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INTRODUCCIÓN
Las tensiones aumentan y las diferencias no disipan, Colombia y Venezuela históricamente han
estado en confrontaciones diplomáticas, llegando a concebirse una posible intervención militar
en el país liderado por Nicolás Maduro. Aunque aún es distante la idea de una confrontación
armada, el lenguaje utilizado por Colombia es una clara señal de los principios básicos que ha
regido la política exterior del país desde los inicios del siglo XX. Sin embargo, la política exterior
ortodoxa que ha adoptado el presidente Iván Duque recientemente no solo representa una
continuación lógica de la tradición política exterior colombiana, sino una profundización de la
misma por la coyuntura agravada de la situación política, económica y social de Venezuela que
afecta directamente la región. El siguiente ensayo, analizará las decisiones recientes que ha
tenido Colombia y su comparación con sus antecesores (Santos y Uribe) ante la situación actual
de Venezuela, aludiendo, por ende, necesariamente al elefante en el cuarto: Estados Unidos.
ENFOQUE
CONTEXTO
Para comprender, por consiguiente, las decisiones que ha adoptado Colombia respecto a la
situación venezolana, hay que entender la relación interdependiente con Estados Unidos. El
Plan Colombia ha sido uno de los pilares más fuertes y contundentes de los acuerdos bilaterales
que ha forjado Colombia en materia de política exterior, creado por una concepción del
fortalecimiento de la paz interna en los intentos de negociación del gobierno de Andrés
Pastrana, terminó por convertirse en una visión que busca mitigar la guerra narcótica que
agobia el país (Guevara, 2015, p. 64). Los sectores en los cuales Estados Unidos ha invertido
sustancialmente en el país desde la creación del Plan Colombia, han sido evidentemente
aquellos relacionados con los sectores de seguridad (militar y policial) que hasta el 2006 se
estimó que fue alrededor de 632 millones de dólares, 500 millones de dólares más que los
sectores económicos y sociales (Guevara, 2015, p.77). Por lo tanto, han sido desembolsados
alrededor de al menos 7 mil millones de dólares en inversión en el marco del Plan Colombia en
una década (2000-2010) (Shifter, 2010, p. 117). Estados Unidos ha tenido también relaciones
económicas estrechas en cuanto a las exportaciones y a la participación económica que ha
incidido en el país, cuya estimación puede situarse alrededor del 40% (Correa, 1998, p.123). Es
tal la relación bilateral que en la página del Departamento de Estado se establece que:
“With the support of the United States, Colombia has transformed itself over the past
20 years from a fragile state to a vibrant democracy with a growing, market-oriented
economy. (US Department of State, 2018)
Es indispensable entender las relaciones económicas entre ambos países, debido a los altos
costos que surgen para Colombia si decide desviarse de los lineamientos internacionales de
Estados Unidos, por muy extremos que puedan parecer. Más allá de las consideraciones
subjetivas, positivas o negativas, del impacto estadunidense en el país, el gran sometimiento de
la política exterior colombiana radica en la gran dependencia que ha creado su historia bilateral
económica y política, donde cualquier intento de controvertir una postura que impulsa el país
norteamericano puede ser en sí algo contra intuitivo. No es por eso un motivo de extrañarse
cuando se analiza el comportamiento que ha tenido el presidente Duque cuando se le
cuestiona por pronunciaciones hechas por Donald Trump desde que tomó el poder sobre las
tropas americanas que potencialmente pueda recibir Colombia y que de hecho, ha recibido en
el presente año (The Washington Post, 2019).
ARGUMENTOS
Nos encontramos entonces en una curiosa situación sobre la política exterior de Colombia, que,
para explicar su relación actual con un país, se tenga primero que explicar la relación que tiene
con otro. Esto sigue con los lineamientos que ha planteado la academia sobre una política
exterior inexistente y proclive al mantenimiento del statu-quo del país con la región (Kornat,
2011, p. 53). Es así, que la situación compleja de la relación de Colombia con Venezuela tenga
varias variables analíticas que, ante una situación de alta tensión entre la confrontación de los
gobiernos de Uribe y Chávez, y la relativa normalización de las relaciones después de la elección
de Juan Manuel Santos, se pueda evidenciar una variación significativa de políticas exteriores
en función del cambio gubernamental experimentada al interior del país. Aunque se
experimente esta transformación del comportamiento gubernamental con respecto a la crisis
venezolana, aún se mantiene el hilo conductor de la política exterior colombiana: “Respice
Polum”.
Pocos días después, los dos cancilleres se reunieron en Santa Marta con el fin de crear un
acuerdo que potencialmente normalizaban las relaciones bilaterales entre los dos países
vecinos (Cardozo, 2011, p. 2). Después de una agudización de las relaciones del gobierno
antecesor, estos pasos para reabrir vías de comunicación con el país vecino fueron un cambio
significativo en la percepción exterior, que si bien no se caracterizó por un “Respicie Similia”
(Mirar hacia los lados) propugnado por el presidente Michelsen (Tickner y Borda, 2011, p. 28),
se alejó sustancialmente del “Respicie Polum” que caracterizó el gobierno de Uribe. La apertura
del Gobierno de Juan Manuel Santos buscó que Colombia se insertara más en las dinámicas
internacionales del comercio y la diplomacia (Crespo, 2011, p.152), que después jugaría un
papel fundamental en la consolidación de los acuerdos de paz con las FARC. Como
mencionamos anteriormente, no vamos a profundizar en los sucesos históricos de las
relaciones colombo-venezolanas, sin embargo, esto explica un cambio del comportamiento
sucesor del presidente Santos con respecto al viejo paradigma que adoptó Duque de la política
exterior.
En el marco del proceso de paz, las relaciones entre ambos países mejoraron debido a que
Venezuela, tanto Hugo Chávez como Nicolás Maduro, sirvió como país garante en los diálogos
entre el Gobierno y las FARC, donde Santos agradecía el país vecino:
“Si hemos avanzado en un proceso sólido de paz, con progresos claros y concretos,
avances como nunca se habían logrado con (...) las FARC, es también gracias a la
dedicación y el compromiso sin límites del presidente Chávez y del Gobierno de
Venezuela” (Telesur, 2018)
Esto hizo que la presión diplomática de Santos se redujera de una forma sustancial, que va a
retomar después de la firma de los acuerdos de paz. Ante esta situación, la presidencia de Iván
Duque, siguiendo la tradición que caracterizó principalmente el gobierno de Uribe, va a retomar
la política de discurso contundente contra la situación venezolana y con ello, la presión
diplomática ha crecido de una forma sustancial. Sin embargo, a Duque le tocó un contexto
político, económico y social drásticamente distinto al de sus predecesores, una Venezuela
exacerbada por problemas de conmoción interior y una región ideológicamente proclive a la
tendencia del Gobierno Nacional colombiano que favorecieron su maniobra política
internacional.
Un “Respice Polum” que aisló diplomáticamente a Álvaro Uribe, pero que favoreció al
presidente Duque. La coyuntura política de la región, especialmente con la ayuda principal de
países como Argentina, Chile, Paraguay y Brasil, ha creado un ambiente propenso y de
cooperación en la región que fomentó una imagen de liderazgo frente a la crisis humanitaria de
Venezuela. Esto ha permitido al actual Gobierno una maniobra política más amplia y legitimada
que lo ha llevado a caracterizar el gobierno de Maduro ilegítimo y de carácter dictatorial,
incluso al nivel de aceptar, en su momento, a Juan Guaidó como el presidente interino de
Venezuela. Estas acciones, han venido fragmentando las relaciones con el país vecino, hasta
romper oficialmente las relaciones diplomáticas, llevando a Duque en adoptar una posición más
hostil con el país vecino. Estas políticas bien están fundamentadas en tres tradiciones
exteriores que ha tenido el país a lo largo de su historia: la lucha antisistema de Turbay; la
narcotización y la militarización de la agenda exterior de Pastrana; y, la seguridad democrática
de Uribe.
CONCLUSIÓN
Es evidente el carácter intervencionista del actual gobierno de Duque en los asuntos
venezolanos debido a la presión política que viene directamente de la administración de Donald
Trump. Sin embargo, justificado o no, este comportamiento no solo refleja perfectamente la
tradición política exterior de Colombia, sino que de alguna manera lo profundiza por las
condiciones favorables de su entorno. El gobierno de Duque es consciente de los costos y
beneficios que le proporciona el apoyo a Estados Unidos, pero podemos decir que, por la
propia naturaleza de las relaciones bilaterales entre el gobierno norteamericano y colombiano,
los beneficios son muchos mayores que los costos. Esto refleja la tragedia colombiana por una
independencia real en sus políticas exteriores, la visión cepalista que predominó en la segunda
mitad del siglo XX ha muerto; en cada gobierno que pasa la relación se hace tan cercana que
cada vez la idea de una política exterior realmente diversificada se hace cada más lejana. La
estrella del norte continuará brillando.
Así mismo, observamos la utilidad del análisis comparado de un solo caso, que, al poner su
énfasis en cómo la política estatal colombiana, explicada en términos históricos por la relación
sostenida con Estados Unidos, impide la verdadera transformación de la misma y la supedita a
las fuerzas históricas que han posibilitado tal resultado ideológico y programático. Las políticas
gubernamentales, por ende, se encuentran dominados por la política estatal, definida, así
mismo, por las dinámicas de dependencia de la región y particularmente acentuadas en el caso
colombiano.
BIBLIOGRAFÍA
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