
tienen chófer? —preguntas al señor White.
—Cierto, pero desde ayer que no ha aparecido por aquí —Tho-
mas White parece molesto—. Lo contraté porque era bueno con-
duciendo y sabía de mecánica, pero la verdad es que ha resultado
ser un impresentable incapaz de mantener una regularidad en su
trabajo. Voy a despedirle inmediatamente que se presente.
—¿No sabe usted conducir? —preguntas.
—Sí, pero yo no me ocupo de esos detalles —responde Thomas
White con naturalidad, como si tener chófer fuese lo más normal
del mundo.
Permaneces pensativo unos instantes...
—... Bien, hemos de partir de la base de que su hija se halla en
poder de unos secuestradores. ¿Qué piensan hacer?
Ambos padres se miran y te miran a ti sin entender lo que quie-
res decir.
—No comprendo... —dice el señor White.
—¿A qué se refiere? —Bárbara White parece igualmente des-
orientada. Lanzas un suspiro y les explicas la situación.
—Verán... si deciden ocultar el secuestro a las autoridades y algo
sale mal —al decir esto la señora White se pone pálida— podrían
tener que enfrentarse a un juicio por obstrucción a la justicia, con
penas de cárcel de uno a quince años. Además, deben de tener en
cuenta que en este país el secuestro de una menor es un crimen
162
Jordi Cabau Tafalla
federal que debe de ser investigado por el FBI y castigado con ca-
dena perpetua en el mejor de los casos y hasta pena de muerte en
el peor… —haces una pausa para que tengan tiempo de asimilar lo
que acabas de decir, y prosigues—. La persona que haya secues-
trado a Kate probablemente lo sabe y no estará dispuesta a dejarse
atrapar... sin importarle lo que deba sacrificar para ello...
La señora White oculta su rostro entre las manos y empieza a
llorar silenciosamente.
—... por otro lado, si llaman a las autoridades, mi experiencia
personal me dice que es probable que se preocupen más por intentar
dar caza a los secuestradores que por la seguridad de su hija, por lo
que no sería la primera vez que algo sale mal...
Thomas White también está muy afectado cuando te habla.
—¿Qué podemos hacer, señor Carter? ¿Qué nos aconseja? Ins-
piras lentamente, antes de responder...
Pasa al 160.
163
El caso White
Sin dejar de mirar esta vez a los dos truhanes, vuelves la cabeza
ligeramente hacia la figura que hay tendida a tus espaldas, pero sin
apartar los ojos de los dos tipos.
—¿Katherine Banner? ¿Es usted?
Una voz soñolienta, probablemente narcotizada, responde.
—Mmmm... ssí.
Haces un gesto hacia las escaleras con el cañón de tu arma.
—¡Venga! ¡Abajo!—. Encañonándolos con tu arma les obligas
a bajar las escaleras. Una ves los tres abajo les señalas la puerta del
vestuario que hay bajo la oficina.
—¡Adentro! —y acompañas tus palabras con un gesto amena-
zador de tu arma. El hombretón hace lo que le dices sin rechistar.
Lo cierto es que, a pesar de su aspecto amenazador, parece bastante
consciente del riesgo que supone que le encañonen a uno con un
arma. Su compañero parece pensárselo dos veces. Le apuntas direc-
tamente al pecho mientras con el pulgar amartillas el percutor de tu
arma... finalmente, se mete dentro de la habitación.
Cierras la puerta tras ellos y la examinas desde fuera, pero no
ves ningún modo de asegurarla. Recoges un trozo grande de metal
que ves en el suelo y lo apoyas contra la puerta. “Si intentan abrirla,
lo oiré”, piensas.
Asciendes rápidamente los escalones y te diriges al bulto que
hay en el suelo, apartando la manta. Frente a ti está Katherine Ban-
ner, con los ojos cerrados y enroscada sobre sí misma. La incorpo-
ras y le tomas el pulso: está viva, aunque respira débilmente. Le
das unas palmadas en la cara para que abra los ojos sin resultado.
Recorres examinas su cuerpo y ves que la manga izquierda de su
vestido está subida por encima del codo; te fijas en el antebrazo...
para descubrir varias marcas de pinchazos en el mismo.
“¡Drogada!”, maldices mentalmente. “... Es evidente que la han
narcotizado para poder manejarla mejor”. Kate es una muchacha
165
El caso White
joven y probablemente se recuperará pronto... pero no estaría de
más que le examinase un médico.
—¡Kate! Kate Banner! ¡Despierta! —le gritas al oído mientras
le das dos sonoros bofetones. La joven parece reaccionar abriendo
los ojos.
—¿Qué pasa? —murmura con voz soñolienta.
—No se preocupe, está a salvo. Todo ha terminado —mientras
dices esto te acercas al teléfono que hay sobre el archivador...
Cuando llegas ante ellas ves que, tal y como suponías, se trata de
los servicios para el público. Abres la del servicio de caballeros
para ver un pequeño vestíbulo con dos lavabos, sendos espejos y
dos retretes con las puertas abiertas, por lo que ni siquiera te to-
mas la molestia de abrir la otra. “Será mejor que me largue de aquí
antes de que venga alguien”. Cruzas la sala hasta la puerta que
hay en la pared este, junto a la barra del bar, y sales al pasillo por
el que has entrado. Avanzas por el mismo hasta la entrada que da
al callejón y sales a este, no sin antes asegurarte de haber cerrado
bien la puerta.
Echas un vistazo al reloj. “No me queda mucho tiempo”, piensas,
“tal vez será mejor que me vaya de aquí”.
166
Jordi Cabau Tafalla
167
El caso White
—Mi esposa y yo hemos decidido que lo mejor para Kate será
que este asunto se airee lo menos posible —te dice Thomas Whi-
te—. Si la policía interviene tarde o temprano la noticia saltará a la
prensa y ello supondría otro trauma para Kate. Es preferible dejarlo
todo tal y como está, la tranquilidad de Kate bien vale esos doscien-
tos mil dólares.
—Le estamos muy agradecidos por todo lo que ha hecho por no-
sotros —comenta Bárbara—. No olvidaré que, si mi hija sigue viva,
es probablemente gracias a usted. Recibirá una buena recompen-
sa por ello... —hace un gesto para acallar tus protestas— la mejor
forma de agradecérmelo es olvidar este asunto y guardar la mayor
discreción posible acerca del mismo...
Pasa al 393.
168
Jordi Cabau Tafalla
emparedados y una botella de cerveza sobre la mesa.
—Me he tomado la libertad de prepararle algo de cenar, señor. Si
quiere puedo prepararle otra cosa —comenta James.
—No, gracias, bastará con eso. ¿A qué hora se acuesta usted,
James? —preguntas, sentándote a la mesa.
—No más tarde de las once de la noche; tengo que estar prepa-
rado para recibir al resto del servicio a las siete de la mañana. De
hecho, ya debería estar acostado.
—Enseguida termino ¿Y los señores? ¿A qué hora se retiran?
—Depende del día... de todos modos, si necesitan algo a partir
de las once, suelen bajar ellos a la cocina.
—¿Dónde están ahora?
—La señora ha hecho llevarse un sofá a la habitación de su hija
para velarla toda la noche. El señor está en su despacho, tomando
una copa y escuchando la radio antes de dar su paseo nocturno.
—¿A qué hora se suelen ir el resto del servicio, James? —pre-
guntas al mayordomo.
—A las diez —responde.
—Si no le parece mal, me quedaré en esta habitación. Puedo
descansar en uno de esos sofás.
—Bien, señor. ¿Ha terminado?
—Solo un par de preguntas más, James ¿quién se encarga de
soltar a los perros cada noche en el jardín?
—Habitualmente yo, señor.
—¿Habitualmente?
—A veces el señor White desea estirar las piernas por el jardín
antes de acostarse y, para que no le molesten los perros, asume la
responsabilidad de soltarlos una vez terminado su paseo.
—¿Esto siempre ha sido así?
—No siempre, señor.
—¿Antes no tenía esta costumbre?
James permanece pensativo unos instantes.
—Pues, ahora que lo menciona, no, no la tenía. Empezó poco
después del último verano.
—Hace dos noches ¿quien se encargó de soltar a los perros?
169
El caso White
—Fue el señor White, señor.
—¿Y anoche?
—Yo, señor.
—¿Suele realizar estos paseos muy a menudo el señor White?
—No, señor.
Tras unos minutos escuchando estás seguro de que aquí no hay na-
die. Al menos en las habitaciones más cercanas.
Ve al 133.
Pasa al 251.
170
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 180.
171
El caso White
hacia los White.
—El asunto ya no está en mis manos. Los federales vienen hacia
aquí para hacerse cargo de todo.
—Gracias de todos modos, señor Carter —dice Thomas White
—ahora, si nos disculpa, desearía estar a solas con mi esposa antes
de que llegue la policía.
—Lo entiendo —contestas.
Sales al recibidor y de allí a la entrada de la mansión. Te sientas
en los escalones y, antes de que hayas apagado el tercer cigarrillo
aparece un coche sin marcas del cual descienden cuatro tipos tra-
jeados de aire inconfundible. “Federales”, piensas...
172
Jordi Cabau Tafalla
—Perdone —respondes— no venía a cortarme el pelo. ¿Podría
hacerle una pregunta? Es importante para mí.
El barbero te observa con desconfianza, no tienes pinta de men-
digo pero podrías ser uno de esos zumbados que, cuando se tiene un
negocio con puerta a la calle, entra para intentar convertir al dueño
a una nueva religión o convencerle de que compre una aspiradora.
—¿Sí? —dice en actitud defensiva.
—¿Podría decirme a qué edificio va a dar la pared de su derecha?
El barbero te mira unos segundos intentando valorar si estás ha-
blando en serio o no. Por fin decide que tu pregunta no parece su-
ponerle ningún riesgo inmediato.
—A los billares de Al, amigo. Sale de aquí, gira hacia la derecha,
dobla la esquina otra vez a mano derecha y verá la entrada...
—Gracias —respondes saliendo del local en la dirección que te
ha dicho. No necesitas darte la vuelta para imaginarte que el hom-
bre estará observándote y preguntándose qué clase de loco eres,
pero le ignoras.
Siguiendo sus instrucciones doblas la esquina y, a los pocos me-
tros, te encuentras ante los billares que te ha indicado el barbero.
Se trata de un edificio bajo de una sola planta con dos amplios ven-
tanales que dan a la calle y a través de los cuales puedes ver diver-
sas mesas de billar y varios jugadores moviéndose indolentemente
entre las mismas. El local es bastante profundo y no ves el fondo.
Abres la puerta con decisión...
El cristal está sucio y dentro está oscuro, pero aún así puedes dis-
tinguir unos muelles de carga vacíos y lo que parece ser la oficina
del almacén. Esta se encuentra en una esquina del local, a unos tres
metros del suelo, y se accede a ella por una empinada escalera de
173
El caso White
madera; los bajos están ocupados por otra dependencia, probable-
mente servicios o vestuarios para los trabajadores. La claridad que
viste desde el callejón proviene de la oficina. “En teoría el almacén
debería estar desocupado”, piensas; te llevas la mano al bolsillo
comprobando que tu arma sigue allí.
Pasa al 273.
Las calles por las cuales avanzáis empiezan a ser cada vez menos
transitadas. Una de las veces que “Cara de Rata” se gira te parece
que no has conseguido pasar desapercibido... cosa que se confirma
cuando doblas una esquina ¡y ves que ha desaparecido!
A tu alrededor hay varios callejones y portales en los que podría
haberse ocultado fácilmente. “Podría estar observándome ahora”,
piensas... por lo que decides no poner en peligro la vida de Kate y,
sin detener tu marcha, prosigues decidido tu andadura como si tu
destino fuese otro. Maldices interiormente y te alejas de la zona a
paso vivo...
Una vez tras los bultos observas más atentamente al hombre que
está descendiendo por la escalera. ¡Es gigantesco! Pese a su enor-
me tamaño sus movimientos no son torpes ni desmañados; viste un
traje sin corbata y lleva la cabeza descubierta. Avanza unos metros
desde el pie de la escalera y enfoca la linterna alrededor.
—¿Ves algo, Kid? —grita una voz desde el interior de la oficina.
—¡Nada, Bugs! —responde el gigante.
—¡He oído algo, seguro! —responde la primera voz.
—¡Yo no he oído nada! —contesta el gigante.
—¡Tú no oyes ni tus propios pedos!
—¿No será que estás perdiendo? Por cierto —comenta el gigante,
contando con los dedos— ya me debes veinte dólares.
—¡Cállate y echa un vistazo por ahí! —responde Bugs malhumora-
do. Kid avanza y empieza a buscar entre los trastos...
La fallas. Pasa al 9.
Tienes éxito. Ve al 351.
175
El caso White
—¿Qué es todo eso del chófer, los dos tipos y la fuga a Oklaho-
ma? —pregunta intrigado Thomas White.
—Dakota —respondes— y es un nombre artístico.
—No nos lo ha dicho todo, señor Carter —dice la señora White.
—Lo cierto es que su hija tenía pensado fugarse con el chófer
de la familia, Ricardo Ortiz. Sospecho que iban a irse a Méjico y,
una vez allí, Ricardo utilizaría su influencia sobre Kate para casarse
con ella.
—¡Pero si es menor de edad! —dice Bárbara.
—Hay lugares en los que no piden el certificado de nacimiento
para casarse, señora White. Me parece que esta parte del plan era
ignorada por su hija aunque, una vez en Méjico, estaría completa-
mente a merced de Ricardo. Creo que la auténtica intención de este
era, una vez celebrado el matrimonio, exigirles a ustedes una gene-
rosa compensación económica para deshacer el entuerto.
Thomas White lanza una maldición.
—¡Cómo le ponga las manos encima!
—No creo que vuelva a aparecer por aquí... —comentas.
—Pero eso no explica lo del secuestro de Kate... —dice Bárbara.
—Ricardo estaba metido en varios asuntos turbios y unos indi-
viduos nada recomendables le buscaban para satisfacer una deuda
de juego —respondes—. Kate se encontró en el peor lugar y en el
peor momento, eso es todo.
Transcurren unos instantes de silencio.
—¿Qué podemos hacer ahora? —dice Bárbara White.
—Pueden tratar de olvidarlo todo e intentar rehacer sus vidas.
Tienen doscientos mil dólares menos, pero no creo que eso les su-
ponga ningún trauma, o...
—¿Qué... ? —interroga Thomas.
—Pueden intentar llegar hasta el final del asunto y pretender que
los que le han hecho daño a Kate paguen por ello. En ese caso hay
dos opciones, o sigo investigando por mi lado hasta hallar a los cul-
pables y luego nos ponemos en contacto con la policía, o llamamos
directamente a la policía y les comunicamos todo lo que sabemos y
que ellos sigan a partir de ahí...
176
Jordi Cabau Tafalla
¿Has visitado los párrafos 390 y/o 300?
Si es así, dirígete inmediatamente al 159.
En caso contrario, pasa al 181.
Ve al 392.
178
Jordi Cabau Tafalla
179
El caso White
los secuestradores se pongan en contacto con nosotros para dar los
detalles de la entrega, usted —dices señalando a Thomas White—
hablará con ellos. Yo pegaré la oreja al auricular para escuchar la
conversación. Ya les explicaré más adelante cómo deben prepararse
para la llamada...
180
Jordi Cabau Tafalla
—¿Eres tú, mamá? —Kate tiene los ojos cerrados, pero los abre
al oír la puerta.
—Sí, cariño —responde la señora White.
—Perdóname. No volveré a escaparme.
—No hay nada que perdonar, cariño. Lo importante es que estés
bien —dice mientras le acaricia la frente—. Este es el señor Carter,
quiere hacerte unas preguntas. Él nos ha ayudado a encontrarte.
—¿Es usted policía? —te pregunta Kate con un poco de miedo
en la voz.
181
El caso White
—Lo fui hace mucho tiempo... —respondes—. Si no quieres
contestarme, no tienes por qué hacerlo, Kate.
—No puedo dormir. Pregúnteme —dice la joven.
—Bien ¿tú y Ricardo, el chófer, teníais intención de huir juntos,
verdad?
—Sí... —dice en voz baja.
—¿Qué sucedió la noche en que debías escaparos juntos?
—Habíamos quedado en el jardín a la una, junto al pozo falso.
Estuve esperando hasta las dos y, al ver que no venía, salí de casa
por la puerta principal, paré un taxi y fui a casa de Ricardo, pensan-
do que lo encontraría allí...
—... Pero no estaba —comentas.
—No..., no estaba. Abrí la puerta de su apartamento con una
llave que me había dado y me quedé dormida esperándole.
—... Y te despertó Dakota, la amiga de Ricardo. ¿Qué te dijo?
¿Por qué te fuiste con ella? Bárbara y Thomas te observan intriga-
dos, ya que no les habías contado nada de todo esto.
—Me dijo que había ido al apartamento de Ricardo para avisarle
de que unos tipos iban a darle una paliza. Ricardo les debía dinero
y, como no podía pagarles, le iban a romper las piernas. Me asusté
mucho y Dakota me dijo que no podía quedarme allí, me ofreció
quedarme en su apartamento hasta que apareciese Ricardo.
—... Y la seguiste. ¿Sabía ella lo de tu fuga con Ricardo?
—No, y se enfadó mucho con Ricardo cuando se lo dije.
—¿Por qué?
—Me dijo que ella y Ricardo habían sido novios hacía tiempo,
pero que lo habían dejado correr y ella no le deseaba ningún mal.
Cuando le dije que iba a fugarme con Ricardo se puso furiosa con
este, sobre todo cuando le dije que era menor de edad. Dijo que se
merecía que le rompieran las piernas...
“Estoy de acuerdo”, piensas.
—¿Qué pasó luego? —preguntas.
—Dakota se marchó a trabajar y me dejó sola en su apartamento,
diciéndome que no abriera a nadie. Eran las nueve de la noche, más
o menos. Acababa de irse cuando dos tipos, uno muy alto y otro
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Jordi Cabau Tafalla
bajo entraron en el apartamento buscando a Ricardo.
—¿Les abriste tú?
—No. Tenían llave aunque, por lo que dijeron, me pareció en-
tender que Dakota no lo sabía. Al ver que Ricardo no estaba me lle-
varon con ellos. Yo no quería ir, pero me amenazaron con hacerme
daño, pensaban que yo sí sabía dónde se ocultaba Ricardo.
—¿Dónde te llevaron?
—No lo sé, me taparon la cabeza con un trapo cuando entré en
su auto. Condujeron un rato y luego el auto se detuvo, el grandullón
me sacó en volandas, caminamos un trozo, subimos unas escaleras,
me sentaron en una silla y me quitaron el trapo. Me enfocaron una
lámpara a los ojos y me interrogó acerca de Ricardo.
—¿Quién?
—Otro hombre, parecía el jefe.
—¿Qué sucedió luego?
—Al ver que yo no sabía nada estuvieron a punto de soltarme.
Pero estaba tan asustada que les conté quien era yo y lo de mi fuga
con Ricardo. Entonces se olvidaron de él y decidieron pedir un
rescate por mí... y eso es lo último que recuerdo claramente. Me
sujetaron y me pincharon algo en el brazo, a partir de ahí todo es
confuso.
—Gracias, Kate, eso es todo. Ahora prueba a descansar un poco
—dices mientras sales de la habitación.
Una vez fuera, los padres de Kate se te acercan y te preguntan
intrigados.
—¿Qué es todo eso del chófer, los dos tipos y la fuga a Oklaho-
ma? —pregunta intrigado Thomas White.
—Dakota —respondes— y es un nombre artístico.
—No nos lo ha dicho todo, señor Carter —dice la señora White.
—Lo cierto es que su hija tenía pensado fugarse con el chófer
de la familia, Ricardo Ortiz. Sospecho que iban a irse a Méjico y,
una vez allí, Ricardo utilizaría su influencia sobre Kate para casarse
con ella.
—¡Pero si es menor de edad! —dice Bárbara.
—Hay lugares en los que no piden el certificado de nacimiento
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El caso White
para casarse, señora White. Me parece que esta parte del plan era
ignorada por su hija aunque, una vez en Méjico, estaría completa-
mente a merced de Ricardo. Creo que la auténtica intención de este
era, una vez celebrado el matrimonio, exigirles a ustedes una gene-
rosa compensación económica para deshacer el entuerto.
Thomas White lanza una maldición.
—¡Cómo le ponga las manos encima!
—No creo que vuelva a aparecer por aquí... —comentas.
—Pero eso no explica lo del secuestro de Kate... —dice Bárbara.
—Ricardo estaba metido en varios asuntos turbios y unos indi-
viduos nada recomendables le buscaban para satisfacer una deuda
de juego —respondes—. Kate se encontró en el peor lugar y en el
peor momento, eso es todo.
Transcurren unos instantes de silencio.
—¿Qué podemos hacer ahora? —dice Bárbara White.
—Pueden tratar de olvidarlo todo e intentar rehacer sus vidas.
Tienen doscientos mil dólares menos, pero no creo que eso les su-
ponga ningún trauma, o...
—¿Qué... ? —interroga Thomas.
—Pueden intentar llegar hasta el final del asunto y pretender que
los que le han hecho daño a Kate paguen por ello. En ese caso hay
dos opciones, o sigo investigando por mi lado hasta hallar a los cul-
pables y luego nos ponemos en contacto con la policía, o llamamos
directamente a la policía y les comunicamos todo lo que sabemos y
que ellos sigan a partir de ahí...
Pasa al 389.
184
Jordi Cabau Tafalla
—Cójalo —le dices a Thomas White.
—Pero... —el hombre parece indeciso, el teléfono suena por ter-
cera vez.
—¡Cójalo! —ordenas, mientras te sientas junto a Thomas Whi-
te—. Yo escucharé y, si son los secuestradores, le indicaré en voz
baja lo que debe de decir.
Todavía indeciso, Thomas White descuelga el auricular y se lo
lleva a la oreja, tú acercas tu cabeza a la suya y te llevas un dedo a
los labios en una muda señal hacia la señora White...
—¿Diga? —dice inseguro el señor White. Oyes la voz de ma-
yordomo al otro lado.
—Tiene una llamada de su despacho, señor White. Es urgente
¿quiere que se la pase?
—Sí —responde White un poco más tranquilo.
—¿Señor White? ¿Es usted? —dice una voz femenina.
—¿Emma? ¿Ocurre algo? —responde White; seguidamente tapa
el auricular con la mano y te dice en voz baja—. Es mi secretaria.
—¡No se lo va a creer, señor! ¡White & Co. ha sufrido un terrible
incendio esta noche pasada!
—¡Oh! —responde lacónico Thomas White.
—¿Señor White? ¿Sigue usted ahí? —pregunta una atribulada
Emma.
—Sí...—. El empresario no parece muy sorprendido; deduces
que su capacidad de absorción de emociones debe de haberse visto
superada con la noticia del incendio de su negocio.
—¡Debería venir inmediatamente! ¡El teléfono no para de sonar!
¡El gerente de la fábrica, las compañías de seguros, todos parecen
haberse vuelto locos!
—Bien, me ocuparé inmediatamente —responde, colgando el
teléfono.
Pasa al 243.
185
El caso White
186
Jordi Cabau Tafalla
Tu autoestima está por los suelos, y eso que nadie ha sido testigo de
tu patoso intento de escalada.
187
El caso White
Pasa al 251.
Pasa al 33.
188
Jordi Cabau Tafalla
¿Has visitado el párrafo 115 y/o el 145?
Si es así, ve al 253.
En caso contrario, pasa al 288.
Pasa al 316.
189
El caso White
Ve al párrafo 222.
190
Jordi Cabau Tafalla
191
El caso White
estatura media, vestía gabardina, sombrero, la camisa arrugada...
nunca le había visto antes.
—Yo tampoco —añade Kid.
Transcurren unos instantes de silencio hasta que vuelves a escu-
char la voz de Reno.
—Bien, no importa, tenemos el dinero. Tengo el coche fuera, lo
había traído para llevar a la chica al lugar de la entrega, pero cam-
biaremos de planes: nos largamos a Méjico ahora mismo.
—¿Y el club? —pregunta Kid.
—¡Ya no hay club! —responde Reno— Aquí hay más dinero del
que podría ganar dirigiendo el Blue Iguana los próximos diez años.
No sé quién era ese tipo que se llevó a la chica, pero será mejor que
nos larguemos lo antes posible antes de que aparezca la poli, no sea
que se le haya ocurrido llamarla. ¡Vámonos!
Oyes cómo descienden las escaleras y sus pasos se acercan a tu
escondite. Permaneces escondido y ves cómo pasan de largo ante
ti sin verte, camino de la salida. Reno cierra la marcha con la bolsa
del dinero en la mano.
... en ese momento te pones de pie como un rayo y apoyas el
cañón de tu pistola en la nuca del jefe de los secuestradores.
—Quieto —dices con voz glacial.
Pasa al 129.
192
Jordi Cabau Tafalla
unos dos metros por encima de cada inodoro hay un ventanuco a
través del cual entra algo de luz, aire fresco y ruido de circulación.
Aparte del mal olor, la falta de limpieza y algunas inscripciones
más o menos imaginativas en las paredes no ves nada de interés...
... salvo un trocito de papel de color vistoso que destaca entre la
suciedad que hay en el suelo del inodoro situado a tu derecha.
En otras circunstancias lo habrías pasado por alto, pero una lu-
cecita se enciende en el fondo de tu mente y te agachas para exami-
narlo más de cerca.
Se trata de un arrugado envoltorio de caramelo.
Metes la mano en uno de los bolsillos de tu gabardina y sacas
otro arrugado envoltorio de caramelo, idéntico al que hay en el sue-
lo.
Recuerdas que, ayer por la tarde, cuando registraste el aparta-
mento del chófer de los White, encontraste dicho envoltorio tirado
de un modo que solo habría sido posible si quien lo hubiera hecho
hubiese participado en el registro o hubiese llegado al apartamento
después de efectuado este.
Te incorporas y entras en el servicio...
194
Jordi Cabau Tafalla
de hacer cuando vayamos para allí; la telefonearé antes para saber
si ha habido alguna novedad ¿alguna pregunta?
—¿Qué le digo a mi marido? —pregunta ansiosa Bárbara.
—La verdad. Hasta pronto —te despides de ella y sales a la calle
en busca de tu auto. Lo pones en marcha y te diriges hacia el centro
de la ciudad.
195
El caso White
carecen de puerta. Avanzas lentamente mientras enfocas tu linter-
na hacia el interior. La primera entrada da a un pequeño cuarto de
baño, cosa que deduces por los azulejos y las marcas de los sani-
tarios en las paredes. Empujas la puerta de la segunda entrada, que
carece de pomo, y descubres lo que en su día debió de ser la cocina
del apartamento. La tercera entrada da a una pequeña habitación;
algunas maderas en el suelo es todo lo que queda del mobiliario
original.
Empujas la puerta del fondo para descubrir un pequeño salón
comedor. En la pared de enfrente solo queda el quicio de un balcón
que da a la calle. A tu izquierda hay una puerta atrancada con una
cadena y un candado. Parecen bastante nuevos... y en un clavo que
hay en el marco de la puerta cuelga una llave.
Descuelgas la llave y la introduces en el candado, abriéndolo.
Descorres la cadena, la dejas en el suelo e inspiras profundamente...
196
Jordi Cabau Tafalla
Cuando ibas a salir del claro observas algo que te llama la atención
en una esquina del mismo. Te acercas para descubrir un rastro en la
tierra como si alguien hubiera arrastrado un bulto. Decides seguirlo
y te internas en el bosque. Lo cierto es que el rastro es bastante fácil
de seguir si uno sabe dónde mirar. Pronto te hallas frente a la pared
oeste de la mansión para descubrir que el rastro finaliza frente a uno
de los ventanales del edificio, concretamente el que se halla situado
en el extremo sur de la pared. La parte inferior de las ventanas de la
planta baja no se halla situada a más de metro y medio de altura del
suelo, por lo que no te resulta muy difícil echar un vistazo a través
de los cristales
Es evidente que se trata de un despacho: paredes de colores so-
brios, una mesa grande con un sillón a juego tras la misma y dos
sillones de menor lujo al frente de esta, algunas estanterías con al-
manaques y lo que parecen libros de consulta legal o similar, una
mesita baja con cuatro sillones a su alrededor para entrevistas de
tono más cordial y otros elementos típicos.
En este momento la habitación no está ocupada y, en la pared de
197
El caso White
enfrente puedes ver la única puerta que da entrada a la habitación.
Antes de regresar observas por última vez las pisadas que hay en
el suelo...
Ante ti tienes la misma salita que visitaste esa misma tarde. Nada
parece haber cambiado de lugar: ves los mismos sillones, la radio,
el mueble bar, la mesa de juego, las sillas, los cuadros baratos...
A través de la ventana situada en la pared este solo ves oscuri-
dad, aunque sabes que al otro lado está el callejón que hay tras el
club nocturno. Diriges tus pasos a la puerta que hay en la pared sur.
Pegas tu oído a la madera y permaneces unos minutos escuchan-
do, pero, al igual que sucedió esa misma tarde, no oyes nada. Giras
el pomo, pero compruebas que está cerrada con llave. Parece que
vas a tener que volver a pelearte con la cerradura.
Por suerte para ti no es la primera vez que la abres, por lo que no
te cuesta mucho volver a conseguirlo.
Ve al 271.
198
Jordi Cabau Tafalla
atractivo que apenas se dejaba intuir en las entrevistas que has man-
tenido con la madre de Katherine.
—¿Está preparada? —preguntas.
—Sí...
—Vamos, pues.
Salís a la calle y subís a tu coche. Durante el trayecto aprovechas
para comentarle un par de detalles a la señora White:
—Estacionaré el vehículo a cierta distancia de la entrada del
banco y permaneceré fuera vigilando como usted entra y sale. Será
mejor que yo no entre, pues el director del banco podría sospechar
algo si usted entra acompañada por un desconocido y retira una
cantidad tan importante. Intente aparentar la máxima naturalidad.
Dejo en sus manos inventar una excusa del porqué retira una can-
tidad tan grande en metálico. Es probable que el director del banco
le ofrezca ser acompañada por un guarda hasta su casa; en cuyo
caso debe negarse. Antes de ir al banco pasaremos por una tienda
de viajes y compraremos un maletín en el que guardar el dinero.
¿Alguna pregunta?
Tras unos instantes de silencio, la mujer responde preocupada.
—¿Cree que Katherine estará bien?
—Por supuesto —dices aparentando una seguridad que no tie-
nes—. Los secuestradores la tratarán bien por la cuenta que les trae.
Intente mantener la serenidad y haga exactamente lo que yo le diga.
—Bien...
Pese al poco tiempo de que disponéis, realizáis todos los encar-
gos a tiempo para estar de vuelta en la mansión pocos minutos an-
tes del mediodía. En el banco no habéis tenido ninguna dificultad,
gracias a la antigua amistad que unía al padre de la señora White
con el director de la sucursal. De todos modos, según la señora
White, el director se ha quedado algo extrañado ante su negativa
a ir acompañada por uno de los guardas debido a la magnitud del
dinero retirado.
—Ha relacionado la operación con el incendio que ha sufrido
esta noche la fábrica de mi esposo, y se lo he dejado creer... —co-
menta Bárbara.
—Bien hecho, ahora regresemos a la mansión.
199
El caso White
Llegáis a la mansión poco antes de las doce.
Pasa al 333.
Ve al 353.
200
Jordi Cabau Tafalla
—Bueno... estoy convencida que la voz era la del mismo hom-
bre que llamó la otra vez; pero esta vez apenas me dejó hablar. Me
dijo que depositara el dinero en una papelera que había unos metros
más allá y que regresara a casa. Dijo que si todo estaba bien me lla-
maría a las ocho para comunicarme dónde podría encontrar a Kate.
—¿Nada más?
—Nada más.
—Bien, permanezca en su casa junto al teléfono. La llamaré
poco después de las ocho para saber qué le han dicho. No haga
nada hasta entonces ¿entendido?
—Sí ¿cree que Kate estará bien?
—Por supuesto —mientes—. Esté tranquila.
—Gracias —responde Bárbara White con un hilo de voz.
Cuelgas y enciendes un cigarrillo. Echas un vistazo a tu reloj: las
seis de la tarde y ya es casi noche cerrada...
201
El caso White
202
Jordi Cabau Tafalla
—Bien.
Te acercas al mueble bar y haces un gesto hacia Bárbara, pero
esta rechaza tu invitación. Te sirves una copa y te sientas al lado del
teléfono.
—¿Ha avisado a James que le pase aquí cualquier llamada que
se reciba?
—Sí.
—En ese caso solo queda esperar.
Faltan tres minutos para las ocho cuando suena el teléfono, la
madre de Kate descuelga el auricular y tú acercas tu oído al mismo.
—¿Diga? —dice Bárbara White.
—Un caballero pregunta por usted, señora. Dice que está espe-
rando su llamada —responde el mayordomo.
—Pásemelo, James —ordena la mujer...
Pasa al 8.
Pasa al 241.
203
El caso White
—No, no soy policía. Soy detective privado —respondes tran-
quilizándola—, y me ha contratado la señora White para que en-
cuentre a su hija. Por eso estoy aquí, porque tal vez hayan visto u
oído algo estos últimos días que pueda darme una pista acerca del
paradero de Katherine.
—No, señor —responde María, visiblemente calmada—, lo
cierto es que casi nunca salgo de la cocina y no me relaciono ape-
nas con los señores. Aunque la señorita Catalina es muy amable y
simpática, y a veces viene directamente aquí cuando quiere pedir
algo para comer.
—¿Cuándo fue la última vez que la vio? —preguntas.
—Anoche, sobre las nueve y media. Había pasado todo el día
fuera y me pidió que le preparara algo para cenar —responde Ma-
ría.
—¿Sabe dónde fue?
—No.
—¿Y usted? —preguntas dirigiéndote a la doncella—. Por cierto
¿cuál es su nombre?
—Evelyn... Evelyn Fields—responde la joven sin dejar de fu-
mar—No estoy segura pero creo que estuvo en casa del juez Har-
vey. En su mansión tienen una piscina climatizada y creo que fue a
nadar allí. La señorita Katherine y la hija del juez son muy buenas
amigas.
—¿Alguno de ustedes ha visto algo inusual en el comportamien-
to de la señorita Katherine estos últimos días? ¿Algo que pueda dar
una pista acerca de sus intenciones o su paradero?
205
El caso White
Algún transeúnte o vehículo ocasional rompen la monotonía de
tu vigilancia, pero no ves nada que te llame la atención... hasta que
un sedán negro se detiene frente al callejón que hay detrás del “Blue
Iguana” y maniobra para entrar en este marcha atrás. Puedes dis-
tinguir a un único ocupante antes de que se apaguen las luces del
vehículo, la oscuridad del callejón te impide ver más allá del frontal
del auto.
Te diriges rápidamente a tu coche y, poniéndolo en marcha pero
sin encender las luces, te acercas lo suficiente como para poder vi-
gilar la boca del callejón. No tienes que esperar mucho hasta que
las luces del sedán vuelven a encenderse y este parte en dirección
este.
206
Jordi Cabau Tafalla
mansiones de diversos estilos se hallaban rodeadas de inmensos
jardines y bosques. “No me extraña que no conociese este sitio”,
piensas, “está muy lejos de los ambientes por los que siempre me
he movido”. Una amplia y cuidada carretera, apenas transitada por
algún que otro coche de lujo, serpentea entre las mansiones. No te
cuesta mucho encontrar el 1710 de Evergreen Terrace: se trata de
una espléndida mansión de dos plantas con un inmenso jardín bos-
coso en la parte de atrás. “Creo que este es el golpe de suerte que
necesitaba”, piensas mientras detienes el coche frente a la mansión.
Al bajar del coche observas que las nubes prácticamente han
desaparecido, dejando ver un límpido cielo azul en el que brilla el
sol de invierno.
207
El caso White
trado en dirección al claro del pozo donde la gravilla del sendero
hace que el rastro se pierda. No hay indicios de sangre ni descubres
ningún objeto extraviado. Parece como si uno de los dos hombres
hubiese estado un buen rato junto a la ventana: hay algunas plan-
tas pisadas justo bajo esta. “Esto se está empezando a complicar”,
piensas.
Sobre la mesa del despacho ves varios útiles de escritura, una lám-
para de latón con la pantalla de cristal verde, un cenicero y un telé-
fono con diversos botones, en dos de ellos hay algo escrito: “Guar-
darropa” y “Bar”. Una cajita de laca conteniendo tarjetas de visita
te informa de que te hallas en el despacho del señor Edward Han-
son, propietario del “Blue Iguana”.
En los cajones hay papel, sobres y diversos objetos y útiles de
208
Jordi Cabau Tafalla
escritorio intrascendentes... salvo debajo del tablero del escritorio
donde, sujeta con un soporte metálico, encuentras una pistola auto-
mática de calibre 45. Compruebas que está cargada, con el seguro
quitado y una bala en la recámara. “Parece que al señor Hanson
le gusta estar preparado para hacer frente a cualquier situación”,
piensas.
¿Qué haces? ¿Dejas la pistola donde estaba o te la guardas en el
bolsillo?
209
El caso White
—Yo decidiré eso, por cierto; ¿desde cuándo son amantes Evelyn
y el señor White?
—¿Cómo dice, señor? —por un momento estás a punto de que-
brar la impasibilidad del mayordomo.
—Mire, James, me niego a creer que alguien que vive en la casa
y, además, supervisa las tareas de limpieza de esta no haya adver-
tido unos cabellos largos y oscuros entre la ropa de cama del señor
White, así como cierto olor a perfume barato en estas. Es más, ima-
gino que en todo este tiempo habrá observado más pruebas confir-
mando lo que digo. ¿Me equivoco? La turbación de James confirma
tus sospechas.
—No sabría asegurarlo... más o menos al poco de entrar Evelyn...
unos diez meses.
—No se preocupe James, no pienso decírselo a nadie y menos a
la señora. “... a menos que sea imprescindible”, piensas.
Pasa al 306.
211
El caso White
la confluencia de las dos calles, se concentra bastante actividad co-
mercial: una ferretería, un par de bares, un restaurante griego, una
barbería, dos tiendas de comestibles, unos billares, un taller mecá-
nico, una tienda de modas... todo ello ocupando los bajos de varios
edificios de viviendas construidos a principios de la década pasada.
Siguiendo los dictados de tu estómago entras en el restaurante
griego y pides el menú del día, aprovechando para sentarte junto
a uno de los ventanales desde los que se domina perfectamente la
práctica totalidad de la encrucijada. Mientras esperas que te sirvan
observas que en una de las esquinas se encuentra la cabina descri-
ta por el secuestrador. No parece averiada, pues en el tiempo que
permaneces en el restaurante tienes ocasión de ver que es utilizada
varias veces por los transeúntes.
Terminas de comer sin que hayas podido sacar nada en claro del
lugar. Sales a la calle para descubrir que se ha levantado un vien-
to frío y desagradable, te arrebujas bien la gabardina metiendo las
manos en los bolsillos... para descubrir que guardabas algo en uno
de estos:
Una baraja de cartas usada, un paquete de Lucky Strike casi va-
cío, una caja de cerillas publicitaria y la fotografía de Katherine y
el chófer en la playa.
Examinas más atentamente los objetos... para descubrir unas mi-
núsculas muescas en los bordes de algunas de las cartas de la bara-
ja. “¡Cartas marcadas!” piensas. “¿Por qué será que no me sorpren-
de?”. El paquete tan solo contiene media docena de cigarrillos y no
parece contener nada más en su interior. Como no te queda mucho
tabaco, enciendes uno para ahorrar ¡y pronto tienes que apagarlo
entre un acceso de tos!
“¡Grifa! ¡Maldita sea!”, maldices. ¡Vaya angelito que estaba he-
cho el tal Ricardo Ortiz! ¿Qué otras sorpresas ocultará el mejica-
no?”. Intrigado, examinas detenidamente la fotografía del chófer y
la joven heredera de los White. No descubres nada que no supieras
ya, aunque, por un par de borrosos carteles indicadores que pueden
distinguirse detrás de la pareja, puedes confirmar que la fotografía
se debió de tomar a finales del pasado verano en la playa de San-
212
Jordi Cabau Tafalla
ta Mónica, una de las más concurridas por los ciudadanos de Los
Ángeles.
Por último tu vista se fija en la caja de cerillas que acabas de
utilizar para encender el cigarrillo: se trata de una caja vulgar y co-
rriente con publicidad sobre un local nocturno en su cubierta pero,
lo que te llama la atención, es que dicho local está situado a tan solo
tres calles de donde te encuentras ahora.
“¿Casualidad?”, tal vez. Pero tampoco tienes muchas pistas so-
bre las que trabajar, por lo que, mirando tu reloj y viendo que toda-
vía tienes bastante tiempo, decides ir a echar un vistazo a ese local.
“Nunca se sabe” piensas, “donde menos se espera, salta la liebre”.
Decides no coger el coche dada la cercanía del lugar...
Tu autoestima está por los suelos, y eso que nadie ha sido testigo de
tu patoso intento de escalada.
213
El caso White
—Sí... —y, tras unos instantes de reflexión, le preguntas— ¿hay
alguien que desee vengarse de usted, señor White?
—No le entiendo... —el hombre de negocios parece sinceramen-
te sorprendido.
—Primero secuestran a su hijastra y luego su fábrica sufre un
incendio. Podría ser una casualidad... o no. ¿Sabe de alguien que le
desee tanto mal?
—Lo cierto es que el mundo de los negocios no es precisamente
un cuento de hadas... pero nunca he hecho nada que pueda motivar
una respuesta tan extremada... —Thomas White parece sincero al
decir esto.
—Bien... —el incendio de la fábrica añade una nueva variable al
caso que deberás investigar
en su momento pero, por ahora, tu prioridad es la hija de la seño-
ra White —Quiero que vaya a su oficina y se encargue del asunto de
la fábrica de modo que la señora White y yo podamos dedicar nues-
tra atención a los secuestradores sin interferencias —dices al señor
White—. Le telefonearemos informándole de cualquier novedad.
Te giras hacia la señora White, mientras miras tu reloj.
—No nos queda mucho tiempo. Suba a vestirse, debemos ir al
banco a por el dinero. ¡Dese prisa!
Al cabo de unos instantes estás solo en el salón después de que
el empresario haya llamado un taxi para irse a su oficina y Bárbara
White haya subido a su habitación a cambiarse. Te acercas al mue-
ble bar y te sirves una generosa ración de whisky añejo, te dejas
caer en uno de los sofás, enciendes un cigarrillo...
214
Jordi Cabau Tafalla
claramente las formas de los muebles de jardín que viste ayer.
Echas un vistazo a tu alrededor, asegurándote de que no hay
testigos inoportunos... y luego recoges la sombrilla que hay en el
suelo y repites la misma maniobra que realizaste el día anterior con
tan macabros resultados.
Como sabes dónde buscar no tardas en comprobar que el cadá-
ver sigue en el fondo de la piscina de los White. Vuelves a dejar
todo tal y como estaba y regresas pensativo a la explanada que hay
en la parte posterior de la mansión. Enciendes un cigarrillo y pien-
sas detenidamente en tu descubrimiento.
Aunque has avanzado bastante en tu investigación, sigues sin sa-
ber qué le sucedió al chófer de los White. “Tal vez en las próximas
horas se desvele este misterio”, piensas.
Todavía sigues dándole vueltas al asunto cuando entras en la
mansión...
215
El caso White
Fallas, ve al 101.
Tienes éxito, ve al 268.
216
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 283.
Pasa al 286.
218
Jordi Cabau Tafalla
—Yo decidiré eso, por cierto; ¿desde cuándo son amantes Evelyn
la doncella y el señor White?
—¿Cómo dice, señor?
—Mire, James, me niego a creer que alguien que vive en la casa
y, además, supervisa las tareas de limpieza de esta no haya adver-
tido unos cabellos largos y oscuros entre la ropa de cama del señor
White, así como cierto olor a perfume barato en estas. Es más, ima-
gino que en todo este tiempo habrá observado más pruebas confir-
mando lo que digo. ¿Me equivoco? La turbación de James confirma
tus sospechas.
—No sabría asegurarlo... más o menos al poco de entrar Evelyn...
unos diez meses.
219
El caso White
—No se preocupe James, no pienso decírselo a nadie y menos a
la señora. “... a menos que sea imprescindible”, piensas.
Pasa al 288.
“Pero ¿cómo habrá podido apoderarse del dinero sin que yo lo haya
visto?”, piensas. Decidido a averiguarlo regresas hasta la esquina
de Vance con Brown y, una vez allí, te acercas a la papelera y dejas
caer el periódico en la misma... aprovechando para echar un vistazo
a su interior. Tal y como imaginabas está vacía.
“¡Maldita sea! ¡Pero si no le he quitado ojo de encima! ¡No pue-
de ser!”. Ya sin ningún disimulo observas atentamente el interior
de la papelera, encendiendo una cerilla para hacerlo mejor. Algu-
nos viandantes te miran con curiosidad, pero siguen su camino sin
detenerse, pensando tal vez que has tirado por error algún objeto
valioso. Algunos incluso aceleran el paso. “Cosas que tiene la gran
ciudad”, piensas, “las actitudes extrañas provocan desconfianza y
la gente no quiere meterse en problemas”.
220
Jordi Cabau Tafalla
“Nadie sabe que lo he encontrado, y eso puede ser una baza en mi
favor”. Te vuelves por donde has venido, decidido más que nunca a
encontrar a la hija de Bárbara White.
Pasa al 245.
221
El caso White
—¡Quieto ahí si no quieres acabar como tu amigo!
—Sí, señor —responde el gigante mansamente.
Segundos después oyes un quejido proveniente del suelo, al pa-
recer solo le has herido superficialmente en un brazo. Se incorpora
y hace intención de levantarse.
—Poco a poco... —dices mientras le apuntas con el arma—, ten-
go más balas.
Te mira con odio... pero obedece tus órdenes. Una vez de pie se
sostiene el brazo herido, del cual mana algo de sangre...
Pasa al 178.
Sobre la mesa del despacho ves varios útiles de escritura, una lám-
para de latón con la pantalla de cristal verde, un cenicero y un telé-
fono con diversos botones, en dos de ellos hay algo escrito: “Guar-
darropa” y “Bar”. Una cajita de laca conteniendo tarjetas de visita
te informa de que te hallas en el despacho del señor Edward Han-
son, propietario del “Blue Iguana”.
En los cajones hay papel, sobres y diversos objetos y útiles de
escritorio intrascendentes. Prosigues tu búsqueda en el armario,
donde descubres un par de trajes, un smoking y una gabardina, así
como media docena de camisas planchadas y diversos complemen-
tos del vestir, todos ellos de la misma talla. En los archivadores
metálicos encuentras facturas, recibos y todo tipo de papeles con-
cernientes a la administración del negocio sin mayor relevancia.
En el lavabo ves un par de toallas con las iniciales E.H. y diver-
sos útiles de aseo. Te acercas a la caja fuerte e intentas abrirla giran-
do la manija. Como suponías está cerrada y careces de la habilidad
para abrir una caja de estas características.
Estas a punto de salir de la habitación cuando hay algo que te
222
Jordi Cabau Tafalla
llama la atención en los paneles de madera de la pared oeste: una
puerta disimulada por estos. Te acercas a la misma y giras un pe-
queño tirador...
Pasa al 311.
223
El caso White
la que distingues, unos doscientos metros al otro lado de la misma
y en dirección norte, el muro de otra lujosa propiedad. Te das media
vuelta para regresar por donde has venido.
A los pocos metros llegas al final del mismo; frente a ti hay una
pared y tienes una puerta a tu izquierda y otra a tu derecha. Encien-
des una cerilla para descubrir otra estrella dorada en la puerta de tu
derecha; la puerta de la izquierda no tiene ningún cartel. Decides
abrir primero la puerta de tu derecha...
225
El caso White
—¿Cree a Hanson o a alguno de sus hombres capaces de matar
a alguien a sangre fría? La pregunta coge a la joven desprevenida.
—No..., no lo creo. ¿Por qué me lo pregunta?
—Buenas noches, señorita. Me ha sido usted de mucha ayuda
—respondes mientras te levantas...
226
Jordi Cabau Tafalla
... y te diriges con paso rápido hasta la esquina
de Vance con Brown. Ve al 298.
Pasa al 81.
Cuando apenas estás a unos quince metros del garaje unos furiosos
ladridos hacen que des un respingo. Por un momento estás a punto
de echar a correr pero enseguida te das cuenta de que los ladridos
provienen de una zona vallada anexa al garaje y que los perros es-
tán cautivos. De todos modos te acercas hasta la valla de la perrera
dejando un espacio prudencial entre tú y los canes.
Dentro de un recinto de unos tres metros de lado por otros dos
de altura se encuentran tres feroces doberman que no paran de la-
drarte. Una puerta metálica, con un pestillo con seguro por la parte
de fuera, los mantiene a raya. En una esquina dentro del recinto
ves una caseta bastante grande donde deben dormir los perros. Los
tres dobermans prosiguen con su coro de ladridos incluso cuando
te alejas y no es hasta que llevas un rato fuera de su vista que cesan
de ladrar.
227
El caso White
Tu atención, sin embargo, se halla ahora centrada en el edificio
del garaje. Puedes ver que en el lado que da a la explanada hay tres
grandes puertas que pueden abrirse independientemente y quedar
plegadas en el techo para dejar paso a los autos. Junto a estas, en
el lado norte, hay una pequeña puerta de servicio. Pruebas una a
una las puertas de los vehículos pero parece que están cerradas.
La algarabía que han montado los perros no parece haber atraído
la atención de nadie, por lo que decides probar a abrir la puerta de
servicio.
No está cerrada con llave, la abres y penetras en la penumbra
del garaje. Tus ojos tardan unos segundos en acostumbrarse a la
poca luz que entra por unos pequeños ventanales que hay en la
pared oeste. Observas que hay dos vehículos aparcados, quedando
lugar de sobras para un tercero, y que en un rincón hay un banco
de trabajo y un par de armarios. Buscas un interruptor y enciendes
las luces. La claridad te revela una pequeña puerta junto al banco
de trabajo. Está entornada y puedes ver que se trata de un pequeño
lavabo. Observas los dos vehículos que hay en el garaje y no pue-
des contener un silbido de admiración: uno es un lujoso Cadillac
Sixty Special de color plateado, “Muy indicado para ir a sitios de
postín”, piensas, y el otro es un Alfa Romeo 2300 Pescara de seis
cilindros de color blanco, un deportivo biplaza descapotable. “Vaya
preciosidad, conducir esto debe de ser como flotar en una nube” no
puedes evitar pensar, echas un vistazo al cuentakilómetros “¡Solo
5.000 kilómetros! ¡Qué desperdicio!”. Ambos autos están sin una
mota de polvo, la carrocería está impecable y los cromados brillan
como espejos.
Abres los armarios de la pared para descubrir todas las herra-
mientas necesarias para el cuidado y mantenimiento de un vehí-
culo. En los cajones del banco de trabajo hay algunos recambios y
más útiles de trabajo. Sin embargo, uno de los cajones está cerrado
con llave y no lo puedes abrir. ¿Qué haces? ¿Intentas forzar la ce-
rradura o prefieres no meterte en problemas y salir del garaje?
228
Jordi Cabau Tafalla
Sales del garaje y regresas al patio trasero de la mansión.
Pasa al 230.
Sales del garaje y decides examinar la puerta posterior
de la mansión, si no lo has hecho ya. Ve al 260.
Intentas forzar la cerradura. Pasa al 280.
Ve al 277.
230
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 188.
232
Jordi Cabau Tafalla
Registras el escritorio, el armario, el archivador, el lavabo... no
ves nada que te llame la atención.
Te acercas a la puerta que disimulan los paneles de madera de la
pared oeste y giras el tirador, abriéndola en silencio. Ves el almacén
del bar, pero nada que pueda ayudarte en tu investigación. Cierras
la puerta para no ser sorprendido por uno de los camareros, y regre-
sas al centro de la habitación.
Tu inesperada aparición deja inmóviles a los dos tipos, con los ojos
fijos en el cañón de tu arma. Aprovechas esos instantes para exami-
narlos detenidamente. Uno de ellos es muy alto y corpulento aun-
que, pese a su enorme tamaño, sus movimientos no son torpes ni
desmañados; viste un traje sin corbata y lleva la cabeza descubierta.
El otro hombre, solo un poco más bajo que la media, parece un ena-
no al lado del gigante. Viste traje con corbata y lleva un sombrero
echado hacia atrás; la expresión de su rostro y el hecho de que esté
mascando algo te recuerda vagamente a un roedor. Su aspecto coin-
cide con la descripción que te dio la vecina de Ortiz de los dos tipos
que registraron el apartamento del chófer de los White.
Pasa al 5.
233
El caso White
que, por la parte interior, el suelo está a tan solo dos metros del al-
féizar; calculas la distancia y saltas con cuidado de no hacerte daño.
234
Jordi Cabau Tafalla
¿Has visitado antes el párrafo 157?
Si es así, dirígete al párrafo 67.
En caso contrario, pasa al 328.
235
El caso White
...intentando escuchar a través de la misma. Pasa al 104.
236
Jordi Cabau Tafalla
—Hola, capitán Banks. Necesitaría que me enviase un coche
patrulla y una ambulancia a la dirección que voy a darle. Por cierto
¿podría venir usted? Preferiría explicarle los detalles personalmen-
te...
Pasa al 295.
Pasa al 227.
Pasa al 133.
Cuentas las veces que suena el timbre al otro lado de la línea. Cua-
tro, cinco, seis, siete... por fin, alguien lo descuelga.
—Residencia White, dígame —reconoces la voz de James, el
mayordomo.
—Buenas noches, James. Soy David Carter ¿podría ponerse la
señora?
—Es muy tarde, señor ¿podría llamar mañana? —responde con
voz cansada.
—Es importante, James. Tengo que hablar con la señora White
inmediatamente —la gravedad de tu voz parecen causar efecto en
el mayordomo.
—Es que ahora está arriba, cuidando a la señorita. ¿No preferiría
hablar con el señor?
—¡No! —respondes con vehemencia—. Y le agradecería que no
le mencionase al señor que he llamado.
Puedes imaginar la expresión de desconcierto de James al otro
lado de la línea, por lo que tratas de tranquilizarle.
—No se preocupe, James, pero me gustaría pedirle permiso a la
señora para permanecer esta noche en la casa y velar por la segu-
ridad de Kate. Sé que el señor White es reacio a mi petición y por
ello quiero hacérsela a ella directamente. Mi intención es ser lo más
discreto posible y que el señor no me vea para no incomodarlo.
—Iré a avisarla... —responde.
Al cabo de unos instantes oyes la voz de Bárbara White al otro
lado de la línea.
—Pensaba que todo había terminado, señor Carter —comenta
con voz adormilada—. James me ha dicho que quería hablar con-
migo ¿hay algún problema?
—No, pero querría pedirle permiso para permanecer al menos
238
Jordi Cabau Tafalla
esta noche en la casa para velar por la seguridad de Kate. Sé que
su esposo preferiría que no me quedase, por eso le pido permiso a
usted. No se preocupe, seré discreto y mañana por la mañana me
marcharé sin que él se entere, ¿puedo quedarme?
—¿Ocurre algo? —pregunta Bárbara intranquila.
—No quiero preocuparla, pero estaré más tranquilo si perma-
nezco aquí esta noche.
—Bien, no veo por qué no... —comenta—. James se encargará
de que su estancia sea lo más cómoda posible.
—Gracias, ahora mismo salgo para allá —cuelgas el teléfono y
sales del pub saludando a Paddy con la cabeza.
240
Jordi Cabau Tafalla
—Sí. ¿Podría decirme qué es lo que habló con el secuestrador
desde la cabina? —comentas, yendo al grano.
—Bueno... estoy convencida que la voz era la del mismo hom-
bre que llamó la otra vez; pero esta vez apenas me dejó hablar. Me
dijo que depositara el dinero en una papelera que había unos metros
más allá y que regresara a casa. Dijo que si todo estaba bien me lla-
maría a las ocho para comunicarme dónde podría encontrar a Kate.
—¿Nada más?
—Nada más.
Permaneces en silencio unos instantes... lo cierto es que ahora
el dinero lo tienen los secuestradores y no tienes ninguna pista que
seguir, por lo que decides regresar a la mansión de los White y es-
perar la llamada de estos.
—Voy para allá —dices mientras cuelgas el auricular.
Pasa al 317.
242
Jordi Cabau Tafalla
Haz una tirada por la habilidad de Maña con un -3.
243
El caso White
tes objetos: una baraja de cartas usada, un paquete de Lucky Strike
casi vacío, una caja de cerillas publicitaria... y una fotografía.
En ella puedes ver la siguiente escena: un hombre y una mujer
en la playa, en traje de baño, mirando sonrientes a la cámara. El
hombre mantiene a la mujer junto a sí con su brazo derecho por
encima del hombro de ella, en actitud bastante familiar. Un poco
por detrás de ellos puede verse claramente una motocicleta sobre la
que hay un par de toallas. Puedes distinguir claramente la matrícula
de la misma: 919KLO.
Te fijas en el hombre: un tipo cercano a la treintena; de cabello,
bigotito y ojos oscuros, con un ligero parecido a Douglas Fairbanks.
En cuanto a la mujer, es una joven de apenas veinte años, cabello
negro y corto, ojos claros y sonrisa franca y cautivadora.
Te preguntas quiénes serán, aunque tienes una cierta idea... Te
metes los objetos y la foto en el bolsillo y abandonas el garaje. Pa-
rece que no hay nada más que ver por aquí, por lo que abandonas
el edificio.
245
El caso White
246
Jordi Cabau Tafalla
Te acercas rápidamente y apartas la manta. Frente a ti está Ka-
therine Banner, con los ojos cerrados y enroscada sobre sí misma.
La incorporas y le tomas el pulso: está viva, aunque respira dé-
bilmente. Le das unas palmadas en la cara para que abra los ojos
sin resultado. Recorres con tu linterna todo su cuerpo y ves que la
manga izquierda de su vestido está subida por encima del codo.
Examinas más de cerca el antebrazo... para descubrir varias marcas
de pinchazos en el mismo.
“¡Drogada!”, maldices mentalmente, “... es evidente que la han
narcotizado para poder manejarla mejor. Kate es una muchacha jo-
ven y probablemente se recuperará pronto... pero no estaría de más
que le examinase un médico...”
—¡Kate! ¡Kate Banner! ¡Despierta! —le gritas al oído mientras
le das dos sonoros bofetones. La joven parece reaccionar abriendo
los ojos.
—¿Qué pasa? —murmura.
—¡Arriba! ¡A caminar! —le gritas al oído mientras la ayudas a
ponerse de pie—. ¡No puedo bajarte y sostener la linterna al mismo
tiempo! ¡Tendrás que caminar! —le gritas mientras le das otros dos
buenos bofetones.
La muchacha gime de dolor... pero se aguanta de pie; con un
brazo le agarras la cintura mientras que con el otro iluminas el ca-
mino de regreso. De este modo, trastabillando las más de las veces,
conseguís llegar a la calle y de allí hasta tu auto. Ayudas a Kate a
tenderse en el asiento de atrás y la tapas con una manta vieja que
guardabas en el maletero.
Enciendes el motor y arrancas...
247
El caso White
FIN
248
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 219.
249
El caso White
auricular un par de minutos y luego cuelga, cruza la calle y empieza
caminar por la otra acera, alejándose.
Echas unas monedas encima de la mesa, y estás a punto de le-
vantarte de la mesa para seguirla, cuando ves que se detiene junto a
una papelera que hay fijada en la pared. Abre la bolsa donde lleva el
dinero y arroja dentro el contenido del mismo. Luego regresa hasta
la esquina, para un taxi, sube al mismo y le dice una dirección al
taxista.
Este realiza un giro de ciento ochenta grados y acelera alejándo-
se. “En esa dirección está su casa”, piensas. Dudas si seguirla, pero
decides permanecer donde estás...
250
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 81.
Empiezas a ponerte nervioso y miras a todos lados sin saber qué ha-
cer. A tu alrededor se desarrollan multitud de pequeñas escenas de
la vida cotidiana y nadie parece prestar atención a la papelera: unos
mozos de color están descargando un piano de un camión al otro
lado de la calle, una madre agachada sobre un cochecito trata de
consolar a su bebé, un tipo cruza imprudentemente ante un coche y
el conductor le lanza una rápida serie de bocinazos que él contesta
con un gesto despectivo, dos albañiles de una obra cercana silban a
251
El caso White
una muchacha y esta finge ignorarlos, el dueño del quiosco charla
indolentemente con un parroquiano...
Vuelves a fijarte en la papelera pero nadie se ha acercado a ella...
entonces vuelves a fijarte en el individuo que ha cruzado ante el
coche...
Cuando se giró para insultar al chófer pudiste verle claramente
durante unos instantes... un tipo bajo de rostro vagamente ratonil.
En ese momento recuerdas el testimonio de los vecinos del chófer
de los White:
“... El otrro erra bajito y delgado con carra de rrata...” “¿... Y otro
bajo con cara de rata? ¡Sí!”
El tipo se aleja calle abajo con paso nervioso, de tanto en tanto se
gira para mirar si alguien le sigue... y bajo el brazo lleva una bolsa
que aprieta fuertemente contra sí.
252
Jordi Cabau Tafalla
Sobre la mesa del despacho ves varios útiles de escritura, una lám-
para de latón con la pantalla de cristal verde (única fuente de luz de
la habitación), un cenicero, una cajita de laca conteniendo tarjetas
de visita a nombre de Edward Hanson, propietario del “Blue Igua-
na”, y un teléfono con diversos botones, en dos de los cuales hay
algo escrito: “Guardarropa” y “Bar”.
En los cajones hay papel, sobres y diversos objetos y útiles de
escritorio intrascendentes. Prosigues tu búsqueda en el armario,
donde descubres un par de trajes, un smoking y una gabardina, así
como media docena de camisas planchadas y diversos complemen-
tos del vestir, todos ellos de la misma talla. En los archivadores
metálicos encuentras facturas, recibos y todo tipo de papeles con-
cernientes a la administración del negocio sin mayor relevancia.
En el lavabo ves un par de toallas con las iniciales E.H. y diver-
sos útiles de aseo. Te acercas a la caja fuerte e intentas abrirla giran-
do la manija. Como suponías está cerrada y careces de la habilidad
para abrir una caja de estas características.
Estás a punto de salir de la habitación cuando hay algo que te
llama la atención en los paneles de madera de la pared oeste: una
puerta disimulada por estos. Te acercas a la misma y giras un pe-
queño tirador...
253
El caso White
no estaría de más averiguar qué hizo el día antes de desaparecer”
Encaminas tus pasos hacia la salita de espera del servicio...
Una vez allí ves que solo están la doncella, Evelyn, y la cocine-
ra, María.
—¿Y James? —preguntas.
—Está telefoneando a la casa de Ricardo, el chófer —responde
Evelyn—. Esta mañana no se ha presentado a trabajar —por el tono
de su voz, no parece muy preocupada.
—¿Ha sucedido eso otras veces? —preguntas.
María y Evelyn se miran entre sí y, al final, María responde.
—Ricardo es un buen chófer, señor, pero a veces le cuesta ma-
drugar...
—¿Cuánto tiempo hace que trabaja aquí?
—Seis meses, señor —responde María.
—¿Y ustedes?
—Seis años —dice María
—Un año —comenta Evelyn. Te giras hacia esta última.
—Me dijo que la señorita Katherine había pasado el día de ayer
en casa de la hija del juez Harvey ¿no es cierto?
—Sí, así es.
—¿Dónde es eso?
—Una casa grande de ladrillo rojo situada un kilómetro carrete-
ra abajo, no tiene pérdida.
—Gracias.
254
Jordi Cabau Tafalla
Ve al 122.
255
El caso White
256
Jordi Cabau Tafalla
¿Has visitado el párrafo 290?
Si es así, dirígete inmediatamente al párrafo 315.
257
El caso White
—respondes. Louie adopta rápidamente una actitud protectora.
—Oiga amigo, se equivoca si piensa que la señorita concede
entrevistas privadas...
—Quería hablar con ella de una amiga común... Kate Banner —
respondes interrumpiéndolo—. Creo que estará interesada en saber
que ha regresado a su casa y que se encuentra bien.
Dakota, que ha permanecido callada todo el rato observándote,
habla por primera vez.
—Tranquilo Louie, déjanos solos.
Pasa al 24.
258
Jordi Cabau Tafalla
Regresa al 310.
259
El caso White
260
Jordi Cabau Tafalla
del ferrocarril transcontinental; todavía tenemos algunas propieda-
des en Kansas. Luego mi padre hizo diversas inversiones en pozos
de petróleo y otros negocios —te responde.
—¿Los Fenwick? —dices, intrigado.
—Mi nombre de soltera era Bárbara Fenwick. Cuando me casé
con el padre de Katherine adopté el nombre de Banner y ahora el
de White.
—¿Puedo preguntarle acerca del padre de Katherine? —dices,
con el mayor tacto posible. La gravedad de la actual situación mi-
nimiza cualquier reparo que Bárbara pudiera tener sobre el asunto.
—¿Qué quiere saber? —dice con voz cansada.
—No sé... ¿Quién es? ¿A qué se dedica?
—Su nombre es Douglas Banner y proviene de una acomoda-
da familia de Boston. Nos conocimos en una fiesta que se dio en
casa del gobernador y nos enamoramos perdidamente... —la voz de
Bárbara se vuelve cálida al recordar. Éramos jóvenes y yo estaba
dispuesta a seguirle hasta el fin del mundo. Su padre era senador y
él deseaba seguir la carrera diplomática. Al principio me gustó ser
la joven esposa de un secretario de embajada y seguirle a países
extraños y exóticos, pero cuando nació Kate discutimos acerca de
regresar a los Estados Unidos. Él se quedó en el extranjero y yo
me instalé aquí con mi hija. Nos venía a ver dos o tres veces al año
hasta que decidimos separarnos: él no estaba dispuesto a renunciar
a su carrera y yo quería un hogar estable para mi hija.
—¿Qué sabe de él?
—Ahora es primer secretario de la embajada de Londres.
—¿Se ha vuelto a casar?
—No, que yo sepa.
—¿Cuál es la relación entre Kate y su padre?
—Muy buena. Se escriben constantemente y varias veces al año
Kate va a visitar a sus abuelos en Boston, a veces también está su
padre.
—¿Y Thomas White?
—¿A qué se refiere?
—¿Dónde lo conoció? ¿Cuál es su relación con Kate? Bárbara
261
El caso White
permanece pensativa unos instantes...
—Nos conocimos hace unos cinco años, en el club de polo. Fue
una relación más madura, más ¿cómo lo diría?...
—¿Cerebral? —aventuras.
—Esa no es la palabra exacta... pero podríamos llamarlo así.
—¿A qué se dedica?
—Su familia era propietaria de varias industrias, pero él vendió
la mayoría de estas y se dedica a financiar proyectos de construc-
ción y realizar inversiones bursátiles.
—¿Y cuál es su relación con Kate?
—Cordial... aunque lo considera un capricho mío.
—No querría ofenderla, pero ¿va todo bien en su matrimonio
con Thomas White?—. Bárbara permanece unos instantes en si-
lencio...
—Desde el verano pasado que nos hemos distanciado un poco;
su trabajo le absorbe bastante...
No dices nada al respecto, y transcurren algunos instantes de
silencio. De repente, Bárbara hace un comentario
—... Ella nunca me ha perdonado que no permaneciese al lado
de su padre. No parece darse cuenta de todo lo que he hecho por
ella estos años.
—Me parece que se equivoca, Bárbara —dices, tuteándola por
primera vez.
—Tal vez...
—Intente descansar un poco, la noche puede ser muy larga —le
aconsejas.
—Me tumbaré en el sofá un rato, aunque no creo que pueda des-
cansar, estoy demasiado nerviosa.
—Pruébelo. Yo mientras tanto saldré al jardín a estirar las pier-
nas...
262
Jordi Cabau Tafalla
Ve al 313.
Fallas, ve al 39.
Tienes éxito, ve al 56.
265
El caso White
las dio para que tomase una copa antes de acostarme, duermo mu-
cho mejor... ¿responde eso a su pregunta?
—Perfectamente, James —respondes. James sale de la habita-
ción.
Pasa al 359.
266
Jordi Cabau Tafalla
—Mi nombre es David Carter. Soy detective y trabajo para la
señora White. Desearía hacerle unas preguntas a su hija.
—¿Sobre qué?
Miras a la criada, que ha permanecido detrás del juez todo el
rato, y luego vuelves a mirar al juez. Este se gira hacia la matrona
—Gracias Berta, si la necesito ya le llamaré—. Berta sale de la
habitación con una contenida expresión de fastidio, el juez espera a
que salga para volverse hacia ti.
—¿Y bien?
Pese a que la señora White ha insistido en que tu trabajo debe
llevarse a cabo de modo discreto decides que, únicamente dicién-
dole la verdad al juez podrás hablar con su hija.
—Katherine se ha escapado de casa y la señora White me ha
encargado su búsqueda. Parece ser que su hija es la mejor amiga de
Katherine y ayer ambas pasaron todo el día juntas. Tal vez Katheri-
ne le habló de sus intenciones a su hija y esta pueda darme alguna
pista sobre su actual paradero. La señora White está muy preocupa-
da y desea que todo esto acabe lo antes posible.
El juez no dijo nada durante unos instantes, luego se dirigió a un
teléfono que había en un rincón y marcó un número.
—¿Sí? ¿James? ¿Está la señora? ¿No? Tal vez usted pueda ayu-
darme. Tengo frente a mí a un caballero que dice llamarse David
Carter y trabajar para la señora White ¿Sabe si la señora...? ¡Ah!
¡Bien! Gracias James, salúdela de mi parte cuando la vea.
El juez se volvió hacia ti.
—No tengo ningún inconveniente en que hable con mi hija, pero
desearía estar presente mientras lo haga.
—Por supuesto —respondes.
—Bien —dice el juez—. ¡Berta!
La criada aparece como una flecha.
—Diga a Sandy que venga.
—Sí señor juez.
Mientras esperáis a que aparezca Sandy, el juez se sienta en un
cómodo sillón y te hace un gesto para que le imites.
267
El caso White
A la débil luz de la tarde que entra por una ventana descubres una
pequeña habitación amueblada con un espejo rodeado de bombi-
llas, una mesa y una silla frente al mismo, un pequeño biombo, un
armario y un par de taburetes; es evidente que se trata de un came-
rino para artistas. Examinas brevemente el contenido de los cajones
de la mesa y el armario sin descubrir nada que te llame la atención.
El camerino parece estar compartido por diversos artistas, de modo
que encuentras bastante normal que nadie deje nada de excesivo
interés...
Pasa al 178.
268
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 317.
Cuando llegas ante ellas ves que, tal y como suponías, se trata de
los servicios para el público. Abres la del servicio de caballeros
para ver un pequeño vestíbulo con dos lavabos, sendos espejos y
dos retretes con las puertas abiertas, por lo que ni siquiera te tomas
la molestia de abrir la otra. “Será mejor que me largue de aquí antes
de que venga alguien”. Cruzas la sala hasta la puerta que hay en la
pared este, junto a la barra del bar, y sales al pasillo por el que has
entrado. Avanzas por el mismo hasta la entrada que da al callejón y
sales a este, no sin antes asegurarte de haber cerrado bien la puerta.
Echas un vistazo al reloj. “No me queda mucho tiempo”, pien-
sas, “tal vez será mejor que me vaya de aquí”.
269
El caso White
271
El caso White
272
Jordi Cabau Tafalla
lleve las negociaciones; además, Kate es su hija y es natural que
usted desee que no le pase nada. ¿Nerviosa?
—Un poco... —responde Bárbara con un hilo de voz.
—Es normal... Durante la conversación exija a los secuestra-
dores que la dejen hablar con su hija para asegurarse de que está
bien. —Por la expresión en el rostro de la mujer, te das cuenta de
que ella pensaba hacerlo de todos modos—. Tal vez pongan pegas
a este punto, pero insista en que si no lo hacen no habrá rescate. Yo
estaré a su lado y le indicaré lo que debe hacer.
—Gracias, señor Carter, muchas gracias. No sabe cuánto le
agradezco lo que está haciendo por mi hija y por mí...
—No me dé las gracias —respondes, añadiendo mentalmente:
“... hasta que todo haya acabado bien...”.
Permanecéis los siguientes minutos en silencio, mirando cómo
avanzan las manecillas del reloj que hay sobre la repisa de la chi-
menea. Son las doce y cinco minutos cuando suena el teléfono.
Pese a que ambos estabais esperando la llamada, no podéis evitar
un sobresalto.
—Cójalo —le dices a Bárbara White, mientras te sientas junto a
ella para acercar tu oreja al auricular...
273
El caso White
Entras con las manos desnudas. Ve al 4.
Entras con el arma desenfundada. Pasa al 176.
274
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 154.
Pasa al 7.
275
El caso White
Una vez allí, aparcas frente al edificio, subes hasta el quinto piso
y llamas directamente a la puerta del apartamento de la señorita
Marble. A los pocos instantes, la puerta se abre y tienes delante a
la anciana.
—¿Otra vez usted? ¿En qué puedo ayudarle?
—¿Conoce a esta mujer? —dices, enseñándole el cartel que has
arrancado del “The Blue Iguana”.
La anciana permanece unos instantes mirando la fotografía.
—¡Cómo no! ¡Es la misma mujer con la que se fue la joven que
estuvo anteanoche en el apartamento del señor Ortiz! —responde.
—¿Está segura?
—¡Segurísima! —afirma.
— Por cierto ¿se ha fijado si ha vuelto alguien al apartamento
del señor Ortiz?
—Yo no he visto ni oído nada, y no me he movido de casa.
—Gracias, ha sido usted de gran ayuda.
—De nada.
Antes de marcharte te acercas al apartamento del chófer. La
puerta sigue rota, por lo que no te resulta nada difícil entrar y volver
a examinarlo. No ves ningún cambio respecto a tu visita de ayer...
276
Jordi Cabau Tafalla
instante de sorpresa para lanzar una rápida mirada a tu alrededor:
aparte de la mesa y las sillas en que están sentados los dos indi-
viduos el único mobiliario que hay en la habitación es un viejo
archivador metálico sobre el cual descansa un teléfono. Todo ello
iluminado por una débil bombilla que cuelga del techo. Una mam-
para de madera y cristal divide la habitación en dos, creando otra
pieza independiente a la que se accede por una puerta acristalada
situada a tu izquierda.
Te fijas en los dos tipos: uno de ellos es casi un gigante, tiene
la nariz rota (de una antigua pelea probablemente), viste un traje
sin corbata y lleva la cabeza descubierta. El otro hombre parece un
enano al lado del gigante, viste traje con corbata y lleva un sombre-
ro echado hacia atrás; la expresión de su rostro te recuerda vaga-
mente a un roedor.
—¡Eres un estúpido, Kid! Te dije que había oído algo... —dice
Cara de Rata.
—¡No mováis ni un músculo si no queréis sufrir una intoxica-
ción por exceso de plomo! —dices amenazadoramente.
En ese momento, un gemido proveniente del otro lado del mam-
paro te recuerda que estás haciendo allí.
—¡Las manos encima de la mesa! —El cañón de tu arma se
mueve alternativamente de uno a otro mientras avanzas lentamente
hacia la puerta del fondo sin quitarles un ojo de encima.
Cuando llegas a la puerta la abres sin dejar de mirar a los dos
tipos.
—¡Quietos! —vuelves a insistir mientras lanzas una rápida mi-
rada al interior.
En los pocos segundos que has observado la pieza has podido
ver que, en esta, solo hay una mesa de despacho sobre la que des-
cansa una lámpara y un sillón de madera tras él... y, en un rincón,
una figura humana tumbada sobre unas viejas mantas.
Captas un movimiento a tu espalda por el rabillo del ojo, y te gi-
ras rápidamente... para descubrir que Cara de Rata acaba de lanzar
algo contra ti a la velocidad del rayo.
277
El caso White
La pasas, ve al 16.
La fallas, ve al 136.
278
Jordi Cabau Tafalla
Pasa a 184.
279
El caso White
... dirigiéndote a las dos últimas puertas que te quedan por abrir.
Pasa al 329.
280
Jordi Cabau Tafalla
—¿Sí? —comienza diciendo—. Mire, señorita, quisiera reservar
un pasaje de primera clase para el tren con destino a San Luis que
sale esta medianoche. Sí, a nombre de Edward Hanson. Me espero
—Hanson da una profunda calada a su habano—. Bien, gracias...
por cierto ¿podría hacer desde aquí una reserva para el tren que en-
laza San Luis con Nueva Orleáns? ¿Sí? Hágalo. Primera clase. —
Da otra profunda calada al cigarro, poniendo los pies sobre la mesa.
—¿Ya está? ¡Magnífico!... Ya puestos, supongo que ustedes no
podrían gestionarme desde aquí un pasaje desde Nueva Orleáns a
La Habana ¿verdad? —Permanece unos segundos escuchando y
comenta—. Ya... no depende de su compañía... Bien, gracias de
todos modos, preciosa, y buenas noches —se despide colgando el
auricular y echando el cuerpo hacia atrás en el sillón con expresión
satisfecha.
—¡Manos a la obra! —dice para sí mismo. Apaga el puro inaca-
bado, se levanta y abre una de las maletas encima de la mesa. Desde
donde estás puedes ver que está completamente vacía. Se dirige al
armario y la llena con ropa que saca de este. Hecho esto la guarda
en el armario y realiza la misma operación con la otra, pero sin
llenarla completamente. Luego se dirige a la caja fuerte, introduce
una combinación y la abre.
Coge diversos paquetes pequeños, que enseguida reconoces
como los que contienen el dinero del rescate de Kate, los introduce
en la maleta y guarda esta en el armario. Luego se entretiene en se-
leccionar diversos papeles que guarda en la caja fuerte, dejándolos
sobre la mesa del despacho. También ves cómo saca un pasaporte y
una pistola de calibre 22, guardándoselos en el bolsillo interior de
su traje. Una vez ha finalizado la operación de clasificación, cierra
la caja y empieza a romper los documentos que hay sobre la mesa
de su despacho, tirando los trozos dentro de una papelera metálica
que hay junto a la mesa.
Esta operación le lleva algunos minutos y, mientras está entre-
tenido en ella, ambos escucháis cómo se abre la puerta que da al
pasillo de la salita contigua y una voz pregunta:
—¿Jefe? ¿Está ahí?
281
El caso White
Hanson no parece sorprendido, y prosigue su labor destructora.
—Adelante chicos, pasad. Tengo más trabajo para vosotros.
La puerta del despacho se abre tapándote la visión... a la vez que
te oculta completamente. Por suerte para ti pronto descubres que,
si inclinas un poco la cabeza, puedes observar lo que sucede en la
habitación mirando a través del resquicio que hay entre la puerta y
el marco.
Pasa al 96.
Miras a tu izquierda y ves que, detrás de la barra del bar hay una
puerta. Pasas por debajo del mostrador y, mientras te diriges a di-
cha entrada, aprovechas para echar un vistazo. La barra del bar está
hecha de madera pulida con adornos de latón por la parte de fuera.
Frente a ella hay una docena de taburetes de madera y latón forra-
dos de cuero fijados al suelo. La pared sur está cubierta de estantes
donde se hallan las bebidas que pueden pedirse en el local. En una
pequeña repisa bajo estos se hallan dispuestos ordenadamente los
elementos que permiten a los barman atender a los clientes y servir
las bebidas (vasos, copas, cucharillas, hielo, etc.).
Bajo la barra, y fuera de la vista de los clientes, hay algunas ca-
jas que contienen las bebidas más solicitadas, así como lavaderos,
grifos y el resto de elementos que completan el equipamiento de
todo bar. Fijado a la pared hay un teléfono con algunos botones, dos
de ellos están marcados como “Guardarropa” y “Oficina”.
No ves nada más de interés...
282
Jordi Cabau Tafalla
...Para ver como una bola de pelo gris salta de la nada y aterriza
entre tus piernas ronroneando.
—¡Lucas! ¡Vaya susto me has dado! ¿Qué quieres? —dices
mientras le acaricias suavemente en el cuello. Por sus ronroneos
deduces que te está pidiendo comida, por lo que te obligas a levan-
tarte y te diriges a la cocina. Una vez allí pones algo de leche en
un plato y lo dejas en el suelo. Lucas se apresura a lamer el plato y
tú te diriges cansado hasta tu dormitorio, te quitas los zapatos y la
chaqueta y te tumbas con un gruñido de cansancio.
Alargas la mano hasta la mesilla de noche para coger la pequeña
petaca llena de whisky que utilizas cuando te cuesta conciliar el
sueño. Das dos largos sorbos y te concentras en el techo de tu habi-
tación mirando sin ver.
En tu cabeza bullen todos los acontecimientos del día. Cierras
los ojos intentando poner orden en todo lo que has averiguado, con-
vencido de que hay algo que se te ha escapado...
285
El caso White
Pasa al 224.
Ve al 277.
286
Jordi Cabau Tafalla
287
El caso White
vamos arriba que tengo que acabar de desplumarte.
Kid da media vuelta y sube escaleras arriba.
Buf!”, piensas, “¡casi me pillan!”. Esperas unos cuantos minutos
hasta que estás convencido de que no va a volver a bajar. En ese
tiempo has tenido ocasión de meditar acerca de lo que acaba de su-
ceder; el aspecto de Kid coincide con la descripción que te dieron
los vecinos de Ortiz de uno de los dos tipos que registraron el apar-
tamento del chófer de los White. Bugs debe de ser el otro.
“Será mejor que vaya con cuidado, estos tipos pueden ser peli-
grosos”, piensas, y empiezas a moverte en silencio por el almacén...
288
Jordi Cabau Tafalla
Miras el reloj de tu muñeca: las dos y media; dentro de poco más
de dos horas debe de hacerse la entrega del rescate. Dudas entre re-
gresar ahora a la mansión de los White y tener tiempo de sobra para
prepararlo todo o investigar las débiles pistas de la cantante y los
envoltorios de caramelo y arriesgarte a llegar tarde. ¿Qué decides?
289
El caso White
critorio y desaparece tras el biombo.
Oyes como abre el grifo y el agua empieza a correr, instantes
después empieza a silbar mientras distingues los típicos golpecitos
de una maquinilla de afeitar en la porcelana de un lavabo, por lo
que deduces que el individuo que acaba de entrar se está afeitando.
Empiezas a impacientarte cuando oyes cómo el grifo se cierra y
terminan los silbidos...
Pasa al 343.
Pasa al 330.
290
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 232.
291
El caso White
292
Jordi Cabau Tafalla
La mirada de Vince confirma que vas por buen camino, por lo
que prosigues...
—... Pero algo salió mal ¿verdad? Dio la casualidad que esa fue
la misma noche en que el chófer pensaba fugarse con la hija de
White. Seguro que el mejicano ya estaba escondido en el jardín
esperando a que apareciese la chica cuando tú llegaste. Apuesto a
que debió veros hablar a ti y a White a través de las ventanas del
despacho de este... puedo imaginar lo que pasó por la mente de Ri-
cardo al oíros hablar: seguro que debió pensar que era una excelen-
te oportunidad para sacar un dinero extra amenazando a White de
contarlo todo. Por desgracia para él lo descubristeis, ¿de quién fue
la idea de matarlo? De White ¿no? —Lanzas esta última afirmación
con la intención de herir el orgullo de Vince... y da resultado.
—Te equivocas, amigo —responde despectivamente—. White
no vio nada, fui yo al salir de la casa quien vio a ese tipo escondido
entre los arbustos. Hice como que no le veía, pero di la vuelta y lo
sorprendí por la espalda. No me costó mucho hacerle hablar, me lo
contó todo.
Cuando vi la clase de tipo que era supe que solo me iba a traer
problemas, lo estrangulé e intenté esconderlo en esa mierda de pozo
de juguete, pero no servía, entonces se me ocurrió lo de la piscina.
—¿Sabe White lo del chófer? —preguntas.
—No, ¡qué va a saber ese inútil! —responde despectivamen-
te—¡debería haberle cobrado el doble por impedir que el mejicano
se llevase a su hija!
—Inútil... ¿ya sabes que tenía la fábrica asegurada con más de
una compañía? Seguro que se olvidó de decírtelo. Claro, entonces
le habrías pedido más de cinco mil dólares por el trabajito... y enci-
ma te cargas a un tipo gratis; ¿quién es aquí el inútil?
Lanzando una maldición en italiano Vince se agacha repentina-
mente, cogiéndote desprevenido.
294
Jordi Cabau Tafalla
—No especialmente, pero ladran ante la aparición de cualquier
desconocido.
—¿Cómo reaccionan ante los habitantes de la mansión?
—Después de unos días acostumbrándose a cualquier recién lle-
gado, le ignoran. Por cierto, tal vez no tenga importancia...
—¿Sí?
—... Pero el señor me ha mencionado antes que esta noche va
a pasear por el jardín, y que él se encargará de soltar a los perros
cuando termine de estirar las piernas...
—Gracias, James —respondes pensativo—. ¿Podría avisar a la
señora de que estoy aquí y de que quiero hablar con ella? Le agra-
decería que no se lo mencionase al señor.
Consideras que debes tranquilizar a James al ver su expresión
de desconcierto.
—No se preocupe, me gustaría pedirle permiso a la señora para
permanecer esta noche en la casa y velar por la seguridad de Kate.
Sé que el señor White es reacio a mi petición y por ello quiero
hacérsela a ella directamente. Mi intención es ser lo más discreto
posible y que el señor no me vea para no incomodarlo.
—Iré a avisarla... —dice, saliendo de la habitación.
Pasa al 31.
Pasa al 370.
295
El caso White
—¿Qué pasa ahí? ¿Va todo bien? —grita una voz proveniente
de la oficina.
—Di que sí, pero que tienes que ir al servicio —dices, conmina-
do al grandullón a obedecerte con tu arma.
—¡Ya voy! —grita nerviosamente tu rehén—. ¡Pero tengo que
ir a mear!
—¡Vale! —responden desde la oficina.
Señalas hacia la escalera con tu arma, indicándole al gigante que
siga en esa dirección —¡Alto! —dices en voz baja cuando llegáis
a la altura de la oficina—. Deja la lámpara en el suelo y aléjate de
ella.
Rodeándolo sin dejar de apuntarle coges la lámpara y echas un
vistazo a través de la puerta abierta que hay bajo la escalera. Distin-
gues una amplia habitación que, en su día, debió de ser el vestuario
de los trabajadores del almacén: unos colgadores en la pared y unos
destartalados bancos de madera bajo estos lo atestiguan. Al fondo
ves un par de puertas abiertas: un inodoro y una ducha confirman tu
impresión de que el lugar era un vestuario sin ninguna otra salida
que la puerta por la que observas.
—¡Adentro! —y acompañas tus palabras con un gesto amena-
zador de tu arma. El hombretón hace lo que le dices sin rechistar.
Lo cierto es que, a pesar de su aspecto amenazador, parece bastante
consciente del riesgo que supone que le encañonen a uno con un
arma.
Una vez dentro, cierras la puerta tras él, no sin antes haberte lle-
vado un dedo a los labios, conminándole a guardar silencio. Exami-
nas la puerta desde fuera, pero no ves ningún modo de asegurarla.
Recoges un trozo de metal que ves en el suelo y lo apoyas contra la
puerta. “Si intenta abrirla, lo oiré”, piensas.
Miras hacia la parte de arriba de la escalera e inspiras profun-
296
Jordi Cabau Tafalla
damente mientras pones el pie sobre el primer escalón. “Cuidado
Carter”, piensas, “un error ahora podría ser fatal”...
Pasa al 58.
Pasa al 375.
298
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 262.
300
Jordi Cabau Tafalla
¿O desenfundas tu arma y entras en la habitación con el arma
en ristre?
Solo te quedan por explorar las tres puertas que hay en la zona su-
reste de la sala. Te diriges a la primera de ellas, de doble hoja, y la
abres.
Tal y como imaginabas, te encuentras con el vestíbulo de entrada
al club. Frente a ti está la entrada principal y a tu izquierda hay un
mostrador tras del cual ves decenas de perchas numeradas colgadas
de una barra: el guardarropa. Sobre el mostrador hay un teléfono
con diversos botones. No tienes que mirar para saber que dos de
ellos comunicarán con el bar y la oficina. Las paredes del vestíbulo
están tapizadas con terciopelo azul y, en la pared oeste, un neón
ahora apagado proclama el nombre del local.
Echas un vistazo debajo del mostrador para ver un cajón con las
fichas correspondientes a los percheros y nada más. Sales del vestí-
bulo por donde has entrado y giras a la izquierda...
Pasa al 380.
302
Jordi Cabau Tafalla
FIN
Pasa al 356.
Una hora después tú, Thomas y Bárbara White estáis ante la puerta
de la habitación de Kate esperando que salga el doctor Herbert.
Mientras este llegaba has aprovechado para informar al padrastro
de Kate de lo sucedido hasta el momento. La puerta se abre y sale el
doctor Herbert, lo cierto es que tiene el aspecto del típico médico de
familia de las películas: ligeramente calvo, rechoncho y con gafas.
303
El caso White
—Kate estará bien en unas horas —dice, dirigiéndose directa-
mente a Bárbara—. No le he administrado ningún medicamento,
bastante morfina lleva ya en el cuerpo, pero es joven y se recupe-
rará pronto. Ahora lo mejor que puede hacer es descansar. Si su
estado variase no dude en llamarme. Buenas noches.
—Buenas noches, doctor, y muchas gracias —dice Bárbara.
El doctor responde con una inclinación de su cabeza y desciende
las escaleras.
—Ya sé lo que acaba de decir el doctor —comentas—, pero de-
bería hacerle un par de preguntas a Kate...
—¿No puede esperar a mañana? —dice Thomas, visiblemente
molesto.
—Mañana tal vez sea tarde —respondes—. No se preocupe, pa-
raré inmediatamente si veo que incomodo a Kate.
—No sé... el señor Carter nos ha ayudado tanto... —dice Bárbara
dubitativa.
—Pueden estar presentes, si lo desean —esta última afirmación
parece terminar de convencer a la madre de Kate, que da su con-
sentimiento.
Entráis los tres en la habitación, Kate tiene los ojos cerrados,
pero los abre al oír la puerta.
—¿Eres tú, mamá?
—Sí, cariño —responde la señora White.
—Perdóname. No volveré a escaparme.
—No hay nada que perdonar, cariño. Lo importante es que estés
bien —dice mientras le acaricia la frente—. Este es el señor Carter,
quiere hacerte unas preguntas. Él nos ha ayudado a encontrarte.
—¿Es usted policía? —te pregunta Kate con un poco de miedo
en la voz.
—Lo fui hace mucho tiempo... —respondes—. Si no quieres
contestarme, no tienes por qué hacerlo, Kate.
—No puedo dormir. Pregúnteme —dice la joven.
—Bien ¿tú y Ricardo; el chófer, teníais intención de huir juntos,
verdad?
—Sí... —dice en voz baja.
304
Jordi Cabau Tafalla
—¿Qué sucedió la noche en que debías escaparos juntos?
—Habíamos quedado en el jardín a la una, junto al pozo falso.
Estuve esperando hasta las dos y, al ver que no venía, salí de casa
por la puerta principal, paré un taxi y fui a casa de Ricardo, pensan-
do que lo encontraría allí...
—... Pero no estaba —comentas.
—No..., no estaba. Abrí la puerta de su apartamento con una
llave que me había dado y me quedé dormida esperándole.
—... Y te despertó Dakota, la amiga de Ricardo. ¿Qué te dijo?
¿Por qué te fuiste con ella?
Bárbara y Thomas te observan intrigados, ya que no les habías
contado nada de todo esto.
—Me dijo que había ido al apartamento de Ricardo para avisarle
de que unos tipos iban a darle una paliza. Ricardo les debía dinero
y, como no podía pagarles, le iban a romper las piernas. Me asusté
mucho y Dakota me dijo que no podía quedarme allí, me ofreció
quedarme en su apartamento hasta que apareciese Ricardo.
—... Y la seguiste. ¿Sabía ella lo de tu fuga con Ricardo?
—No, y se enfadó mucho con Ricardo cuando se lo dije.
—¿Por qué?
—Me dijo que ella y Ricardo habían sido novios hacía tiempo,
pero que lo habían dejado correr y ella no le deseaba ningún mal.
Cuando le dije que iba a fugarme con Ricardo se puso furiosa con
este, sobre todo cuando le dije que era menor de edad. Dijo que se
merecía que le rompieran las piernas...
“Estoy de acuerdo”, piensas.
—¿Qué pasó luego? —preguntas.
—Dakota se marchó a trabajar y me dejó sola en su apartamento,
diciéndome que no abriera a nadie. Eran las nueve de la noche, más
o menos. Acababa de irse cuando dos tipos, uno muy alto y otro
bajo entraron en el apartamento buscando a Ricardo.
—¿Les abriste tú?
—No. Tenían llave aunque, por lo que dijeron, me pareció en-
tender que Dakota no lo sabía. Al ver que Ricardo no estaba me lle-
varon con ellos. Yo no quería ir, pero me amenazaron con hacerme
305
El caso White
daño, pensaban que yo sí sabía dónde se ocultaba Ricardo.
—¿Dónde te llevaron?
—No lo sé, me taparon la cabeza con un trapo cuando entré en
su auto. Condujeron un rato y luego el auto se detuvo, el grandullón
me sacó en volandas, caminamos un trozo, subimos unas escaleras,
me sentaron en una silla y me quitaron el trapo. Me enfocaron una
lámpara a los ojos y me interrogó acerca de Ricardo.
—¿Quién?
—Otro hombre, parecía el jefe.
—¿Qué sucedió luego?
—Al ver que yo no sabía nada estuvieron a punto de soltarme.
Pero estaba tan asustada que les conté quién era yo y lo de mi fuga
con Ricardo. Entonces se olvidaron de él y decidieron pedir un
rescate por mí... y eso es lo último que recuerdo claramente. Me
sujetaron y me pincharon algo en el brazo, a partir de ahí todo es
confuso.
—Gracias, Kate, eso es todo. Ahora prueba a descansar un poco
—dices mientras sales de la habitación.
Pasa al 192.
306
Jordi Cabau Tafalla
acercas lentamente y echas un vistazo al interior con precaución: no
hay nadie. Te inclinas para mirar debajo de la cama y luego abres
lentamente la puerta del armario que hay en el dormitorio: los dos
únicos lugares que te quedan por mirar donde podría ocultarse una
persona: tampoco hay nadie. Convencido de que estás solo en el
apartamento, y que este no esconde ningún peligro, te dispones a
examinar más detenidamente el apartamento de Ricardo Ortiz...
Pasa al 380.
Pasa al 236.
307
El caso White
sideraba un acento francés, y sin sospechar que acababa de hacer
revolverse en su tumba a Baudelaire—. ¡El mejor barrio residencial
de la ciudad! Ningún delincuente con dos dedos de frente se acer-
ca a la zona: la mitad de los jueces y fiscales de la ciudad viven o
tienen amigos en Evergreen Terrace. Los pocos policías destinados
solo tienen que ocuparse de que ningún indeseable se acerque al
barrio y esperar el pedazo de lote de Navidad más grande que hayas
visto en tu vida.
—¿Y allí nunca pasa nada? —comentaste.
—Las pocas veces que ha pasado algo han enviado a medio
departamento... con la orden de impedir que ningún periodista se
acerque a menos de cien kilómetros de la zona. Aunque a ningún
periodista que no quiera ver destrozada su carrera se le ocurriría
meter sus narices allí, me parece que los propietarios de dos de los
principales periódicos de la ciudad también viven en Evergreen Te-
rrace. Créeme chico —dijo Williams con mirada soñadora—. ¡Es
el paraíso de todo patrullero!
Pasa al 233.
Ve al 388.
308
Jordi Cabau Tafalla
309
El caso White
ocupante estaba a punto de marcharse de viaje, si no lo había hecho
ya: la nevera está vacía, en el armario del dormitorio apenas quedan
un par de prendas de ropa y el lavabo carece de útiles de aseo, aun-
que hay rastros de que los ha habido recientemente.
Sin embargo la cama del dormitorio parece haber sido utilizada
no hace mucho y, al acercarte a ella, hueles un leve aroma que te es
familiar: la habitación de Katherine olía igual.
“Parece que Katherine no hace mucho que ha pasado por aquí
¿Habrá sido ella quien ha registrado el apartamento? ¿Dónde puede
estar ahora?”
Sales del apartamento y te detienes en el rellano de la escalera,
pensando en cuál puede ser tu siguiente paso.
Ir haciendo preguntas en un barrio de estas características no
suele dar muy buenos resultados, pero no te quedan muchas más
opciones si quieres averiguar algo acerca del paradero de Katheri-
ne. Aprietas la mandíbula, te arreglas el nudo de la corbata, adoptas
un aire de autoridad y llamas enérgicamente a la puerta del aparta-
mento contiguo al de Ricardo...
Pasa al 385.
FIN
310
Jordi Cabau Tafalla
Pasa al 19.
FIN
311
El caso White
Ve al 364.
312
Jordi Cabau Tafalla
de detective antes de volver a guardarla rápidamente en el bolsillo
interior de la chaqueta. La actitud amedrentada del hombre indica
que tu treta ha tenido éxito: tu “víctima” no ha sabido distinguir
tu licencia de detective privado de la placa de un detective de la
policía, a ello han contribuido también tus palabras de presentación
de las que, sabes por experiencia, solo habrá retenido la expresión
“policía de Los Ángeles”. De hecho, no le has mentido, una de las
labores de un detective privado es colaborar con la policía aunque,
si te ha confundido con uno, mejor para ti.
Adoptas una actitud profesional y rutinaria y bombardeas al tipo
a preguntas antes de que tenga tiempo de pensárselo mejor.
—¿Cómo se llama?
—Krastowski, Hershel Krastowski.
—¿Hace mucho que vive aquí, señor Krastowski?
—Unos siete años.
—¿Conoce a su vecino del apartamento de al lado? ¿El señor
Ricardo Ortiz?
—¿El mejicano? No, no mucho.
—¿Cuándo fue la última vez que le vio?
—Ayer por la mañana.
En ese momento, una voz femenina proveniente del interior del
apartamento pregunta algo en un idioma desconocido. El señor
Krastowski contesta secamente en el mismo idioma y la voz feme-
nina calla repentinamente...
—¿Con quién está hablando?
—Con mi mujer.
Tienes una repentina intuición.
—¿Puede decirle que salga un momento?
Visiblemente molesto, Krastowski hace un gesto hacia el inte-
rior de la casa y abre un poco más la puerta. Ante ti aparece una
mujer de mediana edad con un pañuelo en la cabeza y un bebé
dormido en brazos.
—¿Tal vez usted sepa algo que su marido no sepa, señora?
Con una mirada de superioridad hacia su marido, la señora Kras-
towski se planta en el quicio de la puerta y, con un marcado acento,
responde.
313
El caso White
—Esse mexicano no ess buena perssona, sse lo digo yo. Hom-
brre malo, sí señor.
—¿A qué se refiere?
En un idioma incomprensible y visiblemente molesto el señor
Krastowski hace un comentario seco a su mujer, pero esta le ignora
y sigue hablando.
—Él parrecerr simpático, perro serr hombrre malo. Trraerr mu-
jerres a casa. Mujerres malas. Ellos beberr y diverrtirrse hasta muy
tarrde. Ponerr músik fuerrte. Bebé llorrarr y él no imporrtarr. Él
también tenerr deudas. Deudas juego.
El señor Krastowski, mirando hacia el cielo y haciendo un gesto
de impotencia, se metió dentro de la casa dejando todo el protago-
nismo a su mujer.
—¿Cómo sabe eso?
—A veces venirr amigotes y jugarr pókerr. Él ganarr muchas
veces, perro perrderr más. Parrtidas hasta tarrde y hablarr fuerrte.
Bebé llorrarr y él no imporrtarr. A veces venirr hombrres parra co-
brrarr y gritarr mucho
“Esta mujer es una mina” piensas.
—¿Ha visto hoy al señor Ortiz? —preguntas.
—Niet. No.
—¿Ha venido alguien preguntando por él? La mujer frunce el
ceño.
—Niet. Perro hace unas dos horras un fuerrte rruido ha despe-
rrtado a mi pequeño. He oído que había alguien moviéndose por
la casa y he mirrado porr entrre la puerrta. Al cabo de un rrato han
salido dos hombrres de la casa.
—¿Dos hombres? ¿Cómo eran?
—Uno erra muy alto y fuerrte, un gigante. El otrro erra bajito y
delgado con carra de rrata.
—¿No ha visto ningún otro movimiento en la casa?
—Niet.
—¿Está segura?
—Bueno... a prrimerra horra me ha parrecido que se movía al-
guien por la casa. Perro como apenas hacía rruido no le he dado
imporrtancia.
314
Jordi Cabau Tafalla
—Gracias, señora, me ha sido usted de gran ayuda.
—¿Volverrá el señorr mejicano? —preguntó preocupada la mu-
jer.
—Creo que es poco probable...
—¡Alabada sea la virgen de Kazán! —respondió aliviada la mu-
jer, cerrando la puerta. Instantes después oyes cómo se inicia una
rápida sucesión de acusaciones mutuas en un idioma incomprensi-
ble, por lo que decides alejarte de allí y probar suerte en otra puer-
ta...
Pasa al 3.
“¡No hay manera!” piensas. Tras casi media hora intentando abrir
la maldita cerradura decides que la tarea está más allá de tus posi-
bilidades.
Permaneces pensativo unos instantes. ¿Te olvidas del almacén
y decides echar un vistazo al “night club”, si no lo has hecho ya?
¿O tal vez prefieras regresar a la mansión de los White? También
podrías intentar trepar a uno de los ventanales.
Ve al 28.
316
Jordi Cabau Tafalla
“Quedan unos cuantos cabos sueltos por atar”, piensas, “pero ¡el
cliente siempre tiene la razón!”.
Subes a tu auto, lo pones en marcha y te alejas en la oscuridad
de la noche.
FIN
317
El caso White
el rostro contraído en una fea mueca. Es todo lo que puedes ver
antes de tener que soltar tu presa debido al peso, eso sí, antes de
soltarlo observas una profunda marca roja alrededor de su cuello.
¿Has visitado el párrafo 290? Si es así, ve inmediatamente
al párrafo 300, en caso contrario ignora esta nota.
Por lo poco que has podido ver dirías que el muerto probable-
mente haya sido estrangulado con alguna cuerda y que no lleva
mucho tiempo bajo el agua. Dejas caer la pértiga a un lado de la pis-
cina y te sientas en una de las sillas de jardín. El cadáver ha vuelto
a hundirse y la turbia agua de la piscina permanece igual que estaba
cuando llegaste, como si nada hubiese sucedido.
“Pero sí ha sucedido algo” piensas mientras enciendes un ciga-
rrillo y meditas en la decisión que has de tomar.
“¡Un asesinato!” piensas. “¡Mierda!”. Tus planes de encontrar
fácilmente a la pobre niña rica, cobrar una pasta y hacerte una clien-
tela entre la gente de Evergreen Terrace se han desvanecido. “¡De-
monios! ¿Qué hago?” El humo del cigarrillo asciende lentamente
hacia el cielo mientras tu cerebro no deja de pensar.
“Si llamo ahora a la policía me apartarán del caso y no cobraré
nada, aunque conservaré mi licencia. Es una solución” piensas.
“Por otro lado, si no digo nada y prosigo mi investigación sin
decir que hay un cadáver en la piscina de los White, pueden caerme
hasta quince años por obstrucción a la justicia”.
“Pero; ¿y la chica?” piensas, “tal vez esté en apuros y si intervie-
ne la policía podría salir lastimada. Pero si lo intento a mi manera y
algo sale mal puede ser el fin de mi carrera”.
¿Qué decides?
Sales de tu escondite, sin hacer gestos bruscos y con las manos bien
visibles, y empiezas a hablarles con tono conciliador.
—Escuchen, amigos, déjenme que les explique...
No puedes acabar la frase: el más alto de los dos te lanza un
puñetazo directamente a la mandíbula con la fuerza de un martillo
pilón, dejándote inconsciente antes de que toques el suelo.
Has fracasado en tu misión.
FIN
319
El caso White
—No. Por cierto, subo la apuesta al doble.
Ambos hombres prosiguen su partida cómo si nada hubiese su-
cedido. Esperas unos instantes y decides entrar en acción: apoyas tu
mano en el pomo de la puerta mientras sostienes tu arma en la otra,
inspiras profundamente y, abriendo la puerta de golpe...
FIN
320
Jordi Cabau Tafalla
Haz una tirada por la habilidad de Agilidad.
321
El caso White
su desaparición ha pasado a ser asunto de la máxima prioridad para
el Departamento...
El ayudante del fiscal y la señora White se alejan en dirección al
jardín. Banks los mira cómo se alejan y te ofrece un cigarrillo.
—No podías hacer otra cosa —dice—. Tendrás que enterarte de
cómo acaba todo por los periódicos, y dudo de que den toda la ver-
sión. Me sabe mal que esto acabe así...
—A mí también —dices mientras enciendes el cigarrillo—. A
mí también...
FIN
Sales de tu escondite, sin hacer gestos bruscos y con las manos bien
visibles, y empiezas a hablarle con tono conciliador.
—Escuche amigo, déjeme que le explique...
No puedes acabar la frase: Kid te lanza un puñetazo directa-
mente a la mandíbula con la fuerza de un martillo pilón, dejándote
inconsciente antes de que toques el suelo.
Has fracasado en tu misión.
FIN
322
Jordi Cabau Tafalla
enseña la placa—. ¿Qué ha pasado aquí?
Inspiras profundamente y empiezas a contarle todo desde el
principio...
Cuando has terminado de hablar, Smith hace un gesto con la
cabeza y los tres agentes entran en la casa.
—Un feo asunto Carter… —dice, mientras te ofrece un ciga-
rrillo—. Tendrá que enterarse de cómo acaba todo por los perió-
dicos... y probablemente no den toda la versión. Lo lamento, pero
aquí termina su trabajo...
—Lo sé —dices mientras enciendes el cigarrillo— yo también
lo lamento...
FIN
FIN
323
El caso White
Vince resulta ser demasiado bueno para ti, y todo sucede demasiado
rápidamente como para que alguien acuda en tu ayuda a tiempo.
Has perdido mucha sangre y empiezas a sentir que tus fuerzas
flaquean; sabes que, si pierdes el conocimiento, Vince se saldrá con
la suya. Pero no puedes hacer nada. Tu mundo se oscurece...
Has fracasado en tu misión.
FIN
324
Jordi Cabau Tafalla
—Hay un hombre herido en el bosque, él la necesita más que yo.
—No puedes dejar de advertir la expresión de inquietud de Thomas
White, pero haces como si no la hubieras visto—. Será mejor que
entremos en la casa.
Una vez en el salón te dejas caer en un sofá lanzando un profun-
do suspiro.
—¿Podría alguien servirme una copa?
Bárbara White te alcanza un vaso mientras James entra en la
habitación para informaros que ya ha avisado a la ambulancia. No
ves a Thomas White por ningún sitio.
—¿Dónde está el señor, James? —preguntas.
—Ha ido a vestirse para recibir a la policía. Llamamos en cuanto
empezamos a oír los disparos.
—Oh... —tienes la sospecha de que cuando lleguen las autorida-
des, Thomas White estará muy lejos de allí, pero así es mejor.
—¿Puede decirme qué ha pasado Carter? ¿Quién es ese hombre
que hay en el jardín? ¿Qué demonios está pasando?
—Será mejor que se siente Bárbara... No sé por dónde empezar
—¿Qué le parece si empieza desde el principio? —Y empiezas a
contarle todo lo que sabes.
FIN
325
PLANOS DE LOS EDIFICIOS QUE
DAVID CARTER VISITA:
Plano del Blue Iguana
Plano del local de billares
Plano del apartamento del chofer
La mansión de los White
Mansión de los White – planta baja
A. J. Hernández Molina
Abraham Madrid Rodríguez
Adrián Gastón Rodríguez Huerta
Alejandro Beacco
Alfonso Cabello Flores
Alicia Marchante Salmerón
Ana Pardo Miqueleiz i Joan Cama Molano
Andrés Ramos
Antonio Escuder
ApagaTuTele
Arkaitz Calzada Etxaniz (Catumarus)
Arturo Jiménez
Carlos Cáceres
Carlos Rasgado
Carmen Navarro
CrisGM+OjkPA
Cristina López Jiménez
Daniel Espinosa Alcántara
Daniel Julivert
David Alonso
Diego Marañón Falcón
El señor Atanvarno
Enric Grau
Enrique Tierraseca Piera
Francisco Javier Ginés Pérez
Gabi García
Gontzal Cáceres
Gonzalo – Webposible
GORAMI
Héctor G. de Sal
Ibán López
Ignacio “Kamui” González
Israel Bejar Suarez
Iván A. Martín Santiago
Iván Gimeno San Pedro
Iván López Berrio
Iván Marchante Gracia
Jerome
Jesús Cuartero
José Aguila
Jordi Arbós Marchante
Jorge Marchante Salmerón
Jose Antonio Pedraza
José luis marchante Salmeron
José Manuel Ordás Miguélez
Jose Manuel Ventosinos Mayor
Jose Miguel Martínez
José Miguel Orgaz
Jose Molina
JR Despuig
Juegosdemesayrol
Kaplea
Koketron2000
Koldo Almeida Pequeño
Laura Arbós
Luis F. Campos
Luis López “TheRealRoek” Ortiz
Manel Mairal Marchante
Manthix
Manucrack
Manuel Mendaña Soage
Marco A. Pérez
Merche Marchante Salmerón
Miguel Basilio
Mimi Ruiz
Natalia Adsuar García
Nerea Palomares Mora
Obijuan
Olivia Cabau Marchante
Olivia Salmerón Velázquez
Oriol Comas i Coma
Óscar Fenosa
Ozymanx
Polla con alas
Putxela
Raúl Grech Fernández
Ricardo A. Gallego Muñoz
Roberto Jiménez Muncharaz
Rosa Tafalla Rigol
Rubén de Cádiz
Salvador Garrido
Santi Ferrer i Roca y Maria José Roma Salmerón
Santi Otero Vazquez
Sara Samper
Joaquin Sabaté
Sergio F. Andreu Gracia
SrMetálico
Vanessa Arribas Velázquez
Wito
Xampeta G
Xavier “Xas”Alarcón
Xènia Álvarez Urbanejo
Yolanda Rivodigo
Tiendas: