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El derecho a la protesta

Como lo dije hace poco, cuando hablaba de la pandemia, pasamos por tiempos únicos.

Desde que los escritos de Gabriel García Márquez comenzaron a ser considerados obras de arte que
imponían una nueva forma literaria, los críticos “snob” bautizaron esa forma como “realismo mágico”,
cuando no pasaban de ser excelentes transcripciones lingüísticas de cuentos de indios supersticiosos e
ignorantes, historias que, como el mismo García Márquez lo explicó en su autobiografía, eran solamente la
base argumental que empleaba para sus ejercicios de creación literaria.

De expresión grandilocuente de elogio por parte de lame botas profesionales, el término “realismo mágico”
paso a ser parte del lenguaje descriptivo del acontecer diario colombiano.

A medida que pasa el tiempo, la situación más absurda e incoherente que uno cree que no puede ser superada
por ninguna otra locura, cae estrepitosamente ante otra “realidad mágica” que la supera con creces.

La última situación de realidad mágica en Colombia es la discusión sobre la reglamentación de un derecho


inexistente.

Mientras el Congreso de la República, en su majestad soberana, gasta horas de trabajo legislativo, en los
medios de comunicación impresos se gastan kilómetros de papel y ríos de tinta y en los medios digitales se
consume electricidad y ancho de banda, todo alrededor de la reglamentación de un derecho inexistente.

El “derecho a la protesta” no es un “derecho fundamental”, simplemente porque no existe, ni puede existir


en un estado de derecho democrático.

Si existiese el derecho a protestar contra las decisiones legislativas, ejecutivas o jurídicas, simplemente la
acción legislativa, ejecutiva o judicial no tiene sentido, pues el derecho a la protesta nos permitiría invalidar
y desacatar cualquier acto del estado que no nos parezca. La única forma de que un estado social de derecho
funciones correctamente es si todos los ciudadanos sometidos a ese estado social de derecho acatan todas
y cada una de dichas normas mientras está vigente y respetan los mecanismos democráticos implantados
para hacer modificaciones a dichas leyes. Desde que se introdujo el principio absurdo que una minoría tiene
derecho a imponer su criterio a una mayoría, precepto curiosamente incorporado en toda ideología
comunista, peor jamás respetado por su jerarquía política, la sociedad moderna, abierta, democrática y
plural se está yendo por el cañol.

Como no pueden incluir su particular visión de la sociedad a través del ejercicio de la democracia,
simplemente porque las mayorías se oponen, los defensores de la ideología comunista, que no son otros
que los “progresistas”, juventudes revolucionarias sin miedo, o como quieran auto denominarse, recurren a
demandar un derecho que simplemente no tiene sentido.

No tiene sentido emitir leyes, supeditadas a un engorroso y tedioso camino de discusión y aprobación, si
un pendejo con una piedra, un tarro de pintura, o una botella en la mano, llena de combustible o ácido,
puede invocar su derecho a ignorarla. No tiene objeto que el ejecutivo emita ordenes para hacer cumplir las
leyes, si está despojado del poder suficiente para hacer cumplir dichas órdenes, ni tendría sentido que el
poder judicial emitiese sentencias, si pueden ser protestadas por quienes consideren que no son válidas.

El “poder suficiente” para hacer cumplir las leyes, no puede ser recortado o limitado. Los tiempos de la
“nobleza caballeresca”, en realidad nunca existieron. El monopolio de la fuerza está precisamente en poder
del estado para que pueda ejercer todo el poder que sea necesario para que las leyes se cumplan. Pretenden
igualar las fuerzas opositoras al estado social de derecho desarmando a la policía, para que unas células
terroristas, escudadas en manifestantes supuestamente “pacíficos”, puedan asesinar impunemente a policías
desarmadas y además, incapacitados de actuar con su sola fuerza física, por órdenes administrativas. En los
países civilizados, la gente no actúa contra la policía por una simple razón: la respuesta será brutal,
desproporcionada y efectiva. Los “bobies” británicos pueden ejercer normalmente sus funciones armados
de un pequeño bastón de mando, que ni siquiera puede ser clasificado como “bolillo”, por una razón muy
simple; el ataque a un policía inglés es el ataque a quien representa, la autoridad de la reina, y las
consecuencias de dicho ataque, son las mismas que si se atacara a la reina, incluido hasta no hace mucho,
la posibilidad de la pena de muerte por ahorcamiento, si se es plebeyo, o decapitado, si se es noble de cuna.
Como lo explicaba un bonachón policía canadiense en un video que fue difundido hace un par de años, el
protocolo de acción ante una amenaza a su integridad, es muy simple. Se le dispara al agresor; punto.

¡Que eso pasa en los países imperialistas, opresores del pueblo!

¿Recuerdan las imágenes del ciudadano chino parado con unas bolsas de compra frente a un tanque de
guerra, en las manifestaciones de la plaza Tiananmen? Ese ciudadano fue desaparecido por el estado
comunista. ¿Cómo dispersaron los manifestantes antichavistas? Atropellándolos con tanquetas. ¿Qué hacía
Josef Stalin, con quien sospechaba que podría llegar a cuestionar el estado, aunque fuese de palabra en una
conversación privada, que llegase a oídos de ese estado? Yéndole bien, era deportado a campos de
concentración en Siberia, los famosos Gulag inmortalizados por el escritor Alexandr Solzhenitsyn , en su
famoso libro “Archipiélago Gulag”, pero más frecuentemente era ejecutado en la los sótanos de la
Lubianka, el cuartel general de los servicios de seguridad del estado.

¡Que los fascistas y los nazis hicieron lo mismo! Claro, también eran vertientes del socialismo, pero que a
diferencia de la ideología socialista internacionalista de la Unión Soviética, y la República Popular China,
incluían elementos ideológicos de racismo y nacionalismo. Lo más idiota que un mamerto puede hacer es
llamar a sus opositores “fascistas”, es como tratar de insultar a alguien haciendo referencia a la conducta
social de su madre, gritándole ¡hermano de sangre!
¿Por qué creen que llaman al partido que dominó a Alemania entre 1932 y 11945 el “partido nazi”, en lugar
de emplear su verdadero nombre: Partidos Nacionalsocialista Obrero Alemán. Es bastante complicado para
un mamerto tratar de explicar porque acusa de socialistas a sus opositores

Un hecho curioso es que el Partido Nacional Fascista italiano, tomó su nombre de la palabra italiana fascio,
la cual proviene de la palabra latina “fascis” que aludía al símbolo de autoridad de los magistrados romanos.
Curioso que justo ahora los magistrados colombianos estén implantando una tiranía judicial. Ellos deberían
ser los llamados fascistas. Otro hecho curioso es que el símbolo fascista (las fasces) aparece en el escudo
de Cuba desde 1849 (cuya creación fue solicitada por un gobernador venezolano – vaya ironía), y no ha
sido retirado por la revolución comunista, confirmado que dicho estado es un régimen dictatorial, totalitario
y fascista, como era el régimen anterior que remplazó.

¿Si usted abre el texto de la Constitución Política de Colombia con un programa que permite hacer búsqueda
de palabras y busca la palabra “protesta”, cuantas veces cree que aparecerá? Aunque no lo puedan creer, ni
una sola vez aparece el término “protesta” en todo el texto de la Constitución. En consecuencia, todas las
argumentaciones en favor de este presunto derecho fundamental son “inferencias”, palabra popularizada
por una Corte corrupta que fue capaz de inventar una jurisprudencia para sustentar el uso de chuzadas
ilegales como prueba válida contra un inocente, llamándola “descubrimiento inevitable”.

La “inferencia” de pruebas, y el “descubrimiento inevitable”, se acercan peligrosamente a los métodos de


investigación y condena de los tribunales de la Santa Inquisición, y en los metidos relacionados en el manual
para identificar brujas, también elaboradas por la Santa Madre Iglesia, tal como el método infalible para
identificar brujas, mediante la búsqueda de la marca del diablo impresa por el demonio en el cuerpo de sus
fieles seguidoras, método consistente en desnudar a la investigada y explorar minuciosamente (de forma
casta, sin morbo) todo su cuerpo en busca de manchas que representasen la tal “marca demoníaca”, aún en
los recovecos más recónditos de la bruja, como dentro de la vagina y el ano; es así, advirtiendo que las
brujas más astutas eran capaces de esconder la marca de la vista de los investigadores y por lo tanto la
ausencia de marcas podría ser considerada síntoma de una maldad aún mayor.

El derecho de protesta no existe en la Constitución Política de Colombia, y no puede existir en ningún orden
jurídico que pretenda perdurar en el tiempo. Incorporar tal derecho en un ordenamiento jurídico, es instalar
un mecanismo de autodestrucción dentro de dicho ordenamiento y pulsar el botón de destrucción
temporizada.

Hace algunos años se debatió arduamente en la sociedad colombiana la posibilidad de que una pareja de
mujeres homosexuales pudiesen ser las madres de una menor. Detrás de la demanda específica había unos
intereses patrimoniales hereditarios, pues se pretendía que los bienes de una de las madres, rica y
desahuciada, pudiesen quedar bajo el control de la otra “madre” de la menor, en lugar de quedar bajo el
control de los padres de la desahuciada. Los activistas de las comunidades LGBTI percibieron una
oportunidad para consagrar el derecho de matrimonio entre personas homosexuales. Si se lograba consagrar
una jurisprudencia que estableciera el hecho legal de que dos homosexuales podían tener un hijo,
desaparecía el obstáculo inamovible que hasta entonces ha presentado la legislación para establecer el
derecho de matrimonio entre homosexuales; la imposibilidad de tener hijos, fundamento de la unión marital
y condición “sine qua non” para cumplir el fin del matrimonio. Si lograban que se sentara esta
jurisprudencia, por ese hueco se podía introducir en la legislación el derecho a celebrar matrimonios entre
homosexuales. De hecho, al fragor de esa discusión se planteó la presunta existencia de otro de eso derechos
de realidad mágica colombiana; el derecho a ser padre o madre. Toda la legislación de adopción gira en
torno al bienestar del menor objeto del proceso de adopción. Lo que se pretendía era que esa legislación se
adulterara para convertirla en un proceso de protección de los “derechos” de los presuntos adoptantes.

El “derecho de protesta” que quieren parir los mamertos en connivencia con los magistrados fascistas, y
ahora con el acompañamiento entusiasta de los legisladores nombrados a dedo o elegidos a nombre de
fachadas “decentes”, es el hermanito menor del “derecho de rebelión”, invocado por los terroristas
farcsantes, quienes en su afán por cimentar en alguna base jurídica la impunidad negociada a espaldas del
pueblo colombiano en una reunión celebrada en una país fascista, y para justificar el asesinato, el secuestro,
la violación de niños y niñas, la extorsión, la expropiación ilegal de tierras, y toda clase de delitos,
amparados en el presunto derecho inviolable y fundamental a la rebelión, derecho que por supuesto tampoco
existe en ningún ordenamiento jurídico de ninguna sociedad que disponga de una reglas claras de
organización y manejo.

Si se logra incorporar por algún medio el derecho a la protesta en el ordenamiento jurídico de Colombia,
así sea de carambola mediante el procedimiento de una ley para reglamentar algo que no existe, por esa
tronera abierta se colará por supuesto su hermanito mayor, para convertir en acciones legítimas de derecho
fundamental la violación de niñas y niños, el secuestro ignominioso de personas, los atentados terroristas y
el robo de propiedades, todo en aras del derecho de rebelión. De tal forma los farcsantes quedarán como
los niños buenos, quienes solamente estaban ejerciendo su legítimo derecho de rebelión, mientras que
quienes se opusieron se convertirán en criminales de lesa humanidad de la peor calaña.

Ante la protesta, especialmente si es violenta y violatoria de los derechos fundamentales a la tranquilidad,


al trabajo, a la protección de su vida y sus propiedades, solamente debe existir una respuesta del estado
social de derecho: la acción expedita del poder del estado para suprimir de la manera más rápida efectiva y
disuasoria dichas protestas ilegales e ilegítimas.
¿Hasta dónde puede llegar ese poder? Hasta donde sea necesario para disuadir a los protestantes y hasta
donde se deba llegar para proteger la vida, honra y bienes de los ciudadanos y hacer efectivo el
cumplimiento de las leyes y normas de convivencia. Si el protestante se niega a disolver la protesta, se le
debe detener; si opone resistencia a la detención, se le debe someter; si intenta atacar a la autoridad, sobre
todo con elementos letales, se debe responder con fuerza suficiente que detenga la agresión. Un agente del
orden no tiene por qué arriesgar su integridad personal ante un energúmeno armado de piedra, palos y
bombas incendiarias y otras armas letales. Un disparo certero elimina el peligro y aquieta los ánimos.
Cuando alguien desconoce los derechos de los demás, y pretende ignorar el imperio de la ley, pierde el
derecho a que se le respeten sus propios derechos, mientras subsista en ese estado de desconocimiento. Una
vez se someta a la sociedad, se le debe procesar según las normas existentes y con el debido respeto a sus
derechos como sindicado. Esto no significa por supuesto, que alguien atrapado en flagrancia tenga el
derecho a ser liberado y declarado inocente, simplemente porque su detención no fue ordenada por un juez.
Debería bastar el relato de la detención y la situación de flagrancia para poder emitir sentencia.

Finalmente, un comentario final para completar la idea bosquejada más arriba sobre las minorías. Los
indios, los afrodescendientes, los “raizales”, sea lo que esto quiera decir, la comunidad LGTBI, demandan
la implantación de leyes y normas que obliguen a los demás a aceptar, cumplir y ejercer su particular visión
de la vida,

Durante las protestas raciales en los Estados Unidos, los activistas la emprendieron contra los monumentos
a alguien que poco tiene que ver con la historia estadounidense, Cristóbal Colon. Copiando dicho
comportamiento, los indígenas colombianos la emprendieron contra la estatua de un conquistador español,
argumentando que los valores que planteo y los actos que realizó ese conquistador hace 500 años ofenden
la moral, ley y éticas actuales. Al mismo tiempo, esos mismos indígenas exigen el respeto a sus creencias,
prácticas y costumbres ancestrales, de más de 500 años, aunque dichas prácticas y costumbres contradigan
la realidad moderna. Ellos pueden juzgar a personajes muertos hace 500 años, con criterios modernos, pero
a ellos, hoy en día no se les puede exigir el amoldarse a los criterios de hoy en día; hablar correctamente le
idioma español, respetar las leyes y costumbres del pueblo colombiano, aceptar el sistema de propiedad
privada individual que ha imperado en el mundo por más de 300 años, etc.

Si ellos, como descendientes legítimos de las supuestas víctimas de hace 500 años pueden cuestionar los
actos de los presuntos victimarios con criterios de hoy día, lo “equitativo” sería que los descendientes de
esos presuntos victimarios pudiéramos juzgar las conductas actuales de los descendientes de las presuntas
víctimas con los criterios de hace 500 años.

¿Quién proponen que sea el primer cliente del garrote vil instalado en el medio de la plaza de Bolívar en
lugar de la estatua del Libertador, y por qué?

¿A quién designamos como encomendero de la Encomienda del Cauca? Debe ser alguien con don de
mando, autoridad y efectividad probada. No sé porque el apellido Uribe me suena de algo para el cargo.

Podríamos resucitar el virreinato de la Nueva Granada. Al fin y al cabo, la corona española tiene un rey
sobrante con el cual estaban encartado. Lo podríamos importar y que ejerza de virrey a nombre de su hijo,
o en caso de que los españoles logren su cometido de acabar la monarquía, podríamos instituir la Gran
Colombia de nuevo, absorber a Venezuela (al fin y al cabo buena parte de Venezuela ya está en Colombia)
y a Ecuador, y reimplantar la Constitución del 81, que mal que bien logro sobrevivir más de 100 años.

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