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Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo

Autor: Benjamín Martín Sánchez


Colección: https://www.ebookscatolicos.com
DIOS PADRE
Benjamín Martín Sánchez

CANÓNIGO de la S.I. Catedral de Zamora

¿QUIEN ES DIOS PADRE?

El es principio sin principio


(Preparación para el gran jubileo del año 2000)
No hay más que un solo Dios, el Padre del cual todas las cosas provienen, y
nosotros somos para El… (1 Cor. 8,6)
APOSTOLADO MARIANO

Recaredo, 44 41003 SEVILLA

PRESENTACIÓN

Después de haber escrito un libro titulado ¿QUIEN ES JESUCRISTO? y otro ¿QUIEN


ES EL ESPIRITU SANTO?, Me decidido a escribir el presente ¿QUIEN ES DIOS PADRE?
(1)porque el año 1999 es el tercero y último año preparatorio para el gran jubileo de
año 2000, el cual está dedicado a la reflexión sobre Dios PADRE, conforme a lo
anunciado por el Papa Juan Pablo II en su carta apostólica “Tertio milenio adveniente”,
trienio que está centrado en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, cuya estructura debe
ser teológica, es decir, “trinitaria”.
(1)Nota: En este libro se encuentran contenidos los tres libros mencionados
Voy pues a hablar en el presente libro de Dios Padre “del cual toma nombre toda
paternidad en los cielos y sobre la tierra” (Ef. 3,15).
Advierto a mis lectores que por haber escrito ya en otros diversos libros algo de
estos temas, no se extrañen hallen en este algunos conceptos repetidos, porque creo
oportuno centrar aquí lo relativo a Dios PADRE, y esto me obliga a exponer también lo
relativo al misterio de la Santísima Trinidad.
Al final del libro haré una breve historia del Año Santo cristiano, para así entender
mejor las características del mismo, y disponernos, como dice el Papa a celebrarlo con
renovada fe y generosa participación el gran acontecimiento jubilar.
Dios quiera que la doctrina que expongo, concurra a un mayor conocimiento de
nuestro Padre Dios y una mejor preparación para el gran Jubileo del año 2000, año
santo extraordinario de gracia y de perdón.
Benjamín MARTIN SANCHEZ Zamora, 2 febrero 1998

CREO EN DIOS PADRE


Nuestra profesión de fe comienza por Dios porque Dios es el Primero y el Último
(Is.44, 6), el Principio y el Fin de todo.
El Credo empieza por Dios PADRE: "Creo en Dios PADRE todo poderoso… ”, porque
el Padre es la primera Persona de la Santísima Trinidad… y decimos después
“Creador”, porque la creación es el comienzo y el fundamento de las obras de Dios y
cuanto existe depende de Él.
Decimos también “Creo en un solo Dios”, porque Dios es único. No hay más que un
solo Dios. Dios mismo se reveló como el único en Israel:
“Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor: Amarás el Señor, tu Dios, con
todo el corazón… (Dt.6, 4-5).
La unidad de Dios se nos repite muchas veces en la Biblia, Veamos algunos textos
más: ‘‘No hay Dios más que uno solo" (1 Cor. 8,4). “Sepan todos los pueblos de la tierra
que el Señor es Dios y que no hay otro” (l Rey.8, 60). “Yo .soy Yahve, tu Dios. No tendrás
otro Dios que a Mi” (Ex.20, 2-3). “Yo, Yahvé, el único” (h.45, 2\)
A parte de lo que nos dice la revelación divina, nos lo atestigua la razón: Si hubiese
dos o más dioses, se distinguirían entre sí por alguna perfección o imperfección.
Entonces el que careciese de la perfección o tuviera la imperfección, ya no sería
infinitamente perfecto, y por tanto no sería Dios. Además el mismo orden del
universo, la armonía y unidad de plan en este mundo exige la unidad de autor, de un
solo ordenador.

Unidad de Dios y Trinidad


Decimos que no hay más que un solo Dios; mas en este Dios único es Padre, Hijo y
Espíritu Santo, y es lo que llamamos la Santísima Trinidad. El misterio, pues, de la
Santísima Trinidad es el mismo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En Dios hay tres personas, y aunque el Padre es Dios, y el Hijo es Dios y el Espíritu
Santo es Dios, no son tres Dioses, sino uno solo y único Dios, porque los tres tienen
una sola esencia o naturaleza divina. (Nos da una idea, aunque imperfecta, el ramito
de trébol, un árbol con tres ramas: las ramas son distintas y forman un solo árbol).
Este misterio, aunque no lo comprendamos, porque lo infinito no cabe dentro de
nuestro limitado entendimiento, debemos creerlo porque en la Biblia se nos revela
claramente: “¡Id, pues, y enseñad a todas las gentes y bautizadlas en el nombre del Padre
del Hijo y del Espíritu Santo!" (Mt.l8, 19). En este texto, aunque se anuncian tres
Personas, se dice, sin embargo, “en el nombre (en singular) y no en los nombres,
porque el nombre denota el ser, y en Dios no hay más que una esencia, que es común a
las tres Personas.
Otro texto en el que aparecen las tres Personas y con toda distinción, es el del
bautismo de Jesús: “He aquí que se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios
descender como paloma y venir sobre El, mientras una voz del cielo decía: Este es mi
Hijo amado, en quien tengo mis complacencias” (Mt.3, 16-17)
Aquí se nos revela claramente la Trinidad: el Padre en la voz; el Hijo amado es Hijo
de Dios, que se bautiza, y el Espíritu Santo que se manifiesta en forma de paloma.
- Otros textos sonde se manifiestan las tres personas son estos: Jn.14, 16 y 26,2
Cor.l3, 13; 1 Ped.l, 1- 2 etc.

Distinción más clara de las tres divinas personas


1" La persona del Padre aparece como un Dios personal y claramente ya en los
primeros pasajes de la Biblia, pues vemos que Él habla a Adán y a Eva, a Caín,… a
Noé….a Abraham,… a Moisés y a los profetas.
2“La persona de Jesucristo, que viene a la tierra por medio de la Virgen María, y se
proclama Hijo de Dios, y elige apóstoles y funda su Iglesia… Aparece, pues, como
persona histórica en tiempo de Herodes…
3° La persona del Espíritu Santo, aunque aparece en forma de paloma es una
verdadera Persona, porque el Espíritu Santo “enseña”, “habla” y “da testimonio” (Jn.
16,13; 14,16 y 26). Ahora bien, “hablar”, “enseñar” y “dar testimonio”, son
propiedades personales. Luego es Espíritu Santo es una persona.

Cada una de estas tres personas es Dios


Una prueba clara nos la dan los siguientes textos:
El Padre es Dios: ‘‘No hay más que un solo Dios, el Padre,..’\\ Cor.8,6)
El Hijo es Dios: “Al principio (de la creación) era ya el Verbo (la Palabra del Padre =
Jesucristo) y el Verbo era Dios" (Jn. 1,1). “Nadie conoce plenamente al Padre, sino el Hijo,
y aquel quien quiera el Hijo revelárselo" (Mt. 11,27). Jesús afirma aquí su divinidad,
porque conoce plenamente al Padre. Son, pues, iguales en inteligencia y naturaleza,
“Yo y el padre (personas distintas) somos una sola cosa” (Jn. 10,30)
A este último texto, algunos oponen este otro: “El Padre es mayor que yo" (Jn.14, 28)
y .según este texto, dicen, Jesucristo es inferior al Padre y por tanto no es Dios. Mas hay
que saber que esto lo dijo por razón de su naturaleza humana, o .sea, como hombre, y así
decimos: “Igual al Padre según su divinidad, y menor que el Padre, según la humanidad”
(Credo del pueblo de Dios).
Además Jesucristo se atribuye la propiedad de la eternidad (Jn.8, 58) que es exclusiva
de Dios: “Padre… con la gloria que tuve junto a ti antes que el mundo existiera" (Jn.
17,5). Jesucristo, pues, existió antes que el mundo.
El Espíritu Santo es Dios, porque a Él se le atribuyen los atributos y prerrogativas de
Dios, pues "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Cor.2, 11). Además
porque "mentir al Espíritu Santo es mentir a Dios” (Hech…5,3-4). El espíritu Santo que
“nos habló por los profetas” nos hace oír la Palabra del Padre y nos revela a Cristo, el
Verbo encamado… y Él es el Espíritu de Verdad que nos conducirá a toda verdad (Jn..
16,13) (Y estas tres Personas, como ya demostramos son un solo Dios)

Jesucristo es el Hijo de Dios


Jesucristo se proclamó con juramento ante Caifás “Hijo de Dios” (Mt. 26,64). San Pablo lo
llama “Hijo propio de Dios” (Rom. 8,32). Además Dios Padre llamó a Jesucristo, en el
bautismo y en la transfiguración. Hijo suyo "Este es mi hijo el amado…" (Mt. 3,17; 17,5).
Nos interesa ahora mucho explicar el nacimiento del Hijo de Dios. Para
comprenderlo, recordemos que el Hijo de Dios tiene dos nacimientos: Uno eterno y el
otro temporal:
Uno eterno, porque Él viene del Padre desde toda la eternidad, y así lo decimos en el
Credo de la Misa: “Nacido del Padre antes de todos los siglos”, ¿Y cómo nace el Padre?
Nace de manera semejante a como el pensamiento y la palabra nacen del espíritu del
hombre; por eso el Hijo de Dios se llama también el Verbo (= Palabra del Padre), que
existe desde que existe el Padre.
Otro temporal, porque “cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo
nacido de una mujer" (Gal.4, 4)
Entonces fue cuando el ángel del Señor llevó la embajada de María, y el Espíritu
Santo descendió sobre Ella, y el Hijo de Dios tomó carne de María y se hizo hombre cómo
nosotros para poder sufrir por nosotros. Como hombre sufrió y como Dios dio a sus
.sufrimientos valor infinito.
EL fin de la Encarnación, cuyo aniversario celebramos en el año 2000, fue redimir a
los hombres… En consecuencia: Jesucristo es Dios desde la eternidad y se hizo hombre en
el tiempo. Y la Virgen es Madre de Dios, porque es Madre de Jesucristo, que es el Dios y
hombre.
Y tengamos presente que el Verbo, la Palabra del Padre, o sea, Jesucristo existe desde
que existe el Padre y lo mismo el Espíritu Santo. Las tres divinas Personas son eternas e
iguales en perfección.
Ejemplo aclaratorio: El fuego produce su resplandor, el cual existe desde el mismo
instante que existe el fuego. Si hubiera un fuego eterno, eterno sería su resplandor, y
como en la Biblia se nos dice que el Hijo de Dios es como “el brillo de la luz eterna “(Sap.
7,26) “el resplandor de la gloria del Padre “(Heb. 1,3), tenemos que la imagen
perfectísima de Dios existe desde que existe Dios…
¿QUIÉN ES DIOS PADRE?

DIOS PADRE es la fuente primera, no sólo de la divinidad eterna, sino de toda vida y
de todo amor en el cielo y en la tierra, la fuente primera de toda existencia, de todos
los seres, de todos los mundos… y por Él fueron hechas todas las cosas, y como dice
San Pablo: No hay más que un solo Dios, el Padre del cual provienen todas las cosas y
nosotros somos para Él (Cor.8, 6)… Toda paternidad verdadera, procede del mandato
de Dios y es conforme a la voluntad divina… y de la fuente insondable de la divinidad
procede el Hijo desde la eternidad…
Creemos en el Padre no engendrado ni creado, sino ingénito, pues Él no procede de
nadie, en cambio de Él nace el Hijo y procede el Espíritu Santo, Él por tanto, es la
fuente, el origen de toda la divinidad… (Toledo.675). “El Padre - que es el principio de
toda la deidad es al mismo tiempo causa eficiente de todas las cosas, de la Encamación
del Verbo y de la santificación de las almas… “(León XIÜ, Divinum illud)
“Cuando decimos que el Padre es la primera Persona, no se ha de entender esto de
tal suerte, que pensemos haber en la Trinidad cosa alguna primera o postrera, mayor
o menor… Sino que en tanto afirmamos verdadera e indubitablemente, que el Padre es
la primera Persona, en cuanto es principio sin principio” (Cat. Rom. 1, 2,10).
Como dice San Basilio: “El ser Padre y no tener principio de su existencia, es
propio de Él solo” (Epist. 8)

Dios Padre es invisible


“A Dios nadie le ha visto jamás” (Jn. 1,18). Ciertamente Dios es invisible, pues como dice
San Pablo: “ El Bienaventurado y solo Poderoso, Rey de reyes y Señor de los señores, el
único que es inmortal, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha
visto, ni puede ver, a El el honor y poder eterno” (I Tim.6,l5-I6), y el mismo apóstol dice
también: "Al Rey de los siglos inmortal e invisible, el sólo y único Dios sea dado el honor y
la gloria por siempre jamás ” (1 Tim. 1,17).
A Dios, a quien no podemos ver con los ojos de la cara, nos está revelado, que en la
otra vida le veremos "tal cual es" (I Jn. 3,2), "cara a cara” (I Cor. 13, 12); mas, aunque
ahora no le veamos, "no está lejos de nosotros, porque en El vivimos, nos movemos y
existimos” (Hech… 17,27).
“Todas las co.sas están patentes y manifiestas a los ojos de Dios” (Heb. 5,13). "Si nos
amamos unos a otros Dios permanece en nosotros, y su amor es perfecto en nosotros. En
esto conocemos que - permanecemos en El y El en nosotros que nos ha dado
participación en su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha
enviado a su Hijo como Salvador del mundo. El que confiese que Jesús es el Hijo de Dios,
Dios permanece en él y él en Dios" (1 Jn. 4,12-15)
El Dios “invisible” no es Dios lejano. El profeta Jeremías dice: Por mucho que uno .se
esconda en escondrijos, ¿no lo veré Yo? dice el Señor? ¿No lleno yo los cielos y la tierra?
(23,23-24). A los que no creen en la presencia de Dios, nuestro Padre, tendremos que
decirle con el salmista: "Entendedlo, necios de pueblo, insensatos, ¿cuándo discurriréis?
El que plantó el oído ¿no va oír? El que formó el ojo, ¿no va a ver? El que educa a los
pueblos ¿no va a castigar? El Señor conoce los pensamientos de los hombres y sabe cuán
vanos son" (Sal.94, 3,11)
“Si pensáramos que Dios nos ve, nunca o casi nunca pecaríamos” (Santo Tomás)

Al Dios Padre “invisible” ¿quién nos lo ha dado a conocer?


El que nos ha dado a conocer al Dios Padre “invisible” es Jesucristo, el Hijo de Dios, el
Dios hecho hombre, y nos lo ha revelado como al Dios uno en esencia como Dios trino en
Personas. Jesucristo en persona es la revelación sublime, definitiva de Dios, hecha a
nosotros los hombres.
Dios, que nos habló antiguamente por los profetas, nos ha hablado últimamente por
su Hijo (Heb. 1,1-2). Jesucristo nos enseñó al llamar a Dios PADRE, al enseñarnos a rezar
“PADRE NUESTRO….” (Mt.6, 9). El a Dios le llama su Padre; le llama Padre de manera
distinta a como nosotros se lo llamamos. Jesús es Hijo de Dios de manera distinta a como
nosotros somos hijos de Dios. Pues cuando Él habla de Dios, dice expresamente: Mi padre
y vuestro Padre. "Mi Padre obra todavía, y Yo también obro". "Yo he salido del Padre… ” .
El Padre y Yo somos una misma cosa" Jesús tiene, por tanto, la misma naturaleza que el
Padre, pues el Hijo de Dios participa de la naturaleza divina de su Padre Dios, como el
hijo natural de un hombre participa de la naturaleza humana de su padre.
En su discurso de despedida, el Señor habla del Espíritu Santo, que el Padre enviará
en su nombre en el nombre del Hijo -, el Espíritu Santo, que Él enviará cuando suba al
Padre: "Cuando venga, venga el Espíritu Santo, el Consolador, el Espíritu de verdad, que
procede del Padre, dará testimonio de Mi…” (Jn. 15,26). "El tomará de lo mío y os lo dará
a conocer" (Jn. 16,14)
El Hijo participa de una única e idéntica naturaleza y esencia divina que la posee en
común con el Padre, y la recibe del Padre, como imagen perfectísima suya: “Dios de Dios,
Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado; consustancial, al
Padre” (Credo). Procede del Padre, ha sido enviado por Él.
El Padre y el Hijo comunican esa única naturaleza y esencia divina, en un eterno
torrente de amor, al Espíritu Santo. Cri.sto testifica que el Espíritu Santo procede del
Padre y del Hijo, es decir: “El Espíritu Santo que Padre enviará en mi nombre”, y después
"que Yo os enviaré desde el Padre" Jesucristo, pues, es el que nos ha dado a conocer estos
misterios.

Jesucristo es el reflejo, la imagen del Padre Dios


El Padre se ha dado a conocer por medio de su Hijo Jesucristo. "Quien me ve a Mi, ve al
Padre” (] n.14, 9) Él ha venido para mostrarnos al Padre y conducirnos a Él: "Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por Mi" (Jn 14,6)
Jesús nos presenta al eterno Padre en sus parábolas como Rey grande, como
bondadoso padre del hijo pródigo, como padre misericordioso… y dice de Él lo más
grande y elevado que se puede pensar y decir…
¡Respeto! ¡Amor! ¡Gratitud debemos todos a este Padre que nos quiere tener un día a
nosotros junto a sí como hijos! Te espera a ti y nos espera a todos, y ¡cómo nos mirará a
nuestra llegada si hemos triunfado en las pruebas!…
¿Cómo se explica que muchos, a pesar de todo, habiéndonos creado por amor y
haciéndonos tantos beneficios, no lleguen al conocimiento del Padre que tanto nos ama?
Sin duda no tienen disculpa alguna, porque Dios nos habla a todos por nuestra
conciencia, por la creación visible; por su Hijo Jesucristo que vino a la tierra a hablamos
de ese Dios grande, omnipotente y eterno y sigue hablándonos por su Evangelio donde
tenemos sus enseñanzas, y nos habla por sus apóstoles y actualmente por su Iglesia, por
el Papa, su Vicario en la tierra y los Obispos, sucesores de los apóstoles, que nos ha dado
motivos de credibilidad con sus muchos milagros y profecías… No, no tienen disculpa los
hombres que hoy no le conocen debidamente.
A muchos de los que no llega hoy el conocimiento de Dios Padre, es por el orgullo del
saber, por el dinero y los bienes, por los que tienen sus corazones metalizados, y por lo
mismo hay que decirles con Jesucristo; "Nadie puede servir a dos señores…, no podéis
.servir a Dios y a las riquezas" (Mt. 6,24).
Cuando el corazón se metaliza, en él no hay lugar para Dios… y ellos serán culpables
de su perdición. Estos tales, como dice San Pablo: “creyéndose sabios, se hicieron necios"
(Rom. 1,22)
También se les podía aplicar las palabras del profeta Jeremías, las que dirige en
nombre de Dios a Jerusalén: "Mi pueblo no me ha conocido, .son sabios para el mal,
ignorantes para el bien" (4,23).
Las obras de la creación hablan a todos del poder y sabiduría de Dios, y por eso
“vanos son por naturaleza todos los hombres que carecen de conocimiento de Dios, y por
los bienes que disfrutan… y por la consideración de las obras de la creación que
conocieron el Artífice… ” (Sap. 13,1-8). Y como dice el apóstol: “Desde la creación del
mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad son conocidos mediante las
criaturas… hasta el punto de ser inexcusables” (Rom. 1,20)
Todo nos habla de Dios, y como seguiremos viendo la grandeza de Dios se nos
manifiesta en sus magníficas obras.

La grandeza de Dios
¡Sólo Dios es grande! Esta frase la pronunció el célebre orador Massillón en su oración
fúnebre al morir Luis XIV, el llamado “Rey Sol”.
¡Sólo Dios es grande! Y esta grandeza de Dios la conocemos por sus obras, pues, como
veremos, este Dios que es Omnipotente y eterno, es también “Amor”, y movido por el
amor nos creó a nosotros.
La Biblia, el libro de la revelación divina, empieza diciéndonos: “Al principio creó
Dios el cielo y la tierra” (Gén. 1,1), y también nos dice: “Alzad a los cielos vuestros ojos y
mirad, ¿quién los creó? (Is. 40,26). “Toda casa ha sido fabricada por alguno, pero el
Hacedor de todas las cosas es Dios" (Heb. 5,4). Todo nos habla de una fuerza
omnipotente y creadora, ya que el orden admirable existente en el mundo, reclama la
existencia de un poder, es decir, de un Hacedor infinito que no es otro que Dios.
Para ver la grandeza de Dios, contemplemos en una noche serena las estrellas que
adornan el firmamento. ¡Cuán grandes son! Parecen pequeñitas a simple vista; pero
veamos lo que nos dicen los astrónomos: La tierra, en que habitamos, está
completamente aislada en el espacio, y es uno de los satélites del sol, a cuyo alrededor se
mueve vertiginosamente. A pesar de toda su inmensidad relativamente a nosotros, es
uno de los astros más pequeños del universo.
El planeta Júpiter es 1.300 veces mayor que la tierra, y el sol es más de un millón de
veces también mayor que ella.
El sol dista de nosotros 150 millones de kilómetros. Caminando por el espacio a la
velocidad de la luz, que es de 300.000 kilómetros por segundo, se llegaría al sol, en el
tiempo de ocho a nueve minutos.
Si hiciéramos el viaje en avión, tendríamos que pasar volando de noche y de día, sin
descansar un instante y a la velocidad de 1.000 kilómetros por hora, sesenta y dos años y
medio.
Fijémonos en las estrellas, las que a simple vista se nos presentan en el cielo como
tenues lucecitas, más débiles aún que las de las lámparas de nuestros templos; la
realidad, no obstante, es otra muy distinta. Cada uno de esos puntitos blancos e
insignificantes es un magnífico globo de luz de grandísimas dimensiones, otros tantos
soles iguales al nuestro, y muchos incomparablemente más grandes que él.
La estrella, llamada Sirio, ese faro resplandeciente, el más luminoso de los cielos que
extasiadas han contemplado las pasadas y presentes generaciones, es ocho veces mayor
que el sol…
Al saber que existen millones y millones de astros que giran en un orden admirable,
¿quién no ve que nos están obligando a admitir a un Dios Omnipotente y Creador del
universo?
La ciencia, ciertamente, nos lleva a Dios. Al ver las maravillas de la creación, bien
podemos exclamar: ¡Qué grande es Dios, y qué pequeñito es el hombre! ¡Que éste, en vez
de adorarle, se atreva a negarle y hasta blasfemar de Él! Es algo que no se concibe.

“Dios es amor” y por amor nos creó


Admirémonos al saber que ese Dios tan grande y excelso nos ama y nos ha creado por
amor. La definición que nos da San Juan, en su primera carta, de Dios, es ésta; “DIOS ES
AMOR” (1 Jn. 4,8 y 16), y este mundo y los habitantes existentes en él los ha creado por
amor, pues Él no necesita de nada por ser eternamente feliz. Como dice San Agustín:
“Nosotros existimos porque Dios es bueno” y nos ama” (Doct. Christ. 1, 32,35)
Por ser Dios nuestro Creador y nosotros hechura suya, le debemos rendir un culto de
adoración, es decir, tan elevado que no pueda ser sobrepujado ni igualado por otro
alguno. Así nos lo dice su Ley: "Adorarás al Señor tu Dios, y no servirás sino a Él solo"
(Mt. 4,10), y lo adorarás "con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas"
(Mt. 12, 30). Es, pues lógico que nosotros conozcamos la absoluta soberanía de Dios y a
su vez nuestra completa dependencia respecto a Él.
Dios no puede despojarse de su cualidad de Señor, ni nosotros de nuestra condición
de súbditos. Como dice también San Agustín: “Dios es el Creador y nosotros la criatura;
Dios es luz y nosotros tinieblas; Dios, en fin, lo es todo y nosotros no somos nada sin Él
A la confesión de nuestra nada, hay que juntar el homenaje de una confianza sin
límites y de un amor exclusivo.
Si amamos a Dios, lo hemos de manifestar también al exterior, inclu.so con cánticos
de alabanza: "Venid, regocijémonos en el Señor, cantemos con los instrumentos de
música, cánticos a su gloria, porque nuestro Dios es grande" (Sal. 95), porque suyo es el
mar y Él lo hizo y nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño" (Id.)
Dios ama grandemente a los pecadores y a todos, y al hacerse hombre nos manifestó
su grande amor en la persona de Jesucristo.

Dios, movido por su amor, nos redimió


Desde Cristo sabemos cuán excelso y cuán es el amor que Dios Padre nos tiene, porque se
nos ha revelado que "Tanto amó Dios al mundo que no paró hasta no dar a su Hijo
Unigénito, a fin de que todos los que crean en Él no perezcan, sino que tengan vida
eterna" (Jn. 3,16)
El amor que Dios nos tiene, a pesar de nuestras miserias y pecados, es grandísimo.
Nuestro limitado entendimiento no comprende el que el padre ansioso espere con los
brazos abiertos al hijo pródigo y haga preparar un festín en su honor, en honor del hijo
que todo lo malgastó viciosamente y ahora vuelve harapiento a casa.
Es un misterio el que Cristo se siente en la misma mesa con los pecadores y permita
que a sus pies se ponga una pecadora… Y como dice el apóstol: “Lo que hace brillar el
amor de Dios hacia nosotros es que siendo pecadores, muera por nosotros" (Rom. 5, 8-9)
Por nosotros nace pobre, vive pobre y muere pobre sufriendo una pasión
ignominiosa. ¡Cuántas lágrimas, sudores, .sufrimientos y la misma muerte… y todo
aceptado por amor a nosotros! Bien podemos decir, cada uno de nosotros: “Te adoramos,
oh Cristo, y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador”.

¿COMO ES DIOS, NUESTRO PADRE?


Dios es nuestro Padre porque nos ha dado la vida natural, porque Él es el que “da la vida
a todos, el aliento y todas las cosas" (Hech. 17,25). Los profetas ya lo llamaron Padre:
“Tu, oh Dios, eres nuestro Padre… (Is. 63,15). “Si soy Padre, ¿dónde está mi honra?…
(Mal. 1,6)…, Y Cristo, como tenemos dicho, es el que nos enseñó a llamarlo Padre… (Mt.
6,9)
Dios es espíritu. Jesucristo dijo a la mujer samaritana: “Dios es espíritu, y los que le
adoran han de adorarle en espíritu y en verdad" (Jn. 4,24). “El señor es Espíritu, y donde
está el Espíritu del Señor está la libertad". “Espíritu” es lo opuesto a cuerpo o materia. En
la Sagrada Escritura se nos habla del ojo, de la mano, del dedo de Dios…; mas aunque
son términos que se refieren al cuerpo, conviene saber que Dios habla a los hombres en
lenguaje humano, para que le entendamos. “Dios es simple, no compuesto, sin forma
corpórea” (S.J. Crisóstomo)
Dios es invisible, porque no tiene cuerpo como nosotros, y por lo mismo no podemos
percibirle con nuestros sentidos (ojos, oídos, etc.). Sólo se ha dado a ver en persona de
Jesucristo “El cual es imagen perfecta del Dios invisible" (Col. 1,15)
Cuando la Iglesia dice; Ecce Deus: “Aquí está Dios”, no lo muestra como visible, sino
que indica que está presente en todas partes” (San Isidoro)

Dios es inefable e incomprensible


Dios es inefable para nosotros, porque no tenemos ninguna palabra que pueda expresar
su esencia tal cual es, por ser infinita. Nunca podemos alabar a Dios dignamente…es
demasiado grande, demasiado elevado, admirable en poder… La Escritura dice: “Las
obras de Dios superan toda alabanza.
Para darle gloria, ¿qué es lo qué valemos nosotros? Pues siendo todopoderoso es
superior a todas sus obras… Bendecid al Señor, ensalzadle cuanto podáis; porque
superior es a toda alabanza. Para ensalzadle recoged todas vuestras fuerzas, y no os
canséis que jamás llegaréis al cabo… ¿Quién le vio o puede darle a conocer, y quién
puede engrandecerle tanto como Él es?" (Eclo. 43,29 ss)
Dios es incomprensible. “Incomprensible” significa que nuestro conocimiento de Dios
es limitado, propio de la criatura, que no es capaz de abarcar la esencia de Dios por
completo y agotarla; imposibilidad que no se suprimirá completamente ni siquiera con
la visión inmediata de Dios. “Grande es el Señor y digno de toda alabanza; su grandeza
no tiene límites" (Sal. 145,4)
“¿Podrás tu comprender los caminos o misterios de Dios o entender al Todopoderoso
hasta lo sumo de su perfección? Es más alto que los cielos. ¿Qué harás? Es más profundo
que el sol. ¿Cómo has de poder conocerle? Es más extenso que la tierra, más ancho que el
mar… “(Job 11,7s)

Dios es inescrutable, eterno e infinitamente feliz


Dios es inescrutable. Los caminos y la acción de Dios son “inescrutables”. Esto quiere
decir que no podemos determinarlos de antemano por más que escudriñemos,
consultemos, pensemos o cavilemos. Nadie puede llegar a conocer el fondo de los
secretos designios de Dios (S. Gregorio Magno)”Los secretos juicios de Dios no pueden ser
penetrados ni por el sentido angélico ni por el humano. Y porque son ocultos, pero justos,
es necesario venerarlos y temerlos, no discutirlos o escudriñarlos” (San Isidoro)
Dios es eterno. Eterno quiere decir que siempre ha existido y existirá… Él es el que no
tiene principio ni fin. Él es el Ser necesario y la primera de las causas de la cual dependen
todas.
La Escritura Santa dice de Dios: "Tu eres siempre el mismo, tus años no tienen fin”
(Sal. 102,28). “Tu, oh Dios, eres antes que fuesen los montes y se formara la tierra y el
orbe; eres desde la eternidad a la eternidad” (Sal. 90,2). Dios es el Ser inmortal por
esencia… y que no ha sido creado por nadie, y como dice por el profeta Isaías: "Yo soy el
primero y el último, y fuera de mi no hay otro Dios" (44,6)
Dios es infinitamente feliz. La felicidad es una dicha grande sin pesar alguno. Dios es
eternamente feliz porque no necesita de nada, y si ha hecho este mundo y nos ha creado
a nosotros, ha sido movido por su infinito amor y no para aumentar su felicidad, sino
para hacernos a nosotros felices. El es "EL BIENAVENTURADO y solo Poderoso, Rey de
reyes y Señor de los señores” (1 Tim. 6,15)

Dios es inmenso e inmutable


Dios es inmenso. “Inmenso” equivale a decir que es ser infinito, es decir, sin límites ni fin.
No tiene límites de lugar, ni de poder ni de sabiduría… Dios es también “omnipresente”,
es decir, está presente en todos los lugares del universo, en todas las criaturas (estrellas,
cielo, tierra, flores, animales, hombres, casas corazones). Dios, pues está en todo lugar y
donde hay cosas, pues todas son suyas. Y está presente con todo su ser (siendo), con toda
su ciencia (sabiendo), con todo su poder (conservando) y actividad (obrando… “está
presente como Artífice que lo domina todo” (S. Agustín)
Nadie puede huir de Dios. "¿Dónde podría alejarme de su espíritu? ¿A dónde huir de
su presencia? Si subiere a los cielos, allí estás Tú, si bajare a los abismos. Allí estás
presente… “(Sal. 139).
Dios es inmutable, porque permanece eternamente el mismo sin mudarse jamás en su
ser o en sus juicios. El no envejece, no cambia ni varía, no disminuye en saber, poder,
fuerza, vida, hermosura, etc. En Él no hay mudanza, no se hace mejor o peor, no
quebranta su palabra (núm. 23,19).
En la Biblia leemos: "Desde el principio. Tú, oh Dios, fundaste la tierra, y obra de tus
manos es el cielo; pero estos perecerán y Tú permanecerás, mientras todo envejece como
un vestido. Los mudará como se muda una vestidura, pero Tú siempre el mismo, tus días
no tienen fin" (Sal. 102, 26-28).
Dios todo lo sabe y todo lo ve y su poder es grande
Dios todo lo sabe y todo lo ve. Dios es infinitamente sabio, lo sabe todo y lo conoce todo,
porque Él es el que concibió y creó todas las cosas. “El conoce lo pasado, lo presente y lo
futuro, los misterios de la naturaleza, los más profundos del corazón humano y todos
nuestros más secretos pensamientos. Yahvé es sapientísimo, y no se le ocultan a su vista
las maldades (1 Sam. 2,3)
"El ve las cosas antes de que sucedan” (Dn. 13,42). "Antes que fueran creadas todas
las cosas ya las conocía El, y lo mismo las conoce después de acabadas” (Eclo. 23,29). "Yo
Yahvé, penetro los corazones… para retribuir a cada uno según sus cambios, según el
fruto de sus obras" (Jer. 17,9-10).
Poder y grandeza de Dios. Dios no tiene límites en su poder. El es todopoderoso.
"Nuestro Señor está en los cielos, y puede hacer cuanto quiere" (Sal. 115,3), y esto con
sólo quererlo. La creación del mundo de la nada es obra de su voluntad. "El lo dijo y se
hizo, mandó y las cosas fueron creadas" (Sal. 148,5). El Señor ha hecho cuantas cosas
quiso así en el cielo como en la tierra (Sal. 135,6). Para Dios todo es posible.
La construcción colosal del firmamento, las masas puestas en movimiento, las órbitas
de los astros, el número de las estrellas, las leyes del movimiento… se hizo por la palabra
creadora de Dios.
“Tenemos un Dios grande, dice San Agustín, Su grandeza es sin fin, sin fin ha de ser tu
alabanza”

Dios es providente
La Providencia de Dios es el cuidado que Él tiene por conservar y gobernar el mundo. “El
Señor ha hecho al pequeño y al grande, e igualmente cuida de todos" (Sap. 6,7). Dios
cuida de las aves del cielo y de los lirios del campo… ¡Cuánto más de nosotros! (Mt. 6,25-
30). La Providencia de Dios se extiende hasta los acontecimientos más insignificantes de
nuestra vida (Mt. 10,30)
Un ejemplo admirable de la Providencia divina tenemos en José, vendido por sus
hermanos, y después encarcelado, humillado… y como Dios estaba con él, subió
repentinamente para ser virrey de Egipto y ser salvador de sus hermanos y del pueblo de
Israel, y una vez dado a conocer a sus hermanos, les dice: “No por vuestra traición vine
yo aquí, sino por la voluntad de Dios” (Gén. 45,8).
Nada acontece en el mundo por casualidad… Dios permite algunos males debidos a
la libertad del hombre… Todo lo bueno se hace por orden de Dios, y permite el mal, el
dolor… y esto no se opone a su Providencia. “Dios todo lo hizo bien” (Gén. 1,31), por tanto
el origen del mal no viene del Creador. Él no es el autor del pecado. “No digas: Mi pecado
viene de Dios, porque El no hace lo que detesta…Pues a nadie ha mandado se impío, ni le
ha dado permiso para pecar" (Eclo. 15,12 y 21).
Dios no hizo el dolor ni la muerte, pues entraron en el mundo por el pecado original:
“Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte…" (Rom. 5,12;
Gén.3, 17; Sap.l, 13)
El origen del mal y de todos los sufrimientos, son debidos al primer pecado (por el
que el mundo quedó convertido en un valle de lágrimas)… y a los pecados personales de
los hombre.

Dios es todo bondadoso e infinitamente justo


Dios es la suma bondad. Toda bondad tiende a comunicarse, y como ya dijimos con San
Agustín: “Nosotros existimos, porque Dios es bueno” y nos ama. “Dios es amor" (1 Jn.4, 8).
La bondad de Dios se extiende a todos, aun a los seres irracionales: “Ni uno de los pájaros
está en olvido de Dios " (Le. 12,6). Dios es un ser infinitamente feliz, que no necesita de
otros ni de nada… De una fuente que llena abismos infinitos puedes sacar toda el agua
que quieres, no llegarás a menguar la misma fuente… “Dios nos ha creado por puro amor
a nosotros” (S. J. Crisóstomo) El amor que Dios nos tiene no puede compararse con el
amor de una madre. ¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse
del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvidara, yo no me olvidaré de ti…, dice el Señor"
(Is. 49,14-15)
Dios Padre nos ama. He aquí la mayor manifestación de Él a los hombres: "Tanto amó
Dios al mundo que envió su Hijo al mundo para que éste sea salvo por Él" (Jn.3, 17)
Dios Hijo nos ama, porque nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos, y Cristo la ha dado por nosotros (Jn. 15,13).
Dios Espíritu Santo nos ama, porque "por su virtud el amor de Dios se ha derramado
en nuestros corazones” (Rom.5, 3)
¿Qué tenemos que hacer nosotros? Corresponder a tan grande amor. “Amemos a
Dios, porque Él nos amó primero” (I Jn.4, 19). Y ¿quién ama a Dios? El que guarda sus
mandamientos.
“El corazón de Jesús, dice Juan Pablo II, está lleno de amor a la criatura, lleno de
amor al mundo, está totalmente lleno" Esa plenitud no se agota nunca” (13-7-1986).
Dios es infinitamente justo. "Justo es Yahvéy ama lo justo” (Sal. 11,7). "Justo eres, oh
Yahvé, y justos son tus juicios"(Sal. 19,137). Dios dará a cada uno según sus obras… En
Dios no hay acepción de personas (Rom. 2,6 y 11). Dios no ve como el hombre, el hombre
se fija en la apariencias, pero Dios mira el corazón (\ Sam. 16,7).
Dios es infinitamente justo, porque premia las acciones buenas y castiga toda culpa.
La justicia de Dios no es otra cosa que su bondad. Dios castiga en esta vida sólo para
corregir al hombre y hacerle feliz. Dios es justo porque es bueno (Clem.A.)

Dios es paciente y misericordioso


Es inconcebible que Dios tan omnipotente y eterno, tan majestuoso y superior al mundo,
se preocupe tanto de nosotros, siendo tan pobres y mezquinos, tan miserables y
pecadores. ¿Qué somos nosotros? ¡Qué poca cosa e insignificante es una hormiguita con
relación a nosotros! Pues menos somos nosotros con relación a Dios… Como dice el
Sabio; "Todo el mundo es delante de Dios como un grano de arena en la balanza… ” (Sap.
11,23) y según el profeta Isaías “Todos los pueblos .son delante de Dios como nada, son
ante Él nada y vanidad” (40,17)… Y ese Dios infinitamente grande se preocupa de
nosotros, más que una madre respecto al hijo de sus entrañas (Is.49, 15). Señor “Tú
tienes misericordia de todos porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los
hombres por esperarlos a todos a penitencia” (Sap. 11,24)
En Dios todo es grande, todo es infinito, pero donde parece resaltar más su grandeza
es en su misericordia: "Su misericordia está sobre todas sus obras” (Sal. 145,9) y siempre
está dispuesto a perdonar, pues, como dice con juramento; "Yo no quiero la muerte del
pecador, sino que se convierta y viva” (Ez. 33,11)
Dios es paciente con los pecadores, y a muchos aprovechó esta paciencia, para
convertirse y hacerse santos. Tales fueron la Magdalena, San Pablo, San Agustín y otros
muchos… A veces sucede que muchos pecadores no se convierten y otros se obstinan en
su maldad, a pesar de la paciencia de Dios, y en muchos es debido a su presunción,
porque dicen que Dios es bondadoso, pero sepan que la misericordia de Dios es paciente
y al fin termina castigando como hizo con Jerusalén al no hacer caso de los avisos que le
dio por los profetas….

Invitación a la conversión
Dios Padre misericordioso, que “que no quiere la muerte del pecador”: nos invita a todos
a un cambio de vida, cambio de pecadores a santos, y en la actualidad el Papa Pablo II,
también en nombre de Dios nos está invitando a disponernos para la celebración del
Jubileo del año santo, año 2000, que es año de gracia y de perdón y con palabras
semejantes a las de los profetas nos invita a la conversión.
Meditemos un poco en los siguientes dichos de los profetas:
“Convertíos al Señor, Dios vuestro, porque Él es benigno y misericordioso" (Joel 2,13)
“Convertíos a mí y seréis salvos, porque Yo soy Dios y no hay otro” (Is.45, 22)
El perdonará a los que se arrepientan… Conviértete al Señor y apártate de la
iniquidad (Eclo. 17,20 s.)
Convertíos, pecadores, y practicad la justicia delante de Dios, y tendrá misericordia
de vosotros (Tob. 13,8)
San Jerónimo nos dice: “No desesperes, pues del perdón por la enormidad de tus
culpas, porque, si te arrepientes sinceramente de ellas, la misericordia de Dios borrará
tus grandes pecados; pero advierte lo que nos dice el Sabio: “No digas: Grande es su
misericordia, Él perdonará mis muchos pecados. Porque, aunque es misericordioso,
también castiga, y su furor caerá sobre los pecadores. No difieras convertirte al Señor, y
no lo dejes de un día para otro” (Eclo. 5,6- 8)
Arrojad de sobre vosotros todas las iniquidades que cometéis, y haceos un corazón
nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de querer morir? Convertíos y vivid (Ez. 18,31
−32)
"Volveos a Mi y Yo me volveré a vosotros, dice el Señor “ (Zac.1, 3)’
Si Bien lo observamos, los profetas en nombre de Dios echan en cara al pueblo sus
pecados, pero es para hacerlos reflexionar y después los invita a cambiar de vida y se
acerquen a Él. Así Isaías, al comienzo de su profecía, dice: "Oíd, cielos, y tu, tierra,
escucha; porque habla Yahvé: He criado hijos y los he engrandecido, mas ellos se han
rebelado contra Mi El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su amo; pero Israel
no me conoce, mi pueblo no tiene inteligencia”.
¡Ay de ti, nación pecadora, pueblo cargado de culpa, raza de malvados, hijos
corrompidos! Habéis abandonado al Señor, despreciado al Santo de Israel y le habéis
vuelto las espaldas… Vuestras manos están manchadas de sangre. Lavaos, purificaos,
quitad de ante mis ojos la maldad de vuestras acciones. Cesad de obrar mal. ¡Aprended a
hacer el bien, buscad lo justo, socorred al oprimido; haced justicia al huérfano, defended
la causa de la viuda!
Y porque Dios está pronto al perdón, el profeta en nombre de Dios les añade:
"Venid, entendámonos, dice el Señor. Aunque vuestros pecados fueran como grana,
quedarán blancos como la nieve… ” (Is. 1,2 ss)
"Pecadores, arrojad lejos de vosotros todas las prevaricaciones con que os habéis
manchado y haceos un corazón nuevo y también un espíritu nuevo” (Ez. 18,31) “Si nos
volvemos a Dios por la conversión o arrepentimiento de nuestras iniquidades; sepultará
en el olvido nuestras iniquidades y arrojará en lo más profundo del mar todos nuestros
pecados” (Miq.7,17)
La conversión es obra de Dios y del pecador. Cuando Dios amenaza y previene a su
pueblo porque va por mal camino, ya le está moviendo con su gracia a que tome la
decisión de salir de este estado, porque si no lo hace, por tener él su responsabilidad, le
puede sobrevenir el castigo. Dios induce al pecador a que se convierta… y lo que tiene
que hacer el pecador es cooperar de su parte y no poner obstáculos a su conversión, debe
arrepentirse de sus pecados y empezar una nueva vida…
Dios está siempre dispuesto a ayudar al pecador y por eso le invita a que se
convierta, y le dice: "Hoy, si oyereis la voz de Dios, no endurezcáis vuestro corazón en la
maldad" (Hech. 3,15; Sal.95, 8)

Preparémonos para el Jubileo del año 2000


El Papa Juan Pablo II con ocasión del inminente y gran Jubileo del año 2000, aniversario
del nacimiento de Cristo, que vino a redimirnos, nos está recomendando a cada paso a
todos los cristianos que ésta es una ocasión de conversión y penitencia, de
fortalecimiento en la fe y de compromiso en la evangelización
Él no cesa de invitamos a participar activamente en la preparación de este Jubileo
extraordinario, que es “año de gracia”, año de perdón de los pecados y de las penas por
los pecados, año de múltiples conversiones y de penitencia sacramental y extra
sacramental, como él mismo nos dice en su Carta Apostólica “Tertio milennio
adveniente”.
Ahora omitiendo el hablar del origen de los Años Santos, que teníamos que
remontarnos al libro sagrado de Levítico (cap. 25), que nos presenta la institución del
año Jubilar, voy a empezar haciendo una breve historia del Año Santo Cristiano.
Jesucristo, al comenzar su vida pública, dijo que había venido "para evangelizar a los
pobres, predicar la libertad a los cautivos, "a recuperación de la vista a los ciegos, poner
en libertad a los oprimidos y anunciar un año de gracia" (Le. 4,18-19). Y esto es lo que ha
seguido haciendo la Iglesia; predicar el Evangelio a todos sin distinción, dar libertad a
los esclavos, especialmente a los que lo son por el pecado, perdonar y anunciar la gracia
de perdón que Cristo nos ha otorgado redimiéndonos con su muerte y resurrección
(Hech. 13,38-39)
Los Años Santos son años de gracia y liberación o perdón de nuestros pecados.
Aunque desde los primeros siglos de la Iglesia los cristianos eran conscientes de la
purificación de sus pecados para ser salvados y a este fin recibían los sacramentos, es
menester decir que por lo que hace a la organización o establecimiento de los Años
Santos, éstos nacieron espontáneamente entre los fieles en la segunda mitad del siglo XII.
El Papa Bonifacio VIH, fue el que publicó en 1300 la Bula que concedía indulgencia
plenaria extraordinaria cada cien años, y con este fin anunció entonces el primer año
Santo.
Clemente VI, ante la petición de una delegación del pueblo de Roma a fin de que
estableciera los Años Santos cada 50 años para que un mayor número de fieles se
aprovechase de esa gracia, el Papa lo concedió para 1350.
Pablo II, un siglo más tarde, ordenó que se celebraran cada 25 años para que cada
generación tuviese oportunidad de ganar esta indulgencia extraordinaria. Es, pues, de
advertir que los Años Santos ordinarios se celebran ahora cada 25 años.
Los Años Santos ordinarios de este último siglo han sido célebres los convocados por
los siguientes Papas:
León XIII convocó el Año Santo de 1900. Pío XI convocó el de 1925 Pió XII quiso
celebrar el de 1950 en el que tuvo lugar la definición de la Asunción de la Virgen María, y
caracterizó aquel jubileo como el año del retorno y del perdón… Era el momento
propicio para que retomasen a Dios los que no creen o creen en falsos ídolos… y en
realidad hubo muchas conversiones.
Pablo VI asignó al Año Santo de 1975 dos fines principales: la renovación espiritual y
la reconciliación de los hombres entre sí y con Dios, la que no se podía lograr de espaldas
a Dios.
Los años extraordinarios de la Redención fueron el de 1933 anunciado por Pió XI
para celebrar el XIX centenario de la muerte y resurrección de Jesucristo, y el que celebró
Juan Pablo II, a los 50 años de aquel para recordar el 1950 aniversario de la Redención.
Todos los jubileos tienen su papel importante, y en este del año 2000 lo que quiere el
Papa es despertar las conciencias adormecidas por el pecado para que salgan de su
letargo, y todos reconozcan que “los dos mil años del nacimiento de Cristo representan
un jubileo extraordinariamente grande no sólo para los cristianos, sino indirectamente
para toda la humanidad, como dice Juan Pablo II, dado el papel primordial que el
cristianismo ha jugado en estos dos milenios. Es significativo que el cómputo del
transcurso de los años se haga casi en todas partes de la venida de Cristo al mundo, la
cual se convierte en el centro del Calendario más utilizado hoy”.
AI pensar que nuestro Padre Dios nos ama y que por su Hijo Jesucristo ha instituido
los sacramentos para darnos por ellos la gracia de perdón que nos mereció en la cruz, lo
que debemos hacer es acercarnos al de la penitencia y confesar nuestros pecados, porque
Él ha dado el poder de perdonarlos, al decirles: “A quienes perdonéis los pecados, les
quedan perdonados…” (Jn.20, 23)… Es preciso en el Año Santo extraordinario, que se
avecina, disponernos lo mejor posible, y luego al celebrarlo, borrar de nuestras almas la
realidad del pecado, y no ser esclavos de él, sino libres con la libertad de los hijos de Dios.
Laudetur iesuchristus= Alabado sea Jesucristo

INDICE

PRESENTACION…………………….…, 3
CREO EN DIOS PADRE…………..…, 5
Unidad de Dios y Trinidad ………..…, 6
Distinción más clara de las tres divinas Personas .7
Cada una de estas tres personas es Dios 8
Jesucristo es el Hijo de Dios……….…, 9
¿QUIÉN ES DIOS PADRE?……..…, 11
Dios Padre es invisible …………….…, 12
Al Dios Padre “invisible” ¿quién nos
lo ha dado a conocer?…………….…, 13
Jesucristo es el reflejo, la imagen del Padre Dios 15
La grandeza de Dios………………..…, 17
“Dios es amor” y por amor nos creó 19
Dios, movido por su amor, nos redimió 20
¿Cómo es Dios nuestro Padre? Es espíritu
e invisible……………………………..…, 21
Dios es inefable e incomprensible…, 22
Dios es inescrutable, eterno e infinitamente feliz 23
DIOS SE HIZO HOMBRE
para que el hombre llegase a ser Dios.
(Jesucristo redentor)
APOSTOLADO MARIANO
Recaredo, 44 41003 Sevilla

EL titulo de este pequeño libro son las palabras de San Agustín: "Dios se hizo hombre,
para que el hombre llegase a ser Dios", o sea, para que fuese semejante a El haciéndole
participe por la gracia de su divinidad.
El Salvador vino para salvar, para salvar al hombre del pecado y de la muerte eterna,
para ensenarle a levantarse hacia Dios.
En estas breves páginas no pretendo otra cosa que poner al alcance de todos un tema
trascendental, el tratado teológico de Jesucristo Redentor del gene - ro humano, y
contestar a estas preguntas: ¿Por qué y para qué Dios se hizo hombre? ¿Qué es la
Redención? ¿De qué males nos redimió Jesucristo? Y si ya nos redimió y satisfizo por
nuestros pecados, ¿tendremos que hacer algo de nuestra parte?…
Terminare diciendo cómo hemos de luchar contra el pecado y colaborar con Cristo
Redentor, haden do una consideración sobre los sufrimientos de Jesucristo y los nuestros.
Benjamín MARTIN SANCHEZ.
Zamora, 1 septiembre 1988.

¿Eres tu el que ha de venir?


Cuando Jesucristo iba enseñando y predicando por diversas ciudades, y llamaba la
atención de todos por los grandes milagros que obraba, sucedió que Juan Bautista, que
estaba en la cárcel, mandó a dos de sus discípulos que le preguntasen a Jesús si él era
el Mesías que había de venir o esperaban a otro, y la respuesta de Jesús fue ésta: Id y
referid a Juan lo Que habéis visto y oído.
Entonces Jesús curó a la vista de ellos a muchos enfermos, dio vista a los ciegos
que le presentaban, resucitó a algunos…, y a continuación les dijo; Esto habéis de
referir a Juan; que los ciegos ven, los cojos andan los leprosos quedan limpios, los
sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados…
Esta era una prueba evidente de que El era el Mesías que había de venir y no
tenían porque esperar a otros. Aquellos milagros eran a su vez el sello de su divinidad.
Aparte de los muchos milagros que hizo y que vemos hoy expuestos en sus
Evangelios, pueden verse innumerables profecías tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento que nos revelan que Jesús es el gran profeta y Redentor del mundo
prometido, porque tales profecías se cumplen con toda precisión y exactitud en El.
Uno que estudie a Cristo en la Biblia a la luz de las profecías, no podrá menos de
exclamar; Jesucristo es el Mesías, Jesucristo es Dios. ¿Qué es lo que profetizó de Cristo
en el Antiguo Testamento? Su venida y su misión, lugar de su nacimiento, su pasión y
muerte por nosotros, su resurrección y glorificación.
Lo que los profetas dijeron del Mesías se aplica a Jesús de Nazaret, y sólo a Él
puede aplicarse. De nadie se ha escrito la vida antes de su nacimiento, sólo de
Jesucristo.

Jesucristo bajo de los cielos


"Por nosotros y por nuestra salvación descendió de los cielos". Así lo recitamos en el
"Credo". Jesucristo, siendo Dios, nació en Belén de Judá, apareció como hombre, vivió
en medio de nosotros, pasó su vida en Palestina, el Israel de hoy…, predicó su
Evangelio, trabajó, se cansó, tuvo hambre, sufrió más que nosotros, y al final de una
vida terrena, durante la cual nos enseñó a levantarnos hacia Dios y a que viviéramos
con la esperanza en un mundo superior…, murió y a los tres días resucitó para nunca
más morir, y subió al cielo… y el cielo es la meta final o destino que El nos señala a
todos los hombres.
Las Escrituras Santas nos hablan así;
- Llegada la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo nacido de una mujer,
nacido balo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley (Gal. 4,4).
- Se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado (Tit. 2,14).
- El Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hilo de su
amor, en quien tenemos la redención y la remisión de los pecados. (Col. 1,13-14).
- Jesucristo vino a este mundo a salvar a los pecadores (1 Tim. 1,15).

Dios se hizo hombre.


En la Sagrada Escritura se nos habla de Jesucristo (segunda Persona de la Santísima
Trinidad), que es el Verbo (=Palabra del Padre), que siendo Dios se hizo hombre. El
Verbo, que existía desde la eternidad "era Dios… y el Verbo se hizo carne, esto es,
hombre, y habitó entre nosotros (Jn. 1.1 y 14).
El evangelista San Juan da el nombre de "Verbo" al Hijo de Dios, que existe desde
tan antiguo como el Padre eterno, del mismo modo que el esplendor del sol sería
eterno, si el sol también lo fuese. El Hijo es el esplendor del Padre (Heb. 1,3). San
Agustín lo dice así; "El Hijo recibe eternamente su ser de Dios Padre, y dimana de El
del mismo modo que el esplendor del sol del mismo sol".
Como podemos observar Jesucristo tuvo dos nacimientos; Uno eterno; "nacido del
Padre antes de todos los siglos", esto es, nace del Padre de manera semejante a como
el pensamiento y la palabra nacen del espíritu del hombre. Y otro temporal, nacido de
la Virgen María en Belén de Judá, cuando llegó la plenitud de los tiempos (Gál. 4,4).
Entonces el Hijo de Dios se hizo Hijo de María.
La Encarnación es el misterio del Hijo de Dios, hecho hombre. Este el "el misterio
oculto a las generaciones pasadas desde todos los siglos" (Col. 1,26), que nos ha sido
revelado ahora, llegada la plenitud de los tiempos: "Dios envió a su Hijo nacido de una
mujer;" (Gál. 4,4). El Hijo de Dios hecho hombre es Jesucristo, el cual es Dios y hombre
a la vez.
1) Jesucristo es Dios. De este tema (ya tratado ampliamente en mi libro: /.Quién es
Jesucristo?) sólo diré que Jesucristo es Dios, porque se proclamó tal ante el Sanedrín
(Mt. 26,63-66; Le. 22,66-71; Mt. 14,60-64), porque se atribuye la potestad de perdonar
pecados, propia de Dios (Le. 7,47-50), y la potestad de juzgar a todos los hombres y al
mundo entero (Mt. 25.31 −46. 26.64) y porque tiene todo poder en el cielo y en la
tierra (Mt. 28.18)…
Los apóstoles lo llaman "el autor de la vida" (Hech. 3,15); "único Dueño y Señor
nuestro" (Judas 4); el "Señor" (1 Cor. 7,22; Rom. 14,6)… El es antes que todo y todo
subsiste en El (Col. 1,15-18)…
2) Jesucristo es verdadero hombre, pues tuvo cuerpo verdadero y real…, y ya en su
partida de nacimiento, aparece como hijo de David y de Abraham (Mt, 1.1), nacido de
mujer (Gál. 4,4), de la descendencia de David según la carne (Rom. 1,3)…
Conviene que añadamos que en Jesucristo hay una sola Persona, la del Verbo y dos
naturalezas. Esta expresión de Jesucristo nos aclara esta cuestión: "En verdad, en
verdad os diga: Antes que Abraham naciese Yo soy" (Jn. 8,58).
Notemos que en Jesucristo hay un solo Yo, una sola Persona divina, y dos
naturalezas. Por razón de la naturaleza divina, o como Dios que es, es anterior a
Abraham (que había vivido unos 2000 años antes que El), y por razón de la naturaleza
humana, o como hombre, es posterior a Abraham y a la Virgen, de la cual quiso nacer.
A Cristo se le atribuyen ya cualidades humanas, ya cualidades divinas, y El mismo
se las atribuye, y así dice: El Padre es mayor que yo (Jn. 14,28), y en otro lugar: el
Padre y Yo somos uno (Jn. 10,30), esto es, por razón de la naturaleza humana o como
hombre que aparece entre los hombres es inferior al Padre, y por eso se explica que El
sea Mediador entre Dios y los hombres, y por su naturaleza divina es igual al Padre.
Jesucristo, pues, es Mediador ante el Padre en cuanto que es hombre y decidimos
"en cuanto que es hombre", porque en cuanto Dios es igual que Dios (1 Tim. 2,5).

¿Cómo se verificó la Encarnación?


Habiendo llegado el tiempo fijado en los decretos eternos de Dios para la Encarnación
del Verbo, el ángel Gabriel, dice el Evangelio, fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret a una virgen desposada con un varón, de nombre José, de la
casa de David: la virgen se llamaba María. Entrando el ángel donde ella estaba, dijo:
¡Salve, llena de gracia, el Señor es contigo! Ella se turbé por estas palabras, y pensaba
qué podría significar este saludo.
El ángel le dijo: No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios, y vas a
concebir en tu seno y darás a luz un niño al que pondrás por nombre Jesús. Este será
grande y será llamado Hijo del Altísimo: el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre y reinará en la casa de Jacob para siempre su reino: no tendrá fin.
Entonces dijo María al ángel ¿Cómo será esto. Pues no conozco varón? El ángel
respondió y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra: por lo cual, lo que nacerá de ti santo, se llamará Hijo de Dios.
Dijo entonces María: ¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra!
(Le. 1, 26-38).
He aquí de qué manera sublime tuvo lugar la Encarnación del Verbo eterno. Se ha
verificado con el mayor milagro del poder de Dios. El Espíritu Santo ha sido el artífice
de la humanidad de Jesucristo, porque la formó, la organizó, la dispuso y animó en el
seno virginal de María; pero no puede llamarse padre suyo, porque nada le ha dado ni
comunicado de su sustancia, como dice San Agustín.
De esta manera Dios se hizo hombre por medio de la Virgen María.
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, oh María, a fin de que la concepción de Jesucristo
y el mismo Jesucristo sean santos, no sólo en fuerza y virtud de la unión hipostática o
sustancial de la humanidad con el Verbo, sino también por la fuerza y virtud de
aquella divina concepción, verificada, no por medio de hombre, ni de ángel, sino por
obra del Espíritu Santo. Jesucristo, pues, en virtud de aquella concepción, no pudo
contraer el pecado original naciendo pecador. Siempre fue puro y santísimo (C. a
Lápide).
La virtud del Altísimo, oh María, te cubrirá con su sombra, es decir, el Verbo de
Dios tomará de ti un cuerpo, que será como la sombra de la Divinidad, velándola y
ocultándola, como dice San Gregorio Magno.

¿Para qué Dios se hizo hombre?


La Encarnación del Verbo eterno es el misterio de la más profunda humillación de
Dios y del encumbramiento más alto del hombre.
- San Agustín dice: "Dios se hizo hombre, para que el hombre llegase a ser Dios", es
decir, para hacernos a nosotros hombres perfectos y llegásemos a ser semejantes a Él,
partícipes por la gracia de su divinidad… El Salvador vino para salvar, para salvar al
hombre del pecado y de la muerte eterna…, y de las miserias del cuerpo y del alma,
haciéndolas meritorias… El Verbo no reservó para sí más que el aniquilamiento, la
pobreza, las privaciones, los oprobios, los dolores, la muerte y la cruz… El que tomó
nuestra carne es el Verbo, que existe desde toda la eternidad, el Dios grande y
fuerte…". El Médico, como dice el mismo San Agustín, ha bajado para curar a un gran
enfermo, y hasta se ha humillado a la carne mortal y al lecho del enfermo…
"La Encarnación es la elevación de todo el universo en la Persona divina" (Card.
Cayetano).
- Clemente de Alejandria a dice que Jesucristo ha convertido por medio de su
Encarnación la tierra en cielo, haciendo a los hombres ángeles o más bien dioses. Esto
mismo veía el salmista al decir: "Lo dije: sois dioses, y todos vosotros sois hijos del
Altísimo" (82,6), y lo mismo dice San Juan: "Les ha dado poder de ser hijos de Dios"
(1,2).
- San León Magno: "Jesucristo se ha hecho hijo del hombre para que nosotros
pudiéramos ser hijos de Dios, y ser participantes de la divina naturaleza".
- San Gregorio Nazianceno: "Jesucristo nació en carne para hacernos nacer en
espíritu; nació en el tiempo para hacernos nacer en la eternidad; nació en un pesebre,
para hacernos nacer en el cielo". "El Verbo del Padre se hizo hombre por nosotros, a
fin de unir Dios al hombre con esta mezcla admirable".
- San Anselmo: "Dios ha tomado nuestra carne para que pudiéramos concebirle,
verle, oírle, hablar y gozar de su presencia".
San Juan dice: En Jesucristo estaba la vida (1,4), y se encarnó para darnos la vida,
la vida de la gracia y la vida de la gloria eterna.
- San Pedro Crisólogo: "Jesucristo ha venido a cargar con nuestras debilidades y a
comunicarnos sus fuerzas; a buscar las cosas humanas y a darnos las divinas; a recibir
las injurias y a regalarnos en cambio las dignidades; a sufrir las pesadumbres y las
enfermedades y a traernos la curación y la salud; pues un enfermo que no sufre las
enfermedades no sabrá curar, y si no se hace débil con los débiles, es imposible que
alivie y cure al enfermo".
Jesucristo tomó de nuestra carne la condición humilde, la bajeza, las miserias, el
hambre, la sed, el frío, el calor, los golpes, la cruz, los clavos…, en todo se asemejó a
nosotros, menos en el pecado, del cual vino a salvarnos. Y ¿Por qu6 tanta humillación
y sufrimientos? Todo esto fue por nosotros, para conmover nuestros corazones, para
convertirlos y obligarnos a amar a Dios para que al vernos tan miserables por
nuestros pecados, nos estimulásemos a practicar el bien y a apartarnos del mal y nos
diéramos cuenta de la gravedad del pecado, para cuya satisfacción fue necesario que
Dios se encarnara y sufriera…
En consecuencia: Dios se hizo hombre para enseriarnos a vivir bien, mostrándonos
con su ejemplo el camino de la vida eterna, para dar satisfacción a la justicia divina
por nuestros pecados y redimirnos mediante su pasión y muerte, y ante todo vino
para dar gloria a Dios y de este modo pudiésemos nosotros dignamente glorificarle.
Es de lamentar que muchos no sepan el motivo de la venida de Jesús al mundo y
que no hagan otra cosa con sus sacrificios y fatigas luchar por las cosas de este mundo,
por los tesoros terrenos y sólo vivan para la codicia, para amontonar riquezas sin
saber para quien… ¡Cuán contados son los que luchan por conseguir la vida eterna!

¿Por qué Dios se hizo hombre?


Si preguntamos por qué Dios se hizo hombre, es decir, el motivo de esta
determinación, no hallamos otra causa que fue movido por su gran amor a los
hombres. El evangelista San Juan dice: "El amor de Dios hacia nosotros se manifestó
en que Dios envió al mundo a su Hilo Unigénito para que nosotros vivamos por El" (1
Jn. 4,9). Y el mismo Jesucristo dice: "Tanto amó Dios al mundo que le dio su Unigénito
Hijo… para que el mundo sea salvo por El" (Jn. 3,16-17). Tal es el amor del Padre a los
hombres.
Y el amor del Hijo se manifiesta en estas palabras: Padre mío, habéis rechazado las
víctimas y ofrendas: pero no habéis formado un cuerpo, y como pedíais por el pecado
ni holocausto ni sacrificio, dije entonces: Aquí estoy para cumplir tu voluntad (Sal.
40,7-9; Heb. 10,5-7). Los sacrificios de la Antigua Ley fueron desechados y Cristo se
ofreció en sacrificio expiatorio, sufriendo escarnios, azotes y muerte por los pecados
de todos.
Grande ha sido el amor de Dios Padre para con el hombre caído, pues El tuvo
compasión del pecador al decir: "Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva" (Ez. 33,11), y nos consta la misericordia infinita de Dios en el hecho
de habernos amado cuando nosotros aún no le amábamos: "El amor de Dios se ha
derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo… y lo que hace brilla
más el amor de Dios es que siendo pecadores. Cristo murió por nosotros" (Rom. 5,6-
8). "Me amó y se entregó a la muerte por mí" (Gál. 2,20).
"Dios, rico en misericordia, por el aran amor con que nos amó, estando nosotros
muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo. De pura gracia hemos sido
salvados… Esto es don de Dios" (Ef. 2,4-5.8).
San Pablo recuerda el sacrificio que Cristo aceptó por nosotros, y escribe estas
sublimes palabras: "Se anonadó a sí mismo, tomando naturaleza de siervo, hecho
semejante a los hombres, y en la misma apariencia hallado como hombre, se humilló a
sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil. 2,7-8).
Después saca esta consecuencia: "Por esto Dios lo sobre ensalzó y le otorgó el
nombre que está sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda
rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confesará que Jesucristo
es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fil. 2,9-11).
Cristo, siempre tan humilde, no rechazó jamás la adoración que sólo corresponde a
Dios, porque también quiso enseñar al mundo quién es El. Aún más, la exigió, al decir;
"Todos honren al Hijo, de la manera que honran al Padre" (Jn. 5,23).
A Cristo debemos adorarle por ser nuestro Redentor y nuestro Dios, y le debemos
adorar como le adoraron los pastores y los magos de Oriente, y como los ángeles (Mt.
4,11), como el ciego de nacimiento (Jn. 9,38), como los apóstoles después de apaciguar
Jesús la tempestad (Mt. 14,33)… Y todas las criaturas que hay en el cielo y sobre la
tierra… dirán: "Al que está sentado en el trono y al Cordero, bendición, honra. Gloria y
poder por los siglos de los siglos" (Apoc. 5,13) El merece la adoración de todos: "Te
adoramos oh Cristo y te bendecimos, porque mediante tu santa Cruz has redimir el
mundo".

Jesucristo vino a redimirnos.


Jesucristo aparece en la Sagrada Escritura como Redentor como Salvador y como
Libertador, y por eso a su obra se la llama Redención, salvación y liberación. Y ¿de qué
vino a redimirnos? Vino a redimirnos del pecado. Desde el pecado del primer hombre
(del cual luego hablaremos) y de los innumerables pecados personales de los demás
hombres, la humanidad quedó privada del don de la gracia santificante y sujeta a las
pasiones, al trabajo penoso, al dolor y a la muerte.
Dios se hizo hombre para poder sufrir por los hombres, es decir, la segunda
Persona de la Santísima Trinidad, el Dios Hijo recibió cuerpo mortal de la Virgen
María, nació en esta tierra, vivió durante 33 años y después de darnos sus enseñanzas
coronó su obra con su Pasión y Muerte.
La Redención podemos decir que es el misterio de Jesucristo muerto en la cruz
para redimir a todos los hombres.
La obra de Cristo se nos describe en la Biblia;
1) Como redención de un siervo mediante el pago de un precio, de una entrega de
su vida por el pecado, como precio de liberación de muchos, es decir, de todos:
"Habéis sido comprados a precio" dice el apóstol (1 Cor. 6,20).
2) Como liberación de la cautividad, puesto que los hombres estaban bajo el
pecado y vivían encadenados a la ley de pecado (Rom. 7,14-25); pero el Espíritu Santo
nos liberó de ella en Cristo Jesús: "Libres ya del pecado, habéis venido a ser siervos de
la justicia pero ahora libres del pecado y siervos de Dios" (Rom. 6,18-22).
Los hombres vivían bajo la cautividad de la carne: "esclavos de toda suerte de
concupiscencias y de placeres" (Tít. 3,3); pero Cristo muriendo en la, cruz, nos liberó
de esta esclavitud, en cuanto que nos mereció abundantísimas gracias con las cuales
podemos luchar tenazmente contra la concupiscencia (Rom. 8,3 ss).
Los hombres vivían bajo la esclavitud de la muerte, precisamente por el pecado
original (Rom. 5,12 ss): pero Cristo muriendo, venció a la muerte, la que al final de los
tiempos será vencida (1 Cor. 15,26), y lo que ahora es corruptible y mortal se revestirá
de incorrupción y de inmortalidad (1 Cor. 15,53 ss).
3) Cómo curación de un enfermo, pues en tanto se dice que un enfermo es curado
en cuanto es restituido a la salud primitiva. Ahora bien, el hombre estaba enfermo por
causa del pecado, y por medio de la muerte de Cristo en la cruz fue reintegrado al
estado de la salud espiritual, ya que Cristo "vino a este mundo a salvar a los pecadores
(1 Tim. 1,15), "a buscar y salvar lo Que había perecido" (Lo. 19,10). "A Quién pondrás
por nombre Jesús. porque salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1,21), "pues Dios
no ha enviado a su hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo
sea salvo por El" (Jn. 3,17).

Cristo pudo redimirnos porque era Dios.


Primeramente nos fijaremos en algunos textos de la Sagrada Escritura en los que
podemos ver que Cristo reconcilió a los hombres con Dios con su Pasión y su muerte
expiatoria;
- Habéis sido rescatados no con Plata y oro corruptibles, sino con la sanare
preciosa de Cristo, como de cordero sin defecto ni mancha (1 Ped. 1,18s).
- Cristo padeció por nosotros… lavó nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero (de la cruz), y por sus heridas hemos sido curados (1 Ped. 2,21 s; 3,18).
- El es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los
de todo el mundo (1 Jn. 2,2). En esto hemos conocido la caridad en que dio su vida por
nosotros (1 Jn. 3,16; 1,7; Apoc. 4,9).
Estos textos con los siguientes nos dicen que Cristo con su Pasión y Muerte en la
cruz, impuesta por Dios y libremente aceptada por Cristo, dio a Dios Padre una
satisfacción verdadera por nosotros, quedando compensada la injuria hecha a Oíos
por nuestros pecados.
He aquí otros textos que nos hablan de la satisfacción de Cristo;
- Tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores…, traspasado
por nuestras iniquidades y molido por nuestros, pecados…, y en sus llagas hemos sido
curados… Yahvé cargó sobre El la iniquidad de todos nosotros (Is. 53,2-8). Yo le daré
por parte suya muchedumbres… (w 10-12).
- He aquí el Cordero de Dios. Que Quita el pecado del mundo (Jn. 1,29).
- Todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios y ahora son justificados
gratuitamente por su gracia, por la redención de Cristo Jesús, a quien ha puesto Dios
como sacrificio de propiciación (instrumento de expiación) mediante la fe en su
sangre (Rom. 3,23-25).
- Si. siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hilo,
mucho más. reconciliados va. seremos salvos en su vida…, por Quién recibimos ahora
la reconciliación (Rom. 5,10-11).
La idea contenida en estos textos es ésta; Dios estaba ofendido por el pecado y
apartado de los hombres; Cristo con su pasión y con su muerte en la cruz borró el
pecado, nos libró de la ira de Dios y nos reconcilió con Dios.
Notemos ahora que Cristo pudo ser nuestro Redentor, porque siendo Dios, sufrió
por nosotros. El Hombre-Dios vino a redimirnos. ¡Hombre-Dios!…
Dios se hizo hombre, porque como hombre podía padecer y morir por nosotros. En
Jesucristo hay dos naturalezas, una divina y otra humana. Por la unión personal de las
dos naturalezas, la naturaleza humana podía humillarse y padecer, y la naturaleza
divina podía comunicar a estas humillaciones y padecimientos un valor infinito. De
este modo pudimos pagar nuestra deuda total y ofrecer a la Majestad Divina ofendida
una reparación igual a la ofensa, pues como ésta era en cierto modo infinita (ya que la
enormidad de la injuria crece en proporción de la superioridad que tiene la persona
ofendida sobre la que ofende), se necesitaba una reparación de valor infinito, y esta
reparación no la hallábamos en Dios mismo, ya que la Divinidad como tal no podía
humillares y padecer, ni tampoco en un ser creado cualquiera, porque si la criatura
puede humillarse y padecer, no puede dar a sus humillaciones y a sus padecimientos
sino un valor limitado, ya que el valor de un homenaje disminuye en proporción de la
superioridad del que lo recibe, respecto del que lo hace.
Si preguntamos ahora por qué Jesucristo se ha humillado tanto y ha sufrido lo
indecible, tenemos que decir que la Encarnación y la Redención sendos grandes
misterios, y sólo lo explica su grande amor a los hombres. ¡Dios ha amado así al
mundo, porque ha querido! A nosotros, pues, nos toca adorarle, admirarle, darle
gracias, amarle y bendecirle.
El resultado de la Redención de Cristo es que El vino para cancelar nuestra deuda.
Un enfermo grave, como dice San Agustín, yacía por tierra. Hubo de venir el Médico
divino a salvarnos.
San Juan Crisóstomo lo dice así: "El Señor tiene en su mano el escrito en que consta
el primer pecado cometido por Adán, escrito que nosotros íbamos llenando con
asientos de nuestras culpas personales. Pero Cristo clavó en la cruz este documento;
su sangre cayó encima y borró la deuda. Cristo fue herido en la cruz, y así curó
nuestras heridas. Cristo murió por nosotros, y así nos salvó de la muerte eterna".
"Ahora ya sé quién es Cristo para mi:
- Estoy enfermo…, Cristo es mi médico.
- Soy pecador…, Cristo es mi libertador.
- Voy errando sin tino…, Cristo es mi guía. Cristo es mi camino.
- Soy ignorante…, Cristo es la verdad.
- Estoy muerto…, Cristo es la vida.
Basta hacernos estas reflexiones para amar a Cristo. El Padre eterno habría podido
castigarnos por nuestros pecados como a los ángeles rebeldes: castigarnos sin
misericordia. Pero no lo hizo: quiso usar de piedad con nosotros" (Mons. Tihamér
Toth).
Bien podemos ahora repetir: "Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos o alabamos
porque por tu santa cruz redimiste al mundo".

De qué males nos redimió el Señor?


Para entender el misterio de la Redención hemos de contestar a esta pregunta: ¿Quién
trajo el pecado al mundo? Y es necesario hacerla porque San Pablo nos dice que
Jesucristo "se entregó a la muerte por nosotros cara redimirnos de todo pecado" (Tit.
2.14), y el pecado es el mayor de los males existentes.
Al principio del Génesis se nos narra la tragedia desencadenada por el pecado de
rebelión de nuestros primeros padres, y cuyas consecuencias pesan también sobre
todos nosotros. Referiremos brevemente esta historia:
Adán y Eva fueron nuestros primeros padres, y de ellos descendemos todos los
hombres (Hech. 17,26). Dios los colocó en un lugar delicioso, llamado "paraíso
terrenal", y les concedió los dones de gracia, de inmortalidad, el estar libres de la
concupiscencia o inclinación al pecado y del dolor.
Entonces Dios les impuso este precepto: "De todos los árboles del paraíso puedes
comen pero del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás: porque el
día que comieres de él irremisiblemente morirás" (Gén. 2,15-17).
El diablo (que se introdujo en la serpiente, la cual le sirvió de máscara) tentó a
nuestros primeros padres y pecaron comiendo del fruto del árbol prohibido, y por
este pecado de desobediencia, que tuvo su raíz en la soberbia, pues pecaron; Por
querer ser como Dios, perdieron el don de la gracia y demás dones, quedando sujetos
a las pasiones, al dolor y a la muerte.
Por el pecado de nuestros primeros padres, llamado pecado original, el mundo
quedó convertido en un "valle de lágrimas". El pecado original fue cometido
personalmente por Adán y, por ser cabeza de la humanidad, se transmite a todos los
hombres, sus descendientes por generación. Así lo dice el apóstol: "Por un hombre
entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte: así la muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos habían pecado" en Adán (Rom. 5,12).
Todos han pecado en Adán, dice el apóstol; todos, comenta San Agustín, porque
todos los hombres han sido primitivamente aquel sólo hombre, es decir, Adán. Todos
los hombres han sido aquel solo hombre por su origen; a todos los representó,
conteniéndolos en germen… Ahora todos llevamos la pena de Adán, estando sujetos a
la ignorancia, a la concupiscencia, a las enfermedades y a la muerte… La sangre de
Adán ha sido .infectada con su crimen, y como todos los hombres proceden de aquella
sangre impura, todos nacen manchados con el pecado original.
En la Escritura Santa leemos: "Todos pecaron y tienen necesidad de la gloria o
gracia de Dios" (Rom. 3,23). "El delito de uno solo atrajo la condenación de todos los
hombres" (Rom. 5,18).
Estas últimas palabras de San Pablo turban a muchos y les sirve de escándalo. Que
por el delito de un solo hombre hayamos sido condenados todos los hombres, ¡esto no
se comprende", ¡es una tremenda injusticia! ¿Por qué hube de nacer yo en pecado, si
fueron ellos solamente, nuestros primeros padres, los que cometieron la culpa?
Fueron ellos los que pecaron y no yo. ¿Soy yo responsable de lo que hicieron mis
mayores? ¡No se comprende, no se comprende I…
¡Cuántas veces, dice Mons. Tihamér Toth, hemos de oír semejantes
reconvenciones! Y, sin embargo, solamente pueden lanzarlas los que ignoran la
doctrina de nuestra religión sacrosanta en orden al dogma del pecado original.
"Porque el pecado original no es algo positivo y palpable, no es una responsabilidad
personal que pesa sobre mi alma; no es más que un defecto: la privación de algo". No
hay en nosotros lo que tendría que haber, lo que tuvieron realmente nuestros
primeros padres antes de la caída y tendríamos también nosotros si no fuera por el
pecado de origen; falta la gracia santificante.
Quizá podamos aclararlo con un símil. Pongamos a un propietario que en los
buenos tiempos tenía 10.000 hectáreas de terreno y un magnífico castillo; pero, con su
vida frívola, los desperdició. Al nacer sus hijos, no quedaba de la magnífica fortuna
más que el nombre. Ellos tenían derecho a la herencia, y la habrían poseído si el padre
se hubiese portado como debía; sin embargo, nacieron ya sin fortuna, privados de la
misma. Los pobres no tienen la culpa, ¿verdad?, no son responsables del pecado del
padre; y con todo, no pueden entrar ya en el antiguo castillo.
Así ocurre también con el pecado original; no lo cometimos nosotros, y, no
obstante, sufrimos sus consecuencias. Así comprendemos el símil interesante de
Pascal, defensor ingenioso de la religión católica, quien, aludiendo al pecado original,
se expresa de esta manera; "El hombre es un mendigo, que desciende de una familia
noble".
Luchemos contra el pecado-
Es evidente que existe el pecado original, pues estamos notando las fatales
consecuencias del mismo, como son las malas inclinaciones, el estar propensos a la
soberbia, a la ira, a la codicia, etc., estamos, en una palabra, expuestos a pecar, a ir
contra los mandamientos de Dios, y por eso ya en el Antiguo Testamento los profetas
no cesan de predicar penitencia / conversión…, y viene Jesucristo y dice claramente:
"Haced penitencia en remisión de vuestros pecados (Mt. 4,17), "no son los sanos, sino
los enfermos los Que necesitan de médico (Mt. 9,12)… Hemos de cambiar de vida por
ser malos… y por lo mismo tenemos que luchar contra las malas inclinaciones del
pecado.
Las exigencias de Cristo son manifiestas, pues pide a todos vencimienos al decir;
"El que quiera venir en POS de mí. tome su cruz y me siga" (Mt. 16,24). reino de los
cielos se alcanza a viva fuerza… (Mt. 11,12)… "Sed perfectos… (Mt. 5,48)…
El cristianismo exige violentar las pasiones, luchar por mantenerse puro, por ser
desprendido de los bienes de la tierra, que con la muerte hemos de dejar aquí… No
tenemos más remedio que aborrecer el pecado y luchar por no caer en él… y seguir
luchando, apoyados en la gracia de Dios…
Hay jóvenes que se quejan de una vida aburrida, y estos son los que sólo piensan
en vegetar y se dejan arrastrar por las pasiones…; más estos para ser felices debieran
seguir el ejemplo de San Agustín, romper con las pasiones y amistades malas, y
reconocerían como él: "Me hiciste. Señor, para ti, e inquieto esta nuestro corazón
mientras no descanse en Ti"…
Joven, sé casto… ¿te cuesta?, pues el vencimiento de las pasiones te eleva y
purifica… Hay que privarse de ciertos goces porque son venenosos, hay que buscar
ideales nobles que elevan el alma… y poner los medios para vencer las pasiones como
son la oración y frecuencia de sacramentos.
Volvamos ahora todos la vista a Cristo que, muriendo por nosotros, nos ganó la
vida divina, es decir, la gracia que había perdido Adán y que perdimos nosotros con él
y por nuestros pecados personales. Aquella vida divina o gracia perdida se nos
devuelve ahora por los méritos de Cristo. El "sufrió por nuestros pecados" (Is. 53, 5-6).
"En Cristo tenemos la redención y la remisión de los pecados" (Col. 1,14).
Colaboremos con Cristo Redentor-
Por las Escrituras Santas vemos que Cristo llevó a término la obra de nuestra
Redención dando su sangre y su vida por nosotros y por todos los hombres existentes.
Su Redención fue universal. "El es la víctima de propiciación por nuestros pecados, y
no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo" (1 Jn. 2,2). Murió por todos
para que los que viven no vivan yapara sí. sino para Aquel que por ellos murió y
resucitó" (1 cor. 5,15). Debemos, pues, vivir en adelante para Dios, o sea, como El
quiere que vivamos siendo fieles cumplidores de sus mandamientos.
Cristo, realmente, nos redimió y satisfizo por nosotros compensado largamente la
injuria que habíamos hecho a Dios. Ahora cabe preguntar: Si la satisfacción de Cristo
fue universal respecto de todos los pecados, ¿tenemos que hacer algo de nuestra
parte? Notemos que la satisfacción de Cristo fue universal, no en el sentido de su
eficacia, sino en el de su suficiencia: es decir, la satisfacción de Crista debe decirse
universal en cuanto que, por disposición divina, a todos los hombres se les han
preparado medios aptos para que consigan la salvación, de tal suerte que todos los
hombres puedan conseguirla, si quieren aplicarse los méritos de Cristo, puesto que
quiso Dios que la satisfacción de Cristo de hecho no borre eficazmente los pecados de
todos los hombres sino mediante la libre cooperación de cada uno de ellos en orden a
aplicarse los méritos de Cristo.
Después del pecado original, que actualmente se borra por el bautismo, quedan las
consecuencias del mismo, o sea, las inclinaciones al mal, las tentaciones, etc., mas
Cristo al redimirnos nos mereció la gracia con la que podemos vencer las tentaciones,
y como de hecho "Dios quiere que todos los hombres se salven…" (1 Tim. 2,4), a todos
les da la gracia suficiente para que logren su salvación.
La redención no significa, pues, que el redimido esté libre de toda tentación, pues
el cristiano también está ahora expuesto al peligro de pecar, y por eso Jesucristo no
dice a todos: "El reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que se hacen esta
fuerza son los que lo arrebatan" (Mt. 11,12). Cristo no suprimió la tentación, pero dio
fuerza para vencerla.
Todos nos hemos de sentir a veces cercados por los atractivos del pecado, pero
debemos de aponernos a ellos con valentía y apoyados en la gracia de Dios. Estamos
redimidos, pero ante la tentación no permanezcamos en el desenfreno salvaje de los
instintos. "Bienaventurado el varón que soporta la tentación. porque probado recibirá
la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman" (Sant. 1,12).
Tampoco Cristo suprimió la posibilidad de pecar con su redención, sino que dio la
posibilidad de vencer el pecado; y si somos tan desgraciados que llegamos a pecar,
tenemos por El la posibilidad de levantarnos… y tenemos a nuestra disposición los
sacramentos por El instituidos.
Finalmente, la redención tampoco significa que Cristo nos haya librado de la
muerte. No la suprimió; aún más, el mismo Cristo murió real y verdaderamente; pero,
con su muerte, la muerte quedó vencida.
”La muerte es para nosotros, los cristianos, un trance serio; mas para los
incrédulos, es en verdad desesperante. En las grandes catástrofes crisparon su puño, y
no son capaces de encontrar explicación. El cristiano, en cambio, sabe que no ha
nacido para este mundo, y el mismo pensamiento de la muerte robustece su propósito
de entregarse por completo en las manos de Dios. Sabe que la muerte no es un "final"
de esta vida corta, sino que después de ella, después de la vida terrenal viene la
eterna; después de la vida llena de sufrimientos, la vida feliz; después de la muerte, la
resurrección" (Tihamér Toth).
Cristo no suprimió la muerte, pero nos enseñó a vencer el temor de la misma.
Tengamos presente que es cierto que Cristo nos obtuvo la redención, pero para
que nos aproveche a cada uno en persona puso algunas condiciones, como son, por
ejemplo: la fe, la detestación de los pecados, el uso de los sacramentos, la guarda de
los mandamientos, etc. sin lo cual los méritos y satisfacciones de Cristo no se nos
aplican.
Cristo, como dice la revelación divina, murió por todos, pero en vano murió por mí,
si yo no quiero participar de sus méritos con mi propio esfuerzo. "Por tanto,
hermanos, esforzaos más y más para asegurar vuestra vocación y elección por medio
de las buenas Otilas" (2 Ped. 1,10).
Decimos que somos redimidos, pero ¿se ve realmente que lo somos? Cristo en su
Evangelio nos dice cómo hemos de vivir y trabajar por nuestra redención… No
olvidemos que Dios se hizo hombre para elevarnos, para que permaneciéramos
siendo verdaderos hijos de Dios…

Los sufrimientos de Cristo y los nuestros.


La vida mortal de Jesucristo fue de continuos sufrimientos. Desde el pesebre en Belén
hasta el Calvario en Jerusalén donde muere en una cruz, vemos que pasó por la
pobreza, la escasez, el trabajo y toda clase de padecimientos: sangre, espinas, clavos,
sed, látigos… Todo esto dolió al Señor (léase su Pasión en los Evangelios)…, pero
donde sufrió más fue en su alma, que se vio inundada por el mar de pecados y
maldades, abyecciones e inmundicias que cometió el hombre a partir de nuestros
primeros padres. Por esto exclamó: Mi alma está triste hasta la muerte.
Cristo pasó por todos los trances por los cuales podemos pasar cada uno de
nosotros…, y aún por muchos más. No hay sufrimiento en el mundo: sed, golpes, befa,
traición, incomprensión, crueldad, agonía, muerte, que no haya sentido antes el
corazón de Cristo. Y todo esto ¿por qué? Porque, como hemos ya dicho con San Pablo,
"me amó y se entregó a la muerte por mi".
Ante el ejemplo de Jesucristo que quiso redimirnos con su Pasión y muerte en la
cruz, ¿qué hemos de hacer nosotros, sino aceptar toda clase de sufrimientos y saberlos
unir a los suyos para que tengan méritos redentores?. El mismo Señor nos da la clave
para entender su vida mortal al decir a los discípulos de Emaús: "No era preciso que el
Mesías padeciese todo esto y entrase así en su gloria?" (Le. . El se nos presenta como
modelo en toda clase de sufrimientos.
Ahora la ley del sufrimiento es una ley universal, que existe desde que pecaron
nuestros primeros padres y existirá mientras el hombre viva sobre la tierra. El
sufrimiento, la enfermedad, la muerte, no entraban en el plan de Dios; pero el hombre
los suscitó por su pecado, trastornando el orden moral del mundo.
Si hoy día el sufrimiento es patrimonio común de los vivientes, al principio no era
así. Todas las cosas creadas por Dios eran buenas, "en gran manera buenas" (Gén.
1,31); pero "por un solo hombre entró el pecado en este mundo, y por el pecado la
muerte" (Rom. 5,12). Y desde entonces, desde el pecado original, el sufrimiento es
patrimonio común de los mortales. "Una penosa tarea se impuso a todo hombre, y un
pesado yugo oprime a los hijos de Adán desde el nacimiento hasta la muerte" (Edo.
40,1).
Pero el Señor aligeró nuestro peso al levantar el sufrimiento y escogerlo como
norma y medida de fervor en imitarle a El, pues nos invita a seguirle por el camino de
la cruz: "Si alguno quiere venir en pos de Mi niéguese a sí mismo, cargue con su cruz, y
me siga" (Mt. 16,24). Cristo no dice que nos desesperemos bajo el peso del dolor, ni
que nos rebelemos, ni que increpemos al cielo con los puños cerrados, ni que nos
levantemos contra Dios, sino que procuremos imitarle y acercarnos más a su Corazón
divino.
El mérito está en sufrir uno, por respeto a Dios que le ve, penas padecidas
injustamente… "Pues para esto fuisteis llamados, va que también Cristo padeció por
vosotros y os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos" (1 Ped. 2,19-21), es decir, según
las enseñanzas del apóstol San Pedro, el Señor pasó por los dolores más atroces para
que en las horas de la tribulación podamos seguir sus huellas.
Algunos se quejan diciendo: ¿Por qué me aflige Dios, precisamente a mí, que
quiero ser bueno? ¿No has cometido un solo pecado? ¿No eres hombre, en quien el
alma ha fracasado muchas veces en su lucha con el cuerpo? Reconócelo y exclama con
el buen ladrón; "Nosotros estamos en el suplicio justamente pues pagamos lo
merecido por nuestros deli- loa" (Le. 23,41).
¿Eres ciertamente alma justa, que jamás ha pecado? Escucha estas palabras de la
Escritura Santa; recibe por hilo" (Heb. 12,6-7). "Yo a los que amo, reprendo y castigo"
(Apoc. 3,19).
El sufrimiento es también, en la intención de Dios, un medio de hacer más pura y
preciosa el alma de sus hijos fíeles: "A la manera que el oro se prueba en el fuego así
los hombres gratos a Dios se prueban en la fragua de la tribulación" (Eclo. 2,5). "Tened
hermanos míos, por sumo gozo veros rodeados de diversas tentaciones, considerando
que la prueba de vuestra fe produce la paciencia, y que la paciencia perfecciona la
obra, para que vengáis a ser perfectos y cabales, sin faltar en cosa alguna" (San. 1,2-4).
El remedio contra el dolor, la solución de este problema está en levantar nuestra
mirada a Jesucristo, puesto en la cruz, y oír que nos dice: "Venid a Mi todos los que
andáis agobiados con trabajos y cargas y Yo os aliviaré" (Mt. 11,28)… Acerquémonos a
Él y en las horas de dolor no dejemos de orar más y ponemos en sus manos
diciéndole; Hágase tu voluntad.
Tengamos presente estas palabras de la Escritura Santa:
- Por muchas tribulaciones hemos de pasar para entrar en el reino de los cielos
(Hech. 14,21).
- Por las momentáneas y breves tribulaciones de esta vida. Dios nos prepara un
peso eterno de gloria incalculable (2 Cor. 4,17).
- Los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria
que ha de manifestarse en nosotros (Rom. 8,18).
- Alegraos en la medida en que participáis en los padecimientos de Cristo, para que
en la revelación de su gloria exultéis llenos de gozo H Ped. 4,13).
(Véase mi libro "El problema del dolor").
Conclusión-

Después de las consideraciones hechas sobre la Pasión y sufrimientos de Cristo,


nuestro deber es:
- Vivir unidos a Él, ya que "murió por nosotros para que ya velemos, ya durmamos,
vivamos juntamente con El" (1 Tes. 5,10).
- Tener presente con el apóstol que "los que son de Cristo han crucificado su
propia carne con los vicios y concupiscencias (Gál. 5,26).
- Y que de la Pasión de Cristo se deriva esta obligación; Que hemos de amar cada
día más a Cristo por lo mucho que nos ha amado al padecer por nosotros, pues cada
uno podemos decir como San Pablo: "Me amó y se entregó a la muerte por mí" (Gál.
2,20).
Presentación…………………………….…, 4
JESUCRISTO REDENTOR.
- ¿Eres Tú el que ha de venir? 5
- Jesucristo bajó de los cielos 6
- Dios se hizo hombre. ¿Qué es la Encarnación? 7
- ¿Cómo se verificó la Encarnación? 9
- ¿Para qué Dios se hizo hombre? v 11
- ¿Por qué Dios se hizo hombre? 14
- Jesucristo vino a redimirnos.
¿Qué es la Redención?……………, 16
- ¿De qué males nos redimió el Señor? 22
- Luchemos contra el pecado 25
- Colaboremos con Cristo Redentor 26
- Los sufrimientos de Cristo y los nuestros .30
¿QUIEN ES EL ESPIRITU SANTO?
sus DONES Y CARISMAS. LA CONFIRMACION

¿NO sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?

(1 Cor. 6. 19)
Editorial

APOSTOLADO MARIANO

Recaredo, 44 − 41003 SEVILLA Tel.: 954 41 68 09 - Fax: 954 54 07 78


www.apostoladomariano.com
Impreso por: Impresos y Revistas, S. A. (Grupo IMPRESA) Impreso en España /
Printed in Spain

Presentación
Este pequeño folleto tiene la finalidad de poner en claro la doctrina revelada sobre el
Espíritu Santo, la tercera Persona de la santísima Trinidad, ahora cuando se habla
tanto de «pentecostismo y renovación carismática» y por notarse cierta inestabilidad
doctrinal en muchos de los llamados «carismáticos» y propensión a errores de los que
pudieran ser inconscientes, por cuanto «arrastrados por la autoridad de la comunidad
de la cual forman parte, y, con toda buena fe, son atraídos por la Renovación con
motivo del deseo de oración y de una vida orientada sobre todo hacia el amor de Dios
y del prójimo», y deben evitarse.
Voy, pues, a exponer la doctrina sobre el Espíritu Santo, quién es, cómo viene a
nosotros y algo del sacramento de la Confirmación, para terminar hablando de los
dones y sobre todo de los «carismas» del Espíritu, que no deben confundirse.
Zamora, 10 agosto 1985.
Benjamín Martín Sánchez
EL ESPIRITU SANTO

¿Qué sabemos del Espíritu Santo?

EL apóstol San Pablo preguntó un día a sus discípulos de Éfeso si habían recibido el
Espíritu Santo, y le contestaron: siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo» (Hech. 19,
2). Si a muchos cristianos de nuestros días hiciéramos la misma pregunta, ¿no
obtendríamos idéntica respuesta?
***
No es de extrañar que el Papa León XIII dijera con cierto dejo de amargura en su
encíclica «Divinum illud munus» que «muchos cristianos tienen del Espíritu Santo un
conocimiento harto menguado; emplean su nombre con frecuencia en los ejercicios de
piedad, pero su fe está muy apagada. De los dones ni siquiera hablan; no los conocen
más que por las pocas líneas que de ellos aprendieron en el Catecismo».
El Espíritu Santo es poco conocido, hablamos poco de Él, y sin embargo es «el alma
de la Iglesia»… Es cierto que la Iglesia invoca al Espíritu Santo en actos
importantísimos como en el Cónclave, en los Concilios, en la Ordenación sacerdotal,
etc., y que los cristianos lo invocamos todas las veces que hacemos la señal de la cruz,
al decir: «En el nombre del Padre y del Hijo y del ESPIRITU SANTO»; pero
¿reflexionamos debidamente al hacer esta invocación?
***
Mi finalidad es contribuir con este pequeño trabajo a que todos tengan un mayor
conocimiento del Espíritu Santo, y saquen como consecuencia el dicho de Pablo VI:
«De todas nuestras devociones, la del Espíritu Santo debería ser la primera».

¿Qué es lo que más necesita la Iglesia?


Lo diremos con palabras del mismo Pablo VI: «La Iglesia tiene necesidad de su
Pentecostés permanente; tiene necesidad de fuego en el corazón, de palabras en los
labios, de profecía en la mirada. La Iglesia tiene necesidad de ser templo del Espíritu
Santo, es decir, de limpieza total y de vida interior…
***
Hombres vivos, vosotros jóvenes, y vosotras almas consagradas, vosotros
hermanos en el sacerdocio, ¿nos escucháis? De esto tiene necesidad la Iglesia. Tiene
necesidad del Espíritu Santo. Del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros,
y en todos nosotros juntos, en nosotros-Iglesia.
¿Cómo se ha debilitado esta plenitud interior en tantos espíritus que, sin embargo,
dicen pertenecen a la Iglesia? ¿Por qué tantos fieles militantes en el nombre y bajo la
guía de la Iglesia han sido víctimas de la pereza y han disminuido? ¿Por qué muchos se
han hecho apóstoles de la contestación, de la laicización y de la secularización, como
pensando dar curso más libre a la expresión del Espíritu Santo? O ¿acaso confiando
más en el espíritu del mundo que en el de Cristo?…
San Agustín nos recuerda que «nada debe temer tanto el cristiano como el
separarse del cuerpo de Cristo. Si, en efecto, se separa del cuerpo de Cristo, no es ya
miembro de Él; y si no es miembro suyo, no está alimentado por su Espíritu». «El
Espíritu Santo es el animador y santificador de la Iglesia, su aliento divino… La Iglesia
vive del Espíritu Santo. Realmente, se puede decir, la Iglesia nació el día de
Pentecostés. La principal necesidad de la Iglesia es vivir siempre Pentecostés.»

Para conocer quién es el Espíritu Santo…


Hablaremos brevemente, tal como se nos revela en la Biblia, del misterio de la
Santísima Trinidad. Hay un solo y único Dios y en Él hay tres Personas distintas e
iguales en perfección: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
1. ® Todo el Antiguo Testamento nos habla desde su comienzo de Dios, fuente
primera de toda existencia y de todos los seres. El es el creador de cielos y tierra (Gén
1. 1) (Ex 20, 11), y se nos manifiesta ya como Padre en el profeta Isaías (63, 16) y
también en Malaquías (1, 6), si bien más claramente en el N. T donde vemos que
Jesucristo nos enseñó a llamarlo PADRE, al enseñamos el Padrenuestro (Mt 6, 9).
Dios PADRE es la 1.* Persona de la Santísima Trinidad (y es Persona porque vemos
que habla a Adán y a Eva, a Caín, a Noé, a Abraham, etc.).
***
2. “ En los Evangelios y en todo el N. T. aparece la revelación clara del Verbo (la
Palabra del Padre, Jesucristo) que es Dios y se encarna para redimimos (Jn 1, 1 y 14).
Fue enviado por Dios Padre al mundo porque nos amaba (Jn 3, 16-17), y se declara
Hijo de Dios…
EL HIJO DE DIOS hecho hombre, o sea, Jesucristo es la 2.* Persona de la Santísima
Trinidad.
3° LOS HECHOS DE LOS APOSTOLES empiezan hablándonos de la promesa hecha
por Jesucristo a sus apóstoles de enviarles el Espíritu Santo (de cuya personalidad ya
les había hablado caps. 14, 15 y 16 de San Juan), y luego vemos que se cumplió esta
promesa en el día de Pentecostés (Hech 1, 8; 2).
EL ESPIRITU SANTO es la 3.* Persona de la
Santísima Trinidad (y de El hablaremos ahora con mayor amplitud).

¿Quién es el Espíritu Santo?


El Espíritu Santo es:
1. La 3. * Persona de la Santísima Trinidad
2. que procede del Padre y del Hijo, y
3. es Dios como ellos.
Vamos ahora a exponer y aclarar el contenido de esta definición.
1. “ El Espíritu Santo es la 3.“ Persona de la Santísima Trinidad. El Padre, según
aparece en la Biblia, no tiene origen alguno ni principio de otra Persona, y por eso se
llama J.‘ Persona; pero el Hijo vemos que procede del Padre, y por eso decimos que es
la 2.“ Persona, y el Espíritu Santo es la 3.“ Persona, porque procede a la vez del Padre y
del Hijo.
Vamos a demostrar que el Espíritu Santo es una Persona real (no un soplo o viento
o energía, como dice alguna secta). Es una Persona: 1) Por la fórmula trinitaria del
bautismo (Mt. 28, 19) donde el Espíritu Santo es equiparado al Padre y al Hijo, que
realmente son Dios; 2) por el nombre de Paráclito (Consolador, Abogado) que no
pueden referirse sino a una Persona (Jn. 14, 16 y 26); 3) porque se le atribuyen las
propiedades de enseñar (Jn. 14, 26), hablar (Jn. 16, 13), dar testimonio de Cristo (Jn. 15,
26); predecir acontecimientos futuros (Jn. 16, 13; Hech. 21, 11). Ahora bien éstas son
propiedades personales. Luego el Espíritu. Santo es una Persona.
Además es una Persona distinta del Padre y del Hijo, porque éstos son los que lo
envían, y dice Jesucristo expresamente: «Yo rogaré al Padre y os dará otro Abogado…»
(Jn. 14, 16). El Espíritu Santo es el enviado.
1. “ El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, y como de un sólo y único
principio, pues como dijo Jesucristo: «Todo lo que tiene el Padre es mío» (Jn. 16, 7). La
Escritura santa dice que el Espíritu Santo es «el Espíritu del Padre» (Mt. 10, 20; Jn. 15,
26) y es también «el Espíritu del Hijo» (Gál. 4, 6; Hech. 16, 7; Rom. 8, 9), expresiones
que indican relaciones distintas entre sí, las cuales se identifican con la esencia divina.
El mismo Jesucristo expresa que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo,
pues dice una vez que el Padre lo enviará (Jn. 14, 26), y otra que lo enviará él mismo
(Jn. 16, 7)… Como dice Santo Tomás «el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo,
como el calor procede del sol y de su luz». Y la Iglesia nos lo enseña en el Credo: «Que
procede del Padre y del Hijo, y por ser Dios como ellos recibe la misma adoración y
gloria».
El Espíritu Santo, aunque procede del Padre y del Hijo, no es posterior a ellos, sino
también es eterno, pues como dijo Tertuliano: «El Espíritu Santo es Dios de Dios, como
la luz se enciende de la luz».
2. ° El Espíritu Santo es Dios: 1) Porque se le aplican indistintamente los nombres
de «Espíritu Santo» y de «Dios», pues «mentir al Espíritu Santo es mentir a Dios»
(Hech 5, 3-4); 2) porque a El se le atribuyen los atributos y prerrogativas de la
divinidad: El posee la plenitud del saber: es Maestro de toda verdad, predice las cosas
futuras (Jn 16, 13); escudriña los más profundos secretos de la divinidad: «Las cosas
de Dios nadie las conoce, sino el Espíritu de Dios» (1 Cor 2, 11), y El es el que inspiró a
los profetas del Antiguo Testamento (2 Ped 1, 21; Hech 1, 16). Además todas las cosas
hechas por Dios, lo fueron por el Espíritu de su boca (Sal 33, 6). El Espíritu del Señor
llena toda la tierra (Sab 1, 7)…
¿Qué tienen de común las tres divinas Personas?
Las tres divinas Personas tienen comunes ¡a esencia, los atributos y las obras.
Como tres personas diferentes pueden poseer una misma casa o morada u otro
objeto cualquiera en común, así las tres divinas Personas tienen común la esencia o
naturaleza divina. Por esto no son tres dioses sino un solo Dios.
El Padre es, pues, otro pero no otra cosa que el Hijo; porque se diferencia de Él en
la Persona, mas tiene con El una misma esencia. Y lo mismo digamos del Espíritu
Santo.
Por tanto, una Persona es igualmente eterna, sapientísima, omnipotente y perfecta
que las otras.
Hemos de notar que, en la procedencia de una Persona de otra, se excluye toda
sucesión de tiempo; el Hijo procede eternamente del Padre, y el Espíritu Santo
eternamente del Padre y del Hijo; pues si en el tiempo se añadiera algo a Dios, dejaría
de ser inmutable, y no sería Dios.
***

La Creación del mundo, la Redención del hombre y su Santificación son, conforme a


lo dicho, obra común de las tres Personas divinas.
De hecho vg. vemos como intervienen las tres en la creación. Así vemos en Gén 1, 1
que Dios (Padre) es el creador de todo; en Jn 1,3 que por el Verbo (Palabra del Padre,
o sea, Jesucristo) «fueron hechas todas las cosas…», y en el Sal. 33, 6 «todo el ornato de
los cielos fue hecho por el Espíritu de su boca».
En la Biblia, pues, se nos revela la unidad de Dios, o sea, que las tres divinas
Personas son una misma cosa en cuanto a su esencia, esto es, en el pensar, en el
querer y en el obrar.
Sin embargo, solemos decir: Dios Padre hizo el mundo. Dios Hijo redimió al
hombre. Dios Espíritu Santo nos santifica. Esto es debido a que por su diferente origen
se atribuyen al Padre las obras de la omnipotencia, al Hijo las de la sabiduría y al
Espíritu Santo las del amor.

Dios es amor
Esta es la definición que San Juan (1 Jn 4, 8 y 16) nos da de Dios: «Dios es amor», y ésta
es la razón de nuestra existencia: «Nosotros existimos porque Dios es bueno» y nos
ama (S. Agustín). Dios no necesitaba nada de nosotros por ser eternamente feliz, pero
quiso compartir su felicidad con nosotros, quería hacemos felices.
Dios nos creó por amor, y después del pecado de nuestros primeros padres, se
compadeció y movido por el amor nos redimió: «Tanto amó Dios al mundo que le dio
su unigénito Hijo… para que el mundo sea salvo por El» (Jn 3, 16-17).
Jesucristo vino a este mundo a salvar a los pecadores (1 Tim 1, 15). «Me amó y se
entregó a la muerte por mí» (Gál 2, 20).
Después vemos que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 5).
Queda manifiesto por la revelación divina el grande amor del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Más notemos que este amor de Dios que nos invade y nos envuelve es
un triple y único amor. Las tres divinas Personas nos santifican, más cada una a su
manera: El Padre nos santifica como Padre, quien con el Hijo y por el Hijo nos envía al
Espíritu Santo. Este, por tanto, es su don supremo con relación a nosotros, y al recibir
el Espíritu Santo con su gran cúmulo de gracias entramos en la intimidad de la familia
de Dios.
El Espíritu Santo es el fruto de la unión o mutuo amor del Padre y del Hijo, y es
también el lazo que une a Dios con el Hombre.
En el Espíritu poseemos al Hijo y al Padre. San Pablo nos dice: *¡Dios derramó
abundantemente el Espíritu Santo sobre nosotros por Jesucristo nuestro Salvador»
(Tito 3,6).

Manifestaciones del Espirita Santo


—El Espíritu Santo se ha mostrado en forma de paloma en el bautismo de Jesús: Mt
3,16.
—También en lenguas de fuego el día de Pentecostés: Hech. 2, 3.
Estos son símbolos o figuras para manifestar los efectos que produce.
El Espíritu Santo, dice San Gregorio Magno, vino en figura de paloma sobre Cristo
por su gran mansedumbre con los pecadores y porque hace puros sus corazones; y
apareció en figura de fuego, porque como el fuego, limpia la herrumbre de los pecados,
arroja del alma las tinieblas de la ignorancia, derriba la helada corteza de los
corazones, y enciende a los hombres en el amor de Dios y del prójimo.

El Espíritu Santo es el Amor en persona


Este es un Amor infinito y eterno, y decir que es Amor en persona, es como decir que
su ser personal consiste en amar. El es el Amor procedente del Padre y del Hijo.
No es fácil comprender este Amor, es demasiado grande: un ser que es
completamente amor, amor eterno sin principio ni fin, amor sin límites. Su obrar es
amar.
El Espíritu Santo es el Amor que difundiéndose en los seres, los ha llamado a la
existencia creando el mundo en que vivimos y admiramos. Este Amor total, absoluto y
exclusivo es el amor con que Dios nos ama.
Nosotros no hemos merecido ese Amor infinito. El nos amó primeramente y por
eso existimos. Ni nuestras miserias ni nuestros grandes pecados pueden aminorar la
ternura de Dios para con nosotros. «El es el que hace como que no ve nuestros
pecados por esperamos a penitencia» (Sab 11,24-27).
El amor anticipado de Dios, por cuanto El nos amó primero (1 Jn. 4, 19) nos está
forzando a entregamos a él con toda la fuerza de nuestro corazón.
He aquí un misterio revelado, que el Espíritu de Amor del Padre y del Hijo hace su
morada en nosotros. «Si me amáis, observaréis mis mandamientos. Yo rogaré al Padre
y El os dará otro Consolador, para que esté con vosotros siempre. El Espíritu de la
verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Vosotros lo
conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros» (Jn 14, 15-17).

¿Cómo viene el Espíritu Santo a nosotros?


La venida del Espíritu Santo no terminó el día de Pentecostés. Jesucristo, que nos
mereció este don para todos los hombres, se lo envió a los apóstoles y se lo sigue
enviando a todos sus discípulos, cuando se hacen cristianos.
Por el bautismo viene a vivir al alma la Santísima Trinidad; pero esta habitación de
Dios en el alma se atribuye de un modo especial al Espíritu Santo, y por eso San Pablo
llama indistintamente al alma templo de Dios y templo del Espíritu Santo (1 Cor 3, 16;
6, 19-20).
E1 bautismo es el más necesario de todos los sacramentos: *Quien creyere y fuere
bautizado, se salvará; pero quien no creyere, se condenará» (Me 16, 16). «Si alguno no
renaciere del agua y del Espíritu Santo, no podrá entrar en el reino de tos cielos» (Jn 3,
5).

El Espíritu Santo viene a nosotros por la fe en la palabra de Dios, o sea, en su


Evangelio, por el arrepentimiento de nuestros pecados y el bautismo.
Un ejemplo gráfico lo tenemos en los judíos que oyendo el sermón que San Pedro les
dirigió, se compungieron y decían: *¿Qué hemos de hacer?», Pedro les contestó:
Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros
pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hech 2, 37-38). Ellos recibieron la
gracia y se bautizaron, siendo incorporados a la Iglesia aquel día unas tres mil almas»
(Hech 2,41

***

San Pablo dirigiéndose a los de la Iglesia de Corinto, les dice: «¿No sabéis que los
injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los
idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los
avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios. Y
algunos esto erais, pero habéis sido lavados; habéis sido santificados, habéis sido
justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor
6, 9-11).
Es evidente por la Escritura Santa que el adulto que vive como infiel, o sea, sin el
bautismo, para que salga de sus pecados (del pecado original y de los personales que
tuviera), necesita creer en la doctrina de Jesús, arrepentirse y bautizarse, y al recibir el
bautismo, su alma queda convertida en templo del Espíritu Santo.
Por eso San Pablo dirá a los bautizados: *¿No sabéis que sois templo de Dios y que
el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le
aniquilará. Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3, 16-
17).

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, y
que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a
Dios en vuestro cuerpo (1 Cor 6, 19-20).

***

Después de vuestro bautismo el que tenga la desgracia de cometer un pecado mortal,


viene a arrojar de su alma al que habitaba en ella como «huésped», o sea, al Espíritu
Santo, dejando así de ser «templo de Dios», y por lo mismo para que pueda volver a
habitar el Espíritu Santo en el alma, necesita ser ésta justificada por medio de la gracia
santificante, y ésta se ha de adquirir mediante el arrepentimiento de la culpa y de la
confesión sincera de la misma.
En consecuencia, el cristiano tiene que vivir vigilante para evitar toda caída y
permanecer en gracia. Por eso el apóstol nos dice: *No apaguéis el Espíritu Santo»
arrojándolo por el pecado mortal (1 Tes 5, 19), y es más, aún dice: «No queráis
contristar el espíritu de Dios» por el pecado venial (Et‘ 4, 30). Por tanto sigue San Pablo
diciéndonos: «Si vivimos del Espíritu, andemos también según el Espíritu» (Ef 5, 25). Y
como nos dice también San León Magno: «Por el sacramento del bautismo te
conviertes en templo del Espíritu Santo; no hagas huir de ti con malas acciones
habitante tan excelso.» Debemos, pues, procurar que Satanás no ocupe el lugar que
corresponde al Espíritu de Jesús.

E1 Sacramento de la Confirmación
Por el bautismo (primer sacramento y más necesario de todos: Jn 3, 5) conseguimos la
vida sobrenatural, y una vez conseguida, debe ser robustecida por el sacramento de la
Confirmación. Por el bautismo nos hacemos cristianos, miembros de Cristo y súbditos
de la Iglesia, y por la confirmación quedamos constituidos soldados para reforzar
nuestra fe y defenderla.
Nuestro deber de cristianos es vivir siempre en gracia de Dios. La gracia se pierde
por el pecado mortal, y se puede recuperar por otro sacramento, el de la penitencia.
San Cipriano hablando de aquel rito (o confirmación), que los apóstoles emplearon
en Samaria para que se invocara e infundiera el Espíritu Santo sobre los samaritanos,
ya convertidos y bautizados (Hech 8, 15-20), nos dice que ese mismo rito se emplea
también entre nosotros «para que los que se bautizan en la iglesia, se presenten a los
jefes de la misma iglesia y por medio de nuestra oración e imposición de manos
consigan el Espíritu Santo y sean perfeccionados con el signáculo del Señor».
La Sagrada Escritura (Hech 2) nos habla del Espíritu Santo que se dio a los
apóstoles de un modo extraordinario en el día de Pentecostés, de tal suerte que desde
se instante fueron testigos valientes de las cosas que habían recibido de Cristo, o sea,
de su doctrina y supieron defenderla con valentía delante de los tribunales y del
Sanedrín, precisamente porque estaban en posesión del Espíritu Santo.
Pero esta gracia o este don del Espíritu Santo, que a todos se había prometido, a
todos también debía darse; por lo cual los apóstoles Pedro y Juan «oraron sobre ellos
(los samaritanos ya bautizados por el diácono Felipe) para que recibiesen el Espíritu
Santo» (Hech 8, 15-20), y de la misma manera Pablo, después de bautizar a los que
habían recibido solamente el bautismo de Juan •imponiéndoles las manos, descendió
sobre ellos el Espíritu Santo» (Hech 19, 1-6).
Ya hemos hablado anteriormente del Espíritu Santo, y conviene que entendamos
bien el sacramento de la confirmación por el cual se nos da con «plenitud».

¿Qué es el sacramento de la Confirmación?


La confirmación es el sacramento que nos aumenta la gracia, dándonos con plenitud el
Espíritu Santo, para fortalecemos en la fe y hacernos soldados y apóstoles de Cristo.
Como el que va a confirmarse, debe ir en gracia de Dios, por eso reciben en este
sacramento «aumento de gracia» y se le da «con plenitud» el Espíritu Santo. Notemos
que decimos «con plenitud», porque ya en el bautismo se nos da el Espíritu Santo,
pues habita en el alma de todo cristiano (1 Cor 3, 19; Jn 14, 23).
El nuevo descenso del Espíritu Santo nos recuerda el milagro de Pentecostés, para
derramar sobre los que se confirman mayores gracias y dones. Con estos dones el
Espíritu Santo los capacita para el apostolado en servicio de la comunidad cristiana
(LG 33).
El aumento de la gracia se le da al cristiano por la imposición de las manos y la
unción sagrada, y al decir el obispo o el que confirma: «Recibe por esta señal el don
del Espíritu Santo.»
***

La confirmación nos da además la gracia sacramental, la propia y específica de este


sacramento, que es la que fortalece al alma para confesar valiente y públicamente la fe
ante los hombres y defenderla contra los enemigos de Cristo (Mt 10,32-33).
El Concilio Vaticano II dice: «Los confirmados se obligan con mayor compromiso a
difundir y defender la fe con sus palabras y sus obras como verdaderos testigos de
Cristo» (LG 11).
La confirmación también nos da el carácter» de soldados de Cristo y defensores de
su fe. Este «carácter sacramental» es un sello interior o señal indeleble que se imprime
en el alma del que lo recibe válidamente, en virtud de la cual el bautizado se hace
«testigo y soldado de Cristo», y como dice Santo Tomás, recibe la potestad de confesar
públicamente y como «por oficio» la fe de Cristo. Y por ser el «carácter sacramental*
una señal indeleble, este sacramento no se puede repetir.
De aquí que las condiciones para recibir válidamente este sacramento sean éstas:
Estar bautizado, no estar confirmado y tener intención, si es adulto. Y para la licitud:
Estar en gracia de Dios, saber la doctrina según su edad y tener padrino.
***
El Espíritu Santo está en todas partes, porque es Dios, pero habita de una manera
particular en el alma de los justos, santificándolas por medio de la gracia, de las
virtudes y de sus dones.
No sólo los obispos y sacerdotes, sino también todos los cristianos debemos ser a
apóstoles y trabajar para que todos los hombres del mundo conozcan y amen a Dios.

Los dones del Espíritu Santo


La teología católica nos dice que la inhabitación del Espíritu Santo tiene lugar de un
modo especial en todos y en solos los justos, y se verifica desde el instante mismo de
la justificación por medio de la gracia santificante con la que se infunden juntamente
las virtudes, especialmente las teologales, y también los dones del Espíritu Santo.
Estos dones se enumeran en el profeta Isaías (11, 2) donde se trata del Mesías que
ha de venir, sobre el cual se dice reposan varios espíritus, a saber: el de sabiduría y de
entendimiento, el de consejo y fortaleza, el de ciencia, de piedad y de temor de Dios.
Toda la Tradición antigua cristiana relacionó este pasaje con al santificación de los
fieles.
(Algunos ponen el reparo de que en el texto original hebreo se enumeran
solamente seis, en tanto que en el texto de los LXX se enumeran siete. Sin duda
debemos atenemos al número 7, no sólo por la tradición, sino porque el texto hebreo
repite dos veces la palabra temor, y esta palabra tiene dos sentidos y significa piedad y
temor. Además porque se indica al principio: «Descansará sobre él el Espíritu del
Señor», que abarca todos los dones.)
«El Espíritu de Dios… mediante su gracia y sus dones, purifica nuestras almas, ablanda
la dureza de nuestros corazones, y esfuerza nuestra flaqueza, y no sólo nos enseña lo
que debemos hacer, sino —lo que hace más al caso— danos voluntad y fuerzas para
hacerlo» (P. Granada.)

Los 7 dones del Espíritu Santo


El Espíritu Santo nos infunde con la gracia sus 7 dones, disposiciones permanentes
que Él pone en nosotros para seguir sus inspiraciones y adelantar en el camino de la
santidad.
1) El don de sabiduría es, según San Bernardo, el disgusto de las cosas del mundo y
el gusto de las cosas de Dios. Cosa hermosa es gustar de las cosas divinas y humanas
iluminadas por razones eternas.
2) El don de entendimiento o inteligencia (intelligere=intus légere) es una luz
sobrenatural con que el Espíritu Santo enriquece al alma para hacerla conocer mejor a
Dios, en sus perfecciones inefables, en su palabra contenida en las Santas Escrituras,
en su Providencia…
3) El don de consejo es en el orden sobrenatural lo que la prudencia en el orden
natural. Nos enseña lo que no debemos y lo que debemos hacer, lo que hemos de decir
o de callar según las personas, tiempo y lugar… Con este don todos los problemas
hallan solución rápida y segura.
4) El don de fortaleza es una energía sobrenatural que nos arma contra la
pusilanimidad o cobardía en el servicio de Dios, contra los obstáculos, tentaciones,
dificultades…, que hallaríamos en el cumplimiento de nuestros deberes.
5) El don de ciencia, nos enseña a conocer las criaturas, es decir, todas las cosas
creadas en su verdadero aspecto, o sea, el valor de las riquezas, honores y placeres y
de todo en orden a Dios.
6) El don de piedad nos enseña a amar a Dios como Padre y a los hombres como
hijos suyos.
7) El don de temor de Dios hace que sintamos por el solo hecho de amar a Dios, el
temor filial de ofenderle, o de hacer algo que pueda desagradarle en pensamientos,
palacras y obras.

Los efectos del Espíritu Santo en los apóstoles…


Los ignorantes pescadores de Galilea, que con frecuencia no entendían bien al
Salvador, quedan en un momento tan iluminados, que conocen perfectamente los
profundísimos misterios de la fe. los soberanos dogmas de la religión cristiana y los
vaticinios de los profetas; y los que hasta ahora habían sido tan débiles y cobardes, de
repente se ven poseídos de resolución y santo entusiasmo, de suerte que publican su
fe en Cristo delante de millares…
Pedro, que a la voz de una criada se había avergonzado de conocer a Cristo,
predica ahora delante de todo Jerusalén la fe en el crucificado y resucitado… Y el
pueblo que siete semanas antes había clamado contra Jesús diciendo: «¡Crucifícale!»,
está ahora conmovido y cree en Cristo y se arrepiente de haber sido cómplice en su
muerte de cruz y se apresura a entrar en la Iglesia de Cristo por el bautismo.
¿De dónde vino que el discurso de Pedro hiciese una impresión tan profunda en los
oyentes y quedaran transformados y dispuestos a hacer lo que le dijeran los
apóstoles? Vino de que el Espíritu Santo, de quien Pedro estaba lleno, iluminó
interiormente con su gracia a los corazones de todos ellos…, y por eso luego se
bautizaron unos 3.000, y recibieron el Espíritu Santo… (Hech 2, 41).
Los apóstoles antes de la venida del Espíritu Santo eran orgullosos, ambiciosos,
duros de corazón… Luego les vemos humildes, mansos, pacientes y ansiosos de sufrir
por su divino Maestro. El Espíritu Santo iluminó sus inteligencias y los hizo
predicadores elocuentes, llenos de ciencia.
¡Qué bien lo dice San Gregorio Magno: «¡Desciende sobre un pescador y le hace
predicador; desciende sobre un perseguidor (San Pablo) y le convierte en doctor de
las gentes; desciende sobre un publicano (San Mateo) y le convierte en Evangelista.
¡Oh, qué gran artífice es el Espíritu Santo!»
Todos ellos predicaron públicamente y sin temor alguno… y no temieron
amenazas, ni cárceles, ni muerte, y dirán a los que se lo impiden: «Conviene obedecer a
Dios antes que a los hombres». (Hech. 5, 29).

Ejemplos dignos de Imitar


1) El martirio de tres niños: La confirmación da a los niños una sabiduría divina.
Durante el siglo XVI, el emperador del Japón, Taicosama, perseguidor feroz de los
cristianos, condenó a muerte a veinticuatro fieles, entre los cuales había tres niños; el
más pequeño. Luis, monaguillo de los Padres Capuchinos apenas tenía doce años. El
gobernador deseoso de salvarle, le dijo: «A nadie digas que eres cristiano y te
perdonaré.» «No quiero disimular, contestó el niño, que soy amigo del Buen Jesús.»
Llegada la orden imperial de que cortasen orejas y nariz en medio de la plaza y les
crucificasen luego en la ciudad de Nagasaki, el gobernador compadecido, atenuó el
suplicio, mandando cortar a cada cristiano un pedazo de la oreja izquierda. E1 pueblo
se conmovió y se alejó exclamando: «¡Cuánta injusticia! ¡Qué abominable ferocidad!».
El oficial que iba a crucificarles, se conmovió ante el niño Luis, y le ofreció la
libertad si renegaba de Cristo, i ro él despreció tal proposición. Entonces el oficial
prometió a otro de los niños, Antonio, por quien lloraban lastimosamente sus padres,
que, si renegaba de Cristo, le daría grandes riquezas para él y su familia; pero él,
sonriente, respondió: «Mucho mejores son las riquezas que espero, gustoso moriré en
la cruz por Aquél que por mí murió en ella.»
Cuando los tres niños quedaron crucificados, cantaron el salmo que dice: «Alabad,
niños, al Señor; alabad su santo nombre.» Poco después, dejada la cárcel del cuerpo,
volaron a juntarse con los ángeles del cielo.
2) Ejemplo de una niña china. Había asistido a la catequesis, tenía diez años, acude
al obispo y le pide el sacramento de la confirmación. El prelado observa que por ser
tan joven y temer no estuviera bien preparada, iba a diferírsela, pero ella insiste, y el
obispo le dice: «Pues dime, si el Mandarín te hiciera encerrar en la cárcel después de
tu confirmación y preguntar tu religión, ¿qué le responderías?». «Por la gracia de Dios
cristiana.» «Pero si él te dijera que has de renunciar a tu fe, ¿qué harías?». «Le
contestaría: nunca.» Y si él llamara al verdugo y te dijera: «Escoge ahora, o renuncias a
tu fe o te cortamos la cabeza, ¿qué harías tú?». «l<e diría: Córtala.» Y la niña inclinó la
cabecita como si se tratara ya de cortársela de veras. El obispo ante esta disposición
tan admirable no quiso diferir ya la confirmación de la pequeña cristiana.
3) Una joven, Raquel María. Ella lo refiere así: «Seis semanas después de mi
bautismo, el Cardenal Faulhaber me administró la confirmación en la capilla privada
del hermoso y antiguo palacio arzobispal de Munich. Sabemos que en la confirmación
recibimos los dones del Espíritu Santo. Los sentí casi físicamente, inundando mi alma
y penetrando en ella. Algo de este poder del Espíritu Santo, brotando de la mano de mi
arzobispo, se hacía sentir casi siempre, cuando más adelante tuve el insigne privilegio
de recibir su bendición inmediata, directa.»

Los carismas
El «carisma» es todo don de Dios, especialmente las gracias, dones gratuitos,
sobrenaturales y transitorios, que Dios concede a ciertas personas con vistas a la
utilidad general, para edificación de la Iglesia.
Al principio de la vida de la misma Iglesia tuvieron gran importancia los carismas y
contribuyeron eficazmente a su difusión; pero no hay que creer, como algunos
protestantes y modernistas han dicho, que aquella primitiva Iglesia fuera toda
carismática sin jerarquía, pues ¿quién puede ignorar que San Pedro, San Pablo y
tantos otros jerarcas eran carismáticos?
San Pablo nos habla de los profetas carismáticos, y lo que él hizo fue legislar sobre
el modo de usar bien los carismas. (Léase 1 Cor 12 y Ef. 4, 11-12).
El Catecismo Romano nos dice: «Las gracias concedidas gratuitamente (gratiae
gratis datae) son para todos; así p. e., los dones de ciencia, de profecía, de lenguas y
milagros, y otros semejantes. Estos dones se conceden incluso a personas indignas, no
para provecho propio personal, sino para la utilidad común, para edificación de la
Iglesia. Así el don de curación no es para los que lo poseen, sino para los enfermos».
Ejemplos de carismas, los tenemos vg. en José, que tuvo el don de interpretar los
sueños ante el faraón (Gén 41); Daniel, cuando interviene en el proceso de Susana (13,
45); la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Hech 2); los dones espirituales en la
comunidad de Corinto (1 Cor 12; 14…).
San Juan Bosco tuvo en alto grado el don de profecía. Predijo la duración y el
incremento de su Institución, cuando la combatían dificultades capaces de destruirla.
Muchos años antes, describió el actual Oratorio. Predijo acontecimientos públicos, a
muchos la curación de graves enfermedades, y la muerte próxima de grandes
personajes. Durante muchos años no murió ningún alumno en el Oratorio sin que él
anunciase su muerte algún tiempo antes… De otros muchos santos podíamos decir
cosas parecidas.
San Ireneo en el siglo II de la Iglesia dijo: «Muchos hermanos en la Iglesia tienen
carismas proféticos, hablan varias lenguas por el Espíritu, revelan claramente para
bien de todos los secretos de los hombres, y cuentan los misterios de Dios.»
Debemos ser prudentes en creer y en nuestro obrar personal. Reflexionemos sobre
lo que nos dice Jesucristo y testimonios que aducimos a continuación:
«Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor!, ¿no profetizamos en tu nombre, y
en nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
Yo entonces les diré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de iniquidad». (Mt 7,
22.)
«A los que creyeren les acompañarán estas señales: en mi nombre echarán los
demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán en las manos las serpientes, y si
bebieren licor venenoso, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y
quedarán curados.» (Me 16, 17-18.)
En la Didajé XI leemos: «No examinéis ni juzguéis a ningún profeta que habla en
espíritu… Sin embargo, no todo el que habla en espíritu es profeta, sino el que tuviera
las costumbres del Señor. Así, pues, por sus costumbres se conocerá el verdadero y
falso profeta.»
E1 montanismo quiso apoyarse en los carismas. Fue un movimiento iluminista,
localizado en Frigia. El Anónimo antimontanista de Eusebio escribe así los arrebatos
de Montano: «Agitado por los espíritus, pareció súbitamente como poseído y arrobado
en falso éxtasis, y en este paroxismo comenzó a pronunciar sonidos inarticulados y
voces extrañas, y a profetizar de una manera contraria a la costumbre de la Iglesia
desde su origen… El diablo suscitó también dos mujeres a quienes llenó del espíritu de
la mentira, y las lanzó a decir disparates fuera de tiempo y de un modo extravagante,
como el anterior.» (Eusebio H.E.).
Serapión, obispo de Antioquía por los años 190-211, en una carta que Eusebio tuvo
entre sus manos, declara que «la nueva profecía fue desechada por los hermanos del
mundo entero.»
***
San Pablo recomienda que en las asambleas o reuniones litúrgicas se proceda con
orden y decoro, que no hablen muchos en cada reunión, que no hablen varios a la vez,
que los que tengan don de lenguas que no hable ninguno si no hay quien intérprete.
«En la Iglesia prefiero hablar diez palabras con sentido para instruir a otros, a
decir diez mil palabras en lenguas.» (1 Cor 14, 19.)
Quien tenga, pues, el don de lenguas ore para que también se le conceda el de
interpretar, pues únicamente así podrá comunicar a los demás las inspiraciones del
Espíritu Santo y ser útil a la comunidad.
***
San Agustín dice: «No a todos los santos se conceden estos dones milagrosos, para
no dar pie a la flaqueza humana a hacer más caso de estas cosas que de las buenas
obras que nos merecen la vida eterna.»
También estaría bien a los amantes de los carismas, el meditar esta frase de San
Juan de la Cruz: «Todas las visiones, revelaciones y sentimientos del cielo no valen
tanto como el menor acto de humildad.»

Actuación del Espíritu Santo


«Dios es Espíritu» (Jn 4, 23), y Cristo posee en plenitud y en comunión con el Padre al
Espíritu. Cristo vino para damos este Espíritu, el que está sin cesar obrando en
nuestra vida y en la vida del mundo.
El Espíritu Santo es santificador, el que nos da la vida de Dios.
1. El Espíritu Santo es el que intervino en la obra de la Redención, el que obró en
María el don primero y definitivo, del que todos los demás no son sino participación:
la Encamación. En Jesús santificó a la naturaleza humana toda entera.
Y el ángel contestó a María: «E/ Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Niño que nazca será santo y llamado Hijo
de Dios» (Le 1, 35).

2. También el Espíritu Santo es el que consagró a Juan Bautista para el ministerio


profético a que estaba destinado. El ángel anunció a Zacarías que «sería lleno del
Espíritu Santo desde el seno de su madre» (Le 1, 15), y «cuando Isabel oyó el saludo de
María, el infante saltó en su seno e Isabel quedó llena del Espíritu Santo (Le 1, 41), y el
mismo Zacarías se llenó del Espíritu Santo y entonó el Benedictus (1, 67).
3. El Espíritu Santo es Espíritu de la verdad y nos guiará a la Verdad completa (Jn
16, 13). El mundo no lo puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. El Espíritu
permanece en aquellos que observan los mandamientos de Dios (Jn 14,15-17).
4. Hemos de pedir el Espíritu Santo. «Pedid y recibiréis… Si vosotros que sois
malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuanto más el Padre del cielo dará el
Espíritu Santo a quienes se lo piden?* (Le 11, 9-13).

Resumiendo la doctrina sobre el Espíritu Santo:


1. Jesús antes de subir al cielo, anunció la promesa del Espíritu Santo, y hacia El
orientó las almas de sus discípulos: «Os conviene que yo me vaya. Porque si no me fuere,
el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuera os lo enviaré» (Jn 16, 7).
2. Jesús insistió en esta promesa: Hech 1, 8; Jn 16 y 26.
3. Cumplió la promesa apareciendo el día de Pentecostés en lenguas de fuego:
Hech 2, 1-4 y 16.
4. El Espíritu viene a nosotros por el arrepentimiento y el bautismo: Hech 2, 38 y
41.
5. El derrama en nuestros corazones la gracia y la caridad y viene en nuestra
ayuda: Rom 5, 5; 8. 26.
6. Viviendo en gracia somos templos del Espíritu Santo: 1 Cor 3, 16; 6, 19.
7. Y también de la Santísima Trinidad. «Vendremos». ¿Quiénes?, las tres divinas
Personas: Jn 14, 23.
8. No apaguéis el Espíritu Santo (arrojándolo de vosotros por el pecado mortal): 1
Tes 5, 19.
9. En la Confirmación se recibe con mayor plenitud de gracia y de dones: Hech 14,
17; 19, 5-6.
10. Los frutos del Espíritu Santo: Gál 5, 22.
11. Los dones del Espíritu Santo: Is 11, 2.
12. El Espíritu Santo instituye a los superiores de la Iglesia y obra la remisión de
los pecados: Hech 20, 28; Jn 20, 22-23.
13. En las horas de persecución El será el que hablen por boca de los perseguidos:
Le. 12, 11; Mt. 10, 20.
14. Es el alma de la Iglesia, pues nos une a todos los miembros, y por El somos
justificados y santificados: Ef 2, 18; 1 Cor 6, 11; Rom 15, 16.
San Agustín dice: «El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia pues lo que es el alma
con relación al cuerpo, al que le da vida, así el Espíritu Santo vivifica a la Iglesia de
Dios».
15. El Espíritu Santo es el distribuidor de sus dones: 1 Cor 12, 4-11.
16. Jesucristo vino a este mundo a salvar a los pecadores: 1 Tim 1, 15; y para que
las almas tengan la vida de la gracia; Jn 10, 10.

17. El Espíritu Santo reparte las gradáis que Cristo nos mereció por el sacrificio de la
cruz, y sin su auxilio no podemos hacer obra alguna meritoria para la vida eterna.
Nuestra suficiencia es de Hec.: 2 Cor 3, 5.
18. Toda obra buena se hace juntamente por el Espíritu Santo y nuestra voluntad
libre: 1 Cor 15, 10.
19. El hombre puede cooperar con la gracia del Espíritu Santo o resistir a ella.
Saulo cooperó con la gracia: Hech. 9.
Y el joven rico resistió a ella: Le. 18.
20. Dios da a todos los hombres la gracia para que se salven, y por tanto ellos
deben cooperar a ella: 1 Tim. 2, 4.
(Véase «Gracia actual y habitual», en «Biblia a tu alcance» y en «La Buena
Noticia»).
Fomentemos la devoción al Espíritu Santo
El Espíritu Santo es el dador de todo bien. El es una Persona, y por lo mismo, las
relaciones del hombre con El tienen que ser personales: «tu a tu». Pablo VI quería que
el cristiano consciente de la presencia del Espíritu en su interior, se habituase a crear
un clima de silencio interior, que le permitiese entablar un diálogo amigable con el
«dulce huésped del alma» y «dador de todo bien»…
***
La deslumbrante grandeza del cristiano es su condición de Hijo de Dios. Pues bien,
tal condición le viene conferida por el Espíritu Santo «por el que nos volvemos a Dios
en la intimidad del corazón con el nombre familiar y confiado de Padre».
***
Una de las primeras noches de su pontificado.
Juan XXIII sintió los pasos firmes de los guardias que velaban en la antecámara
pontificia. El Papa les dijo: «Id mejor a dormir. A mí no necesitáis cuidarme; me
protege el Espíritu Santo».
***
El Espíritu Santo derrama sobre los verdaderos cristianos sus grandes dones; mas
«así como el sol no pierde nada de su sustancia iluminando el universo, así también el
Espíritu Santo, comunicándonos sus gracias, se queda en plenitud infinita. Ilumina a
todos los nombres para hacerles conocer a Dios; inspira a los profetas, da perfección a
los justos, adorna a los humildes, rompe las cadenas de los pecadores. Por él los
débiles se vuelven fuertes, los más ignorantes llegan a ser los más sabios…» (S.
Basilio).
***

Siendo el Espíritu Santo, como dice San Agustín, «el amor y el lazo del Padre y del
Hijo», es en la sociedad espiritual el lazo que une a todos los fieles, haciendo de todos
uno solo. El vivifica los miembros del cuerpo de Jesucristo, que son la Iglesia…
•* * *
«Aquel que está inspirado del Divino Espíritu, dice San Pedro Damián, desprecia
las cosas de la tierra, y no respira más que por las cosas celestiales y eternas.» «El
Espíritu Santo, dice San
Pablo, auxilia nuestra debilidad y ruega por nosotros» (Rom. 8, 26), es decir, nos
hace pedir y desear las cosas celestiales y Ovinas y nos llena con los consuelos de su
gracia… Las almas inspiradas e iluminadas por el Espíritu Santo se elevan a la
espiritualidad; se convierten en templo, en mansión de las gracias del Espíritu Santo, y
aún en mansión del mismo Espíritu Santo, y hacen descender su gracia sobre los
demás…

Pensamientos de Sor Isabel de la Trinidad


Isabel de la Trinidad fue una carmelita descalza, que murió en 1906, a los 26 años,
verdadera maestra de vida espiritual, que ha sido beatificada por Juan Pablo II el 25 de
noviembre de 1984.
He aquí algunos de sus pensamientos que nos revelan la belleza de su vida interior
y de plena entrega a Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
***
«He encontrado el cielo en la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios mora en mi
alma. El día que comprendí esto, todo quedó iluminado en mí; y yo querría decir este
secreto a los que amo.»
«La felicidad de mi vida, es la intimidad que tengo adentro con los Huéspedes de
mi alma… Quisiera decir a todos qué fuentes de fortaleza, de paz y también de
felicidad hallarían si en esta intimidad quisieran vivir.»
«Cuando se obra sólo por Dios, viviendo en su presencia, aun en medio del mundo
se le puede escuchar en el silencio de un corazón que quiere ser todo suyo… Lo que El
enseña sin palabras en el fondo del alma es inefable; todo lo aclara y a todas las
necesidades responde.»
«El sufrimiento me atrae cada vez más, y este anhelo sobrepuja casi al deseo del
cielo… Jamás me había dado Dios a entender como ahora, que el dolor es la mayor
prenda de amor que El puede dar a su criatura… Anhelo verme antes de morir
transformada en Jesús Sacrificado, y esto me comunica valor para padecer.»
«Yo creo que mi misión en el cielo ha de consistir en atraer a las almas al
recogimiento interior, ayudándolas a salir de sí mismas para adherirse a Dios con un
sencillo movimiento de amor; y procurando mantenerlas en ese profundo silencio de
su interior que deja a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en El.»
Sus últimas palabras fueron: «Voy a la Luz, al Amor, a la Vida».

El secreto de la santidad
Voy a terminar citando unas palabras del Cardenal Mercier, que son una confidencia
emocionante que él hizo al final de sus días:
«Quiero revelaros el secreto de la santidad y de la dicha. Si todos los días por
espacio de cinco minutos, sabéis imponer silencio a vuestra imaginación y cerráis los
ojos a todas las cosas exteriores y los oídos a todos los ruidos de la tierra para entrar
dentro de vosotros mismos, y allí en el santuario de vuestra alma bautizada, que es el
templo del Espíritu Santo, habláis a este divino Espíritu y le decís:
«¡Oh Espíritu Santo, alma de mi alma, yo te adoro! ¡Ilumíname, guíame, fortifícame,
consuélame, dime lo que debo hacer, dame tus órdenes; te prometo someterme en
todo a tus deseos y aceptar cuanto quieras enviarme! ¡Enséñame solamente tu
voluntad!
Si hacéis esto, repito, vuestra vida se deslizará feliz, serena y consolada, aún en
medio de las tribulaciones, porque la gracia será proporcionada a la prueba y os dará
fuerza para sobrellevarla y llegaréis al cielo cargados de méritos. Esta sumisión al
Espíritu Santo es el secreto de la santidad.»
VEN, ESPIRITU SANTO, LLENA LOS CORAZONES DE TUS FIELES, Y ENCIENDE EN
ELLOS EL FUEGO DE TU AMOR.
El Espíritu Santo…………………….…,
¿Qué sabemos del Espíritu Santo? …, ¿Qué es lo que más necesita la Iglesia? . . Para
conocer quién es el Espíritu Santo. .
¿Quién es el Espíritu Santo?……..…,
¿Qué tienen de común las tres divinas Personas?
Dios es Amor………………………….…,
Manifestaciones del Espíritu Santo…, El Espíritu Santo es el Amor en persona. .
¿Cómo viene el Espíritu Santo a nosotros? El sacramento de la Confirmación…, ¿Qué es
el sacramento de la Confirmación?
Los dones del Espíritu Santo…….…,
Los efectos del Espíritu Santo en los apóstoles
Ejemplos dignos de imitar………..…,
Los carismas ……………………………,
Nuestro comportamiento ante los carismas.
Actuación del Espíritu Santo…….…,
Resumiendo la doctrina sobre el Espíritu
Santo………………………………….…,
Fomentemos la devoción al Espíritu Santo. Pensamientos de Sor Isabel de la
Trinidad. El secreto de la santidad……………….…,
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- Somos Blanco de Contradicción, por seguir a Cristo.
- La vida Presente y la Futura, su diferencia.
- Fe en Jesucristo, es el camino de la salvación.
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• La Dicha de ser Católico, es para agradecerlo.
- IVes Temas Interesantes. Lee y reflexiona.
- La Misión de los Infieles, debe de preocupamos.
- Verdades Fundamentales, que debes meditar.
- Alégrate en la Vibulacion, por el tesoro que ganas
- Los Vicios de la Juventud, y sus remedios.
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