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CAPITULO II
Aristóteles
Para Aristóteles el objeto de la vida era la felicidad, es decir, la actividad del espíritu que
se auxilia de los medios interiores y exteriores para conseguir la satisfacción deseada. La
cultura del espíritu suministra los medios interiores, y las relaciones sociales de un pueblo
bien organizado constituyen los medios exteriores. Aristóteles dice que solo los hombres
verdaderamente libres y perfectos pueden alcanzar este objeto, pero también reconoce
que como nadie nace libre y perfecto, el hombre debe suplir con la educación lo que le
falta; ya que la educación puede transformar a los hombres imperfectos en ciudadanos
cumplidos.
Aristóteles menciona que los ciudadanos pertenecen al estado, pero considera que uno
de los deberes indiscutibles del legislador es cuidar y vigilar la educación. Lo cual
demuestra que la pedagogía de Aristóteles forma parte de su política. Considera también
que el desarrollo del cuerpo precede al del alma, así que determina que se ocupe a los
niños en ejercicios gimnásticos de acuerdo al desarrollo de sus fuerzas físicas y que no se
le imponga durante los primeros cinco años ningún trabajo intelectual que exija grandes
demostraciones de conocimiento.
Aristóteles supone que la inteligencia y la razón se desarrollan más tarde que las demás
facultades del alma, fundándose en la pronta manifestación de los sentimientos y las
pasiones en la infancia. Por esta razón divide en dos partes a la educación: educación
moral, la cual tiende a formar hábitos en el discípulo, y la educación intelectual, que se
forma por la instrucción, por lo cual debe habituarse a los niños desde pequeños realizar
continuamente acciones en beneficio de la educación.
Para desarrollar la las facultades intelectuales propone el estudio de la gramática, el de
las matemáticas, que habitúa a operaciones abstractas, el de la retórica que hace
referencia al arte de persuadir o conmover mediante el lenguaje verbal o escrito y el de la
dialéctica la cual Aristóteles nombro como la búsqueda de la base filosófica de la ciencia,
aunque también utiliza este término como sinónimo de ciencia de la lógica. El estudio de
la política lo reserva para la edad adulta.
La educación de los jóvenes debe ser pública y común para todos, en beneficio del estado
ya que no es el azar el que asegura el progreso, sino la voluntad inteligente del hombre.
Es verdad que hay diferencia entre la virtud privada y la virtud ciudadana, y que no puede
haber identidad entre ellas. Sin embargo, en la república perfecta todos deben participar
en la virtud cívica.
De esta manera es natural que unos expliquen a otros como deben ser sus actos.
Aristóteles entiende que toda Educación es natural y comprende lo que por naturaleza es
mejor para el hombre incluyendo reglas cívicas y morales en lo esencial. Un punto básico
mencionado por Aristóteles es que la educación nunca termina, pues la entiende como un
proceso de perfeccionamiento y por lo tanto este proceso nunca termina, la educación
dura tanto como dura la vida de la persona. Aristóteles destaca el carácter práctico de la
educación: “se aprende a ser bueno siéndolo, se aprende a ser virtuoso ejercitándose en
estos hábitos, se aprende a ser amigo teniendo amigos, se aprende a buscar el bien
común practicando el operar por ese bien”. El educador facilita este proceso disponiendo,
orientando, acompañando. Disponer es fortalecer las buenas inclinaciones humanas y
obstaculizar las inadecuadas; orientar es proponer fines, explicar que no parece
conveniente; acompañar es vigilar, velar, querer, compartir. Por lo cual enseñan los
padres, maestros, amigos e incluso los legisladores y gobernantes, la característica más
importante del pensamiento educativo aristotélico fue la originalidad, pues al no parecerle
correcto el pensamiento de su maestro, tuvo la idea de crear su propia filosofía, la cual ha
tenido influencia en el pensamiento de grandes filósofos, extendiéndose hasta tiempos
contemporáneos.
El cambio que primero se nos ocurre, el que se destaca y aún domina a los
demás, es el industrial —la aplicación de la ciencia que resulta en los grandes
inventos que han utilizado las fuerzas de la naturaleza en una vasta e inagotable
escala—, el desenvolvimiento de un mercado mundial como objetivo de la
producción, de vastos centros manufactureros para proveer este mercado y de
medios rápidos y baratos de comunicación y distribución entre todas sus partes.
Aún incluyendo sus más débiles comienzos, este cambio no cuenta con más de un
siglo —en muchos de sus aspectos más importantes cae dentro del breve espacio
de nuestra vida—. Difícilmente habrá habido en la historia una revolución tan
rápida, tan extensa, tan completa. Merced a ella, se ha transformado la faz de la
tierra, incluso en cuanto a sus formas físicas; los límites políticos y se han
ensanchado o modificado como si fuesen simples líneas trazadas en un mapa; se
cobijan en las ciudades hombres que proceden de los confines de la tierra; se
alteran los hábitos de vida entre convulsiones y afirmaciones de perfección; la
invención de las verdades de la naturaleza es infinitamente estimulada y facilitada,
y sus aplicaciones a la vida se hacen no solamente practicables, sino
comercialmente necesarias. Aún nuestras ideas e intereses morales y religiosos,
los más conservadores, porque son las cosas que reposan en lo más profundo de
nuestra naturaleza, serenamente afectados. Es inconcebible que esta resolución
puedan afectar a la educación más que de un modo formalista y superficial.
Sigue luego el proceso necesario para tejer las fibras. Vuelven a inventar por
sí mismos el primitivo sistema de cardar la lana: una pareja de tablas con clavos
agudos para cruzarse con otros. Se les ocurre, también, el procedimiento más
sencillo del hilar. Después se introduce a los niños en la invención más próxima
dentro del orden histórico, tratándola experimentalmente, viendo así su necesidad
y trazando sus efectos, no solamente sobre aquella industria en particular, sino
sobre modos de vida social; pasando revista de esta manera al proceso entero
hasta el moderno telar completo y todo lo que acompaña a la aplicación de las
ciencias en el uso de nuestro poder eficiente actual. No necesito hablar de la
ciencia envuelta en esto —el estudio de las fibras, de los rasgos geográficos, las
condiciones en que se desenvuelve la materia prima, los grandes centros de
manufactura y distribución, la física envuelta en la maquinaria de producción; ni
tampoco el aspecto histórico— los influjos que estos inventos han ejercido en la
humanidad. Podríamos concentrar la historia de toda la humanidad en la evolución
del lino, el algodón y la lana en el vestido del hombre. Esto no significa que sea el
único centro, ni siquiera mejor. Pero es indudable que abre ciertas perspectivas
muy reales e importantes a la historia de la raza —y que el espíritu se introduce en
influjos más importantes y dominantes de los que aparecen usualmente en las
noticias políticas y cronológicas que pasan por ser la verdadera historia.
Ahora bien, lo que hemos dicho de las fibras usadas en la fabricación (y,
desde luego, he hablado solamente de unas de las dos fases elementales) puede
aplicarse en la misma medida a todos los materiales usados en cualquier
ocupación, y a los procesos empleados. Las ocupaciones proporcionan al niño
motivos genuinos; le dan experiencias de primera mano, y le ponen en contacto
con las realidades. Además de todo eso lo ilustra traduciéndole los valores
históricos y las equivalencias científicas. En el desenvolvimiento del espíritu del
niño en cuanto a su poder y conocimiento, cesa de ser una simple ocupación
placentera y se convierte cada vez más en un medio, en un instrumento y en un
órgano y de este modo es transformado.
Es fácil ver que esta revolución, en lo que respecta a los materiales del
conocimiento, lleva consigo un cambio muy marcado en la actitud de los
individuos. Los estímulos de índole intelectual actúan sobre nosotros de infinitos
modos. La vida puramente intelectual, la vida académica y cultural, quiere así un
valor muy distinto. Académico y escolástico, en vez de ser títulos de honor, han
llegado a ser términos de reproche.
Pero ¿por qué me esfuerzo yo en poneros esto de relieve, siendo tan obvio el
hecho de que nuestra vida social ha sufrido un cambio radical? Porque si nuestro
educación ha de tener alguna significación para la vida, debe pasar por otra igual
transformación. Esta transformación no es algo que ha de aparecer
repentinamente, que ha de realizarse en un día y con un plan consciente. Es algo
que ya está en marcha. Esas modificaciones de nuestro sistema escolar, que
aparecen con frecuencia (no ya los simples espectadores, sino los mismos
interesados directamente en ellas), como meros cambios de detalle, simples
mejoras dentro del mecanismo escolar, son, en realidad, signos y pruebas de
evolución. La introducción de las ocupaciones activas, del estudio de la
naturaleza, de la ciencia elemental, del arte y de la historia; la relajación de lo
meramente simbólico y formal a una posición secundaria; el cambio en la
atmósfera moral de la escuela, en la relación de los discípulos y los maestros —de
la disciplina, la introducción de factores más activos, expresivos y autodirectivos—,
todos estos no son meros accidentes sino imposiciones de una mas amplia
evolución social. Es necesario todavía organizar todos estos factores,
apreciándose en su plenitud de significación y poner las ideas y los ideales en
posesión segura de nuestro sistema escolar. Hacer esto, significa convertir cada
una de nuestras escuelas en una comunidad de vida embrionaria, llenas de
actividad de diversos tipos ocupaciones que reflejan la vida de la sociedad más
amplia que las envuelve, y penetradas del espíritu del arte, de la historia y de la
ciencia. Cuando la escuela convierte y adiestra a cada niño de la sociedad como
miembro de una pequeña comunidad, saturándole con espíritu de cooperación y
proporcionándole el instrumento para su autonomía efectiva, entonces tendremos
la garantía mejor y más profunda de una sociedad más amplia, que sería también
más noble, más amable y más armoniosa.
ACTIVIDAD 2: