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31 julio, 2019
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Fracasar no tiene por qué ser algo negativo. Es más, pienso que el éxito, si
tiene alguna forma de medirse, debería ser con respecto a cuántas veces nos
levantamos después de un fracaso y, sobre todo, si disfrutamos (o no) lo que
hacemos y si eso da los frutos que queremos. Estamos en una sociedad donde
todo se quiere para ayer, donde siempre estamos atrasados. Para cumplir con
las expectativas laborales nos quedamos sin tiempo para la vida misma, ¿y
qué clase de vida es esa donde uno trabaja para vivir mejor pero deja de vivir
para trabajar? Un buen ejemplo de lo terrible que puede ser la presión por
publicar es Stefan Grimm, biólogo experto en toxicología del Imperial
College de Londres. Stefan fue encontrado muerto en Northwood en el año
2014 después de que su jefe de departamento le dijera que sus métricas no
eran suficientes para ser profesor. Frente a esa presión (y, seguro, muchas más
que desconocemos), Stefan decidió quitarse la vida. Ahí es cuando nos
deberíamos preguntar: ¿por qué el éxito o fracaso en el trabajo nos afecta
tanto? ¿Acaso el trabajo nos define como individuos? No debería ser así, pero
la sociedad actual demuestra lo contrario.