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El cuarto de reflexión no representa únicamente la preparación preliminar del candidato para su

recepción, sino que es principalmente aquel punto crítico, aquella crisis interior, donde empieza la
palingenesia que conduce a la verdadera iniciación, a la realización progresiva, al mismo tiempo
especulativa y operativa, de nuestro ser y de la Realidad Espiritual que nos anima, simbolizada por
los viajes.

El cuarto de reflexión, con su aislamiento y con sus negras paredes, representa un período de
oscuridad y de maduración silenciosa del alma, por medio de la meditación y concentración en
uno mismo, que prepara el verdadero progreso efectivo y consciente que después se hará
manifiesto a la luz del día. Por esta razón se encuentran en él los emblemas de la muerte y una
lámpara sepulcral, y se hallan sobre sus paredes inscripciones destinadas a poner a prueba su
firmeza de propósito y la voluntad de progreso que tiene que ser sellada en un testamento.

Al ingresar en este cuarto (símbolo evidente de un estado de conciencia correspondiente), el


candidato tiene que despojarse de los metales que lleva consigo y que el Experto recoge
cuidadosamente. Tiene que volver a su estado de pureza originaria –la desnudez adámica-
despojándose voluntariamente de todas aquellas adquisiciones que le fueran útiles para llegar a su
estado actual, pero que constituyen otros tantos obstáculos para su progreso ulterior.

Debe cesar de cifrar su confianza y codicia en los valores puramente exteriores del mundo, para
poder encontrar en sí mismo , realizar y hacer efectivos los valores verdaderos, que son los
morales y espirituales. Debe cesar de aceptar pasivamente las falsas creencias y las opiniones
externas, con objeto de abrirse su propio camino hacia la Verdad.

Esto no quiere decir que uno tiene que despojarse en absoluto de todo lo que le pertenece y ha
adquirido como resultado de sus esfuerzos y premio de sus labores, sino únicamente que debe
cesar de dar a estas cosas aquella importancia primaria que puede hacerle esclavo o servidor de
las mismas, y poner siempre en primer lugar, por encima de toda consideración material o
utilitaria, la fidelidad a los Principios y las razones espirituales. Este despojo tiene por objeto
conducirnos a ser libres de aquellos lazos que de otra manera nos impedirían todo progreso
adelante. Se trata, por consiguiente, en esencia, del despejo de todo apego a las consideraciones y
lazos exteriores, con el objeto de que podamos enlazarnos con nuestra íntima Realidad Interior, y
abrirnos para su siempre más libre, plena y perfecta expresión.

Conclusión.

El hombre comienza a tener conciencia de su ser en el mundo cuando comprende que él mismo es
un símbolo, es decir que debe verse como en un espejo donde se refleja el Ser y la vida universal.
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La Vida no es de por sí una finalidad. No vivimos por el gusto de vivir, sino en vista de cumplir con
un deber. Todo ser viviente tiene su razón de ser, su puesto designado en el armonioso concierto
de la vida universal. Si existimos es en vista de la tarea que nos ha caído en suerte;
correspondemos a una necesidad.

De no ser así no habría lógica ni orden en el Cosmos y en el mundo no sería más que un
mecanismo ciego trabajando de balde, sin provecho alguno, sin producir trabajo efectivo.

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