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Los flamantes falsificadores de nuestra historia odian que Miguel Hidalgo haya abierto la puerta
para que el pueblo tomara en sus manos su propio destino. Tienen pesadillas con la plebe y
la canalla, a la que quisieran ver permanentemente contenida. Hoy dejaré pasar su idea de
la turba saqueadora para mostrar que, al afirmar que Hidalgo nunca habló de independencia,
sencilla y llanamente mienten. Es cierto que no podemos saber a ciencia cierta las palabras
textuales con las que Hidalgo arengó a sus feligreses la madrugada del 16 de septiembre, pero un
testigo presencial escribiría después que gritó:
Otro de los primeros compañeros de Hidalgo escribió que, en vísperas del 15 de septiembre, el
cura lo invitó al movimiento con las siguientes palabras:
Pues bien, se trata de quitarnos este yugo haciéndonos independientes; quitamos al virrey, le
negamos la obediencia al rey de España, y seremos libres; pero para esto es necesario que nos
unamos todos y nos prestemos con toda voluntad, hemos de tomar las armas para correr a los
gachupines y no consentir en nuestro reino a ningún extranjero. ¿Qué dices, tomas las armas y me
acompañas para verificar esta empresa? ¿Das la vida si fuere necesario por libertar a tu patria?
Además de estos testimonios indirectos, hay numerosos textos firmados por Hidalgo, en los que se
habla de independencia y de libertad: en una proclama redactada probablemente en Celaya, en
septiembre de 1810, dice Hidalgo:
El día 16 de septiembre de 1810, verificamos los criollos en el pueblo de Dolores y villa de San
Miguel el Grande, la memorable y gloriosa acción de dar principio a nuestra santa libertad.
La libertad política de que os hablamos es aquella que consiste en que cada individuo sea el único
dueño del trabajo de sus manos y el que deba lograr lo que lícitamente adquiera para asistir a las
necesidades temporales de su casa y familia; la misma que hace que sus bienes estén seguros de
las rapaces manos de los déspotas que hasta ahora os han oprimido, esquilmándoos hasta la
misma substancia con gravámenes, usuras y gabelas continuadas.
Deberían advertir estos desmitificadores que en todos los procesos de independencia de América,
los inicios fueron vacilantes y poco claros en lo que respecta a proyectos e ideología. Los propios
padres fundadores de Estados Unidos, a los que tanto admiran González de Alba y Zunzúnegui,
que iniciaron su guerra en 1774 y derrotaron finalmente a los ingleses en 1781, no definieron su
modelo de Estado hasta 1787, y los debates más interesantes se dan en ese año, en torno a El
federalista, de Madison, Hamilton y Jay (y por cierto, señores Zunzúnegui y González de Alba:
todos esos libertadores y no sólo Hidalgo, y también quienes los combatieron, fueron
intolerantemente religiosos. No entenderlos es querer juzgar aquella coyuntura con los criterios
del presente).
Para saber qué ideas tenía Hidalgo hay que leer. Yo sé que leer puede resultar tedioso y cansado,
pero no hay otra forma de conocer la historia. Les recomiendo, señoresdesmitificadores, los
cuatro volúmenes de Miguel Hidalgo y Costilla: documentos sobre su vida, publicados y
compilados por Felipe Echenique y Alberto Cué (INAH, 2010). Elijan ustedes, si quieren, a Iturbide
como padre de la patria, pero no mientan en torno a Hidalgo.