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según el bien particular y propio de cada una de estas dos realidades huma-

nas. Y este don está en función, a nuestro parecer, (a) de las necesidades parti-
culares y actuales, bien sea de la persona o de la comunidad y (b) de la
aceptación por la persona o la comunidad, de las condiciones puestas al
encuentro. La polisemia del concepto de “bien” se desvela ahí plenamente.
No hay un “bien humano” uno e idéntico para cada persona, a menos que
identifiquemos éste con la Persona divina del Verbo, sino que existen bienes,
que corresponden a una relación viva y dinámica entre el hombre y Dios.
Corresponde esta diversidad de bienes, tanto a nuestra naturaleza creada
(imposibilidad de recibir el Bien infinito que es Dios, por nuestra condición
siempre limitada), como a una concepción fundamentalmente dinámica del
encuentro. (El tiempo y la historia humana como análogo a un progreso
infinito en la intimidad con Dios). Por lo tanto, el bien particular comunicado
a la persona en tal momento, no coincide36 forzosamente con el bien necesi-
tado por su comunidad particular en tal instante, o el bien requerido por la
comunidad mundial37. ¿En qué consisten estos bienes? A nuestro parecer,
sólo pueden ser definidos en función de su rol en la economía de la salva-
ción. Sólo Dios conoce y puede determinar esta necesidad presente de la
persona o de la comunidad.
En este punto, el uso de la categoría del encuentro para entender la noción
teológica del bien común nos permite avanzar todavía más. La felicidad que
ahí contemplamos no es una beatitud intelectual de tipo platónico, sino el
acto de una relación viva. La caritas divina no es un mero atributo de Dios,
sino su esencia misma, afirma la teología tradicional. Eso significa, a nuestro
parecer, que lo que llamamos caritas divina debe ser considerado como el
ser-en-acto de Dios. La intimidad de presencias recíprocas del encuentro es
dinámica. No sólo es relación, es encuentro. Hay una comunicación en la
N e b e l

36O si coinciden, esta coincidencia escapa definitivamente al hombre.


37El concepto abstracto y racional de “humanidad” es altamente ambiguo, porque el
M a t h i a s

lazo que presupone es una “naturaleza humana” igualmente abstracta e ideal como el
concepto. De hecho, esta “humanidad” nunca es actualizada sino de manera parcial e
incompleta en cada individuo del “género humano”. En todos los casos, el concepto
de humanidad se refiere más a una esperanza, racionalmente fundada, de una realiza-
ción plena de esta humanidad en cada hombre. El objeto de esta esperanza, es, para el
cristiano, ya realizado pero no todavía plenamente universalizado.

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R e v i s t a I b e r o a m e r i c a n a d e T e o l o g í a

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