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En el inicio de su discutible Peronismo.

Filosofía política de
una obstinación argentina, José Pablo Feinmann anota:
"Hay grandeza y profundas miserias en el peronismo… Hay
líderes (sobre todo uno), hay mártires (sobre todo una), hay
obsecuentes, alcahuetes, hay resistentes sindicales,
escritores combativos, está Walsh, Ortega Peña, está
Marechal, están Urondo y Gelman…, fierreros sin retorno
como el Pepe Firmenich, doble agente, traidor, jefe lejano
del riesgo, del lugar de la batalla, jefe que manda a los
suyos a la muerte y él se queda afuera entre uniformes
patéticos y rangos militares copiados de los milicos del
genocidio con los que por fin se identificó…".

En apenas un párrafo, Feinmann sintetiza bastante de lo


que ha perdurado de Firmenich en el imaginario político.
Eso, pura mugre: sospechas disfrazadas de certeza,
acusaciones propias de una fractura partidaria, todo
mezclado con atisbos de críticas bien fundamentadas de
compañeros que se preocuparon por buscar la raíz de la
derrota, operaciones que buscan deslegitimar experiencias
revolucionarias, rumores imposibles de probar, lugares
comunes instalados a fuerza de repetición, discusiones
postergadas por la derrota de una organización (de una
generación) que parecía a un paso de asaltar el cielo y que,
en pocos años, se desmoronó en las fauces de la criminal
dictadura. Sin rigor argumentativo, sin cuestionar sus
propias presunciones, sin hurgar más allá de la superficie,
la síntesis brutal de Feinmann no va más allá del ánimo
provocador. Si absurdo es el intento de confirmar o
desechar hoy cada denuncia lanzada al aire, no menos
ridículo resulta limitar la experiencia montonera a la figura
de Firmenich y, al mismo tiempo, también lo es
desaprovechar la ocasión para generar un debate –político
y no intrigante– sobre la figura del comandante de una de
las organizaciones revolucionarias más importantes de la
región: una guerrilla urbana que pasó de pequeño grupo
conspirativo a multitudinario fenómeno de masas, que
irrumpió en la escena para cambiarlo todo y se transformó
en actor político determinante, que creció al compás del
trabajo de cientos de miles de jóvenes en barrios, escuelas
y fábricas, que se atrevió a la herejía de disputarle la
conducción del peronismo a su Líder y que perdió en la
batalla contra la derecha del movimiento primero, para
después sucumbir ante los genocidas militares.

Poco después de la aparición del trabajo de Feinmann, una


solicitada firmada por varios protagonistas del pasado
montonero, le salió al cruce: "Los manuales de la CIA y el
Pentágono ofrecen a sus agentes un variado repertorio de
recursos para llevar adelante la 'guerra de baja intensidad'
contra los enemigos del imperio y las oligarquías. En los
ataques a Mario Eduardo Firmenich se ha suplantado el
debate político por los partes policiales o paramilitares que
reconocen ese origen". Es verdad: es poco serio señalar
que las sospechas que rodean a Firmenich tienen como
única vertiente "la CIA y el Pentágono". Pero no está mal
aprovechar la propuesta e intentar aportar a ese "debate
político" pendiente que los firmantes de la solicitada exigían
como opción.

De eso se trata. De anotar opiniones de protagonistas de


esos tiempos de fuego, de borronear ideas sobre el estilo
de conducción del número uno de Montoneros, de buscar
la lógica en un proceso de decisiones que responde a una
dinámica histórica y a un contexto regional, pero que
estuvo marcado por la impronta de sus liderazgos.
Intentemos, entonces, correr las sombras a un costado.
¿Será posible abrir la puerta a un (incompleto, subjetivo,
arbitrario) ajuste de cuentas político con Firmenich?
2. Personalizar en política suele ser riesgoso, más aún en
el marco de una organización guiada por una conducción
colectiva. Entrevistado por Sudestada, Roberto Perdía
subraya esta singularidad: "Nunca hubo decisiones de
Firmenich autónomas de las estructuras de conducción".
En consonancia, Eduardo Soares señala: "No hay crítica
que yo pueda hacerle a Firmenich que no se la pueda
hacer al resto de la Conducción Nacional (CN). Cuando
criticamos, criticamos a la CN. Nunca a un compañero,
porque sabíamos perfectamente que Firmenich no podía
tomar una decisión individual". Para arrancar habrá que
subrayar entonces que los errores y aciertos de Firmenich
son atribuibles a cada miembro de la CN. Pero, pese a este
detalle, resulta indudable que la estigmatización que pesa
sobre Firmenich no es la misma que bordea los perfiles de
sus ex pares en la dirección. "La concepción política es la
que marca la estrategia de una organización, más allá de
las personalidades de su Conducción. La personalidad de
Firmenich no es la organización. Era uno más en la CN y
las derivas montoneras tienen que ver con opciones
políticas", aclara el historiador Ernesto Salas. Es cierto.
Pero no menos es que vale analizar ciertas características,
no por pretender situar el eje en formas personales, sino
por cómo esas cualidades se proyectaron en las decisiones
centrales de Montoneros. Nadie puede buscar las razones
de la derrota en las formas, pero sí es posible detenerse en
ciertos rasgos que se proyectan en políticas concretas.
"¿Qué importancia tiene lo que pueda pensar hoy sobre lo
que son virtudes y defectos de Firmenich? Eso lo
discutimos en su momento, hoy no tiene sentido", responde
Perdía, rechazando la pregunta inicial. Sin embargo y como
ejemplo, la cuestión del carisma en un movimiento como el
peronismo, marcado por la impronta fundacional de un
liderazgo poderoso, sustentado en híbridos conceptos
como "lealtad" y "traición", termina por configurar un
elemento nada secundario. Si Montoneros pretendía
establecer un proyecto político alternativo al desplegado
por Perón a su regreso, debía proponer ante las masas un
liderazgo de magnitud similar. En síntesis, un liderazgo de
masas, una característica que no parece ajustarse al perfil
de Firmenich, que siempre se manejó con mayor
comodidad entre las sombras de la clandestinidad.

En referencia al subjetivo valor del carisma, apunta Pablo


Fernández Long: "Siempre me produjo la sensación de ser
un muchacho tímido, o más bien acomplejado, a quien las
capacidades ajenas lo hacían sentir incómodo. Comparado
con otros 'jefes' montoneros que conocí, diría que
Firmenich carecía totalmente de carisma y le faltaba el
'peso' de un jefe político". En un sentido similar, Salas
menciona: "Le faltaba el carisma que tenía Sabino Navarro,
o la cabeza teórica de Carlos Olmedo. Sabino era pasión y
Olmedo era razón: por esas dos cosas, pueden ser
amados. Firmenich es anodino, ni para amarlo ni para
odiarlo. Es raro, porque el tipo es bastante lúcido. Pero no
le da el carisma"...

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