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Capitulo 1:

Pasé mis dos brazos por los agujeros del binder, empecé a bajarlo hasta mi
cabeza, tuve que hacer fuerza porque no entraba así nomás como una remera.
Cuando mi cabeza pasó lo tomé del frente y lo bajé hasta mi pecho para luego,
con una mano, acomodar la espalda. Una vez puesto tomé mis pechos y los
levanté, así como me había recomendado el vendedor. Finalmente me vi al espejo.
Pasé mis manos por mi pecho y no podía creer lo plano que se veía. Me puse de
costado para corroborarlo. Si bien no tenía tetas grandes, ver que el bulto era aún
más chico me hacía sentir eufórico. A pesar de la presión se sentía cómodo y,
según el vendedor, si lo dejaba por 10 horas como máximo no me iba a lastimar,
aunque si un día me olvidaba de sacarlo y me dormía con el tampoco se me iban a
caer las tetas. Aunque si fuera tan fácil, como si se me cayeran nada más, lo haría,
pasaría todo el día con él. Tomé una remera negra lisa, una de las cuantas que
tenía, y me la puse. Con la remera puesta el pecho se me notaba todavía menos.
Levanté mis brazos, moví mi torso de un lado a otro y seguía así, sin verse nada.
Me acordé de cuando era adolescente y agarraba las vendas que había en casa y
me vendaba el pecho. También hacía presión, pero después me enteré que si
seguía vendándome iba a lastimar mi cuerpo. El binder era la opción más segura
para ocultar mi pecho, es cómodo, práctico, no tan barato como me gustaría, pero
valía la pena. Me empezó a dar frío así que agarré el buzo que estaba en mi cama
y me lo puse. Me volví a mirar al espejo. Sinceramente no estaba tan lindo como
para salir, las pocas veces que salí en mi ciudad me había producido un poco más,
pero era la primera vez que salía con un binder, así que me vi un poco hermoso.
Agarré mi celular y me fijé la hora, eran las 22:30, tenía que subir a la pieza de
Nathan. Apronté la plata, la llave, el DNI y metí todo en mis pantalones. Esos
pantalones me gustaban porque tenían bolsillos grandes, me los había regalado
Juli cuando andábamos de novio y me dijo que me los quedara. Empecé a pensar
en Juli mientras salía al pasillo y apretaba el botón para que el ascensor bajara.
Cuando llegó, abrí la puerta y me metí. Saqué mi celular y busqué el contacto de
Juli, no le había comentado que hoy salía y estaba seguro de que él iba a estar re
contento por mi. Le mandé un mensaje diciéndole que por primera vez iba a salir a
un boliche de ambiente y él me contestó al toque “Que copado, sacá muchas
fotos.”. Así que, ahí mismo en el asensor, me saqué una. Posé frente al espejo de
costado, levante un pulgar y saqué la foto. Cuando se la envié le pregunté si
notaba algo diferente. Finalmente llegué al piso 4 y salí del ascensor. Revisé en mi
celular cual era la habitación de Nathan porque me había olvidado, era la 202. Fui
guiado por la música pop que sonaba a todo volumen. Toqué la puerta y justo ahí
Juli me contestó “¿¿Te compraste el binder al final??”, le respondí que sí con un
emoji de corazón.
Nathan abrió me abrió la puerta y pude sentir todo el olor a alcohol que
salía de su boca.
— Culiado, por fin llegas. Pasá, pasá.
Entré a la habitación y vi que Nathan no estaba solo, había una chica sentada en la
cama picando flores. Me acerqué de a poco, pero Nathan me rodeó con un brazo y
miró a su amiga.
— Sonia, él es Frank.
Era la primera vez que me presentaban como Frank. Sentí un calor en el pecho
seguido de una vibración que recorrió todo mi cuerpo. Me puse un poco más
derecho, con la frente en alto y sonreí ligeramente para disimular mis nervios. El
tiempo pasaba y la gurisa no contestaba, ¿qué estaría pensando? Hice un millón
de teorías en mi cabeza, pensé incluso en darme vuelta y salir corriendo del lugar,
o afrontar la situación poniéndome a la defensiva por la posible avalancha de
preguntas que podía llegar a venir. Respondía todas esas preguntas en mi cabeza,
mientras veía que la gurisa empezaba a sonreír de a poco, ¿se estaba burlando?
De repente el binder se sintió aún más ajustado, el aire me empezaba a faltar. La
otra era llorar ahí nomás, llorar como siempre, llorar…
— Un gusto, Frank. —Me contestó Sonia.
El alivio que sintió todo mi cuerpo era indescriptible. Mi cuerpo se sintió más
liviano y pude bajar un poco mi cabeza que ya se estaba contracturando de la
tensión. Sonia me invitó a sentarme en la cama. Debido a la falta de interrogantes
me imaginé que Nathan ya le había comentado algo. No me extrañaría, Nathan
hablaba hasta por los codos. Él era de esas personas que te hablaba para
integrarte a un grupo aunque no quisieras. Me acuerdo que me vio sentado, solo,
leyendo en la cocina y me preguntó mi nombre. Le dije que me llamaba Frank.
Fueron segundos de tensión, como siempre, pero algo en mi me hacía confiar en
él. Debía ser porque a Nathan se le notaba muchísimo lo marica y supuse que ya
estaba adentrado en el tema. Efectivamente no me hizo preguntas, lo entendió al
toque. Ahí empezamos a hablar un poco, él me contó como en Chile es más difícil
ser gay, que por suerte él contaba con el apoyo de su familia, pero que en general
no conocía muchas maricas más. Nathan había llegado ya hace un año a la
Argentina y le había sorprendido lo “open mind” que era el país, según él. También
debía ser porque Nathan venía de un pueblo chico, ahí fue donde más lo entendí.
En Entre Ríos solo dos personas sabían que yo era trans, Juli y Mariela. Aunque
cuando salía a jodas con Mariela, y ella se empedaba, decía que yo era un varón.
Cada vez que revelaba mi identidad sentía como la ansiedad se apoderaba de mi,
me preguntaba si algún día se iba a ir esa sensación, si me iba a sentir más
seguro. Siempre volvía el miedo terrible a que me dijeran algo. Una vez me
acuerdo que un gurí se me acercó y me preguntó si yo era varón o mujer, no le
respondí, me fui a buscar a Mariela que me había dejado por irse a chapar con
alguno de sus muchos chongos. Igual, no era como si Juli y Mariela fueran las
únicas personas que conocía, conocía a varias, y sabía que de a poco se iba
corriendo el rumor. Pero igual temía que esa información llegara a donde no debía.
En esos momentos Nathan se encontraba bailando mientras se prendía un
porro y se lo pasaba a Sonia. Sonia lo tomó y fumó un poco, aunque sus ojos ya
estaban rojos, capaz que por eso había tardado en contesar, estaba muy en la
suya. Sonia me ofreció el porro a mi y estaba en duda de si aceptar o no. Recién
los estaba empezando a conocer y no quería que tuvieran una impresión mala de
mi, Mariela me dice que cuando fumo porro me vuelvo un terrible pelotudo y no
me acuerdo ni de donde estoy parado. Pero a su vez el porro y el alcohol era lo
más cercano a un calmante que encontraba. Relajaba mi cuerpo y mi mente se
dispersaba, ya no importaba lo que los otros tenían para decir. Acepté el porro.
— Weones —dijo Nathan—, ya es casi la hora, hay que ir saliendo.
Me había olvidado que salíamos, estaba tan cómodo escuchando música con ellos
que solo quería recostarme en la cama y ver como la música iba cobrando forma.
Ya no estaba tan emocionado por salir, había pasado por demasiada tensión, y en
el boliche seguro pasaba por más. Pero Nathan me agarró de los brazos y me hizo
salir de la cama. No recuerdo muy bien que pasó en el medio, solo que en el
camino al boliche Nathan y Sonia cantaban y saltaban en el medio de la vereda, se
notaba que estaban muy emocionados o drogados. Yo, en cambio, me distraía
mirando los teatros de la calle Corrientes, estaba fascinado por lo lindo que se
veía, nunca había camino por ahí de noche. Las luces hacían ver todo como si
fuese de día, y los edificios tan altos me hacían flashear que todo eso era tan
imponente para mi. En mi ciudad había un edificio cada 30 cuadras, con suerte, y
las noches allí eran más sombrías, las luces de los postes de luz de mi barrio
titilaban, y acá todo resplandecía como si no se agotara jamás. Los colectivos
pasaban a cada rato frente a mis ojos, y hasta los colectivos tenían luces de
colores, ¡cuanta producción Buenos Aires! El deleite visual hizo que me detuviera
en el medio de la vereda y diera un par de vueltas para observar todo a mi
alrededor, me sentía en un videoclip musical de alguna banda electrónica. ¿Todo el
tiempo están de fiesta acá? Porque así se sentía. Sonia y Nathan se dieron cuenta
de que paré y me agarraron de los brazos para que siguiera con ellos, que no
paraban de tambalearse. De pronto me puse paranoico, ¿y si perdíamos el
colectivo? Pero Nathan se detuvo en la parada, y yo me quedé bien pegadito a él
para no perderme. Cuando subimos al colectivo, Sonia y Nathan pasaron así
nomás pero yo me quedé pensando. Había algo que me estaba faltando… ¡LA
SUBE! Tan desacostumbrado estoy a eso, en mi ciudad los únicos dos colectivos
que pasan los tenés que pagar con plata, plata. Empecé a preparar un discurso en
mi mente para que el colectivero me dejara pasar, pero Nathan se adelantó.
— Pasá, te pago yo. —Dijo Nathan.
Fui hasta el final del colectivo sumamente arrepentido, ¿y si Nathan se había
enojado conmigo? Siempre yo, estúpido, olvidándome las cosas. Y más en este
estado. Pero Nathan llegó hasta donde estábamos Sonia y yo con una sonrisa. Me
dijo que no pasaba nada, que después le pagaba y me alentó para que me siente
en uno de los asientos y vea el paisaje. Hice lo que Nathan me aconsejó y me
quedé sentado mirando hacia la ventana. Todos los autos iban tan rápido y yo
estaba tan lento. Mientras el colectivo más se iba acercando a nuestra parada yo
iba sintiendo como el efecto se me iba pasando y las preocupaciones volvían a
emerger.

Capitulo 2:
No podía creer la cantidad de personas que tenía ante mis ojos. La fila del
boliche recorría una cuadra completa. Todas las personas que estaban paradas allí
tenían un look único, pelos de colores, ropas llamativas, y algunos incluso iban
disfrazados. Si me hubiese enterado que se podía ir con disfraces no habría
dudado en conseguir uno, me encanta disfrazarme, que la gente no me reconozca,
pero eso no tenía sentido en mi situación actual. Estaba en Buenos Aires, nadie me
conocía. Ahí me di cuenta, yo podía ser quien quisiera esa noche, nadie me iba a
juzgar, no había posibilidades de que se esparcieran rumores, era un número más
entre toda la gente.
Sonia y Nathan observaban a todas las personas surrándose cosas que yo
no llegaba a entender. Pensé en pedirles fumar de nuevo pero no me animé,
además mejor que se me estaba pasando porque tampoco quería perderme entre
la multitud. Finalmente llegamos al final de la fila y ellos sacaron otro porro, pero
esta vez lo rechacé. Mientras ellos se reían y bailaban yo me asomaba por la fila
observando a las personas. Por un segundo pensé ver a Juli entre todos ellos pero
era solo un chico muy parecido. Si Juli estuviese acá seguro me habría sentido más
seguro. Aunque capaz se daba la misma historia de siempre, yo me emborrachaba
y le pedía un beso o algo más y Juli terminaba accediendo. Era como si nuestra
relación no terminara nunca. A esas alturas no sabía por qué había terminado con
Juli, él había sido la mejor persona que yo conocía, siempre estaba pendiente de
mi, me respetaba y me apoyaba. Bah, en realidad si sabía, yo no quería una
relación a distancia, y sentí que, cuando llegara a Buenos Aires, tenía que rehacer
mi vida de cero. Un pensamiento un poco estúpido ahora que lo veo en
retrospectiva, pero Juli tampoco se opuso a mi decisión, me confesó que hace rato
la relación no era lo mismo, pero que aún así el me seguía queriendo. Al menos
tenía eso, sabía que me quería. Me acordé del día en que le dije a Juli que era
trans. Era de tarde, estábamos los dos desnudos en la cama y yo me largué a
llorar, Juli me preguntó que me pasaba y le comenté que ya no podía seguir
viviendo así, que ese no era yo. Juli no se sorprendió, me abrazó, me dio un beso
y me hizo un café con leche para que me calmara. Mientras lo tomabamos me
agarró las manos y me dijo que me iba a apoyar, que iba a estar para lo que
necesite y, sobre todo, que me iba a seguir amando igual. En ese momento
escuchar esas palabras fue una caricia para mi alma. Incluso me acuerdo que él
me ayudó a elegir mi nombre, nos pusimos con un libro de nombres para el futuro
bebé que tenía mi abuela y empezamos a marcar todos los que me gustaban.
Terminamos teniendo como 50 nombres y no había ninguno que yo dijera “Sí, ese
es mi nombre”. En ese momento sentí una mano apoyándose en mi hombro, era
Nathan. Me indicó que la fila estaba avanzando, como siempre, yo me había
perdido en mis pensamientos. Me acordé de mi mamá que siempre me remarcaba
eso, que parecía que yo vivía en las nubes, que tenía que bajar de vez en cuando
para ver un poco la realidad.
Estábamos por entrar al boliche, yo saqué mi DNI y lo observé. Me pregunté
a mi mismo cuando iba a hacer ese cambio que tanto ansiaba, ¿antes de hacerlo
tenía que hablar con mi familia? Tal vez sería lo más pertinente, pero la sola idea
me hacía temblar. Le di el DNI al patovica y me dijo con voz rasposa y molesta
“PASÁ”. Luego de eso me dirigí hacia la boletería con Nathan y Sonia y finalmente
saqué mi entrada. Una vez que pagué todo me acerqué a los dos gurises y
atravesamos la puerta del boliche. No lo podía creer. Era gigante, y estaba lleno.
Pensé que toda la juventud de mi ciudad podía encontrarse en ese boliche. La
música estaba fuertísima, estaban pasando alguna canción pop del momento,
empecé a mover mi cuerpo al ritmo de la música mientras observaba las personas
que pasaban en frente mio. Todos eran tan radiantes que no me podía concentrar,
las vestimentas color neón y el maquillaje exagerado, inundaban el lugar. Me
sentía un cuatro de copas a comparación de todos. Tan concentrado estaba
observando que no me di cuenta que Nathan y Sonia se habían ido.
Estaba desesperado, busqué a Sonia y Nathan en mi alrededor pero
ninguno de los dos estaban, se los había tragado la gente. Me sentí nervioso,
saqué mi celular y quise mandar un mensaje, pero no había señal. Fui hasta la
barra del boliche para ver si estaban ahí, comprando algo, pero no los vi.
Nuevamente la sensación del aire faltando en mis pulmones comenzó a aparecer.
Me quedé inmóvil, pensando que hacer. Los chicos de la barra me empezaron a
gritar porque me había quedado en la fila. Pensé en irme del boliche, volver a la
residencia y acostarme a dormir. Pero en esos momentos alguien llamó mi
atención.
Estaba parado ahí, un chico sumamente delgado, de pelo negro y ojos
claros, con el perfil más hermoso que jamás había visto. Se estaba riendo de algo,
me hubiese encantado saber de qué. Lo único que sé fue que todo se paralizó, la
música, la gente, las luces. El tiempo empezó a pasar más lento para que yo lo
observara mejor. Di un paso hacia él. Tenía una camisa roja a cuadros y unos
jeans negros, que le quedaban bien ajustados. Su sonrisa era radiante, dientes
parejos y grandes. Tenía un lunar cerca del ojo derecho, siempre me habían
gustado los lunares. Di otro paso hacia él. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo yo me
iba a atrever a hablar con semejante belleza? No sabía, pero si no lo hacía sabía
que me iba a arrepentir por bastante tiempo. Y nadie me conocía, lo peor que
podía pasarme era que no me hablara. Di otro paso. Tenía que hacerlo, por más
que el aire en mis pulmones vuelva a faltar, por más que fuerce una sonrisa, tenía
que saber al menos como era su voz. Llegué a él.
— Hola… —Le dije.
— ¡Hola! —Me dijo él con un tono alegre pero calmado.
— No sé bien como decírtelo, pero me encanta tu look.
— ¿De verdad?
¿Qué le iba a decir? ¿Que era la persona más bella que había visto hace mucho
tiempo? ¿Qué lo más lindo que me pasó esta noche fue toparme con su cara?
— Sí, posta… —Dijo nervioso.
— Entonces… Me encanta tu look también.
— ¿Esta cosa? Pero si estoy vestido como para ir a comprar el pan.
— Sí, por eso resaltas entre toda la gente.
— ¿Yo? Vos sos el que resalta entre todos.
— Ay, no seas… —Sonrió él.
Ambos nos quedamos mirando. Sentía que nuestras miradas se conectaban, que la
música cada vez era menos estruendosa, y que podía quedarme toda la noche
mirando su rostro. Pero no fue así, Nathan apareció entre la marea de gente y me
agarró el brazo.
— Weon, te habíamos perdido, vení, vení… —Dijo estirándome el brazo.
Mis piernas estaban tan livianas que Nathan me llevó a la rastra sin mucha fuerza.
Entre la multitud vi como el chico iba desapareciendo. Me quedé mirando al vacío
decepcionado. Pronto llegué al rinconcito donde estaban Nathan y Sonia bailando.
Sonia me abrazó.
— ¡Volviste! —Estaba muy drogada.
Tenía que volver a cruzarme con ese chico. No importaba que me perdiera y
después no supiera como volver. Quería saber su vida, su historia, ¡su nombre!
Eso era, tenía que preguntarle el nombre. Me giré hacia Nathan y Sonia y grité
para que me escucharan.
— Chicos, me acabo de cruzar con el hombre más hermoso que vi en mi vida,
por favor, tengo que ir a buscarlo.
Nathan se echó una carcajada.
— Bien, vaya, vaya Frank. —Sacó una tuca de los bolsillos—. Llévate esto si lo
necesitas.
Agarré la tuca con ambos dedos. Le pedí un encendedor a Nathan y me lo prestó.
Pensé que era la mejor idea en esos momentos, tal vez si mi mente se iba de sí
me iba a animar a decirle a ese chico que su sola presencia estremeció mi mundo.
Cada respiración que daba me hacía quedar más lento.
Estaba listo. Me di media vuelta y me fui. Fue como nadar en un cardumen,
pero iba con la cabeza bien levantada para fijarme en las caras que se cruzaban
frente a mi. Ya ninguna de esas caras me estremecía, por más que estuvieran con
pestañas de diez centímetro, con pinta labios color fluor, o que se pararan justo en
frente de mi. Nada. Ninguna era la de ese chico. Bajé las escaleras hasta el
segundo piso del boliche. Nada. Más y más gente ordinaria. Volví a subir y fui
hasta la barra otra vez. Creo que en el medio me compré otra cerveza. Sí. La tomé
y volví a búsqueda. Fui hasta el guardarropa, me metí en la fila y empujé a quien
pudiera. Nada. ¿Dónde estaba? Empecé a imaginar que todas esas personas se
mezclaban y hacían un monstruo gigante del que no podía escapar, y que en el
medio de todo estaba ese chico, esperando ser rescatado. Finalmente llegué a la
parte alta de la primera pista. Me recosté sobre unos caños y observé. Sentía que
estaba jugando “Buscando a Wally”. Me acordé que cuando lo jugaba siempre
estaba atento a las remeras que tenían todos los personajes dibujados, así que
empecé a hacer lo mismo acá. Remera roja a cuadros, remera roja a cuadros… ¡Lo
ví! Ahí estaba, en la parte derecha de la pista, bailando. Bajé lo más rápido que
pude, me abrí entre toda la gente. Más empujones, más apriete. Pero por fin, por
fin llegaba.
— ¡Hola! —Le grité.
Él se dio cuenta y me miró con una cara de sorpresa, sonriendo.
— ¡Hey, vos otra vez acá!
— Mirá te quería decir que no solo tu look es cool, vos sos muy llamativo, sos
la persona más hermosa que me crucé en mucho tiempo.
El chico se quedó mudo. Estiró lentamente la mano y agarró la mía.
— ¿Querés bailar? —Me preguntó.
Acepté, agarré su mano bien fuerte y me pegué a su pecho. Escuché como unos
amigos suyos, con los que él había venido, nos empezaron a gritar. Quería ver si
escuchaba su nombre, pero no llegaba. Lo miré a los ojos y le pregunté.
— ¿Cómo es tu nombre?
— Julián, me dicen Juli…
¡NO! ¡No podía ser! ¡De todos los nombres que existen en el mundo justo ese!
¿¿Por qué se tenía que llamar igual que mi ex?? Se me estremeció todo el cuerpo.
— ¿Y vos? —Me preguntó él.
— Yo…
Quedé mudo. De nuevo los mismos nervios me empezaron a entrar, ¿y si se
burlaba de mi? No podía permitir que se fuera. Mis labios temblaban y empecé a
notar como el chico los observaba. Así que aproveché ese momento para
abalanzarme a él y darle un beso. No solía hacer eso, siempre trataba de
preguntar, pero esta vez se me escapó. No recuerdo lo que estaba sonando en
esos momentos, porque el tiempo se me volvió a congelar. El besaba muy
pequeño, sus labios apenas se abrían, pero igual lo hacía. Parecía que estaba algo
tímido. Temí estarlo intimidando. Pero él agarró mi cintura y me apretó junto a él.

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