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Aparatos que nos cambian

El filósofo francés Michel Focuault explicó el término dispositivo como un conjunto heterogeneo que
comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamenatrias, leyes, etc.
Suena muy complejo, pero para los términos de este texto digamos que un dispositivo es un aparato,
bien puede ser el aparato de la ley o algo tan cotidiano como un teléfono celular.

Un celular, visto como dispositivo, tiene una serie de discursos y tecnologías que lo fundamentan, no es
simplemente una cosa que nos sirve para comunicarnos, sino que lleva consigo una serie de fuerzas
(poderes podríamos decir) que nos empujan a comportarnos de cierta manera. Sé que sigue sonando
muy complejo, pero en realidad no lo es.

Un aparato como el que uso de ejemplo nos exige llevarlo consigo: la portabilidad va de la mano de la
idea del celular. Este tenerlo en el bolsillo o sobre el escritorio muy cerca de nosotros ha modificado
nuestro comportamiento hacia quienes nos llaman. Hoy casi todos esperamos que nuestras llamadas
sean respondidas de inmediato y que la persona en cuestión esté disponible siempre. Es una de las
formas en que el dispositivo forma (o deforma) nuestra relación con el aparto y con los otros.

Pongo otro ejemplo de cómo ese aparatejo nos ha modificado: hoy en día es tremendamente común ver
a gente que va con la mirada baja centrada en la pantallita de su smartphone. El paisaje cotidiano se ha
poblado de una posición física que hace apenas unos años no existía. Y no sólo eso, el gesto de abrir y
cerrar los dedos para ampliar las imágenes es otro que se ha incorporado a nuestras expresiones
corporales. Esto es, sin duda, producto de ese dipositivo conocido como celular.

No sólo son asuntos relativos a la forma en como usamos nuestro cuerpo. El celular, y aquí me refiero
sobre todo a los nuevos teléfonos inteligentes, se ha constituido en una forma de control. La promesa
de libertad que vino de mano de la portabilidad se ha transformado en sujeción. Hoy ese aparato nos
requiere un registro para el que hay que dar los datos y su multitud de apps ha hecho que se pueda
trazar nuestra movilidad. Con la tecnología correcta es posible saber dónde estamos con una exactitud
pasmosa.

No dejar rastro de dónde hemos estado, con quień y más detalles es hoy tremedamente difícil. Y no es
un asunto de fuerza, ni de las cámaras que nos vigilan por todas partes, sino que el propio dispositivo
llamado celular nos invita a interactuar con él en una forma en la que otorgamos nuestra información
más preciada del modo más directo, fácil e inadvertido. Todo se ha vuelto muy amigable, aunque no la
certeza de para qué se usará nuestra información en el futuro.

Por lo pronto los gobiernos de algunos países ya le están viendo la bondad a todos estos datos
recabados gracias al aparato que la mayoría de nosotros vemos como un juguete del que no nos
queremos despegar: dependiendo de las interacciones que se tienen con amigos o los sitios donde se ha
estado, por ejemplo, han logrado encontrar fraudes de quienes dicen estar desempleados y cobran un
seguro de desempleo cuando en realidad ganan dinero en algún negocio.

En el campo de la mercadotecnia ya hace rato que se viene usando la información que dejamos tras
nosotros gracias a el celular. Hoy en día ya saben casi a ciencia cierta qué comprará cada uno de
nosotros dentro de una semana y qué pensamos de cualquier tema que está en la red.
Todo esto para mostrarte que un dispositivo, o artefacto o en este caso teléfono celular sí nos cambia,
en lo físico, en la manera de interactuar y en cómo el poder nos ve y controla. No es sólo un inocente
juguete para comunicarnos con nuestros seres queridos y divertirnos con sus apps.

¿Qué piensas del tema?

@CastilloCultura

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