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ANOTACIONES A LA CIRCULAR POLÍTICA DE LA JUCO EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Dirección Regional
JUCO Valle del Cauca

El 6 de marzo se confirmó el primer caso de un conciudadano enfermo por COVID-19 en el país. El 17 del mismo
mes, ante la violenta escalada de la curva epidemiológica, el gobierno colombiano se vio compelido, basándose en
las facultades que otorga el artículo 215 de la Constitución Política, a expedir la Declaratoria de Emergencia, con lo
cual se vio posibilitado para decretar el Aislamiento Preventivo Obligatorio -APO- a los ancianos mayores. Tardó
alrededor de un mes el presidente Iván Duque para tomar la determinación de cerrar aeropuertos, terminales y
fronteras terrestres, lo mismo que para extender el APO a toda la población colombiana: solamente hasta el 7 de
abril, mediante decreto 531, se hizo ‘universal’ el confinamiento, extendiéndolo primero hasta el 26 de abril, luego
hasta el 11 de mayo, y por último hasta el 25 del mismo mes. Ello, en términos económicos, ha supuesto unos
cambios y transformaciones en el flujo de mercancías y capitales y en la producción general a escala mundial, que
podían advertirse desde hacía meses: a pesar de que en Colombia el primer caso de positivo para COVID-19 se
identificó en marzo, ya desde noviembre del año pasado las instituciones internacionales de salud venían advirtiendo
de la eminente gravedad de lo que después se catalogaría como pandemia, por lo que algunos países alistaron
fuertes políticas de contención, inversión social y gasto público para solventar la desaceleración económica prevista.

En términos políticos, las recomendaciones de aislamiento social también tuvieron sus efectos inmediatos:
imposibilidad de reunión de grandes contingentes de personas, restricción de movilidad territorial, contención de
procesos movilizatorios, etc. Para el Partido Comunista Colombiano, lo anterior significó principalmente la alteración
de los tiempos de ejecución de sus iniciativas políticas y escenarios de decisión, especialmente en lo relacionado
con el desarrollo de su XXIII Congreso Nacional; pero al mismo tiempo, implicó la reconsideración sobre las formas
agitacionales, políticas y organizativas necesarias para mantener las iniciativas en funcionamiento, difundir su línea
política, y ampliar su influencia en las masas. La forma ‘contingente’ del nuevo momento fue asumida por numerosas
organizaciones sociales y políticas a través del inicio de un proceso rápido y eficiente de ‘virtualización’ de sus
iniciativas políticas y de masas, lo que permitió afrontar la imposibilidad objetiva de salir a las calles con creatividad
y premura.

Desafortunadamente, la JUCO no fue una de ellas. Nuestra organización fue incapaz de plantarle cara de manera
oportuna a las circunstancias desplegadas por la pandemia, y menos que menos, anticiparse a sus efectos en
términos de una orientación política clara y sopesada por la militancia y sus estructuras. Tuvo que pasar más de un
mes desde que fuera decretado el primer APO, para que el Comité Ejecutivo Central -CEC- hiciera un
pronunciamiento que orientase a las estructuras a nivel nacional sobre el quehacer partidista y las líneas de acción
en medio de la contingencia1. Así, bajo forma de Circular Política, llegó el 23 de abril a las Direcciones Regionales

1Durante las semanas previas, por primera vez después de dos años de periodo congresal, se puso en marcha el Equipo Nacional de
Agitación y Propaganda, bajo la égida de una mal planificada iniciativa virtual. Y se dice taxativamente ‘mal planificada’, porque fue resultado
de una orientación inconsulta que, sin ningún sentido de la planeación y del ejercicio de agitación y propaganda organizado y meticuloso,
se antepuso a las iniciativas que las regiones -ante la ausencia de una orientación política- ya habían desplegado y mantenían en desarrollo.
La campaña Confinados, pero no callados, y la preparación de la jornada virtual del primero de mayo son prueba innegable de ello.

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el documento La perspectiva revolucionaria en tiempos de crisis capitalista y momentos de pandemia. La tardanza
que tuvo su entrega, de cualquier modo, se había corregido parcialmente con la acción de la mayoría de las
estructuras de la JUCO a nivel nacional; se cumplió sin mácula la máxima aristotélica de que la materia rechaza al
vacío: ante la lentitud y vacilación inexplicable del CEC tanto en el ejercicio de interpretación de lo acaecido en el
país, como en la proposición y discusión colectiva de orientaciones concretas y políticamente viables, las direcciones
locales y regionales tomaron la estafeta de la conducción política, dejando en claro que la mencionada circular no
hizo sino reafirmar lo que en la realidad ya estaba pasando.

Pareciera que de este documento lo criticable fuera exclusivamente la tardanza de su publicación; de ser así, hubiese
bastado con una ‘nota protesta’ de las direcciones. Sin embargo, estamos convencidos de que en la circular política
hay numerosos errores de interpretación económica, caracterización social y concepción política que afectan
enormemente la posibilidad de plantear salidas y derroteros realistas y viables para la acción política revolucionaria;
o lo que es lo mismo, que su contenido es profundamente debatible en términos de la premura y ligereza de análisis
y proyección política. De ahí que, en este texto, hayamos buscado elevar el nivel de la interpretación, tanto en lo
referente a la teoría de la crisis, la situación política (¿revolucionaria?), como en la consideración táctica como
herencia del leninismo; y propongamos algunos ajustes a las iniciativas que se mencionan en el documento original.

1. El concepto de crisis: ¿estamos ad-portas de una crisis del capitalismo?


Vale decir que la caracterización económica que hace el documento sobre la ‘crisis’ en tiempos de pandemia es laxa
en demasía (asunto éste que contrasta de manera profunda con el largo periodo que se tomó para su elaboración).
Así, se menciona sin empacho que “La crisis a la que nos abocamos es una crisis del sistema capitalista, es una
crisis en tanto se presenta una interrupción del proceso de acumulación de capital”. Creemos que un análisis tan a
la ligera de lo que significa y representa una crisis (tanto en el aspecto teórico como en su validación empírica) no
solamente puede llevar a exabruptos interpretativos, sino a desubicaciones en las orientaciones políticas de la
organización a nivel nacional.

Es por ello que nos arrogamos la necesidad de establecer una definición más precisa de lo que significa una crisis.
En primer lugar, hay que decir que una crisis siempre tiene detonantes evidentes, por lo que verla a posteriori resulta
mucho más sencillo que anticiparla; sin embargo, comprender los procesos que la componen, y los fenómenos que
de ella se desprenden, es una tarea mucho más ardua. Definirla, en este sentido, adquiere la misma dificultad. David
Harvey, sin embargo, nos arroja una idea orientadora: una crisis es un escenario en el cual los flujos de mercancías
y capitales -circuito de negocio- se ven interrumpidos (2020). Visto así, un desastre natural, un cierre de fronteras,
un toque de queda, o incluso un atasco del tránsito, son fenómenos que interrumpen localmente esos flujos y, por lo
tanto, al menos en una escala local, podrían considerarse como crisis. Como es sabido, el ‘proceso de acumulación
del capital’ se hace cada vez más global, en tanto que el capitalismo se socializa como modo de producción conforme
amplía los mercados, por lo cual interrumpir este proceso significaría algo mucho más grande que esa ‘pequeña
interferencia’ en un plano tan limitado geográficamente como es lo local (una ciudad, un departamento, una región).
De ahí que para hablar de crisis, Harvey (2014) sea enfático en (1) el carácter global de la misma, y (2) la afectación
sistemática y ‘homogénea’ a los diferentes sectores económicos en el marco de esas breves interrupciones del
circuito de negocio.

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Si las crisis representan, en primer lugar, esa interrupción a escala global; y, en segundo lugar, afectan a todos los
sectores económicos de tal forma que impiden la acumulación del capital en el mundo entero, el concepto de crisis
se realiza en los “momentos de transformación en los que el capital suele reinventarse a sí mismo y transformarse
en algo diferente; y ese «algo diferente» puede ser mejor o peor para la gente por mucho que estabilice la
reproducción del capital. Pero las crisis son también momentos de peligro cuando la reproducción del capital se ve
amenazada por las contradicciones subyacentes” (2014, pág. 19). Es por ello que Harvey (ibíd.), citando a Marx,
expone que “Las crisis mundiales han sido siempre […] la concentración real y el ajuste forzoso de todas las
contradicciones de la economía burguesa” (Marx, citado en Harvey, 2014, pág. 15).

Aunque para este autor pueden identificarse al menos diecisiete contradicciones del capital -entre fundamentales,
cambiantes y peligrosas-, ya Lenin (1977) había demostrado en 1897 que las crisis solamente pueden explicarse
sobre la base de la contradicción fundamental del capitalismo: el carácter social de la producción enfrentado al
carácter privado de su apropiación. En su debate con ‘Sismondi y los sismondistas rusos’, éste identificó dos teorías
de la crisis, completamente opuestas entre sí: la primera de ellas, proveniente de la interpretación que Sismondi
hiciera de Adam Smith, encontraba en la desproporción entre producción y consumo la explicación de toda crisis
económica; así las cosas, el argumento puede resumirse en que cada que se produce más de lo que los mercados
pueden consumir, hay una crisis (subconsumo como causa esencial). La segunda, en cambio, y que formulara Marx
principalmente en El Capital, acentúa como factor principal la anarquía de la producción, esto es, la sobreproducción
de mercancías en el marco de la realización global del capital. Así, mientras que la primera de ellas niega la
sobreproducción de mercancías como factor relevante de la crisis, la segunda incorpora el problema del
subconsumo, pero esta vez como factor secundario. En palabras de Lenin, “El análisis científico de la acumulación
en la sociedad capitalista y de la realización del producto minó todos los fundamentos de esta teoría, y mostró al
mismo tiempo que, precisamente durante los periodos que preceden a las crisis, el consumo de los obreros se eleva,
que el subconsumo (con el cual se pretende explicar las crisis) existió en los regímenes económicos más diversos,
mientras que las crisis constituyen el rasgo distintivo de un solo régimen: el capitalista” (ibíd.).

De lo anterior se extraen los problemas centrales de la interpretación que hace la circular. En primer lugar, porque
pareciera que se utiliza el concepto de sobreproducción de mercancías más como un lugar común de la jerga
económica del marxismo que como una categoría central del análisis de la coyuntura. Así, se expresa con franco
desconocimiento que “Un factor propio de la crisis es la sobre producción de mercancías, que durante el año anterior
tuvo en (sic) estancamiento en el sector industrial de Alemania, Italia, Japón, África del sur, Argentina; a ello le
sumamos el estancamiento de mercancías del sector automovilístico en China, India, Alemania y Reino Unido. Lo
que ha ocurrido es que las ganancias del sector financiero desbordan la capacidad material y real del flujo de
mercancías”2, lo cual en términos reales es cierto, pero que como ‘factores esenciales’ de la crisis no representan

2Podría argumentarse, a contrasentido, que éste es el mismo planteamiento que propuso David Harvey en su último artículo referente a la
pandemia de la COVID-19. Sin embargo, es menester recalcar que en su reflexión es insistente al manifestar que la actual crisis es resultado
de un proceso de décadas de devaluación -las cuales, pasado el punto de inflexión que significó la crisis financiera de 2008, ven en la
actualidad otro momento de algidez-, y que por su concreción geográfico-económica -Wuhan es una ciudad flujo de mercancías y capitales
a escala global, que mantiene esa centralidad en el sistema-mundo- podría profundizar sus efectos hasta la magnitud que puede hoy
advertirse (Harvey, 2020).

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más que datos sueltos; es evidente que, aunque utiliza nominalmente la categoría de ‘sobreproducción’, a lo que se
refiere el documento es al subconsumo (incapacidad de las mercancías para encontrar mercados que las absorban),
tratando de encubrir con ello el retorno a un tipo de análisis que fácilmente encajaría en el romanticismo económico,
tan agudamente criticado por Lenin en el siglo XIX. Y en segundo lugar, porque al no identificar plenamente los
sectores que se asumen como ‘en crisis’, se eleva a condición general una situación que es solamente una
característica particular de ciertas ramas de la producción económica; un ejemplo claro de ello es cómo los mercados
creados alrededor de las plataformas de abastecimiento, y el proceso de acumulación del capital en sectores como
la tecnología, la informática, las plataformas virtuales de entretenimiento y prestación de servicios (Netflix, Amazon,
Rappi, Uber, etc.), no solamente no se han visto en crisis, sino que han salido fortalecidos de la coyuntura económica,
al significar estos un flujo de capitales no materiales que ven sus circuitos de circulación/distribución intactos. No es
‘crisis del sistema capitalista’ cuando múltiples sectores de la economía han podido dejar incólumes sus ganancias
y su realización de la producción.

¿Si no es a una crisis sistémica, a qué asiste hoy la economía mundial? La forma en que Samir Amín (1999) delimita
la categoría crisis permite ver con mayor claridad este elemento. Una crisis representa los cambios de dirección en
el proceso de evolución de las sociedades, que no necesariamente deben entenderse como lineales-ascendentes,
sino como ‘expansiones, estancamientos y retrocesos’ -se habla, claro está, de una concepción de crisis limitada
históricamente al modo de producción capitalista (ibíd.). La anarquía de la producción es la causa primaria de la
crisis capitalista, pero no por ello el fenómeno estructural de la sobreproducción de mercancías es un criterio general
para definir un momento puntual como ‘crítico’. Lo que queremos decir es que la sobreproducción de mercancías es
una ‘enfermedad crónica’ del capitalismo, un síntoma permanente del proceso de acumulación del capital, pero no
representa en sí mismo, de manera universal, una crisis del modo capitalista de producción a escala global. Así, no
a toda ‘evidente’ escalada en la producción sigue una ‘crisis general del sistema’, conclusión ésta que parece
desprenderse del documento analizado.

De este análisis de Amín (1999) se deriva una conclusión central para el ejercicio interpretativo -aun cuando ya había
sido advertido por Marx en los Grundrisse y posteriormente en El Capital-: el capitalismo tiene una naturaleza
inestable, y es el único modo de producción o régimen económico al cual las crisis le son inherentes; al entender
esa inestabilidad permanente del modo de producción capitalista, se convierten en fundamentales las categorías de
ciclo comercial a corto plazo, onda larga y crisis sistemática general o fundamental. Es necesario mencionar que las
crisis dentro del sistema capitalista, ya sean en su ‘dimensión de ciclo corto’ o en su fase más compleja de ‘onda
larga’ -o ciclo de Kondratiev-, hunden sus raíces en motivaciones profundamente diferentes, con lo que equiparar de
manera abstracta unas y otras -asumiendo que se pudiese catalogar la actual como una crisis del sistema capitalista-
resulta, sin más, otro despropósito. Así, lo que para la circular política se constituye como una ‘crisis actual del
sistema capitalista’, tiene que ver en realidad con un largo proceso de reacomodamiento del sistema-mundo en
términos que no necesariamente se relacionan con la categoría de crisis; o incluso, al decir de Harvey (2014), podrían
ser los resultados no previstos de una crisis pasada. Veamos lo siguiente.

El siglo XXI, en términos económicos, condensa la superación del triple escenario de la de la manutención del
compromiso histórico entre el capital y el trabajo en los países de capitalismo avanzado, la exacerbación del reto
capitalista producido por el ‘capitalismo sin capitalistas’ fomentado en la URSS hasta el final de sus días, y el fracaso
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del desarrollo de un capitalismo nacional como experiencia histórica de los países del ‘tercer mundo’ (1999). La
recesión económica, de larga duración, iniciada a principios de los setenta y coronada con la imposición del régimen
de acumulación neoliberal, en consecuencia, es resultado del agotamiento de los tres modelos arriba señalados. En
palabras de Amín, “La recesión actual, como todas las demás, se manifiesta a través de un excedente de capital que
no encuentra salidas lo suficientemente rentables en la expansión de la capacidad productiva. El manejo capitalista
de este fenómeno se ha dirigido entonces a ofrecer alternativas en el campo financiero y, por esta misma razón, ha
hecho de la preservación de los valores del capital su principal prioridad, aun cuando ésta vaya en detrimento del
crecimiento económico. La nueva hegemonía de los mercados de capital opera a través de diversos medios […]
[especialmente a partir de] las políticas de las instituciones financieras internacionales, que obligan a los países del
Tercer Mundo a anteponer el servicio de la deuda externa a cualquier otra consideración” (1999, pág. 27). Por lo
tanto, estos, los movimientos sistólicos y diastólicos del sistema capitalista no han hecho sino acelerarse, sin que
ello cambie cualitativamente su contenido. Lo que lo anterior introduce al análisis es (1) la centralidad actual del
capital financiero en el proceso global de acumulación del capital; lastimosamente, el documento analizado remata
el tema con un pobre “Todo esto termina por agudizar la crisis ya manifiesta en los mercados de valores durante el
mes de febrero y marzo donde tuvo una devaluación neta del 30% de este año”. Creemos que, ante la importancia
fundamental del capital financiero, la especulación y la absorción que propugna sobre el capital productivo, este
tendría que ser el centro de la discusión. Y (2) la importancia de diferenciar entre las crisis del sistema y las crisis
dentro del sistema, según la rigurosa clasificación de Amín (ibíd.).

Ahora bien, para sintetizar, el argumento que presentamos es como sigue: si el capitalismo mantiene a las crisis
(constantes depresiones, recesiones y expansiones) como partes constitutivas de su ‘ser’, (1) lo que se denomina
en la circular como crisis no constituye per se una crisis del sistema, sino una crisis dentro del sistema, lo cual la
hace fácilmente asimilable por éste; y (2) su inestabilidad crónica puede devenir en una crisis sistémica, general o
fundamental, pero no quiere ello decir que en cualquier ‘interrupción del flujo de mercancías’ estemos ante el
derrumbe total o siquiera mayoritario del sistema capitalista.

2. La situación política y la táctica: ¿las reformas son reformismo?


Podríamos definir la fantasía como la facultad humana de representar en la mente sucesos que no existen en la
realidad. La circular política es enfática en reforzar la idea de que, ante la crisis actual del sistema capitalista, el
‘estallido social’ es inminente, y a nosotros los comunistas, en ese escenario, no nos queda más que cumplir nuestra
tarea: hacer la revolución. Si desde el acápite anterior se hizo claro que no se está presentando una crisis del sistema
capitalista, asumir que nos encontramos cerca de una situación política revolucionaria o, cuando menos, que
estamos en el marco de un próximo y visible estallido social, no es más que fantasear infantilmente con la revolución.
Por ello creemos que sería preferible ubicar en nuestra tradición leninista (1) la concepción de la situación política y
las características de una de tipo revolucionario; (2) la táctica y el papel que en ella cumplen las reformas y los
acuerdos. Entendemos que solamente así se hará lo suficientemente claro el vacío político de la orientación nacional
de la organización, con miras a corregirlo de la mejor manera.

El documento plantea dos ideas muy problemáticas con respecto a lo que ya está claro, y es que la crisis sistémica
del capital no existe tal cual se propone. La primera de ellas es que “En nuestra opinión como comunistas
revolucionarios, la alternativa a la crisis no está en la ampliación de medidas de programas sociales o de
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suplantación, filantrópica del papel del Estado, tampoco se reduce a la eliminación de la ley 100, la democratización
de la banda ancha y las telecomunicaciones o subsidiar la nómina de las empresas para mantener los trabajos
actuales y financiar así la crisis con los recursos del Estado”. La segunda, como su ‘profundización lógica’, expone
de manera tajante que “La superación de la filantropía del marketing neoliberal, debe de ser superada (sic) con
mecanismos de articulación realmente solidaridad (sic) en las cuadras y barrios. Hacer el trabajo político en el
espacio más concreto en el cual vivimos, y aprovechar estos para reinventar la cuadra como trinchera al Covid, al
capital, a la hambruna, a la fuerza pública; con ideas, con escenarios culturales en el marco del confinamiento, con
organización y formación. Romper la donación - confinada del neoliberalismo (sic), solo es posible en el espacio
común, es allí donde se pueden entretejer relaciones sociales solidarias, dar la disputa ideológica, política y cultural
a partir de nuevas prácticas”3.

El planteamiento político real que subyace a estas afirmaciones salta a la vista cuando prescindimos de su
fraseología radical: ‘la filantropía y la suplantación del Estado en sus funciones esenciales, la lucha por pequeñas
reformas, y demás acciones que no hacen sino paliar la crisis, no son propias de un partido verdaderamente
revolucionario; la tarea inmediata es ‘dar la disputa ideológica, política y cultural con nuevas prácticas’, y dejar de
trancar la rueda del estallido social, para que la insurrección popular se manifieste y sea susceptible de encauzar
mediante elementos conscientes y organizados’. Podríamos concederles espacio a estas afirmaciones, si no
tuviéramos claro ya que (1) la mencionada crisis del sistema capitalista no existe sino como crisis parcial y
territorializada de algunos sectores de la economía, que no ha obligado de ningún modo al capital a reinventarse o
reconfigurarse de forma orgánica; ni (2) que tener una amplia expectativa política de una próxima situación política
revolucionaria sin atender a los factores objetivos de la economía y la sociedad no hace sino reforzar un voluntarismo
que, políticamente, se asimila más a la desorientación que a la certeza. De ahí que estas aseveraciones, que son el
núcleo de la circular, tengan tan escaso valor político: no explican cómo puede una crisis económica general que no
existe derivar en una próxima crisis política y social que podría desencadenar una revolución.

Lo anterior demuestra que nuestra primera tarea tiene que ser revisar el concepto de situación política y las
características de una situación política revolucionaria, en el orden de clarificar la construcción de una orientación
política revolucionaria. Es quizá en El 18 Brumario y en La lucha de clases en Francia donde Marx establece los
criterios más generales para analizar una situación política, sea esta cualquiera que se despliegue en un momento
dado. En este sentido, el aporte de Álvaro Vásquez (2004) es central en esta clarificación conceptual. Para él, el
concepto de situación política se refiere a lo que en la categorización leninista es el momento político, y en la
‘gramsciana’, la coyuntura; de ahí que nos refiramos a ellos, en este texto, como equivalentes. Ahora bien, de la
correcta evaluación de un momento político depende la elaboración de una política ‘consecuente y acertada’; de ahí
que el primer grado de análisis de la situación política sea “una detallada consideración sobre el carácter del
gobierno, de los diversos sectores de la clase dirigente, el grado de organización y de unidad del movimiento popular,
del estado de ánimo de las masas y de su disposición a luchar por los objetivos inmediatos y a largo plazo” (ibíd.,
pág. 41). El segundo, entonces, tiene que ver con la respuesta a la pregunta de “cuáles son los más probables

3Es importante resaltar que la redacción del documento y su estructura lógica hace muy difícil un análisis pormenorizado y detallado de sus
carencias y fallas. A pesar de ello, se ha emprendido esta empresa al reconocer su contenido político como un punto de discusión central
en este momento histórico para los militantes comunistas colombianos.

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desarrollos de las diversas contradicciones de la vida política […] y sobre todo, qué tipo de solución de esas
contradicciones es por la que debe trabajar el movimiento popular y los sectores más avanzados” (ibídem). Es por
ello que, del análisis correcto de una situación política o coyuntura, que no es otra cosa que la disección de un
momento específico de la lucha de clases en el que interactúan factores económicos, políticos, sociales y culturales,
depende la construcción y el desarrollo de una política ajustada a las necesidades sociales y populares de la misma;
a esa política se le denomina táctica, categoría sobre la que volveremos más adelante.

Las situaciones políticas exigen determinados planteos políticos que les correspondan. En otras palabras, requieren
de rutas de acción política a corto plazo que permitan ubicar los puntos centrales de la organización y la movilización
popular, para hacer frente de manera precisa y justa a las contradicciones que se presenten en cada caso. Éstas,
las tácticas adoptadas en relación con determinados momentos de la lucha de clases, son por lo tanto relativas a la
situación política, esto es, tienen un carácter relacional marcado. De ahí que sea claro el hecho de que la
absolutización de una táctica, o de una forma de lucha, a tal punto de desvanecerla en el aire de la praxis
revolucionaria, no hace sino negar la incapacidad de un análisis y una proyección política acertada. El llamamiento
permanente a la revolución, a la insurrección popular, a la ‘socialización de los medios de producción’, sin ningún
tipo de consideración táctica, refleja solamente la impotencia política y su encubrimiento discursivo: radicalizar las
palabras sin profundizar la práctica.

Al respecto, ya Gilberto Vieira anotaba que una fraseología radical no convierte a una situación política, cualquiera
que sea, en una situación política revolucionaria (Harnecker, 1989): “el problema del poder se plantea
programáticamente, figura como objetivo estratégico en el programa del partido. Lo que pasa es que en los
documentos de acción inmediata no se plantea el problema del poder, porque no es un objetivo a nuestro alcance
en este momento” (ibíd., pág. 34). Sostenía, del mismo modo, que “nosotros somos partidarios de plantearnos
consignas realistas, estamos luchando en este momento contra el militarismo como enemigo principal, contra la
operación de exterminio del militarismo. Además, calificamos al militarismo en Colombia como el instrumento
principal de dominación del imperialismo yanqui... El militarismo es el partido anticomunista en Colombia: aparte de
asesinar a comunistas hace propaganda anticomunista: distribuye folletos, hojas contra el comunismo, lleva adelante
una campaña de intoxicación anticomunista. Nuestro objetivo actual es luchar especialmente contra el militarismo,
todavía no se nos plantea el problema del poder, puede que surja la situación propicia para ello en el futuro” (ibíd.).
En esta línea, pretender llamar a “disputar los diferentes contenidos de la resolución del momento político” a partir
de la organización de “un acontecimiento revolucionario”, tal como hace la circular, se estrella directamente -además
que con la realidad de que la actual no es una crisis sistémica del capital, y por lo tanto no proyecta una salida
revolucionaria como acción inmediata- con la incapacidad de hacer una lectura táctica ajustada y consecuente de la
situación política.

Pero ¿cómo podemos comprobar que no estamos ante una situación política revolucionaria? Luis Morantes,
comandante Jacobo Arenas, arrojó en su Cese al fuego una caracterización muy útil en este respecto: para que una
situación política sea catalogada efectivamente como revolucionaria, debe destacarse porque (1) los de abajo ya no
quieren seguir viviendo gobernados como antes; (2) los de arriba, por lo anterior, no pueden seguir gobernando
como antes; (3) hay una crisis económica irreversible que afecta hondamente a la mayoría de la población; (4) las
masas populares se lanzan a acciones revolucionarias independientes de la tutela de la ideología burguesa y al calor
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de la lucha se eleva el grado general de la conciencia de la clase obrera y de la población en general; (5) el ejemplo
de las revoluciones victoriosas cala en la conciencia de la población; y (6) el factor subjetivo de la revolución entra a
jugar un papel preponderante, a la vez que empiezan a desarrollarse factores insurreccionales (Arenas, 1985).
Creemos que esta caracterización nos permite aclarar tres elementos: primero, que para que haya una situación
política favorable a un proceso revolucionario e insurreccional, deben existir condiciones objetivas y subjetivas
necesarias, que permitan movilizar conscientemente a las clases populares hacia los objetivos más amplios y
radicales en términos políticos; no basta entonces con la ‘conciencia superior’ de un puñado de hombres y mujeres
que, apelando a la voluntad y las buenas intenciones, pretenda hacer estallar una revolución sin caracterizar la
coyuntura como en ruta a la misma, o favorable a una correlación de fuerzas afín a los propósitos de los
revolucionarios y la población en general. Segundo, que es evidente que en el momento político que nos atraviesa,
las acciones populares -de choque, espontáneas, dispersas, esporádicas- que en el documento sirven para justificar
el ‘próximo estallido social’, no son más que la expresión de la lucha estomacal, que no llega a ser, en términos
generales, ni siquiera una conciencia tradeunionista de la lucha política. Y tercero, que el régimen político colombiano
y sus aparatos de represión, aupados por décadas de militarismo y restricción de libertades, han incidido de manera
profundamente negativa en los grados de organización y unidad del movimiento político, social y popular, limitando
con ello también la disposición subjetiva (factor consciente) de las masas; un grito insurreccional en condiciones de
fortalecimiento de la clase dominante, y de expansión de su influencia en las diversas instancias del Estado,
significaría una derrota aplastante y un retroceso de décadas para el movimiento de masas en Colombia, asunto que
no ha sido siquiera sopesado por el documento.

Sería un error seguir insistiendo en una tesis tan ampliamente refutable, sobre la base del desconocimiento de estas
consideraciones; sin embargo, estamos convencidos que hay otra serie de razones para cuestionar el planteo político
de la circular. Así, entendemos que la segunda tarea que nos compete en este apartado del texto es la de exponer
la importancia de la táctica y las reformas en el proceso revolucionario, lo cual nos permitirá avanzar y superar
analítica y políticamente la mímesis del discurso radical, pero sin perspectiva.

Ya previamente hacíamos alusión al concepto de táctica en tanto que la formulación y desarrollo de una política
ajustada al análisis del momento político o coyuntura; y mencionábamos también que, por tal razón, táctica es una
categoría relacional, estrechamente vinculada a la de situación política (en cierto grado, derivada directamente de
ésta). El problema de la táctica y sus tiempos, grados y complejidades ha sido un elemento central en el desarrollo
del pensamiento revolucionario, especialmente en su acepción marxista. Podemos entender, como decíamos más
arriba, que la táctica se remite principalmente a la definición de una ruta de acción política a corto plazo, conforme
una aprehensión rigurosa de la coyuntura y sus interacciones con los movimientos orgánicos de la sociedad en un
momento específico (Gramsci, 2010). Así, podemos diferenciar la táctica de la estrategia, que es la definición política
para un periodo de mediano y largo plazo o, más precisamente, para ‘toda una etapa del desarrollo histórico’ de la
sociedad (Vásquez del Real, 2004). Si la estrategia, en este sentido, se refiere a los máximos políticos exigidos para
un periodo histórico, la táctica se remite, en cambio, a las tareas inmediatas, las luchas parciales y de alcances
limitados que debe emprender un partido revolucionario. Sin embargo, la táctica y la estrategia deben corresponderse
necesariamente, dado que mantienen una relación orgánica en la que la primera representa los pasos graduales
para la compleción de la segunda.

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Resumiendo, la centralidad de la táctica en el quehacer revolucionario se entiende al asumir que su objetivo “de
consiguiente, es ir ganando fuerzas, consolidando acuerdos, llegando a compromisos y movilizando a los sectores
interesados en cada uno de estos episodios. Hace parte de la táctica la elaboración de las consignas en cada
momento, la sustitución, cuando es necesario, de una consigna por otra que corresponda a la situación. En síntesis,
el momento político y la táctica correspondiente se rigen por el principio de oro de la política: el estudio concreto de
una situación concreta” (2004, pág. 42). No debe olvidarse que, sin embargo, al referirnos a la táctica y a los intereses
inmediatos, los comunistas también nos hemos propuesto previamente objetivos a largo plazo que deben ser
resultado de ese acumulado; de lo contrario, estaríamos actuando “teniendo en cuenta solo los factores coyunturales
y olvidando los objetivos de profundidad” (ibíd., pág. 46), es decir, saltando al campo del oportunismo. Es de suyo
claro entonces que no hay una relación mecánica entre la situación económica y la táctica, como tampoco entre la
economía y la política: “En primer lugar, no es posible determinar la táctica directamente de los datos del proceso
económico, entre ambas hay estrechas dependencias, pero están mediadas por una serie de niveles, incluyendo las
influencias ideológicas, la cultura, las tradiciones y las costumbres. En segundo lugar, el nivel económico no
corresponde siempre al político. Las dos actitudes tienen que ver también con el grado de conciencia de las
personas, los grupos y las clases” (ibíd., págs. 43-44).

Para Marx, igual que la situación política, la táctica se convierte en una consideración de inevitable cuidado para el
ejercicio revolucionario; así, éste “previno en repetidas ocasiones contra los fenómenos de desenfoque de la realidad,
es decir, la falta de comprensión del momento político, que así como capta la maduración de las condiciones que
garantizan una táctica de ofensiva, también se presenta lo contrario: ignorando la situación real, hay quienes se
lanzan a luchas y objetivos tácticos que no corresponden a las posibilidades de lograr éxitos, así sean parciales”
(2004, pág. 47). En Lenin, lo anterior se traduce en un principio de alto valor: al ‘capturar las correlaciones de fuerza’
para cada caso, debe entenderse que hay periodos de lento desarrollo, en los que la acumulación de fuerzas es
principal; y hay situaciones revolucionarias, en las que las contradicciones explotan y exigen una salida igualmente
revolucionaria. De este modo, en tanto que diferentes, la actitud frente a estas situaciones debe ser igualmente
distinta: “Hay que saber pasar de las tareas de formación, educación y movilización dirigidas a ganar fuerza, a las
actividades definitorias en que lo esencial es ganar la ofensiva y buscar los desenlaces definitivos. Por tanto, no hay
ningún momento vacante para la lucha” (ibíd., pág. 48).

Pareciera entonces que el documento analizado pasa por alto la tradición marxista y leninista de otorgar al análisis
táctico un lugar central en la perspectiva revolucionaria. Es visible, en ese sentido, que la circular no establece
ninguna consideración táctica para la formulación de la orientación política, sino que prefiere sacar de la chistera,
con golpes de ciego, una ruta de acción que está fuera de foco del real acontecer político nacional. De este modo,
convierte en un juego de azar la construcción de la política más justa para los revolucionarios, no solamente por la
ligereza con que se asume la táctica en general, sino por el desconocimiento de sus aspectos particulares. Una
rectificación seria de esas falencias tácticas tiene que ver con el reconocimiento de la centralidad de las reformas en
las situaciones políticas en las que el grito insurreccional se apaga ante la más desfavorable de las correlaciones de
fuerzas.

Las reformas, como cambios parciales del régimen político y de la estructura económica subyacente, no son per se
revolucionarias; pero es sabido que, en principio, ninguna política lo es, aislada del contexto en el que se funda,
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dispuesta en abstracto frente a la coyuntura en que se despliega. Como se decía, la absolutización de la táctica, que
en este punto equivale a la abstracción total de una táctica en específico, distorsiona una realidad de a puño: que
las políticas revolucionarias no lo son en función del objetivo que se proponen (pues en principio todas las políticas
se proponen desembocar en la revolución), sino de su justeza y consecuencia, ya en el proceso acumulativo de
avances políticos hacia los objetivos trazados, ya en el de ruptura intempestiva con el orden social vigente. Sabemos,
pues, que la circular desprecia ‘pequeñas reformas’ como la derogación de la ley 100 de 1993, los subsidios de
emergencia a pequeños y medianos empresarios, y el ingreso mínimo vital a la población colombiana, entre muchas
otras -las cuales, dicho sea de paso, son parte esencial del planteamiento político actual del PCC-; las reformas se
asumen, de manera mecánica, como ‘las formas de la democracia burguesa’, que en tanto que tal ven en el
parlamento su ‘espacio natural de desenvolvimiento’, por lo cual terminan siendo desechadas por ‘burguesas’,
‘socialdemócratas’ y ‘reformistas’. De este modo, se hace evidente que el CEC no entiende que “una táctica acertada
en este sentido es el criterio de hasta dónde pueden ser aprovechados [los instrumentos de la democracia burguesa]
para defender los intereses populares, difundir el programa y las posiciones de los sectores democráticos, combinar
esos medios con la lucha de masas, la acción independiente y sobre todo, para construir, mediante la presencia
popular amplia las bases de un contra poder popular y democrático y un modelo de economía y de Estado diferente
al actual” (2004, pág. 53). Esta es, pues, la segunda tarea que hemos completado en este apartado: clarificar la
centralidad de la táctica en relación con la necesaria lucha por las más amplias reformas en la coyuntura actual, que
no es sino el reflejo del momento político y la nitidez de la valoración táctica referente.

La insistencia del documento en la relación mecánica entre reformas y reformismo refuerza la ya de por sí notoria
vacilación política del mismo; ello porque no capta el valor esencial del postulado político al que hicimos mención
arriba: no es un camino eterno de reformas al que se apela para llegar al socialismo, sino a la capacidad que éstas
tienen para profundizar las contradicciones, para radicalizar la organización y para fomentar la unidad de las fuerzas
populares, para abrir espacio a una eventual resolución revolucionaria de las contradicciones estructurales del
capitalismo. La idea de conquistar posiciones es justamente esa: acumular fuerzas sin descartar la insurrección
popular, incitar el ascenso del movimiento de masas en función del asalto revolucionario.

3. El resultado histórico de la valoración táctica del PCC: la apertura democrática


No queda duda de que se ha refutado, primero, la existencia de una crisis sistémica del capitalismo y, con ella,
segundo, la caracterización de la situación política como revolucionaria; de este modo, quedó claro también, tercero,
cómo la orientación política que expresa el documento adolece de serios problemas de comprensión de la táctica,
en correspondencia con su frágil análisis económico, político y social de la coyuntura. Es por tal error de comprensión
que hace un llamado permanente y sin sustento a la revolución, a la insurrección, a la organización consciente de
las clases populares en ruta al socialismo, cuando es notorio que no existen condiciones objetivas ni subjetivas para
ello. Siendo así, ¿cuál es la tarea de los comunistas en este momento?

La caracterización del régimen político que ha hecho históricamente el PCC, demuestra cómo su forma de
democracia restringida ha sido una constante que se mantiene hasta nuestros días. En este escenario, la lucha por
las reformas democráticas que permitan el goce de derechos y de las más amplias libertades populares, ha sido un
planteamiento político fundamental en la historia del partido, bajo la precisa consideración de que la cuestión del
poder -tal como lo expresa Vieira previamente (1989)- no se ha presentado jamás como objetivo inmediato para los
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revolucionarios. Es justamente aquí donde podemos ver el valor de la tesis de la lucha por la apertura democrática
con toda claridad: mencionaba Nicolás Buenaventura en 1987 que el reclamo por el ensanchamiento de la
democracia conjugó avances importantes en el campo popular: (1) la derrota del componente más militarista del
Estado colombiano, contenido en el Estatuto de Seguridad de Turbay y con ello el agendamiento nacional de la tesis
de la solución política del conflicto armado; y (2) los notorios avances en la lucha por las libertades populares (1987)4.

Por el contexto en que surgió, la materialización de la tesis de la apertura democrática significaba, en primera
instancia, la ruptura con el militarismo, forma concreta que tomó la doctrina de seguridad nacional en Colombia.
Actualmente, ello no ha cambiado: el militarismo sigue siendo la más profunda y fuerte casamata del cerrojo histórico
que las clases dominantes han puesto a la democracia en el país, toda vez que ésta, en apariencia competitiva y
plural, se ha configurado como la forma actual de la exclusión bipartidista.

En este punto es donde se revela el significado real de la apertura democrática: “es ante todo un proceso y además
algo que surge desde abajo. Es en primer lugar el espacio que el pueblo mismo se abre directamente en la plaza
pública, en el mitin, en la marcha. O bien en una manifestación para la cual no hubo permiso y entonces hay que
pisar la calle como rescatándola, como ganándola. Es el espacio del paro cívico donde la legalidad se impone por la
pura unanimidad. Es ese espacio que se va ensanchando a golpes, en la ciudad, en la acción inerme y masiva, o
también que se va despejando en los campos por influencia de la lucha armada. Es el espacio de la asamblea cívica
o sindical o del movimiento de la resistencia” (ibíd., pág. 47). Pero la apertura democrática también es, por un lado,
ruptura de las limitaciones y parcelas de la lucha social, es la venida debajo de las distancias ‘naturales’ entre el
movimiento cívico, el sindical y el estudiantil, es el ejercicio de presión sobre las barreras instituidas en los segmentos
de la vida social; y por otro, es la inserción en el campo del Estado, en su reglamentación, en su juridicidad, en su
acción política: “Es el espacio que presiona los linderos del Estado y los amplía, que los ensancha, para que allí
quepa cada vez más la participación popular” (ibíd., pág. 42). De ahí que la democratización no deba entenderse
como el regalo o la gracia del Estado, sino como el triunfo sobre su capacidad de exclusión y cercenamiento de las
reivindicaciones populares. La apertura democrática es, pues, “una brecha que el pueblo abre desde abajo, un
espacio que se crea en la misma contienda por el pan, por la tierra, por la vida. Una brecha que empieza por las
fisuras o las grietas que deja el Estado capitalista en sus contradicciones y conflictos. Una brecha que, al ampliarse
duramente, año tras año, con terribles costos y sacrificios, hace ceder al Estado, lo obliga a romper barreras y
cadenas, a despejar más el camino revolucionario. Lo obliga a concretar en ley o norma el proceso mismo” (ibíd.,
pág. 59).

El significado político de la apertura democrática puede sintetizarse entonces como el despeje del camino
revolucionario, como el proceso de arrancar las trabas y oposiciones que el régimen burgués ha puesto al movimiento
popular y su participación real en las decisiones centrales de la vida nacional. Es por eso que la democracia, tal
como se entiende para los comunistas, jamás podrá equipararse al reformismo, a la más pueril intentona
socialdemócrata por embellecer al Estado capitalista; ello porque “Ayer como hoy las reformas van, las reformas
avanzan y se imponen. Y lo mismo ayer que hoy las reformas son contradictorias: son una conquista de la lucha

4Puede agregársele también el proceso de unidad sindical que inició en el Paro Cívico de 1977 y culminó con la creación de la CUT en
1985 (ibíd.).

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popular, un balance de esa lucha, pero a la vez, son un instrumento para perpetuar el dominio de los de arriba. Son
al mismo tiempo un camino abierto al proceso revolucionario y una traba, una devuelta hacia ese camino del
reformismo. Todo depende de quién tire más duro la cuerda. Todo depende del juego de fuerzas en el proceso de
las reformas” (ibíd., pág. 109). De este modo, queda claro que, a diferencia de cualquier oposición ‘purista’ y
‘ultrarevolucionaria’, la lucha por la democracia y su ampliación es la tarea inmediata de la clase obrera y de los
comunistas, y ello se contrapone en todo sentido a la expectativa de la construcción inmediata y espontánea de la
democracia socialista y la dictadura del proletariado, al margen del desarrollo de las contradicciones de clase de la
sociedad colombiana, su historia, desenvolvimiento y profundización. Ya lo decía Álvaro Vásquez: “La clase obrera,
sobre todo, comprende muy bien que sus propios intereses inmediatos dependen de las libertades democráticas.
Para no hablar de sus intereses como clase que aspira a una transformación revolucionaria que la coloque en el
primer plano de la vida nacional como protagonista de la liberación de todo el pueblo” (1976). Ha quedado planteado
el objetivo político de la tesis de la apertura democrática: hacer ceder al Estado burgués e imponerle una legalidad
nueva, popular y democrática, que ponga en riesgo los cimientos de su propia dominación.

El documento ignora por completo que, en línea con lo anterior, la lucha por reformas que arranquen a la legalidad
burguesa las más amplias libertades populares, tiene en sí misma un contenido revolucionario que solamente se
dirime en la historia, desenvolvimiento y desarrollo de esa misma lucha. Así, la disputa por la democracia avanzada,
y el camino de reformas que la hace posible, no pueden ser contrapuestos en abstracto a una política de carácter
revolucionario, como si la acumulación de fuerzas y la profundización de las contradicciones, en una palabra, el
avance en posiciones del movimiento social y popular, no estuviese motivado claramente por el objetivo de organizar
la revolución, pero condicionado por una situación política en extremo desfavorable. El ‘gran salto adelante’ que
pretende la circular, y que implica la inmediata “redistribución de la riqueza, el control de la producción, el impulso
de la industrialización centralizada y el fortalecimiento de líneas de abastecimiento energéticas, alimenticias, de
salud, servicios públicos, etc., que puedan llegar al conjunto de la población colombiana”, no advierte que, en la
coyuntura, termina siendo un devaneo utópico antes que un ejercicio de consecuencia política.

Preocupa, para finalizar, que no solamente se asuma la lucha por las reformas como una disputa ‘poco
revolucionaria’, sino que además la acción política encaminada a la organización de los circuitos de ayuda y
solidaridad popular para hacer frente a la pandemia, se entienda como la “contención del estallido social”, y como
una “forma de proponer la recomposición del capital”. ¿Sugiere el documento que la organización consciente de las
clases populares en función de la resolución de sus necesidades inmediatas representa la renuncia a los intereses
revolucionarios? En todo caso, lo que no se comprende del planteo de la circular, es la inexistencia de una orientación
política real, que trascienda las ‘definiciones coyunturales e inmediatistas’ o, al menos, que supere esa nefasta
tradición de preocuparse por lo urgente sin atender lo importante. Lo más probable es que sea fortaleciendo el debate
interno, utilizando los mecanismos e instancias con los que la organización cuenta para ello (Comisiones, Equipos,
etc.), como se pueda construir una lectura acertada de la situación económica y política nacional, corrigiendo con
ello la precariedad de su contenido, y proyectando con rigor y fortaleza una alternativa realizable.

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BIBLIOGRAFÍA

Amín, S. (1999). Los fantasmas del capitalismo. Una crítica de las modas intelectuales contemporáneas. El Áncora
Editores.
Arenas, J. (1985). Cese al fuego: una historia política de las FARC. Editorial Oveja Negra.
Buenaventura, N. (1987). Unión Patriótica y Poder Popular. Ediciones CEIS.
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Harnecker, M. (1989). Colombia: combinación de todas las formas de lucha. Ediciones Sudamérica.
Harvey, D. (2014). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. IAEN.
Harvey, D. (2020). Política anticapitalista en tiempos de COVID-19. In Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo
en tiempos de pandemias (pp. 79–111). ASPO.
Lenin, V. (1977). Para una caracterización del romanticismo económico (Sismondi y nuestros sismondistas
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Vásquez del Real, Á. (2004). La táctica y la situación política. In De la resistencia a la alternativa (pp. 41–59).
Ediciones Izquierda Viva.

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