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MAQUIAVELO INAUGURA EL SABER DEL PODER SIN DISFRAZ
“clase política” eran una misma y única agrupación (el grupo de los aristócratas feudales). En la cadena
de mando feudal, la posesión de las tierras también implicaba relaciones de homenaje ante los
superiores, entrega de tributos, participación en las guerras y demás vínculos. Poseer un feudo obligaba
a una relación de homenaje ante un aristócrata superior, quien se entrelazaba en una compleja trama de
lealtades, con lo cual estaba ya inscrita la propiedad de la tierra dentro de una compleja estructura
política. En esta estructura, la Iglesia Católica, como principal superestructura ideológica de la época,
estaba integrada, porque el señorío se santificaba mediante la religión, y en ese periodo también las
órdenes monásticas y los obispados participaban de la propiedad de la tierra. De tal modo, la Iglesia
Católica funcionó como un reino feudal enredado en una densa red de sistemas de señorío-vasallaje de
la Europa medioeval.
Para que la vida política se separara del terreno de la economía (y entonces también se desgajara de
otros campos como la cultura y la religión) debía de crecer el mercado. El mercado es una forma de
metabolismo económico que separa a productores de consumidores, a unos productores de otros, y en
general disgrega la vida económica en células separadas por propiedades privadas con decisiones
autónomas. Cuando la estructura económico-social del mercado deviene estructura principal, entonces
surge el terreno propicio para operar esta separación de la actividad política. Con el crecimiento del
mercado, las operaciones económicas quedan en manos de agentes privados, que prefieren estar
separados de fiscalizaciones políticas molestas. Una sociedad mercantil además es altamente
individualista, porque cada ciudadano prefiere su interés privado a espaldas de los intereses comunes.
En las sociedades agrarias, el crecimiento del mercado desde le comercio marginal hasta alcanzar la
primacía requirió de un proceso de muchos siglos. Además el mercado exclusivamente adquiere su
completo dinamismo cuando se inicia un predominio de las formas capitalistas de mercado, la
generación de empresas privadas como la fórmula preferente de operación del mercado. En el
Renacimiento italiano crece el mercado dentro del contexto feudal pre-mercantil, y en algunas ciudades
prósperas las relaciones económicas y culturales adquieren un nuevo estilo, basadas en la adaptación de
la mentalidad al mercado.
Florencia
Precisamente Florencia fue una de las ciudades italianas que mejor demuestra el ímpetu renacentista,
pues ella cristaliza un mercado pujante con ciudadanos inmersos en una mentalidad ajena al feudalismo
previo. Esa urbe ofreció el marco adecuado para iniciar el estudio moderno de la política, ajeno al
estudio medieval de la política. Además el estudio moderno de la política como entidad autónoma,
debió revalorar y enlazarse con aportaciones de la Antigüedad grecolatina, porque esas civilizaciones
esclavistas también conocieron una operación mercantil y una notable privatización de la existencia.
De esa manera, fue posible que escritos históricos, políticos y del derecho grecorromano fueran
retomados para la nueva interpretación renacentista de la política. Pero en la Florencia que conoció
Maquiavelo, las nuevas relaciones colectivas estuvieron ligadas a crudas lides por el gobierno. Desde el
periodo previo al Renacimiento, ya la cuidad estaba dividida por conflictos entre los bandos güelfo y
guibelino, que inició como una confrontación de partidos por conflictos dinásticos, típicamente
medievales, pero derivó hacia formas de política más modernas, como la creación de una República en
la comarca florentina. En un contexto de fragmentación de poder y guerras continuas en la Península
Italiana, entonces no resultaba extraña la creación de unidades territoriales independientes a partir de
ciudades con éxito comercial y rápida urbanización, como sucedió con Florencia, Pisa y Venecia. Pero
crece el interés, cuando durante la vida de Nicolás Maquiavelo, Florencia adopta un gobierno
republicano, y ahí él sirvió varios años, ocupando altas responsabilidades. En el contexto europeo
(entre 1494 y 1512 cuando fue funcionario de alto nivel en la República de Florencia) las repúblicas
son rarezas en la manera de gobernar; son eventos aislados que no pretenden anunciarse como los
heraldos del una nueva época. La república Florentina sobrevive algunos años entre muchas
dificultades, pues era acosada por adversarios y enemigos en un contexto marcado por continuas
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guerras dinásticas o territoriales, así como por conflictos religiosos intensificados por la cercanía del
papado en Roma.
El final de la República de Florencia también señala la caída de la carrera política de Maquiavelo. Al
contrario de su fama, este escritor nunca fue el consejero de los príncipes, sino funcionario de una
frágil república. El famoso llamado a un príncipe para que conduzca los destinos de la Península
Italiana mediante un gobierno de mano dura es una ficción literaria con apariencia realista, pero tan
realista esa ficción que se suele creer que el autor sí era un consejero de príncipes déspotas. En cierto
sentido, como agudo analista, Maquiavelo anticipa el ascenso de una figura estelar europea: el ascenso
de las monarquías absolutas, que concentraron el poder en Europa durante los tres siglos siguientes,
hasta que cambió la marea con el ascenso del liberalismo. La descripción que ofrece El príncipe
(escrita en 1513 y publicada en 1532) resulta más adecuada a los rasgos del absolutismo durante el
siglo XVII, y en ese sentido el florentino escribió una obra de anticipación. Claro, en ese momento ya
existían monarcas despóticos, pero la concentración final del poderío de la aristocracia en manos de los
monarcas no se había cumplido en Europa, las obligaciones feudales entre los diferentes niveles de la
cadena señorial impedían la plena concentración del mando en el centro del Estado.
El escándalo y la fascinación
Por la manera descarnada de abordar la esencia del poder monárquico, sin consideraciones sobre el
bienestar público y sin vínculo con las consideraciones religiosas tan agradables al periodo medioeval;
en fin, la obra de Maquiavelo, titulada El Príncipe, por tan novedosa y escandalosa se convirtió en un
éxito motivado por sus adversarios. La crítica de sus enemigos y la incomprensión de un trasfondo
estratégico, trazó un corto camino a la fama. Quizá afortunadamente para el éxito de la obra, pero en su
época y también ahora no se ha comprendido que existía una bienintencionada búsqueda de estrategia
en ese texto. En el fondo, el interés directo de Maquiavelo era la unificación del Estado en la Península
Italiana, bajo un modelo de creación de un Estado nacional. El fortalecimiento de un Estado central
despótico lo imaginaba Maquiavelo como el medio único adecuado para generar la paz interior y hacer
que los italianos contaran con medios políticos y militares para defenderse del exterior, superando la
trágica condición de un territorio para guerras extranjeras y saqueos de mercenarios. Pero el tema de la
unificación de Italia tardaría tres siglos en madurar dentro de la conciencia y la agenda regional. Por lo
mismo, los medios que propone Maquiavelo en El príncipe resaltan y escandalizan. Los medios que
propone Maquiavelo son la concentración de poder y el uso descarnado de la fuerza y el engaño para
sostener al gobernante y su reinado.
El Estado medieval siempre estuvo consagrado por la religión. Las consideraciones propias de la
religión fluían hacia la cuestión del gobierno, y los teólogos también eran los politólogos de ese
entonces. El hecho de que la moral empapara la vida política mediante la religión no era una garantía
para que la actividad política siguiera un curso moral. La misma crudeza de las continuas guerras
civiles dentro de Europa, indica que las consideraciones éticas se rompían cuando los intereses
materiales estallaban violentamente. Las crueles decepciones de muchos años con guerras civiles, y la
actuación de personajes como César Borgia, quien se apodera del papado mediante hábiles maniobras
políticas, son la base para una frialdad analítica de Maquiavelo en el tema político.
Sin embargo, en el contexto del siglo XVI abordar descarnadamente el tema de los intereses políticos y
de sus actuaciones eficaces resultaba escandaloso. La práctica había empezado a especializar la
política, separándola de la esfera económica, pero también la estaba profanando, por la práctica
continua de las acciones inmorales (incluso con la máscara o en nombre de la moral). El camino
diferente de rechazar las consideraciones éticas como el principio y guía de la actuación política
escandalizó a los contemporáneos de Maquiavelo. Pronto término maquiavélico se convirtió en un
calificativo para indicar las actuaciones en las cuales el fin justifica los medios, pero con más precisión:
se busca el fin por cualquier medio.
La fama duradera no dependió del escándalo, pues luego de acallada la oleada de cuestionamientos, la
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obra permanece pues Maquiavelo es perspicaz; él delinea perfectamente y con suficientes ejemplos de
la actuación política desde la Antigüedad, que el poder político se separa de las líneas de lo correcto.
Por lo mismo, El príncipe da la apariencia de contener un mapa del tesoro, como una especie de guía
fácil y práctica para acaparar el reino. El poder mismo, ya entonces, es presentado como un tesoro y un
botín, como un trofeo en sí mismo. La lectura de El príncipe genera un doble efecto, aunando la
censura moral con el camino para el tesoro, y ese doble efecto lo comparamos con el atractivo de la
pornografía, cuando la prohibición de la mirada signa una tentación para mirar. En definitiva creo que
Maquiavelo no esperaba personalmente ese doble efecto de su obra. La escribe en una reclusión
temporal, en difíciles condiciones y su intención era más clara y didáctica; de momento pretendía
congraciarse con Lorenzo II de Médici, para garantizar su libertad y posición personales, pero su
objetivo estratégico (ese sí discreto) estaba en la esperanza de unificar a la Península Italiana.
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Platón para comprender la vida política, necesita considerar la entidad completa de la polis, considerando los más
variados aspectos filosóficos, de educación, de justicia y demás, para comprender la estructura del poder. Entonces el
estudio de la política resulta un añadido del enfoque holístico de la filosofía antigua. Por su parte, Aristóteles hace
depender su estudio de las consideraciones morales, en particular de las indagaciones de la justicia, para comprender el
gobierno de la cuidad.
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pragmáticos.
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El pasado de cualquier cosa es inalterable, en ese sentido la parte histórica de la sociedad es inalterable, pero sí cambia
la interpretación de la Historia, el presente resignifica al pasado.
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La pasividad del proceso de observación es relativamente cierta cuando existe exterioridad entre el sujeto del
conocimiento frente a la cosa conocida. Cf. SARTRE, Jean Paul, Crítica de la razón dialéctica.
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Al final, la evaluación de los sistemas políticos debe medirse a la luz (directa o indirecta) de
consideraciones que acarrean (al menos de manera implícita) temas éticos, como son el bienestar de la
comunidad, el respecto a las libertades de sus ciudadanos, la relación entre el gobierno y sus
ciudadanos, etc. Pero estas consideraciones morales no deben colocarse a priori, sin estudiar los
sistemas políticos mediante categorías emanadas de la propia actividad como son Estado, partidos,
gobierno, consenso, coerción, legalidad, etc. Para estudiar sin falsas ilusiones a la vida política
recibimos las aportaciones de un florentino desde hace cinco siglos, quien comenzó a develarnos la
esencia del poder: ahí permanece Nicolás Maquiavelo.
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