Lamento de verdad que se me haya concedido este enorme reconocimiento, la Medadla
Francisco José de Caldas Categoría de Oro, a una edad tan tierna. Esto solo porque se me inhibe de poder trasmitir una anécdota comparativa que Tomás Carrasquilla inmortalizó para la literatura regional al ser condecorado por su primer tomo de Hace Tiempos a la edad de ochenta años. Se quejó Carrasquilla de que, al empeñar la presea, no le alcanzó ni para la rasca. Carrasquilla, como yo, compartimos la virtud de no tener problemas con el alcohol pues nos llevamos divinamente con él. Como Carrasquilla, también aspiro llegar a los 83 con su humor desconcertante, con su buena compañía, compañía íntima que también tuvo el no menos jodido de Goethe que también llegó a los 83 años corroborando que la gran literatura, el humor y los vicios etílicos son garantía de una lúcida senectud. Solo lamento que Caldas hubiera sido fusilado por Morillo a tan temprana edad (siempre es una edad temprana para que lo fusilen a uno). Lo fusilaron la monarquía del granuja de Fernando VII, la Restauración del miserable de Metternich. Caldas fue fusilado, sin que ni Fernando VII ni menos Metternich supieran a quién quitaron la vida ni nunca imaginaron que hoy tuviera, yo, que cargar su nombre sobre mis flacos hombros. Caldas fue un sabio. Un sabio, como nos los enseña el Nathan de Lessing, nunca pretende considerarse un sabio. Por eso Caldas fue un sabio, un científico que antes que Fernando VII, fue maltratado en la correspondencia de Mutis con Humboldt. No culpo a Humboldt que prefería en sus correrías tener muchachitos complacientes. Pero sí a Mutis, el maestro de nuestro compatriota, que no supo mantener en su lugar al gran naturalista berlinés. Si Aristóteles decía que, por sobre los amigos, está la verdad, nosotros los profesores y maestros sabemos que nuestros discípulos son la esperanza de que la verdad se perpetúe en las generaciones siguientes. Traicionar a nuestros discípulos es traicionar también la posibilidad de la verdad. Agradezco a todos ustedes, al decano Edwin Carvajal, a la vicedecana Deisi García, al Consejo de Facultad de Comunicaciones, a la comisión de la Secretaría general que me postularon y me dieron este reconocimiento. No digo inmerecido, porque es lastimar a quienes creen en Caldas, en esta medadla y en mí. Tengan ustedes una buena noche, y confíen en que no voy a empeñar este metal en Bantú. Al menos esta noche. Dos palabras de esperanza para el estudiantado colombiano Nuestro país está superando el estadio de idolatría por un caudillo hechizo, que logró concitar fuertes emociones agresivo-autodefensivas. La figura del hipnotizador-narciso se desvanece en el aire. El chantaje (exitoso) se basó en prometer el fin de la violencia aumentado desvergonzadamente la violencia. Su poder (el discurso sádico reiterativo de lo mismo) silenció a los demás como condición única de posibilidad de su misión suprema. El miedo invadió la esfera de la libertad del ciudadano corriente y prácticamente la aniquiló, a discreción. Hoy tenemos la confianza de que, a esa noche del irracionalismo político, sobrevenga el principio de esperanza; una utopía-patria grande (la patria de Bolívar-Martí-Allende) que, desde los hogares más humildes y decididos, sueñe con una verdadera paz, con una verdadera y saludable esperanza. Solo en nuestro corazón y en nuestra cabeza está vivo ese ideal de libertad colectiva. Paz, justicia, fraternidad.
Juan Guillermo Gómez García
Facultad de Comunicaciones y Filología 9 de octubre 2020