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La tiranía del paper

31 julio, 2019

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Por Carla Hermann


En la mayoría de las casas de estudio se requiere que las científicas y los
científicos seamos buenos investigadores, buenos profesores y que
participemos de forma activa en responsabilidades administrativas. En
particular, se espera de nosotros un buen ritmo de publicación y en buenas
revistas. Si no publicamos por un periodo de tiempo largo, quedamos
fuera de competencia, lo que además es mal visto por los evaluadores.
Esto produce en algunos y algunas la desesperación por publicar como
sea, a expensas de la calidad del trabajo, o incluso a expensas del fraude o
el plagio. Se genera una presión enorme por cumplir con ciertas
expectativas, donde las opciones son publicar o morir en el intento

El ritmo de producción científica se ha elevado a números impensados y ese


aumento no coincide necesariamente con descubrimientos científicos
relevantes o con la calidad de estos trabajos. Han aparecido revistas y
congresos “depredadores” donde han caído científicos para aumentar sus
currículum con investigaciones sin un rigor suficiente o incluso con errores o
datos falsos, por el afán de publicar lo que más se pueda, como sea y
rápidamente. Son muchos (suficientes como para alarmarse) los que se han
visto obligados (o prefieren) seguir este camino. Otros tratan, a partir de un
resultado, de sacar el máximo posible de publicaciones (salami slicing). Yo
debo admitir que aun sin quererlo, muchas veces me he encontrado en la
disyuntiva de publicar algo con alto impacto, aunque me tome más tiempo, o
dividir los resultados en varios artículos de menor impacto, pero más
rápidamente. Y estoy segura de que no soy la única que ha pasado por
conflictos así. Parece ser que hoy importa más la cantidad que la calidad, y
esto, lamentablemente, es la repuesta natural a un modelo que trata de
cuantificar la carrera científica, en donde más es mejor visto y mejor evaluado.
Somos muchos los que estamos en desacuerdo con esta forma de calificar qué
tan bueno es un investigador o investigadora. Pero tampoco se me ocurren
muchas alternativas para hacerlo mejor y hoy por hoy es una realidad de la
cual hay que hacerse cargo. Dado este fenómeno mundial, se han levantado
grupos llamando a “calmar la ciencia” para tener más tiempo para pensar y
desarrollar avances significativos, y no publicar lo que sea para cumplir con
un estándar evaluativo que puede ser errado.

El fenómeno de “publicar o morir” lleva a que muchos investigadores tengan


miedo a fallar, y esa, a mi juicio, no puede ser la respuesta, ya que la ciencia
se construye muchas veces (si es que no siempre) desde el fracaso. Si no hay
espacio para fallar, ¿cómo se avanza? “La ciencia necesita tiempo para leer y
tiempo para fallar” (Slow Science Academy de Berlín, 2010).

Fracasar no tiene por qué ser algo negativo. Es más, pienso que el éxito, si
tiene alguna forma de medirse, debería ser con respecto a cuántas veces nos
levantamos después de un fracaso y, sobre todo, si disfrutamos (o no) lo que
hacemos y si eso da los frutos que queremos. Estamos en una sociedad donde
todo se quiere para ayer, donde siempre estamos atrasados. Para cumplir con
las expectativas laborales nos quedamos sin tiempo para la vida misma, ¿y
qué clase de vida es esa donde uno trabaja para vivir mejor pero deja de vivir
para trabajar? Un buen ejemplo de lo terrible que puede ser la presión por
publicar es Stefan Grimm, biólogo experto en toxicología del Imperial
College de Londres. Stefan fue encontrado muerto en Northwood en el año
2014 después de que su jefe de departamento le dijera que sus métricas no
eran suficientes para ser profesor. Frente a esa presión (y, seguro, muchas más
que desconocemos), Stefan decidió quitarse la vida. Ahí es cuando nos
deberíamos preguntar: ¿por qué el éxito o fracaso en el trabajo nos afecta
tanto? ¿Acaso el trabajo nos define como individuos? No debería ser así, pero
la sociedad actual demuestra lo contrario.

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