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“Mujer, violencia y paz: una visión ética desde la perspectiva de género”

Olga Consuelo Vélez Caro1


Resumen

En el contexto del conflicto colombiano, está ponencia pretende ofrecer una visión ética desde la
perspectiva de género a la realidad de la mujer en el seno del conflicto armado colombiano. En un
momento de urgente búsqueda de la verdad, la justicia y la reparación, la situación de las mujeres no es un
apéndice del problema, ni un tema menor, sino una realidad que denuncia el patriarcalismo reinante en la
sociedad y la necesidad de incluir una visión de género para evitar que sigan los atropellos invisibilizados
contra las mujeres. El trabajo de verdad, justicia y reparación para la realidad de las mujeres supone una
transformación de las mentalidades androcéntricas y un compromiso con la construcción de sociedades e
iglesias igualitarias y con visión de género.

Introducción

Agradezco esta oportunidad de hablar de la realidad que vivimos en Colombia, tejida de mucho sufrimiento
pero también de esperanza y fe en un futuro mejor. Me refiero al conflicto armado de más de cinco décadas
pero visto especialmente desde el ángulo de las mujeres y como una realidad ética que va más allá de la
misma superación del conflicto y que implica una revisión profunda de la mentalidad androcéntrica que
conforma esta sociedad y de la urgencia de una transformación para que un deseable tratado de paz tenga
verdaderos efectos.

Me referiré brevemente al conflicto colombiano, deteniéndome, desde la perspectiva de género, en la


realidad de la mujer, describiendo las múltiples violencias que las afectan, especialmente, la violencia
sexual. En segundo lugar mostraré la vinculación entre la ética, el feminismo y la perspectiva de género si se
quiere responder adecuadamente a esta realidad. Finalmente, a modo de conclusión, señalaremos algunos
aspectos que pueden ayudar a renovar el compromiso ético frente a este momento histórico que vivimos.

1. CONFLICTO ARMADO Y MUJER

1.1 Un conflicto de más de cinco décadas

Colombia es un país azotado por un conflicto interno que lleva más de cinco décadas. Los orígenes del
conflicto armado se remontan a la década de los cincuenta. Esa época se conoce como el tiempo de “La
Violencia” porque el enfrentamiento entre liberales y conservadores 2 constituyó prácticamente una guerra
civil. El Frente Nacional3 superó ese conflicto pero dejo remanentes de guerrilla social en el campo. Así en
1966 se consolidan las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y otros grupos guerrilleros -de
inspiración más urbana- como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación
(EPL). En la década de los setenta y ochenta se constituyen las Autodefensas Unidas de Colombia cuyos
antecedentes se remontan a la estrategia contrainsurgente del ejército.

1
Teóloga, Pontificia Universidad Javeriana, Doctora en Teología, Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro, Brasil. Profesora
Titular e investigadora, coordinadora del grupo Teología y Mundo contemporáneo de la Facultad de Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: ocvelez@javeriana.edu.co
2
Liberal y Conservador son los dos partidos políticos colombianos que más presencia han tenido en Colombia. Actualmente ya
existe una pluralidad de partidos y estos han perdido la relevancia que tuvieron en el pasado.
3
El Frente nacional fue una coalición política y electoral entre liberales y conservadores, vigente en Colombia de 1958 a 1974.
1
Frente a este panorama, la búsqueda de la paz ha sido una de las tareas pendientes a lo largo de estos años
y se han iniciado algunos procesos, sin éxito, para conseguirla. El más conocido fue el que se emprendió con
la guerrilla de la FARC en la presidencia de Andrés Pastrana (1998-2002), proceso que interrumpió el
gobierno debido a los engaños sistemáticos de la FARC y a su falta de voluntad real para llevar adelante
dicha negociación. En la presidencia de Álvaro Uribe se logró un acuerdo con los grupos paramilitares, bajo
la denominada ley de “Justicia y Paz” (2005), a la que se acogieron varios grupos de autodefensas.
Actualmente se está llevando a cabo un proceso de negociación con las FARC (el inicio formal tuvo lugar el
18 de octubre de 2012).

En este contexto, las víctimas han sido muchas. Según una reciente publicación de la oficina del Alto
comisionado para la paz sobre el “Acuerdo sobre las víctimas del conflicto” 4 se estima que el conflicto
armado ha dejado 7.9 millones de víctimas5, más o menos sufriendo las siguientes realidades: 6.7 millones
víctimas del desplazamiento, 220.000 víctimas de homicidios, 13.000 víctimas de violencia sexual, 74.000
víctimas de ataques a poblaciones, 11.000 víctimas de minas antipersonal, 7.000 víctimas de reclutamiento
forzado, 45.000 víctimas de desapariciones forzadas, 10.000 víctimas de tortura, 2.500 víctimas de
ejecuciones extrajudiciales, 30.000 víctimas de secuestros, 9.000 víctimas de despojo o abandono forzado
de tierras y 2.000 víctimas de masacres.

En estas alarmantes cifras, las que corresponden a las mujeres afectadas por la guerra, pueden llegar al
50%, pero estos datos no han sido divulgados porque como en todos los demás aspectos, las mujeres han
estado invisibilizadas y no se destacan las consecuencias particulares que muchas situaciones traen sobre
ellas. Nuestro propósito en los siguientes apartados es reflexionar sobre el impacto de ese conflicto sobre
las mujeres y los principales desafíos éticos que afrontan.

1.2 Mujer, género y violencia

Esta situación de violencia que vive Colombia hace que este sea un tema recurrente y de mucha actualidad.
Además, en los últimos años ha aumentado la importancia de tener en cuenta la perspectiva de género a la
hora de hablar de la violencia porque esto permite visibilizar la violencia que particularmente sufren las
mujeres6.

La perspectiva de género permite analizar y comprender las características que definen a las mujeres y a los
varones de manera específica, así como sus semejanzas y diferencias. Analiza las posibilidades vitales de
unos y otras, el sentido de sus vidas, sus expectativas y oportunidades, las complejas y diversas relaciones
sociales que se dan entre ambos géneros, así como los conflictos institucionales y cotidianos que deben
enfrentar y las maneras como lo hacen.

La perspectiva de género denuncia, en primer lugar, la violencia que sufren las mujeres en el ámbito
doméstico-familiar. Los roles asignados a las mujeres en el hogar (tienen que responder por la casa, los
hijos, la economía doméstica, trabajar todo el día y cuando llega su marido estar dispuesta a atenderle, en

4
Proceso de paz. Acuerdo sobre las víctimas del conflicto. Una publicación de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz. 2016.
5
Registro único de Víctimas (RUV) Fuente: Red Nacional de Información del 01 abril de 2016.
6
Aunque la perspectiva de género se refiere a los dos sexos y, en realidad, a todas las identidades sexuales) en sus inicios y aún hoy
todavía –es el caso de este artículo- se privilegia el aspecto de las mujeres porque en esa división genérica a ellas les ha
correspondido un lugar secundario, subordinado, invisibilizado, con respecto a los varones. No se desconoce, de todas maneras, que
otros tipos de problemas afectan a los varones y a las otras identidades sexuales, que ameritan también reflexión y compromiso.
2
todo sentido, incluido el sexual) han hecho que las mujeres sean destinatarias de la violencia masculina 7.
Por su parte, los varones, tienen que responder también al rol asignado a su género (jefe del hogar quien
debe ordenar, vigilar, sustentar económicamente el hogar y decir la última palabra).

La violencia8 la podemos definir de manera genérica como un acto intencional contra un individuo o grupo,
empleando la fuerza, para obtener algo no consentido. En Colombia ese término tiene varias acepciones: (1)
cuando se habla de violencia se hace referencia, como ya lo dijimos, a las décadas de los cincuenta y
sesenta; (2) se le personifica como una fuerza anónima que nos asalta9 y, finalmente, (3) como una cultura -
cultura de la violencia-10. En todos estos casos, hace referencia a un acto de destrucción que unos actores
realizan contra otros, es decir, a una relación de poder.

Vale la pena detenernos en los dos términos mencionados antes: acto de destrucción y relación de poder.
En el primer caso, la destrucción que produce la violencia no es solo de bienes materiales. Es sobre todo de
personas, dignidades, pueblos, raíces culturales, relaciones sociales. En el segundo caso, relación de poder,
implica la imposición de unos sujetos sobre otros. En ambos casos es importante anotar que la perspectiva
de género nos permite señalar que no toda destrucción y relación de poder afecta de igual manera a los
implicados. Se da una doble opresión por razones de sexo, color, orientación sexual, entre otras
especificidades.

No queremos negar que la violencia afecta, en gran parte, a los varones que mueren en los enfrentamientos
bélicos11. Pero queremos destacar, como ya lo dijimos, el hecho de que las mujeres son también víctimas de
la violencia armada y de sus secuelas.

Podemos resumir, siguiendo el Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas 12 en cuatro las
violencias que sufren las mujeres en los contextos de conflicto armado:
(1) La mujer es blanco directo de las acciones violentas
(2) La mujer como víctima incidental de formas de agresión sexual previas o simultáneas a tales
acciones
(3) La mujer como miembro (en tanto madre, compañera, hija, hermana, amiga) de una red de
relaciones familiares y afectivas que resulta desmembrada por esos actos
(4) La mujer como objeto de actos de violencia sexual o de menoscabo de su libertad (acceso carnal
violento, acoso sexual, prohibición de relaciones afectivas o sexuales o del embarazo, aborto
impuesto) dentro de los propios grupos armados

Actualmente, el desplazamiento sistemático que viene sufriendo la población colombiana desde los
ochenta, “lo viven sobre todo mujeres de zonas rurales quienes por sus condiciones de vida han tenido poca
experiencia en contextos urbanos y menos aún en espacios públicos para buscar el respeto de sus derechos.

7
Sobre este tema se han realizado numerosos estudios. Cf. entre otros: Uribe, María, Sánchez, Olga “Violencia intrafamiliar: una
mirada desde lo cotidiano, lo político y lo social”; Profamilia, La violencia y los Derechos Humanos de la Mujer; Segura, Nora,
“Violencia doméstica: problema de la comunidad y del Estado”.
8
Sobre el tema de la violencia Cf. Yves, Michaud, La Violence.
9
Al hacer memoria de los años 50 y 60 y de los desplazamientos actuales es común escuchar que las personas relatan su situación
diciendo que la violencia mató a mi familia o la violencia nos hizo salir del pueblo.
10
Esta expresión aunque bastante empleada en Colombia, es ambigua. Tal vez debería hablarse de la contracultura de la violencia,
porque resulta irónico hablar de cultura al referirse a actitudes que deshumanizan y destruyen al ser humano.
11
En el Siglo XIX predominaban las confrontaciones entre ejércitos de hombres. Es en el Siglo XX que la violencia cambia de
escenario, empieza a darse dentro de la población civil, lugar donde las mujeres y los niños comienzan a sentirse directamente
afectados. Cf. Jaramillo, Carlos Eduardo, Los Guerrilleros del Novecientos, 60-74.
12
Informe Nacional de Desarrollo Humano, El Conflicto, callejón con salida, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,
2003, p. 132.
3
Ellas deben asumir el rol de proveedoras porque están solas a cargo de sus hijos, o porque a los hombres no
les resulta fácil emplearse en la ciudad. Sin embargo, este aspecto lejos de ser un factor de
empoderamiento se convierte en uno de mayor inequidad, pues se les ofrecen empleos en condiciones
precarias y mal remunerados, además de que continúan teniendo la carga de las labores de cuidado de la
familia. Además, sufren el estigma del desplazamiento en el ámbito social, pues suelen ser rechazadas por
razones étnicas y sexuales”13.

1.3 Mujer y violencia sexual

Entre las múltiples violencias que sufren las mujeres, queremos detenernos en la que se refiere a la
violencia sexual. Una rápida mirada sobre la historia de la violencia en Colombia nos permite mostrar esta
realidad. En la violencia de los años cincuenta y sesenta, las masacres de familias enteras no significaban
solamente la supremacía de un partido sobre el otro. Pretendían, además de torturar a los hombres del
partido contrario, atacarlos en la misma fuente de su vida y de su constitución de identidad social -sus
mujeres: “A las mujeres se les violaba, por torturar a sus padres o esposos, a las mujeres se les mataba por
ser generadoras de vida”14.

Naciones Unidas al tratar sobre la violencia contra la mujer, con inclusión de sus causas y consecuencias,
precisó en su informe de 1998 lo siguiente: “Quizás más que el honor de la víctima, el blanco de la violencia
sexual contra las mujeres es lo que se percibe como el honor del enemigo. La agresión sexual a menudo se
considera y practica como medio para humillar al adversario. La violencia sexual contra la mujer tiene por
objeto enrostrar la victoria a los hombres del otro bando, que no han sabido proteger a sus mujeres. Es un
mensaje de castración y mutilación al mismo tiempo. Es una batalla entre hombres que se libra en los
cuerpos de las mujeres”15.

En los episodios violentos posteriores, década de los ochenta, noventa y hasta hoy, la situación no ha
cambiado. Ellas siguen siendo las víctimas reales y simbólicas del enfrentamiento de los grupos armados:
guerrilla y ejército, paramilitares y guerrilla o grupos armados entre sí. Las mujeres son parte de la
población civil afectada pero ellas tienen ese plus agregado de significar posesión sobre el otro grupo
hiriendo el honor y la dignidad humana de ellas mismas y del grupo al que pertenecen.

Se puede afirmar que la violencia sexual la ejercen todos los grupos armados contra las mujeres de los
grupos contrarios. La violación, el rapto, la explotación y la negación de todos los derechos sexuales, es la
consigna implícita en la sociedad machista y patriarcal en la que se vive el conflicto colombiano 16. La
violación y otros delitos sexuales, como la mutilación genital, son también prácticas frecuentes de los
grupos armados inmersos en esta guerra. Forman parte de las tácticas de terror que emplean contra las
comunidades situadas en las zonas de conflicto. Al realizar estas prácticas con las mujeres de la población
civil, los grupos armados buscan romper los vínculos reales (o supuestos) entre ellas y las fuerzas armadas
del grupo contrario, produciendo el desplazamiento o la reducción real y psicológica frente al grupo

13
Britto Ruíz, Diana, El desplazamiento forzado tiene rostro de mujer, 66.
14
Uribe, María Victoria, “Matar, rematar, contramatar: Las masacres de la violencia en el Tolima 1948-1964”, 159-160.
15
Citado en Amnistía Internacional, Colombia – Cuerpos marcados, crímenes silenciados. Violencia sexual contra las mujeres en el
marco del conflicto armado (Resumen), 2004, disponible en Biblioteca virtual de Amnistía Internacional,
http://www.amnesty.org/es/library/asset/AMR23/040/2004/es/dom-AMR230402004es.pdf; Internet (acceso 13 de enero de 2009),
pp. 2-3
16
Nos referimos al conflicto colombiano pero esta situación puede aplicarse a todos los conflictos de guerra de otros lugares ya que
la violencia contra las mujeres es una realidad común en las sociedades patriarcales que, desafortunadamente, constituyen nuestro
mundo. Cf. Amnistía Internacional, Devastadas por la guerra: Cuerpo de mujeres, vida de mujeres. No más crímenes contra las
mujeres durante los conflictos armados, 2004, disponible en Biblioteca virtual de Amnistía Internacional,.
http://www.amnesty.org/es/library/asset/ACT77/072/2004/es/dom-ACT770722004es.pdf , Internet (acceso 13 de enero de 2009).
4
atacante. De esta manera los cuerpos de las mujeres se convierten en campo de batalla y en botín de
guerra.

Todos los grupos armados –incluidas las fuerzas del Estado- pueden considerarse verdugos de muchas
mujeres colombianas. Así lo constatan estos testimonios recogidos por Amnistía Internacional:
“Hace dos años saliendo de Neiva (departamento de Huila) el ejército nos bajó (del autobús). Al muchacho
que estaba conmigo lo mataron. A mí me violaron entre ocho y nueve soldados. Me dejaron en el camino,
hasta que cogí un carro. Cuando llegué a Dabeiba (departamento de Antioquia) estaban los paramilitares.
Dijeron que yo era de la guerrilla. El comandante de los paramilitares me violó. [...] A una le toca quedarse
callada… Si hablas la gente dice que una se lo buscó… Me vine para Medellín [...]. Cuando entra el ejército
me vuelven los pensamientos que me va a pasar lo mismo. Como una pesadilla que no acaba […]”17.

Además de las violaciones que sufren tantas mujeres colombianas ellas padecen el estereotipo de género
que considera a las mujeres objetos de consumo sexual para satisfacer las demandas sexuales de los
varones. Es por esto que muchas veces son secuestradas para que presten “servicios” a los combatientes de
esos grupos: “[…] una noche un comandante decidió que ella debía servirle de amante a seis de sus
hombres más cercanos para celebrar el éxito de una operación de inteligencia en las montañas del Cauca. El
guerrillero, entonces le explicó que sus favores sexuales servirían para motivar al personal, que las mujeres
eran como armas de debían utilizarse de la mejor forma posible y que tenía que acostumbrarse a este tipo
de sacrificios. Ella no ha podido olvidar sus palabras. Tampoco esas horas en que se sintió como “la piñata
de una fiesta de terror”18.

También a las mujeres se les obliga a tomar anticonceptivos para evitar cualquier embarazo y, en caso de
que esto no de resultado, son castigadas violentamente, obligadas a abortar y si el embarazo va muy
adelantado, entregar el hijo al poco tiempo de nacido.

Esta violencia sexual contra las mujeres aunque, no es desconocida, no es tampoco un tema que se aborde
fácilmente. No es de extrañar porque esas realidades han sido consideradas, parte del ámbito privado del
que poco o nada se habla. Además esa realidad, avergüenza y marca la vida de las mujeres que la sufren y
no la de los agresores. Esto es fruto de la sociedad patriarcal que permite y excusa los abusos a la sexualidad
masculina pero castiga y reprueba casi todos los comportamientos de la sexualidad femenina.

Por eso la violación marca la vida de la que la sufre. Es estigmatizada y aislada en su propia comunidad. Si es
una mujer casada, comenzará a ser despreciada por su marido y si es una mujer soltera, tendrá un pasado
que le hará más difícil conseguir una futura pareja. En casi ninguna situación, esa realidad despierta
sentimientos de misericordia y solidaridad con la víctima sino que la condiciona definitivamente frente a su
vida presente y futura. De alguna manera las mujeres que han sufrido esa violencia se convierten en las
víctimas invisibles de un conflicto armado que no sólo destruye campos y pueblos sino cuerpos femeninos.
“Las sobrevivientes son rechazadas, ‘mire, mire la violaron’. Las mujeres que son violadas durante una
masacre (pero sobreviven), igual son estigmatizadas. Así expresan esa realidad: “Aquí muchas mujeres son
violadas pero eso no sale a flote. No quieren quedar marcadas por el resto de sus vidas”19.

El mayor problema que se percibe en esta realidad es que impera la ley de la impunidad. No hay verdaderas
estrategias para denunciar esta violencia sexual y castigarla ejemplarmente. Por el contrario, organizaciones
dedicadas a denunciar ese tipo de terror constatan, en muchos casos, que la mayoría de delitos de esta
17
Amnistía Internacional, Devastadas por la guerra, 3
18
Pinzón Paz, Diana Carolina, “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus
manifestaciones”, 381.
19
Amnistía Internacional, Devastadas por la guerra, 36
5
índole son calificados por las fuerzas del Estado como crímenes pasionales limitados al ámbito privado. Así
lo registran algunas ONGs dedicadas a estas denuncias: “Los informes de la Policía frecuentemente reportan
que las mujeres muertas en Medellín lo son por asuntos privados” 20.

En Colombia, el estigma de la violencia sexual impide a muchas mujeres denunciar los abusos. Se condena al
ostracismo a las supervivientes simplemente por el tipo de violencia ejercida en su contra. Sobrevivir a la
violencia sexual se considera vergonzoso o deshonroso. Esto convierte a la violencia sexual en un crimen
particularmente perverso. Cuando una mujer sobrevive a una violación a veces se la acusa de no haberse
resistido lo suficiente o incluso de haberla propiciado. Mujeres y niñas en diversos testimonios a los que ha
accedido Amnistía Internacional expresaron sentimientos de culpa por haber sobrevivido.

En algunos casos de violencia sexual contra miembros de una comunidad en el contexto del ataque de un
grupo armado, la propia comunidad ha decidido no sacar a luz los hechos por temor a arrojar vergüenza
sobre ella.

Las supervivientes también guardan silencio por temor a que su familia las rechace, en ocasiones con
violencia. Algunas supervivientes de abusos sexuales sienten que no han estado a la altura de las
expectativas familiares, mientras que sobre otras se cierne la posibilidad de ser abandonadas o agredidas
por sus parejas.

1.4 Algunos datos sobre violencia sexual en Colombia y tipos de dicha violencia

En Colombia la violencia sexual se ha visibilizado más a raíz de las denuncias de organizaciones no


gubernamentales que han hecho seguimiento a las versiones libres de los desmovilizados de las AUC y se ha
descubierto que los tipos de violencia sexual más recurrentes son las relaciones sexuales sin
consentimiento, el hostigamiento sexual, los abortos inducidos sin consentimiento, la mutilación de órganos
sexuales y la trata de personas con fines de explotación sexual. Esta violencia se ha ejercido contra las
mujeres a tal punto que la Corte Constitucional reconoció en el auto 092 de 2008 el carácter generalizado
de la violencia sexual ejercida contra las mujeres en el conflicto armado colombiano: “[---] La Corte hace
hincapié en el riesgo de violencia sexual, constatando la gravedad y generalización de la situación de que se
ha puesto de presente por diversas vías procesuales ante esta Corporación”. Esta violencia ha sido también
ejercida contra los varones pero también es difícil visibilizarla porque se atenta contra otro estereotipo de
género: la virilidad que queda puesta en duda cuando ocurren estos hechos. Lo cierto es que esta violencia
se usa para humillar, castigar, controlar, vulnerar, atemorizar y destruir comunidades (Médicos sin
fronteras, 2009: 6-15)21.

La violencia sexual también es empleada como arma de interrogación, como herramienta de humillación y
poderío. En el caso colombiano la violencia sexual ha sido recurrente pero muy poco documentada. La
organización SISMA MUJER (2008:7) citando datos del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias
Forenses, señala que el subregistro en los casos de violencia sexual para Colombia llegaría a ser del 95%.
Amnistía Internacional añade que hombres, mujeres y personas LGBT han sido víctimas de ese tipo de
agresiones: “[…] la violencia sexual no es un fenómeno nuevo en Colombia. Ha sido una constante en la

20
Corporación para la Vida Mujeres que crean Ruta Pacifica de las mujeres por la resolución negociada al Conflicto armado,
«Informe sobre la situación de derechos humanos de las mujeres en Medellín y Municipios del Área Metropolitana». Enero a Junio
de 2004, Medellín, Colombia, 2004, 8, disponible en
http://www.cladem.org/espanol/nacionales/colombia/Entre%20resistencia%20y%20re-insistencias.doc (acceso 31 de enero de
2007).
21
Pinzón Paz, Diana Carolina, “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus
manifestaciones”, 366.
6
historia del país y una característica del conflicto, en el que las fuerzas de seguridad y los paramilitares
apoyados por el ejército, se enfrentan a varios grupos guerrilleros, cada uno de ellos disputándose el control
del territorio y los recursos económicos. La violación, utilizada como método de tortura o como forma de
lesionar el ‘honor del enemigo’, ha sido algo habitual”22.

Según datos del informe Forense de Medicina Legal, en 2007 ocurrieron 20.273 violaciones, 16.993 mujeres
y 3.280 varones, 4.324 reportados en Bogotá, 27 por las autodefensas, 27 en enfrentamientos armados, 9
en acciones militares y 2.914 no cuentan con información. 24 casos adjudicados a la policía, 13 a los
militares, 10 a las FARC y 5 a otras guerrillas. Según un diario colombiano23, la Fiscalía General de la Nación a
través de su programa de Justicia y Paz ha recibido 133 denuncias sobre delitos sexuales por parte de
paramilitares desde el 2006. No obstante la mesa de Trabajo, Mujer y Conflicto armado (2008:7) en su
informe sobre la violencia sexual contra las mujeres asegura que son muchos más24. Otras fuentes señalan
que para diciembre de 2005 los paramilitares habían cometido 202 casos de violencia sexual contra las
mujeres mientras que en el siguiente año, en el marco del cese de hostilidades de las AUC, se les
atribuyeron 281 actos del mismo tipo 25.

Las investigaciones de la Fiscalía vinculan a los paramilitares de Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar Pupo en
actos de violación en los municipios de Chenque y El Salado. Según una entrevista de un funcionario judicial
(20 marzo 2009) relata que los jefes paramilitares no mandaban a “violar a las mujeres” pero su
comportamiento con ellas hacía pensar a sus subalternos que podían hacer lo mismo y además el mandato
“tómense al pueblo” daba a entender que podían hacer lo que querían. También a las FARC se les ha
identificado como actores de violencia sexual según relatos que cuentan esas prácticas (El País, Mayo de
2009). Y lo peor es que los miembros de la Policía y de las fuerzas militares también cometen esos abusos
según se reporta en El Tiempo, 2 de marzo de 2009, donde se les vincula con 39 eventos ocurridos entre
1993 y 2008 en 88 poblaciones de 26 departamentos del país. La violencia sexual se convierte, sin
repercusión alguna para el victimario, en una recompensa, un mecanismo de deviación de poder y un
método para obtener beneficios de tipo militar o personal 26.

El aborto inducido también constituye una violencia y un arma de guerra para impedir que nazca la
siguiente generación. La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (ONU, 1948b) y
la Declaración sobre la protección de la mujer y el niño en Estados de Emergencia o de Conflicto Armado
(ONU, 1974) fueron formuladas contra esa práctica. Esos textos fueron ratificados por Colombia 27.

La mutilación de órganos sexuales como arma de guerra ha sido denunciada por Amnistía Internacional
(2004/1) así: “La violación y otros delitos sexuales, como la mutilación genital, son prácticas frecuentes de
las fuerzas de seguridad y sus aliados paramilitares como parte del repertorio de tácticas de terror que
emplean contra las comunidades situadas en zonas de conflicto a las que acusan de colaborar con la
guerrilla. Estas tácticas están concebidas para provocar desplazamientos en masa o romper los vínculos,
presuntos o reales, entre dichas comunidades y las fuerzas guerrilleras”. Estas mutilaciones dejan otras
secuelas físicas y psicológicas: dolores intensos, hemorragias, tétano, infecciones, retención de orina,

22
Amnistía Internacional 2004: 5-6.
23
El Tiempo, 26 de diciembre de 2008
24
Pinzón Paz, Diana Carolina, “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus
manifestaciones” 368-369
25
Restrepo Yépez, Olga Cecilia, “El silencio de las inocentes: Violencia sexual a mujeres en el contexto del conflicto armado”, 87-
114, 91.
26
Pinzón Paz, Diana Carolina, “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus
manifestaciones”, 370-372.
27
Pinzón Paz, Diana Carolina, “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus
manifestaciones”, 373
7
lesiones permanentes de los tejidos, trastornos afectivos, dificultad para continuar con una vida sexual,
entre otros.

En Colombia el código penal no tipifica la mutilación de órganos sexuales como conducta punible dentro de
los delitos contra la libertad, integridad y formación sexuales. La única referencia se encuentra en el art 116
tipificada como un delito contra la vida y la integridad personal. A nivel internacional la mutilación de
órganos sexuales sí está tipificada como delito dentro del Estatuto de Roma y se le considera un tipo de
violencia sexual. Así mismo la OEA ha repudiado dichas conductas a través de convecciones contra los tratos
crueles. Sin embargo, al revisar la normatividad universal y regional se observa el énfasis en la mutilación
femenina dejando por fuera conductas como la castración masculina28.

El desplazamiento, como se anotó antes, afecta a muchas mujeres porque muerto el varón en combate o en
retaliaciones de los grupos armados, sólo les queda la alternativa de salir corriendo con su familia en
búsqueda de nuevas oportunidades29.

1.5 Invisibilidad de la Violencia sexual y mecanismos legales

Habiendo reconocido la existencia de la violencia de género y la violencia sexual como arma de guerra, la
pregunta que se impone es por qué este tipo de violencia está invisibilizada. Ya hemos adelantado algo de la
respuesta pero podría resumirse en dos aspectos. Por una parte, porque queda amparada por un tipo de
violencia mayor –como es la guerra- y, por otra parte, por el temor que tienen las mujeres a denunciar este
tipo de violencia.

El temor a denunciar la violencia sexual se debe principalmente a los siguientes factores:


- Vulnera a la persona no sólo física sino psicológicamente lo que lleva a evitar hacer la denuncia.
- La sexualidad y el género hacen parte del ámbito privado, denunciarlo es pasar a la esfera pública.
- Las instituciones y entidades encargadas de hacer seguimiento a ese tipo de delitos no cuentan
muchas veces con la capacidad logística y de recursos para atender la recepción de esa información.
- Las metodologías para la recolección de información contienen sesgos conceptuales muy fuertes
que tienden al subregistro de las tipologías de la violencia de género y la violencia sexual.

Por estas razones no hay muchas denuncias legales y a veces son conocidas por los medios de comunicación
sin que la persona afectada haya hecho la denuncia legalmente. Un ejemplo es lo relatado por El Tiempo el
22 de mayo de 2009, en que dicen que 5 años después de que 10 hombres armados hubieran entrado a una
finca y abusado de una mujer ella no ha hecho la denuncia por temor a retaliaciones y al rechazo familiar 30.
Lo anterior nos muestra porque es tan difícil identificar estos hechos y, más difícil que la justicia
efectivamente los castigue. En el contexto de las versiones libres de la Ley de Justicia y Paz se han
mencionado 18.431 delitos de los cuales sólo 15 corresponden a casos de violencia sexual contra las
mujeres. Adicionalmente sólo 4 de estos han sido confesados por sus autores (El colombiano, 9 marzo
2009). Muchas veces las mujeres piden que no se pregunte por ellas para evitar retaliaciones.
No sólo no se denuncia sino que se teme a que sean culpadas al hacer la denuncia: “[…] a mi vecina la
violaron tres veces el año pasado, tres veces imagínese, eso no es lo peor, dizque el agente de policía que le
tomó la declaración la última vez le dijo que eso pasaba porque ella se vestía de forma para incitar a los

28
Pinzón Paz, Diana Carolina, “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus
manifestaciones”, 378-380
29
Pinzón Paz, Diana Carolina, “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre su s
manifestaciones,” 386
30
Pinzón Paz, Diana Carolina, “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus
manifestaciones”, 354-355.
8
hombres, que fuera más recatada y menos puta para vestirse o que se consiguiera un marido, que la cuidara
y que dejará de andar correteando macho ajeno (mujer de 21 años)”31.

Además, se sabe que mientras que a los paramilitares o guerrilleros desmovilizados les ofrecen ayuda
psicológica, médica y económica para su reinserción, a las mujeres víctimas del conflicto armado se les
estigmatiza y se les relega más de la sociedad porque no existen los mecanismos adecuados para reparar a
las víctimas y menos para castigar a los victimarios.

Por todo esto, el silencio es la única salida con qué cuentan las mujeres 32. Algunas tendencias feministas
parten de la constatación de la subordinación de la mujer frente al hombre por la “naturalización” de la
sexualidad humana, haciendo depender de ella la manera de ser hombre y mujer en la sociedad. De esa
naturalización surge una sociedad modelada al estilo del varón donde todos los estamentos sociales,
culturales, jurídicos y estatales favorecen la dominación masculina. En otras palabras los estereotipos que
se viven en la sociedad se trasladan al ámbito de la guerra y se reproducen con igual o mayor dureza: “Estas
prácticas que suceden en el ámbito privado se llevan a lo público, tanto en la guerra como en la paz, legales
o no, son ampliamente permitidas como libertades de sus perpetuadores, expuestas como excesos de
pasión o de ira, oficialmente ignoradas y legalmente racionalizadas y lastimosamente perdonadas” 33.

Lo mismo queda consignado en el informe de Amnistía Internacional 34 que también afirma esa realidad en
la vida de las mujeres. Son víctimas silenciosas de la violencia sexual y esto tiene que ver con el llamado
“control de la sexualidad” que ejerce la sociedad sobre las mujeres. Esa mentalidad contribuye
enormemente a sobrevalorar la sexualidad como “trofeo” pero también a estigmatizar a las mujeres en su
“honor” en caso de pérdida. En ningún caso se respeta como parte de la integridad personal ni se defiende
como derecho de la mujer en sentido pleno. Todo esto está envuelto en la mentalidad que discrimina por
motivos de género y hace que el testimonio de la mujer en casos de violencia sexual sea menos válido que
el del varón. Se le atribuye a la mujer la provocación, la oportunidad, la ligereza en su comportamiento lo
cual disminuye la sanción moral para el atacante.

Es verdad que existe una normatividad para intentar frenar tal tipo de abusos. Sin embargo, las mujeres
tienen introyectado el ideal masculino de la sociedad y esto aumenta la dificultad para denunciar esos
casos. Además, muchos jueces –en su mayoría varones o mujeres con mentalidad patriarcal- interpretan las
normas con los prejuicios sexistas, haciendo que las consecuencias legales favorezcan, en cierto sentido, a
los varones.

Un caso reciente es el de Rosa Elvira Cely, madre soltera, 35 años, asesinada el 24 de mayo de 2012 en el
Parque Nacional por Javier Velasco quien fue condenado a 48 años de prisión. Ante la demanda que la
familia interpuso contra la Secretaria de Gobierno y salud, la respuesta de la abogada Luz Stella Boada
mostró este estereotipo de género: “fue culpa exclusiva de la víctima”, acompañada de una frase
indignante:¡Si tan sólo Rosa Elvira hubiera sido una mujer de casa! No fue suficiente la Ley “Rosa Elvira”
aprobada en 2015 contra el feminicidio. Son más grandes los prejuicios sexistas que justifican y dejan
impune la violencia contra las mujeres35.

31
Pinzón Paz, Diana Carolina, “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus
manifestaciones”, 387-389
32
Restrepo Yépez, Olga Cecilia, “El silencio de las inocentes: Violencia sexual a mujeres en el contexto del conflicto armado”, 92.
33
Restrepo Yépez, Olga Cecilia, “El silencio de las inocentes: Violencia sexual a mujeres en el contexto del conflicto armado”, 94.
34
Cfr. Amnistía Internacional, Colombia: cuerpos marcados, crímenes silenciados. Violencia sexual contra las mujeres en el marco del
conflicto armado, 9-11.
35
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/secretaria-de-gobierno-de-bogota-culpa-rosa-elvira-cely-articulo-632350
(consultado 15-05-2016)
9
En definitiva, la mentalidad desde la que se mire esta situación determina la relevancia o el silenciamiento
que se le dé. Desde una perspectiva de género es necesario denunciar y visibilizar la violencia sexual
ejercida contra las mujeres. Para una mentalidad patriarcal esta violencia está inserta en el ámbito privado y
supone el consentimiento de los actores por lo que el Estado no tiene potestad para intervenir. Además la
violencia sexual en el conflicto armado no se considera como una consecuencia que merece especial
atención, sino una más de las múltiples violencias que genera un conflicto armado y que cabe nombrar sin
ningún subrayado específico36.

2. Género, feminismo y ética: una realidad inseparable37

Ante la realidad descrita sólo queda la “indignación ética”. Este es el punto de partida para hablar de esta
articulación entre género, feminismo y ética. Cabe anotar que ante los prejuicios que se tienen tanto al
género como al feminismo, no podemos menos que decir una palabra sobre esto.

Ya expusimos en los apartados anteriores a que se refería el género. Pero cabe anotar que en los ambientes
eclesiásticos esta palabra denota “ideología” y se considera causa de la perdida de la identidad femenina y
masculina, dejando solo la ambigüedad de géneros y, además, causa de la destrucción de la familia. Sin
duda son temas complejos y que requieren apertura y sentirse en camino de comprender la complejidad
humana. Pero esto no obsta para reconocer todos los beneficios que esta categoría de análisis ha traído
para la deconstrucción cultural de los géneros, construcción que ha estereotipado cada uno de ellos,
especialmente, al género femenino al atribuirle roles subordinados o de menos importancia que los
atribuidos al género masculino. Lo mismo podría decirse del feminismo. El feminismo desde muy temprano
reaccionó contra los valores que se utilizaban para mantener a las mujeres en un lugar determinado,
impidiéndoles su construcción como sujetas de su vida y destino. Pero a este movimiento social al que le
debemos –en sus múltiples formas y énfasis, porque no es un movimiento uniforme- la conquista de los
derechos humanos para las mujeres, también se le ha estigmatizado y las mismas mujeres huyen de ser
catalogadas en sus filas. Parece que no caen en cuenta que el solo hecho de poder decir que no están de
acuerdo con el feminismo, es gracias al feminismo, que les permitió tener voz, expresión, pensamiento,
participación en la vida académica, política, social, etc.

El movimiento feminista y la categoría de análisis “género” van de la mano de la ética porque la indignación
frente a los múltiples atropellos que han sufrido las mujeres, es lo que ha hecho que este movimiento exija
derechos e invoque la ética humana para el pleno reconocimiento de las mujeres. Más aún, “el feminismo
es una ética (…) Al reivindicar que lo privado es también público, ha ampliado la esfera de la ética (como
acción individual libre y responsable) a la política (como acción de y en la sociedad) negando a esta última
como ámbito desligado de la acción individual. El feminismo es una ética y como tal una propuesta
civilizatoria distinta, una transformación de todas las relaciones que el ser humano es capaz de producir” 38.
El feminismo reacciona contra las pretendidas éticas universales que creen responder a las personas y
comunidades de todos los tiempos y todas las situaciones. La ética ha de tener en cuenta los casos
particulares y mantener la diferencia que la cultura ha marcado entre varones y mujeres, en muchos
sentidos. Con esto no se está invocando el feminismo de la “diferencia” apelando a la esencia femenina y

36
Cfr. Amnistía Internacional, Colombia: cuerpos marcados, crímenes silenciados. Violencia sexual contra las mujeres en el marco del
conflicto armado 96.
37
Sobre la reflexión ética nos inspiramos en varios aortes de Francesca Gargaccio, entre ellos:
https://francescagargallo.wordpress.com/ensayos/feminismo/feminismo-genero/etica-y-feminismo/ (Consultado 15-05-2016).
38
Gargacclo, Francesca, ética, ética feminista y libertad,
https://francescagargallo.wordpress.com/ensayos/feminismo/feminismo-genero/etica-etica-feminista-y-libertad/ (Consultado 15-
05-2016).
10
buscando una ética para las mujeres. Nos referimos a la diferencia cultural y a la necesidad de reconstruir
los derechos y deberes de cada sexo, no por su esencia distinta sino por la socialización cultural de que han
sido objeto cada uno de ellos. De hecho el sistema de valores patriarcales tiene valores restrictivos para las
mujeres en su capacidad moral, intelectual y de acción. Sin el enfoque feminista y de género no se descubre
la inequidad escondida en la escala de valores normativos de las sociedades patriarcales.

El feminismo como movimiento político está conectado con los aspectos éticos de su acción. El sustrato
ético se ocupa de tomar una postura crítica frente a las normas que discriminan a las mujeres. Desde los
60/70 las feministas plantearon la necesidad de una ética utilitaria que sostenía la necesidad de un trato
igual para las mujeres y los varones para un mejor funcionamiento de la sociedad y una ética radical no
normativa para liberar a las mujeres de las implicaciones estéticas, económicas y políticas de su deber ser.
Estas dos éticas y su relación entre sí, sigue interesando. Cuestiona las secuelas de la construcción moderna
de la moralidad de las mujeres como púdicas, dedicadas a la reproducción de significaciones que las
devalúan, dispuestas a sacrificar su salud y libertad de movimiento en aras de una estética corporal para el
uso masculino (modas, calzados, peinados o blanqueamiento de la piel por motivos racistas eurocéntricos) y
desempeñando trabajos mal pagos que son asignados a las mujeres. El feminismo ha denunciado el
conjunto de ideas que articulan las teorías morales y la práctica. Estas teorías se reacomodan según los
grupos dirigentes, constituyen un deber ser que marca una diferencia sexual con diferentes consecuencias
para cada sexo.

Se necesita una ética no normativa porque muchas de esas normas no revelan justicia ni derechos para las
mujeres. Por eso es necesario liberar a las mujeres de normas éticas impuestas desde la dominancia
histórica masculina. La ética aplicada a pesar de que intenta liberarse de los discursos meta-éticos por su
lejanía con los problemas reales de la ciencia, la tecnología y la extrema violencia impuesta a las personas y
la sociedad, no llega a asumir ninguna responsabilidad con la felicidad de las mujeres. La ética aplicada no se
desubicó del universalismo masculino eurocéntrico. También el sistema ético occidental es cuestionado por
las feministas por el doble rasero moral con se valora la misma acción según sea un varón o una mujer. Se
cuestiona la moral en campos como la sexualidad, la expresión, el derecho al movimiento, las
responsabilidades maternas y paternas. Por eso el feminismo es uno de los principales impulsadores de la
denuncia de los universales éticos como valores que se imponen por la fuerza sobre el conjunto de los
pueblos y culturas.

Hay que liberarse de los supuestos metafísicos del deber ser del individuo masculino convertido en el sujeto
“natural” de la acción política, económica y científica de un mundo que no se libera de los supuestos
colonialistas que pretenden uniformizar el mundo. Este desmenuzamiento de la norma individualista de la
acción consciente, sirve para entender que es injusto e imposible seguirle dando valor positivo a cualquier
normatividad.

Es importante recordar la concreción de la ética, es decir su inevitable nexo con la historia, que no la vuelve
relativista, sino la ubica en la posibilidad de que las diversidades, pluralidades y complejidades históricas de
las formas de pensarse en sociedad sean todas valoradas como particulares, sin creer en ningún tipo de
universalismo moral que pueda imponerse desde el modelo liberal de estado que sostiene las
racionalizaciones de la actuación políticas de los países más ricos y armados del mundo,

Para el caso particular al que hemos aludido, la violencia sexual contra las mujeres en contextos de guerra,
muestra la validez de las afirmaciones anteriores. Por una parte, los principios éticos universales no
funcionan en contextos de guerra, donde se rompen todas las reglas y la barbarie adquiere aspectos
inimaginables. Pero, por otra, es ocasión propicia para denunciar la lógica perversa que sustenta una ética
moral que se ha hecho a medida de los varones y que juzga de manera diferente sus comportamientos
11
frente las mujeres. Para los varones existe la permisividad: “tómense en pueblo”. Existe la compensación
por el trabajo hecho: “favores sexuales para los combatientes”. Existe el reconocimiento de su fuerza y su
capacidad de derrotar al enemigo. Para las mujeres, ni se les reconoce como víctimas sino que pierden el
honor frente a sus familias, frente a la comunidad y hasta se les acusa de ser culpables de esa situación.

Desde una ética teológica la indignación no es menos real porque en nombre de Dios se ha perpetuado y
afianzado ese doble rasero moral en aspectos como el cuerpo y la sexualidad donde además de los efectos
físicos y psicológicos que se causan, se acrecienta con la culpa moral, tan fomentada y manejada por las
instituciones eclesiásticas, para mantener la subordinación femenina, en aras de una supuesto orden
natural de la creación, que ya no se sostiene en la reflexión bíblica y teológica actual, pero se mantiene en
los imaginarios y prácticas pastorales de muchos de los miembros de la Iglesia.

A modo de conclusión

Quisimos en esta presentación hacer un llamado especial a la necesidad de introducir la perspectiva de


género y el feminismo en la reflexión ética. En el caso particular de la violencia sexual en situación de
conflicto armado es supremamente claro ver la doble valoración moral que se hace de las situaciones y la
sanción moral que en lugar de ser liberadora, se convierte en una carga de culpabilidad y estigmatización,
especialmente, para las mujeres.

Pero nuestra reflexión se amplía a todas las demás instancias. La violencia se vive en muchos otros ámbitos,
como lo mostramos al principio, y en todos ellos también la ética teológica no puede permaneces ajena. Por
eso nuestro objetivo es hacer este llamado urgente: una ética teológica sin perspectiva de género, cae en
los universalismos éticos, en los modelos morales patriarcales, en la doble moral que juzga de manera
diferente a los varones y las mujeres.

La afirmación de Pablo a los Gálatas sobre la no diferencia entre judío y griego, esclavo y libre, varón y
mujer (Gal 3, 28) no ha de invocar un universalismo abstracto sino un compromiso efectivo con responder a
la realidad de cada sujeto y a las estructuras sociales que los conforman para garantizar una vida digna,
justa y en paz.

En la situación colombiana no habrá paz si no hay verdad, justicia y reparación también para las mujeres,
por eso se exige el seguir acompañando la denuncia de la violación sexual vivida por al menos 13.000
víctimas, lo que devela no sólo la situación de guerra sino la realidad que se vive en el ámbito privado donde
muchas mujeres siguen siendo objeto de violación en el seno de sus propios hogares y de una sociedad que
no respeta ni cuida sus mujeres sino que las expone a ser blanco de continuos ataques por la mentalidad
machista, patriarcal y violenta que ha acompañado en estereotipo patriarcal de varón y que ha sido
reforzado por las creencias religiosas que con tanta dificultad, hoy, aceptan una nueva visión para
transformar estas realidades.

No bastan los mecanismos legales para buscar soluciones a esta situación. Sin un interés real porque ese
tipo de crimen se denuncie, no se alcanzará a dimensionar la magnitud del mismo ni se implementarán los
mecanismos adecuados. Buscar soluciones al conflicto ha de pasar, por tanto, por una voluntad política de
incorporar la perspectiva de género en todos los análisis que se realicen lo mismo que en las posibles vías
de solución y seguir luchando por cambiar los estereotipos culturales que hacen tan difícil un desarrollo
integral de varones y mujeres y una superación de dramas tan intensos como es el desplazamiento forzado
que, en la realidad colombiana afecta a todos pero en el que para las mujeres supone la realidad de la
violencia sexual que, sin duda, es inhumana, hiriente y afecta en todo sentido a las mujeres víctimas de ella.

12
Las organizaciones de mujeres desplazadas han ido trabajando en este sentido, entre ellas se pueden
destacar la Liga de Mujeres Desplazadas que se originó en Cartagena, y las que tienen el apoyo del
Movimiento de Mujeres en Bogotá a través de La Casa de la Mujer y Sisma Mujer. En otras partes del país
las organizaciones de mujeres desplazadas son más nuevas, y en su mayoría surgen con un especial objetivo
de acoger humanitariamente y ayudar a resolver asuntos jurídicos básicos, como es el caso de Tejedoras de
Paz en la ciudad de Cali39. Pero en todas ellas está el interés por una ayuda integral a la mujer, por la
recuperación de su autoestima y su empoderamiento para que nunca más sucedan estas situaciones tan
dolorosas. Con una frase muy diciente, algunas organizaciones invitan a este empoderamiento y superación
de este aspecto del conflicto armado: “Miedo de la mujer a la violencia del hombre, miedo del hombre a la
mujer sin miedo”. Y las iglesias y perspectivas morales impulsadas por ellas no pueden estar ajenas a estas
realidades.

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394.

39
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13
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