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Discutimos un rato si íbamos a escribir o a cambiar el mundo.

Ella me dijo que su mayor sueño era cambiar el mundo, que cada vez que se
levantaba a la mañana sabia que no era una simple persona, corrección, que
ninguno de nosotros éramos simples personas y que todos estábamos
destinados a cruzarnos y entre cruzarnos en algo así que ella definida como
una red social (acá no estoy tan en desacuerdo) en el que juntos sosteníamos
el mundo. Ella hablaba así de intenso y con los ojos bien abiertos, con las
pupilas negras tan dilatadas que le tapaban su color marrón. Hablaba y, si
trataban de callarla, de decirle que estaba loca, o incluso de meter un bocadillo,
contestaba que para quedarse callada estuvo mucho tiempo, y que si no
querían que no la escuchen. Nada de eso de que alguna vez alguien le dijo que
lo que tenia para contar no era importante. No necesitaba que nadie le dijera
que lo que ella creía valía la pena porque lo sabía. Aun así, discutía, por
pasión, a veces por deporte, discutíamos todo el tiempo. Porque ella era mas
activa que yo, porque yo estaba todo el tiempo escribiendo desde el sillón, que,
porque no usaba esto de escribir para cambiar el mundo o, mejor dicho, si todo
lo que iba a hacer en mi vida era escribir o, si tenía a la intención de realmente
cambiar el mundo. Justo en el blanco, como dedo en la llaga. ¿Vino el remate
“no es que tu mayor miedo era darte cuenta de que Cortázar tenía razón?
¿Cómo era la frase? “y allá en el fondo esta la muerte si no corremos o
llegamos antes y comprendemos que ya no importa”? Yo solamente le
pregunte que porque estaba tan empecinada en cambiar el mundo cuando ni
se podía cambiar a ella. Ella se quedo callada y me miro con odio. ¿Entonces
eso es lo que haces todo el tiempo escribiendo? ¿Tratar de cambiarte a vos?
-Tal vez, le dije. No te sale muy bien, me contesto. Cerro de un portazo la
puerta.

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