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LA TELEVISION EN LA INFANCIA

DR.MED. WALTER BUEHLER

MEDIO EDUCATIVO O VENENO?

La civilización moderna, con todos sus progresos técnicos y sus desventajas, causa de una
profunda transformación en el modo y la calidad de vida de los pasados siglos, no se ha
detenido ante el niño. El alejamiento de la naturaleza, propiciado por la concentración en
las grandes ciudades, los alimentos conservados o excesivamente refinados, así como la
invasión del juguete técnico, amenazan la base de las condiciones propicias y sanas para el
desarrollo de nuestra niñez. Todo esto agravado por la creciente inseguridad o incluso
incapacidad de los padres como educadores, en una época en que fallan todas las tradiciones
recibidas, y la misma ciencia pedagógica atraviesa por una grave y extensa crisis. Otro
problema deriva de la falta de tiempo de las madres que trabajan, que nos ha llevado al
reverso del niño mimado, la del “menor ya en posesión de las llaves de la casa”. Esta
situación induce a recibir los medios masivos, como radio y televisión, como bienvenidas
soluciones al problema, e incluso que se acuda a ellos con frecuencia.

Los medios han sido detenidamente estudiados desde el punto de visto medico. Dichos
estudios nos han llevado a la conclusión de que en estos dominios donde la técnica influye
directamente en el alma humana a través de la puerta de los sentidos, debemos y, de hecho,
podemos aceptar cierto numero de daños, siempre que seamos conscientes de ellos e
introduzcamos en la vida social o personal, determinadas medidas compensatorias de
carácter profiláctico –anímico o auto terapéutico, en la forma adecuada. De esto hemos
dado muchos ejemplos. Pero los problemas que suscitan, adquieren un aspecto totalmente
distinto cuando se trata del organismo en desarrollo del niño, que no esta maduro ni física ni
psíquicamente. Las normas necesarias en este caso, han de ser mucho más rigurosas, e
incluso, a veces, se requieren módulos de juicios totalmente nuevos. Esto se aplica muy en
particular a la televisión en los recintos donde principalmente transcurre la vida de los
niños, precisamente el tema que me interesa tratar ahora. Para anticipar el resultado:
consideramos como un imperativo de inmediata ejecución, la reducción, abolición o no-
introducción de la televisión en la edad anterior a la adolescencia, imperativo de tanta
mayor importancia cuanto más joven sea el niño, y de observancia absoluta en los pequeños
de edad preescolar. Esto no tiene nada que ver con una “antipatía subjetiva” o con “un
fanatismo sectario de maestra de jardín de infantes”, sino que es la consecuencia de una
comprensión real de las leyes psicosomáticas que rigen la evolución del niño infantil. He ahí
lo que habremos de exponer a continuación brevemente, remitiendo expresamente al lector
a las disertaciones de un carácter mas general aparecidas en la Hoja Informativa numero 4
sobre los problemas que origina la televisión en lo que corresponde a salud.

EL NINIO ANTE LA PANTALLA DE TELEVISIÓN

Hace algún tiempo, un lector del periódico dominical ingles “Observer” informaba acerca de
lo que había notado en su hija de 7 años: Empezó, de pronto, a dar señales de gran
nerviosismo, tenia miedo de quedarse sola en la oscuridad, y despertaba repetidas veces en
el transcurso de la noche. Cuando la madre declaro que estos fenómenos provenían
únicamente de la excitación producida por los programas infantiles de la televisión, el
padre, no del todo convencido por esa explicación, decidió ver por si mismo uno de esos
programas.- El primero de ellos versaba sobre asaltantes de bancos, perseguidos, atrapados y
finalmente ejecutados, y todo el proceso salpicados de epítetos de grueso calibre; seguían
unas aventuras peligrosas y excitantes con un cocodrilo; a continuación se idealizaba la
ejecución de un antiguo salteador de caminos: se oían canciones funerarias, mientras el
verdugo, con irónica sonrisa, pasaba la cuerda por el cuello de su victima. Programas
similares, sensacionales y atrapantes, siguieron después. El padre prohibió a su niñita ver el
programa infantil. ¿Cuál fue el resultado?. El padre mismo la dijo: Ella ya no despertaba
sobresaltada en la noche; “pero yo sí!”.

Las personas razonables propondrán, en consecuencia, que los objetivos de la televisión, se


adapten mejor al temperamento infantil. Esta ha sido la tendencia de la mayoría de los
países; a pesar de lo cual, los medicos advierten cada vez con mayor insistencia, que no se
debe permitir a los ninos ver la televisión con demasiada frecuencia, ni tampoco
regularmente. Y menos, cuanto más pequeños sean. En un congreso de especialistas en
Alemania bajo el tema ‘Los niños y los jóvenes frente al aparato de televisión” la psicóloga
Dra. M. Kraus-Ablass definió la televisión como el medio más inadecuado para ofrecer al niño
una visión del mundo ya que sus posibilidades perceptivas son la aprehensión corporal, la
captación por el tacto, la constante repetición en el juego y en el cuento.

Existen todavía otros motivos fundamentales. Por un lado esta demostrado que danan la
vista: los ninos que permanecen frecuentemente ante la pantalla, son propensos a la miopía.
En los EEUU se constataron en esos niños diversas atrofias corporales, como deformidades
óseas y atonias musculares, producidas por una inacción enfermiza; alteraciones del sistema
nervioso y, sobre todo, de su vida animica.

En Inglaterra, donde casi todos los niños tienen en su casa televisión, los maestros se
lamentan desde hace tiempo de que ejerce notoriamente influencia negativa sobre las
realizaciones de los escolares y, en especial, sobre las tareas que han de hacer en su hogar.
Y según los informes, los niños aficionados a la televisión se debilitan gradualmente en su
iniciativa, o sea, en la disposición creadora de su voluntad, lo que se evidencia en su
creciente incapacidad para jugar con independencia y fantasía. Unos niños son afectados por
una pasividad que no corresponde a su naturaleza, y que se extiende hacia una verdadera
apatía por aceptar cualquier tipo de responsabilidad; otros, en cambio, objetivan una
“agitación” en movimientos que no pueden dominar. Por ejemplo, un niño adquirió la
costumbre de mover rápidamente las manos con los dedos agarrotados; otro no podia
quedarse quieto en la escuela, y tenia que mover constantemente las piernas lo mas pronto
posible; un pequenuelo que habia sido educado sana y razonablemente, empezo a tener
miedo a la oscuridad desde el primer momento que vio televisión. He ahí unos pocos de
entre la infinita variedad de alarmantes fenómenos que ocupan cada vez mas la atención de
médicos y pedagogos.

Sin embargo, todas las advertencias parecen vanas, ante la presión de la evolución técnica y
de los intereses comerciales que en ella laten; ante la remora de los padres de escasos de
juicio, asi como incapacitados por diversas circunstancias para velar por sus hijos con un
sentido plenamente humano. Creyendo de buena fe que con ello se llena un hueco en el
mercado, manteniéndose al margen las autoridades competentes por falta de comprensión y
de reparos, se siguen produciendo programas infantiles, como nos muestra el triste ejemplo
de “Barrio Sésamo “, y su aceptación en los programas europeos de televisión. A eso se debe
el que ahora en los EEUU haya habido que crear, por primera vez, escuelas para los
traumatizados en virtud de la televisión, así como pabellones en las clínicas especialmente
dedicadas a aquellos niños que adolecen de enfermedades que aquel medio ha producido.
Han llegado a quedar perjudicados a tal grado en su desarrollo psíquico y orgánico, que
dejan de ser aptos para una actividad escolar normal, y hay que reestablecerla mediante un
largo y penoso trabajo pedagógico- terapéutico con estricta privación del agente morboso.
Resultados? Quedan todavía en interrogante. Era realmente preciso llegar tan lejos para
comprender el error?

“Es una locura pedagógica el poner a niños de menos de 8 a 10 años ante la pantalla de
televisión” – advirtió ya hace años un experto de la categoría del D. C. Munster, a la sazón
coordinador de los programas de TV alemana y director de TV de la emisora de Baviera.
Muchos confirmaron su opinión, entre ellos un experimentado especialista suizo de la
televisión, quien declaro: “En todo caso, sabemos que seria mejor que los menores de 10
años no lo vieran, pues la mayoría no puede captar el sentido de lo que se les presenta, ni
tampoco entender los cambios de cámara, ni el intercalado artificial de retrospectivas”.
¿Cómo es posible que las instituciones competentes y la opinión publica hayan desoído estas
y otras advertencias?. Lo evidencia el hecho de que, en ningún sentido, se han tenido en
cuenta. Posiblemente, esto se relacione con el hecho de que la fisiología y psicología
oficiales no se hallan al nivel de poder penetrar científicamente en los complicados procesos
psicofisiologicos del organismo del niño pequeño, y así predecir o reconocer exactamente las
perniciosas influencias de la televisión en ese periodo y, como consecuencia, ejercer la
presión necesaria cerca de la opinión publica. Séanos, pues, permitido contribuir a orientar
el juicio y a despertar el sentido de responsabilidad de los educadores, recorriendo a algunas
concepciones derivadas del estudio científico – espiritual del hombre, aunque solo sea de
modo sumamente esquemático.

EL NINO PEQUEÑO ES, TODO ÉL, ORGANO SENSORIAL

El hombre adulto, biológicamente maduro, es capaz de elaborar por si mismo las impresiones
anímicas, de un modo completamente distinto que el niño Rara vez se apodera de el una
impresión sensorial con tal fuerza que lo haga mudar el color del rostro, acelerar las
palpitaciones de su corazón e imprimirle un temblor en sus rodillas, o sea, que llegue a
producir efectos profundos sobre las regiones orgánicas dependientes del sistema nervioso
vegetativo: el espacio experimental anímico esta dominado por el YO y bastante aislado de
los fenómenos corporales: se ha emancipado. En cambio en el niño sucede lo contrario: el
proceso animico-corporal sigue siendo toda una unidad; las energias animicas posteriormente
activas en la consciencia, van desligándose lentamente de la corporeidad, pero todavía
tienen que colaborar morfológica, rítmica y dinámicamente en la estructuracion del
organismo que se mantiene moldeable. Por eso, todas las impresiones sensoriales y demás
experiencias, intervienen también directamente y mucho mas a fondo, en la evolución
orgánica, aunque de modo sutil y difícil de percibir a veces. El organismo necesita esta
múltiple estimulación como complemento de la actividad que lo estructura.

Recordemos que, al contemplar un plato sabroso o al percibir el olor de una fritura, no solo
se nos hace agua la boca, sino que se produce ya, y de una manera inconsciente, la
secreción del jugo gástrico. Para comprender mejor lo que acabamos de decir,
representemos nos la continuación de tales procesos hasta la acumulación de la secreción de
bilis y de las funciones hepáticas, así como el hecho de que el ojo responde a cualquier color
–casi siempre imperceptiblemente- engendrando el complementario, pongamos por caso el
azul ante un naranja subido, puede facilitar al profano la comprensión de estos fenómenos
extraños a primera vista.

El adulto reacciona únicamente con la retina, el niño en edad preescolar responde con el
organismo entero: sus profundidades orgánicas necesitan esta correspondencia con la
periferia sensorial, a la que pertenecen también el sentido térmico, el táctil, el cenestésico.
Este es el motivo por el cual Rudolf Steiner ha señalado repetidamente a los pedagogos que
el niño en edad preescolar es, “todo él, órgano sensorial”; y esto le permite, no solo asimilar
el aspecto exterior de los objetos, sino tambien su expresión interna, incluso la atmosfera
moral del medio ambiente: su vibración cordial con el mundo lo pone en una relacion mucho
mas directa con esas cualidades que el adulto, cuyo funcionalismo vital es mas cerebral.

La circunstancia de todos conocida, de que el niño pequeño no puede por menos que
expresar con su mímica, su voz, sus gestos, cada una de sus experiencias anímicas, es tan
solo un síntoma del proceso profundo de sutil resonancia interior que en lo anímico se opera.
En este estadio plástico de la evolución, cada percepción no es únicamente una experiencia
conciente, sino que alcanza el rango de alimento, mejor dicho, de un surtido de alimentos,
de orden superior, influyendo hasta en los procesos respiratorios, circulatorios y
morfológicos. A esa edad, los órganos están, por lo demás, en permanente etapa de
transformación y estabilización. De ahí que la calidad de las percepciones sensoriales y de
todos los factores empíricos procedentes del medio ambiente, entre los cuales el encuentro
humano es uno de los mas íntimos, es de una importancia inestimable para la constitución de
cimientos corpóreos sanos, sobre todo, en la edad preescolar. La enfermedad del orfanato,
ya investigada científicamente, demuestra hasta la saciedad que el bebe se malogra cuando
le faltan una atmósfera anímica reconfortante, un lenguaje cariñoso, y todo lo que con esto
se vincule, aunque se le prodiguen una higiene esmerada y los mejores cuidados externos.
Algo parecido sucede durante todo el primer septenio de la vida, en lo que respecta al
contacto con el medio ambiente. El niño necesita el mundo de los colores, de las formas, de
los movimientos, etc., no solo para su alma, sino para la conformación de su cuerpo. A este
fin, la profusión viviente de las impresiones de la naturaleza y de juego de los elementos,
tienen la misma importancia que el comportamiento, el lenguaje y la actividad laboriosa del
adulto. En consideración a esta intima interacción estructurante psicofisiologica, es preciso
tratar con la mayor circunspección todos los productos técnicos y, en particular, la selección
del juguete. Los diferenciados y terminados productos de nuestra civilización, en este caso
la forma de los sustitutos técnicos que son la radio y la TV, son siempre elementos extraños
a la naturaleza del niño en esta edad, y, por consiguiente, perjudiciales, por grande que sea
la sagacidad empleada en la programación de los contenidos. Esos medios técnicos no
pueden abordar de manera adecuadamente humana los tiernos procesos anímico-corporales:
perturban la facultad de interiorizar la experiencia y de elaborar las impresiones
procedentes del ambiente, provocan una escisión entere el mismo y el mundo, y debilitan el
organismo hasta en lo fisico, para toda la vida.

LO DANINO DEL MUNDO APARENTE

Para llegar a comprender mas a fondo los problemas enunciados necesitamos examinar mas
de cerca la diferencia que existe entre la percepción ocular natural y autentica y las
irradiaciones de la pantalla de la televisión.

Empecemos por la calidad de la luz. La luz del sol, manantial principal, la de una vela, e
incluso la de una lámpara eléctrica, proviene de sustancias incandescentes, y háyanse unidas
a procesos ígneos o calóricos. En cambio, la “luz fría”de la pantalla fluorescente la produce
un proceso electromagnético: es una especie de luz aparente, cuyo espectro muestra huecos
en comparación con el de la luz solar.

Mientras que la pantalla del cinematógrafo presenta todavía todas las autenticas imágenes
que en ella se proyectan, las del aparato de TV se componen de innumerables puntos mas o
menos luminosos que pasan a gran velocidad en sucesión reticular, mediante un refinado
procedimiento técnico. Surge así una “imagen simulada”, que ni siquiera admite
comparación con la de una fotografía, y que tan solo adquiere un relativo carácter integral o
pictórico a causa de la inercia del ojo, como si fuera una ilusión óptica.
Como en el cine, la apariencia de un movimiento que el ojo cree percibir, se logra por medio
de sucesiones rapidísimas y discontinuas de imágenes aisladas. Además, el peculiar
procedimiento que se utiliza para generar una imagen, simula una impresión de profundidad
y, sin embargo, no permite una experiencia real del espacio de tres dimensiones, ya que
todo el proceso se desarrolla sobre una superficie plana.

Esta ilusión óptica perfecta de un mundo consistente en luz aparente, imagen aparente,
movimiento aparente, y espacio aparente, tiene para el observador ingenuo un carácter
fantasmal. La persona adulta puede muy bien pasar por alto estas circunstancias, puesto que
lo que le importa esencialmente es el contenido de la imagen que se le transmite. Ya tiene
tras de sí incontables experiencias –todavía no vividas por el niño-, y dispone, por lo general,
de un rico caudal memorístico de ellas, así como de la independencia interior suficiente para
elaborar o complementar anímicamente, hasta cierto punto, la titilante fantasmagoría. En
cambio, para el organismo infantil, la peculiar tecnología de la transmisión electrónica tiene
igual significado, independientemente de su contenido. Lo único que puede hacer la cámara
de TV es transmitirnos la superficie muerta, desprendida de la esencia de las cosas. En
comparación con la realidad plena, y en atención a las autenticas necesidades del pequeño,
este mundo de sombras conjurado por la técnica no es mas que – haciendo abstracción del
contenido del programa y de su gran y fascinadora diversidad en muchas ocasiones- un
alimento mental de calidad inferior e insuficiente, causa de profundos efectos sobre la
constitución en general, así como de debilidad de los procesos orgánicos.

PARÁLISIS DE LA VOLUNTAD Y DESVITALIZACION DEL YO

En otra parte (hoja informativa n.5 “El cine no es una cosa tan inocua”) hemos descrito
detalladamente la manera en que las pantallas de cine o TV paralizan la actividad del ojo y
lo obligan a una “fijación próxima” y tensa de la vista. Esto ocasiona grave daño al aparato
visual todavía en formación del organismo infantil, aparato que alcanza, a través de los
nervios ópticos, determinadas regiones cerebrales. La considerable exclusión de todos los
impulsos voluntarios, dirigidos o inconscientes, del órgano de la vista, transmitidas por la
musculatura interna y externa del globo ocular, repercute como símbolo en la paralización
general de la voluntad unida a la actividad televidente, incluso en los adultos. Para el
organismo infantillas consecuencias son particularmente fatales. Es a través de las carreras y
saltos, palpando y agarrando con las manos, con una emoción que le lleva a retener el
aliento, o con una alegría que le hace gritar de jubilo, en otras palabras, con toda su
vitalidad y todos sus sentidos, que el niño quiere conocer y sentir el mundo. Obsérvese por
ejemplo como mira a su madre ocupada en planchar o en hornear el pan, y no solo la mira,
sino que fija su atención en sus modales, en sus palabras, y además se mueve en torno de
ella, deseando, entre temeroso e intrigado, tocar el hierro caliente o la masa, y no descansa
hasta tener en sus manos un poco de la pasta o algo que le sirva de plancha.

Imagínese ahora el lector que esos mismos procesos se le presenten al niño en la pantalla. A
pesar de toda la perfección técnica y de la eventual adaptación al entendimiento infantil, el
pequeño consumidor televidente esta condenado a la inmovilidad, incluso en su actividad
visual. Cierto es que puede presentársele, además de la situación general, ora el rostro de la
madre en tamaño gigantesco, ora el contenido de la vasija, etc., con todos los refinamientos
del cambio de cámaras, acercamientos, etc. Pero el que planea y realiza los movimientos,
los cambios de perspectiva, demás, es el camarógrafo. Este sustituye toda la acción del niño,
y de nada sirve el que, con fines de lección, aparezca un niño que, por demasiado curioso, se
queme los dedos con la plancha. Nuestro espectador, hallase clavado en su asiento, a pesar
de que no solo quisiera aprehender el mundo en su autentico realismo, en su sensorialidad
original, sino actuar el mismo para poder desarrollar plenamente su condición humana. En
verdad, tiene que quemarse los dedos para saber verdaderamente lo que es el calor
ardiente; y necesita asimismo, mover su musculatura externa, para poder estimular a su
traves los procesos volitivos sutiles e inconscientes de los distintos sistemas organicos,
digamos la musculatura lisa del estomago, del intestino, de los conductos urinarios, de los
vasos sanguíneos y de los bronquios, unico camino de conformar esos organos y hacerlos
aptos para su funcion, de “acomodarlos” a su cuerpo en desarrollo.

En el enjuiciamiento de estos procesos, téngase en cuenta que el caso aislado no nos dice
gran cosa: por si solo puede no tener gran repercusión. Pero si nos mantenemos en la
televisión día a día, semana tras semana, durante años, la repetición de situaciones
desfavorables llega a causar efectos profundos. Todo lo que se convierte en hábitos moldea
al hombre y le deja la huella en el carácter y en el organismo. La paralización de la
voluntad, aparentemente transitoria, y la obstaculización de la iniciativa independiente,
debilita aquella y reprimen la objetivación y el desarrollo del núcleo anímico. Pues la
entidad del YO en desarrollo quisiera en el fondo, dirigir por sí misma la mirada, el paso, y el
movimiento de la mano, a fin de entrar en contacto personal y concreto con su medio
ambiente; y tan solo con el encuentro con su objetividad concreta y con la profusión de los
seres que la integran, asi como la resistencia que estos le presentan, puede ir logrando su
despertar y hallarse a sí misma. En cambio, la dependencia de la cámara y de la ordenación
propia de sus imágenes, no solo implica la descripta anulación de la realidad del mundo, con
su capacidad formativa propia, sino que representa, al mismo tiempo, una tutoría
autoritaria: quierase o no, el medio masivo propicia la formación del hombre masa. Además
de esto, la situación forzada provocada por la pantalla somete a todos los niños a los influjos
de experiencias idénticas. Las investigaciones de H. Heinrich demuestran que es necesario
tomar muy en serio el peligro de la conciencia colectiva cultivada de este modo, ya desde la
infancia. Dicho investigador llego a la conclusión de que el contenido de la experiencia y
conciencia de los alumnos de octavo y noveno grado, provenían en un 65% de los medios
masivos de comunicación, entre los cuales la TV sobrepasaba en importancia al cine y al
periódico.

EL PELIGRO DE LA CAUTIVACIÓN EXCESIVA

La falta de iniciativa, la incapacidad para jugar y aprender, el aburrimiento y la desgana en


los niños lesionados por la TV, son síntomas de debilitamiento de la voluntad como hemos
descripto. La inactividad del polo creador de la naturaleza infantil arrastra frecuente y
paralelamente consigo una cautivación excesiva de lo representativo que se relaciona con la
peculiaridad del proceso generador de imágenes, proceso que, se aplique a fines artísticos,
formativos u otros, es, en sus diversos grados, una expresión esencial de la evolución de la
conciencia de la humanidad. La transformación del ideograma a la escritura fonética indica,
de una manera ejemplar un ultimo y máximo proceso de abstracción. Al niño debe
permitírsele adentrarse lenta y paulatinamente en los procesos de esta índole, ya que se
trata de la repetición abreviada de una evolución llevada a cabo a través de milenios. Toda
imagen o signo, para ser comprendido presupone la capacidad de representación del niño, y
la posibilidad de referirse a una experiencia anterior conservada memoristicamente para
poder vincular, entendiéndolas, secuencias temporales complicadas y el entrelazamiento de
acciones diferentes, se necesita de una concentración y de la facultad de combinar. Las
investigaciones experimentales han arrojado el siguiente resultado: ” Las películas
corrientes, como las que hemos utilizado en nuestros experimentos, son comprendidas por
regla general en su trama completa solo a partir del undécimo año de vida, en tanto que en
edades mas jóvenes solo llegan a captar una suma de escenas aisladas. Parece ser esto ley
general del desarrollo infantil, apenas afectada por el contenido de las películas utilizadas.
Esto significa, que no tiene ninguno o escaso objetivo el presentar películas instructivas o
amenas a los niños de ocho a diez años. La explicación del hecho, frecuentemente
observado, de que “la mayoría de los niños recuerdan muy poco de lo que han visto en las
transmisiones, y no les sirve ni como estimulo verdadero ni como provecho”, la encuentra
J.Metzger en la circunstancia de que para los niños “ cualquier cosa que suceda en la
pantalla, los acontecimientos que se exhiben, carecen de una conexión temporal que los
relacione. Nada tiene, pues, sentido, y la memoria sana se libra de este embrollo casi tan
pronto como lo ha percibido”.

No hay duda de que la televisión agobia al niño, especialmente cuando ve los programas para
los adultos, lo que desgraciadamente suele suceder en la practica. Ya hemos señalado (ver
Pág. 3) que la naturaleza propia de las películas y de la TV, con sus refinamientos de
cambios rapidos de camara y escena, de intercalación de lo que ocurrio o simultáneamente
suceda, etc., plantea exigencias especiales de comprensión. Tales procesos, inorgánicos en
el fondo, no son posibles en el escenario teatral. Mencionemos como ejemplo típico el
agrandamiento desmesurado de partes aisladas en una sucesión de imágenes, el llamado
“close-up”. “La interpretación de los close-ups es algo que ya presupone en los niños una
gran dosis de capacidad analizante y de simbolismo. Exige también una determinada dote de
capacidad de abstracción. Pero estas facultades no deben requerirse ni desarrollarse sino
hasta después de los nueve o diez años, y, normalmente, no se puede apelar plenamente a
ellas hasta la pubertad. La prematura activación de los poderes analíticos y abstractivos del
pensamiento y del juicio durante la edad infantil empobrece y seca el alma del pequeño y
del escolar, que se mece aun en el mundo de la fantasía”. (Dr. F. Wilmar).

Al respecto, el Dr. Wilmar llama la atención sobre el problema de la visión en perspectiva,


porque “la captación de sus relaciones y la capacidad para el dibujo en perspectiva se
inician entre los once y los doce años de edad”. La aparente torpeza de los dibujos infantiles
no es únicamente incapacidad técnica, sino que corresponde al modo “como el niño ve
realmente su mundo”, y la TV, con su constante exigencia de captación espacial de la
imagen, amenaza en este caso con forzar la evolución natural, desconociendo que hay una
ley fundamental de esa evolución, y es que todo desarrollo precipitado, de facultades
latentes y de lenta maduración fuera de su debido tiempo, debilita o corrompe el pleno
ejercicio de esta mismas facultades, creando así una disonancia en el conjunto del
organismo.

Con esto se relaciona asimismo toda la problemática preescolar, mas agudizada por la índole
de muchas programaciones de TV. Como sea que la tendencia de sus autores es recurrir a los
programas infantiles para anticiparse a los procesos instructivos que debieran quedar
reservados a la escuela y ofrecerse en función del grado de madurez del principiante, será
muy difícil erradicarla, sobre todo a causa de la insensatez e ignorancia de muchos padres.
Solo la vigilancia y la comprensión de buenos pedagogos es capaz de desterrar los peligros
que amagan en este campo.

Así pues, el niño que va desarrollándose en este mundo progresivamente como una unidad
anímico-corporal se ve empujado a una desarmonia y escisión interna por efecto de la TV, en
discrepancia con las leyes evolutivas de su organismo. Provoca esta escisión un excesivo
requerimiento del polo nervioso, que se manifiesta en nerviosismo y distracción, y ocasiona
la debilidad del polo volitivo. La acumulación de las reprimidas energías volitivas se conduce
a menudo hacia agresiones y arrebatos instintivos. Este trágico desgarramiento del alma
infantil, carente por otra parte de las fuerzas emotivas compensatorias, lo confirma el
psiquiatra Dr. Joachim Bodamer: en su tan difundido libro:”El hombre sin YO”. Dice: “La
inundación de imágenes de toda índole, la falta de concentración, nerviosismo y el
comportamiento agresivo de estos niños lesionados son fenómenos íntimamente
relacionados. Las clínicas infantiles han comprobado que el niño moderno no esta en
posibilidad de asimilar suficientemente la gran diversidad de las impresiones, que recibe en
rápida sucesión, y esta perturbación del ritmo a que incorpora las percepciones a su propio
mundo interior, todavía en gestación, le produce el efecto de “acciones incumplidas”,
provocando un estado de tensión que se desahoga en desasosiego e inconstancia, y,
ocasionalmente, en erupciones aventureras y novelescas”.

FANTASIA DEGENERADA Y ESCENAS VIOLENTAS

Aparte de todos los reparos expuestos hasta el momento, señalaremos, al menos, dos
elementos constitutivos de los programas que nos causan especial preocupación. El primero
es el empleo de figuras humano-animales grotescas; el segundo, la escenificación de la
violencia criminal.

Las tan conocidas figuras híbridas, como Ratón Mickey u otras, son productos de una fantasía
sin espíritu, deformada y hasta degenerada, y crean como un antimundo demoníaco del reino
de las figuras fabulosas de los cuentos y mitos antiguos engendradas por una sabiduría de
orden espiritual. La asimilación de estas caricaturas del hombre al del animal deforma, en el
primer septenio de la vida, las finas estructuras del cuerpo físico, y contrarresta el
moldeamiento arquetípico del organismo. Se propician así procesos patológicos ulteriores y
falsos instintos, ya que para su buena configuración, tiene el hombre que apoyarse y
confiarse en su corporalidad sana. Por lo que respecta a los niños en edad escolar, la
fantasía tiende hacia un estado salvaje y se desvía hacia la animalidad. El juicio estético
necesario para la comprensión de la obra de arte se echa a perder en gran parte, y se abren
de par en par las puertas al avasallamiento del alma por los engendros del moderno antiarte.

La inquietante cuestión relativa al efecto de las escenas violentas ya se ha discutido


frecuentemente en publico, a pesar de lo cual han ganado una difusión ilimitada y
espantosa. Tan solo en la televisión de Alemania Occidental se registraron, en el curso de
una sola semana, 416 delitos criminales, con 103 muertos y brutalidades de todas las
especies imaginables, que van desde el asesinato, el asalto a mano armada, ejecuciones,
incendios intencionados, saqueos, hasta el maltrato de animales y las torturas. Con base en
análisis exactos de los tiempos de transmisión, se calculo que “el niño de Alemania entre los
5 y los15 años de edad, llega a ver en la pantalla cerca de doce mil aniquilamientos totales,
y estos ejemplos incitan a la imitación y movilizan las predisposiciones agresivas”( H.
Heinrichs)

La “teoría de la válvula de escape”, que descansa en las concepciones de Sigmund Freud y


destacan sus productores, según la cual es provechoso, deseable, saludable disolver los
retenidos impulsos agresivos de la personalidad mediante la contemplación de escenas
brutales, la rechazan numerosos psicólogos y pedagogos. Después de años de seria
investigación sobre todo a la escenificación de la violencia, el profesor Dr. H. Heinrichs,
director del centro audiovisual de la escuela normal superior de Hildesheom, llego a la
conclusión de que:

“En algunas partes de los medios masivos de comunicación de nuestra época, se perjudica al
niño en tanto es espectador. Los estragos morales causados por los programas de masas
constituyen, hoy en día, una desgracia de proporciones incalculables, porque el niño, y en
especial de corta edad, no puede reconocer la verdadera naturaleza del mal. El niño es, por
naturaleza, un ser que confía, y esta desamparado en su ingenua afirmación de las cosas
ante lo que dichos medios masivos le ofrecen como “alimento vital”... Nuestras
investigaciones comprueban, además, que las escenas de brutalidad, se convierten en
modelos de solución de conflictos para nuestros niños y jóvenes. En la vida practica se
comportan, después, del mismo modo como lo han visto hacer en dichos modelos. La
tendencia imitativa se refuerza. Y muy particularmente en aquellos casos en que los actores
brutales son presentados como héroes victoriosos y brillantes”.

En su primer septenio, el niño vive por completo en la imitación como norma de conducta, y
en su segundo septenio depende muy particularmente, en su evolución, del buen ejemplo y
de la autoridad. Por consiguiente, es preciso tomar muy en serio la conclusión de Heinrichs,
especialista en pedagogía masiva, apoyada también por los resultados de la investigación
internacional, de que “toda producción televisada, cualquiera sea su contenido, educa,
forma, perfila”. La prestigiosa revista semanal ingles “British Medical Journal” (19.7.1969)
llega también a la conclusión: la contempacion de programas con un contenido de violencia
no disminuye, por supuesto, la tendencia agresiva, sino que la aumenta. Se reconoce incluso
que los jóvenes agresivos reciben un mayor estimulo para sus arrebatos de las escenas de
violencia que contemplan en televisión, que por cansancio, aburrimiento o hambre.

La contemplación de esas escenas, supeditando al niño, presenta otra dificultad especial al


pequeño, porque como habíamos dicho, la vida representativa y la motora forman aun una
unidad de tal modo que cada uno de los ademanes vistos tiende a traducirse inmediatamente
en movimiento corporal. Esta unidad natural queda necesaria y prematuramente
quebrantada, por la obligación inacción ante el televisor. El niño, al contrario del adulto, no
posee todavía una región anímica consolidada y propia, que pueda integrar esas imágenes
disociadas; ni puede todavía asimilarlas. Así, pues, no le queda al niño mas remedio que
dejar que estas imágenes bestialmente engendradas, se deslicen sin elaboración previa, por
su organismo motor. La animalización que, de este modo, se cultive en el niño es, al mismo
tiempo, el camino para formar la conducta infantil según los principios propios del
cretinismo moral”. ( K. Keymann)

Con estas ideas coincide ampliamente el análisis de una comisión investigadora que se
estableció en los EEUU en tiempos del presidente Jonson. Llego a la conclusión de “que la
representación de la violencia en las programaciones de televisión y las películas
norteamericanas provocan una transformación negativa del criterio sobre la violencia,
especialmente entre los jóvenes y los niños socialmente inestables y con escasas
relaciones... y no solo en la ficción sino en la vida real”. (Heinrichs).

EPILOGO

El hecho de que muchos niños, a causa de su ingenuidad ante el mundo y de su hambre de


emociones, se sientan cautivados y fascinados por la televisión, no es motivo para dejarse
engañar sobre los peligros de este medio de información y entretenimiento, por otra parte se
ha vuelto indispensable para la mayoría de los adultos. Sus dones son en realidad, un veneno
para el alma infantil, además de ser incapaces de satisfacer sus autenticas necesidades
corporales y anímicas de instrucción. Si a esto se añade todavía una enseñanza escolar
intelectual y antiartística, aquella espoleada pasión por la imagen, da pábulo, a su vez, a la
latente apetencia de emociones. A mas tardar durante la época de la pubertad, la debilidad
producida en toda naturaleza infantil traerá consigo, entre otras consecuencias, propensión
del organismo en desarrollo a dependencias de toda, entre las cuales la drogadicción, como
vehículo interno para la generación de imágenes, es una de las mas idóneas.

Todos los reparos y peligros descriptos, así como la experiencia repetida hasta la saciedad y
con gran pesar de muchos pedagogos de que los niños son mas distraídos, nerviosos,
indisciplinados e incapaces de aprender cuanto más parpadee la pantalla de la TV y mas se
oigan los ruidos de fondo dela radio en sus hogares debería bastar para que los padres
dedujeran las necesarias consecuencia practicas. El rigor en este caso debería aun ser mayor
aun, cuando el niño esta, además expuesto al diluvio de excitaciones de las grandes
ciudades, del trafico, etc. Por supuesto, las medidas prohibitivas aisladas, no tienen gran
alcance: una reserva de tiempo dedicada a los hijos para mostrarles afecto, y la sugerencia
de actividades positivas, servirian para compensar el vacio que deja la prohibición. El
problema de la televisión forma parte de la problemática educativa e instructiva en general,
tanto en el hogar como en al escuela, y solo podrá ser resuelto en la medida que se
propaguen los conocimientos espirituales sobre la verdadera naturaleza del hombre, y se les
conceda la debida primacía

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