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Deontología Jurídica

CONTENIDO DE LA SESION DE APRENDIZAJE Nº 02

DOGMA Y MORAL SOCIAL

2. PLAN DE SESION Nº 02
El plan de sesión Nº 02, forma parte de la Primera Unidad de Aprendizaje,
cuyo objetivo específico es conocer los principios morales que rigen en la
sociedad contemporánea. El tema de sesión como ha quedado dicho se
denomina “Dogma y Moral Social”

DOGMA Y MORAL SOCIAL


¿Qué es el dogma?
José Ingenieros en su obra “Hacia una moral sin Dogmas”, inicia su exposición
para responder a la interrogante, formulando las siguientes preguntas¨
¿Pueden los hombres vivir en tensión hacia una moralidad cada vez menos
imperfecta sin más brújula que los ideales naturalmente derivados de la
experiencia social?. ¿La humanidad podrá renovar indefinidamente sus
aspiraciones éticas con independencia de todo imperativo dogmático? ¿La
extinción progresiva del temor a las sanciones sobrenaturales eximirá a los
hombres del cumplimiento severo de sus deberes esenciales?.
Las interrogantes no solo son formuladas para responder a la pregunta inicial
¿Qué es el dogma?, sino al mismo tiempo para justificar una sentencia
considerada independiente de todo sistema filosófico o filosófico, sino más
cercana a lo social: “La vida en sociedad exige la aceptación individual del
deber, como obligación social, y el cumplimiento colectivo de la justicia,
como sanción social”.
Como quiera que tales interrogantes son dirigidas a los jóvenes y ante quien
las somete a su consideración, afirma que cada vez crece más la desconfianza
frente a los dogmas tradicionales que el mundo feudal legó a las sociedades
modernas. Así mismo indica que “Todo lo que sabemos, todo lo que
anhelamos, puede ser superado por hombres que estudien más y que sientan

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mejor. Adherir a un dogma como acostumbran los ignorantes y los holgazanes


implica negar la posibilidad de perfeccionamientos infinitos”.
Se dice que un dogma es una opinión impuesta por una autoridad. Esta
autoridad puede ser una autoridad divina, según los teólogos, o la autoridad de
la pura razón, afirman los filósofos racionalistas. En ambos casos, teólogos o
filósofos, están de acuerdo en que los principios básicos de la moral,
teológicos o racionales, son prácticamente inaccesibles al examen y la crítica
individual, concibiéndolos como eternos, inmutables e imperfectibles.
Con los elementos que anteceden puede darse una definición de dogma, en
los siguientes términos: “Un dogma moral es una opinión inmutable e
imperfectible impuesta a los hombres por una autoridad anterior a su
propia experiencia” .
El Profesor de Historia del Cristianismo de la Sorbona, en su Libro “”Evolución
de los Dogmas”, en cita de José Ingenieros, respecto a los dogmas dice que
un dogma es, a la vez, una verdad infalible y un precepto inviolable, revelado
directamente por la divinidad o por sus elegidos, o indirectamente inspirada a
hombres que tenían calidad particular para recibirla. En el caso de los dogmas
relevados, pueden señalarse como tres características: Revelación, autoridad,
inmutabilidad.
En las concepciones del mismo profesor de la Sorbona y otros afines, “un
dogma históricamente considerado, no se presena como un hecho revelado
por la divinidad a la ignorancia del hombre, sino como una combinación
laboriosa y sin cesar variable de una colectividad humana; es, ante todo, un
fenómeno social y acumula durante su existencia el trabajo de la fe, a veces
muy activo, de muchas generaciones”; “un dogma es un organismo viviente,
que nace, se desarrolla, se transforma, envejece y muere; la vida lo arrastra,
sin que pueda nunca detenerse; y cuando llega su hora, la vida se aparta de
él, sin que él pueda retenerla”.
Los dogmas revelados como opinión “ne varietur”, ha constituido una
imposición de los teólogos, frente a los cuales no es posible un
cuestionamiento, debiendo ser aceptados tal y como han sido expuestos, aún
cuando se admite que con plena libertad los creyentes pueden o no asumirlos

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como reglas para su comportamiento, pero que sin embargo, vendrá luego la
sanción o el castigo por los pecados cometidos. Los mismo ha ocurrido con los
dogmas racionales impuestos por un filósofo a sus discípulos y admiradores.
No está demás reconocer, que los primeros han cumplido eficazmente en
ciertas épocas una positiva función social. Sin embargo, los segundos
(dogmas racionales) nunca alcanzaron una difusión necesaria para influir
sobre las creencias colectivas y promover un comportamiento más ético, pues
quedaron como recetas para sus propios impulsores, con la atingencia que ni
ellos mismos estuvieron en capacidad de cumplirlos.
La transcurrir el tiempo, la experiencia moral nos lleva al convencimiento de las
limitaciones de los dogmas, sea porque no existe una verdadera práctica de la
moral de quienes son los encargados de propagarlos, sea porque no existe
una voluntad de practicarlos. En ambos casos, la legitimidad de los dogmas
revelados y los dogmas racionales, ha sido cuestionada por nuestras propias
vivencias. “Ningún dogma podría decir ¡basta! Al eterno deseo de
perfectibilidad que mueve a los hombres y a las razas; ninguno puede
oponerse al deseo de ser incesantemente mejores de aumentar la dignidad de
cada uno y la solidaridad entre todos”.
No obstante, resulta claro que el descrédito de los dogmas no debe engendrar
el relajamiento de la moralidad por ser ésta un hecho básico y permanente que
está presente no solo en la vida individual, sino en la vida social desde
siempre. Ni los hombres ni las sociedades pueden dejar de ser morales, por
ser un contrasentido a la propia naturaleza humana, que nos distancia de
todos los demás seres animados. Los dogmas no son más que las
justificaciones transitorias de la moral, que ahora es social. La moralidad está
implícita en toda vida social, independientemente de las doctrinas que
pretendan explicarla. Los hombres necesitan ser morales para vivir asociados,
aunque resulten falsas las hipótesis dogmáticas con que se ha explicado esa
necesidad.
Pueden negarse todos los sistemas teológicos o racionales, pueden,
igualmente, negarse las falsas premisas que han condicionado inexactamente
el deber y la sanción, puede, por último, negarse, todos los perjuicios que

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traban el devenir incesante de más solidaridad y más justicia entre los


hombres, sin embargo, ello no importará jamás, negar “que la vida social
impone el deber de vivir moralmente, ajustando la conducta a cánones
severos, porque la única garantía de los derechos de cada uno está en su
respeto firme por parte de los demás”. Ahora, los nuevos deberes son sociales;
y ellos expresan toda la obligación. “LA NUEVA JUSTICIA ES SOCIAL; Y ELLA
EXPRESA TODA LA SANCIÓN. NOS ACERCAMOS AL ADVENIMIENTO DE
UN NUEVO MKUNDO MORAL, CUYOS VALORES VAN SIENDO
RADICALMENTE TRANSMUTADOS POR LA EXPERIENCIA”
LOS DOGMAS REVELADOS
Son aquellas opiniones que provienen de una autoridad divina y que contienen
verdades invariables, eternas e inmutables, no suceptibles de crítica y de
reflexión. Aceptar los principios básicos de la moral basada en la revelación,
importa reconocer sus preceptos como mandamientos sobrenaturales o
divinos, ajenos a la posibilidad de perfeccionarlos, desde que se acatan como
la perfección misma.
El dogma revelado, según José Ingenieros, no deja al creyente la menor
libertad, ninguna iniciativa; un verdadero creyente, por el simple hecho de
serlo, reconoce que, fuera de los preceptos dogmáticos, es inútil cualquier
esfuerzo para el perfeccionamiento moral del individuo o de la sociedad.
Toda religión, cualquiera que fuera, es un sistema de moral. Toda creencia
colectiva en lo sobrenatural implica obligatoriedad y cumplimiento de una
moralidad. El creyente tiene como modelo digno de imitarse a los dioses, a
ellos les debe obediencia y tributos. Toda teología ha prescrito reglas para la
vida humana en nombre de ésos modelos, imponiendo su estricto
cumplimiento. Para los dogmas teológicos el deber es una condición que se
impone a los hombres por una divinidad. La obligación es de origen
sobrenatural.
Los antes expuesto se relaciona directamente con el deber. Con respecto a la
sanción, encontramos casi las mismas características, en los dogmas
revelados. Lo cierto es que los Dioses no se muestran indiferentes a la
conducta de los hombres, de modo que ellos velan por la conducta y el

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cumplimiento de las obligaciones que han impuesto. Son los jueces, la


autoridad suprema ante los cuales las inconductas no quedan sin castigo. Lo
mismo ocurre si se cumple con los deberes impuestos. En este caso recibirán
las correspondientes sanciones. Se presume que ninguno de los actos
humanos elude la omnisciencia y omnividencia divina. La seguridad de esa
sanción divina constituye el elemento coercitivo que empuja a los hombres al
cumplimiento de la obligación.
La obligación y la sanción, los deberes y la justicia son de naturaleza
sobrenaturales, excluyendo la posibilidad de su perfeccionamiento. Tratándose
de deberes y sanciones revelados se aceptan como perfectas, como
consecuencia de la perfección que se atribuye al ser que las revela, de quien
tampoco se cuestiona su perfección.
LOS DOGMAS RACIONALES
La premisa trascendental de los dogmas racionales, es la existencia de una
razón perfecta o pura, anterior a la experiencia individual o social. “Esa razón
tiene leyes que permiten establecer a priori principios fundamentales de moral,
anteriores a la moralidad efectiva de los hombres; éstos deben ser morales
imperativamente, y deben serlo ajustándose a los principios eternos e
inmutables de la razón”.
Estos estuvieron definidos en la filosofía griega, sin embargo reaparecieron en
las sociedades cristianas como una rebelión contra el dogmatismo teológico.
Ya no es la revelación la fuente de la autoridad divina, sino la razón la que los
inspira y no los dioses. Ahora son los filósofos los legisladores inspirados por la
razón que suplen a los seres sobrenaturales. La actitud de rebeldía, es cierto,
costo a muchos filósofos el destierro, la cárcel y hasta la hoguera. Si fueron
revolucionarios en su época, no puede decirse lo mismo en los actuales
momentos. Fueron ellos educados en las mismas disciplinas que luego
combatieron, oponiendo otro dogmatismo: el de la razón, por lo que sus
prescripciones también tuvieron la misma característica “ne varietur” de la
razón, no de la revelación. A las recetas de la moral eterna de los teólogos,
opusieron las recetas de la moral eterna de la razón, los mandamientos de
Dios, fueron reemplazados por los mandamientos de la razón. Al imperativo

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teológico opusieron el imperativo racional, reconociéndole a los dogmas


racionales: eternidad, inmutabilidad, indiscutibilidad e imperfectibilidad, tan
igual como los dogmas religiosos.
Un recorrido histórico, respecto a la ética o moral racionalista, nos llevan a la
conclusión de que las filosofías racionalistas tienen el carácter común de ser
verdaderas herejías, algunas veces más rebeldes, otras veces, más hipócritas,
pero siempre disconformes con los dogmas religiosos. Luchando contra los
teólogos, el siglo XVIII ve surgir el racionalismo inglés, el enciclopedismo
francés y la filosofía de las luces en Alemania. En todos prima el afán inquieto
de poner en la razón los fundamentos de la moral que hasta entonces
residieran en la Revelación.
Los llamados moralistas independientes postularon la perfectibilidad humana
aumentando el valor del hombre mismo, que no parte de la razón, sino de la
naturaleza, reemplazando los mandamientos divinos por mandamientos
humanos, tendientes a sustituir sus fuentes sobrenaturales por fuentes
naturales. Se trata del naturalismo, que como una variable del racionalismo
aparece en su momento.
“A la afirmación intensiva de la personalidad, más tarde recogida por todas las
literaturas románticas, se unió el concepto nuevo del deber; ya no vió en él un
simple acatamiento a una voluntad extraña, sino la obediencia del hombre en
si mismo. Y ése tipo de ética individualista fue generalmente un retorno a la
más alta profesada por escuela alguna – la de los estoicos -, poniendo el culto
de la dignidad personal como norma directriz de la conducta.
Así como es personal la obligación, es personal la sanción; no queda ya
relegada a lo sobrenatural, no se traduce necesariamente en penas y castigos
despúes de la muerte, sino que del hombre el juez de si mismo, juzgado
constantemente por su propia conciencia moral. En estas éticas emancipadas
de la teología, la razón ha suplantado a la divinidad”.
Hume, Helvecio, Kant y otros, nos mostraron sus inconciliables divergencias
de los filósofos independientes, quedando siempre en sus concepciones de la
moral un denominador común: su emancipación de la teología. Ellos
constituyeron un tipo de moralista herético. Para ellos, la moral es ante todo,

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individual demostrable por la razón. “La crítica y el libre examen las engendran,
en oposición al dogmatismo religioso, pues no olvidemos que para Kant, la
misma religión era una necesidad racional y no un antecedente de la
moralidad.
EL CARÁCTER SOCIAL DE LA EXPERIENCIA MORAL
Si hacemos un paralelo entre los sistemas éticos racionales y los sistemas
éticos religiosos, podemos encontrar que ni uno ni otro han logrado un éxito
total y definitivo, pues la experiencia nos informa que los valores morales cada
vez son más vulnerados al extremo, que actualmente, se habla de una
“profunda crisis de valores”. Sin embargo, no hay que olvidar que las morales
religiosas a diferencia de las morales racionales, han constituido una fuerza de
cohesión social y aunque siempre basaron sus fundamentos en lo sobrenatural
y no en la sociedad, desempeñaron una función socializadora de la obligación
en base a la solidaridad y el amor fraterno, imponiendo normas de conducta
apropiadas para facilitar la convivencia humana dentro de un régimen social
dado. Por su parte los sistemas éticos racionales, no lograron mayor difusión
social, reclutando a sus partidarios entre una minoría ilustrada, restringiendo
su influencia a exiguos círculos de aficionados a las lecturas filosóficas. Las
adhesiones, entones, fueron cualitativas y no cuantitativas en la sociedad,
como consecuencia de su carácter negativo al basarse en la individualidad y
no en la colectividad.
Las morales individuales, por el hecho de poner en la conciencia moral del
hombre la medida de la obligación y de la sanción, carecen de valor social. La
concepción y es la evidencia, “que determinados individuos puedan vivir
virtuosamente, santamente, sin necesidad de los dogmas morales que ofrecen
las religiones; pero cuesta concebir que todos los hombres sean capaces de
dirigir su conducta hacia el bien sin recibir ningún impulso ajeno a su propia
razón personal”.
En esta línea se afirma que Stendhal con su diletantismo moral, Schopenhauer
con su excepticismo pesimista y Nietzche, con su individualismo
superhombrista, lejos de hacer un bien, como moralistas individualistas del
siglo XX, han hecho estragos morales entre los jóvenes literatos que se tenían

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por genios y se creían autorizados a prescindir de toda obligación moral.


“Todos los esfuerzos de los filósofos, nos dice José Ingenieros, para conseguir
una moral teórica racional han carecido de eficaz función, han sido actitudes
individuales, prácticamente negativas; y en la sociedad no se pueden destruir
creencias fundadas en seculares sentimientos y en intereses reales, sin
substituirlos por otras que puedan satisfacer los sentimientos e intereses que
aquellas sustentaban. Una moral de gabinete no puede reemplazar a una
creencia social (…); los filósofos han elaborado hipótesis éticas para filósofos;
sólo la humanidad - en su incesante experiencia – puede elaborar éticas
efectivas para la humanidad”.
“Toda ética ha sido un resultado natural de la experiencia social (…). La
moralidad efectiva es un producto social y se renueva incesantemente como
las sociedades en que desempeña una función. Es experiencia actuada,
sentida, vivida por hombres.No es un esquema lógico perfecto de principios
dialécticamente demostrables una vez para siempre; es savia que llega hasta
todos los individuos que forman la sociedad y por eso se aprende por la
imitación, se enseña con el ejemplo. Abstraer la moralidad de la vida real es
matarla”.
“Creo, continua diciendo Ingenieros, que la ética del porvenir será, en cambio,
una ciencia fundamental y adoptará el método genético; sólo así llegará a
independizar la conciencia moral de la humanidad de todo dogmatismos
teológico o racional, demostrando que la moralidad es un resultado natural de
la vida en sociedad. Sometida, como toda otra experiencia, a un proceso de
evolución incesante, la moral no puede fijarse en las fórmulas muertas de
ningún catecismo dogmático, ni en los esquemas secos de ningún sistema
apriorístico; se va haciendo, deviene en la naturaleza misma, y es el estudio de
la experiencia moral pasada lo que nos permite comprender la presente, como
en ésta podemos entrever la del porvenir. Esa doble condición de
espontaneidad y de perfectibilidad, ajena a toda fuerza intrínseca o
sobrenatural, ilimitable por ningún precepto, pone la moralidad en la cumbre de
lo humano”.
El problema actual ya no es la contradicción entre morales teológicas

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sobrenaturales y las morales individualistas racionales. El problema actual de


la ética radica en determinar en que forma la experiencia moral coordina los
derechos individuales y los deberes sociales, las relaciones entre el individuo y
la sociedad.
Cada sociedad, y en cada momento de su evolución, ha tenido valores
morales diversos, que han variado conjuntamente con la experiencia social:
partiendo de ello se trata de plantear el estudio de la experiencia moral como
una pura y simple historia de las costumbres. De esa experiencia, sin cesar
renovada e infinitamente perfectible han surgido, y seguirán surgiendo, los
juicios de valor que califican la conducta, las normas del deber y los conceptos
de justicia, es decir, todo lo que es obligación y sanción, relativo siempre a
cada sociedad.
Hasta aquí hemos expuesto en forma sucinta los problemas de la moral, desde
tres puntos de vista: El primero, relacionado con los mandatos religiosos. El
segundo basado en los mandatos racionales y el tercero en la realidad social.
Los alumnos quedan en total libertad para optar por cualquiera de las
opciones, sin embargo, debe quedar claro que en cualquiera de los casos, no
es posible negar el imperativo de moral que hay en cada una de las personas y
de las propias sociedades.
LAS FUERZAS MORALES Y CONDUCTA
Las fuerzas morales más que enseñarlas es necesario practicarlas. “Son
plásticas, proteiformes, como las costumbres y las instituciones. No son
tangibles ni mensurables, pero la humanidad siente su empuje. Imantan los
corazones y fecundan los ingenios. Dan elocuencia al apóstol cuando predica
su credo, aunque pocos le escuchen y ninguno le siga; dan heroísmo al mártir
cuando afirma su fe, aunque le hostilicen escribas y fariseos. Sostienen al
filósofo que medita largas noches insomnes, al poeta que canta su dolor o
alienta una esperanza, al sabio que enciende una chispa en su crisol, al
utopista que persigue una perfección ilusoria, Seducen al que logra escuchar
su canto sireneo; confunden al que pretende en vano desoírlo. Son tribunal
supremo que transmite al porvenir lo mejor del presente, lo que embellece y
dignifica la vida. Todo rango es transitorio sin su sanción inapelable. Su imperio

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es superior a la coacción y la violencia. Las temen los poderosos y hacen


temblar a los tiranos. Su heraclia firmeza vence, pronto o tarde, a la injusticia,
hidra generadora de la inmoralidad social”.
“El hombre que atesora sus fuerzas, adquiere valor moral, recto sentimiento
del deber, que condiciona su dignidad. Piensa como debe, dice como siente,
obra como quiere. No persigue recompensa ni le arredran desventuras. Recibe
con serenidad el contraste y con prudencia la victoria. Acepta las
responsabilidades de sus propios yerros y rehusa su complicidad con los
errores ajenos. Sólo el valor moral puede sostener a los que impenden la vida
por su arte o por su doctrina, ascendiendo al heroísmo. Nada se les parece
menor que la temeridad ocasional del matamoros o del pretoriano, que
afrontan riesgos estériles por vanidad o por mesada. Una hora de bravura
episódica no equivale al valor de Sócrates, de Cristo, de Spinoza, constante
convergencia de pensamiento y de acción, pulcridad de condena frente a las
insanas supersticiones del pasado”.
“Las fuerzas morales no son virtudes de catálogo, sino moralidad viva. El
perfeccionamiento de la ética no consiste en reglosar categorías tradicionales.
Nacen viven y mueren, en función de las sociedades; difieren en el Rig – Veda
y en la Iliada, en la Biblia y en el Corán, en el Renacimiento y en la
Enciclopedia. Las corrientes en los catecismos usuales, poseen el encanto de
una abstracta vaguedad, que permite acomodarlas a los más opuestos
intereses. Son viejas, multiseculares, están ya apergaminadas. Las cuatro
virtudes cardinales: Prudencia, Templanza, Coraje y Justicia, eran ya para los
socráticos formas diversas de una misma virtud: la Sabiduría. Las conservó
Platón, pero supo idealizar la virtud en un concepto de armonía universal.
Aristóteles, en cambio, las descendió a ras de tierra, definiendo la virtud como
el hábito de atenerse al justo medio y de evitar en todo los extremos. De esta
noción no se apartó Tomás d e Aquino, que a las cardinales del estagirita
agregó las teologales, sin evitar que sus continuadores las complicaran.
Estáticas, absolutas, invariables, son frías escorias dejadas por la fervorosa
moralidad de culturas pretéritas, reglas anfibiológicas que, de tiempo en
tiempo, resucitan nuevos retóricos de añejas teologías. Poner la virtud en el

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justo medio, fue negarle toda función en el desenvolvimiento moral de la


humanidad; punto de equilibrio entre fuerzas contrarias que se anula, la virtud
resultó, apenas, una prudente transacción entre las perfecciones y los vicios”.
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“Para una joven generación de nuestro tiempo, es esencial conocer las fuerzas
morales que obran en las sociedades contemporáneas: virtudes para la vida
sexual, que no descansan bajo ninguna cúpula. Más que enseñarlas o
difundirlas, conviene despertarlas en la juventud que virtualmente las posee. Si
la catequesis favorece la perpetuación del pasado, la mayéutica es propicia al
florecimiento del provenir”.
“Dichos los pueblos de la América Latina, si los jóvenes de la Nueva
Generación descubren en si mismos las fuerzas morales necesarias para la
magna Obra: desenvolver la justicia social en la nacionalidad continental”.
FUENTE: Ingenieros, José: “Las Fuerzas Morales”. Primera Edición: Editorial
VLACABO E. I. R. L. 1993. Lima –Perú. pgs. 9 a 12.

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